EL GENERAL DÍAZ
(BIOGRAFÍA DEL VENCEDOR DE CURUPAITY)
Por JULIO CÉSAR CHAVES
Ediciones Nizza,
Asunción-Paraguay 1957
Prólogo de Justo Pastor Benítez
SUMARIO
PRÓLOGO
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En el Valle de Pirayú
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En la Policía
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Al sonar el clarín
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Bajo el mando de Robles y Resquín
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Triunfador de Corrales
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Estero Bellaco
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Después de Bellaco y antes de Tuyutí
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La batalla de Tuyutí
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En la cúspide
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Boquerón y Sauce
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Ídolo de la tropa
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Vencedor de Curupaity
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Herido de muerte
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Honores y consagración
EPÍLOGO/ APÉNDICES/ Notas a los capítulos
PRÓLOGO
Durante largo tiempo acaricié el pensamiento de escribir sobre el general Díaz, para incluir un capitulo en un libro titulado "Bajo los muros de Humaitá": Algo así como el pálido reflejo de aquel bastión y de la epopeya que llevo en el subconciente por herencia de soldados de la guerra grande. La omisión va a ser suplida hoy por Julio César Chaves, en mejores condiciones y con más capacidad.
Díaz es un soldado representativo, un guerrero telúrico; cifra y compendio le llamé en otra ocasión, porque no fue más ni menos, que sus conmilitones; su carne morena pudo haber yacido en el sepulcro del soldado desconocido, porque era síntesis humana uniformada de su pueblo.
Nació en Pirayú el 17 de octubre de 1833. Sus padres fueron Juan Andrés Díaz Barboza y Dolores Vera. Quedó huérfano en la niñez. Su infancia y adolescencia transcurrieron en un escenario enmarcado por la cordillera de los Altos, los bosques de Yaguarón, el rojo camino a Cerro-León y las llanuras que terminan en el Lago Ypacaray. Un vigoroso mitarusú, moreno, que se afanaba en rápidas carreras a caballo por el campo, se bañaba en las aguas frías del caudaloso arroyo Pirayú. Díaz es jugo y zumo de paraguayismo.
Fue dado de alta el 12 de mayo de 1852; en el Batallón de Infantería comandado por Venancio López. Rápidamente fue promovido a cabo; siendo sargento, lo llevó consigo a la Policía, su comandante de compañía Hilario Marcó. El 23 de diciembre de 1860 era subteniente 2º; teniente 1° el 14 de diciembre de 1862 y capitán el 23 de mayo de 1864. En ese carácter ocupó la jefatura de Policía.
En la lista de oficiales, confeccionada en febrero de 1865, figura como capitán de infantería al lado de compueblanos, que más tarde pelearon a sus órdenes: sargento mayor Lezcano, capitanes de caballería José María Delgado, más tarde general, a quien López proclamó después del 2 de mayo como uno de los mejores sables de su ejército; José Basilio Benítez, secretario del ministerio de guerra, Justa Pastor Penayo, y José Martínez; tenientes: Carlos Brito, Ascencio Jara, Santa Cruz Delgado (de caballería); alféreces: Silvestre Benítez; Dolores Mereles, Segundo Galeano, Luis Salinas, Blás Espínola y Plácito Méndez. Fue la primera zafra de guerreros pirayuenses. Todas ellos murieron en los campos de batalla, menos el general Delgado, que falleció a comienzos de este siglo. Son los doce pares y un invicto paladín.
José Díaz tiene el signo carismático de los guerreros, el genius Belice.
Actuaba como ayudante de Solano López; en tal carácter le acompañó a Buenos Aires en 1860. En las crónicas periodísticas aparece en su comitiva presidencial en el Club y en las ceremonias oficiales; le acompaña al teatro. Confianza debió tenerle para encargarle de la jefatura de Policía, donde comenzó a revelar su energía congénita. En sus partes se atrevía a mencionar a Madame Lynch como prestamista. Calzaba botas y no chinelas de áulico. Declarada la guerra, se le confía la formación del Batallón 40, integrada por la juventud asunceña. Dicha unidad estaba llamada a tener resonancia épica. Era tropa de choque y de resistencia; diezmada varias veces en el fragor de los encuentros, fue reconstituida después del 24 de mayo y desapareció con su ínclito jefe, el mayor José Duarte, hasta el último hombre, en la batalla de Avay. Su bandera en hilachas flotó sin mástil humano en Cerro-Corá, y su avatar llegó a Irendagué, en la guerra del Chaco, como sublimación de la infantería paraguaya.
La carrera de Díaz fue rápida y brillante; actuó en cinco tallas capitales: Corrales, 2 de Mayo, Tuyuty, Boquerón y Curupaity. Sus hazañas en esas jornadas las relata el autor de este libro de mano maestra, y junto a Díaz, codo a codo con él y de su misma estatura, en aquellos escenarios se empina otra figura, la del soldado paraguayo, su compañero y copartícipe de su gloria.
Y debemos dejar constancia que el armamento del ejército paraguayo era inferior en artillería y fusiles al de los aliados; cañones de avant-carga y fusiles de chispa; rudimentarios transportes terrestres; las fronteras clausuradas a raíz de la batalla naval de Riachuelo; caballería mal montada,"' frente a la riograndesa o la argentina; soldados descalzos y con uniformes modestos; su inferioridad era manifiesta en potencia de fuego. El soldado paraguayo tenía que cubrir más de doscientos metros bajo el fuego enemigo antes de contestar al enemigo. Algunos batallones tenían fusiles a la minié; y buen uso se hizo de los cañones de retrocarga tomados el 2 de mayo en Tuyuti. El paraguayo era tan buen combatiente como el aliado, pero sus armas resultaban muy inferiores. Para enjuiciar las batallas de la Triple-Alianza debe tenerse en cuenta dicha circunstancia. Defendía su hogar, era un fragmento de la nacionalidad en que estaba integrado, tenía conciencia de la justicia de su causa. He ahí el secreto de su resistencia, heredada de siglos, que para algunos apreciadores superficiales constituía un caso de fanatismo y para otros, estúpidos, un fruto del miedo al tirano. Era un pueblo obediente, pero no servil; tenía un comando enérgico y de capacidad de organización e inexorable en las sanciones. Como dice Joaquín Nabuco, para nosotros los paraguayos esa guerra fue una epopeya, una tensión espiritual, vocación de sacrificio, resolución de afrontar la muerte colectivamente. Más allá del estudio de las causas y motivos de la guerra de la Triple-Alianza, y del juicio que pueda merecer la personalidad del jefe de estado, del examen de la urdimbre diplomática, se configura una epopeya, con la cual ingresamos en la historia universal.
Para enjuiciar la etapa abierta a raíz del repliegue al territorio nacional, habría que trasladarse imaginativamente al campamento de Paso-Pucú. Las unidades mejor instaladas eran las de Humaitá, con sus servicios regulares y amplios ranchos pajizos. El resto, mal uniformados, ocupaban la tierra seca de campamentos improvisados, bajo los árboles o en ranchos; los soldados descalzos dormían en el suelo, comían una ración magra y tenían que atravesar los esteros para atacar. Vivían aledaños a los tremedales del Bellaco, o espiaban desde los bosques el descuido enemigo. Lo único que abundaba era el agua. El abrigo resultaba escaso, para los meses fríos en que sopla el viento sur. El servicio de sanidad reducidísimo con tres médicos ingleses y practicantes improvisados. Pero no faltaban ni el buen humor ni la chispa. El Paraguay es el primer país que en la era contemporánea hizo la guerra total, como pueblo en armas y la movilización íntegra, que culmina con los niños de Acosta Ñú.
Díaz poseía una de las cualidades necesarias al guerrero: era un hombre afortunado. En la grupa de su caballo iba montada la suerte. Le cupo descollar en el 3er. ejército de Solano López. El 14 fue el del campamento de Santa Tereza, Paso de Patria, desde 1845, y que desfiló en la revista de Humaitá en 1848 frente al presidente C. A. López y le rindió los honores póstumos el 62. El 2º fue el de Cerro-León. Ambos fueron forjados por él, desde los oficiales superiores hasta los reclutas, circunstancia que explica la adhesión al enérgico comando que le condujo al sacrificio. Podría considerarse como 4º el reagrupamiento de Paso-Pucú, después del 24 de mayo y que se consumió en el fragor de la batalla de 7 días de Lomas Valentinas. El 5° rehecho en Caacupé en 1869, le siguió hasta Cerro-Corá, con sus banderas deshilachadas y las cohortes de morombí como se llamaba a los soldados despauperados por el hambre, las marchas y los combates.
Cada uno de los jefes y oficiales que actúan a sus órdenes, en las cinco batallas, desde Aquino a Calaá, desde Benítez a Luis González, Avelino Cabral, Fidel Valiente, Orihuela, Viveros o Delgado, Páez, Martínez y Montiel, son tan valientes y decididos como él, pero Díaz es el jefe por antonomasia; el primer táctico y el triunfo en manos del Mariscal en aquel truco con el destino. As de espada.
Fue notoria la preferencia de Solano López, por el recluta de Pirayú, como se lee en Centurión, Thompson, Maiz y el padre Policarpo Valdovinos, su capellán en Curupaity. Fue su jefe de Policía; le encarga la formación del Batallón 40 (excussez du peu) ; en el repliegue al territorio nacional le designa como inspector de infantería y deja de confiársele un mando de unidad. Ya antes del 2 de mayo ejercía las funciones de inspector general del Ejército para controlar la instrucción de la tropa y la organización. Se le confía siempre las mejores unidades y las misiones más difíciles. Le sienta en su mesa y a él se dirige a la pálida luz de los candiles del campamento cuando se siente expansivo y diserta con elocuencia sobre las campañas napoleónicas. Una de las armas de López era la elocuencia, con que tapaba un poco su falta de formación académica militar; era un autodidacto; un táctico de singular resistencia; un organizador, pero no un estratega en el sentido pleno del vocablo.
Posiblemente las relaciones personales de ambos, si es que López tuvo alguna vez amigos, se verían reforzadas por la circunstancia de que la hermana del general, Isidora Díaz, era dama de compañía de madame Linch. Isidora Díaz es también un símbolo de la lealtad de la mujer paraguaya. Esta campesina, fresca como una azucena, acompañó a la Linch en el esplendor, en el campamento y en la desgracia. Le siguió hasta Cerro-Corá donde le ayudó a enterrar al Mariscal y a su hijo Panchito, cavando la tierra con la mano y partiendo la sábana que sirvió de mortaja a los cadáveres desnudos. Terminada la guerra fue con ella a Europa y con ella vivió en la pobreza en Place Pereire 9, hasta el fallecimiento de la compañera de López. Y culminó su servicio acompañando sus restos al cementerio de Pére Lachaise. El olvido le cubrió con su manto...
La actividad de Díaz era perenne. Un soldado cabal. No se le conocían vicios, preocupaciones de otra índole que las castrenses, interés que le desviara de su congregación. Hasta su soltería le permitía vivir en el cuartel. El lucero del alba le sorprendía de pie. Era austero y pobre, pero vestía con elegancia y no deslucía en un salón, bailando una cuadrilla, o la polca en Humaitá, o brindando una copa. Su figura parecía ya el boceto de una estatua, por su varonil estampa. Bien plantado, el cuerpo rígido, la cintura estrechísima, el pecho saliente, la barba en punta, la frente amplia platinada por el sol, el peinado liso, como buen mestizo, la mirada aquilina. Todo revela la energía vital, así como aparece en aquella fotografía desteñida con su levitón largo y la espada a la izquierda, o en el cuadro de Da Ré, cuando pasa revista al ejército acompañando al Mariscal en víspera del 24 de mayo, inspirado en las ardientes páginas de Juan Silvano Godoi. En las inconsútiles ondas del éter se graban las imágenes, las frases y los hechos con que se simbolizan los acontecimientos; a veces son captados, otras veces escapan a la técnica, pero laten en el alma colectiva como creencia o fuerza.
Así son la figura de Díaz, y el día de su santo: 22 de setiembre.
Limpio, rígido, sano. Quizá esas cualidades absorbentes, casi unilaterales, hicieron de él no sólo un jefe enérgico, sino también inflexible. La guerra endureció su temperamento, como el hierro se templa en el alto horno. La visión de los combates, el peligro en ciernes, el riesgo que corría la patria, la necesidad de mantener el espíritu combativo de la tropa, le llevaron a un grado de tensión así deshumana. El ambiente bélico produce la psicosis. La guerra endurece el corazón del hombre; el espectáculo diario de la muerte apaga la piedad. Combatir, resistir, destruir es el deber cruel del hombre cuando defiende la patria. La laxitud es un delito. Es así como Díaz por orden superior diezma el Batallón 10 que se había dispersado en el ataque a Curuzú. Pero los testimonios de la época son concordes en noticiar que el general Díaz era solícito con sus soldados, cuidaba de su situación y racionamiento, visitaba a los enfermos y heridos. Su elocuencia en guaraní era vibrante. Tenía its; sus soldados no sólo cifraban confianza en él, sino que le profesaban ese apego íntimo que sólo despierta el hombre pleno, el conductor auténtico. Su nombre, hasta hoy, es siempre una emoción.
El soldado tiene una madre: la patria, y una novia: la gloria. Los sustantivos Díaz y Curupaity son inseparables en la oración patria. Ese segundo término es el marbete de su escudo. Porque resume sus hazañas y es un minuto casi atemporal en la tradición. Justicia se le ha hecho, aún por el enemigo. El ejército argentino le ha rendido honores hidalgamente. El congreso nacional decretó la erección de su estatua en la Plaza Uruguaya. Sabemos de sus hazañas por Centurión, Thompson, Resquín y Benítez; aparece idealizado en las líricas páginas de Godoi, en Silvano Mosqueira y O'Leary, en los broncíneos cantos de Fariña Núñez y Manuel Gamarra. Chaves nos da hoy una nueva versión de esa vida intensa para reavivar su culto, que no es herología, sino evocación; El soldado paraguayo siempre hará la venia en honor a aquel general de cinco estrellas de la constelación del Sur, 2 y 24 de Mayo, Yataity-Corá, 18 de julio y Curupaity.
Díaz estaba en el vértigo de la acción. Tenso como un arco por disparar la flecha. Le obsesionaba la escuadra que aislaba al Paraguay. Pensó entonces en la manera de atacarla, y ese día 26 de enero de 1867, en forma infortunada fue alcanzado de muerte y cayó para siempre.
La conducción de sus restos a la capital y el sepelio constituyeron una apoteosis.
Difícil es trazar su biografía sin caer en el tono épico, porque el fulgor de su espada reclama el canto heroico; su vida es bella y dura como una estrofa y su recuerdo late como la de todo prócer auténtico.
Los trabajos de Chaves constituyen ya una obra, por el conjunto, la unidad y el espíritu que los anima. A mi modesto juicio reúne las cualidades principales del historiador, como son la curiosidad empática, el hábito de la investigación, aptitud para el exámen de los datos, exposición lógica e imaginación para reconstruir los acontecimientos. Caracterízale además una suerte de audacia para abordar los asuntos controvertidos y los problemas difíciles, con una clarividencia y decisión de que suelen carecer los timoratos y los que pretenden mantenerse fríamente objetivos; reduciendo la historia a un relato esquematizado. Sin ser precisamente polémico, abraza las causas, formula hipótesis y emite sus juicios. Es posible que a veces peque de dispersión en el detalle o caiga en un criterio de sumario judicial que es la negación de la actitud interpretativa o de la línea maestra, como ocurre en su insuperable biografía del "Supremo".
Julio César Chaves es un miembro ale la generación del Chaco. Forjó su espíritu en el vivac, en el cuartel general de Estigarribia, durante los tres años de la contienda. El joven rubio, pecoso, que usa los anteojos desde temprana edad, de andar un poco oscilante, despreocupado al parecer, pero buen observador, desempeñó en la guerra del Chaco el papel de Natalicio Talavera en la guerra de 1864-70. Tenía a su cargo Radio-Prensa. Cada tarde salía al aire su voz bien timbrada, con su periódico hablado. Relataba encuentros, refería episodios, comentaba batallas, enjuiciaba la situación con encomiable confianza. Sus irradiaciones nunca transmitieron el escalofrío del temor o del pesimismo. Acompañaba el ritmo marcial de nuestras legiones. Sin ser un oficial de carrera ni un comentarista profesional, resultaba un estratega del aire. Una elocuencia fluida, el interés creciente animaban su mensaje. Trabajó en el rincón del rancho de paja con algo de aquella abnegación del teniente Martínez Ramella, que murió exhausto por la vigilancia de las comunicaciones radiotelegráficas, en su puesto del Departamento de Marina, después de tres años de guardia, y los telegrafistas, criptógrafos y telefonistas, que hacían de órgano auditivo y de transmisión en las solitarias noches chaqueñas, espiando el éter.
Como tantos otros maduró en el Chaco, fenómeno de transformación psicológica que escapó a muchos observadores superficiales. Antes de los 30 años era un hombre pleno. Actuó más tarde como secretario de la delegación a la Conferencia de Paz; ministro en Bolivia, embajador en el Perú; fue magistrado judicial, siempre con su temperamento un poco apolítico. Pero le impresionó la caída y prisión de los grandes conductores de nuestro pueblo y abrazó su causa. En 1936 tuvo que emprender el camino del exilio. Dos años de destierro crearon el clima de madurez del historiador. Al margen de un empleo en la Biblioteca Nacional de Buenos Aires, dedicó a la búsqueda de documentos, frecuentó archivos, leyó y examinó. Zafra de esa labor fue el libro que puede figurar entre los más logrados de su pluma, que se titula "Historia de las Relaciones entre el Paraguay y Buenos Aires". En él ya despuntan promisoras sus cualidades. Y se dedica a interrogar a la Esfinge. En varios años, él que tiene la pluma célere, dió un gran boceto biográfico del Dictador Francia de envergadura. Quizá una de las fallas de ese trabajo de largo aliento sea la de no hacer resaltar la función histórica (a contre coeur?) de ese prócer discutido y la de recoger triquiñuelas no fundamentadas como el resentimiento por sus frustradas pretensiones a la mano de una niña de Zavala. En la colección Río Branco figura el proceso instruido a Machaín y otros, precisamente en su ausencia temporal, por el doctor Valdovinos y por mandato especial de Yegros, Cavallero y de la Mora. Cuando el doctor Francia se reintegra a la Junta es para moderar las penas impuestas, entre ellas al mismo Machaín a raíz de una emocionante petición de dicha dama, a la sazón ya casada con él. Aún antifrancistas de nota como Alcides D'Orbigny y Pablo M. Ynsfrán le reconocen la creación o fortalecimiento del espíritu nacional. Desde la obra de Chaves, que es fundamental, se mandó guardar la diatriba barata, para entrar al estudio y examen de la vida cenobita del enorme déspota. Al doctor Francia y a Solano López, debe estudiarse con argumentos nacionales y con criterio universalista, porque son personajes históricos y no con pasión política.
Chaves continuó ahondando en la historia americana. En el II Congreso de Historia de América realizado en Buenos Aires en 1937 presentó cuatro trabajos cortos pero intensos y no hojarasca de historiadores hormigas.
Fruto de sus nuevas investigaciones fue "Castelli, El Adalid de Mayo" en que culminan su elocuencia y el infaltable lirismo en el enjuiciador de personajes dionisíacos. En 1950, trazó un cuadro vívido de la histórica conferencia en su libro "San Martín y Bolívar en Guayaquil", obra basada en copiosa información, escrita con puño firme, ha merecido críticas de los cancerberos de la memoria del Libertador, que no pueden comprender que en un escenario tan vasto y tumultuoso pudiera aparecer una individualidad de similar calibre y contextura, aunque sin el mismo ethos genial. Estos historiógrafos, como muchos criterios municipales de América, son los herólatras, que quieren reducir el arca a su campanario. Al contrario de los historiadores norteamericanos que tienen una visión más amplia y se atreven como Samuel Eliot Morison y Henry Steele Commanger a señalar defectos al propio Jorge Washington, sin ser considerados como malos patriotas. Buena parte de los historiadores latino-americanos entran en transe cuando tratan de un personaje de su país. Felizmente tal no ocurre con un Jorge Baladre, un Pivel Devoto, un Hanke, un Julio César Chaves, un Efraím Cardozo.
Su laboriosidad grana en 1955, con "El Presidente López - Vida de Don Carlos". Antes que una biografía es la historia de dicho período. La biografía, como el ensayo de carácter histórico, son ramas, subdivisiones jalonadas de la historia y tienen sus propios condimentos y exigencias. La biografía se refiere al comportamiento de individualidades; la historia al acontecer colectivo. Es esencial que en una biografía resalte la personalidad, con su temperamento, su psiquis, sus hábitos y acción. Que salga de ahí caminando por los senderos del mundo, como acontecimiento individual; que se inscriba en el Registro Civil, que se desprenda del cuadro con rasgos nítidos. No se la puede configurar sin el estudio de la caracteriología, como no se puede hacer historia sin las coordenadas del tiempo y del espacio social. El marco histórico sirve para explicarla. La biografía es como el retrato en pintura. El ensayo de carácter histórico es también de índole definido; permite enjuiciar los acontecimientos, buscarle una interpretación sin la misma metodología histórica o sociológica. Y es arte histórica cuando se elabora con el vigor de un Macaulay o la estética de Rodó en su biografía de Bolívar, o el retrato en manos de un Octavio R. Amadeo.
Debemos a Chaves y a Cardozo el replanteamiento de nuestra historia como problemática. Son ellos, con Pablo Max Ynsfrán los principales iniciadores de la moderna historiología, con investigación depurada e independencia de criterio. Nuestra modestia, fruto del aislamiento y carácter introverso, y la poca difusión del libro paraguayo, han obstado que apareciesen entre los más esclarecidos estudiosos del continente. Cardozo es más concreto, quizá más erudito. Chaves tiene más vida, más amplia visión, más impulso comprensivo. Es franco, no insinúa. Ello no quiere decir que Chaves deje de pecar a veces por exceso o por deficiencia. Tal ocurre con la biografía de Castelli a quien atribuye una función continental. A nuestro juicio ni Bolívar ni San Martín han tenido necesidad de recoger la bandera de sus manos, pues, se trataba de una causa isócronamente continental. Como deficiencia se le podría anotar la poca nitidez del papel desempeñado por Fernando de la Mora en la Revolución de Mayo, suceso que Chaves relata con una copiosa información no superada, y más amplia que las de Garay y Moreno.
Y valga la impaciencia de un lector de su hermoso libro sobre Carlos Antonio López en cuyas páginas ha quedado esta figura plasmada. La personalidad es maciza. No se le puede cargar en cuenta sucesos posteriores que rebasaron las previsiones de su espíritu esencialmente conservador. Su preocupación consistía en hacer reconocer la independencia y en el fortalecimiento del país en todos los órdenes. Era un señor campesino sublimado en estadista; discípulo de sí mismo y de las lecciones ambientales. Es claro que esa línea maestra no impide reconocer algunas de sus omisiones: fue menos inflexible que el doctor Francia en la defensa de los límites, no acudió a la batalla de Caseros por su espíritu desconfiado, no defendió las Misiones de la ribera izquierda en que podía tener el apoyo del Brasil, se afirmó tercamente en una cosa inexplicable como la zona neutral en el Bermejo en sus negociaciones con la Argentina y violentó el régimen republicano al instituir como heredero de la presidencia a su hijo. Pero dentro del cuadro histórico se mostró un severo magistrado, un patriota incólume y modeló algunas de las formas esenciales de su pueblo, como también estructuró el Estado. El doctor Francia fue un totalitario, inventor de la cortina de hierro; Carlos Antonio López un intuitivo socialista de Estado. Ambos cometieron el error de no abrir de par en par las puertas del país, a la cultura, al capital, a la afluencia del extranjero y fomentar la iniciativa creadora, como era el imperativo americano en el siglo XIX. Pero al uno ni al otro pudo habérsele pedido que encabezaran aventuras en el exterior, so pretexto de engrandecimiento, de fundar una nueva república en la mesopotamia del Sur. Carecían de espíritu de aventura. Se aferraban a la tierra.
La obra de Chaves como toda obra auténtica se halla en pleno desarrollo. Estamos aguardando con interés "Los Dos Paraguay", desarrollo de una tesis lanzada en 1948 en una disertación pronunciada en el Instituto Popular de Conferencias de "La Prensa"; es una interpretación de la historia patria que marca sus oscilaciones de expansión y aislamiento. También esperamos su libro sobre los comuneros y su historia general en que seguramente culminará su fecundo talento.
Hoy nos brinda esta biografía del vencedor de Curapaity cuya prosa tiene destellos y alcanza inigualada emoción. Es un cuadro evocador de las hazañas del paladín. Me atrevo a prologar el libro como un homenaje al historiador, al infatigable escudriñador de nuestro pasado y al hacerlo, digo que Chaves honra al Paraguay con su inteligencia clara, su consagración al estudio, su labor fecunda, su pasión por la gloria y los recuerdos de la patria.
J. P. B.
Río de Janeiro, 22 de setiembre de 1956.
V
TRIUNFADOR DE CORRALES
INSPECTOR DE INFANTERÍA
Volvió al suelo de la patria con un prestigio que hacíase cada vez más sólido. En seguida, fue designado por el Mariscal inspector de los cuerpos de infantería. En Paso de la Patria probó una vez más sus condiciones para el mando y la organización: "Trabajó sin descanso día y noche con recomendable inteligencia y celo. Es de allí particularmente de donde su popularidad data, si bien es verdad que también le ha valido los envidiosos que siempre se encuentran donde quiera que aparezca el verdadero mérito".1 Y era lógico que le saliesen enemigos; el aprecio y la confianza que cada día le dispensaba en mayor grado el Mariscal presidente, no dejaría de producir escozor en los jefes de mayor graduación, en la camarilla que rodeaba al primer ciudadano de la República.
En el período que va de noviembre de 1865 a abril de 1866, nuestro protagonista no dejó de combinar sus tareas de organizador con acciones guerreras; varias veces cruzó con sus tropas el ancho Paraná para ir a pinchar al ejército enemigo. El 18 de diciembre con un destacamento desembarcó en Itatí; bastó su presencia para que la vanguardia enemiga emprendiese la retirada.2 A lo largo de los meses de diciembre y enero, dirigió audaces incursiones en que sus comandos tuvieron en jaque al poderoso enemigo. "No siéndole permitido personarse en esas escaramuzas, pasaba los días de grandes calores en los bancos y playas, para volver a trabajar de noche entre sus batallones como si hubiera tenido un día tranquilo y descansado".3
PREPARATIVOS PARA LA ACCIÓN
Las fuerzas aliadas habían realizado su concentración al norte de la provincia de Corrientes; Paraná por medio, nuestro ejército las aguardaba. Durante dos meses los adversarios - separados por el río- se estuvieron mirando; pero la tranquilidad era rota frecuentemente por las audaces incursiones de nuestras tropas a territorio correntino; día a día un centenar de hombres cruzaba el río en débiles canoas, atacaba a las tropas de avanzada que se les oponían y corría tierra adentro a las unidades de caballería. Estas cabalgadas se repitieron en forma constante durante todo el mes de enero.
El 29 de enero la cosa subió de tono; 200 soldados desembarcaron en las playas de Corrales, y pese a la numerosa caballería que se mostraba y escaramuceaba a su alrededor, avanzaron considerable trecho empujándola. La caballería argentina fue reforzada por tropas de infantería y empeñóse una lucha bastante formal; los nuestros se lanzaron sobre el enemigo a la bayoneta, rechazándolos y causándoles centenar y medio de bajas; los persiguieron después hasta el arroyo de San Juan, a cuya vera tenían su campamento, que desalojaron en forma apresurada. Este castigo infligido a la vista de todo el ejército de la Alianza y de sus jerarcas hirió el amor propio del comando que decidió combinar una trampa en que debieran caer los primeros que volviesen a molestarlos.4
El general Mitre, resuelto a escarmentar seriamente a los paraguayos, ordenó el día 30, que la segunda división "Buenos Aires" avanzase hasta el campamento de la caballería correntina a ponerse bajo las órdenes de Hornos, comandante del cuerpo del ejército de vanguardia. La división "Buenos Aires" iría reforzada con una sección (2 piezas de a 6) de la artillería del II cuerpo de ejército. Conforme a lo dispuesto en la mañana del 31 la división "Buenos Aires" alcanzó el arroyo San Juan, donde se hallaba el campamento del general Hornos. La división "Buenos Aires" y la segunda de caballería totalizaban cerca de cuatro mil hombres.
TERRENO Y PLAN
Entre el cuartel general del ejército argentino y el Paraná existía un espacio de diez kilómetros, en gran parte bajo y descampado, salpicado de isletas, bosques, lagunas y esteros. Lo cruzaban dos arroyos: el San Juan, al Sur, y el Pehuajó, al Norte; más cerca del Paraná. Viniendo del Sur el espacio citado dividíase así: a un kilómetro del campamento del general Hornos se hallaba el arroyo San Juan, después un terreno descubierto, una isleta de bosques y un terreno descampado. Luego el arroyo Pehuajó, otra línea de arboledas, un espacio descubierto, un espeso bosque como barrera de fornidos troncos de Este a Oeste. Por el centro de esta barrera corría la picada al puerto; al Este un paso y al Oeste, otros dos pasos (abras B. y A.). Pasando la barrera boscosa el terreno era descubierto hasta el puerto, pero a derecha e izquierda de éste existían otras formaciones boscosas. En el puerto no había más que una choza y dos viejos corrales que seguramente dieron nombre al sitio.
Engolosinado López con el éxito del 29, lejos de sospechar la trampa tendídale por Mitre, ordenó para el 31, una nueva incursión a cargo de un destacamento, cuyo comando confió a Díaz. Formaron el destacamento 1.100 hombres seleccionados entre oficiales y clases y dos coheteras a la congréve. Un cañón fue instalado en la Isla para apoyar con su fuego el avancé. El primer escalón de dicho destacamento, formado por 245 hombres y comandado por el teniente Celestino Prieto y con las dos coheteras, desembarcó en Corrales en la mañana de ese día e inició su avance, no viendo sino grupos de caballería que se retiraban. Siguieron, pues, su marcha sin oposición hasta cerca del San Juan, distante una legua del puerto de desembarco.
Entre tanto, el enemigo los aguardaba anhelante, ocupando posiciones ventajosas; el pequeño destacamento paraguayo marchaba derecho a la trampa; Hornos al tener noticia del desembarco y progresión del mismo, ordenó que el coronel Conesa, "el valiente de los valientes", se trasladase con su división hasta la isleta existente entre los arroyos San Juan, y Pehuajó y allí se emboscó.
PRIMER MOMENTO DE LA BATALLA
La segunda división "Buenos Aires" se encontraba, pues, oculta entre los árboles en situación de apresto; su artillería atrás. Al mediodía, Conesa podía observar el avance; llegaba al fin la hora esperada, la hora del desquite y el escarmiento. Los paraguayos estaban a sólo 250 metros. Fue entonces que el jefe argentino no pudo con su genio y arengó a sus tropas que iban a recibir en la ocasión su bautismo de fuego; enardecidos sus soldados prorrumpieron en hurras y vivas. La sorpresa estaba perdida; advertidos por el griterío, el teniente Prieto y los suyos se detuvieron y comenzaron en seguida a retroceder. Ordenó Conesa a su unidad que se lanzase al ataque para evitar que el adversario recruzase el Pehuajó.
La infantería argentina apareció por distintos puntos marchando a paso de carga sobre los paraguayos, haciendo intenso fuego. Teniendo en cuenta el número de tropas que le atacaban y el peligro de un envolvimiento, Prieto ordenó retirada a posición favorable; cuando se acercaban demasiado los argentinos, los nuestros hacían pie firme y aquéllos se detenían. La retirada fue cumplida lentamente sin dar las espaldas haciendo funcionar las coheteras y disparando con los fusiles "con precisión matemática"; los bisoños soldados argentinos que se lanzaban al ataque imprudentemente eran prácticamente fusilados.
Siempre en retirada el grupo de Prieto llegó al monte de la ribera, bajo cuyo amparo se desplegó; allí mantuvo la resistencia durante un largo tiempo. Masas de enemigos se lanzaban a la bayoneta cada vez que los batallones se aproximaban demasiado a los nuestros, éstos hacían pie firme para resistir, y entonces las gruesas columnas se detenían sin atreverse a caer sobre ellos. Las fuerzas argentinas, por último, desbordaron el dispositivo; las de la derecha por el abra C., y las de la izquierda por el abra A.
TERCER MOMENTO DEL COMBATE
Viendo Prieto que los argentinos desplegados amenazaban envolverlos resolvió bajar a la playa y resistir apoyado en un montillo que lame el Paraná. A ambos costados librábase porfiada lucha y la victoria se inclinaba hacia los argentinos. Mas en "ese momento supremo" se oyó un griterío ensordecedor; llegaba oportunamente el segundo escalón con 200 hombres comandados por el teniente Saturnino Viveros; este grupo se abalanzó contra el enemigo que atacaba por el abra C. y los cargó a la bayoneta. Toda la playa se cubrió de combatientes; unos y otros se fueron a las manos usando la bayoneta y el cuchillo como armas favoritas en el entrevero. "Grande era la superioridad numérica del enemigo -relata Natalicio Talavera- y había un grupo de hombres para cada paraguayo, pero fue mayor la serenidad y el arrojo de nuestros soldados, y estas cualidades supremas los han salvado, dando a la Patria un día de gloria".6
Dramática era la situación en el campo enemigo. Cinco horas hacía que cuatro mil argentinos trataban de doblegar la resistencia de cuatrocientos adversarios; por cada paraguayo había diez enemigos. La carnicería era terrible, el resultado incierto. "En aquel momento casi todos los generales argentinos estaban reunidos en el campo de batalla, alrededor de Mitre, que fue el primero en llegar. Presenciaban mudos e impasibles, aquella mortandad, en que la juventud porteña se desgranaba estérilmente bajo el fuego de los paraguayos".7
Parecía obra de milagro que medio millar de soldados acaudillados por dos tenientes, con un río a las espaldas, resistiesen el embate de dos divisiones adversarias, que disponían de refuerzos, armas, municiones y recursos y estaban dirigidas por generales fogueados en muchas batallas. Y sube de punto el asombro si se nota que las fuerzas argentinas, formadas por la flor del mocerío porteño, lejos de actuar con apocamiento hicieron gala en la emergencia de un heroísmo sorprendente que inspira respeto y admiración.
En Corrales hizo su entrada en la historia el soldado paraguayo; ese día probó no sólo su valor sino también su habilidad y espíritu de iniciativa. Cada soldado fue una unidad imbatible.
Acercábase la noche cuando Conesa ordenó a los suyos el último esfuerzo. El mayor Serrano con su batallón avanzó "en columna cerrada, como una masa humana, heroica, indescriptible, que corre tras de su negro destino que lo conduce a la muerte", al decir de Garmendia.8 Por la izquierda y derecha cargaron otros batallones de infantería y unidades de caballería desmontadas. Esta masa que avanzó a cuerpo gentil fue fusilada por el contingente paraguayo que ocupaba posiciones estratégicas apoyadas en el bosque; "la matanza era metódica". Cae Serrano, cae su reemplazante Márquez, caen otros jefes y oficiales; Martínez de Hoz es gravemente herido. A intervalos cesa el fuego, y comienza la pelea a la bayoneta; toda la playa empapada de sangre, es un inmenso entrevero. Grupos argentinos aislados llegan hasta el rancho y los viejos corrales, pero son exterminados. La resistencia paraguaya se mantiene firme.
EL FINAL
"Los enemigos se llenaron de confusión y espanto por los estragos que sufrían y viendo que no era posible vencer aquel puñado de hombres que tampoco mezquinaban sus vidas y destrozaban sus batallones en todas partes, empujados por las bayonetas de sus fusiles, tuvieron que declararse en derrota..."9
Había finalizado el combate y anochecía cuando Díaz - al frente de 700 hombres- desembarcó en Corrales para proteger a los suyos; decretada ya la victoria sólo pudo hostigar al enemigo que se retiraba en completo desorden, obligándole a abandonar en el campo sus muertos y heridos.
Al día siguiente, primero de febrero, salió Díaz a la madrugada en busca del enemigo, que en masa considerable vino a atacarle; pero habiendo tomado posición para esperarlo, no se atrevió a aproximársele; quedó dos días en Corrales, y al tercero reembarcó sus tropas retornando a Itapirú.
El cuadro que presentaba Corrales mostraba lo bravío de la lucha; cuerpos humanos se agrupaban por doquier; el suelo ensangrentado, los árboles tronchados por las balas. Los argentinos perdieron un millar de hombres; los paraguayos doscientos.
"Esta brillante jornada -comentó el Semanario- que ha venido a sobreponerse sobre todas las demás que hasta aquí han tenido lugar, y en la que las armas de la República se han llenado de imperecedera gloria, recogiendo frescos laureles para la Patria, y labrando el camino de su reputación y fama actual, no tiene paralelo en la historia de las guerras modernas, y menos en esta parte de América..."10
Y ciertamente que Corrales fue un combate y un triunfo sorprendentes. Puede ser calificada como la batalla del soldado paraguayo, pues la ganó casi solo; en pocas ocasiones lució tan alto la calidad y la bravura del mismo. El triunfo sobre un enemigo tan superior en fuerza quizá pueda explicarse -como anotamos- por el hecho de que el destacamento fue integrado en su casi totalidad por oficiales y clases seleccionados en las unidades.
Pero tampoco puede escatimarse elogio al jefe paraguayo cuya conducta fue intachable; mostró amplio dominio del terreno que conocía palmo a palmo, pues desde allí había protegido el pasaje del ejército; la fe en la tropa confiada; las acertadas disposiciones durante la lucha; el empleo oportuno de los refuerzos; todo, desde luego, ayudado por los errores del alto mando aliado. En Corrales salió airoso y triunfador dé la primera prueba de fuego, y vinculó su nombre a una de las mejores victorias de las armas de la República.
RAID A ITATÍ Y COMBATE DE LA ISLA
Sabiendo el Mariscal que la aldea de Itatí estaba ocupada por tropas del ejército aliado, compuestas por unos cinco mil hombres al mando del general Gregorio Suárez, dispuso la realización de un audaz golpe. Para el efecto trajo de Humaitá los buques "Igurey", "Gualeguay" y "25 de Mayo"; en ellos embarcáronse mil soldados al mando del teniente coronel Díaz. La expedición subió aguas arriba el 18 de febrero.
Suárez que tenía orden de no resistir retiróse tierra adentro con los suyos. A mediodía desembarcó la columna paraguaya y ocupó la aldea que fue "incendiada hasta sus cimientos"; igual suerte corrió el campamento aliado. Después de recoger ganado vacuno y caballar, la fuerza expedicionaria reembarcóse retornando a Paso de la Patria".11
Antes de que los aliados hiciesen pie en tierra paraguaya libróse una nueva acción; López resolvió castigar a los brasileños que habían ocupado la Isla situada a 1.500 metros de Itapirú, guarnecida por 2.000 hombres, artillería y amparada por los cañones de treinta buques fondeados a corta distancia. Fue encargado nuevamente de la operación; formó un destacamento de 1.260 hombres seleccionados en los diversos batallones, y los dividió en tres unidades. El 10 de abril, dos de ellas fueron embarcadas en canoas; él quedó en Itapirú con la tercera unidad como reserva.
La acción iniciose por sorpresa a la madrugada y se peleó con variada fortuna; las trincheras fueron ganadas y perdidas sucesivamente; la artillería fue tomada y recuperada varias veces. Pero, ¿qué podía hacer aquel grupo de hombres ante fuerzas tan superiores, sostenidas por la artillería y por una escuadra? Después de varias horas de lucha quedamos, como era de esperar, total y aplastantemente derrotados. Sólo 300 hombres pudieron volver a Itapirú y no había entre ellos, según Thompson, uno solo sano: "los que tenían heridas en las piernas se sentaban y remaban, y los que habían perdido un brazo, remaban con el otro". Así retornaron en sus frágiles canoas soportando un "terrible fuego a quemarropa de metralla y balas encadenadas".12
Fue una carnicería estéril.
VI
ESTERO BELLACO
DESEMBARCO ALIADO
Encabezado por el general Osorio, el 16 de abril, el ejército aliado desembarcó en suelo paraguayo. López abandonó Itapirú y marchó con sus tropas al interior. En la ocasión, Díaz quedó a proteger la retirada. Según uno de sus biógrafos, fue "una de las operaciones más hábiles debidas a su inteligencia militar" la marcha con sus tropas desde Itapirú al Bellaco; el enemigo supuso que haría prisionera a la columna paraguaya, embotellada entre los fuegos de la infantería y los de la escuadra. Con movimientos acertados salvó a su cuerpo del peligro, y mediante una estratagema sorprendió a sus seguidores, salvándose milagrosamente, en aquella ocasión de una descarga de sus infantes los tres generales, Mitre, Osorio y Flores que habían bajado sobre esas playas".1
La misión de proteger al ejército fue cumplida nuevamente con acierto por nuestro protagonista.
A fines del mes de abril la posición de los ejércitos era la siguiente: el paraguayo, con 100 piezas de artillería, acampaba al norte del Bellaco Norte; su vanguardia, con, seis piezas volantes, ubicábase al norte del Bellaco Sur. Los aliados, por su parte, ocupaban las alturas extendidas de Este a Oeste, una milla al norte de Paso de Patria, donde se atrincheraban apoyando su flanco izquierdo en el barrizal; su vanguardia al mando del general Flores, formada por el ejército oriental y algunas fuerzas brasileñas y argentinas, con 12 piezas de artillería, acampaba al sur del Bellaco Sur. Los centinelas avanzados de ambos ejércitos se encontraban separados por el estero. a
Fue entonces que el Mariscal creyó oportuno poner en actividad a una parte de sus fuerzas lanzándolas a una operación de sorpresa sobre la vanguardia enemiga. Para dirigir esta nueva operación puso la vista en el joven jefe cuyo prestigio iba creciendo en su espíritu, y en la filas del ejército nacional. Había en el cuartel general jefes de mayor graduación y fama; el hecho es sintomático y denota la inclinación cada vez más acentuada del comandante en jefe hacia el hijo de Pirayú. Instruyó López al jefe elegido de su plan de acción: atacar a la vanguardia enemiga en forma simultánea con tres columnas formadas por 4 regimientos de caballería; el resto del destacamento (3 batallones de infantería y el regimiento de caballería) quedaría de reserva al Norte del Estero Bellaco, listo para acudir en sostén de sus compañeros. 2
aEl estero Bellaco consiste en dos corrientes de agua paralelas que guardan entre sí, casi siempre, una distancia de tres millas separadas una de otra por un espeso bosque de palmas llamadas yatay que se halla a la altura de 30 a 100 pies sobre el nivel de los esteros. El Bellaco desagua en el río Paraguay por la laguna Piris y en el Paraná como a 100 millas al Este.
Su agua es clara y agradable, llena de juncos, excepto en los pasos. El fondo en que crecen los juncos forma un barrizal profundo cubierto de 3 a 6 pies.
ARENGA DE DÍAZ
Como acostumbraba hacer siempre en vísperas de una acción, Díaz habló a sus soldados -entre los que estaban sus predilectos del batallón 40- con su elocuencia sencilla, pero convincente: "Confiemos -decía- en las sabias disposiciones de S. E. nuestro Mariscal, que es el genio sublime que la Providencia nos ha dado para la salvación y engrandecimiento de nuestra Patria. Cumplamos con exactitud sus órdenes, que tienden a escarmentar a nuestros furiosos enemigos y hacernos para siempre felices".3
La víspera de la batalla, fue ascendido a coronel 4; sin duda quiso López con esa decisión ratificarle su fe y confianza.
La vanguardia aliada bajo el comando inmediato del general Flores ocupaba, como hemos visto, posiciones al sur del Bellaco Sur, escalonada sobre el camino a Paso de Patria. La avanzada era ocupada por el Batallón 7 de línea, de la Brigada XII. Atrás, hallábase la quinta batería brasileña, cubriendo sus flancos los batallones 38 (brigada XVIII), y 21 (brigada XIV). A la izquierda, ya a retaguardia de la batería, estaba el batallón oriental "24 de abril", y atrás los batallones "Florida", "Independencia", y "Libertad", todos del ejército oriental. Al final, venían la batería oriental, el regimiento escolta, y el resto de los batallones de las brigadas brasileñas XII, XIV y XVIII.
A la derecha, frente a la dirección Paso Carreta, protegiendo al grueso del ejército argentino, se hallaban 3 compañías del regimiento "Rosario" (3º división del primer cuerpo del ejército).
LA BATALLA
En la mañana del 2 de mayo tropas del general Flores efectuaron un reconocimiento cruzando el Bellaco Sur; nada anormal advirtieron. Todo el ejército de la tríplice descansaba tranquilo cumpliendo sus tareas de rutina, vivaqueando o sesteando, sin sospechar el golpe que le acechaba. Era mediodía; el sol, desde el cenit, calentaba los pajonales, los esteros, las aguas; por doquier reinaba ese silencio profundo y cargado que precede siempre al dolor y a la muerte.
De súbito el estupor paraliza a los soldados de la alianza: han sonado los primeros tiros, y tras ellos casi en forma instantánea, a pocos centenares de metros surgen los paraguayos como un alud. Nuestras tropas aparecen amagando las posiciones enemigas, por diversos puntos para hacer después efectivo su cruce por los Pasos Cidra, Carreta y Piris. Por nuestra extrema derecha, por Piris, penetra el regimiento de caballería N° 4, el cual tras de cruzar el estero, se adelantaba convergiendo hacia el Este hasta tomar la cabeza de la columna del centro, que había pasado por Cidra y estaba integrada por batallones de infantería y el regimiento de caballería 21. Por Paso Carreta, a nuestra izquierda, avanzaron los regimientos de caballería 7 y 13, los cuales siguiendo rápidamente en dirección al sur, atacaron al ejército argentino. Díaz marchó al frente de la columna del centro (Cidra).
Los regimientos números 4 y 21, vanguardia de nuestro movimiento de la derecha, fueron los primeros en chocar con la vanguardia enemiga "introduciendo en ella el espanto y la confusión". Obligaron a la batería Lahite a abandonar sus piezas que fueron conducidas, arrastradas a la cincha, al cuartel general de Rojas. Esta batería apenas pudo efectuar un disparo; sus artilleros fueron dispersados y el batallón brasileño número 7 que la protegía, volvió cara y se desbandó. A los primeros tiros acude el general Flores quien ordena que se adelanten los batallones números 21 y 38, a fin de detener a la caballería que ya desbordaba la vanguardia aliada. En ese momento la columna paraguaya de infantería, sostenida por el fuego de la artillería de Bruguez, cayó sobre los batallones brasileños números 38 y 21, que se retiraron en medio del mayor desorden y fuertes pérdidas.
"Pero ya hacíase imposible contener la masa atacante, que avanzaba de un modo impetuoso".
A esta altura entran en acción las tropas orientales que formaban con las brasileñas citadas la vanguardia; son envueltas y arrolladas pese al valor de sus jefes; pierden enseguida terreno con grandes bajas. Está totalmente derrotada la vanguardia aliada "al empuje vigoroso de la caballería e infantería paraguayas" que arrollaban y arreaban por delante a cuantos encontraban..." Los restos de los batallones de las brigadas brasileñas XIV y XVIII que acudieron a sostener a las otras unidades son igualmente derrotadas y dispersadas.
El comentarista del Semanario sintetizó así la acción en nuestra ala derecha: "Nuestra resuelta caballería chocó la primera con las masas que encontró a su paso, y con su vigorosa carga introdujo la confusión en la izquierda enemiga, obligando a los que guarnecían los cañones a abandonarlos en nuestro poder, abriéndose luego y sirviendo de alas a la infantería, que con suma intrepidez, cayó también sobre los batallones, completando el desorden iniciado por la caballería y las certeras punterías de nuestros cañones".5
Vayamos ahora a nuestra ala izquierda; por allí avanzaron las tropas (dos regimientos de caballería) cruzando Paso Carreta al mando del teniente coronel Basilio Benítez. Progresando rápidamente en dirección Sur, cayeron sobre la cubertura argentina; trabóse allí una porfiada lucha cuerpo a cuerpo que alcanzó nivel emocionante.
Parte del regimiento argentino de caballería fue arrollado por las tropas paraguayas; la derecha aliada era, pues, "vigorosamente sacudida".
"Magnífico espectáculo -comenta el Semanario- presentaba este costado de la batalla en que desplegó la caballería un arrojo incontrastable, logrando con su irresistible choque destrozar y desbaratar completamente las columnas que encontraron, y arrollando a los derrotados que fueron repuntados como majadas de ovejas, hasta confundirlos con los que eran igualmente arreados en nuestra derecha por la caballería e infantería combinadas, hasta más allá del antiguo campamento de nuestra caballería, dejando a sus espaldas cinco líneas de carpas".6
GRAVE ERROR DE DÍAZ
La acción planeada por el comando en jefe nacional ha alcanzado a esta altura pleno éxito; la vanguardia enemiga había retrocedido con serias pérdidas, abandonado una batería de cuatro piezas con sus carros y municiones. Las unidades de la alianza, dándonos sus espaldas, huían sembrando a su paso el pánico y el terror. Y todo este resultado se consiguió con un mínimo de sacrificio. "Los vivas de nuestros valientes resonaban por todo aquel terreno despejado por su resuelta arremetida, y la bandera nacional ondeaba orgullosa por el campo enemigo".7
Pero la victoria, como el éxito, crea en el hombre peligrosa euforia, y de ella fue víctima ese día el comandante de nuestras tropas; cumplida su misión no le cabía otro camino que hacer alto y retirarse prudentemente buscando la protección de las aguas y pajonales del Bellaco, antes de que el grueso del ejército aliado reaccionase. Es ésta la opinión unánime de los comentaristas; citamos, por ejemplo, la palabra de Thompson: "Si Díaz se hubiera retirado después de vencer la vanguardia y llevado consigo el resto de los cañones tomados, este hecho hubiera sido una espléndida victoria a muy poca costa, pero se propuso seguir adelante y contener al ejército aliado que estaba ya en movimiento y se dirigía a su encuentro. Ignorando completamente la ciencia de la guerra fue inmediatamente flanqueado por el general Mitre que mandaba a los aliados y tuvo que retirarse perdiendo el resto de los cañones que había tomado y un gran número de muertos y heridos".8
EL CONTRATAQUE ALIADO
Fue Osorio el que salvó la situación en el campo aliado, adoptando personalmente rápidas y eficaces medidas. Para contener a los paraguayos en el ala izquierda aliada se puso en movimiento gran parte del ejército imperial. Frenados los paraguayos, y enseguida empujados por fuerzas superiores tuvieron que retroceder y retirarse con prisa buscando la protección del Bellaco. En el ala derecha aliada se movió el ejército argentino; nuestras tropas fueron empujadas con graves pérdidas hasta más allá del Bellaco, que recruzaron por Paso Carreta.
"Seguida nuestra columna por todo el ejército aliado, ni se apresuró más en su retirada, ni temió hacerle frente cuando fue acosada de más cerca con un fuego vivísimo de fusilería y artillería, a que nuestra sufrida y valiente tropa contestaba en retirada, y elegía posiciones para esperarlo a lanza, sable y bayoneta. Entonces no solamente detenía sus gruesas columnas, sino que eran rechazadas a dos y tres cuerdas en desorden, dando así lugar a su serena retirada".
La artillería y algunas coheteras a la congréve atizaban a los perseguidores, abriendo en sus líneas anchos claros.
La reacción aliada se concretó con rapidez implicando seria amenaza de "corralito"; nuestra retirada, al principio cumplida en orden, a medida que nos acercábamos al Bellaco, ante la enérgica presión de tropas descansadas, adquiría tintes sombríos. Díaz pagó con el más alto precio su error; su unidad preferida, aquel batallón número 40 que adoctrinara con tanto cariño sufrió horribles bajas; la flor de la juventud asunceña que lo componía tuvo como mortaja los juncos del Bellaco. ¡Trágico signo! ¡Inmerecido final!
REACCIÓN PARAGUAYA
Una serie de medidas evitan un desastre completo; al acercarse nuestras fuerzas en retirada al Bellaco, el batallón número 1 que se encontraba de reserva apostado, contuvo con su fuego a las unidades imperiales que avanzaban por Paso Piris pretendiendo cortar la retirada de nuestra columna que retrocedía por Paso Cidra.
Aquí la lucha fue muy reñida, pues ambos contendores se disputaban el paso; los nuestros para repasarlo y los enemigos para impedir que lo hiciesen. Grande fue el valor desplegado por nuestros infantes y soldados de caballería para conseguir al fin escapar al cerco que les amenazaba.
Recruzaron los nuestros el Bellaco por sus tres pasos, sintiendo en sus talones la presión enemiga. Pero avanzando los brasileños caen en el mismo error de sus enemigos.
El momento es crítico, pero surge Díaz "siempre intrépido e incansable", al decir de Centurión. Toma de refuerzo el batallón 19 y sin disparar un tiro y en medio del mayor entusiasmo manda calar bayoneta y carga resueltamente, él a la cabeza, a pesar del vivo fuego de la artillería enemiga, dando por resultado "este acto de heroico arrojo" la completa derrota de los batallones enemigos que se ponen en fuga.
Comenta el Semanario:
"El enemigo se vió así terriblemente contrariado en sus planes; pero lleno de rabia por restituir los preciosos trofeos que le hemos arrancado, avanzó con algunos batallones al Bellaco por Cidra y trató de flanquear nuestra infantería y tomar nuestros cañones; entonces la artillería por una hábil maniobra subió sobre una altura, y le presentó sus fuegos de frente, mientras el Coronel Díaz tomando en persona el batallón número 42 del mando del teniente Fernández, con alguna caballería a la orden del comandante Cabral, le salió al encuentro, consiguiendo cortar dos batallones que quedaron en el campo tirando sus armas, y metiéndose en los montes, pidiendo misericordia los pocos que salvaron de la carnicería. A este ejemplo los otros batallones volvieron cara y fueron perseguidos con mucha pérdida hasta el otro lado del estero".10
Eran las seis de la tarde y anochecía sobre aquel escenario donde tan alto brilló el heroísmo de los combatientes. Terminaba la batalla de Estero Bellaco con sus tres etapas: triunfo inicial paraguayo, contraataque aliado triunfante, y final paraguayo exitoso. Más de dos mil muertos paraguayos, brasileños, argentinos y orientales enrojecían con su sangre las aguas del estero.
Los dos comandos celebraron la batalla de Estero Bellaco como una victoria.
VII
DESPUÉS DE BELLACO Y ANTES DE TUYUTY
TRASCENDENCIA DE LA ACCIÓN
La batalla del Bellaco del 2 de mayo, a lo largo de los años, ha sido objeto de los más diversos comentarios. Algunos escritores han centrado su crítica en López, presentando la acción como un sacrificio estéril.
"La causa del mal éxito --escribe Schneider- fue, por tanto, la deficiencia del plan y no la inhabilidad de Díaz, el cual, sin ser experto en el arte de la guerra, no dejó de cumplir con su deber de modo brillante. López y sus consejeros cometieron un error que tuvo inmediato castigo, pese a que sus soldados, en este combate como en los anteriores, se mostraron valientes y disciplinados".1
Centurión, por su parte, le achaca haber dejado a su lugarteniente completamente solo, sin el apoyo necesario para la explotación del éxito, o un retroceso ordenado.2
Otros comentaristas, la mayoría, condenan a Díaz por no haber frenado oportunamente el avance; entre ellos, Beverina, quien afirma que si fue hábil y enérgico en la primera parte del plan, demostró después carecer de capacidad táctica al ordenar la continuación del ataque.3
Uno de sus biógrafos refiérese así a su actuación de aquel día:
"El coronel Díaz no ha podido inaugurar su coronelato más brillantemente. Trabajó con inteligencia y con ponderable valor y sangre fría. Él y su segundo el mayor Jiménez, digno e intrépido jefe, se multiplicaban por todas partes, recorrían, ordenaban, entusiasmaban las filas y hacían con ellos verdaderos milagros. Las balas respetaron a estos héroes; su valor se impuso al plomo enemigo; en balde dirigían sobre ellos sus punterías gruesas columnas enemigas; al coronel Díaz mandaban apuntar; una bala de cañón le llevó su gorra, otras dos más de fusilería cortaron el bosal de su caballo, el mayor Jiménez perdió dos caballos, a uno le llevó la cabeza una bala de cañón, pero él quedó intacto. Estos bravos jefes fueron los Aquiles del combate del 2".
Tanto el boletín del ejército publicado en el campamento del Paso de la Patria el mismo día de la acción, como los comentaristas del Semanario destacaron la actuación de Díaz en la dirección de la batalla.
Marchando al frente de aquellos soldados, fue el 2 de mayo, un héroe más. Esta batalla "asentó su popularidad y su crédito de jefe esforzado entre sus propios compañeros, que admiraron su serenidad y arrojo".5
Al día siguiente de la batalla, el Mariscal prendió en aquel pecho, en el cual latía un poderoso corazón, las insignias de Comendador de la Orden del Mérito.
Después de la batalla de Estero Bellaco, Díaz, que no tenía un puesto fijo, hacía las veces de un inspector de ejército; con actividad y entusiasmo visitaba diariamente las diversas divisiones tanto de las alas como del centro "con el objeto de saber si faltaba algo". Cuenta Centurión que a la sazón era ya depositario de "la mayor simpatía y confianza del Mariscal". Paralelamente se hacía notoria su popularidad dentro de las filas nacionales, y hasta el enemigo pronunciaba con respeto el nombre del protagonista de Corrales y Estero Bellaco.
EL PLAN DE LÓPEZ
La situación al promediar mayo era de tensión y expectativa. El día 20 el ejército aliado cruzó el Bellaco Sur en tres columnas; las tropas paraguayas, después de una breve resistencia, retiráronse en orden más allá del Bellaco Norte, estableciendo sus avanzadillas en el centro de este estero. La vanguardia aliada al mando del general Flores se aproximó en el terreno bajo inmediato al Bellaco Norte; el brasileño a las órdenes del general Osorio se desplegó a la izquierda, y el argentino bajo el comando inmediato de los generales Emilio Mitre, Gelly y Obes y Paunero ocupó el ala derecha.
"Desde Rojas -cuenta el corresponsal del Semanario- éramos testigos de esta operación, y divisábamos sobre la última cuchilla que era nuestro horizonte hacia el Sur, la línea enemiga que aparecía formando una extensa batalla, y frente haciendo flamear orgullosa la bandera de la República nuestra vanguardia".6
Nuestras tropas se hallaban acampadas desde Gómez hasta Rojas, cubriendo con pequeños destacamentos todos los desfiladeros al este hasta Paso Canoa. Nuestra derecha se recostada sobre bosques impenetrables y el carrizal del Potrero Sauce. La línea paraguaya tenía una extraordinaria protección natural formada por el estero, los bosques, la profundidad de los pasos. El avance aliado en cualquiera de los sectores quedaba expuesto a un fuego terrible.
El ejército aliado se desplegó en el campo de Tuyuty, loma o cuchilla poblada de palmeras, extensión relativamente pequeña de 2.500 metros de frente por 3.000 de fondo.7
Frente a frente se hallaban los enemigos. Los aliados al ocupar sus nuevas posiciones no las tenían todas consigo; su ánimo se hallaba preñado de desconfianza y recelo pues ocupaban un terreno desconocido, a corta distancia del enemigo. Todavía sentían sus carnes doloridas por el latigazo del 2 de mayo. Estaban como ciego en terreno extraño. Los días 21, 22 y 23 los dedicaron por eso a activos reconocimientos. Los paraguayos, por su parte, no dormían; trabajaban intensamente en la terminación y ampliación de las trincheras, en especial aquellas que protegían los pasos; Thompson califica de "formidable la posición de los paraguayos". Les amenazaba una gran ofensiva aliada. El Mariscal pensaba esperar el ataque, y una vez desencadenado, lanzar 10.000 soldados sobre la retaguardia adversaria por un camino abierto en el monte y que se mantenía mimetizado.8 Bien dice Natalicio Talavera que cada paso que daba el ejército aliado "le aproximaba al precipicio".9 Este plan hubiese sido sin duda coronado por el éxito; infelizmente el Mariscal, aduciendo que iba a ser atacado por Mitre, cambió de opinión.
El plan del comandante paraguayo, basado sobre la idea de un ataque frontal combinado con un doble movimiento envolvente, fue el siguiente: contra el frente y el ala izquierda de los aliados se lanzarían dos columnas de infantería y caballería. Simultáneamente otras dos columnas más numerosas pasando por los flancos del ejército enemigo caerían sobre su retaguardia, cerrando en un círculo de fuego a las tropas empeñadas en el combate frontal. "La simultaneidad de los diferentes ataques y la sorpresa eran los factores en que el Mariscal López hacia descansar el éxito de la arriesgada operación".10
LOS DISPOSITIVOS
El ejército atacante fue distribuido en la siguiente forma: Derecha: columna al mando de Díaz dividida en dos fracciones: a la derecha la infantería (5 batallones) y a la izquierda, la caballería (2 regimientos) ; Centro: columna del coronel Hilario Marcó (4 batallones de infantería y 2 regimientos de caballería) ; Izquierda: bajo el mando del general Resquín: 2 batallones de infantería con dos coheteras, y a la izquierda (extrema izquierda paraguaya) la caballería fuerte de 8 regimientos; Extrema derecha: bajo el mando del ministro de guerra general Barrios con 6 batallones de infantería, 2 regimientos de caballería, una batería de cañones y cohetes a la congréve.
Un total aproximado de 22.000 soldados (17 batallones de infantería, 16 regimientos de caballería y 2 baterías). La artillería y la reserva, al mando del general Bruguez, se ubicaron en Rojas.
Misión de la columna Díaz era desembocar del monte Sauce por los dos boquerones situados en el ala izquierda del dispositivo enemigo, y caer sobre esa ala, a fin de aislarla, metiendo una cuña entre ella y su retaguardia. Marcó con su arremetida frontal debía amarrar a las unidades del sector evitando que acudiesen en amparo de las tropas atacadas por Díaz. Los dos jefes tenían que tratar de perforar la línea enemiga cortando su ejército en dos.
Resquín tenía que atacar por el flanco izquierdo, rodeándolo para luego caer sobre la retaguardia adversa, yendo a enlazarse con las tropas del general Barrios.
En la extrema derecha del dispositivo paraguayo, al general Barrios le correspondía atravesar el monte del Sauce por la nueva picada abierta, desembocar en el Potrero Piris, y salir por el boquerón sur, a fin de atacar la retaguardia aliada en su extrema izquierda, buscando la unión con el destacamento Resquín.
Veamos ahora el dispositivo aliado. Sector izquierdo (brasileños y orientales). La primera línea estaba ocupada por un regimiento de artillería brasileña (el Nº 1), protegido por dos batallones brasileros y dos orientales; hacia la izquierda la artillería oriental. En segunda línea la 6ª. división y a su izquierda la 3ª. división: Hacia el potrero Piris, la brigada ligera. A retaguardia el resto del ejército imperial. Sector derecha: (argentinos). En este sector bajo el mando del general Mitre, las unidades se hallaban establecidas en cuatro líneas al frente se hallaba emplazada parte de la artillería del 1er. cuerpo de ejército y el batallón Nº 5 de línea que vigilaba el Paso Leguizamón y el Paso Yataity Corá. Más a la derecha se hallaba la caballería correntina al mando del general Hornos. Atrás, las otras unidades del ejército argentino.
El 23 de mayo el comando aliado dispuso que el 24 a las dos de la tarde se efectuase un reconocimiento ofensivo sobre la derecha paraguaya. El ejército aliado contaba con 35.000 soldados.
Al terminar el paso de la picada y desembocar en el Potrero Piris, Barrios tenía que dar aviso a Díaz por chasque y éste disparar un cohete; al ser lanzado, Bruguez, a su vez, debía disparar un cañonazo, señal del ataque general, a iniciarse según el plan al filo de las 9 de la mañana. Pero Barrios por las dificultades de la estrecha picada por la cual marcharon los hombres de su caballería desmontados y llevando sus cabalgaduras de las bridas, o por haber salido recién a la madrugada, sólo pudo llegar al Piris alrededor de mediodía, retrasándose la iniciación de la batalla en más de tres horas. Esta circunstancia resultó fatal.
"Son solemnes los momentos en que va a jugarse la suerte de un Pueblo de tan largos y brillantes antecedentes en algunas pocas horas, lleno de las más vivas impresiones, pero rebosando de fe y de confianza al ser testigos de la decisión de la tropa que unánimemente pedía caer sobre el bárbaro invasor, esperaba que el estruendo del cañón anunciase el exterminio de las atrevidas hordas que vienen a buscar su tumba en nuestro suelo". 11
Este era el sentir de los que anhelantes aguardaban sonase la hora de la gran batalla.
VIII
LA BATALLA DE TUYUTY
"Mi general, ¿recuerdas? como un rayo partiste,
amenazante a la pelea; brillaba en tu mirar de paraguayo,
no sé qué rojo resplandor de tea."
(Fariña Núñez, Al General Díaz)
INÍCIASE LA ACCIÓN
Las 11 y 55 minutos.a Rasga el cielo el cohete de Díaz, y casi al mismo tiempo truena el cañón de Bruguez dando la señal de ataque. Durante unos pocos minutos nuestra artillería vomita el fuego de sus piezas sobre el campo enemigo; pero su cañoneo debe cesar pues ya nuestros soldados haciendo ondear la tricolor se han precipitado al ataque, al grito de "bello y dulce es morir por la patria".1
Batallones, regimientos, escuadrones se precipitan sobre el campo enemigo "como avalancha desprendida de la cúspide de una alta montaña". Casi instantáneamente responde el vasto campo atrincherado de la alianza y se convierte "en un volcán que vomitaba rayos de fuego y densas masas de blancuzco humo que cubrieron en un instante todo el recinto que ocupaba, quedando los combatientes de ambas partes envueltos en una espesa nube, de tal suerte que cada vez que ésta ondulaba y se elevaba a impulso del movimiento atmosférico, se veían muy someramente a los infantes que avanzaban por entre pantanos y malezas, así como los jinetes que, con los morriones echados hacia atrás con un golpe de mano, levantaban los cascos de sus corceles contra las trincheras enemigas para acuchillar a los artilleros..."2
aEl tiempo exacto del disparo fue tomado por el mayor Cunha Matto del Regimiento uno de Artillería brasileña.
LA DERECHA: DIAZ
Avanzando con su infantería por el boquerón de Isla Carapá mientras que su caballería lo hacía por el de Punta Ñaró, y sin disparar un tiro, cayó sobre las unidades orientales que ocupaban el ala izquierda de la primera línea. Atacó con la energía y entusiasmo de siempre pero la artillería brasileña y la oriental le causaron grandes estragos desde que salió del monte pues tenía que cruzar un estero antes de alcanzar las posiciones enemigas. En este momento la situación para los aliados, según Beverina, era extremadamente crítica, porque si el destacamento Díaz lograba desplegar toda su infantería hacia el este, había de tomar de revés toda la primera línea, facilitando la acción de la columna Marcó. 3 Pero la escasa amplitud de terreno, limitado por dos bañados por el cual avanzaba con los suyos impidió a Díaz desplegar su infantería, y tuvo que empeñarla progresivamente a medida que iban saliendo a campo libre.
Imposibilitado pues de hacer entrar en línea a su infantería en la dirección en que progresaron sus primeras unidades, hizo doblar hacia el Sur el resto de la misma, por el espacio libre entre el monte y el bañado, haciéndola efectuar después una conversión hacia el Este y continuar en amplio frente a través del bañado. Mas en el movimiento viéronse entorpecidos por el agua que les alcanzaba hasta la cintura y por los altos y tupidos pajonales; los soldados paraguayos sólo pudieron avanzar con gran lentitud dando tiempo al enemigo para organizar y desplegar sus defensas.4
Pero ni los obstáculos del terreno ni el fuego de que era objeto le desanimaron; tres veces llega en su avance con sus tropas hasta el atrincheramiento enemigo; tres veces fue rechazado, y tres veces reorganizó sus huestes para volver al ataque. "El soldado paraguayo presentaba sus pechos a las balas, y su valor y entereza suplieron todas las desventajas con que tenían que luchar cargando con resolución, desgranando a los atrincherados y obligándolos a abandonar en nuestro poder una parte considerable de sus baterías, su campamento, sus tristes, armas y caballeros."5
EL CENTRO: MARCÓ
A poco de que Díaz empezara el combate apareció la columna Marcó que cruzó el estero en Paso Gómez. La encabezaba la caballería; ésta formaba en línea por escuadrones a medida que salía al terreno libre dirigiéndose a aire vivo en dirección a la batería oriental encontrando el camino libre, porque el batallón brasileño Nº 41 de Voluntarios que estaba de avanzada hacia Paso Gómez se retiró al pronunciarse el ataque de Díaz.
Desgraciadamente, la caballería de Marcó en vez de atacar la artillería oriental por donde habría indefectiblemente roto el frente, giró hacia la derecha y se dirigió sobre la artillería brasileña que ocupaba un reducto imbatible. La artillería brasileña resguardada tras parapeto y foso hacía fuego incesante en forma oblicua sobre la caballería de Díaz, y de frente a la caballería de Marcó.
En olas no interrumpidas se sucedieron los escuadrones de Marcó los cuales sin atemorizarse por el fuego de la metralla que abría "claros pavorosos" en sus filas, se arrojaron sobre la artillería brasileña, al parecer su único objetivo de ataque. Inútiles resultan las cargas sucesivas de la caballería paraguaya; los escuadrones repelidos se retiran hacia o Yatayty Corá, o desplegándose hacia la izquierda buscan mejor suerte atacando en la derecha aliada a la artillería argentina que carece de obras de fortificación.6
El ataque paraguayo era contenido dificultosamente y la situación tornábase grave para los aliados. Fue la decisión y sangre fría de Osorio la que los salvó del trance: reconociendo la gravedad de la situación creada por el ataque paraguayo movilizó rápidamente todas las reservas de su ejército y las hizo marchar apresuradamente en amparo de las unidades más comprometidas.7
Sintetizando podemos decir que pese al heroísmo de las tropas paraguayas y al valor de sus conductores, Díaz y Marcó fracasaron en su tentativa de perforar el dispositivo aliado.
LA IZQUIERDA: RESQUÍN
Sigamos ahora la marcha del cuerpo acaudillado por el general Resquín. Casi al mismo tiempo que se empeñaba la acción en el centro, varios regimientos de caballería de la columna Resquín, después de hacer un rodeo por la derecha aliada, atacaron de sorpresa a la caballería correntina y la dispersaron. La caballería comandada por el general Hornos inició la resistencia pero no pudo resistir a la masa atacante; acudió entonces en su protección la 2da. división "Buenos Aires". Centurión relata así el movimiento de Resquín: sobre la izquierda paraguaya, la caballería de Resquín hizo prodigios de arrojo y valor arrollando cuanto encontró adelante; sus regimientos divididos en dos columnas avanzaron por la izquierda y derecha de Yatity-Corá, atravesaron el estero, arrollaron y acuchillaron las primeras unidades argentinas que se pusieron en fuga.
Los otros regimientos que avanzaron directamente por Yatayty-Corá a pesar de sus enormes bajas cayeron sobre la línea enemiga "con un arrojo sin ejemplo", pero fueron hechos pedazos. La reserva de Resquín dió vuelta por la derecha del palmar pero fue rechazada por fuerzas superiores que le hicieron frente.
Resquín no pudo cumplir su objetivo que era el de desbordar el ala argentina para buscar el enlace con Barrios; se empeñó en una batalla frontal que se convirtió en una carnicería.
Sólo a un jefe, el mayor Olavarrieta, y a sus soldados, les cupo la gloria de cerrar simbólicamente el cerco proyectado; desde las columnas de Resquín cruzó toda la retaguardia peleando entre las filas enemigas hasta alcanzar el punto donde debía estar Barrios; como éste ya se había retirado atravesó luchando las líneas brasileñas hasta alcanzar el Potrero Sauce, casi solo y malherido.
LA EXTREMA DERECHA: BARRIOS
Consagremos nuestra atención a la columna de la extrema derecha encabezada por el general Barrios. Lo estrecho de la picada hizo -como hemos visto- lenta y peligrosa la marcha de esta columna; en consecuencia, ella llegó con atraso a la desembocadura en el Potrero Piris, donde tuvo que hacer su formación a la vista de las fracciones de seguridad del enemigo; las tropas de Barrios sólo pudieron empeñarse a medida que salían el Potrero; sin dar el empujón en masa y por sorpresa que preveía el plan general. La aparición de las tropas paraguayas en el Piris en el mismo instante que el intenso fuego anunciaba la lucha en otros sectores puso en alarma al batallón uno de Voluntarios y a la brigada ligera, acudiendo además enseguida el batallón Nº 24. La acción de estas tropas no consiguió detener la masa de Barrios que cargaba por el centro con su infantería y por las alas con la caballería despejando todo el Potrero Piris y avanzando enérgicamente hacia los boquerones, que dan acceso a la cuchilla de Tuyuty.
Cuatro escuadrones de caballería y la 2da. división de infantería fueron destacados por Osorio para contener a Barrios. Reñida fue la lucha en este sector; varias veces las tropas paraguayas hicieron retroceder a las imperiales; y varias veces éstas contraatacaron empujando nuevamente a sus enemigos hasta el centro del Potrero Piris. A medida que se desarrollaba la batalla era mayor el número de unidades brasileñas que acudían en sostén de sus compañeros, lo cual resultó decisivo para evitar que Barrios lograse el objetivo fijádole.9
LA ÚLTIMA MISIÓN DE DIAZ
La batalla tenía ya una duración de cinco horas y se desarrollaba en un extenso frente; el fuego era incesante y en muchos sectores los combatientes se trenzaban luchando con sables y bayonetas. La acción había sido singularmente encarnizada; la caballería paraguaya que llevó la parte más dura en las arremetidas fui diezmada por la metralla y la fusilería. La infantería de Díaz tuvo también serias pérdidas en su empeño de alcanzar las posiciones enemigas avanzando en un terreno desfavorable. Anota Beverina que Díaz a pesar de sus pérdidas no renunció a continuar combatiendo hasta el sacrificio del último hombre; tras breves pausas su infantería se lanzaba de nuevo a través del pantano en procura de la línea aliada hasta que tuvo que renunciar a tan infructuoso como sangriento ataque.
En la derecha aliada la segunda parte de la batalla se libró sin mayor alternativa. Las tropas argentinas oportunamente apoyadas por nuevos refuerzos contuvieron la columna Resquín, que contra las instrucciones recibidas fue a embestirse contra el enemigo, sin cumplir la misión de envolvimiento. A media tarde las tropas de Resquín volvieron a pasar el Estero sin sufrir mayor persecución.
A las cuatro y media de la tarde cesaba el fuego en toda la línea, replegándose las fuerzas paraguayas a sus posiciones.
Había finalizado la batalla. Mas a Díaz le quedaba todavía otra misión difícil y sagrada que cumplir. En la víspera del combate el Mariscal le había expresado que iba a ocupar el puesto de mayor responsabilidad pues "de él dependía la vuelta del general Barrios, que atacaba por Piris y que podía quedar interceptado por el enemigo, si éste llegase a apoderarse del Potrero Sauce que él ocupada".
Díaz le contestó: "Esté seguro V. E. que mientras yo exista los cambá no llegarán a quebrantar el puesto que se me confía".10
En efecto grave amenaza se cernía sobre la columna Barrios que en aquel atardecer sombrío se retiraba por la picada. Si los brasileños avanzaban por el Potrero Sauce -vía que les quedaba libre por la derrota y retirada de la columna Díaz- podían cortarle la retirada.
Pero Díaz no faltó a la confianza de su jefe: "Cumplió tan estrictamente su palabra empeñada, que haciendo prodigios de valor, llegó a sostener aquel puesto con sólo 50 hombres que le quedaban y los heridos que recogió, y que sentados hacían fuego sobre el enemigo, que en número de seis batallones se les acercaban no atreviéndose a caer sobre ellos por el respeto que había sabido imponer en aquel día a sus viles competidores''.11
Centurión completa el relato de la hazaña contando que Díaz se comprometió a garantizar la vuelta del general Barrios; con ese fin cuando ya no le quedaba tropa para continuar la lucha se retiró a la orilla del monte con un resto de su gente y el personal de la banda para-í; a punto de ser atacado por un batallón brasilero que iba en su persecución, tuvo la feliz ocurrencia de hacer tocar con la banda un aire muy entusiasta mientras sus soldados prorrumpían en ¡vivas! Los brasileños suponiendo que allí habían muchas tropas suspendieron su avance; ello dió tiempo al general Barrios para retirarse con su división.12
"24 de mayo -dice Centurión- fue un terrible fracaso para nuestras armas, y puede decirse que fue la tumba del más hermoso y denodado ejército que tenía la Nación a su servicio." Nuestras bajas fueron simplemente terribles: siete mil muertos y cinco mil heridos.
En Tuyuty confirmó ampliamente el valor temerario del cual hiciera gala en Estero Bellaco; desafió allí la muerte con ánimo sereno mezclándose entre sus combatientes, entre sus soldados de rojas chaquetas; atacó y retrocedió peleando en primera línea, blandiendo de pronto la espada o atravesando con la bayoneta el pecho de algún enemigo.
"Nadie creía que el coronel Díaz se salvase entonces; pero la Providencia lo ha protegido, y salió otra vez ileso de aquella memorable batalla, de donde trajo por toda señal un roce de bala en la mano, y un taco de sus botas menos que un proyectil le había arrancado. Ese día demostró el coronel Díaz todo lo que era y la narración de aquella memorable batalla, no puede hacerse sin poner en lugar preferente su nombre esclarecido."13
Era noche entrada ya cuando en la casa del general Bruguez en Paso Rojas se reunieron el Mariscal y sus principales colaboradores, Barrios, Bruguez, Wisner de Morgenstern. Más tarde, llegó Díaz a dar su parte, que terminó con esta frase:
Áipebú los cambape, pero namboguyi. a
El Mariscal le expresó:
- Habéis cumplido, general, el compromiso de garantir la vuelta del general Barrios, que dependía de vos para no ser cortado; habéis desplegado hoy actos de energía nunca vistos, reorganizando vuestra gente bajo el fuego del enemigo tres veces.14
Al día siguiente, 25 de mayo, los coroneles Bruguez y Díaz, fueron ascendidos a generales, mereciendo esta distinción "manifestaciones entusiastas" de todo el ejército.
Comentó el Semanario: "Estos valerosos y esforzados militares que han dado pruebas de patriotismo como de inteligencia en los sucesos de la presente guerra, han recibido el premio que les corresponde con el ascenso al primer grado de los oficiales generales del ejército de la República"
Díaz llegaba así en plena juventud al más alto grado del escalafón, después de una breve carrera. Y era merecido aquel lauro que recibía, pues en Tuyuty demostró sus condiciones de jefe y su valor de combatiente, y nunca, como afirmó un testigo, podrá hacerse la narración de aquella memorable batalla sin poner en lugar preferente su nombre.18
aHice roncha a los negros, pero no les levanté el cuero.
XII
VENCEDOR DE CURUPAITY
"Mi general, recuerdas?
En dos horas diste preclaro fin a la jornada
tales eran las huestes vencedoras
y tal el férreo temple de tu espada.
(Fariña Núñez)
GRAVE AMENAZA
Después de la conferencia de Yataity-Corá, los dos bandos reiniciaron sus actividades, los aliados aprestándose para el asalto a Curupaity, donde esperaban -entusiasmados por el éxito de Curuzú -cosechar harta y fácil gloria; los paraguayos trabajando febrilmente la trinchera en cuya solidez fincaban sus esperanzas.
A López no escapaba el peligro que le amenazaba en su flanco derecho "Las cosas no pueden tener un aspecto más diabólico", declaró a sus íntimos. Y así era realmente pues su ala derecha inmune a cualquier acción iniciada desde Tuyuty, era vulnerable y estaba a merced de un ataque de tropas desembarcadas en la costa del río Paraguay.
Felizmente el Mariscal conocía perfectamente la zona, pues durante siete años -1855-1862- pasó largas temporadas en Humaitá. Esta circunstancia y los oportunos consejos de Díaz y de Thompson le llevaron a adoptar medidas tan rápidas como eficaces; dispuso la apertura de una trinchera de 2.000 metros de extensión y reforzó las fuerzas de Díaz dándole un efectivo total de 5.000 soldados y mandándole más artillería.1
Mientras tanto en el campo enemigo se había producido una seria discrepancia: por un lado Porto Alegre y Tamandaré, por el otro, Mitre y Polidoro. Los primeros pedían refuerzos para marchar sobre Curupaity, pero el comandante en jefe del ejército no estaba dispuesto a que los laureles de Curupaity fuesen recogidos con exclusividad por Porto Alegre; vislumbró una oportunidad propicia y convirtió la operación del flanco del río, hasta entonces considerada como secundaria, en principal. Se resolvió así formar un ejército de 20.000 hombres que bajo el comando del propio Mitre atacaría, con la cooperación de la escuadra, Curupaity, tratando de cortar el camino de la costa y amenazar la retaguardia del sistema defensivo paraguayo. En Tuyuty quedarían otros 20.000 hombres. Flores con la caballería debía por el flanco derecho aliado intentar envolver el ala izquierda paraguaya.
Para completar el efectivo de 20.000 soldados previstos para el ataque a Curupaity, Mitre se trasladó a Curuzú con 8.000 soldados.
Hondas divergencias afloraron en el alto mando aliado como consecuencia del plan; Porto Alegre y Tamandaré consideraban al presidente argentino intruso en ese sector. Los dos bandos disputábanse empeñosamente la gloria cierta de Curupaity que creían tocar ya con sus manos, sin sospechar que marchaban derechamente al fracaso y a la ruina.
El traslado de las tropas aliadas desde el campamento de Tuyuty por tierra y agua hasta Curuzú se inició el 11 de setiembre. El ataque debía llevarse a cabo el 17; ese día se desencadenó un temporal y Tamandaré opinó que la escuadra no podía llenar el objetivo del plan, postergándose a su pedido la ofensiva. La lluvia prosiguió los días 18, 19 y 20. Esta postergación resultó providencial para el ejército paraguayo. En la tarde del 20, tras gigantesca tarea cumplida día y noche quedaba terminada la trinchera a la cual el destino reservaba el título de "tumba del heroísmo aliado". Al mediodía del 21, el general informó a López que "las trincheras estaban listas para recibir al enemigo", y éste ordenó que Thompson pasase a efectuar una inspección final. A su vuelta el comisionado expresó: "la posición es fuertísima y puede ser defendida con ventaja".2
A las 6 de la tarde llegó Díaz "muy alegre" a Paso Pucú, y ratificó con estas palabras la opinión de Thompson:
- Si todo el ejército aliado me trae el ataque, todo el ejército aliado quedará sepultado al pie de las trincheras.
Tal era su confianza en el desarrollo de la acción. El Mariscal que se hallaba indispuesto "abandonó la tristeza"; se sintió reanimado, y lleno de optimismo esperó al enemigo con la casi seguridad de conseguir un gran triunfo.3
LA POSICIÓN PARAGUAYA
En verdad la posición era formidable. Dejemos su descripción a Centurión:
"El foso tenía dos varas de profundidad y cuatro de ancho, y en toda su extensión se había colocado un ligero abattis formado de árboles con las ramas para fuera y los troncos hacia adentro. La línea tenía ángulos salientes y estaba artillada por 49 piezas de posición, 13 de estas estaban colocadas sobre el río y las demás en la nueva trinchera. Entre ellas había 8 piezas de a 68, de las que dos estaban colocadas para defender el frente por tierra, y 4 exclusivamente sobre el río para hostilizar a las corazas, y las otras dos sobre el flanco derecho, o sea en el mismo ángulo, de manera a barrer igualmente su frente por tierra y por el río, haciéndolas girar un poco de uno a otro lado".4
El Semanario, decía: "Curupayty es de hoy en adelante sinónimo de la más brillante gloria de la República, su posición es ventajosa por la naturaleza, y está perfeccionada por el arte de la defensa. La trinchera arranca su línea por la derecha de la batería que defiende el paso del río, y siguiendo una meceta diseñada en el terreno, apoya su izquierda en un lago denominado "Laguna Méndez", después de formar una especie de arco ligeramente tendido, que permite cruzar los fuegos de la artillería sobre el enemigo que avanza por un terreno cortado por zanjas y cubiertos de malezas y montículos que estorban a la escuadra la vista de nuestra línea".5
Anota Beverina:
"La posición paraguaya en el frente terrestre, aquí descrita, era sencillamente formidable, dada la forma cómo estaba organizada y debido también a los obstáculos naturales y artificiales en el frente y sus flancos. Sólo el sector de la derecha, en la parte inmediata al río Paraguay, podía considerarse algo débil, a causa del monte de la costa, que permitía la aproximación del enemigo a cubierto, hasta pequeña distancia. Pero este inconveniente fue subsanado con el gran saliente que habíase dado a la trinchera avanzada y con la colocación de las piezas de artillería más poderosas en esa parte de la trinchera principal. Más si la existencia del monte en ese lado de la posición era una desventaja para la defensa en el frente terrestre, constituía, en cambio, un elemento muy favorable para ocultar las obras a la escuadra enemiga, si pretendía bombardear la posición desde aguas abajo de Curupaity".6
"No menos eficaces eran las defensas paraguayas en el frente fluvial, no tanto por la extensión e importancia de las obras realizadas en ese sector, cuanto por la gran altura de la barranca sobre el nivel del río, por la poderosa artillería emplazada y por lo angosto del canal del río, que obligaba a los buques enemigos a aproximarse peligrosamente de la posición, sin contar con la estacada y los torpedos con que había sido cerrada la parte navegable".7
La fuerza de Curupaity estaba integrada por las tres armas: 7 batallones de infantería bajo la dirección del comandante Luis González; 3 regimientos de caballería al mando del capitán Bernardino Caballero; 2 baterías de artillería. Díaz era el comandante en jefe.
El ejército aliado de ataque estaba compuesto de 20.000 soldados; 10.500 brasileros al mando de Porto Alegre, 9.500 argentinos al de Mitre; ambas agrupaciones tenían importante artillería.
BOMBARDEO DE LA ESCUADRA
Llegó al fin el día esperado. La acción debía comenzar con el bombardeo de la escuadra y de la artillería de tierra hasta demoler la fortificación. Tamandaré que nunca dejaba de fanfarronear había declarado con énfasis:
-In duas horas descangaillare tudo iso.
La escuadra rompió a las 7 y media un violentísimo fuego que prosiguió durante toda la mañana.
Cerca de mediodía desde a bordo del "Beberibe" se hizo la señal convenida con el ejército para iniciación del ataque; dos acorazados remontaron el río Paraguay pasando Curupaity para bombardear desde la retaguardia la posición.
Mitre, para el ataque, dividió las fuerzas aliadas en cuatro grandes columnas: Primera columna brasileña, al mando del coronel Caldás: II y III brigadas con un total de 7 batallones de infantería; VII brigada de caballería desmontada. Segunda Columna: también brasileña, al mando del brigadier Carvalho: I brigada con 3 batallones de infantería; IV brigada de caballería desmontada; brigada auxiliar, reserva general, y VII brigada de caballería desmontada y brigada ligera. Artillería de las columnas: 8 piezas rayadas, 4 coheteras y 2 cañones obuses. Tercera columna: argentina, mandada por el coronel Rivas, 4 divisiones de infantería y la reserva general, unidades todas del I C. E. Cuarta columna: argentina, bajo el comando del coronel Mateo Martínez. De reserva la 1ra. división "Buenos Aires". Artillería: dos baterías argentinas.
El plan de Mitre era atacar por el centro con las dos columnas interiores y sumergir las alas con las dos columnas extremas. Estas marcharían para forzar los flancos de la línea enemiga, de las cuales, la derecha se apoyaba en el río Paraguay y la izquierda en Laguna Méndez.
COMIENZA EL ATAQUE
A mediodía "rasgó el aire el toque de los clarines"; tocaron las bandas; las tropas aliadas se presentaron como para un desfile, bien uniformadas, sus jefes y oficiales con tenida gala, muchos de ellos, enguantados.
Apenas hacen su aparición en el espacio libre estallan sucesivamente nuestras baterías de derecha a izquierda "con fragor espantoso que hacía temblar la tierra y conmover la atmósfera".
La tropa aliada prorrumpe en un alarido salvaje y avanza indómita, alcanzando y ocupando la trinchera secundaria "pero de allí en adelante las bombas, las balas rasas y metrallas que vomitaban sin cesar los cañones de nuestra posición, abrían sendos claros en sus columnas, cayendo al suelo por compañías enteras como juguetes de plomo; se veían saltar por los aires en revuelta confusión, hombres hechos pedazos, armas, faginas y escaleras de que iban provistas para el asalto, y telones de charcos de agua mezclada de sangre que hacían levantar los proyectiles como trombas a grandes alturas. Sin embargo; continuaban su marcha las columnas hasta llegar destrozadas cerca de nuestra trinchera principal, que parecía advertirles: habéis llegado al término a donde podéis llegar, de aquí no pasaréis. ¡Non plus ultra! Allí caían al borde del foso y algunos dentro de éste, víctimas de los fuegos cruzados de nuestros cañones y de las descargas certeras de los fusiles de chispa de la infantería colocada tras de los parapetos. Algunos jefes argentinos de la columna del centro, montados en briosos corceles, llegaron hasta casi el borde de los fosos, donde permanecieron animando a sus tropas; pero casi todos perecieron".
¡Qué espectáculo! ¡Era horriblemente bello e interesante!".
El corresponsal del Semanario, comenta:
"Cuando entraron bajo el fuego de los cañones servidos con prontitud e inteligencia, cruzando proyectiles sobre los acometedores, su efecto fue espantoso".
"Los argentinos avanzaron por el centro y los brasileños por la derecha, buscando el apoyo de sus buques. Los batallones que trajeron la primera carga fueron completamente desechos, y repitieron el ataque por segunda y tercera vez con bastante tenacidad, pero la influencia de nuestros cañones que repartían piña y metralla con el mortífero y activo fuego de nuestros bravos infantes, que fusilaban a cuantos tenían a su alcance, impusieron a los invasores, haciendo en el campo, y muy especialmente en la aproximación de los fosos, una carnicería horrible".9
Fijémonos ahora en la marcha de las columnas; las dos centrales, que según el plan, tenían que efectuar el ataque principal, avanzaron sobre el objetivo determinado; la segunda, después de desplegarse se dirigió sobre el centro de la fortificación. La tercera avanzó al trote con dirección paralela a la segunda. Estas dos columnas que avanzaron adelantadas fueron objeto de un fuego intensísimo.
Las dos columnas extremas (primera y cuarta) siguieron a las del centro en su movimiento.
Vimos cómo se había tomado la trinchera secundaria. Con grandes dificultades, por falta de zapadores, las dos columnas del centro, lograron salvar el foso y parapeto de la misma, y reorganizadas se lanzaron al asalto de la posición principal. "Cada soldado traía un haz de junco o de madera, palos largos, y escaleras, otros destinados a terraplenar y asaltar la trinchera, pero no tuvieron tiempo de colocar sus aparatos, que quedaron todos al lado de sus cadáveres. En el centro llegaron a depositar dos haces en los fosos de nuestra trinchera, mientras que el ala derecha alcanzaron a echarse en los fosos hasta cinco individuos".10
Pero surgió un obstáculo más grave, la segunda columna se vió detenida por las aguas de una laguna y por una línea de abatises que emergían de una angosta faja de tierra firme. Este obstáculo infranqueable la obligó a desplazarse hacia la izquierda buscando terreno más adecuado para seguir adelante. Esta marcha de flanco efectuada a corta distancia de la trinchera enemiga y bajo el fuego concentrado de los cañones y los fusiles de sus defensores causó enormes pérdidas a la segunda columna.11
La tercera columna tampoco tuvo mejor suerte; después de franquear la trinchera secundaria, y debido a sus bajas pidió refuerzos.
"En la derecha se sostuvieron más tiempo con el apoyo de la Escuadra y refugiándose en la montaña de aquel frente, pero nuestros proyectiles los persiguieron, y los cañones que servían sobre aquel costado haciendo un fuego activo y certero, dejó casi por completo en el campo las columnas que allí avanzaron. Un baradero que conduce a la trinchera, por aquel costado, quedó completamente obstruido por montones de cuerpos mutilados".12
LA DERROTA
"Pero -dice Beverina- era humanamente imposible vencer, bajo el horrendo fuego enemigo, la "inabordable" barrera de la línea de abaties, "que se componía de gruesos árboles espinosos, enterrados por los troncos, y que en más de treinta varas obstruían el acceso de la trinchera, donde fueron diezmadas por el fuego de la infantería paraguaya".
Haciendo un estéril alarde de valor y de desprecio del peligro, las dos columnas centrales se sostuvieron algún tiempo al pie de la posición enemiga, esforzándose vanamente por entrar en ella".13
Cuando esto sucedía en el centro la primera columna (de la izquierda) se estrellaba contra la extremidad derecha de la posición fortificada; sufrió un fuerte fuego, serias pérdidas y tuvo que retirarse.
Por último, la cuarta columna (extrema derecha) que debía tratar de flanquear el ala izquierda de la posición enemiga, no pudo pese a su tenacidad, vencer el borde de la laguna y la línea de abatises que cerraban paso hacia la fortificación principal.
La batalla implicaba terribles sacrificios a las fuerza aliadas, y ni un solo brasileño o argentino había llegado a la trinchera; las perspectivas de éxito eran nulas, pues la fortificación resultaba inexpugnable. Insistir en el ataque era llevar al matadero el resto de las unidades. Fue entonces que Mitre dió la orden de retirada. Eran las cuatro de la tarde.
"Para las cuatro de la tarde el enemigo fue completamente rechazado en toda la línea, sin salvarse de los numerosos batallones que trajeron el ataque, sino los heridos que se arrastraban, y algunos centenares de dispersos que a su retirada eran todavía diezmados. En su consecuencia, no es impropio decir de que todas las fuerzas enemigas que atacaron la trinchera, fueron totalmente destrozadas.
"Los encorazados que habían subido arriba de las baterías, tan luego como sintieron el rechazo de las fuerzas de tierra, siguieron el movimiento retrógrado".
"Toda la extensión del campo de batalla estaba lleno de cadáveres, no habiéndose visto en la presente guerra una mortandad igual. No es exagerado el cálculo que se hace de que alcancen de seis a ocho mil hombres. Solamente en el frente de los valientes batallones 27 y 9, que estaban en la trinchera del centro y que se portaron bizarrísimamente, se han contado más de mil cuerpos.
"Es horroroso el espectáculo que presenta el teatro de aquel sangriento drama, en que se ve pintado el mortal y terrible descalabro que la alianza acaba de sufrir. Sangre, cadáveres a montones, cuerpos mutilados, fusiles, lanzas y sables repartidos en desorden y en que se ven los estragos de nuestros proyectiles, es el cuadro luctuoso que deja el invasor en su esfuerzo feroz e impotente de domeñar la serviz de un País libre".14
Los aliados perdieron cinco mil hombres; los paraguayos un centenar.
SU VALOR HECHIZABA
Durante el combate, Díaz se mantuvo de pie detrás de la batería que mandaba el capitán Ortiz. "Despreciando el peligro y con la sangre fría que le es peculiar..." atendía toda la línea de trincheras y daba sus órdenes; las balas llovían a su alrededor y hubo momento en que no pudo escribir un telegrama para el cuartel general porque la arena que levantaban los proyectiles cubrían el papel15 El capellán Policarpo Valdovinos que estuvo durante el combate a su lado declaró que su valor y su decisión en la jornada hechizaban."
Cuando el enemigo se pronunció en retirada, montó a caballo y recorrió la posición echando vivas y mandando tocar dianas con la banda, los tambores y las cornetas. El entusiasmo era indescriptible.
Él quiso perseguir al enemigo con su caballería, pero el Mariscal se lo prohibió terminantemente.17
Durante la batalla, el Mariscal permaneció en su cuartel de Paso Pucú recibiendo informes en forma constante mediante el telégrafo y los partes verbales de sus ayudantes. Según un testigo, con la victoria "gozó tal vez por única vez, una de las más puras satisfacciones".18
"El general Díaz -anota el corresponsal del Semanario- a cuya inteligencia y valor estaba recomendada la defensa inmediata del puesto, se ha cubierto de inextinguible lauro".19
A la noche se presentó en Paso Pucú, a dar personalmente su parte. López le ofreció una comida a la cual asistieron madame Lynch, el Obispo Palacios, los generales Barrios y Resquín y muchas otras personalidades civiles y militares. A la hora del champagne, el anfitrión felicitó al vencedor con términos adecuados, y terminó su brindis con estas palabras
- Vuestro nombre, general, vivirá eternamente en el corazón de vuestros conciudadanos. Habéis merecido este día el bien de la patria. 20
XIII
HERIDO DE MUERTE
ALCANCE DE SU TRIUNFO
Curupaity tuvo trascendencia enorme: en el orden militar paralizó al ejército de la alianza que demoró un año largo en recobrar el ánimo y reiniciar su actividad; en lo político, provocó en primer término un hondo clamor pacifista en la Argentina y la explosión en este país de la guerra civil. Se alzaron en armas Cuyo y el Norte Argentino; tambaleó el gobierno federal y Mitre abandonó el campo de operaciones y marchó apresuradamente a su patria, al frente de una división para enfrentar a los rebeldes. En segundo término abrió profunda disidencia entre los dos aliados, disidencia que se iría ahondando con el tiempo. Como consecuencia de la derrota, los jerarcas de la alianza, Mitre, Porto Alegre, Tamandaré, Polidoro, sufrieron duras campañas de la prensa en Buenos Aires, Río de Janeiro y Montevideo.
Mitre, en particular, como autor del plan y responsable de su ejecución, soportó una crítica acerba. Tamandaré, por su parte, fue blanco de iguales o más duros ataques; se ridiculizó su jactanciosa promesa de descangallar Curupaity en dos horas, cuando en realidad el bombardeo de la escuadra sólo dejó en la fortificación ligeros rasguños. Porto Alegre, Polidoro, Flores, también recibieron su cuota de cargos y denuestos.
"Sabemos y estamos palpando -dijo el comentarista del Semanario- los grandes resultados que nos ha traído aquel espléndido y cabal triunfo para encarecerlo aún en este punto biográfico del laureado guerrero que arrancó entonces la más lozana palma sobre las orgullosas huestes, a quienes ha sabido imponer su denuedo y su inteligencia. Nunca puede nombrarse Curupayti, sin que venga a la memoria la figura esclarecida del general Díaz. El enemigo lo conocía y le temblaba, y en cualquier parte donde lo veían no perdían ocasión de tirarlo".1
En nada varió la vida y la conducta del artífice de aquella victoria de resonancia continental; siguió siendo el mismo hombre de siempre: modesto, correcto, sencillo, trabajador. Los laureles no le envanecieron; siguió viviendo la vida de soldado, y despreciando la muerte y el peligro como en las primeras jornadas de la campaña.
Se mantuvo en Curupaity, en el lugar de siempre, bajo el peligroso fuego de los cañones de la escuadra que tiraban con saña y constancia a ese blanco. Era como si desafiase siempre con menosprecio a los que tan duramente castigara. Noche y día las balas de los acorazados removían la tierra alrededor de su casa, que en una ocasión llegaron a incendiar "pero ni con esto, ni con las amonestaciones amistosas de sus amigos quiso él buscar un lugar más abrigado de la vista del enemigo.2
Cuando arreciaba el bombardeo, declaraba a sus soldados que no había nada que temer porque no eran sino bostezos inofensivos de los brasileños; la pólvora que arrojaban iba perdiendo su fuerza, circunstancia que le hacía esperar poder encender en breve su cigarro en su mal ardida mecha al pasar al alcance de su mano. Y para probar a los suyos su desdén por el bombardeo, montaba su caballo y galopaba por el atrincheramiento dirigiendo a las tropas "palabras de aliento para avivar su espíritu y enardecer su valor y patriotismo".3
ULTIMAS ACTIVIDADES
Poco después de la victoria intervino en la liberación del padre Fidel Maíz, preso desde fines de 1862: El Mariscal ordenó a Maíz que fuese a saludar a Díaz, y éste, después de recordarle que siendo ayudante del Jefe de Policía, lo habla hecho engrillar, le dijo:
- Ahora tengo el gusto de anunciarle que va a obtener su libertad; pero condúzcase con mucho cuidado.
Y tras de algunas palabras afectuosas, concluyó, señalándole el campamento de Curuzú:
- Todavía tenemos muchos brasileños que sacudir.
Cuenta el padre Maíz que López ya había adelantado al general la noticia de que iba a darle la libertad.
"Aquellos dos hombres -dice- se comunicaban íntimamente; el primero era el ídolo del segundo, y el segundo era el brazo derecho del primero. Eran dos personalidades que se complementaban, formando una unidad de sentimientos, una homogeneidad de palpitaciones patrióticas contra los enemigos de la causa nacional. Ambos eran, dígase lo que se quiera, valientes, impertérritos, genios de la guerra, idólatras de su patria"
Durante los últimos meses del año 1866, siguió trabajando intensamente desde el comando del sector confiado a su dirección. A mediados de octubre, por indicación del Mariscal, mandó levantar una trinchera avanzada, a fin de hostilizar mejor el campamento de Curuzú. Pero Porto Alegre, comprendiendo que la instalación de una batería en su frente, apeligraría su posición, envió varios batallones contra los paraguayos, que fueron desalojados.5
En forma constante ordenaba que la artillería bombardease la línea enemiga; en la madrugada del 24 se efectuó uno de los más serios, provocando gran alarma en los dos ejércitos. A las dos y media de la madrugada fue cañoneado el campamento de Curuzú. El bombardeo fue corriendo por la línea hasta la extrema izquierda de Yataity-Corá, donde se dispararon cohetes a la congréve.6
En esa misma época, firmó junto con los generales Barrios, Resquín y Bruguez, una nota dirigida a López, pidiendo que al álbum obsequiádole por la sociedad paraguaya, se le agregasen unas hojas con las firmas de los jefes militares. El Presidente contestó que los desobligaba de "ese inestimable propósito" felicitándose de ser el "más antiguo de los generales del Ejército".7
ALCANZADO POR UNA BALA DE CAÑÓN
A la postre, su actividad y su inquietud le resultarían fatal. Sin temer el peligro, y pensando sólo en su responsabilidad, quería observar por sí mismo al enemigo, para no depender de informes que podían resultar errados. Iba muchas veces a los puestos avanzados, donde las balas enemigas no cesaban de buscarle. "Tenía -afirma Centurión- una voluntad de hierro, y tratándose del cumplimiento de su deber, no había obstáculo que lo detuviera. Las órdenes del Mariscal eran para él sagradas, y había de hacer los mayores empeños por complacerlo respecto a un dato que precisase para formular su plan de acción, aun cuando tuviera que correr los más inminentes peligros para conseguirlo".8
Y fue precisamente ese anhelo; ese empeño de ser útil el que lo llevó a la muerte. Acostumbraba hacer espiar con bomberos de su confianza el número y la posición de los barcos de la escuadra imperial. Como López no quedara totalmente satisfecho de los informes "llevado del anhelo" de ponerlo en posesión de la verdad resolvió ir a verificar en persona la vanguardia naval del enemigo.
"Notando cierto cambio de posición en la escuadra, quiso cerciorarse de él por sus propios ojos, e inspeccionar la corriente del río, para aumentar los obstáculos del pasaje..."9
Al efecto, en la mañana del 26 de enero, acompañado del teniente Alvarez y otro de sus ayudantes y los remeros, se embarcó en una débil canoa, bajando el río hasta el punto donde podía ver con claridad la disposición y el número de los buques enemigos.
Lo divisaron, y el buque de vanguardia descargó un cañonazo sobre la canoa; él mismo advirtió el tiro a sus compañeros; por una gran casualidad el proyectil, que venía de rebote, estalló sobre la misma canoa, matando a dos de sus acompañantes, hiriendo uno de los cascos al general en la pierna, y otro al teniente Alvarez.
La canoa se hundió. El sargento Cuatí, indio payaguá incorporado a las filas y ahijado de bautismo de Díaz, gobernaba en la popa la canoa. Viendo a su padrino caer al agua se lanzó tras él, y lo condujo nadando a la playa.
AMPUTACIÓN
Enseguida el general despachó un telegrama al Mariscal; informándole del accidente y comunicando que se hallaba herido de gravedad en la pierna. Le pedía ordenase la amputación de la misma. El jefe de la Sanidad, doctor Skiner, salió de Paso Pucú para Curupaity procediendo a la amputación.10
Soportó con estoicismo la operación. "Tal era su serenidad y su resolución en los instantes de mayor dolor".10
A la tarde vino a Curupaity, madame Lynch, quién en su carruaje llevó al herido hasta el cuartel general de Paso Pucú, donde fue alojado en la casa del general Barrios. Fue atendido allí con esmero por el Mariscal, quién lo visitaba diariamente; pasando horas enteras en la cabecera de su cama. Todos se mostraban solícitos y trataban de conservar la vida de "aquel hombre extraordinario que aún podía ser de inmensa utilidad para la patria".11
En un hermoso artículo el Semanario informó a la nación del golpe sufrido, diciendo sucintamente: en todos los combates su figura ha aterrorizado a los enemigos, pues "donde quiera aparecía aquel denodado guerrero, el triunfo aparecía con él, y un nuevo escarmiento recibían de su irresistible espada". "Héroe de casi todas las acciones sobresalió el 2 y el 24 de mayo, el 18 de julio y el 22 de setiembre; "tiene abierto un inmenso porvenir y en todo tiempo será el modelo distinguido y el honor de la milicia nacional. Se ha captado no sólo el aprecio de sus conciudadanos sino la admiración del mismo enemigo".12
Pero él no pensaba en la vida: su pensamiento volaba en forma constante hacia Curupaity y hacia sus soldados; todos los días desde su lecho de enfermo, daba órdenes a sus ayudantes para sus subordinados, "a quienes no podía olvidar un momento".13
López insistía que dejase de preocuparse, "pues todo seguía perfectamente bien". A esto replicaba que a pesar de sus esfuerzos no podía desprenderse de una ocupación que tan grata le había sido. Sentía, sobre todo, hallarse enfermo "sin haber acabado su obra".14
ÚLTIMOS INSTANTES
Su convalecencia marchaba en forma lenta; el estado de la herida hacía esperar una completa curación; pero había perdido mucha sangre el día en que fue herido, y se encontraba en un estado de suma debilidad; el estómago, por otra parte, se negaba a recibir la alimentación necesaria. Dábanle continuos desfallecimientos que hacían temer por su vida. El 7 de febrero amaneció mejor que nunca y pasó tranquilamente la mañana; a mediodía se agravo repentinamente; comprendió que se le escapaba la vida, y así lo expresó, resignándose a la muerte, sereno y tranquilo:
- No temo morir -manifestó- pues no he temido a la muerte en las más fuertes refriegas, sólo deploro no poder ser ya útil a mi Patria, y ver terminada mi existencia antes del fin de la guerra.
Enseguida se preparó a morir con piadosa disposición, recibiendo de manos del obispo Palacios los últimos auxilios espirituales. Llamó acto seguido al Presidente para despedirse de él y "hablarle de perdón y Patria". Murió como "un verdadero cristiano y fiel patriota" el día 7 de febrero, a las cuatro y tres cuartos de la tarde, invocando a Dios y a la Virgen de la Asunción.15
Los disparos de cañón anunciaron bien pronto la pérdida; a lo largo del extenso atrincheramiento que iba desde Curupaity a Yataity-Corá. Se abatió la tricolor, la insignia que él condujo diez veces a la victoria; formaron sus soldados a lo largo de las trincheras; en Corrales, en Estero Bellaco, en Tuyuty y en Sauce, miles de paraguayos despertaron de su sueño para dar a su general la despedida, y prometerle:
"En los momentos trágicos e inciertos,
cuando tu voz nos llame nuevamente,
todos acudirán, hasta los muertos,
para decir: "Mí general, presente".16
XIV
HONORES Y CONSAGRACIÓN
HOMENAJE EN PASO PUCÚ Y HUMAITA
Como un relámpago corrió la nueva por el campo nacional, por trincheras y campamentos y llegó hasta la Capital. En su editorial del 9 de febrero, el Semanario, ya le rendía justiciero tributo: "Su pérdida -afirmaba- abre ancho claro en las filas del ejército y priva a la nación del guerrero que con su valor y heroísmo dio lustre a las armas nacionales y gloria a la Patria. Hubiéramos deseado -añadía el periódico- que viniese a recibir las ovaciones que el pueblo asunceño le debe, pero el hierro enemigo cortó su existencia. "El valiente ha caído al pie del pabellón que tantas veces ha llenado de gloria en los campos de batalla".1
"Su vida -escribió uno de sus biógrafos- es una cadena de trabajos, de gloria, de abnegación y de heroísmo. Murió debajo de la bandera que tantas veces había conducido a la victoria, de esa bandera a que él ha contribuido a dar tanto lustre, y a hacer respetar. Muere en la alborada de su existencia, cuando comenzaba a desarrollar la alta capacidad que le adornaba... "2
"Es en extremo sensible y deja un gran vacío en las filas del Ejército ese ilustre guerrero; pero si algún consuelo nos queda de su pérdida, al fin muere al lado de los suyos, bajo su bandera, cortejado y sentido por todos sus compañeros, llenos de veneración y de gratitud".3
En Paso Pucú se le rendían los primeros honores. Vestido con su uniforme de gala y con sus condecoraciones, fue colocado su cadáver en el féretro que cubrió la bandera nacional. De la casa del general Barrios fue trasladado a la mayoría del cuartel general, donde se instaló la capilla ardiente. El obispo Palacios, los padres Maíz y Román, y el presbítero Valdovinos, capellán de Curupaíty, rezaron los primeros responsos. Soldados del regimiento Escolta rendían honores con sus sables desnudos y delegaciones de las distintas unidades se turnaron para cubrir la guardia. Fue incesante el desfile de oficiales y soldados de todos los sectores y campamentos que acudían para darle la despedida. López, con un brazal negro, hízose presente, permaneciendo en larga meditación frente a los despojos del mejor de sus lugartenientes; Elisa Lynch, pálida y enlutada, depositó una palma de laureles sobre el ataúd.
A media noche sus despojos fueron llevados en procesión desde Paso Pucú hasta Humaitá. Encabezó el cortejo doliente el abanderado del 40 con una guardia de honor; seguía la famosa banda paraí. Después el ataúd sobre una cureña, arrastrada por los soldados de la misma unidad; y luego representaciones de cada regimiento y de cada escuadrón; jefes y oficiales de franco, sacerdotes, campesinos, y hasta muchas de esas abnegadas mujeres que habían acompañado al Ejército hasta Paso de la Patria, Paso Pucú y Humaitá.
El recorrido de cinco leguas a través del bosque, en medio de la noche y a la luz de los hachones y de las antorchas, sólo vióse interrumpido por los acordes fúnebres de la banda, las plegarias y el llanto; traslado, cortejo, homenaje impresionante, dignos de un héroe griego.
Al llegar a Humaitá en la madrugada del 8, se rindieron los honores de ordenanza, efectuándose el velatorio en la Iglesia de la localidad.
El mismo día el ataúd fue embarcado con destino a la Capital en el vapor "Olimpo", en cuya cubierta se levantó la capilla ardiente; soldados del batallón 40 cumplieron guardia permanente al mando de los dos ayudantes del extinto: el subteniente del regimiento número 10, Eduardo Vera y el alférez graduado del regimiento número 12, Ciríaco Larrosa.
EN ASUNCIÓN
Desde las primeras horas de la mañana del 9, una muchedumbre se congregó en el puerto y en la ribera. "Llantos, sollozos y prolongados suspiros se alzaban del seno de la multitud, que abría los brazos para dar el último adiós al valiente y bizarro guerrero del Paraguay. Mil coronas se levantaban en el aire esperando al vencedor, cuyo cadáver iba a recoger las guirnaldas y los laureles preparados por las hijas de Asunción".
Podía verse allí a doña Juana Carrillo de López, a sus hijas Inocencia y Rafaela, al coronel Venancio López, jefe de la plaza, a su hermano Benigno, al vicepresidente don Francisco Sánchez, al ministro de Relaciones Exteriores, don José Berges; a las corporaciones civiles y eclesiásticas, delegaciones de las unidades de Asunción, al cuerpo consular, y a las damas de la sociedad vestidas de luto, a muchos nacionales y extranjeros, a pie y a caballo.
A las tres de la tarde fue bajado el féretro por los principales ciudadanos y militares, recibiendo honores del batallón número 47. A los acordes de una marcha fúnebre inició su recorrido el cortejo a cuya cabeza iba el ataúd, flanqueado por el 47, con su estandarte enlutado. Seguían las autoridades, los jefes y oficiales, y el acompañamiento en carruajes y a caballo. El pueblo ocupaba las aceras aumentando a cada instante su número con la gente que afluía en cada bocacalle.
El ataúd fue conducido hasta la Mayoría de la Plaza, donde principiaron las exequias, formando posas hasta la Catedral, donde fue recibido por el vicario general; se rezó en seguida un responso.
Acto seguido fue levantado y llevado hasta la carroza fúnebre; en ese momento una lluvia de flores cayó sobre el mismo: "Coronas de siemprevivas, de laureles, de rosas, de jazmines y diamelas se depositaron sobre el carro mortuorio que vestido de flores perdió todo aparato funerario y se convirtió en un carro triunfal".
Inicióse entonces la lenta y triste marcha; al pasar el cortejo frente a la estación del ferrocarril, convertida desde la iniciación de la guerra en hospital, se oyeron muchas voces pidiendo se detuviese. "Eran los heridos, los vencedores del 2 y 24 de mayo, del 18 de julio y 22 de setiembre qué esperaban en formación a su valiente jefe..." Varios de ellos se adelantaron y ofrendaron una corona.7
En el cementerio de la Recoleta el cortejo fue recibido por el clero con su vicario general al frente; se efectuaron nuevas exequias, terminadas las cuales fue llevado al panteón donde ya estaba abierta la fosa. En ese momento la comisión militar encargada del traslado de los restos desde Paso Pucú a Asunción hizo entrega de los mismos a la comisión bajo cuya custodia iban a quedar; se abrió el féretro para la identificación de los despojos, oportunidad aprovechada por muchas damas asunceñas para depositar sus alhajas en el mismo. En seguida el ataúd fue depositado en la fosa en medio de una emoción que recalcan las crónicas:
"Esperad... Ved cómo se levantan los laureles para cubrir con su sombra las cenizas del general Díaz. Allí tenéis los conquistadores de Corrales... Éstos son los del Banco de Itapiru y aquéllos los de Paso de la Patria, Estero Bellaco, Sauce, Yataity-Corá y Curupaity. Caiga ahora esa losa fatal..."
LOS DISCURSOS
Comenzaron los discursos3; el primero en hablar fue el vicepresidente de la República, don Francisco Sánchez. Dijo unas palabras recordando el deber del ciudadano de no economizar ninguna clase de sacrificio en defensa de la Patria, y que el ilustre difunto dejaba ejemplos de buen patriota y de abnegación y valor.
El ministro Berges pronunció también palabras muy elocuentes, terminando su oración así:
"Adiós, general Díaz; vuestro cuerpo va a cubrir la tierra, pero vuestro nombre que pertenece a la historia, será transmitido con vuestras gloriosas hazañas a la más remota posteridad. ¡Loor eterno al valiente general Díaz, que ha muerto defendiendo heroicamente los sacrosantos derechos de la Patria".
El coronel Venancio López:
"La muerte lo ha separado de entre nosotros, pero la fama y el nombre que ha conquistado con sus eminentes servicios a la Patria en la presenté guerra, nace con gloria en los fastos guerreros de la República. Su valor y arrojo militar, su abnegación y patriotismo deja un ejemplo digno de imitar a sus compañeros de armas".
Don José Falcón:
"El general Díaz a la verdad, ha sabido granjearse la estimación de sus conciudadanos, el aprecio íntimo de sus soldados, y la confianza del jefe supremo de la Nación, de quién ha recibido altas inspiraciones; ha tenido el don de la inteligencia militar y el arte de persuadir con dulzura en sus raciocinios; tanto en su vida privada como en su vida militar; en uno u otro caso era casi imposible, después de haberle oído, no quedar prendado de su amabilidad, cariño y demás prendas personales que adornaban a este ilustre guerrero: estimado de todos, rindió su vida defendiendo la libertad de su Patria".
Don Vicente Urdapilleta, en nombre de las corporaciones civiles:
"Impertérrito, activo, audaz, valiente general Díaz, apoyo fuisteis en tu precipitada vida de glorias, de la causa de la libertad paraguaya, y el patriotismo y el honor te condujeron joven al templo de Marte, que en valor y en pericia del arte a cien guerreros venciste".
Don Benigno López expresó:
"Los ejércitos de la República sufren con vuestra temprana muerte una pérdida sensible. La Patria uno de sus más decididos defensores, el gobierno un leal servidor y un distinguido ciudadano. Todos los interesados en el triunfo de la santa causa de libertad y justicia que sostiene el país, deploramos la pérdida de este valiente, cuyos restos mortales venimos a depositar en su última morada".
Don Miguel Haedo:
"El valiente guerrero que en los campos de batalla hacía brillar su invencible espada y electrizar los ánimos de sus soldados, acaba de sellar con una muerte gloriosa su patriotismo, coraje, virtudes militares. Testigo he sido de la bravura del ilustre general Díaz en los campos de batalla y combates, y lo he sido también de otros hechos, que revelan su corazón magnánimo".
El doctor Tristán Roca, en nombre de Bolivia:
"Su brazo extremo y robusto era el ariete pavoroso... Se levantó como el pujante cedro de las montañas para mostrar al mundo su atlética figura, y legar a sus conciudadanos y compañeros de armas el ejemplo de sus virtudes... Adios, bizarro adalid. Adios, joven general... Vuestro nombre queda grabado en los corazones republicanos..."
El presbítero Policarpo Valdovinos:
"Si, ilustre víctima; el capellán que un día a vuestro lado se hechizaba de vuestro valor, y de vuestra decisión en los inmortales muros de Curupaity, en donde habéis legado a la Patria un glorioso día de gratos recuerdos, hoy contemplándoos en la última morada de los mortales, deposita sobre vuestra tumba una lágrima de dolor".
El literato e historiador norteamericano, don Porter Cornelio Bliss, dijo una elocuente oración fúnebre.
Empezó refiriéndose a "este pueblo que nos rodea, conmovido, silencioso y enlutado" que trae los lamentos de una nación envuelta en nube de tristeza "desde el palacio a la humilde choza" por la pérdida de quien era "una gloria y una esperanza". Convienen que suenen las campanas y truene el cañón, cuyas voces ha conocido el héroe cuando anunciaron sus grandes victorias. Conviene descanse en medio del pueblo "al cual amaba, y por quien trabajaba y vencía" y que algún día vendrá a erigir un monumento sobre esta fosa. "La vida de nuestro malogrado campeón ha sido fecunda en lecciones para el militar y el ciudadano. Su distinguida carrera ha sido una prueba clásica de que la senda del deber es el camino recto de la gloria".
"Sequemos -concluyó- las lágrimas naturales que vertimos por tan sensible pérdida. La muerte se inviste muchas veces con formas terribles. Pero al héroe, cuando su espada ha ganado la batalla de los libres, la voz de la muerte tiene un sonido dulce como la palabra del profeta, y en ella se oyen las bendiciones de millones de generaciones venideras".
"YA NO TENGO A DÍAZ..."
Comenta Centurión, que el sepelio fue el más imponente realizado en la Capital, después del tributado al presidente Carlos Antonio López.
Agrega este autor, que "después de la muerte de Díaz, puede decirse que la defensa nacional entró en su período de decadencia".
Y le elogia así: "Díaz era el brazo fuerte del ejército. Desde que sentó plaza en sus filas se había distinguido por su consagración al cumplimiento de sus deberes. Su vida militar de esta manera era toda ella una abnegación. Hijo del pueblo no pensaba sino en la gloria y engrandecimiento del Paraguay, y era el representante genuino en el ejército de los días venturosos que dieron nombre y fama a su heroísmo. Poseía todas las condiciones para ser un gran militar, sólo le faltaba instrucción; pero sus facultades intelectuales, asimismo, alcanzaron un gran desarrollo en la guerra, y las ideas surgían de ellas como chispas de una gran disposición natural".4
Remata su juicio contando una anécdota de gran simbolismo. Cuando el ejército aliado llegando a Tuyucué encerró en un anillo de hierro al nuestro, el Mariscal preguntó a Wisner de Morgenstern
- Y, ¿....qué hay que hacer ahora?
- Forzar el paso con todo el ejército por entre las filas enemigas.
- Sí, eso lo hubiera hecho si hubiese estado vivo Díaz; pero yo ya no tengo a Díaz para tentar con probabilidad de éxito tan ardua empresa...
Ya no tengo a Díaz... Estas palabras en boca de aquel hombre tan engreído, constituyen el máximo elogio que pudo hacerse al guerrero muerto. Como dice Centurión: "Era el mayor y más elocuente elogio póstumo que ha podido discernirse a aquel esforzado adalid de la defensa nacional".5
El martes 12 de febrero se celebraron los funerales en la Catedral con asistencia del vicepresidente, el ministro de Relaciones, corporaciones militares y civiles. El batallón número 47 rindió honores; una delegación del 40 mandada por el subteniente Claudio Gómez y los dos ayudantes del extinto, subteniente Vera y Alférez Larrosa, hicieron guardia junto al túmulo. Pronunció la oración fúnebre el presbítero Juan Román, quién afirmó: "Su mejor honra es recorrer sus hechos".6
"El General Díaz representará perdurablemente una gran figura en los fastos de la Patria. Su memoria es un monumento que recordará a las generaciones, al eminente guerrero, honor de las armas nacionales. Cuando nuestra virtud flaquee, nuestra confianza desfallezca y nuestra esperanza desespere, lleguemos a inspirarnos a la tumba de ese héroe".7
En el primer aniversario de su muerte se ofició una misa en Curupaity, frente a la humilde choza que le sirviera de puesto de comando desde setiembre del 66 a enero del 67. Fue un sentido homenaje rendido por el Ejército a quien fue "honor de las armas nacionales".
Contaba el Cabíchuí:
"Nos arrodillamos sobre la verde grama del mismo campo, desde donde él se ha despedido de nosotros, y con el fervor de la fe le tributamos el homenaje de nuestra piedad y eterna gratitud".
Todo el ejército nacional, a quien el general Díaz tantas veces ha conducido bajo sus inmediatas órdenes a recoger las más brillantes y lozanas palmas, se ha mostrado digno de sí, venerando con religiosa conmoción la memoria de ese ilustre soldado, que justamente hace su gloria y su honor'''. Curupaity, último teatro de las acciones del general Díaz, y lugar mismo de su funesta desgracia, ha ofrecido con más especialidad la sublime poesía del amor y del sentimiento consagrados a su nombre inmortal".
El incruento sacrificio de la religión celebrado a honra del general Díaz sobre el altar del cristianismo, y en la choza todavía donde infatigable labrara los triunfos de la libertad, ha sido divinamente patético".8
EPILOGO
El Mariscal hizo levantar una cruz en el lugar donde tuvo Díaz su puesto comando en Curupaity.
A veces, al atardecer, viene Sarmiento a meditar en el sitio donde cayó Dominguito; discretamente, pues no quiere que lo vean llorar. Otras veces, en mediodías muy claros, parece que va a reiniciarse la batalla; truenan los cañones de la escuadra imperial; se escuchan voces de mando; surgen estandartes oro y verde, y celeste y blanco. Jefes y oficiales argentinos empuñan en sus manos enguantadas sus espadas refulgentes al sol primaveral y van tras su bandera, la bandera que siguieron desde las orillas del Plata encantado hasta el Pichincha coronado de nieves eternas. Avanzan heroicos los infantes de la Alianza; iniciase la carga; responden las voces de mando del atrincheramiento que comienza a vomitar plomo, fuego, muerte; replica la metralla paraguaya horadando la tierra que se empurpura de sangre. Miles de argentinos y brasileños caen para no levantarse más. Se escuchan ayes, imprecaciones, juramentos. Un hálito de muerte y de dolor sacude el bosque inocente y neutral, ajeno a la tragedia y al crimen de los hombres. Horas y horas dura el diálogo de fierro. Ya viene el atardecer; sé escucha el clarín de Cándido Silva, y el campeón de la jornada galopa a lo largo de la trinchera, mientras las notas del "Campamento" rasgan el aire.
Terminó la discordia; el duelo infausto
Ya no podrá su saña renovar;
Los alejados cauces de sus vidas
Se han vuelto a unir bajo la tierra en paz
Y en esta arcilla obscura y destemplarla.
Cerca, muy cerca, para siempre están.
Mas todo no es sino una visión fugaz; la cruz de Curupaity se agiganta adquiriendo misteriosas proporciones y abre sobre el campo de batalla, sobre el ancho osario, sus brazos como alas de un gigantesco avión de amor. Misericordiosamente a todos cubre, a todos ampara; a jefes y soldados, a ricos y pobres, a agresores y agredidos, a brasileños, a uruguayos, a argentinos, a paraguayos. Cesa de pronto en forma instantánea la lucha y como por milagro, el formidable entrevero; calla el cañón, enmudece la fusilería. Suenan en medio del bosque cantos de amor, de fraternidad, de esperanza; una dulce, una inmensa paz se despliega sobre las almas y sobre el campo de Curupaity, mientras el río reinicia su eterna melopea de rumor y cristal.
Asunción, abril de 1955 - mayo de 1956
NOTAS A LOS CAPÍTULOS
CAPÍTULO V
TRIUNFADOR EN CORRALES
1 Rasgos...
2 El bombardeo de ayer y hoy en Semanario, N° 636, del 30-VI-1866.
3 Rasgos...
4 Beverina, La Guerra.., III, 359.
5 Sobre la batalla de Corrales ver: Beverina, La Guerra..., III, 358 y sig., Centurión, Memorias... II, 29 y sig., Jorge Thompson, La Guerra del Paraguay, 81; y los Semanarios, Nos. 615, 616 y 617.
6 Correspondencia de ejército, Semanario, N° 615, del 3-II-1866.
7 O'Leary, Nuestra epopeya, 125.
8 José Ignacio Garmendia, Recuerdos...
9 Correspondencia de ejército, cit.
10 Triunfo de las armas nacionales, Semanario, cit.
11 Centurión, Memorias, II, 33 y sigs.
12 Thompson, La Guerra del Paraguay, 86; Centurión, Memorias, II, 48.
CAPÍTULO VI
ESTERO BELLACO
1 Rasgos; Centurión, Memorias, II, 59.
2 Beverina, La Guerra..., V, 149; Centurión, Memorias, II, 68.
3 Oración del padre Justo Román.
4 Rasgos...
9 Correspondencia de ejército, 22-V-66, en Semanario, N° 631, del 26-V-1866.
6 Ibídem.
7 Ibídem.
8 Thompson, La guerra..., 92.
9 Combate del Paso de Patria, cit.
CAPÍTULO VII
DESPUES DE BELLACO Y ANTES DE TUYUTY
1 L. Schneider, A guerra do triplice alianca contra governo da Republica do Paraguay, II, 17.
2 Centurión, Memorias, II, 76.
3 Beverina, La guerra..., V, 211 a 215.
4 Rasgos...
5 Ibídem.
6 Correspondencia del ejército; en Semanario, núm. 631, del 26-V-1866.
7 Centurión, Memorias, II, 81 y 90.
8 Thompson, La Guerra, 97.
9 Beverina, La Guerra..., V, 166.
10 Beverina, La Guerra..., V, 204.
11 Correspondencia del ejército, cit.
CAPÍTULO VIII
LA BATALLA DE TUYUTY
1 Centurión; Memorias, II, 91.
2 Ibídem, II, 90.
3 Beverina, La guerra..., V, 211 a 215.
4 Ibídem, V, 216.
5 Correspondencia de ejército, en Semanario, número 631, del
6 Beverina, La guerra..., II; 218.
7 Ibídem.
8 Centurión, Memorias, II, 95.
9 Centurión, Memorias, II, 95; Beverina, La Guerra..., V, 233.
10 Rasgos...
11 Ibídem.
12 Centurión, Memorias, II, 94.
13 Rasgos....
14 Centurión, Memorias, II, 94
15 Ibídem, II, 102.
16 Nuevos Generales, en Semanario, número 631, del 26-V-1366.
17 Rasgos...
CAPÍTULO XII
VENCEDOR DE CURUPAITY
1 Centurión, Memorias..., II, 212.
2 Thompson, La guerra..., 118.
3 Centurión, Memorias..., II, 213.
4 Ibídem; Thompson. La guerra..., 118.
5 Correspondencia del ejército, en Semanario, número 648, del 22-IX-1866.
6 Beverina, La guerra..., VI, 225.
7 Centurión; Memorias, II, 213.
8 Ibídem, II, 220.
9 Correspondencia del ejército, cit.
10 Ibídem.
11 Ibídem.
12 Ibídem.
13 Beverina, La Guerra..., VI, 226.
14 Correspondencia del ejército, cit.
15 Ibídem.
16 Discurso del presbítero Valdovinos en Rasgos...
17 Centurión, Memorias..., II, 222.
18 Ibídem.
19 Correspondencia del ejército.
20 Centurión, Memorias, II, 225.
CAPÍTULO XIII
HERIDO DE MUERTE
1 Rasgos...
2 Ibídem.
3 Centurión, Memorias, II, 242.
4 Fidel Maiz, Etapas de mi vida, 17.
5 Centurión, Memorias, II, 235.
6 Correspondencia del Ejército en Semanario, número 666, del 29-XII-1866.
7 Semanario, número 653 del 27-X-1866.
8 Centurión, Memorias, II, 242.
9 Rasgos. ..
10 Centurión, Memorias, II, 243; Rasgos...
11 Rasgos...
12 El señor General Díaz en el Semanario núm. 667, del 2-II-1867.
13 Correspondencia del ejército, en el Semanario,.. núm. 668, del 9-II-1867.
14 Rasgos...
15 Ibídem.
16 Fariña Núñez, Al General Díaz, en Índice de la poesía paraguaya, 160. Presentado y anotado por Sinforiano Buzó Gómes.
CAPÍTULO XIV
HONORES Y CONSAGRACIÓN.
1 El General Díaz, en el Semanario, núm. 668, del 9-II-1867.
2 Honores fúnebres hechos en la Capital de la Asunción a los restos del Ciudadano General D. José Díaz. En esta fuente todos los datos que siguen.
3 Publicados en Honores fúnebres...
4 Centurión, Memorias, II, 244.
5 Ibídem, II, 245.
6 Exequias fúnebres, en Semanario, núm. 677, del 30-III-1867.
7 Rasgos...,...
8 El General Díaz, en Cabichuí, II, 1867.
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GALA MILITAR. GENERAL JOSÉ EDUVIGIS DÍAZ
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(Original conservado en la Biblioteca Nacional de Uruguay)