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MARICRUZ MÉNDEZ VALL

  PARTIDAS - Por MARICRUZ MÉNDEZ VALL - Año 2019


PARTIDAS - Por MARICRUZ MÉNDEZ VALL - Año 2019

Hija del político, músico y escritor Epifanio Méndez Fleitas. Gran parte de su vida transcurrió en el exilio familiar (Uruguay y Argentina).

En Montevideo realizó sus estudios primarios y secundarios. En Buenos Aires estudió en la Escuela Municipal de Arte Dramático y en el Profesorado Nacional de Expresión Corporal. Ejerció la docencia artistica, escribió poesía y guiones vinculados a la lucha contra la dictadura.

Es egresada de la Primera Escuela Privada de Psicología Social de la Argentina, fundada por el Dr. Enrique Pichón Riviere, realizando cursos de especialización en psicoanálisis.

Trabajó en investigaciones sociales, ensayos y dio talleres sobre la palabra como también integró talleres de escritura. Escribe para la Revista Ñeengatú, Arte y Cultura entre otras de la región.

Tiene varios libros publicados, y uno inédito de poesía y relatos.

Cronología

2007: Memorias y Desmemorias de Exilio, Intercontinental Ed., Asunción.

2008/9: Integró el Taller de Cuento Breve dictado por el escritor Augusto Casola, Centro Cultural Juan de Salazar, Asunción.

2008: Antología donde figuran sus cuentos: Taller de cuento breve, Ed. Arandurã, Asunción.

2010/2: Integró el Taller de Ensayo y Poesía de la Universidad Iberoamericana, dictado por el escritor Victorio V. Suárez.

2010: Cuentos de desventuras…n para escribirles otro final, Criterio Ed., Asunción. Coautoría con Alejandra Siquot. Adaptación teatral del libro de Lita Pérez Cáceres Cuentos del 47 y de la dictadura.

2012: Algunas Mujeres de Nuestro Tiempo, Intercontinental Editora, Asunción. 23 entrevistas a mujeres destacadas del Mercosur.

2013: Antología del Círculo Literario Japay, coordinado por el escritor Victorio V. Suárez, donde figuran sus poemas: Sin peligro de extinción…, Ed. Arandurã.

Ministras de la Mujer. Construyendo la Igualdad, Servilibro, Ministerio de la Mujer, Asunción.

2018/9: Poemario y relatos en elaboración Arenas Movedizas.

 

 

 

 

PARTIDAS


Por MARICRUZ MÉNDEZ VALL


La cama crujió levemente cuando el hombre se L sentó. Él llevaba sobre los hombros la sabiduría milenaria de su tierra, en su mirada la energía propia de una raza. Entonces, sorbió tranquilo el silencio de ese cuarto en penumbras. Todo estaba listo: sus dos trajes en la maleta, la ropa interior en el bolso y el abrigo lo llevaría en la mano. Después de todo, pensó, en viajes como éste hay que ser precavido. Sus libros de cabecera, grabaciones musicales, algunos documentos imprescindibles estaban embalados rigurosamente, había obviado por prudencia aquellos de contenido político. Sería lo primero en despachar al llegar al aeropuerto por si hubiese algún inconveniente, se dijo el hombre, cuando alguien, en forma intempestiva, abrió la puerta y espantó al silencio.

—¿Por qué te vas? ¡Mamá me dijo! —gritó, mientras el golpe de la puerta retumbó en toda la casa.

—¿Por qué permitís que te venzan? —balbuceó una garganta suplicante.

El hombre observó con detenimiento ese rostro tan semejante al suyo a medida que un frío glacial le calaba los huesos.

Afuera, una ráfaga otoñal jugaba con las hojas de los árboles y a su paso, invitaba a danzar prometiéndoles la libertad.

Adentro, el corazón herido del hombre recogía, impotente, el reclamo de su hijo.

Sus dedos se detuvieron por un instante en el pelo rojizo del joven, quien se desprendió abruptamente y giró sobre sus talones hacia la ventana, con los brazos cruzados, como desafiándolo.

El hombre entonces tambaleó en el recuerdo, para retroceder justo cuando cumplía dieciséis años:

—Papá, quiero irme a la ciudad —el campesino miró al adolescente sin comprender demasiado.

—¿Maerãpa1 mi hijo?

—Quiero estudiar —tragó saliva y habló de corrido.

—Don Ramón me dijo que va a hablar con su cuñado, propietario de una pensión allá. Don Ramón dice que el cuñado está buscando una persona de confianza para atender la pensión de noche. Yo sería esa persona, así puedo estudiar de día.

Observó que el campesino tomaba su tereré sin mediar palabra, aprovechó la pausa para decir todo de una buena vez.

—Voy a poder ahorrar para mandarles algo de plata, aliviar así un poco los gastos de ustedes. También estoy pensando en mis hermanas, papá. De a poco podré ayudarles para el estudio, ellas serán ‘alguien’, te prometo, no quiero que terminen limpiando pisos de casas ricas —y miró a su mamá, quien en ese momento bajó la vista entrelazando sus manos ásperas de trabajadora. De algo estaba seguro; la esperanza también puede ser de los pobres.

El cielo tronó repetidas veces en respuesta, imitando una carcajada ruidosa, hasta que poco a poco su cuerpo de algodón se puso rojo de tanto reír. Y la risa tornó en lágrimas. En tanto las abultadas gotas descendían vertiginosamente en la tierra seca y la cosecha perdida, el campesino resignado, ordenaba a su mujer preparar el equipaje y algo de comida para el viaje del primogénito.

Al día siguiente, al amanecer, seis personas guardando la tristeza en el andén de una estación, representarían una escena de despedida. El padre bendijo al hijo, la madre lloró sin querer, le colgó al cuello el rosario de la abuela, las tres hermanas besaron al hermano y le desearon suerte, tanta como para que les enviara regalitos de la capital, o tal vez un novio. El muchacho subió al tren con los sueños a cuestas, dejó la gastada maleta en el asiento y se asomó a la ventanilla. El gusano de hierro empezó a moverse lento, suficiente para distinguir los pañuelos desplegados al viento, cada vez más pequeños, suficiente para elevar una oración por uno más que se iba del pueblo.

En la memoria del hombre los recuerdos retumbaban al igual que en su pecho las palabras de su hijo.

—¿Por qué no decís algo? —exclamó—, ¿para qué te vas justo ahora, papá? —cayendo de rodillas ante su padre y apoyando la cabeza sobre su regazo—. No me dejes solo, no te vayas —suplicó.

El hombre volvió a acariciar esos mechones rebeldes y calló. Es difícil aceptar los designios de Dios, pensó.

—Quiero ir con vos —insistió con un golpe seco en la mesita de luz.

—No podés, es a mí a quien buscan —expresó con tono firme pero sereno.

La ventana recibió el impacto, se abrió de par en par, sin pedir permiso penetró la lluvia tormentosa.

¿Ir conmigo?, pensó el hombre; cómo explicarle que todavía no era tiempo..., otros viajes esperaban a esos jóvenes años.

El hijo adivinó el pensamiento del padre, se levantó, sacó del bolsillo del pantalón un papel arrugado y lo arrojó sobre la cama.

—Esta carta la escribí para vos —dijo. Se mordió los labios y recorrió con la mirada por última vez el perfil de su progenitor. Dirigió sus pasos a la puerta y con un portazo, despidió a su padre.

El corazón del hombre latía aceleradamente una vez más. Era ya muy tarde, de un momento a otro vendrían por él. Su vuelo esperaba, la partida era inminente.

Estiró el brazo derecho hasta recoger la carta. Con sumo cuidado desdobló el papel, en letras grandes y tinta roja asomaron los anhelos del joven. No pudo contener la emoción, se reconoció en tanta rebeldía esperanzada. Su hijo le contaba que había decidido partir en dos años —apenas terminara su carrera de médico—, se mudaría al pueblo donde una vez habían representado aquella escena de despedida tantas veces evocada en la mesa familiar. La mejor manera de honrar su profesión era servir a la gente, quería que su padre, ejemplo de vida, fuese el primero en saberlo y compartiera también el soñado día.

El hombre sacó su orgullo extendido al infinito, consideró que podía viajar en paz. La sangre joven desde su propia historia, seguía el camino abierto sin olvidar sus orígenes.

Dejó la carta a un costado, muy despacio se fue incorporando y se acercó a la ventana. Miró a lo lejos, se preguntó por qué estaba tan solitaria la calle. Con prolijidad, cerró los postigos.

En eso, un golpe seco le sobresaltó. No pudo distinguir si era en la puerta o venía de adentro, la respiración entrecortada de las noches se hizo presente, el dolor… en la última consulta el médico había evaluado la posibilidad de otro pre infarto.

—Llegó la hora.

Se acomodó el nudo de la corbata, presuroso se dirigió a la cama. Dolió más el segundo golpe aunque tuvo el tiempo exacto para recostarse en la almohada, la mano buscó el rosario antiguo en el cuello, al tercer golpe cuando el pecho estallaba, dijo: pueden pasar. Se abrió la puerta, dos uniformados entraron, el hombre les sonrió y definitivamente emprendió la partida.



 Maerãpa 1 (guaraní): Para qué







 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Fuente:

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 MUJERES EN SU PROPIA COMPAÑÍA

Páginas 145 al 152

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