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SANTUARIO DE LA VIRGEN DE LOS MILAGROS DE CAACUPÉ, PARAGUAY

  3 JOYAS CAACUPEÑAS (PEDRO ARTEMIO RUIZ)

3 JOYAS CAACUPEÑAS (PEDRO ARTEMIO RUIZ)

3 JOYAS CAACUPEÑAS

PEDRO ARTEMIO RUIZ

Caacupé - Paraguay

Noviembre 2007 (41 páginas)

 

PEDRO ARTEMIO RUIZ es profesor de Educación Primaria; Licenciado en Periodismo por la UNA. Publicó libros como UNA PASIÓN SERRANA, PURO SENTIMIENTO, y CAACUPÉ, PUEBLO MÍO. Es fundador, director y editor de los periódicos y revistas Cordillera Color, Cordillera Revista, Primer Plano y Revista Fotos. Obtuvo distinciones honoríficas de la Asociación de Educadores de Caacupé, de la Municipalidad Serrana, de la Gobernación de la Cordillera, de los clubes 8 de Diciembre y Tte. Fariña, de la Universidad Nacional de Itapúa, y del Ministerio de Educación y Cultura. Fundó la Sociedad Cultural de Caacupé y la Biblioteca Pública Municipal Prof. VILMA ABBATE.

Diseño gráfico y diseño de tapa: JUANVI PEREIRA

Composición: OLGA VALIENTE DE RUIZ

Bibliografía : Colección del periódico Cordillera Color (serie escrita por el Dr. MIGUEL ANGEL GUILLÉN ROA); Actas de la Junta Municipal de Caacupé; Hemeroteca de la Biblioteca Nacional.

Testimonios de: EVANGELISTA OZUNA DE LARÁN, GUILLERMINA ALVAREZ DE CANTERO, JULIA OZUNA DE DA COSTA, ANGEL AGÜERO y varios vecinos de Caacupé. Profunda gratitud para todos ellos.

Especiales agradecimientos al Dr. ANGEL DOMINGO SOSA, por su valiosa colaboración.

Impreso en: AGR Servicios Gráficos S.A.

 Austria 2832 • Telefax: 612 797

Todos los derechos reservados.

Queda hecho el depósito que establece la Ley.

ISBN 99925-3-391-9

 

 

 

3 JOYAS CAACUPEÑAS

PRESENTACIÓN

Tienes en tus manos un librito que te servirá para informarte por primera vez, o una vez más, sobre tres hermosas historias serranas; el relato absolutamente de estreno es la historia del pozo de la Virgen.

Queremos que te sirva de cordial entretenimiento, y de incentivo para proseguir con el diálogo en torno a los temas abordados; temas siempre vigentes y abiertos a su enriquecimiento permanente.

Al poner en tus manos este significativo volumen, te damos la bienvenida a Caacupé que es amablemente tuya.

 

 

 

LA IMAGEN QUE INAUGURÓ LA HISTORIA DE CAACUPÉ

 

Ahí está esperando siempre en su sitial de honor. Es la  misma efigie que esculpiera un indio de Tobatí cuyo nombre no ha podido recoger la historia. Data aproximadamente de fines del siglo XVI.

Así refiere el Dr. Miguel Angel Guillén Roa en la serie de artículos titulada "Caacupé y su historia", que oportunamente publicara en las páginas del periódico Cordillera Color aludiendo a la sagrada imagen de la Virgen de los Milagros.

Una tradición popular, sencilla y completamente verosímil sobre el origen de la imagen, sostiene que un indio cristiano perteneciente a la Doctrina franciscana de Tobatí, que hacía de escultor en la reciente comunidad, se interna una mañana en la selva. Había que buscar maderas apropiadas para engalanar un templo recién terminado.

Estando en la selva, sintió la cercana persecución de unos indios mbaya, enemigos de los guaraníes por su conversión al cristianismo. Qué hacer. De hecho estaba perdido. La muerte se le venía encima.

En esta angustiosa situación se acordó de la Santísima Virgen y le formuló una promesa. Guarecido detrás de un árbol, le prometió que, de salvarle de ese trance de muerte, le haría una imagen. Los salvajes llegaron, pasaron y se perdieron en la selva. La tradición dice que el indio guaraní se volvió invisible a sus ojos.

De ese árbol que salvó al indio guaraní, tallado con afectuosa gratitud, fue surgiendo la imagen de la Virgen. Al cabo de algún tiempo de reconcentrado amor, el trabajo estaba terminado. El resultado está a la vista: una obra de singular belleza.

Versiones llegadas hasta la generación de la Guerra del 70, señalan que el indio guaraní esculpió dos imágenes de la madera que cortara del árbol que fue su salvación. Una imagen era más grande que la otra. La imagen más grande es la que se venera hasta hoy día en Tobatí. La más pequeña es la que, tras un curioso peregrinaje, fue a parar en Caacupé.

La semejanza entre las dos imágenes es notable. No pudieron haber salido sino de la inspiración y de la mano maestra del mismo artífice. Evidentemente que los rasgos responden a un mismo y peculiar estilo. Ahora cabría preguntar a qué razones obedece la desigualdad de dimensiones. La fantasía popular ha levantado el vuelo de numerosas suposiciones, pero entre ellas, una se impone por su verosimilitud.

El indio cristiano amaba entrañablemente a la Madre de Dios. El amor era la única razón de su vida después del favor recibido. No podía seguir viviendo sin tener a la vista, en su propia morada, la imagen de su celestial protectora.

De acuerdo a la tradición, esculpió primero la más grande destinada a la comunidad, con el deseo de difundir entre sus hermanos catecúmenos la devoción mariana. Como artista que era se sintió complacido por su obra, y esta complacencia le impulsó a hacer otra más pequeña que sería para la devoción familiar, de su privativo amor.

Esta imagen es la misma que se encuentra en el camarín del santuario de Caacupé. Es la que inauguró su historia en lo más recóndito de un hogar indígena, la que endulzó la agonía y acompañó la muerte del indio guaraní.

Esta imagen está dedicada a la Inmaculada Concepción de María. Son tantas las advocaciones que han surgido de la devoción cristiana en todos los tiempos y en todos los lugares. Pero, en este caso, por qué el artista indígena apeló a la Concepción de María. Al parecer lo hizo instintivamente.

Para responder a la explicable curiosidad basta recordar que el indígena pertenecía a una doctrina, vale decir, a una comunidad gobernada por los franciscanos. Las organizaciones fundadas por los jesuitas llevaban el nombre de reducciones. El solo hecho de ser el escultor guaraní discípulo y catecúmeno de los franciscanos lo explica suficientemente.

El año de 1854 es memorable para la historia de la iglesia. Ese año el Papa Pío IX proclamó solemnemente, como dogma de fe, la Inmaculada Concepción de María. Este pronunciamiento venía a poner fin a una cuestión que había suscitado las más doctas como apasionantes discusiones. Hasta fines de la Edad Media se registraron las más controvertidas y memorables disputas.

Los franciscanos se pronunciaron desde un principio sobre la tesis de la Inmaculada Concepción de María. Ningún franciscano se apartó jamás de esta tradición familiar de la orden de San Francisco. Intervinieron en cuantas disputas se realizaron en las universidades europeas. Las más famosas son las que se llevaron a cabo en La Sorbona de París por disposición del Papa Benedicto XI

No es de extrañar, entonces, que el indígena se haya podido inspirar en la Concepción Inmaculada de María para dar cumplimiento a su promesa. Era discípulo de los franciscanos y no concebiría tal vez otra representación posible. Así dejó su obra bajo esta forma tan grata a los hijos de San Francisco. Así la dejó tres siglos antes de la proclamación como dogma de fe.

El pronunciamiento de Pío IX en 1854 como dogma de fe, había suscitado en la Europa racionalista toda clase de burlas e irreverencias. En el trono de Francia -centro entonces de la cultura occidental- estaba Napoleón III y en todo el ambiente reinaba un delirante ateísmo racionalista. La fe tenía que resistir la dura crítica para ser admitida.

Cuatro años después del pronunciamiento pontificio se produjeron las famosas apariciones de Lourdes. En un lugar poco menos que desértico, en las estribaciones de los Pirineos, se apareció la Virgen a Bernardita Soubirous. Escogió a una humilde hija del pueblo para confiarle su nombre ante la controversia generalizada entre los sabios: Inmaculada Concepción.

El revuelo producido por estas apariciones fue inesperadamente tumultuoso. Los sabios encontraron una nueva cantera para sus críticas, burlas y sarcasmos. Pero la fe del pueblo cristiano respondió enseguida y en forma multitudinaria a la sorprendente revelación de la Virgen. Los escépticos y zaheridores de la fe desaparecieron, y Lourdes -convertida en una hermosa ciudad- esplende y seguirá vibrando bajo la advocación tan grata a los hijos de María: Inmaculada Concepción.

Caacupé tiene el honor de haber recogido el sagrado destino de la predicación franciscana. Todo verdadero artista suele entregarse a una corta oración antes de iniciar y reanudar su labor cotidiana. Es probable que el escultor indígena haya recibido en su oración un soplo inspirador del seráfico Francisco de Asís.

Antes de asentarse definitivamente en Caacupé, la sagrada imagen tuvo un largo peregrinaje, desconocido en su mayor parte. Largo en el tiempo y muy poco en el espacio. Lo más seguro es que no haya salido del área comprendida entre Tobatí, Atyrá, Caacupé y el lago de Ypacaraí.

En un principio debió permanecer la imagen en el hogar del escultor indígena, vecino de la comunidad de Tobatí. Si esculpió dos imágenes -una más pequeña que la otra-, es porque quería tenerla consigo hasta la muerte. Es imposible suponer -humanamente hablando- que pudiera desprenderse de la venerada imagen, que respondía a su más íntimo afecto.

Esta consideración permanece bajo el signo de la mera suposición. Nada históricamente se puede afirmar. Sería de medio siglo el tiempo comprendido entre el origen y el año de 1603, que marca el año de la inundación del lago de Ypacaraí.

Después de esta primera etapa un hecho cierto se puede apuntar: que la imagen fue encontrada flotando sobre la superficie del lago recientemente serenado. Cómo ocurrió esto. Nadie ha podido verificarlo. A lo sumo algunas inseguras suposiciones.

Ante el deseo de llevarse la preciosa imagen, manifestada por todos los presentes, tuvo que intervenir Fray Luis de Bolaños. Luego de una corta oración, se la entregó al indígena que se había arrojado al agua para recoger el envoltorio que contenía la imagen; el indio, llamado José, era de oficio carpintero y vecino de la doctrina de Atyrá. Así pasó la imagen, salvando desconocidas intermediaciones, de la veneración de un escultor a la de un carpintero.

Según la tradición popular, el indio José era un cristiano nuevo, procedente de una parcialidad guaraní. De su matrimonio con una joven de la misma raza le había nacido un hijo: No se conoce el nombre de la esposa ni el de su hijo único.

Ejercía el mismo oficio que José de Nazareth y llevaba el mismo nombre. Con la esposa y el hijo reproducía una escena parecida a la Sagrada Familia, en la nueva comunidad cristiana. Vida de dedicación al trabajo, austeridad de costumbre, piadosa intimidad en torno a la sagrada imagen. Con un poco de imaginación, se puede reproducir la serena excelsitud de aquel hogar cristiano.

Una mañana recibe el indio José una visita inesperada. Se trata del Padre Doctrinero, quien le comunica que hay una creciente necesidad de madera en la comunidad. Estaban llegando cada día familias indígenas con el propósito de abrazar el cristianismo y radicarse en Atyrá. Urgía, por lo tanto, la construcción de nuevas viviendas para albergar a estas familias en un hogar decoroso.

El indio José comprende perfectamente el problema, y se pone a la orden del sacerdote. Ante la posibilidad de elegir, José decide ir a Caaguy cupe. En ese momento el indio José pronunció el nombre de una futura ciudad, la que sería elegida como morada por la propia imagen: Caacupé.

De los labios de un indígena salió el nombre del lugar elegido por la Santísima Virgen. Como no podía desprenderse de la sagrada imagen la trajo consigo al lugar de trabajo. En sus brazos hizo la primera aparición la que sería la fundadora de Caacupé.

Custodiada por cerros como por arcángeles; acariciada como por manos maternales por dos arroyos; con un clima ideal, fresco en verano y tibio en invierno, con prodigiosa vegetación en torno, Caacupé es como un estuche de esmeralda que guarda una preciosa joya.

Y en verdad que guarda una joya muy preciosa: la Virgen de los Milagros, a cuyos pies se vuelca buena parte de la población de la república y aún del extranjero que viene a pedir acongojado, o agradecer en alborozo, sus divinos dones a la Reina de los Cielos.

 

 

EL TUPAÓ TUYÁ SUCUMBIÓ ANTE EL ERROR

 

Esta obra levantada con sacrificio y piedad sucumbió ante el golpe infernal de las piquetas el 4 de noviembre de 1980, convirtiéndose en polvo una valiosa obra histórica de significativa arquitectura.

Hasta hoy no es posible precisar el lugar que eligió el indio José para levantar su rancho en Caacupé. Lo hizo de paja y estaqueo para cobijar la sagrada imagen y protegerla de la intemperie, pues sería por poco tiempo, hasta la terminación del trabajo encomendado por el padre doctrinero: conseguir madera para construir viviendas en Atyrá, dedicadas a las familias indígenas que abrazaron el cristianismo.

El indio José nunca pudo haber pensado que su llegada a Caacupé estaba marcando un acontecimiento histórico; la pequeña sagrada imagen estaba destinada a despertar la fervorosa devoción de todo un pueblo, y ese lugar de modesto trabajo, era el elegido por Ella para su eterna morada. Cuenta la tradición que el indio José se estableció a un cuarto de legua del centro de la actual Caacupé, cerca de Zanja Hü en el lugar denominado Comisaría Cué, donde manaba un manantial conocido como Tupasy Ycuá.

La imagen pasó los últimos días de su vida privada en medio de enhiestos árboles en aquel ranchito de paja y estaqueo; el humilde hogar se convirtió en santuario despojándolo de su intimidad. Los vecinos se enteraron de que el indígena recién llegado tenía consigo una imagen de belleza sin igual.

La paz también abandonó a José, quien en sus horas de descanso tenía que armarse de paciencia para atender de la mejor manera a los vecinos que llegaban de todas las direcciones, para embelesarse con la bellísima imagen. La afluencia de devotos aumentaba día a día, los domingos se formaban grupos a cada instante para rezar el rosario. Obligado por el ritmo que iba cobrando la devoción mariana, construyó José un pequeño oratorio cerca de su morada, presagiando quizá que andando el tiempo, el reino de aquella modesta imagen no tendría fin. En este pequeño oratorio María Santísima comenzó a hacerse amar por todo un pueblo; tosco y reducido, sin duda, pero hecho con entrañable amor, fue el primer trono que tuvo la Virgen para obrar milagros y hacerse llamar Bienaventurada en nuestra tierra.

Dijimos que el indio José abandonó la comunidad de Atyrá sólo por un tiempo, para cumplir con el trabajo encomendado por el padre Doctrinero, pero encariñado con la comarca ubicada en Caagüy Cupé, resolvió quedarse definitivamente. Un designio misterioso lo encadenaba a ese paraje, no sabía -no podía saberlo- que por su mediación, allí se iba a producir la veneración de todo un pueblo a la Santísima Virgen. La sagrada imagen de su pertenencia, se convertía paulatinamente en la representación material que nuclearía en torno suyo a tantas generaciones paraguayas.

Además del misterioso encadenamiento se sentía feliz con el vecindario, una apacible comunidad de creyentes giraba en torno al tosco oratorio, con la alegría íntima que brotaba de la devoción a la Virgen. Alguna intuición o voz interior se habrá hecho sentir para decirle que Caacupé era la tierra prometida, que allí tenía que afincarse definitivamente por ser este el lugar elegido por la Providencia; allí tenía que vivir y morir, allí tenía que quedarse para siempre la sagrada imagen.

Así habrá sido, para que complacido, el indio José se quedara a vivir en Caacupé; es probable que a avanzada edad - en el año 1793 según Félix de Azara- le haya llegado la muerte, y fue enterrado cerca del oratorio. La esposa, el hijo y los vecinos no podían abandonar ese lugar. Un oratorio, una tumba, rodeados por una población en la cual comenzaron a palpitar los primeros sentimientos de patria en ese rincón de la serranía.

De acuerdo a la voluntad del único vástago del indio José, se decidió que la sagrada imagen debía seguir dentro de la comunidad que con tanta veneración la rodeaba; pero esa voluntad no fue respetada. Alguien -no se sabe quién- la llevó a Tobatí, volviendo así por algún tiempo a su lugar de origen. La desolación desintegró el vecindario con la misma celeridad con que se había formado.

En 1750 la familia Aquino recibió a un hombre venido de Tobatí que ofrecía la imagen bajo la condición de levantársele un oratorio en terreno propio. No hubo acuerdo sobre el terreno propio, pero aparece una gran matrona caacupeña Juana Curtido de Gracia- que ofrece cuatrocientas varas cuadradas de su propiedad.

La llegada de la imagen al hogar de esta señora marca el inicio de la gran historia de Caacupé; la fundadora del pueblo a través de esa pequeña réplica de su Concepción Inmaculada, es la santísima Virgen.

El primer santuario dedicado oficialmente a la Virgen de los Milagros fue levantado en el terreno donado por doña Juana Curtido de Gracia, luego de una serie de acontecimientos providenciales. La construcción efectiva comenzó el día 4 de abril de 1770, en el mismo lugar ocupado actualmente por la basílica. Esta fecha fue la elegida por el gobernador Carlos Morphi para fundar Caacupé, reconociendo su merecimiento como centro religioso y lugar de peregrinaciones.

Una vez comenzada la obra no paró hasta su terminación con el consiguiente desbordante entusiasmo del pueblo; pero ciertamente su inicio no fue fácil.

Unos querían levantar el templo en el terreno donado por  doña Juana Curtido de Gracia y otros en Loma Guazú. Este terreno ya está afianzado por escritura pública, opinaban los primeros; por la otra parte, los partidarios de Loma Guazú decían que ese lugar era el más apropiado por ser de mayor altura y de gran belleza.

Instalada la controversia, se recurrió al arbitraje del Juez Comisionado y Jefe Político residente en Tobatí, quien falló a favor de los partidarios de Loma Guazú, donde comenzó de inmediato la construcción del templo; pero todo lo que se construía rodaba por el suelo debido a torrenciales lluvias; tormentas, incendios o temporales, contratiempos en los cuales los vecinos creían ver una desaprobación divina.

Al final, los partidarios de Loma Guazú se rindieron y comenzó la nueva construcción en el terreno donado por doña Juana Curtido de Gracia; allí por lo visto estaba la predilección de la Virgen de los Milagros.

Es de señalar que el antiguo Oratorio fundado por el indio José, 166 años después, fue elevado a la categoría de Capilla por pedido de Andrés Salinas, clérigo presbítero y Tte. Cura del Cura Rector del Partido de la Cordillera, debido al "desamparo y grande desconsuelo espiritual en que se halla la feligresía del Valle de Caacupé e Itá Ybú, por la distancia en que se hallan las parroquias para el cumplimiento del precepto de la misa y demás espirituales socorros". Y agregaba que lo hacía "a instancia y común clamoreo de los referidos feligreses; y en su conformidad celebrar el Santo Sacrificio en ella, administrar todos los Sacramentos y hacer entierros con los demás anexos"; admite que el Oratorio debe tener "la necesaria decencia y ornamentos precisos, y si algo faltare para la administración de los Sacramentos, procurará con toda eficacia y puntualidad proveer de ellos mediante la contribución de limosna de los fieles, las que hay suficientes".

La solicitud fue proveída favorablemente por el Obispo don Manuel de Espinoza Díaz, Venerable Deán y Cabildo Gobernador Episcopal, en fecha "primero de setiembre de mil setecientos sesenta y nueve", de la que dio fe el Dr. Dionisio de Otazú escribiente público. El tesorero episcopal Dr. Antonio de la Peña fue designado diputado, "para que practique o mande practicar el reconocimiento de dicho lugar, sus ornamentos, vasos sagrados, y demás concernientes a su decencia para lo expresado y administración de los sacramentos que refiere, como también la adjudicación del territorio y feligresía a dicho Tenientazgo".

El Dr. Antonio de la Peña informó que en cumplimiento de la diputación "mandé que el Maestro don Gaspar de Medina, Cura Rector de la Parroquial iglesia de Piribebuy del Señor de los Milagros, pase a la Capilla que se refiere de Nuestra Señora de los Milagros de Caacupé, y reconozca toda aquella formalidad debida, la decencia de los ornamentos, vasos sagrados, y demás concernientes y necesarias para la celebración del Santo Sacrificio de la Misa; como también lo material de la expresada Capilla y su situación, y practicada, devolverá el expediente que de ella redituaren, así lo proveo y mando en ésta mi hacienda a tres de octubre de mil setecientos y sesenta y nueve años y firmé con testigos". Los testigos firmantes fueron los señores Juan de la Guardia y José Cueto.

Cuando sobrevino el reconocimiento de Morphi Caacupé era ya un centro religioso de cierta importancia; Carlos Morphi, gobernador de origen irlandés al servicio de la corona española, sentía muy hondamente la devoción a la Madre de Dios, de ahí su interés por potenciar el principal centro mariano.

No obstante, Caacupé seguía formando una sola circunscripción con Tobatí y Capilla Duarte llamada luego, hasta el día de hoy, Arroyos y Esteros. Así siguió Caacupé hasta el gobierno de don Carlos Antonio López.

Entre tantas tareas de dimensión nacional, don Carlos estaba empeñado en la reorganización general del país luego de la larga dictadura del Dr. Francia. Convencido de que la circunscripción era de dimensión excesiva en detrimento de su progreso, dispuso su división en tres partidos independientes; así Caacupé alcanzó su independencia con jurisdicción limitada y autoridades propias el 7 de octubre de 1848; don Juan Bautista Zaracho fue el primer Jefe Político y Juez de Paz de Caacupé.

Las peregrinaciones y concentraciones en torno al santuario eran cada vez más numerosas; esa época fue como un renacimiento religioso en todo el país. Los caminos eran de tierra y escaseaban los puentes sobre los ríos y arroyos; no obstante, los numerosos peregrinos llegaban hasta de puntos relativamente distantes. La caballería y las lentas caravanas de carretas transitaban por todos los senderos, mientras la vida lugareña se desenvolvía tranquila en torno a la sagrada imagen.

En 1852 un rayo cayó sobre la iglesia dañando en parte la imagen. Una gran tristeza se apoderó de los creyentes que pronosticaron oscuros vaticinios, cumplidos luego al desencadenarse la Guerra de la Triple Alianza o "Guerra Grande". En 1856 por tercera vez se amplió el santuario que en terreno propio, cobijaba a la Virgen que recibía la veneración de sus hijos. Esta apacible tranquilidad se vio turbada durante la primera etapa del gobierno de Francisco Solano López.

Una disposición gubernamental ordenaba la construcción de un templo en una de las prominencias de la serranía hacia el lago Ypacaraí. Una tremenda tristeza se apoderó de la comunidad caacupeña, puesto que a ese templo sería trasladada la imagen de la Virgen de los Milagros, vértice luminoso del más hondo sentimiento colectivo. El gobierno intentaba asociar materialmente la sagrada imagen con el Lago Ypacaraí donde fuera encontrada flotando sobre el agua.

Del otro lado, en Patiño, se encontraba la casa de campo de la familia López; un santuario en frente, en un lugar destacado, daría magnificencia al paisaje. Su aguda torre se reflejaría a la mañana sobre el espléndido lago. El tesoro de la Virgen ascendía en ese entonces a 60.000 duros, además de una valiosa colección de joyas; con semejante suma bien administrada, se podía levantar un santuario realmente imponente. Estando en ejecución los trabajos de desmonte, sobrevino el tremendo azote de la guerra y entonces todo quedó paralizado.

Perdida la batalla de Piribebuy el día 12 de agosto de 1869, el Mariscal López abandonó Azcurra para dirigirse hacia San Estanislao por el camino de Caraguatay. La campaña de la Cordillera iba a marcar la última etapa de la guerra.

Pasó por Caacupé y ordenó la evacuación del pueblo que se cumplió en forma muy limitada, dada la premura del tiempo y la dificultad de su realización. Existía en Caacupé un hospital improvisado a cargo del Dr. Domingo Parodi, médico italiano al servicio del gobierno; el Mariscal López le hizo pagar su sueldo atrasado y le dejó dinero suficiente para la atención de numerosos enfermos y heridos que allí yacían.

Pasó luego a hablar con el guardián del Santuario, el diácono José del Pilar Giménez. Como en el santuario se guardaba una considerable fortuna en dinero efectivo y en joyas, ordenó cargarse con todo en salvaguarda de la rapiña de los enemigos.

El joven diácono dio cumplimiento a la orden, y cargado con los tesoros de la Virgen se sumó a la caravana que se dirigía hacia Caraguatay. La imagen sagrada se quedó encerrada en el santuario despojada de su corona imperial (donada por los López) y de sus joyas.

El tesoro de la Virgen, amontonado lentamente por la generosidad de sus hijos, estaba destinado para la construcción de un templo más acorde con la magnificencia de una reina. Después de la batalla de Acosta Ñú todo ese caudal del pueblo paraguayo cayó en manos de los brasileños. Así se perdió el tesoro de la Virgen, escamoteado por la voracidad enemiga. Entre las joyas de mayor valor estaba la corona que le había regalado a la Virgen una de las hermanas del Mariscal, doña Inocencia López de Barrios; era esta corona de oro purísimo, adornada con piedras preciosas.

En 1883 se reconstruyó el templo mirando al S.O.; en 1885 durante la presidencia del Gral. Bernardino Caballero se completó la torre, el frente y otros detalles de la morada de la Virgen. En la Guerra Grande era lugar de recogimiento y de hospital; durante la guerra con Bolivia (1932-35) era como el Altar de la Patria. Periodistas, historiadores, poetas y literatos, escribieron y cantaron a la Virgen y a su sagrada morada.

Fue precisamente en la Guerra del Chaco que creció y llegó a su cúspide la fe popular en la Virgencita Azul. Las madres, las novias e hijas y los mismos combatientes, pusieron los ojos en Ella con la fe puesta para la salvación de la Patria. Nuestros poetas nativos, las trovas juglarescas de los humildes hijos de la tierra vestidos de verde olivo, llenaban las páginas de los periódicos y gacetillas de aquellos tres terribles años.

Los ex votos llenaban las paredes de aquella iglesita de mampostería, tan nuestra en la humildad de sus vigas con salutación angélica y su nombre de basílica, que no le quedaba grande, porque la había construido el alma popular sin vanos y pomposos devaneos. Allí las lágrimas de las madres acongojadas regaron las flores del altar; allí las preces de las niñas encendieron los cirios en llamas de amor; allí las doncellas depositaban el casto tributo de sus cabelleras y trenzas rubias, trigueñas o morenas.

Y esta obra levantada con sacrificio y piedad sucumbió ante el golpe infernal de las piquetas empuñadas por los propios caacupeños. Esto ocurría el 4 de noviembre de 1980, convirtiendo en polvo una valiosa obra histórica de significativa arquitectura. La historia del Tupaó Tuyá duró exactamente 210 años y 7 meses, siendo el 4 un número emblemático de esta historia.

La primera piqueta hizo de las suyas a las 6 en punto del martes 4 de noviembre de 1980, luego de la Misa de las 5 de la mañana donde monseñor Demetrio Aquino, Obispo de la Diócesis de Caacupé, pronunció la última homilía que escucharían esas paredes benditas del viejo templo.

En víspera de la mutilación -una vez más- del patrimonio histórico y artístico del Paraguay, una de las pocas voces disonantes fue la del periodista Jesús Ruiz Nestosa quien en su columna Crónicas de un terráqueo, página 12 del diario ABC Color escribió: "No queremos mezclar lo sacro con lo profano, pero este año muy bien podría celebrarse la festividad de la Virgen no bajo el lema de Hagan lo que mi hijo les diga, como se dijo en una reunión de prensa, sino bajo la sencilla frase: Consumatum est. Un error arrastrado durante unos cuarenta años culmina de este modo.

Una obra de arquitectura significativa, valiosa porque es representativa de la época, enraizada en nuestra tradición, que tiene que ver con una forma determinada de vida, una obra que por sus características y sus elementos posee valor propio, será demolida a partir de mañana, para dejar lugar a una construcción que no tiene nada que ver ni con nosotros, ni con nuestra manera de vivir, ni de ser, ni con nuestra tradición. Y lo que es peor aún: ni siquiera tiene nada que ver con ninguna corriente ni tradición arquitectónica.

El proyecto original era ya fruto de un concepto extemporáneo y debido a su gigantismo se resolvió transformarlo y dejar de él nada más que una mínima parte. Conclusión: lo que hoy existe ni siquiera es el resultado de una concepción completa, sino nada más que un pedazo de una idea, extemporánea, fuera de ámbito, a-histórica y desarraigada de toda tradición".

 

 

EL POZO DE LA VIRGEN

(AGUAS DE PURIFICACIÓN Y VIDA)

Este relato es verídico y todo cuanto se refiere al lugar, acontecimientos y personas, es el fiel reflejo de lo que efectivamente sucedió para que el "Ycuá Rivas" se convirtiera en el "Pozo de la Virgen". La imaginación apenas interviene para completar la reminiscencia, a veces un tanto desteñida por el correr del tiempo. Por lo demás, los hechos y los individuos existieron.

El Paraguay se encontraba viviendo una de las páginas más tristes de su historia, con la sangrienta guerra de exterminio que le infligía la Triple Alianza. Caacupé como todo el país, aletargado y triste, trataba de sobreponerse a la terrible hecatombe.

El Mariscal Francisco Solano López, Héroe Supremo del Paraguay, pasó por Caacupé después de la Batalla de Piribebuy librada el 12 de agosto de 1869; ordenó la evacuación del pueblo y preocupado por la considerable fortuna de la Virgen -regalos traídos por sus devotos durante añares- dispuso que el Diácono encargado del santuario José Del Pilar Giménez la llevara consigo para esconderla de los enemigos. Previamente, López accedió al pedido de la rateada tropa que lo seguía autorizando a soldados, ancianos, mujeres y niños, a beber y mojarse con las aguas del famoso manantial y a proveerse del valioso líquido lo más que pudieran.

La imagen quedó sola despojada de su corona imperial y sus joyas, encerrada en su vacío templo. Posteriormente, el tesoro cayó en manos enemigas durante la Batalla de Acosta Ñú, siendo la corona de oro purísimo adornada con piedras preciosas la de mayor valor.

En tales circunstancias, comenzaba a emerger la gran historia de un pequeño manantial, el Ycuá Rivas -llamado así por una antigua familia del vecindario diezmada por la guerra-, que fluía cristalino y vivaz en un agreste rincón ubicado en la zona norte del pueblo, muy cerquita del antiguo santuario que guarda la venerada y muy preciosa imagen de la milagrosa Virgen de Caacupé; el manadero era muy conocido por su ubicación privilegiada a la vera de un extenso sendero, que cruzaba el poblado en dirección este-oeste, en diagonal; viandantes de todos los rumbos pasaban por allí desde tiempo inmemorial.

El manantial siempre existió, sus frescas y cristalinas aguas se deslizaban sinuosas y cantarinas sobre un lecho de toscas de arcilla endurecida y blanquecina arena, hasta desembocar en el torrentoso cauce de un arroyo cuya belleza sin par quizá solo pueda pintar el más genial de los artistas. El manantial estaba bordeado de espeso follaje de culantrillos y helechos, y abundaban en el lugar robustas plantas de guavirá cuyos carnosos frutos rojos, de dulcísimo sabor, deleitaba por igual a niños y adultos. El agua que, vigorosa salía del fantástico manantial buscaba el arroyo cercano, avanzando suavemente pero sin pausas, mimada por la exuberante vegetación que la guardaba.

Los contados niños que moraban el lugar se daban refrescantes chapuzones en el ybú (manantial) en los días caniculares; en las tórridas horas de la siesta se dedicaban a cazar pajarillos, pequeños reptiles y otros tantos menudos roedores silvestres como el apere'a (cui) que eran las víctimas más frecuentes de la aguzada puntería; piedras, flexibles y resistentes ramas recién cortadas, o rústicas honditas lanzadoras de bodoques y coco lampiñado, constituían el primitivo arsenal de estos chicuelos. Los niños hacían su colección de presas, las ataban con hojas de mbocayá (cocotero), las cargaban en horcajadas sobre sus hombros y volvían a sus ranchos con ganas de saborear, con los suyos, un suculento asado que despedía un apetitoso aroma cuando eran asadas sobre las brasas, atravesadas por un palo.

Hablar del Pozo de la Virgen es hablar del antiguo Ycuá Rivas, que paulatinamente fue convirtiéndose en famoso centro de atracción para creyentes y no creyentes ya en los años de la Guerra Grande, gracias a hechos y comentarios de ropaje milagroso acaecidos en él y su entorno; la creencia popular desparramaba fervorosamente esos comentarios a lo largo y ancho de la geografía nacional. El relato de los hechos cautivaba la imaginación y la esperanza de un pueblo, diezmado y desesperanzado, y profundamente afectado en cuerpo y alma por aquella guerra cruel, antes referida.

El pozo se fue haciendo famoso "paulatinamente", porque antes, ya existía otro y sigue existiendo hasta hoy con el mismo nombre. Para que se entienda mejor, transcribimos un texto aparecido al dorso de una estampita en cartulina editada por la Parroquia de Caacupé en el año 1942, que dice así: "Era el año 1603. El Pozo de Tapaicuá se desborda. Fray Bolaños conjura sus aguas embravecidas...Ypacaraí se llama desde entonces. Sobre sus olas flota una virgencita tallada en madera. Bolaños se la da en premio a su arrojo, al Indio José.

Este, con su mujer y un hijo, vive después en un rincón del valle de Caacupé. La virgencita les acompaña y cobra allí fama de milagrosa: hoy todo el pueblo paraguayo la invoca y la venera y es nuestra Señora de los Milagros de Caacupé. José y los suyos murieron. El rincón que guarda sus restos se llama hoy día Caacupemí. Y el pocho donde ellos y los primeros devotos de la virgencita salvada de las aguas apagaban su sed, conservó a través de los siglos su mágico nombre de Pozo de la Virgen. Sobre este pocho, la posteridad agradecida a la Madre de Dios, levantó este monumento, para decir al viajero: aquí, desde la choza de un indiecito de alma candorosa, empezó a bendecirnos la Virgen de Caacupé. Caacupé, Mayo 1° de 1942".

Este documento se publicó con motivo de la fiesta patronal anual que se celebraba en el lugar y fue en el año 1942. Corresponde al Curato o ejercicio sacerdotal del ilustre e inolvidable Pbro. Juan Ayala Solís. La entronización de la Inmaculada, la hizo con anterioridad el sacerdote Mariano Celso Pedrozo Cura Párroco entre los años 1933 y 1937, quien impulsó la construcción del oratorio sobre el manantial. En Caacupemí compañía del distrito serrano, al sur del actual santuario a una distancia menor de una legua, la fiesta patronal es celebrada puntualmente cada 1 ° de mayo hasta hoy.

Y el pozo del cual pasamos a hablar con amplitud y en detalles, que con el correr de los años extendió su nombre a un barrio entero, tímidamente empezó a ser conocido durante el Gobierno de don Carlos Antonio López, cuando el culto a la Virgen de Caacupé ya se había apoderado en forma poco menos que prodigiosa de toda la República; las vetas cristalinas que eran el preludio de un agua milagrosa ganó notoriedad popular al inicio de la Guerra contra la Triple Alianza, siendo párrocos del pueblo en esos años los presbíteros Juan Nepomuceno Arza y Juan Galiano

En el lustro comprendido entre 1865 y 1870 el pueblo había quedado casi desierto, pero los niños disfrutaban a sus anchas del manantial, y según refieren, en ocasiones se sentían acompañados desde cierta distancia por una mujer muy hermosa, rubia y resplandeciente, que parecía no pisar el agua pero que usaba el cristalino ybú para refrescarse y mojar su reluciente cabellera. La mujer no hablaba, pero cuando los niños se acercaban para verla de cerca, con una tierna y maternal sonrisa les aconsejaba que quieran a Dios, que lo respeten, que vayan siempre a la iglesia a agradecerle con rezos y cánticos, porque para salvarnos él envió a su hijo, el que entregó su vida por nosotros.

Estos niños contaban sus experiencias a los mayores que la tomaban con incredulidad, más aún cuando las veces que iban para gozar de aquella presencia nunca pudieron constatarla. Seguramente la bellísima aparición era percibida solamente por los preferidos de Cristo que son los niños.

Pero alguien dijo que no era necesario ver para creer, convenciendo de ello a familiares y vecinos; doña Carlota Ozuna Aponte fue esa persona, devota de la Inmaculada Concepción, llegada a este lar antes de finalizar la Guerra Grande acompañada de la parentela. La ex sargenta de López oriunda de Villa del Rosario, contaba que ella y muchos otros avanzaron hacia el centro del país azuzados por las tropas brasileñas que les pisaban los talones; ella ocupó una amplia tomada que le cediera el antiguo poblador de esta comarca don Vicente Núñez, en la cual estaba la fuente de cristalinas aguas "elegida por María", aseguraba doña Carlota.

Fue así que el pocho comenzó a ser "De la Virgen", y de manera a evitar que los niños chapotearan en él, la matrona hizo poner como vallas de contención, unas piedras a su alrededor. Con el tiempo, hizo levantar una humilde bóveda para que el agua esté totalmente libre de ser ensuciada en su naciente. La bóveda tenía forma del Tatacuá (horno autóctono) hecho con ladrillo y argamasa. En la parte frontal fue colocado un rústico caño hecho de frágil metal para la salida del agua. La cripta sufrió diversas reparaciones y remodelaciones durante el transcurso del tiempo, según la gravedad del deterioro. Conviene señalar que a esas alturas nadie dudaba de que la mujer que iba a solazarse en la fuente, era idéntica a la imagen que está en la iglesia.

Las apariciones también eran comentadas a los párrocos que acudían al lugar tentados por el relato de los niños: "Es la imagen que está allá en la iglesia", decían; pero la gente mayor nunca la pudo comprobar.

Desde aquel entonces el sitio de visita obligado para el peregrinante que llega junto a la Madre Común es el Pozo de la Virgen, para llevar el agua bendita como símbolo de purificación y fuente de vida. Los feligreses creyentes aseguran que les produce alivio sicológico, espiritual y muchas veces físico.

En 1884 al establecerse el municipio de Caacupé durante el gobierno del General Bernardino Caballero, sus primeras autoridades emprendieron la gran tarea de organizar el pueblo. Entre esas autoridades, estuvieron el Presidente Municipal don Manuel Gómez, el Cura Párroco Pbro. Juan Galiano y el Juez de Paz don Policarpo Rolón. La Corporación municipal procedió a la primera delineación del pueblo. El solar con la famosa naciente, pasó a pertenecer legalmente a doña Carlota Ozuna junto a su madre doña Carmen y su abuela doña Vicencia, expertas en la elaboración de licores y en el arte de cocinar, razón que les facilitó, en ocasiones, estar cerca de Francisco Solano López y Elisa Alicia Lynch.

Al morir doña Carlota, compartieron la propiedad sus hijos Bernardino, Pedro, Pablo, Marcial, y Eduarda, que la pasaron luego a sus descendientes. Actualmente pertenece, con sus dimensiones ya muy reducidas, a la Diócesis de Caacupé, que la adquirió de la señora Evangelista Ozuna de Larán siendo Obispo el Monseñor Demetrio Aquino. En ese tiempo frente al pozo fue construida una pequeña réplica del primer templo erigido en honor de la Virgencita Milagrosa, y que fuera derruido en 1980 para dar paso a la construcción de un nuevo santuario.

En actas de la Comuna local, el Pozo de la Virgen es mencionado por primera vez en setiembre de 1900, y en noviembre del año siguiente se hace referencia del cercado que se hará al mismo encomendándose el trabajo al señor Aquino; siendo presidente de la Corporación Municipal el Pbro. José Tomás Aveiro en el año 1906, se concretan los siguientes trabajos: en marzo, los Munícipes autorizan al Presidente levantar un croquis del pozo con el fin de refaccionarlo, puntualizándose que el material a ser utilizado será el hierro. En mayo, se resolvió la contratación del señor Francisco Machado, acreditado herrero, para el trabajo del Pozo de la Virgen con una paga de 600 pesos fuertes de la moneda nacional; y en noviembre, el periódico "El Diario" de Asunción, publicaba que "la Municipalidad de Caacupé ha hecho colocar un hermoso enrejado sobre el muy frecuentado Pozo de la Virgen, presentando ahora un buen aspecto".

Del lugar siempre se ocuparon los vecinos y las autoridades, que se encargaban de limpiarlo y conservarlo; un ejemplo de ello se destaca en noviembre de 1929, cuando los munícipes resolvieron construir una bóveda cerrada sobre el pozo, con desagüe por medio de tres caños de hierro galvanizado. Como premio a esa dedicación, el venerable Mons. Aníbal Mena Porta entonces Obispo Coadjutor de Asunción, bendijo el sitio en el año 1938 con la presencia de una multitudinaria y fervorosa feligresía.

En septiembre de 1957, oportunidad en que se realizaban reparaciones en el Pozo de la Virgen, los ediles de la época resolvieron "edificar una obra perdurable tanto por su construcción como por su novedad y belleza, para justificar ante propios y extraños la preocupación de la Junta Municipal por el adelanto del pueblo". Se puso énfasis en que "será una de las obras más estupendas de las realizadas hasta la fecha, teniendo en cuenta la importancia de una fuente que es de todos los caacupeños, siendo además centro de atracción de turistas y peregrinantes". Era presidente municipal el señor Sixto Quiñones, y miembros los concejales Julio Andrés Da Costa, Sebastián Raidán, Domicio Cabrera, Eusebio Agüero, Simplicio Benítez, Agapito Acosta, Próxedo Rodríguez y Antonio Quiñones.

Los trabajos fueron encargados al concejal Eusebio Agüero que con sus hermanos José Lázaro, Epifanio y Gaspar Mauro Agüero Martínez, prepararon el proyecto y los planos que ellos mismos lo pusieron en práctica luego de su aprobación por la Junta Municipal. Los conocidos constructores, autodidactas de gran predicamento, solucionaron primero las filtraciones que socavaban los cimientos de la estructura, utilizando la abundante arcilla negra existente en el entorno, superando así las dificultades que eran esquivas a otros competentes profesionales. Con técnicas sencillas y efectivas lograron un acabado perfecto y duradero. Remodelaron la antigua bóveda convirtiéndola en una construcción artística y moderna, cubierta de azulejos por dentro y por fuera, con desagüe por tres caños, con vidrios transparentes en la parte superior, para que los visitantes pudieran apreciar en sus mínimos detalles la histórica surgente. Con ello, las aguas fueron protegidas de todo agente externo que pudiera alterar o contaminar su pureza, ya que era costumbre que los peregrinos arrojasen monedas, incluso papelitos con mensajes esperando que la suerte les sonría. Las monedas, algunas muy relucientes, al recibir los rayos del sol agigantaban su resplandor produciendo un efecto cautivador en los visitantes.

La inauguración tuvo lugar el 1 de diciembre de 195 7, con una multitudinaria concentración de caacupeños y de peregrinos venidos de todos los puntos cardinales, justificando plenamente el deseo de las autoridades municipales y eclesiásticas.

El Pozo de la Virgen, desde siempre proveyó y privilegió con el fluir de sus riquísimas y abundantes aguas al colectivo caacupeño, que las disfrutó hasta en épocas de mayor sequía, siendo preciso consignar que el pozo nunca se secó y que emergía con altiva humildad ante tantas fuentes marchitas, como aquellas aguas convertidas en vino por Jesús en las bodas de Caná.

Las aguas del pozo de la Virgen no eran buenas solamente porque servían de remedio, para la bebida o por ser refrescante, sino que se constituían en elemento imprescindible para cocinar, para la limpieza, la lavandería, el riego y las construcciones. En tiempo de su escasez se tenía que pagar para conseguirla. El liquido era llevado por hacendosas mujeres en cántaros sobre la cabeza, en baldes, caramayolas, bidones, botellas, en envases de lata sobre carretilla y en carritos aguateros estirados por sufridos borricos cuyos amos tenían cara de "pocos amigos"; así transcurrió el tiempo hasta el advenimiento del agua corriente. La gran popularidad de esta fontana radicaba en que eran pocas las familias que disponían de pozos en sus casas, además los aljibes eran casi inexistentes; y en la temporada estival sus aguas se reducían al mínimo.

Hoy día, el sitio obligado para el peregrinante nacional o extranjero que llega junto a la Virgen es el pozo consagrado por Ella misma. Para los devotos de la Madre de Dios visitar este lugar, refrescarse con el agua bendita y orar en la réplica de la iglesia erigida en 1770, es la forma de conseguir la paz espiritual para retornar a sus hogares.

Esta práctica de la religiosidad popular cada vez es más fuerte entre los fieles católicos que llegan hasta el altar de la Virgen de los Milagros, para renovar su vida y enfrentar sus quehaceres diarios con nuevas esperanzas.

 

 







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