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BEATRIZ RODRÍGUEZ ALCALÁ DE GONZÁLEZ ODDONE

  ROSA PEÑA, 1970 (Conferencia de BEATRÍZ RODRÍGUEZ ALCALÁ DE GONZÁLEZ ODDONE)


ROSA PEÑA, 1970 (Conferencia de BEATRÍZ RODRÍGUEZ ALCALÁ DE GONZÁLEZ ODDONE)

 ROSA PEÑA

Conferencia de BEATRÍZ RODRÍGUEZ ALCALÁ DE GONZÁLEZ ODDONE

ACADEMIA PARAGUAYA DE LA HISTORIA

Asunción —Paraguay

1970 (30 páginas)


 
 
Conferencia pronunciada por la Señora Beatriz Rodríguez Alcalá de González Oddone, el 25 de noviembre de 1970, sobre el tema: ROSA PEÑA, al incorporarse a la Academia Paraguaya de la Historia, como Miembro Correspondiente, en sesión presidida por el titular de dicha Academia Dr. Julio César Chaves. Contestación del Miembro de Número Prof. Dr. R. Antonio Ramos.
 
 
 
 
CONFERENCIA DE LA SEÑORA
BEATRIZ RODRIGUEZ ALCALA DE GONZALEZ ODDONE

 
Señor Presidente de la Academia Paraguaya de la Historia
 
Señores Académicos, Señoras y Señores:
 
Fácil os será imaginar, la profunda emoción que me embarga hoy, que la Academia Paraguaya de la Historia, abre para mí sus puertas.
 
Como todos sabéis, señores, pertenezco a esa generación de mujeres que no poseyó las múltiples oportunidades que enriquecen a la joven de nuestros días. La Universidad nos estaba prácticamente vedada, no por la ley escrita, que muchas veces otorga a la mujer derechos que no puede ejercer, sino por criterios anacrónicos -felizmente superados- que consideraban poco decoroso que una señorita o una joven señora, tuvieran acceso al claustro universitario donde forzosamente debían alternar con varones hasta horas avanzadas. Huérfanas de disciplinas académicas, nos vimos forzadas a leer con avidez por cuenta propia, para suplir en parte las deficiencias de un sistema que nos condenaba irresponsablemente a la ignorancia y a la eterna dependencia, que genera la carencia de una profesión que capacite para la lucha por la vida, cuando las circunstancias así lo reclamen.
 
Por eso, para mí, el gran honor de que hoy soy objeto posee una doble significación: La altísima, de incorporarme a la magna casa de la historia y la tan estimulante del reconocimiento de los señores académicos en mi persona, a los esfuerzos realizados por tantas mujeres, que no obstante los condicionamientos de que fueran víctimas otrora en nuestro ambiente, han logrado romper las barreras de lo exclusivamente doméstico, para incorporarse de una manera u otra, al quehacer cultural, ocupando de hecho, el lugar que por derecho les corresponde en toda sociedad civilizada.
 
Para mi conferencia de esta tarde he querido elegir a una figura histórica que, no obstante la asombrosa labor que le cupo realizar en la post guerra, permanece en la penumbra.
 
Me refiero a ROSA PEÑA, a quien con justicia podemos denominar madre de la educación del Paraguay, ya que en la Reconstrucción Nacional -tarea casi exclusivamente femenina, por haber sido la mujer la única sobreviviente de la Hecatombe- tuvo a su cargo la trascendente misión de iluminar las inteligencias con el caudal de su saber, inusitado para la época.
 
Una escuela y una calle compuesta de 3 cortas cuadras la recuerdan, pero para la gran mayoría es sólo un nombre que se relaciona con la educación. Hablar de ROSA PEÑA no me resulta tarea fácil ya que, no obstante la proverbial cortesía del Dr. Efraím Cardozo y de los Sres. Gill Aguinaga y Pussineri que pusieron sus ricas bibliotecas a mi disposición, no he hallado bibliografía sobre ella. En los textos que la mencionan sólo encontré datos escuetos, biografías estrictas, que hacen referencia a su labor docente, pero distan mucho de presentárnosla en su exacta dimensión de mujer y de maestra. Para comprender a ROSA PEÑA hay que ubicarla dentro del contexto socio cultural en que le tocó actuar. Para aquilatar realmente su obra, debemos considerar los múltiples obstáculos que tuvo que salvar, los arraigados prejuicios y tabúes que le fue preciso ignorar, para trasponer las fronteras hogareñas -límite y bastión de toda actividad femenina de la época- y realizar así su alta vocación culturizadora. A falta de historia escrita, me vi obligada a apelar a la tradición oral, recogiendo anécdotas de sus descendientes y de quienes sin serlo, oyeron hablar de ella y de su labor en sus respectivos hogares, aprendiendo desde niños a admirarla.
 
Como todos los seres llamados a una alta misión, ROSA PEÑA templó su espíritu en el dolor. Hija de don Manuel Pedro de la Peña y de doña Rosario Guanes, pertenecía a una familia de prosapia ilustre. Nació en Asunción el 30 de Agosto de 1843, quedando huérfana de madre a muy tierna edad. Cuando contaba sólo 17 años, don Pedro de la Peña fue sometido a prisión, a raíz de la delación de un esclavo. Amante como era de la lectura, pidió al dictador Francia que le permitiera leer durante su cautiverio. Por toda respuesta éste, le envió un diccionario y prohibió terminantemente a los guardias, la entrada de cualquier tipo de libro a la cárcel ...
 
Reducido al diccionario, de la Peña se lo aprendió de memoria; tiempo después sus amigos burlaban la vigilancia, o lo que es más factible, de acuerdo con los carceleros, le hacían llegar textos de derecho y de cultura general, que le permitieron convertirse en experto en Derecho Civil y Administrativo, a lo largo de los 14 años que vivió engrillado. Su madre, doña Josefa Hurtado de Mendoza, no se resignó nunca a lo que consideraba una condena injusta y varias veces, a riesgo de su propia vida, trasgredió la orden de no molestar al Supremo, llegándose hasta él, para exigirle la libertad de su hijo; incluso, en cierta oportunidad, sobornó al centinela y penetró en la celda para curar las heridas que producían los grillos, en los tobillos del joven. Ese arrojo, esa firmeza de carácter, unidos a la marcada vocación intelectual del padre, serían luego las características principales de la ilustre educadora, que no temió causar escándalos farisaicos, para cumplir la misión a que se sentía llamada, en una sociedad, en la que muchos padres, mejor dicho muchas madres, porque no quedaban padres, no querían que sus hijas aprendieran a leer y escribir, para que no pudieran comunicarse con sus novios ... A la muerte de Francia se pensó que los presos políticos serían puestos de inmediato en libertad, pero éstos debieron permanecer doce largos meses más en prisión, a raíz de que Policarpo Patiño, secretario del extinto, se adueñó del poder. Sólo cuando la sublevación de los sargentos Duré y Campos, logró liberar al país de la tiranía y se instauró el Gobierno Consular de don Carlos A. López y Mariano Roque Alonso, pudieron abrirse las mazmorras. En su exaltación, de la Peña, hombre ya de 31 años, compuso un inspirado canto a la libertad, que según don Federico Alonso y otros, se entonó en calidad de Himno Nacional durante muchos años. Hombre de confianza de don Carlos, de quien además era pariente próximo, de la Peña fue consejero y colaborador inmediato suyo, hasta que en 1857, por diferencias ideológicas, emigró a Buenos Aires donde se radicó. Escaso como estaba de dinero, no podía permitirse el lujo de costear los estudios de sus hijos; de ahí que ROSA PEÑA tuviera que educarse en el Colegio de Huérfanas de la Merced, dependiente de la Sociedad de Beneficencia. Fácil es imaginar lo doloroso que le resultaría a una niña de su alcurnia, apelar a la caridad ajena para poder estudiar; pero la triste circunstancia no incidió negativamente en su carácter, sino por el contrario, fue acicate de superación. Terminó la primaria con notas brillantes, lo que impulsó a sus benefactoras a costearle la carrera de magisterio. En esa etapa de su vida fue donde ROSA PEÑA vio delinearse firmemente su augusta vocación, al tocarle en suerte ser alumna de uno de los más grandes maestros de su tiempo, don Domingo Faustino Sarmiento, del año 1864 a 1869, mientras paralelamente ejercía la cátedra en un colegio dependiente de la entidad que la protegía. De inmediato Sarmiento detectó las dotes extraordinarias de su discípula, a quien desde el primer momento favoreció con especial afecto y amistad. Una vez que ROSA PEÑA obtiene el título de profesora, Sarmiento, quien no obstante las múltiples y complejas obligaciones que le impone la Primera Magistratura, atiende personalmente todo lo referente a la instrucción pública, la nombra directora de la Escuela de Niñas de las calles Comercio y Buen Orden. Pero entre tanto, tras cinco años de defensa desesperada, termina la guerra de la Triple Alianza, dejando al Paraguay reducido a ruinas y cenizas. Consciente de su deber de ciudadana, ROSA PEÑA comprende que su lugar no está en la Gran Aldea -¡así se consideraba a Buenos Aires!- donde le aguarda un futuro promisorio; comprende que su Patria la necesita con urgencia; que esa generación de huérfanos desamparados, es un tácito desafío a su magisterio, ya que en el Paraguay no quedan maestros, por haberse inmolados todos, por la defensa.
 
Ella tiene unos ahorros que ha logrado reunir a costa de privaciones; una pequeña suma, hurtada a su sueldo de Directora y decide emplearla íntegra, en la creación de una escuela de niñas en Asunción, donde formará el primer grupo de educadoras de la post-guerra. Comunica su decisión a su maestro; Sarmiento le responde textualmente -"Pero qué va a hacer en el Paraguay, que es sólo un montón de escombros? Aquí tiene usted un magnífico porvenir"- "Por eso, porque mi país está en ruinas, debo renunciar a las ventajas de mi posición en Buenos Aires, para colaborar en la tarea de reconstruirlo"! dice, y renuncia inmediatamente a su cargo, regresando luego al Paraguay. Su sensibilidad sufre una dura prueba ante el desolador cuadro que se ofrece a sus ojos; ante su país aniquilado; ante la familia definitivamente amputada; pero no es mujer de desperdiciar tiempo en especulaciones negativas y a poco de llegar, emulando a Sarmiento que de su propio peculio abrió la escuelita de San Francisco del Monte de Oro, crea con sus escasos recursos, una escuela para niñas. No pasará mucho tiempo sin que la humilde escuelita de una sola aula se convierta en Escuela Normal de Niñas, la primera del país y reciba subvención del municipio, ya que hasta el 23 de abril de 1872, no se crea el Consejo de Instrucción Pública que será luego el que financiará la educación. El 31 de Enero de 1879 es un gran día para ROSA PEÑA: egresan las primeras preceptoras formadas por ella: Susana Dávalos y Joaquina y Rafaela Machaín.
 
Muchas otras egresarán más tarde, para difundir los conocimientos que la gran maestra les inculcara, para iniciar la ardua, la penosa labor de formar juventudes aplastadas por la derrota y el infortunio. Instrumento salvífico como fue de la Providencia, ésta guió sabiamente sus pasos para hacer aún más fructífera su misión. Al poco tiempo contrae matrimonio con un hombre honesto, político sincero y patriota, don Juan Gualberto González, quien al ocupar el Ministerio de Instrucción Pública y más tarde la Presidencia de la República, colaborará eficazmente en la tarea educadora de su esposa. A instancias de ésta, se promulga un decreto el 30 de enero de 1884 por el que se crean escuelas de 1ª. clase en los siguientes pueblos: Villarrica, Villa Concepción, Villa del Pilar, Villa de San Pedro, Villa Encarnación, San Lorenzo de Campo Grande, Luque, Itauguá y Paraguarí y de 2ª. clase en Villeta, Humaitá, Caazapá, Itá, Pirayú, Ybycuí, Carapeguá, Santiago, Quiindy, San Estanislao, Villa Florida, Yaguarón, Caraguatay, Jhacanguazú y Caapucú, 24 en total.
 
24 escuelas de niñas en el interior, que el Paraguay del 70 debe al inagotable celo de ROSA PEÑA. "Honrada sea la memoria de esa ilustre dama, primera institutriz de la infortunada juventud de la post guerra" escribirá años más tarde Cecilio Báez en su "Resúmen de la Historia del Paraguay".
 
Otro ilustre personaje, paladín de cien combates, el Gral. Bernardino Caballero, correligionario e íntimo amigo del señor González, también facilita y estimula la labor de la esposa de su dilecto colaborador, y con su recio temple de soldado, sabe apreciar las batallas que ésta va ganando a la ignorancia y al derrotismo, que genera en sus habitantes el aniquilamiento de un país.
 
Pero si ROSA PEÑA cuenta con el apoyo incondicional de su marido, y la comprensión de ese gran amigo de los suyos que es el Gral. Caballero, no por eso es de todos comprendida, y son muchos los que, acostumbrados a ver a la mujer recluida en el hogar, no saben comprender la grandeza de su misión, que la diferencia de las demás mujeres de su época. Para corroborar lo que digo permitidme narrar una anécdota de mi propia familia, que favorece muy poco a ésta, contada en mi hogar, como índice del obscurantismo de la época. Al regresar de la Residenta, una vez terminada la guerra, mi bisabuela, envió a mi abuela, doña Clementina Carísimo, más tarde s e ñ o r a de Lamas, a Paraná, a casa de unos parientes, los Boedo, para que se instruyera, porque ROSA PEÑA aún no había llegado, y no había escuelas en Asunción. Terminada la primaria, mi abuela regresó. Enterada Rosa Peña de su retorno, le ofreció un puesto de preceptora, con un sueldo de 5 $ mensuales. La familia Carísimo Jovellanos, como todas las de la época, se hallaba en la más espantosa indigencia, pero las autoridades de ese gineceo de 19 miembros que formaban mi bisabuela y mis tías y que tenía su reducto en el viejo caserón de la calle de la Ribera, hoy Benjamín Constant, se negaron rotundamente a que mi abuela -15 años floridos-, aceptase el cargo, por considerar indigno de una señorita de su calidad, salir todos los días de la casa. Cinco pesos, eran muchos, para la época, y para las apremiantes necesidades de la familia; las calles a recorrer eran solamente 7, los fondos de la casa de los Carísimo daban a lo que hoy es casa de la Independencia, pero se prefirió sufrir miseria a claudicar en los principios; de lo que se deduce que la actuación de ROSA PEÑA, fue doblemente meritoria.
 
Pero ella no redujo sus actividades a la instrucción de la juventud, sino las extendió al campo asistencial. Años más tarde, el 30 de marzo de 1885, llega a Asunción la Delegación Uruguaya con los trofeos de guerra, que el gobierno de la Rca. Oriental devuelve al Paraguay. A Rosa Peña le toca presidir, en calidad de maestra, la Comisión de agasajos y ofrece en su domicilio una brillante recepción. Con emotivas palabras, el jefe de la Delegación visitante, deposita en territorio paraguayo los trofeos ganados en lucha injusta y desigual, y entrega a la anfitriona, en nombre de su país, 10.000 $ oro, para paliar en algo, las necesidades de nuestros compatriotas. En la suma donada Rosa Peña ve cristalizarse un viejo anhelo suyo, el de fundar el Asilo Nacional, para acoger a aquellos a quienes la guerra ha dejado en la miseria, y que no pueden valerse por sí mismos. De inmediato pone manos a la obra y logra, en poco tiempo, dar un hogar a esos desamparados que por las noches se refugian, en los atrios de las iglesias, o en los soportales de las viejas casonas, que tanta compasión le inspiran, fundando así la primera institución de ese género en el país.
 
Dama profundamente piadosa, presta también su ayuda a toda obra pía, debiéndose a su colaboración la construcción del templo de la Encarnación del que es madrina al inaugurarse.
Su amor a la libertad y a la justicia, le exige rendir un homenaje a los gestores de nuestra independencia, y para ello inicia un movimiento que propicia la erección de un grupo escultórico, que perpetúe la memoria de los próceres de mayo, cuya piedra fundamental coloca en la plaza Uruguaya y que ... sólo piedra fundamental sigue siendo hasta ahora. Tras tan exhaustiva labor, que fácilmente supliría a la de una docena de varones, bien pudo retirarse a la vida privada, -dado que un selecto grupo de discípulas suyas continuaba eficazmente su tarea educacional-, y disfrutar de los halagos que le proporcionaba la alta posición política de su marido. Pero no lo hace, y sigue sacrificando horas al descanso, para orientar a las jóvenes maestras a quienes profesa una ternura de madre.
 
Esa fue ROSA PEÑA, en su aspecto de educadora, de promotora social y de líder revitalizador de una sociedad material y psíquicamente derruida. Pero ¿cómo fue ROSA PEÑA en su faceta netamente femenina, de madre, de esposa y de dama de sociedad? Una de sus únicas ex-alumnas sobrevivientes, doña Carmen Porta Bruguez de Mena, deliciosa ancianita de 96 años, que conserva intactas sus facultades físicas y mentales, me dijo en una larga e interesante charla que mantuve con ella: -"Recuerdo perfectamente a ROSA PEÑA, a pesar de que yo sólo tendría 5 o 6 años cuando fui su alumna. Vivía en los bajos de nuestra actual casa, que entonces era de una sola planta, y parte del edificio lo destinaba a la escuela. Era alta, más bien robusta, de rostro noble y modales suaves, aún cuando sabía ser severa. Peinaba sus cabellos en dos gruesas trenzas y lucía unos cuellos orlados de puntillas, inmaculadamente blancos. Nosotros vivíamos en la casa de a lado, en la actual zapatería Tonsa, y yo a veces me escapaba para ir a mi casa. ROSA PEÑA no me reprendía, pero poco a poco, fue ganándose, mi afecto y confianza, y ya no deseé escabullirme de la escuela. Entonces la actual calle Mcal. Estigarribia se llamaba "Pte. Carnau". Un anónimo cronista escribe en "El Orden" del 7 de febrero de 1924: "Doña Rosa era una dama distinguidísima, poseedora de un extraordinario don de gente, cultísima, a lo que agregaba sólida instrucción y brillante inteligencia. -Durante todo el período presidencial de su esposo, fue ella la que inició, mantuvo y dio tono señorial, a la serie de brillantes reuniones en su gran casa de la calle Pte. Franco esq. Independencia. Ella inició la costumbre de ofrecer cenas y recepciones, en honor de los jefes de misiones extranjeras, con quienes nuestro país necesitaba desesperadamente, concertar acuerdos. En cierta oportunidad, se debió al fino tacto de ROSA PEÑA, que no surgieran desacuerdos con el ministro de Francia, Monsieur Marchand, quien venía con el objeto de cimentar el arraigo de colonos franceses en la colonia "Pte. González. (La casa presidencial era el antiguo Ateneo Paraguayo, que como todos sabemos, había sido propiedad de la Sra. Inocencia López de Barrios).
 
Tanto en la residencia oficial, como en su casona solariega, ubicada donde se levanta hoy el Colegio de San José, ROSA PEÑA recibe con llaneza y afecto a las innumerables personas que constantemente acuden a ella, en demanda de ayuda material o consejo. A sus cuatro hijos: Laura, Celina, Juan y Juanita, no obstante sus múltiples tareas externas, presta un cuidado, una atención especialísima, y todos los días logra hacerse de tiempo, para mantener con cada uno de ellos, una conversación privada y personal, a lo largo de la cual va plasmado cuidadosamente sus espíritus.
 
Cuando en 1887, su inolvidable maestro, con quien siempre mantuvo correspondencia, se refugia en nuestro país, ROSA PEÑA tiene la oportunidad de retribuirle el apoyo que éste le había dado en Buenos Aires. Y es en el hogar de los esposos González Peña, donde el gran sanjuanino halla el afecto y la comprensión que le niega su patria. Amante de los niños, Sarmiento encuentra en los hijos del matrimonio amigo, el bálsamo que urgían sus heridas -"Jugaba con nosotros, haciéndonos tropezar con su bastón, lo que nos causaba gran alborozo"- dirá años más tarde, D. Celina González Peña de Calzada, evocando los años felices de su infancia. El prócer, que a más del afecto que profesaba a su ex discípula, sentía por ella una gran admiración, solía decir al marido de ésta, en amable tono de broma -"La Presidenta de la Rca. es D. Rosa, y no Ud., D. Gualberto"-.
 
Cuando los estudiantes de Asunción le entregaron la bandera de su país, que el autor de "Facundo" recibió diciendo: --"Con la tela de esta bandera secaré las lágrimas de amargura que me han hecho vertir", (Se respetó el original) ROSA PEÑA estaba a su lado, --las casas de ambos lindaban-. Y le acompañó también, sin separarse de su lado, con un amor de hija, en sus últimos momentos, lo que recordará agradecida, muchos años después, su nieta, D. Eugenia Belén Sarmiento, al Dr. Albarracin y a mi propia madre, de quien era amiga.
 
Cumpliendo el deseo, expresado varias veces por Sarmiento, de ser amortajado con las banderas de Argentina, Chile, Uruguay y Paraguay, ROSA PEÑA donó llorosa la insignia patria que cubrió su féretro y partió de Asunción en "la caravana mortuoria que bajó el río, acompañada de su esposo que presidía la comisión encargada de entregar a su país los restos del "Maestro de América".
 
Tras el golpe de estado del ministro de Guerra, Gral. Eguzquiza, que depone a D. Juan Gualberto González de la Primera Magistratura, en Junio de 1894, cuando sólo le faltaban unos meses para terminar el período presidencial, ROSA PEÑA emigra por segunda vez a Buenos Aires, acompañada de su familia.
 
Pero ya no viviría mucho tiempo, y el 8 de noviembre de 1899, a los 56 años de edad, fallece rodeada de la veneración de los suyos y del respetuoso afecto de un amplio y selecto sector de la sociedad porteña. Con justicia podía decir como el Apóstol: -"He terminado la carrera, he combatido el buen combate; sólo me resta, aguardar la corona inmarcesible que me tienen destinada"-. Un magnífico busto suyo, obra de Querol, se exhibe en el Museo Sarmiento de la calle Cuba 2079, de la ciudad de Buenos Aires, como si se quisiera significar la similitud de las tareas realizadas en sus respectivos países, por los dos grandes educadores. Veintidós años después de su muerte, en 1921, nuestro país reclamará sus restos y el gobierno donará un predio en la Recoleta, para que se le erija un mausoleo. 19 años más tarde, en 1940, el soberbio sepulcro está listo para acoger a su dueña. Es un tierno homenaje de su hija Celina, esposa de ese distinguido hombre de letras que se llamó Rafael Calzada, cuyas memorias en 4 tomos, deleitaron a toda una generación, la de post-guerra y que, lamentablemente, son hoy piezas exóticas en unas pocas bibliotecas del país.
 
Pero sólo desde 1941, ROSA PEÑA reposa en la tierra que tanto amó y a la que tanto dio dé sí. La urna fue traída por su propia nieta, Sra. Rosa Carvalho de Soares -a cuya gentileza debo en gran parte mis informaciones- y la recibió una comitiva oficial presidida por el Dr. Delmás, entonces ministro de Educación y Culto, quien en un brillante discurso exaltó la personalidad de la extinta.
 
Una década atrás, el 31 de noviembre de 1930, se inauguraba en la Chacarita una humilde escuela con su nombre, con asistencia del ministro de Justicia y Culto, Dr. Justo Pastor Benítez, del Director Gral. de Escuelas Don Ramón I. Cardozo, y de numerosas ex alumnas suyas, siendo madrina una de ellas, la Sra. D. Emilia Recalde de Recalde. –“Para muchos quizás, no está bien en este humilde lugar el nombre de ROSA PEÑA, la más grande educacionista que tuvo el Paraguay, dijo, ese otro gran maestro paraguayo, Don Ramón I. Cardozo; para mí, la denominación es simbólica, porque ROSA PEÑA prefirió las ruinas humeantes de la patria a las delicias que le ofrecía Buenos Aires, abandonó su grandeza por la miseria de nuestro país destrozado. Pues bien, el simbolismo está aquí: Su nombre tutelará hoy a esta institución y al conjuro de su recuerdo de patricia que amó a los niños, la luz penetrará en las conciencias de los hijos de estos humildes trabajadores"-. La Sra. de Recalde la evocó diciendo: -"ROSA PEÑA no se limitaba a inculcar conocimientos, a instruir; ella iba más lejos, afanándose por modelar el carácter y la moral de los educandos, valiéndose para ello de la palabra y el ejemplo".
 
Paralelamente a la escuela, se inauguró un merendero para los alumnos, adyacente a la misma, costeado por los vecinos del barrio; era la primera vez que en un establecimiento escolar del país, se habilitaba también una sala de refrigerios. Y era natural que fuese así, porque honrar a ROSA PEÑA sólo como educadora sería injusto, ya que ella no se limitó a instruir juventudes, sino que se preocupó también de rehabilitarlas física y moralmente. Años más tarde la Escuela de la calle Sebastián Gaboto Nº 409, se traslada a su actual local de la calle Brasil Nº 246, donado para el efecto, por su devota hija Celina.
 
El 12 de marzo de 1942, la HONORABLE JUNTA MUNICIPAL también se adhiere a los homenajes tributados a la insigne educadora, y dicta la Ordenanza 649, Art. 22, B, por la cual se denomina ROSA PEÑA, a la calle abierta en el antiguo solar de los González Peña, entonces correspondiente a la parroquia de San Roque y hoy a la de San José.
 
En la tarde de mi ingreso a la Academia Paraguaya de la Historia, he querido rendir un homenaje a esa mujer extraordinaria, que encarnó todas las virtudes de nuestra raza, logrando armonizar maravillosamente el idealismo que la devoraba, con la practicidad de sus realizaciones. Mujer que simboliza a todas las heroicas contemporáneas suyas, que obraron el prodigio de reconstruir nuestro país, dignas de ser inmortalizadas por nuestras máximas plumas, para qué el mundo sepa lo que el Paraguay debe a sus mujeres.
 
Señores: Si mis pobres palabras han logrado arrancar a ROSA PEÑA de la semi penumbra en que se hallaba, me sentiré muy complacida, porque considero deber de ciudadano, honrar a quien, por paraguaya y por hacedora de patria, es justo motivo de orgullo nacional.
 
Por eso os ruego que me acompañéis a guardar un minuto de silencio, en memoria de esa gran matrona, que de vivir en nuestros días, ocuparía un sitial de privilegio en esta ilustre casa.





 
 
CONTESTACIÓN DEL PROFESOR


MIEMBRO DE NÚMERO DE LA

ACADEMIA PARAGUAYA DE LA HISTORIA

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Una manifestación importante de la vida nacional de los últimos tiempos es la incorporación de la mujer en las actividades culturales. En todo el ámbito de la república la mujer estudia y se preocupa por elevar su nivel intelectual. Los colegios para niñas aumentan cada día porque aumenta también el número de las que quieren estudiar. La Universidad Nacional como la Católica, en sus diversas ramas, cuentan con numerosas mujeres en sus aulas, y, en ciertas Facultades, como la de Filosofía, predomina con gran mayoría el sexo femenino.
 
Este fenómeno social constituye, sin lugar a dudas, un progreso para el país. Con él se ha roto una tradición basada en "criterios anacrónicos", con lo cual las mujeres, como bien acaba de expresar la flamante académica Beatriz Rodríguez Alcalá de González Oddone, "han logrado romper las barreras de lo exclusivamente doméstico, para incorporarse, de una manera u otra, al quehacer cultural, ocupando de hecho, el lugar que por derecho les corresponde en toda sociedad civilizada".
 
Es así como Beatriz Rodríguez Alcalá de González Oddone hace vida intelectual. Su vocación le viene por herencia. Sus progenitores don José Rodríguez Alcalá y doña Teresa Lamas Carísimo están estrechamente ligados al desarrollo de nuestra cultura.
 
Don José era argentino de nacimiento, vino al Paraguay como para regresar, "pero quedó prisionero en las redes sutiles del alma guaraní". En Asunción se incorporó al grupo selecto de los que trabajaban en el campo del espíritu. Escritor y periodista, a su pluma se deben varias e interesantes obras, entre ellas "IGNACIA, que marca el hito inicial de la novela paraguaya contemporánea", como afirma Carlos R. Centurión. También a él se debe la primera ANTOLOGIA PARAGUAYA.
 
Doña Teresa, descendiente "de una familia ilustre, enraizada en los días de la colonia", sobresalió desde muy joven por sus brillantes condiciones literarias. Publicó TRADICIONES DEL HOGAR en dos tomos. El primer volumen apareció en 1925 y al respecto el citado Centurión dice que es el "primer libro publicado por una mujer paraguaya". En 1955 dio a la estampa LA CASA Y SU SOMBRA con prólogo del eminente escritor Francisco Romero. En estas obras recuerda episodios del pasado en un estilo claro, ameno y elegante, que nos llenan de emoción y de amor por las cosas que fueron. Su personalidad literaria es reconocida elogiosamente en los países de América. Su actuación en la vida cultural y social ha dignificado a la mujer paraguaya.
 
También Beatriz Rodríguez Alcalá de González Oddone se dedica a la vida cultural. Periodista, como su padre, es colaboradora de los diarios de la capital. Sus artículos son escritos con elevación y se leen con facilidad y placer. Su estilo, sin lugares comunes, es preciso y elegante. Como su madre, tiene una pluma ágil, que sabe transmitir la emoción y captar la belleza. Lectora infatigable, es una animadora entusiasta de los clubes de libros, entidades que en nuestros días contribuyen a enriquecer los conocimientos literarios de la mujer.
 
Hoy, Beatriz Rodríguez Alcalá de González Oddone, acaba de presentarnos en su magnífica disertación, la benemérita personalidad de Rosa Peña, a quien la enseñanza primaria después de la guerra contra la Triple Alianza le debe los primeros y positivos pasos. De ahí que la flamante académica la llame con justicia "madre de la educación del Paraguay". En medio del ambiente pobre y enrarecido de la época en que le tocó actuar, Rosa Peña se abrió paso, imponiéndose por su elevación espiritual y su amor a la niñez, entonces en su mayor parte desamparada.
 
No obstante la escasez de datos sobre la vida y la obra de esta mujer extraordinaria, Beatriz Rodríguez Alcalá de González Oddone ha sabido recopilar los que tuvo a su alcance. Gracias a ello podemos apreciar al través de sus palabras las distintas facetas que adornaron la existencia de Rosa Peña.
 
En primer lugar se destaca la educadora, la propulsora de la instrucción, que no sólo creó con sus medios propios una escuela para niñas sino que a su iniciativa se debió la fundación de 24 escuelas en el interior del país. Este insigne mérito menciona nuestra académica, como uno de los más altos de la ilustre paraguaya.
 
Luego refiere su matrimonio con Juan Gualberto González, después Presidente de la República, y su amistad con el Gral. Bernardino Caballero. Tanto su matrimonio como la amistad aludida favorecieron la labor patriótica de Rosa Peña.
 
Pero la actividad de ésta no sólo se concentró a fomentar la educación, Beatriz nos recuerda que Rosa Peña también se dedicó a la ayuda social. A ella se debió la fundación del ASILO NACIONAL, destinado a "acoger a aquellos a quienes la guerra ha dejado en la miseria, y que no pueden valerse por sí mismos". La creación de esta institución es otro de los grandes méritos de Rosa Peña, quien, impulsada, además, por sus sentimientos religiosos, prestó su valiosa colaboración para la construcción del templo de la ENCARNACION, hasta hoy inconcluso.
 
Movida por "su amor a la libertad y a la justicia", también nos recuerda Beatriz, que Rosa Peña inició un movimiento para erigir un monumento "que perpetúe la memoria de los Próceres de Mayo". La piedra fundamental fue colocada en la Plaza Uruguaya. Pero del monumento sólo quedó la iniciativa de la ilustre dama. También a ella se debieron, nos comenta nuestra distinguida conferenciante, las recepciones y fiestas sociales, ofrecidas al cuerpo diplomático, después del gran vacío dejado por la cruenta guerra contra la Triple Alianza.
 
Su vida continuó siendo útil a sus semejantes, apoyando a los desamparados, dando consejos a los apocados de espíritu y estimulando con su ejemplo a las educadoras que había formado. De generoso corazón, supo ser grata al Maestro que le había despertado el amor a los niños y a la enseñanza. Acompañó hasta Buenos Aires los restos de Domingo Faustino Sarmiento, cuyo féretro fue cubierto, entre otras banderas, por la paraguaya, donada por su alumna agradecida.
 
Rosa Peña dejó de existir en la capital argentina, el 8 de noviembre de 1899, pero sus restos descansan en esta ciudad de su nacimiento, en un suntuoso mausoleo del cementerio de la Recoleta.
 
La posteridad le rindió justicia. Una escuela de nuestra capital ostenta su nombre. ¡Homenaje merecido y digno de una educadora, que, como Rosa Peña, brindó lo mejor de su vida y de su espíritu privilegiado a la enseñanza de la niñez! También una calle lleva su nombre, recordando así a las generaciones la memoria de esta venerable compatriota.
 
Los historiadores contemporáneos tampoco la olvidaron. Sus juicios son consagratorios. Carlos R. Centurión dice de ella: "Rosa Peña de González fue una sacerdotisa de la enseñanza. Sembró el bien y la cultura con su palabra y con el ejemplo esclarecido de su vida". Efraím Cardozo escribe: "La vida de Rosa Peña fue un dechado de rectitud, altruismo, desinterés y abnegación". Y Pastor Urbieta Rojas, a su vez, dice que Rosa Peña fue "otra portaestandarte, a la que la juventud de la post-guerra de la Triple Alianza debió también, en modo especial, el moldeamiento de su espíritu, en los días de la reconstrucción de una nación destrozada...".
 
Beatriz Rodríguez Alcalá de González Oddone también rindió justicia a los merecimientos de Rosa Peña en su brillante conferencia, que acabamos de escuchar, destacando la personalidad esclarecida de esta educadora y benefactora de nuestra sociedad. Este homenaje es además un homenaje a la mujer paraguaya de todos los tiempos, heroica, afectuosa, abnegada y bella.
 
 

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