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Historia Política


Composición Social del Pueblo Paraguayo. El Mestizaje, El Crisol, El Tipo Paraguayo, El Criollo (Por Justo Pastor Benítez)
(22/05/2012)

COMPOSICIÓN SOCIAL DEL PUEBLO PARAGUAYO

Por JUSTO PASTOR BENÍTEZ

 

EL MESTIZAJE

 

Las dos vertientes sanguíneas principales son el español y el guaraní. El primero constituye una minoría que no alcanza al ciento al fundarse Asunción. Ha llegado sin esposa. Ayolas comienza por aceptar el obsequio de media docena de indias. Irala llega a más, y toma por compañera a la hija de un cacique poderoso.

Escaseaban las mujeres de procedencia peninsular. Las primeras llegaron con Alvar Núñez Cabeza de Vaca, hacia 1542. El aporte más numeroso fue el venido con Da. Mencía Calderón, viuda del Adelantado Juan de Sanabria, y sus bellas hijas. Estas mujeres blancas formaron una especie de aristocracia. Sin embargo las mestizas alcanzaron, a su vez, un status mejor al casarse con conquistadores, como las hijas de Irala, que contrajeron matrimonio con egregios capitanes.

«La fundación de esta ciudad (Asunción), dice el informe de un jesuita, producido en 1620, fue más por vía del cuñadazgo que de conquista, porque navegando los españoles por el río Paraguay arriba, que es muy caudaloso, los indios que estaban poblados en este puesto, le preguntaron quiénes eran, de dónde venían, adónde iban y qué buscaban: dixéronselo; respondieron los indios que no pasasen adelante porque les parecía buena gente y así lo darían sus hijas y serían parientes. Pareció bien este recaudo a los españoles, quedáronse ahí, recibieron las hijas de los indios y cada español tenía buena cantidad: de donde se siguió que en breve tiempo tuvieron tanta cantidad de hijos mestizos que pudieron con poca ayuda de gente de fuera poblar todas las ciudades que ahora tienen»1.

El conquistador español no sintió repugnancia para unirse a la india. Entre ambos grupos, podía existir diferencia cultural, pero no repulsión. La india guaraní era esbelta y limpia. Su piel bronceada no difería mucho de la morena  valenciana, con sangre mora, que integraba las primeras expediciones Era, bien proporcionada. La vida al natural le prestaba elegancia. Se bañaba varias  veces al día y perfumaba la cabellera con olorosos vegetales. El español, prefirió la india guaraní a la de las otras tribus. Por su parte, la india, entregada en el primer momento como rehén, como lo señala Schmidl, sintió una atracción hacia los hombres claros y barbudos y llegó a preferirlos a sus coterráneos. «Las indias preferían a los hombres extraños y blancos a los de su propia raza. El valor y la superioridad de los conquistadores españoles ejercían una gran atracción sobre las mujeres y muchachas indígenas». La opinión de Konetzke se basa en testimonios de Pedro Mártir de Anglería y de Fernández de Oviedo. C. A. Walckemaer, en una nota a Azara, en la edición francesa, afirma que «se recuerda que cuando los españoles llegaron a estas regiones se les entregaban las mujeres con verdadero furor y contribuyeron mucho a facilitar la conquista».

El conquistador no se contentó con una compañera; practicaba ampliamente la poligamia.

Hacia 1570, según López de Velazco, había en Asunción cerca de 2.000 mestizos, varones y mujeres. Barco de Centenera dice que había 4.000 doncellas mestizas y el P. Martín González asegura que llegaban a 10.000, de ambos sexos. El mestizo accedía a status superiores por el blanqueamiento de la piel y la influencia paterna, a la cual gustaba adscribirse, siquiera fuera más cercana la de la madre.

«Un fenómeno similar, dice Zamudio y Silva, se produjo entre los guaraníes: a la breve lucha sucede una desenfrenada mescolanza social; el español se indianiza y crea con instrumentos europeos y aborígenes una comunidad nueva, en que los valores nativos trascienden como propios del conquistador, armoniosamente dispuestos para una relación eficaz de cultura». Es la misma tesis de Bertoni, de transculturación: «Autóctonos y conquistadores se habían abrazado y al fin de la larga jornada se encontraron en que amos y siervos han desaparecido para dar vida a un nuevo ser colectivo, el cual, combinando eficazmente las cualidades de ambos mundos, se presenta en el torneo de la humanidad lleno de vida y de entusiasmo». y perdónesenos la insistencia en la defensa de nuestra tesis al apelar a otra autoridad, como la de Roquette Pinto, que dice, refiriéndose a la mezcla similar de portugueses y tupíes: «no es posible admitir que este pueblo haya resultado de una suma algebraica de tales anales o expresiones étnicas. Más que mezcla, hubo combinación»3.

Con el correr de tres siglos, por la escasa afluencia extranjera y después con el aislamiento, la población fue homogeneizándose en tal forma que se puede sostener que surgió el tipo del hombre paraguayo. En su sustrato late el guaraní, pero su cultura es de estilo español, transformado por el medio, pues el europeo ha sufrido la impregnación del medio. Así surgen criollos y mestizos, el mancebo de la tierra. Vale decir, el sujeto activo de la nueva formación, que por ondas de generaciones identificadas con el terruño, quemadas de sol, como la naranja adquiere nuevo sabor y forja la historia. El criollo, ayudado Por mestizos y teniendo como auxiliares a la masa indígena, se expande. Al ocuparse de las fundaciones sorianas, núcleo oriental, citando a Bauzá, dice A. Zum Felde, uno de los primeros estudiosos de la realidad social americana con criterio científico: «Se puebla estas reducciones sorianas con mayoría de Chanáes y yaros cristianizados y con minoría de paraguayos blancos y mestizos traídos al efecto. Siendo la población indígena de poca monta en relación a las necesidades extensivas de las reducciones, los misioneros hicieron concurrir otros elementos nuevos sociales, provocando la inmigración de familias y hombres libres del Paraguay, para aumentar y reforzar la población civil, esparciéndose ruralmente por los campos inmediatos, cuyas taperas y solitarios ombúes señalan ahí nombres de procedencia paraguaya, como Sosa, Cavaña, Billordo, Candia, Lara, Cabral, Silvero, Rivero, Ávila, Barrios, Saavedra, Ayala, Zayas, Lezcano, Padín, Guimerá»4.

El fenómeno social más importante es que, habiendo fracasado las expediciones al Perú y la busca de «El Dorado», la fundación asuncena se concentra, busca su base en el trabajo agropecuario, a cuyo efecto encomienda al indio; se pone a labrar la tierra. No obedece, pues, su formación a la codicia áurea, sino a un sentido de enraizamiento, de fijación. El conquistador expansivo es reemplazado por el colono. Se realizan las expediciones al Guairá, el Plata, el Chaco, como configuración de la Provincia. En esa tarea formatoria es capital la contribución del sacerdote católico, morigerador de costumbres, civilizador del indio y su defensor ante la avasalladora codicia del encomendero. El Paraguay no se funda al pie de una mina ni a la vera del mar. Es mediterránea.

La afluencia europea era reducida. La legislación trató en los primeros tiempos de poner coto al mestizaje, si bien Carlos V había autorizado el casamiento con cacicas. La Iglesia realizó un gran esfuerzo por organizar la familia, pero esa obstrucción se estrellaba contra el medio. Una disposición real autorizó que los mestizos pudieran ordenarse como sacerdotes. Otras, le vedaban algunos cargos públicos, como el de escribano. El prejuicio del color de la piel, el de «la sangre india» y la categoría de «cristiano viejo» ponían obstáculos a su ascensión social, pero el torrente resultaba incontenible. Además podía conseguirse dispensas reales a base de dinero, tanto de sangre, como de religión y color.

Se trataba más bien de una defensa de las clases oligárquicas para asegurar su predominio, según Lipschutz. En el Paraguay el mestizo no se consideró inferior en ningún momento, como ocurrió con el mulato o el zambo. A la cuarta o quinta generación estaba blanqueado, y aun antes, en una especie de evolución progresiva de europeización. El servicio militar contribuyó como ingrediente de igualación social. La guerra en la etapa colonial ya no se hacía con la exclusiva colaboración del indio. Eran los mancebos de la tierra los que integraban las expediciones.

Socialmente, ésta es la realidad; el mestizo fue infiltrándose, imponiéndose, superando al indígena, acercándose a la categoría social del caraí, denominación que el indio dio en los comienzos al español.

El mestizo no es un dechado de virtudes. Se notan en él algunos signos de desequilibrio, una pugna entre las dos herencias, según Bunge. Pero esas fallas han de atribuirse más bien a deficiencia de cultura, a influencia del medio social, a deficiencia de educación y de formación familiar, antes que a factores biológicos o «raciales». Alcides D'Orbigny afirma que «si hemos visto diferencias notables entre los resultados de las mezclas, según las naciones y lugares, en cuanto al aspecto físico, en cambio vemos la mayor uniformidad en cuanto a las facultades intelectuales: los mestizos están dotados de extrema facilidad y no tienen nada que envidiar a este respecto a la raza blanca». Esta aseveración se halla afianzada por opiniones modernas, como las de Franz Boas. «El mestizo, dice el etnólogo brasileño Roquette Pinto, no necesita ser reemplazado sino educado: su progreso no debe ser contemplado únicamente desde el punto de vista biológico, sino desde el punto de vista cultural, porque la antropología y la sociología modernas han demostrado que su atraso o decadencia en algunos casos no se deben a factores biológicos, a «inferioridad de raza» o a males inherentes al cruce, sino a factores socio-culturales, a presión del ambiente social, a deficiencias educacionales y a veces a prejuicios impropios de América latina, que tiene un gran fondo mestizo»5.

En el «melting-pot» contribuye, como en toda América latina, el negro africano, siquiera en muy reducida proporción, como lo hizo notar Azara. La esclavitud en vasta escala careció de ambiente económico; no se explotaban minas en el país, ni se conoció el cultivo extensivo de la caña de azúcar, del tabaco o del algodón. Cada familia tenía su chacra; algunas, un pequeño ingenio azucarero. La encomienda se parecía más a la «corvée» medieval. En los yerbales fueron empleados algunos negros, pero eran preferidos los indígenas, descubridores del estimulante y resistentes al clima por metabolismo basal y adaptación climática. La esclavitud era más bien casera; los siervos adoptaban el apellido del dueño. Las paraguayas prefieren amamantar al hijo, antes que confiarlo al aya negra.

Había también negros libres, venidos por la vía del Plata. La proporción, durante la colonia, era de 174 negros libres por cada 100 esclavos. La proporción del elemento negro no sólo no creció con nuevas levas, sino que fue fundiéndose, especialmente con indios. Los negros libres fueron concentrados en Tabapy, Emboscada y Areguá, pero no por ello dejaron de mezclarse con la población autóctona. C. A. López decretó la libertad de vientre esclavo en 1845. Negros esclavos fueron incorporados al ejército de Solano López, pero no llegaban a la categoría de jefes u oficiales, como tampoco lo consiguieron en los cuarteles del Dr. Francia, aquel tremendo igualitario que descalificaba a sus enemigos llamándolos «mulatos». Un negro Fuerte valía, hacia 1700, 250 pesos.

Otro aporte de negros hubo a raíz de la Guerra Grande, con la ocupación aliada, pero dejó insignicantes rastros.

En el fermento donde se encuentran dos grupos de distinta cultura, bajo la influencia del trópico y la acción del sexo, se abre un vaso de comunicación. Fruto de él es el mestizo.

Asunción iba afirmando su existencia. «Pero, dice Moreno, el resorte de sus energías no había que buscarlo principalmente, ni en la abundancia de su cosecha, ni en la fecundidad de su suelo, ni en la procreación del ganado, ni en los efectos sensibles de su inicial florecimiento económico. No estaba tanto en la superficie visible de las cosas, como en las condiciones y caracteres íntimos de su población. Esa población formada por una doble estirpe guerrera y conquistadora, engendrada con amor y con dolencia, entre los azares del campamento y las rudas faenas del campo, que conoció desde su infancia los rigores de la vida y no se doblegó jamás a la adversidad, era el elemento básico, permanente e indestructible de aquel lejano centro de pobres apariencias, germen de una nacionalidad que surgía en medio de las selvas. Esa población constituía una nueva raza, cuyos caracteres principales se destacaron desde el primer momento».

El Paraguay no fue fundado ni sirvió de refugio a la escoria social europea, ni a condenados, ni a judíos expulsos, sino, como dijo Barco Centenera, «con mayorazgos e hijos de señores». Hay un sello de señorío en su cuna.

«El Paraguay, cuya cabeza, Asunción, dice Zamudio y Silva, asume el carácter simbólico de la comunidad indoeuropea de ese sector, había proseguido su evolución sobre las huellas de los conquistadores. Una mezcla racional y sostenida durante más de doscientos cincuenta años, dio homogeneidad al nuevo tipo étnico, perdurando sus caracteres físicos a través de varias generaciones. Es en todo el territorio de nuestro gran virreinato, una verdadera ínsula social de valorización del indígena por medio de la mentalidad española. El producto de semejante mestizaje evoluciona con una seguridad, precisa de su trayectoria. El indígena ya no es ni siquiera el hermano menor de otras zonas de la colonia; se une dilatadamente con el blanco, en todas las formas legales y naturales, y los hijos fundan una poderosa fuerza de consanguinidad hispano-indígena, que define la evolución social del Paraguay, resultado del aislamiento que colabora con la obra humana. En este caso la inmigración se resuelve en el grupo mestizo, que absorbe toda la sangre blanca para diluirla en su propia estructura nueva. La mentalidad española del siglo XVII, y especialmente la del siglo XVIII, actúa en el Paraguay con carácter meramente especulativo; transfieren las ideas a la comunidad en que viven, pero no modifican sus términos sanguíneos. Los nuevos hispano-guaraníes, espiritualmente satisfechos de lo que los autores paraguayos llaman la alianza, son sin embargo, productos esenciales de la cultura europea, que crea, en latitud diversa de su origen, un modo de su misma evolución, reelaborando culturalmente las dos gerencias básicas»6

En esta formación debe tener en cuenta el mestizaje, del español con el guaraní acompañado de la interpenetración de culturas, por dispares que fueren; los antagonismos desaparecieron en parte por dominación (organización de pueblos, sometimientos a encomiendas), asimilación como la cristianización y adopción de instrumentos de trabajo, y por acomodación (cuñadazgo), proceso en que el elemento de ajuste y de suavización de los antagonismos es la mujer india. Pero el mestizo mismo ya no es el indio al cual ha superado por lo menos en hábitos sociales, en status y quizá en capacidad de asimilar la civilización occidental. La impronta europea marca la hibridación.

 

EL CRISOL

 

Para comprender ese proceso social no sólo se imponen el examen de la forma (gestalt) de la naciente cultura, sino su contenido, sus fuentes emocionales (ethos), así como las condiciones sociológicas del mestizo; sí se han fijado los caracteres somáticos y psíquicos de la doble herencia y las cualidades del nuevo producto. D'Orbigny, Azara y Moreno ponderan las virtudes del mestizo (biológicamente hablando); Oliveira Vianna y Ellis Juniors elogian al mameluco. Pero existe otra corriente negatoria en América, en cuyas filas militan el europeizante Sarmiento, que aplicó teorías europeas en su libro «Conflicto y armonía de las razas en América», con criterio decimonónico, así como Carlos Octavio Bunge.

Un poco escolarmente se podría tomar el esquema del proceso social con cargo de ejemplificarlo: contacto, competición, dominación, acomodación, asimilación.

El contacto fue un choque; la competición es bélica. Se podría hablar de adaptación, pero éste es un término biológico que implica el proceso por el que el organismo se ajusta al ambiente físico, como los españoles llegados al trópico, que sufren un cambio de metabolismo. Es preferible hablar de acomodación, que significa cambios en hábitos y costumbres. El español nos conocía la hamaca; tuvo que vestirse más ligeramente. En la actualidad se ha adoptado el término de transculturación para designar el proceso de intercambio, ajustamiento y asimilación de dos formas de cultura, sin perjuicio de producirse fenómenos de no aceptación (resistencia). Tenemos entendido que en nuestro caso ha ocurrido un fenómeno general de asimilación, pues, el proceso social hispano-guaraníticó deriva hacia la convivencia, la acomodación y la asimilación recíproca de ambas ramas, y no una simple aceptación de formas europeas por los indígenas. Los españoles imponen sus costumbres capitales, cristianizan; su idioma se vuelve también un imperativo de cultura. Los guaraníes resistieron, pero no se mostraron irreductibles o impermeables, facilitando así la asimilación.

Más resistencia encontraron los españoles en México o en el Perú, o en tribus irreductibles como los charrúas, guaicurúes o araucanos. Por eso en el Paraguay no cabe la teoría del indigenismo regresivo.

«Cuando se reúnen dos culturas, dice Roberto Redfield, en su estudio sobre la cultura del Yucatán, la nueva no es una combinación de parte de la una y parte de la otra, sino una cosa nueva, un producto original, y no una simple yuxtaposición» .

El español se americaniza. El indio se va acostumbrando; adopta el nombre cristiano al bautizarse, pero es el mestizo el que va a sufrir la completa transculturación. El criollo es paraguayo.

El payé fue perdiendo prestigio, y fue substituido por el sacerdote católico, al que llamaban avaré, pero hoy se dice paí.

Veamos algunas creaciones sincréticas, en el ramo de la alimentación: la mesa paraguaya consta de puchero, locro, sooyo-sopy, lampreado, pastel mandió, chipá, mazamorra, chipá-guasú, sopa paraguaya, borí-borí, caldo de gallina, gallina asada, pescado cocinado, carne asada, etc., que requieren ingredientes con que no contaba el indio, como carne de ganado mayor o menor, aves domesticadas, leche, queso, cebolla, ajo, perejil, etc. Ya no es el mbocaé, el yi, ni el mbeyú, ni el mbuyapé (pan de casabe). Lo mismo ocurre con los postres hechos en base a azúcar, miel de caña, leche, huevos y con ingredientes foráneos, sin perjuicio de aprovechar las frutas tropicales, como la guayaba, el aguaí y la papaya. El coserevá (conserva de naranja), ni la miel con queso, postres favoritos, son de procedencia indígena. La mandioca o pasa a ser «tyra», es decir, acompañante del plato de resistencia. Y el almidón fabricado en otra forma para chipá, término quechua, por parecido a una torta de la sierra peruana.

Pero tampoco la cocina es puramente española; el puchero ya no es el cocido peninsular, pues tiene ingredientes desconocidos por el europeo, como mandioca, choclo, zapallo, cte., y el locro, en base al maíz.

El ganado vacuno, porcino y ovino, la caña de azúcar, el trigo, la naranja, han cambiado la dietética indigenal. No mencionamos el aceite y el vino, que también contribuyeron en menor escala.

No se puede comparar la payaguá mascada con un pastel paraguayo, para afirmar que el indígena nos dio la receta culinaria. Eso pasó en México y en el nordeste brasilero, en que los nativos del norte y los africanos tenían una cocina más condimentada.

La crónica de los acontecimientos, irreversibles, que no se repiten, forma la historia; en cuanto a sus antecedentes, tampoco puede constituir materia propia de este ensayo, sino más bien de la etnología. Lo sociológico es para nosotros la interacción, el comportamiento, la creación de vínculos y de valores de la comunidad paraguaya; sus trazos y características.

Repetimos que las aportaciones guaraníticas se aceptan y transforman y que los valores culturales españoles sufren la refracción inevitable. La casa del paraguayo no es el oga indígena, ni los pueblos son tava. Itá no es un bohío. Sin perjuicio de haber aprovechado las experiencias vernáculas para la construcción del modesto rancho. Civilizar al paraguayo es mejorar su tapy-i: Se comienza por la puerta y las ventanas y se sigue con los muebles. Se comenzó a usar vestimenta completa. El paraguayo usa pantalones y sombrero pirí, que no los usaba el cirio. A la hamaca se agrega la cama. El cuero de ganado vacuno entra a ser empleado en diversas formas. El trabajador dispone de hacha, machete y azada de metal, de instrumentos de carpintería. Se emplean animales auxiliares para la carga, el viaje y la agricultura. El burro reemplaza al carguero indio. La carreta cruza lentamente el escenario como un símbolo. El aguardiente de caña substituye al cauy. Por primera vez el herrero enciende la fragua en las soledades asuncenas. Ya no se usa el ygára sino la canoa. Se pesca con anzuelo de metal y se caza con pólvora. El tabaco deja de usarse en forma litúrgica para universalizarse como vicio. Según el P. Sánchez Labrador, los guaicurúes mascaban y fumaban en pipa. En cuanto a la yerba mate, es posible que su uso haya sido transformado de modesta infusión medicinal en estimulante. Sus primeros aprovechadores fueron los guaraníes del Mbaracayú. El colono español lo generaliza por el continente. Después se convierte en la única «mina» del país y sirve de pretexto  para una odiosa explotación del hombre por el hombre. El indio no tenia bombilla de metal y la palabra mate es un término quechua, adoptada por designar el cayguá, y pasó por extensión a la planta, yerba mate, estimulante favorito de los paraguayos. Los cirios no usaban la coca ni la mariguana9.

 

LA COLABORACIÓN INDÍGENA

 

El guaraní afiló su flecha y recogió basamentos para colaborar en la nueva empresa. Cruzó el Chaco cuatro veces, con Ayolas, Alvar Núñez e Irala. Acompañó a Juan de Garay y a Hernandarias al sur y a Rui Díaz de Melgarejo al Guairá. Sangre, huesos y energías guaraníticas se hallan incorporados a los cimientos de Buenos Aires, Santa Fe, Corrientes, Santa Cruz de la Sierra, y hasta a los de San Pablo. Sin su aporte en alimentos y sus conocimientos ancestrales, sobre todo sin el mestizaje, mucho hubiera tardado en consolidarse la fundación europea. Ha contribuido, pues, a cimentar la civilización occidental en América.

Desde el primer momento se resiste a ser «herrado» en la frente o en la espalda con la marca del esclavo y pudo conseguir la prohibición legal. En cambio, en las expediciones le gustaba tomar prisioneros para someterlos a la servidumbre, pero no a la manera de los guaicurúes, especialistas en el rapto de mujeres y de niños. Cuando se trataba de fundaciones dentro del área de otras tribus, se solía llevar como célula un grupo agricultor guaranítico, para servir de padrón, como pasó en Belén, cerca del Aquidabán, dominio guaicurú.

El guaraní se ha burlado de la injusticia del olvido con su idioma aún vivo, con la toponimia y con sus aportaciones vegetales. Muchas de las poblaciones del interior siguen contando con su base alimentaria, a pesar de los cuatro siglos transcurridos y de las vanidades de la civilización: maíz, mandioca, poroto, zapallo, maní, palmas, frutas tropicales.

Para obligarlos al trabajo, los indios fueron clasificados en mitayos y yanaconas; se hicieron repartimientos y se crearon las encomiendas, que más tarde derivaron en el pago de tributos por capitación.

Grandes tropiezos hubiera tenido la penetración puramente europea en el trópico sin el mestizaje y sin el aporte indígena. Hubiera formado un quiste y no una nación. Con la conquista cambiaron las formas de vida y surgieron posibilidades económicas. El indio practicaba el trueque más que el comercio con fines lucrativos. El mestizo aspiró a alcanzar al padrón europeo. Es el camino de la ascensión social que hará de él un ciudadano. Pero varían las situaciones sociales de acuerdo con la procedencia. El hijo de español e india, criado en casa, adquiere un status que no alcanza el fruto de una unión casual, engendrado en un rapto de lujuria y abandonado al cuidado de la tribu, que resulta un desajustado. En ese sentido, la poligamia tolerada contribuyó a su mejoramiento. Fue un aglutinante de la formación paraguaya, un almácigo al margen de la ley.

Importante fue para las edificaciones y para la economía el trabajo personal del indio, sin cuyo concurso no se hubiera podido atravesar el desierto, ni menos fundar poblaciones estables de base económica.

La conquista de América fue un episodio de lo que Ratzel llama la europeización del mundo; una expansión de la raza blanca hacia Occidente, iniciada por los pueblos colonizadores por excelencia del siglo XVI, España y Portugal, a los cuales siguieron otros. El esfuerzo hispano-luso no se redujo a la fundación de factorías, sino que se tradujo en la creación de naciones indo-europeas. España y Portugal se fijaron por la sangre. Una de esas creaciones es el Paraguay, en cuya formación debe tenerse en cuenta el cruce racial, en que los antagonismos fueron desapareciendo en parte por la dominación (organización de pueblos, encomiendas, reducciones), asimilación por cristianizacion y adopción de instrumentos de producción y acomodación (alianzas para expediciones, cuñadazgos), proceso en que el factor de ajuste y suavización de antagonismos es la compañera india.

Arthur Ramos señala tres etapas de «europeización»: sometimiento, adopción del nuevo estilo por los nativos y reacción indigenal. André Siedfried10 sugiere la posibilidad de la reacción de la América Latina con la de los europeos. Herbert Baldus reconoce el sustrato indígena y cree que con el tiempo alterará, asimilando e impregnando la población de parte de la América. El problema indigenal se diseña más bien en una elevación cultural de la masa, y en otros países en la incorporación del indio a formas más elevadas de vida, por influencia de las costumbres, de la técnica y de la comunicación. El índice de la población americana acusa un crecimiento de blancos y mestizos superior al de los indígenas.

El pasado guaranítico no puede volver porque ha sido substituido por formas paraguayas. Los cálculos de Rosemblat dan al Paraguay 40.000 indios, sobre una población de 960.000, de los cuales son mestizos 670.000. El número de indios ha ido decreciendo desde la época colonial; los guaraníes han ido incorporándose a la ciudadanía y sólo quedan como masa indigenal las tribus marginales. En la estadística de Julian H. Steward sobre población indígena, el Paraguay figura, en 1951, con 60.000 indios, sobre una población de

1.000.000 de habitantes. El censo de 1950 ha dado 29.000 indios, en un total de 1.429.000.

Pero, más que la sangre, ha de tomarse en cuenta los elementos culturales «folks» y «mores» y las instituciones de procedencia enropea que fueron primando y contribuyendo como factores dinámicos a la asimilación. «Un pueblo conquistador, dice M. S. Bertoni, impone más ideas y costumbres que sangre, en razón de que su superioridad no es siempre la del número»12.

Del sebo y de la cera se hacen velas para alumbrar aquella penumbra inicial. Con la adquisición del caballo el indio se vuelve jinete. Un caso de transculturación por el sistema del transporte ocurrió con los guaicurúes, los «caduveos», que se convirtieron en temibles jinetes después de apoderarse del caballo.

Se crea moneda con cuña de hierro. La gente tiene que vestirse y para eso era insuficiente el huso primitivo. La caña de azúcar y el naranjo cambian el panorama. Si para el indio el paisaje es el palmar que simboliza lo natural e inculto, el nuevo paisaje será el naranjal. La chacra cambia también con el concurso del buey; es cercada, es carpida y se plantan en períodos fijos nuevas semillas europeas e indígenas. La economía se vuelve cada vez menos recolectora, para hacerse agropecuaria. Transformar es civilizar. El trópico ha sido ocupado por una nueva cultura, superior a la de los autóctonos. Asunción no es Tapúa, que desde luego se hallaba a más de 4 kilómetros al norte. Va surgiendo otro estilo: el sombrero «pirí» no es guaranítico, como no lo son el poncho, ni el cuchillo de metal, ni el chiripá, el cinto de cuero, el lazo, la carreta, el asno transportador y el ágil caballo. Y producirá ese tipo esencialmente sudamericano del gaucho. Con el tiempo, la caballería llegará a ser el arma predilecta, como ocurrió en las Guerras de la Independencia. El caballo muda la psicología del criollo.

El paraguayo colonial es un hombre del trópico, que se alimenta en base a la carne, monta a caballo y toma mate. Se ha producido una creación, una reelaboración y no un simple desenvolvimiento guaranítico. Un injerto de la civilización occidental sobre la cepa indígena; un fenómeno no sólo biológico, sino cultural. Es una nueva forma social, más allá de la simple suma de sus componentes.

El guaraní contribuye como vehículo de penetración.

En 1589, dice el Deán Funes13, estalló la gran rebelión indígena, que se lanzó sobre Asunción. La rebelión fue dominada al conjuro de San Francisco Solano, que impuso su autoridad a los indios. «Y hablóles en lengua guaraní, con tal vehemencia de sentimientos que les hizo aborrecer sus instintos. 9.000 indios renunciaron a sus errores al eco de esa voz celestial y pidieron el bautismo».

Factores socio-culturales han obstruido la ascensión del indio y del mestizo en América. Ni pruebas antropológicas, ni el peso del cerebro, ni el de grupo sanguíneo, han demostrado la pretensa inferioridad14.

El mapa etnográfico de la América latina tiene en la actualidad colocaciones regionales. En algunos países subsiste un gran fondo indigenal; en otros, prima la mestización; en otras regiones es grande la dosis de sangre africana, al paso que en ciertas repúblicas el hombre blanco ha terminado por imponerse, desalojando o marginando al indígena. La sociología americana tiene que estar alerta a las transformaciones que se operaron en la composición social con el aporte inmigratorio del siglo XIX y del actual, como ocurre en algunas de las repúblicas progresistas del sur, Argentina, Brasil, Uruguay. Frente a este fenómeno de europeización creciente, tenemos el ejemplo de México, que está elaborando una cultura de cuño americano.

En el Paraguay no es posible formular acertos sobre la composición por el cataclismo del 64-70. No sabemos si en la supervivencia primó el mestizo o el blanco. Un historiador dice que en la batalla del 24 de mayo el Paraguay perdió la mayor parte de su población blanca. Después del 70 recibió sangre extranjera más que en el período anterior. Pero, a nuestro juicio, subsiste el tipo del paraguayo que merece estudio desde diversos ángulos.

Socialmente mantiene sus características de resistencia, de introversión, de individualismo poco propicio a la cooperación y de criterio franciscano en cuanto a las comodidades. De fácil comprensión, sus ambiciones son limitadas: sobrio, al punto de obstruir su espíritu de trabajo, se limita a buscar lo indispensable, para la subsistencia, en su reducida chacra. Su espíritu de empresa económica es débil, sin perjuicio de reconocer que ha reconstruido la Patria en 60 años sin otra colaboración extranjera que una inmigración reducida y algún capital. Su vigor guerrero es superior a su civismo, quizá por falta de educación. No debe olvidarse que tuvo poca escuela durante los primeros 50 años de vida independiente, que creó una especie de masoquismo con su aceptación pasiva de la dictadura; posiblemente ha heredado del indio su espíritu introverso; admira poco y aplaude menos; el canto no es su expresión de alegría colectiva, sino de sentimientos más bien melancólicos, no llora, sufre. Le caracteriza la timidez por falta de contactos, tiene agilidad mental y física, que orientada puede estimular el espíritu progresista.

 

EL TIPO  PARAGUAYO

 

Uno de los problemas palpitantes de la sociología nacional consiste en definir, estudiar, perfilar al hombre paraguayo. En lo somático y en lo psíquico, en la figura humana y en su comportamiento, temperamento y reacciones al desafío del ambiente y a los estímulos sociales. Es el tema de nuestro tiempo. «El paraguayo, dice el profesor Carlos Gatti, tiene muchos de los rasgos del indio guaraní: de estatura bien baja; piel ligeramente cobriza; el cabello liso; la barba y los bigotes ralos y lisos; la nariz pequeña y afilada y con orificios también pequeños. el cuerpo cubierto de poco pelo, los pelos del pubis de los hombres, de tipo femenino (con el límite superior terminado con una línea horizontal, sin ascender en ángulo hacia el ombligo, como lo hace en la raza blanca); el aspecto femenino de los hombres hasta bien avanzada la edad adulta; el carácter dulce y hospitalario y la tendencia a someterse a amos y tiranos; la propensión de las mujeres de tomar sobre sí las tareas más rudas e incluso el mantenimiento del hogar. Sigue siendo retraído y silencioso, sobre todo en presencia de extraños. Es estoico, sobrio y resistente.

«Del español tomó el paraguayo parte del cutis blanco, el amor a la tierra natal y el temperamento guerrero; heredó también del español la inteligencia y la agudeza mental.

«Como la fisonomía del guaraní, con su boca de tamaño medio, no prominente, de labios delgados, con sus pómulos poco salientes, con su nariz pequeña y estrecha y de orificios angostos y su cutis claro, se asemejaba, desde luego, mucho al hombre blanco, la mezcla con el español al aclarar el pigmento cutáneo de la descendencia y unido a todo esto la rapidez con que el guaraní asimiló los hábitos y costumbres europeos, hizo que la raza paraguaya se asemejara tanto a la europea, que la mayoría de los observadores han admitido siempre que era una raza blanca pura.

«La raza paraguaya perdió de este modo los rasgos indígenas casi completamente. Ocurrió en el Paraguay todo lo contrario de lo que se observa en el cruce, por ejemplo, de los indios ando-peruanos con los españoles. En esta mezcla aparecen siempre en forma prominente las características raciales del indio de la zona: la nariz chata y ancha, los pómulos salientes, el tronco robusto y los miembros cortos, y aunque el pigmento cutáneo se ha diluido algo, era tan fuerte en el indio, que en la mezcla, la piel continúa siendo muy oscura.

«Tal ha sido la identificación del indio guaraní con el blanco que se creyó, y se cree, que ha desaparecido totalmente y es frecuente leer en los textos de historia que los indios guaraníes, después de la expulsión de los jesuitas, y faltos de la guía de éstos, desaparecieron totalmente y de un modo misterioso. La realidad es que los indios guaraníes no desaparecieron, sino que mezclados ya con el español, y habiendo asimilado los usos y los hábitos de éstos, liberados del sometimiento de los jesuitas y encomenderos, pasaron a ser ciudadanos paraguayos, y organizaron y constituyeron los pueblos del interior del Paraguay, de Corrientes, etc. En efecto, al tiempo que desaparecían las reducciones jesuíticas, aparecía repentinamente el pueblo paraguayo. Tan grande fue la transformación, que los guaraníes, convertidos en ciudadano cambiaron con el tiempo incluso sus nombres indígenas por apellidos españoles, circunstancia que tampoco se observa en el altiplano, donde hasta hoy se conservan muchísimos apellidos indígenas».

Roquette Pinto sostiene que, antropológicamente, el mestizo no es inferior al europeo y que si en algunas actividades no ha llegado a sobresalir ha sido por falta de condiciones culturales para su desenvolvimiento. No carece de inteligencia ni de voluntad, y físicamente supera a veces a sus progenitores. Franz Boas dice que los mestizos no son inferiores a sus padres: a «juzgar desde el punto de visto biológico general, es muy verosímil que exista un efecto favorable como resultado de la mezcla de raza».

Ha pasado el período en que se explicaba el atraso de algunos países como efecto de su población mestiza, basado en razones biológicas. En América la mezcla facilitó la adaptación del europeo, como lo prueban hechos que desmienten la opinión de Gobineau de superioridad absoluta de la raza blanca pura para las grandes empresas; aparte del surgimiento de poderosos imperios no blancos europeos como la Rusia mongólica, el Japón y la China, o la India. Es verdad que en Occidente prima la impronta del europeo, pero los mestizos han revelado condiciones progresistas y han aparecido líderes de sangre cruzada, en diversos órdenes.

Continúa el profesor Gatti: «La raza pampeana, representada en la zona por los lenguas, payaguás o tacumbúes, guaycurús, tobas, matacos, chulupíes, tagletes, o tacaaglés, chamacocos, etc., era, según D'Orbigny, de color moreno oliva o castaño pronunciado; tenía una estatura media del 1688 milímetros; era de formas hercúleas, con la frente comba, el rostro ancho y oblongo; la nariz muy corta y muy chata, con ventanas anchas y abiertas; la boca muy grande y los labios gruesos; los ojos horizontales, y a veces rasgados en el ángulo externo, y los pómulos salientes. Tenía rasgos masculinos muy pronunciados, fisonomía fría y a menudo feroz y el idioma duro, gutural y cerrado. Estos indios, de costumbres salvajes, eran altaneros indóciles y taciturnos. Vagabundos y errantes, vivían exclusivamente de la caza y de la pesca».

Los guaraníes, según el mismo D'Orbigny, eran de color amarillento muy pálido y con algo de rojo, de 1620 milímetros de estatura media, de formas macizas, de frente no huyente, de rostro circular y lleno, de nariz corta y estrecha y con ventanas también estrechas, con la boca mediana, poco saliente y labios finos, los ojos generalmente oblicuos, siempre rasgados en el ángulo exterior, tenían los pómulos poco prominentes, el mentón redondo y nunca saliente, las cejas estrechas y bien arqueadas, la barba y los bigotes de pelos cortos, muy poco numerosos y sólo sobre el mentón y el labio superior. Eran de facciones afeminadas y de fisonomía dulce, buenos, afables, francos y hospitalarios, poco alegres, pero de ninguna manera tristes. Su idioma era dulce y muy desarrollado, pero se mantenían reservados y poco conversadores en presencia de extraños. Estaban divididos en pequeñas tribus, sin formar una grande nación. Vivían en toldos o cabañas de paja más o menos estables, se dedicaban principalmente a la agricultura y sólo como medios auxiliares de subsistencia, a la caza y a la pesca.

«A la llegada de los conquistadores, continúa el Dr. Gatti, ambas razas, pampeanos y guaraníes, se comportaron de acuerdo con su genio: la primera raza resistió, luchó y no se sometió ni se mezcló con los españoles. Muchos de sus pueblos se alejaron del río hacia las regiones desiertas y poco accesibles del interior del Chaco, donde aislados sufrieron poco la influencia española, y fueron poco a poco, aunque no sin cruenta lucha, habituándose al nuevo estado de cosas creado por la llegada de los conquistadores. Pudieron así algunas de sus tribus supervivir hasta nuestros días, adaptándose a la vecindad de los blancos, pero siempre algo alejados, continuaron siendo indóciles y conservan y defienden su libertad. Otros pueblos, como los payaguás y guaycurús, habituados a vivir en el río y de los productos del río y que por ello no pudieron alejarse, lucharon hasta la desaparición del último individuo sin someterse en forma permanente jamás.

«Muchos de los miembros de la raza pampeana fueron hechos prisioneros durante la lucha y fueron sometidos a una especie de servidumbre por españoles y guaraníes. Y es casi seguro que esos prisioneros se mezclaron con los españoles, y especialmente con los guaraníes, entrando así su sangre a formar parte, aunque en muy pequeña proporción, en el cruce de lo que más adelante iba a ser la raza paraguaya.

«Los guaraníes, en cambio, recibieron al español, le ayudaron a establecerse y se sometieron casi sin luchas, y generalmente por la simple persuasión. Se vio así el espectáculo asombroso, según Azara y D'Orbigny, de una docena de padres jesuitas, sin armas y sin fuerzas militares, dominar a miles de indios guaraníes, y a quienes sometían a un régimen de vida y de trabajo rudo y oprimente, que coartaba las libertades de que antes gozaban y les privaba del usufructo de gran parte de sus propias tierras, mientras al otro lado de un estrecho río, el Uruguay, los charrúas, luchaban hasta la muerte sin someterse a la dominación de los españoles.

«El guaraní aprendió enseguida el uso de los animales de trabajo y se habituó a vivir en casas y poblados en forma todavía más estable. La importación y procreación de ganado vacuno proporcionó más carne para la alimentación e hizo posible la estabilidad definitiva de las poblaciones.

«Los españoles, que nunca fueron muy numerosos y tal vez no llegaron en ningún momento al millar de individuos, no traían sino muy pocas mujeres blancas, y a falta de ellas tomaron de inmediato las mujeres guaraníes como esposas. De este cruce nacieron los mestizos. Estos, como resultado de las primeras cruzas de dos razas diferentes y puras, resultaron más fornidos y corpulentos que sus padres españoles y guaraníes, y fueron por ello objeto de ponderación de cuanto observador llegaba al Paraguay. Estas características desaparecieron, como siempre ocurre, con los cruces sucesivos, sobre todo en los cruces de mestizos entre sí; la descendencia perdió corpulencia y retomó la constitución de sus ascendientes.

«Durante casi tres siglos se mantuvo este proceso en forma constante de mezcla de sangre española pura, en pequeña proporción, con sangre guaraní, en gran proporción, y esta algo así como inyección pequeña pero repetida durante siglos de sangre española en la masa guaraní, dio origen a una nueva raza: la raza paraguaya.

 

EL CRIOLLO

 

El tipo representativo del segundo período podría ser Hernando Arias de Saavedra, criollo, es decir, de cepa española nacido en el Nuevo Mundo, Su acción constructiva, su fuerza de expansión, su habilidad política, su humanitarismo, hacen de Hernandarias una figura prócer. A los 23 años era capitán de grupos, a los 25 comandaba; realizó expediciones arriesgadas al Chaco, a las márgenes del Paraná, a Corrientes, a Santa Fe, a Concepción del Bermejo, a Buenos Aires, al Sur frío. Salvó varias veces las fundaciones del malón indio; llevó el ganado para la fundación de Buenos Aires por su suegro Juan de Garay; introdujo el ganado vacuno en las regiones de la ribera izquierda del Paraná, en los actuales territorios de Entre Ríos y Uruguay. Por su espíritu humanitario fue llamado el Protector de los indios. Era cojo, de cara contrahecha y sordo, a consecuencia de las jornadas heroicas. Gravitó en la Provincia durante cincuenta años. Era hermano del Obispo Herrando de Trejo y Sanabria, y nieto de la matrona Mencía Calderón de Sanabria, de ilustre descendencia. Fue un civilizador; organizó el Río de la Plata, fundó escuelas y orfanatorios, edificó iglesias. Nació en Asunción en 1550 y falleció en Santa Fe en 1631

 

 

(1)       Jesuitas e Bandeirantes no Guairá op.cit.-Richard Koneztke, «El mestizaje y su importancia». Revista de Indias, núm. 23, Madrid, 1946-RAFAEL, ALTAMIRA, Historia de España. Barcelona, 1928, núm. 678.

(2)       A. Rosemblat op. cit., pág. 253 - J. Samudio v Silva Revista de la Universidad de Buenos Aires. 1944 N° I y 2-M.S. Bertoni La lengua guaraní como documento histórico. Pto. Bertoni, 1918.

(3)       E. R. PINTO, Ensaios brasilianos. Biblioteca Pedagógica Brasileira, San Paulo.

(4)       A. Zum Felde,  Evolución histórica del Uruguay, Ed. Montevideo, 1945.

(5)       Alejandro Lipschutz, El indoamericanismo, Santiago, 1943. -OLIVEIRA VIANNA, Evolucao do povo brasileiro. El Sociólogo atribuye una importancia capital a la función del ario, del dolicocéfalo, en la dirección social, y señala fallas en el mestizo.-AZARA, op.cit., pág. 193.

(6)       Jorge A. ZAMUDIO Y SH.VA, artículo cit., pág. 86, Revista de la Universidad de Buenos Aires, núm. I, año III, 1943.

(7) ARTHUR RAMOS, Introducão á antropología brasileira, cap. XX.-Gilberto Freyre, Sociología, tomo II, 1945. –NATALICIO GONZALEZ Proceso y formación de la cultura paraguaya. Buenos Aires, 1939.-L. LYNN SMITH, Sociología de la vida rural. San Paulo. -E. CARDOZO, Orígenes de la Nación paraguaya. Este último es el mejor enjuiciamiento del proceso social durante la colonia, a nuestro modesto juicio.

(8)       Carlos A. Echanove Trujillo, Diccionario abreviado de sociología. La Habana, 1944.

(9)       Una carta del P. Odrán (1620), dice, refiriéndose a la yerba mate: «Y éste no es el menor trabajo que tienen los indios (encomiendas), que otro mayores que los españoles los embian aun pueblo de españoles que se llama Mbaracayú, para que en aquellos montes les cojan unas ojas de árboles.

Es uno de los mayores encantamientos que ai en esta tierra. Estos árboles son como laurel, aunque la oja tiene un verde más claro. No nacen en todas partes sino en montes muy humedos. Quiebran has ramas y tuestan las ojal al fuego y luego las muelen en morteros y las hazen polvo y puestos en cesto la llevan los indios a cuesta muchas leguas por aquellos montes y pantanos asta ponerlas en embarcaderos. Como aquel temple es tan caluroso i tan humedo se mueren los indios de ordinario y aun de hambre porque el español no tiene con que sustentar y los indios se sustentan de la fruta ,silvestre y comen arañas, gusanos y culebras que hazen lástima el contarlo, debe cada indio dos meses de trabajo y le hazen servir dos o tres años por fuerza fuera de su casa sin premio ninguno y cuando mucho le dan dos baras de lienzo a cada uno. Los españoles venden esta hierba molida a los españoles mercaderes que vienen asta el dicho puerto a trueque de lienzo y paño, sombreros y otras cosas necesarias y acontece dar dos mil libras de hierba por un vestido de paño ordinario y 100 por un sombrero. El uso de esta tierra es que todos los españoles hombres y mujeres y todos los indios beben estos polvos en agua caliente con que ... todo lo que tienen en el estómago cada día una y dos veces. Cuando no tienen con que comprarlo dan sus calzones y frezadas y uvo mujer que quitó las tejas del texado por hiervas, en que dicen que consiste su salud en tanta forma que cuando les falta la hierva desfallecen y dicen que no pueden vivir, todos los indios la toman antes que amanezca y todas las veces que la tengan, cuando trabajan, aunque no coman con sola hierva se sustentan y se avivan sus fuerzas para trabajar de nuevo, como yo lo he visto en los bogadores de las bolsas» (Jesuitas e Bandeirantes no Guairá, pág. 215 y 216 )

(10) SIEGFRED ANDRÉ., L'Amerique Latine. París. -BALDUS, op. cit.

(11) ROSENBLAT, op cit., pág. 21.

(12) M. S. BERTONI, La civilización caraibe-,guaraní, pág. 62.

(13) DÉAN FUNES, op. cit. pág. 198.

(14) ALEJANDRO LIPSCHUTZ, El indoamericanismo, Santiago, 1934.-IBíur.M, «El movimiento indigenista y la reestructuración cultural americana» (Conferencia). América Indígena, núm. 4, vol. XIII. México. 1953.

Fuente: FORMACIÓN SOCIAL DEL PUEBLO PARAGUAYO. Por JUSTO PASTOR BENÍTEZ © Herederos de Justo Pastor Benítez. Editorial EL LECTOR. Colección Ciencias Sociales, 5. Tapa: Luis Alberto Boh. Asunción – Paraguay 1996 (220 páginas)




 

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