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Guillermo Da Re (+)

  MUERTE DEL MARISCAL LÓPEZ (Tapa, óleo de GUILLERMO DA RE)


MUERTE DEL MARISCAL LÓPEZ (Tapa, óleo de GUILLERMO DA RE)

Tapa: Óleo del pintor  GUILLERMO DA RÉ

MUERTE DEL MARISCAL LÓPEZ

Por JUANSILVANO GODOI -

Prólogo de JUSTO PASTOR BENÍTEZ

Ediciones Comuneros,

Asunción-Paraguay 1993

(2ª Edición-50 páginas)

 

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JUANSILVANO GODOI  fue el primer vindicador del soldado paraguayo. Con su imaginación creadora y su pasión ardiente, levantó la figura epónima del General Díaz. Pero, no es sólo un historiógrafo documentado y seco; es también un cultor de la belleza, en sus diversas manifestaciones. Después de haber viajado por Florencia, París, Madrid, Rio de Janeiro, empleó su fortuna y su tiempo en crear un museo de bellas artes, una biblioteca americana y en la organización del Archivo Nacional.

Juansilvano Godoi fue un hombre del Renacimiento, apasionado, violento, señorial y generoso. Su vida tuvo contornos un tanto inverosímiles, pero seductores, de una novela de Alejandro Dumas. Como hombre público, ganó una ejecutoria digna del recuerdo de sus conciudadanos: fue uno de los redactores de la Constitución de 1870, marco jurídico en que se reconstruyó el Paraguay moderno.

Se formó en el Colegio de Concepción del Uruguay, y fue condiscípulo del poeta Juan Zorrilla de San Martín. Vio a la patria en sus dos fases: la de tranquilidad y riqueza, en 1862, cuando marchó al extranjero para estudiar, y luego, el 70, devastada por la guerra. Por eso la amó con fiera pasión vengadora y la quiso reedificar fuerte y culta. El tribuno de 1870, afinó su espíritu en veinte años de proscripción. Fue revolucionario, escritor, duelista y cómplice de sangrientas conspiraciones. Usaba levita y pistola. En Buenos Aires con versó de estética con Aristóbulo del Valle y Ramón Cárcano.

En Rio de Janeiro cultivó la amistad del Barón de Rio Branco, con quien acariciaba pensamientos de conciliación de los pueblos; pero, su intransigencia patriótica, no guardó las fórmulas del protocolo y tuvo que abandonar el cargo, al que aportaba las credenciales de los que pueden representar, a la vez, la política de los Gobiernos y las aspiraciones nacionales. Juansilvano Godoi, en su vida azarosa, no contó con la suerte, compañera necesaria de héroes y de políticos. Su temperamento caballeroso y extremista, le creó enemistades, que estorbaron su carrera pública. Terminó arrinconado en las trincheras de sus veinte mil volúmenes, evocando la figura de Díaz, contemplando los cuadros del Tintoretto y dudando del éxito de la Constitución de 1870, en cuya redacción colaboró. Su queja tenía la forma de ira.

Nació en la Asunción el 22 de noviembre de 1851.

Murió en 1926. Sus principales obras son:

  • «Monografías Históricas»,
  • «El barón de Rio Branco» y
  • «Últimas operaciones de guerra».

(JUSTO PASTOR BENÍTEZ)

 

 

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MUERTE DEL MARISCAL LOPEZ

 

No es nuestro propósito entonar el himno sacro de nuestras glorias patrias. No venimos como el espectro de Clitemnestra á despertar sobresaltadas á las Euménides que dormitan en el umbral del templo de Delfos, para revelarles la fatídica consigna. Tampoco intentamos revivir con el sonido de nuestro plectro á los guerreros muertos, para incitarles á la venganza, como el bardo de Ossián á las sombras de los soldados de Fingal en los valles del Morven.

No nos proponemos herir el roto escudo de armas del pueblo sojuzgado, con el intento de que sus vibraciones dolientes lleven la turbación ó la congoja á las conciencias, acaso hoi contritas, de los afortunados vencedores.

Simplemente pretendemos levantar por algunos instantes el sangriento sudario que envuelve el esqueleto de la nación caida, con el fin de asistir á los últimos momentos del paladín insólito que la alimentó, la galvanizó, la levantó, la defendió i le inoculó acción pujante con su aliento poderoso.

Las glorias de la epopeya paraguaya perdurarán todavía cubiertas de crespones. Unicamente el tiempo será la augusta mensajera que transmita, en edad remota, su excelsa grandeza á la posteridad.

En 1864 la República del Paraguay contaba, según el censo oficial, con un millón trescientos mil habitantes (2). El caso estupendo es que en 1870 quedaba su población reducida á doscientas veinte mil almas, con el noventa por ciento de mujeres.

Al terminar la guerra no existía en el país una cabeza de ganado vacuno, un ave de corral, un grano de maíz, de arroz ni de trigo. Todo se había extinguido, agotado. La nación quedaba en ruinas, consumida, aniquilada.

Un lijero retrospecto histórico. El 1° de mayo de 1865 se había firmado en Buenos Aires una alianza permanente indisoluble, ofensiva i defensiva contra el Paraguay, entre el imperio del Brasil i las repúblicas Argentina i Oriental del Uruguay. Esta Triple Alianza- sin precedente en el moderno derecho de jentes- era un tratado de excepción que atentaba contra las leyes que amparan la existencia autónoma i el destino de las naciones.

Se estipulaba en sus cláusulas la ruina de un Estado soberano i civilizado i la conquista de sus territorios.

Uno de los artículos secretos de dicho tratado decía: - » 16- La República Argentina quedará separada del Paraguay por los ríos Paraná i Paraguay hasta encontrar los linderos del Brasil, siendo éstos del lado de la marjen derecha del río Paraguay, la Bahía Negra».

Esta sola delimitación importaba el desmembramiento en dos terceras partes del territorio paraguayo.

El mariscal López se embarcó en la temeraria contienda obsesionado, en parte, por su propia omnipotencia personal; pero también obedeciendo á la curiosidad invencible de experimentar, como doctrina internacional pública, un principio jurídico aún no incoado en la lejislación diplomática americana, i cuyo arraigo él anhelaba i propiciaba cual medida eficiente de seguridad común: el «equilibrio territorial» de los Estados del Plata, cuya inviolabilidad creía sinceramente amenazada con la ocupación de la República Oriental por fuerzas imperiales (3).

La jigante lucha se perpetró con pasión por parte de ambos belijerantes. Los dos triunfos obtenidos fácilmente en territorios argentino i brasilero exaltaron el espíritu de los Aliados hasta hacerles aventurar prejuicios poco honrosos sobre el valor del soldado guaraní i considerar la ardua campaña un mero paseo militar.

Fué necesario que pisaran tierra paraguaya i sintieran el brazo de hierro de Eduvigis Díaz i el aliento caldeado de aquel cuya voluntad era la divina providencia en su patria, para que la cordura volviera á los ánimos, i el comedimiento en las palabras precediera al reconocimiento exacto i justo de los hechos i las cosas.

Pronto se apagaron los entusiasmos de los primeros momentos, i á las impaciencias del éxito i las esperanzas de rápidas victorias sucedieron el amargo desengaño i la inaudita sorpresa. La ejecución de las más hábiles combinaciones extratéjicas se embotaba ante una resistencia incontrastable, sustentada con una disciplina, una abnegación i un patriotismo «desconocidos hasta entonces,» como dice el excelentísimo presidente de Chile, don Pedro Montt.

Por cada palmo, por cada pulgada, de terreno conquistados, se veían obligados á librar batallas desesperadas i cruentas.

La guerra fratricida necesitó cinco años largos para lacerar, de un confín al otro, el territorio de la república. Consumó el exterminio lentamente, pero con el empuje devastador de un tornado, regando este pedazo de suelo americano con la sangre jenerosa de una nación entera, desde el fuerte de Itapirú en el Alto Paraná hasta los desiertos ardientes del Aquidabán.

La huella de su paso dejó marcada indeleblemente, cual sangriento simún, con ancha alfombra de osamentas humanas. (…)

 

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(…) La lucha fué desesperada i breve. Las balas brasileras barrieron el reducido número de sombras más que de hombres. Sí, de sombras fantasmáticas, de esqueletos andantes, que hacía meses no comían sinó raíces; ya sin enerjía muscular ni moral.

El mariscal López sobrevivió herido é intentó ocultar su cuerpo á semejanza del sublime Güemes, en las lejanas espesuras de los bosques vírjenes, al abrigo de las profanaciones cobardes consiguientes á una derrota en Sud-América.

Anheló en este momento desesperado, desaparecer de entre los vivos, dejando envuelto su postrer suspiro en el comentario de la duda, la curiosidad i el misterio, ya que no se le ocurrió embestir espada en mano, él en persona, solo, al ejército brasilero entero, hasta caer despedazado, exánime, como hacían los cónsules romanos vencidos sobre el campo de batalla.

No consiguió realizar, sin embargo, su póstumo empeño (8).

Estaba escrito que el sacrificio aleve de su vida pesaría como estigma eterno sobre la memoria i el nombre de un descendiente de la casa de Orleans, del conde d'Eu, exjeneralísimo del ejército imperial (9).

Por fin está ahí!- Sí, allí está, después de cinco años i dos meses de la más cruenta i trájica de las guerras internacionales dentro de la civilización cristiana. Una nación culta, civilizada i viril, ha sucumbido como un solo hombre á su rededor acompañándole. Le ha secundado, sostenido i seguido más allá del sacrificio, más allá de lo verosímil... hasta el martirolojio.

El mariscal López herido se halla sentado en el cauce del río Aquidabaniguí, ribera derecha, medio recostado sobre la barranca, con la mitad del cuerpo metido en el agua, conservando su espada en la mano. Está solo, completamente solo, librado á su destino ¡quién lo creyera!, abandonado de todos: en el perfecto goce de sus facultades mentales, en todo su varonil coraje, resignado, indiferente, irreductible, anteponiendo su formidable desprecio por sus enemigos á los dolores atroces que torturan su alma i su corazón en aquel amargo, espantoso trance; ó iluminada su cabeza de singular expresión por una aureola de luz, aunque siniestra inmensamente rutilante, que no conquistará jamás ningún otro paraguayo ni acaso ningún americano.

Los fieles i últimos servidores, leales entre los leales, coronel Luis Caminos, capitán Francisco Argüello i el alférez Chamorro acaban de sucumbir cerca de su persona, defendiéndole.

El brigadier Correia da Cámara, más tarde vizconde de Pelotas, que llega con premura, baja de su montado, penetra apresuradamente en el agua á pie, se aproxima á López, se dá á conocer i le intima rendición, garantiéndole la vida.

Solano López, presidente de la república i jeneral en jefe de sus ejércitos, por toda contestación levanta rápidamente su espalda -que no se veía por tener metida la mano que la empuñaba en el fangoso charco- i descargando con toda su fuerza una estocada á fondo, sin dar en el blanco, exclamó: «Muero con mi patria (10- El mariscal López murió profundamente convencido de que, con él, desaparecía la independencia i la soberanía del Paraguay. Esta convicción la adquirió al saber que los poderes aliados habían organizado en la Asunción un «gobierno provisorio» compuesto de los paraguayos que empuñaron las armas contra su gobierno i vinieron con los ejércitos de la Triple Alianza.)».

El jeneral Cámara que salvó milagrosamente de ser herido, ofendido é indignado, ordenó, dice don Rodolfo Alurralde: «Maten ese hombre (11)». Entonces un tiro de rifle á quema ropa en el pecho, dejó inmediatamente muerto en el sitio al mariscal López.

Así pereció el inmenso tirano, pero jigante paraguayo, el carácter más poderoso entre los hijos ilustres de la América, después de Bolivar, Wáshington, San Martín i Pedro 1º de Braganza.

La verdad fría i desnuda- la tremenda i triste verdad es que López fué muerto en presencia i á un paso del jeneral José Correia da Cámara, cercado de una división del ejército imperial (12).

La brigada compuesta de los cuerpos de caballería 19 i 21, de los carabineros 1º i 18 i 9º batallón de infantería, mandados por varios coroneles i un jeneral de reputación que cercaban al jefe supremo belijerante, fueron impotentes para desarmará un hombre vencido, solo i mal herido!!.

El jeneral Correia da Cámara sufrió en ese momento un acceso de ofuscación fatal.

Desconoció la misión levantada i caballeresca de conservar la vida al prisionero inerme. Careció del discernimiento sereno para apreciar el transcendente beneficio que reportara á la causa de la Alianza i al lustre inmortal de su propio nombre, el mariscal presidente vivo como trofeo de guerra, en la final victoria de una campaña épica. No poseyó el concepto superior para interpretar en forma memorable la alta gloria de su grande patria (13).

El vizconde de Pelotas asi lo comprendió más tarde, rectificando en distintas ocasiones que lo que él dijo, fué: «Desarmen ese hombre».

Lo que sin embargo nunca esplicó es, el porqué abandonó el cadáver del presidente López á las insolencias de inconsciente soldadesca que lo desnudó i ultrajó (14).

Presintió el mariscal López con estoicismo su próximo fin. La mañana del 1º de marzo apenas tuvo conocimiento del movimiento de avance del ejército brasilero, procedió á cambiarse toda la ropa interior i esterior. Se puso camiseta de seda i otras prendas de vestirde fino hilo bordadas, blusa i pantalón de casimir nuevos i botas de charol con espolines de plata.

En la junta de guerra que precedió á la acción, también fué él quien rechazó la retirada, i resolvió el combate final.

I dado su alto carácter de mandatario i su actuación prominente, era merecedor de muerte más decorosa que la que le inflinjió Correia da Cámara. Aunque es probable que el jeneral brasilero no hiciera sinó cumplir prejuicios de alguna consigna subrepticia en ese triste momento. Entre el emperador don Pedro i el mariscal López parece que existía una antigua no olvidada inquina, de que se constituyó vengador el príncipe conde D'Eu (15).

Entre los grandes caidos que fueron árbitros de naciones i conductores de pueblos, á ninguno seguramente le cupo una agonía perpetrada con mayor ausencia de jenerosidad. ...

 

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