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LOURDES TALAVERA

  EL TIPO DE LA MIRADA TRISTE - Cuento de LOURDES TALAVERA


EL TIPO DE LA MIRADA TRISTE - Cuento de LOURDES TALAVERA

EL TIPO DE LA MIRADA TRISTE

Cuento de LOURDES TALAVERA


Su voz resuena en su mente, una y otra vez como una rueda que gira de manera eterna. Mira las estrellas y se toma la cabeza entre las manos: ¡Culipronta! Siente un sabor salobre en los labios, desearía que lloviera fuer­te para limpiarse la piel y el alma. Despiadada y cruel había sido su expresión cuando la miró y le reprochó su cariño. La radio prendida, una antigua canción que hablaba de atar una cinta amarilla al viejo roble la en­cogían más todavía en el dolor que sentía. Soy el rey de la estadística, soy el rey de la estadística, soy el rey de la estadística. La mayoría de las mujeres que salen por primera vez contigo ni acceden a tener sexo, te la maman en el coche frente a su casa. Insecto rastrero, perverso de miércoles, no me llames culipronta. Lo ha­bía conocido en la oficina de Nicolás, recién llegado de Europa y hacía mandados para sobrevivir. Cuando sus miradas se cruzaron supo que ese tipo de mirada triste, era adorable.

En medio de la modorra de aldea provinciana, su­cedió una extraordinaria represión y dos miembros del consejo directivo de una organización no gubernamen­tal fueron puestos de patitas en la frontera. Engrosaban una larga lista de expatriados y había que atrincherarse para resistir uno de los últimos ataques, quizás, del Ti­ranosaurio. Nicolás líder de la oposición intelectual de la aldea organizó un comité de defensa y ellos tuvieron la oportunidad de acercarse más con la complicidad del líder que lo enviaba a acompañarla a las reuniones de dicho comité.

Se organizaron las barricadas de resistencia y en me­dio de un tórrido verano, el Tiranosaurio fue tumbado por un pariente político e igual que aquellos que habían cruzado la frontera tuvo que subirse a un avión e irse a un país extranjero, donde murió de aburrimiento de tanto mirar dibujitos y programas infantiles en la tele­visión local. Nadie podía imaginarse que tanta alegría se convertiría veinte años después en un amargo rictus y nada más. Pero ellos estaban allí en esa primavera de­mocrática que Nicolás lideraba con entusiasmo. La co­bija paternal del líder les permitía esos ligeros escarceos de una pasión incontenible que iba minando los diques del tipo de la mirada triste.

Una tarde calurosa de noviembre la tomó en sus bra­zos bajo la mirada insolente de un grupo de albañiles que los vigilaban por la ventana abierta. Desde esa tarde supo que su historia de vida se había enmarañado con la del tipo de la mirada triste. Ella había cruzado la ciudad para verlo, dejando pendiente una tarea importante. Le entregó un billete de diez mil guaraníes para el taxi. Ella lo miró a los ojos y le dijo: Ah, es mi honorario. No, no, por favor, no digas eso. Se marchó y lo vio mirando por la ventana y sintió su profundad tristeza.

No se extrañó cuando leyó que había escrito: me siento tan solo que un día de estos engrosaré mi esta­dística de suicidios. Ese tipo de mirada triste se había quedado irremediablemente solo porque se olvidó que había tenido en su vida a Nicolás, quien una mañana se quedó sentado para siempre ante el monitor de la computadora. Entonces ella recordó que unas semanas antes lo había visto en un acto multitudinario en una plaza céntrica y su líder se le quedó mirando, sin decir nada. Quizá ella sabía del mensaje de esa mirada o se inventó el significado.

No le extrañó que la llamara y tampoco supo cuán­do se perdió ese pacto del amor compartido con otros amores que no eran los verdaderos. La vida había cam­biado en la aldea, el tipo de la mirada triste ya no pa­recía triste, había intentado acercarse la presidencia de la república con un movimiento político cuya bandera era el arcoíris. Ella tampoco siguió siendo la misma. La cordura fue llegando de manera sutil, sin prisa pero sin pausa, y su vida se equilibró entre las ráfagas de los ventarrones. El tipo de la mirada triste, técnicamente ya no estaba triste. Sin embargo, la miserabilidad humana lo había ido corroyendo y ella a veces no lo reconocía. Tantos años juntos y lejos. Él se instaló en una zona de máxima visibilidad. Quizá era una manera de defen­derse de las miradas crueles y acosadoras de la gente. Tal vez le gustaba y disfrutaba de dicha exposición. Se convirtió en una caja de resonancia de la frivolidad y lo efímero. Pero ella creía que su alma estaba herida y que por eso rehuía toda intimidad con sus semejantes. Me estoy volviendo loca, pensó.

Una noche, cerca de Navidad de no sabía cuándo, tuvo un sueño extraño. Lo vio caerse de una nube sobre una plantación de berenjenas cercana a un estanque de patos. No se lo contó porque en esos momentos el tipo de la mirada triste que ya no estaba triste, se encontraba en la cresta de la ola. Perturbarlo con el relato de su pesadilla lo sacaría de sus casillas y ella prefería seguir tranquila. Cuando la llamó para reclamarle por qué ha­bía dejado un mensaje de voz en su correo, le respondió: Sí, lo hice. Ahórrate tus palabras, que pases unas lindas fiestas. Y así, sin darle posibilidad de emitir algún re­proche le cortó la comunicación. No pasó ni una sema­na cuando se enteró que un camión de gran porte se lo había llevado por delante y que apenas se había salvado del percance con cinco costillas rotas y una pierna a la que hubo que insertar tres clavos de platino. Las fiestas las pasó con cirugía y una larga convalecencia. Eso que no sabía que había dicho por ahí que la vida era una mierda y que se tomaría unas fotografías desnudo para exorcizar ese horror, y seguido había invitado a un fotó­grafo algo bohemio para que le tomara las fotografías. Seguía siendo el rey para quienes no lo conocían del otro lado del espejo.

Por eso no entendía esta rara sensación que ella sentía cuando leyó sus declaraciones a un medio de vodevil donde declaraba que por la modelito de nalgas al aire se volvería un adolescente revolucionario y algo que no recordaba. Lo vio veinte años atrás con la cara descom­puesta y llorando cuando la abrazaba y le gritaba: No termino con las mujeres.

 

 

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SEP DIGITAL - NÚMERO 1 - AÑO 1 - MARZO 2014

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