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REVISTA DEL PEN CLUB DEL PARAGUAY

  IV ÉPOCA - Nº 9 / MAYO 2005 - REVISTA DEL PEN CLUB DEL PARAGUAY


IV ÉPOCA - Nº 9 / MAYO 2005 - REVISTA DEL PEN CLUB DEL PARAGUAY

"REVISTA DEL PEN CLUB DEL PARAGUAY

POETAS – ENSAYISTAS - NARRADORES”

IV ÉPOCA - Nº 9

Homenaje a Hérib Campos Cervera

en el centenario de su nacimiento.

Arandurã Editorial,

Asunción-Paraguay, Diciembre 2006

 
 
 

PALABRAS PRELIMINARES
 
En este número de la revista el PEN Club del Paraguay quiere rendir homenaje al poeta Hérib Campos Cervera en el centenario de su nacimiento, por ser un nombre representativo de nuestra poesía, no tan sólo por su calidad de poeta sino también por ser uno de esos hombres que se vio obligado a probar el amargo cáliz de la soledad y el destierro.

Elegir la poesía es elegir un camino lleno de abrojos. No es fácil ser poeta en un mundo donde todo se mide por indicadores ceñidos a la conveniencia y el dinero y los principios morales que alguna vez tuvieron vigencia y fueron respetados en nuestra sociedad, hoy no pasan de ser sino elementos de museo, expuestos como rarezas para generaciones que ya ni tan sólo pueden comprender el sentido de tales valores.

No faltan quienes piensan que la poesía está pasada de moda y que sus manifestaciones, lo mismo que la obra literaria en general, ya no satisfacen las necesidades imperiosas y urgentes de una cultura dominada por la prisa, por la ligereza de juicios, por la falta del tiempo para dedicar su atención a otra cosa que no sea el beneficio o el lucimiento personal, pavesas que en un instante vuelven a desaparecer.

La creación literaria, el mundo que estructura con su contenido de letras y palabras, de emociones humanas, copia imperfecta de la realidad, o, tal vez, realidad perfecta calcada por la vida, sigue poseyendo el poder que tuvo siempre y que se esconde tras sus formas más o menos imaginarias, pues como dice Hipólito Taine en su "Filosofía del Arte": "la mitad selecta de la poesía dramática, todo el teatro clásico griego y francés, la mayoría de los dramas españoles e ingleses, lejos de copiar servilmente la conversación ordinaria, alteran a sabiendas la palabra humana ".

Es posible que hoy a muy pocos les interese que exista "un puñado de tierra/ cargada de sollozos germinales" y sin embargo, esa tierra fértil es la única que sobrevivirá el paso del tiempo y soportará la grandeza y la postración del ser humano en su inacabada búsqueda por vislumbrar su destino.

Los que formamos parte del PEN Club del Paraguay estamos seguros que, más tarde o más temprano, aquello que hay de bueno en el alma del escritor, aquello que sabe poner en letras para dejar constancia de su paso por este mundo, aquello que le hizo reír o llorar, seguirán siendo los testimonios más auténticos de la trascendencia humana, libre de las mezquindades que a veces parecieran dominar el universo.

Esta fe en el mañana, no en el hoy, es la que nos mueve a quien buscamos horizontes más límpidos dentro del aire espeso y contaminado que estamos obligados a respirar a causa de la indiferencia de quienes están obligados a ver y resolver la realidad social que nos acosa, la mediocridad que nos consume y se manifiesta en la insolencia vulgar de quienes tienen el deber de buscar las fórmulas capaces de sacar a nuestro país de esta sima a la cual lo condujeron en toda una historia de soberbia y avaricia.

En nuestra opinión, es la juventud la que debe despertar del letargo en que se halla sumida, romper de una vez por todas la ominosa presencia del miedo y obligar, a quienes los traicionan con la indiferencia y el silencio, a asumir sus compromisos en vez de continuar con el incesante y tedioso planteo de promesas que ni siquiera piensan cumplir. Debe ser la juventud, como fue siempre, la que enarbole de nuevo la antorcha de la lucha y la esperanza, porque esa es su obligación y no puede eludirla, so pena de atravesar el breve lapso que concede el ideal, sin tan siquiera saber de su existencia.

Por otro lado, una vez más quiero agradecer al Instituto Cultural Paraguayo Alemán (I.C.P.A.) - "Goethe Zentrum"-, por el constante apoyo que presta al PEN Club en particular y a la actividad cultural y artística en general, al dejar las puertas abiertas y ofrecer su apoyo generoso cada vez que le es solicitado.

Una vez más también, deseo expresar nuestra gratitud a Cecilia y Cayetano Quattrocchi, puntales de nuestro trabajo y a todos quienes de una u otra forma nos acompañan y comparten con nosotros el apasionante placer de la lectura, que buscamos ofrecer en diferentes facetas y matices en cada uno de los números de la revista.


Presidente del PEN CLUB del Paraguay.

 
 

ÍNDICE
 
Palabras preliminares
 
 
POETAS
 
AGOSTA, Delfina: Bodas/ La puerta

ARGÜELLO, Manuel E.B.: en soledad

AYALA CANTERO, María Eugenia: Curuvicas de ti

BAECKER, William: Quiero nacer de ti/ Y así las cosas/ ¿Quién ha dicho?/ Esa hoguera

BAREIRO SAGUIER, Rubén: El río del exilio

CARMAGNOLA, Gladys: Palabra - símbolo/ En mayo/ Sí. "Hay un sitio"

CASOLA, Augusto: 4 Xohaikus/ Telón

CHAVES, Raquel: Ars poética

DELGADO, Susy: VII/ XVII/ XIX

FERRER, Renée: Maternidad/ Nocturno a la niña dormida

GONZÁLEZ CANALE, Aurelio: Mí querido Barrio Obrero

MARTÍNEZ, Luis María: El aguacero/ Soy/ La tormenta

MICHELAGNOLI AYALA, Margot de

PISTILLI, Fernando: IV/ VI/ XIV

RAUSKIN, J.A.: Instantánea/ En el café de los postergados/ Oiga, diga/ Niños de azar en juego de droga

RIVAROLA, Domingo: Devenir/ Biografía
 
 
 
ENSAYISTAS
 
DE PAULA GOMES, Abelardo: Carlos Drummond de Andrade (de Itabira al sentimiento del mundo)

ENRÍQUEZ GAMÓN, Efraín: Diálogo junto al Mburicaó

FLECHA, Víctor-jacinto: Hérib Campos Cervera y la Literatura paraguaya

KASAMATSU, Emi: La lucha por la igualdad genérica en el lenguaje de las mujeres y en literatura

MARTÍNEZ, Luis María: Hérib Campos Cervera: Poesía y verdad

RODRÍGUEZ A. GONZÁLEZ ODDONE, Beatriz de: Teresa Lamas Carísimo de Rodríguez Alcalá: Primera escritora paraguaya
 
 
 
NARRADORES
 
ARGÜELLO, Manuel E. B.: Corpus Christi

BAREIRO SAGUIER, Rubén: Licantropía


FERRER, Renée: Los peores para mí

HERNÁEZ, Luis: Cacería

PRIETO YEGROS, Margarita: Pese a la guerra/ Encuentro en la Línea Negra

 
 

POETAS
 
 
 
TELÓN
 
¡Cómo escurre el deseo en su deriva
por meandros abiertos al descuido!

Opaco el paisaje de un cielo herrumbroso
sumido en la tarde que lenta se muere
entre laberintos de un deseo ciego
y envuelve en el manto de tu piel tan leve
esa inagotable sed de agonía
anhelante empeño por estremecerse
de la húmeda grieta en sus misterios.

¡Ay crisol de soledades que mustias
se apoderan nuevamente de mi alma!
¡Ay hiriente ansiedad que no se extingue
asida a los harapos de otras nubes!

¡Ay, soledad!... que sembraste nuevamente
en el vórtice del tiempo consumido
donde anida sus cenizas el olvido
y las luciérnagas trémulas titilan.

Ríe la boca cuando el alma llora
en el barullento carrusel de un día
y en la playa sola, olvidado, inerte,
el ansia absurda, sedienta, desquiciada
busca estar como en un sueño entre tus brazos.



ARS POÉTICA

Me inclino ante el objeto amorosamente como Veermer...
Y veo una nube seguida de una
bandada azul a ras de cielo.
Amorosamente reclino todo lo que soy
lo que seré ante esta página sobre la cual
advienen en salto cuántico una a una las palabras
ensartadas en un fluir resuelto hacia el final
que no sé no dicto.
Algo se quebró y resuenan.
Llegó el viento y cantan.
Dulce música que nadie tañe
melodía de un plano más sutil
en estos versos que descienden
y yo agradezco...

3 de mayo, del 2005 en Asunción


 
 
 
ENSAYISTAS:
 
 
 
HÉRIB CAMPOS CERVERA: POESÍA Y VERDAD
 
En el curso del presente mes se cumplirá un aniversario más de la desaparición del gran poeta.
Su gravitante figura, de escritor de verdadera raigambre democrática, antiimperialista y de reconocida tradición de lucha por las libertades populares, adquiere cada vez más el perfil insoslayable de un auténtico héroe civil del pueblo.

Nunca como ahora, su palabra, fina y alquitarada por la magia de la poesía pero caldeada por las vicisitudes nacionales, adquiere tanta verdad y persistencia. Porque el tiempo, temible en sus probanzas para la acción y el verbo, acecha implacable y derrumba o sostiene lo que ha sido en realidad el hombre. La poesía, si bien testimonio de vida y época, cumple su completo cometido, de sugerente acometividad, cuando quien nos la deja, encarna la verdad de la palabra empeñada y se alza como el propio arquetipo de sus ideas.

Precisamente, Campos Cervera, poeta mayor de nuestra patria soterrada, nos legó en actitud y palabra, de luchador infatigable y de paradigmática firmeza, la conducta de un intelectual de verdad. No del que conduce en divergente dirección su palabra y su vida, sino del que la mantiene en monolítica y férrea unidad, configurando la realidad de pensamiento y acción, en un intelectual poco común. Algo parecido a lo que se dijo en alguna parte de otro apreciado poeta, Ortiz Guerrero, de que el mejor poema fue su vida.

INTELECTUAL COMBATIENTE

Los pasillos y patios estudiantiles, son los primeros testigos de su inquietud juvenil por las aspiraciones democráticas y de mejoramiento social, de su querido pueblo. Sensible a las vicisitudes populares, tempranamente se hace portavoz de la colectividad.

"Iban por las calles
 
juventud los rostros,
 
juventud las almas."

Su mocedad, desde luego, coincide con el acrecentamiento y elevación de la conciencia cívico-popular que se venía perfilando en la segunda década del presente siglo. Posteriormente, los avatares que siguieron al preludio de la guerra del Chaco y su desarrollo, la acentuación de las luchas políticas y sociales por el fortalecimiento de las organizaciones de masas, lo hallan en plena madurez de su experiencia ideo-práctica. No vacila en ningún momento en ubicarse al lado del pueblo. Con sus compañeros de estudios se desvela en la investigación de nuestro pasado y presente históricos. Y en tren de darle explicaciones racionalmente válidas hurgan en doctrinas de renovación social y de fervorosa sociología popular. En tales condiciones, arriban a la conclusión de que el pueblo, fundamento de la colectividad, es el gestor de su propia vida siempre cambiante, y el verdadero artífice de la historia. Los héroes o las figuras cimeras de su activa trayectoria, no son más que cumbres visibles de polarización ideológica o portavoces de sus clases sociales.

Su sinceridad de vida y propósitos le valen en varias ocasiones el acoso de la jauría oficial, casi siempre estólida y repelente, o el doliente peregrinaje del exilio. Por eso, Campos Cervera configura la talla del intelectual combatiente y militante, con los ojos puestos en la caldeada realidad. Y cómo se podrá ser fiel a los afanes del pueblo? Cómo es posible servirle para contribuir a su pronta liberación de todos sus males?

"...No hay que inventar nada", nos responde el poeta. "Allí está la poderosa realidad social de nuestro pueblo, presentando el más rico material que podría ambicionar el más exigente y realista escritor".

Era pues, el extraordinario poeta de "Ceniza Redimida", un gran combatiente por la democracia y un decidido antiimperialista, porque comprendía que muchos de los males nacionales continúan vigentes por el soporte que le acuerda a las dictaduras antipopulares de la geografía paraguaya "el país del Beneficio" y la "guerra", con sus envíos de armas, dineros y propagandas.( La importante compilación hecha por Miguel Ángel Fernández, Edit. El Lector, reafirma aún más la gravitante concepción democrática y revolucionaria de Campos Cervera. Por ej. en su poema "Poema a un héroe proletario" menciona a muchos de los más relevantes revolucionarios de la historia. H. Campos Cervera: "Poesías completas y otros textos", 1996.)

SUS PENURIAS

Pese a todas las dificultades, Campos Cervera supo sacar fuerzas de flaquezas y sobreponerse a los vaivenes que le ocasionaban un estado de cons inamistoso y a la "oleada de nostalgias" que, al estar lejos, le generaba el aire de su patria expoliada. El pueblo, su realidad, sus avatares, estaban siempre en el centro de su preocupación. Las penurias económicas y políticas, la falta de oportunidades, originadas por un régimen tiránico enemigo de las libertades, que lo pusieron en posición de permanente extrañamiento de su propio medio social, y su posterior condición de desterrado, condicionaron el sedimento sobre el cual se erigió su combatiente verbo poético, de indudable valor universal.

El destierro no es tan doloroso por el hambre que se sufre como por la soledad a que lo condenan...", expresa en una de sus tantas misivas enviadas desde Buenos Aires.

Su vida es un testimonio elocuente de cuán poco favorable para el desenvolvimiento de la inteligencia y de sus expresiones, es el régimen opresivo que predomina aún en nuestro país. Y aún más para quienes representan a un pensamiento progresista, por su posición de críticos hacia las manifestaciones negativas y antipopulares existentes. La dictadura, depositaria de la anticultura, del temor y el servilismo, de las interdicciones y el hambre, es la expresión política de las clases más retrógradas y feudalideras, ahoga en su corrupto seno las mejores y más caras manifestaciones de la razón y la inteligencia. Un aire ardiente y combativo, preñado de incertidumbres, de dudas y forcejeos, cruza desde luego cual relámpago de fuego por la profunda y delicada poesía de Hérib Campos Cervera.

"...Mi filosofía, nos aclara el vate, por cierto no está sacada de libros, sino de mi humanidad transida a veces de angustias innecesarias pero vívidas".


ESCRITOR ACTUAL

El Paraguay de hoy día, áspero y demorado, derrumbado y perseguido, pero con fuerzas suficientes aunque soterradas, para transitar mejores días, encuentra en el bello decir de Campos Cervera toda su matutina substancia.

El pueblo se halla en Benigno Rojas, "hijo y nieto de hacheros", en Marcelino Ruiz, el sembrador, en Juan de Dios Talavera, "el mensú, conocido en vida y muerte", y en los "caídos por la libertad" del pueblo y "En los que viven para servirla", en los "marineros aún vestidos de pólvora" y "en los adolescentes cubiertos de relámpagos, en todos los Soldados de las luchas futuras".

El ostracismo, otrora la peor maldición en la democracia ateniense, pero permanente envión trágico en el Paraguay, condena a cada quien a la indefensión para subsistir en tierras extrañas. Y además, arroja al espíritu "la nostalgia de la lejanía", situación en la que se hallan miles y miles de paraguayos, que el poeta lo supo captar con descarnada belleza en "Un puñado de tierra":

"No tengo ya el remoto jazmín de tus estrellas
 
ni el asedio nocturno de tus selvas".

El temor y la angustia, signos dominantes en nuestro ambiente de acosos e inseguridades, que parten del mefítico aliento exhalado por el medio dictatorial, están presentes en su colección "Soledad sin recuerdo", y en varios otros poemas poseídos de reminiscencias y elegías.

Por eso podemos concluir que Campos Cervera, es un escritor completamente actual y vigente, pues muchos de los motivos que dieron vuelo a sus poemas se hallan presentes en el medio social, como ya los señaláramos anteriormente: el pueblo en lucha, las persecuciones, el destierro, la soledad, las angustias, etc., manifestaciones todas de las ríspidas condiciones existentes en nuestro país, de pueblo encadenado pero con la decisión históricamente comprobada de superar tal situación.

POETA DE LA GUERRA CIVIL DE 1947

La guerra civil de 1947, sobrevenida como reacción del pueblo y de las fuerzas democráticas ante la regresión que se inició en enero del mismo año, había sido provocada por las clases más oscurantistas del país: las semifeudales y sus testaferros, de mentalidad fascista, quienes no veían con buenos ojos el acrecentamiento de las ansias populares. El movimiento armado iniciado en la ciudad de Concepción impulsa un programa básico de democratización plena del país. Empero, el no completo entendimiento entre los componentes de la insurrección al aflorar ambiciones minúsculas, y el empantanamiento de sus fuerzas en posiciones defensivas (toda insurrección debe ser ofensiva) y las desapacibles condiciones para la democracia en toda América, coincidente con la oleada reaccionaria alentada extraterritorialmente -los serios atisbos de la guerra fría- hicieron fracasar el movimiento. Un espíritu de derrota cundió desde entonces en todo el país. La diáspora dejó desde dicho año una herida insuperable, que se nota hasta la fecha.

Hérib Campos Cervera es indudablemente el máximo poeta de tal guerra civil. Quien podría compartir con él este histórico galardón sería, sin duda alguna, Elvio Romero con sus vibrantes cantos de libertad de "Días roturados".

"Los veis? - Son los Soldados
 
de una hora, de un día, de una vida;
 
todos Hijos obscuros de la misma ultrajada tierra".
 
("Regresarán un día")


SU LEGADO

Campos Cervera dejó días antes de fallecer en Buenos Aires, su postrer y capital legado a todos los artistas del país, a través de la mensajería histórica del insigne periodista Humberto Pérez Cáceres. Un mensaje orientador, a manera de brújula, para todos los artistas y escritores, para que no se pierdan entre las brumas de las intrascendencias, y puedan ser protagonistas excelentes en los días de combatividad nacional y popular:

"Que nuestros artistas, nuestros escritores, nuestros luchadores de la causa de la libertad, jamás olviden chic toda su batalla debe tener por brújula lo nacional. Nacía podrá ser construido, con sentido de perennidad si se olvidan las profundas raíces nacionales. El arte, la política, el quehacer cultural deben beber los zumos mejores de la nacionalidad. El proceso tiene este itinerario: de lo nacional a lo universal y no a la inversa. Que no haya arte inútil, que no haya belleza divorciada del pueblo".

"El pueblo, su servicio, su redención, su justicia, deben constituir los motivos de este trabajo. Lo nacional, nuestro país, nuestros hombres, nuestros campesinos y obreros, nuestras mujeres. Es a ellos, a su elevación, que los artistas debemos dedicar todos los esfuerzos..."


PROFETIZADOR

El poeta, gracias a su capacidad intuitiva sabe anticiparse a los acontecimientos con los atributos de su fantasía; vale decir, que sin descuidar ni muchos menos los indicios que le acuerdan la razón, puede adelantarse y preanunciarnos la realidad que advendrá. Es pues, el poeta, un profeta que ve con ojos zahorí lo que se oculta detrás de las nebulosidades del presente y es un adelantado de la hora, porque puede asomarse al futuro, superando con su fantasía la estricta terrenalidad del momento.

Hérib Campos Cervera es precisamente un profeta. Entiende que pese a la derrota del pueblo en la guerra civil de 1947 y de su lastimoso estado de postración por imperio de la dictadura y de su soporte extranjero, sabrá sacar fuerzas de sus demoras y marchar al encuentro de su destino y plenitud. Será el momento en que el pueblo al superar su prehistoria instaure su verdadera historia, y cuando su vida sea sinónimo de dicha y humanidad.

“Yo sé que en la mañana del tiempo señalado,
 
Todos los calendarios y campana
 
Llamarán a los Hijos de este Día.”
 
“Y ellos vendrán, cantando, con su misma bandera;
 
con su mismo fusil recuperado;
 
vendrá con esa misma sonrisa transparente
 
que no tuvieron tiempo de enterrar…”

agosto 1979
 
 
 

 
 
 
 
CORPUS CHRISTI
 
Al Papa Juan Pablo II, el Aureolado

Peregrino de Dios. Con gratitud
 
.
Para anunciar la buena nueva a los pobres me

ha enviado, y curar los corazones heridos:

para pregonar a los cautivos la amnistía,

y a los reclusos la libertad.

Isaías, 61.1

1
 
Una fría, plomiza, tarde de junio al tañido del alegre campanario del viejo templo de San Roque, partía a paso acompasado la procesión de Corpus Christi, rumbo a la anchurosa explanada de la iglesia Catedral, cruzando la Plaza Uruguaya, cuya avenida central, desde la siesta fue cubriéndose de fieles deseosos de estar muy próximos al paso del Cuerpo Santísimo.

En las calles que bordean a San Roque, al mando de parroquianos con brazales de cintas blancas y amarillas, fueron ordenados los colegios religiosos cuyos uniformes pulcros, elegantes y recatados, daban color y animación con sus bien bordadas banderas, estandartes y flores. Sucesivas filas de diferentes congregaciones, de cofradías, de hermandades de voto, aun de las parroquias más apartadas, llegaban al son de oraciones o cánticos, portando altas cruces o guirnaldas de flores. Gradualmente se unían los grupos y al verlos marchar con sus pendones al viento, se los hubiera tomado por batallones de cruzados yendo a rescatar de manos de los infieles la Tierra Santa.

Vista a la distancia, la procesión era conmovedora, era hermosa. Tras las cruces, las banderas, los estandartes, las cintas atadas en moños a los bien tallados marcos de las imágenes bordadas o pintadas de los Santos y Mártires, en desplegadas filas, caminaban, con aprendida elegancia, las alumnas de rostros adolescentes y aureoladas aún por el pudor, el recato y la fe.

La procesión de Corpus Christi era, mirada desde lejos, un mágico jardín que iba deslizándose, flotando al son de cánticos y plegarias.

Atrás y dentro de un gran rectángulo cuyos bordes habían sido enmarcados por seminaristas de blancas sotanas, empujado por principales y pastores del Señor, fulguraba bajo el palio, el Corpus Christi, envuelto en su propio halo sacro. Ocho invitados sostenían otras tantas varas de plata y oro labrados y que fueran obsequiadas con los crucifijos, copones, candelabros, vinajera y el sagrario, cuando allá por 1853, el Obispo Basilio López oficiara la primera misa, estando presente su hermano Don Carlos, Presidente de la República, por entonces.

2

Señoras de sombreros, plumas y guantes, salieron de sus lugares privilegiados y se mezclaron sin reparos con los parroquianos venidos de Barrio Obrero, Ysaty, Dos Bocas, Tablada. En todos parecía arder una sola pasión arrolladora. La tarde ya no era gris ni hacía frío. La procesión, la fe, los cánticos, las oraciones, los estandartes, las banderas y, por sobre todo y todos, la densa, la compacta multitud de fieles -aún a quienes estaban indecisos, apretujados en las bocacalles y aceras- terminaba por arrastrar y ganarlos para la misma arrolladora mística.

Para entonces, la columna, cuya cola aún no había cruzado la Plaza Uruguaya, ya no caminaba. A modo de una gruesa gelatina, poseída de impetuosa energía, cubría con una capa viva, latiente, la calle Palma, de pared a pared. Al pasar por el Oratorio de la Virgen: de la piel, de las carnes, del corazón, de la sangre, de la fe milenaria, de la savia de la cruz del Gólgota, con hervor de lavas volcánicas y con el fragor de un bosque se rasgara, un único, un solo canto se encrespó vivo y creciente en las gargantas, trepó a los árboles, trepó a las paredes e hizo crujir puertas, ventanas y cristales. De ahí en más ya no era una procesión: era el ejército de las Cruzadas, con los Caballeros Templarios y Hugo de Payens al frente; allí estaba Pedro el Ermitaño, con su voz de fuego, y allí estaba fulgurando Urbano II, desde Clermont, señalando hacia las puertas de Jerusalén, y Roberto el Monje, borroso en medio de los cruzados gritando: "Deus le volt", "¡Dios lo quiere!".

3

¿Qué fuerzas recónditas estaban moviendo a los feligreses? ¿Qué palabras, qué hechos, qué gritos de conciencia, en esta tarde gris, fría, triste, se habían amalgamado tan íntimamente, sin grietas por las que pudieran surgir ancestrales diferencias? ¿Fue, acaso, la última frase que se dijera por los altavoces, segundos antes de empezar la procesión: "Si alguno quiere venir conmigo, que renuncie a todo, que cargue con su cruz y que me siga"?

4

La procesión al doblar en la calle que desemboca en la gran explanada, frente a la Catedral, aceleró el paso. Todos sabían, desde luego, que en el centro del atrio estaría el altar del sacrificio; así fue siempre y así sería esta tarde y las campanas de la Catedral, como en otros años, estarían anunciando la proximidad del Sacramentado seguido de su pueblo peregrinante. Eso era lo tradicional, lo comprensible, pero alguien, sin aviso, sin licencia, lo había cambiado todo. Allí estaba una larga mesa con doce sillas, sobre el mantel los cestos de panes, el cordero pascual, las copas y... estaba ¡Él...! y los ¡Doce! Pero como no faltan los hombres prácticos que todo lo saben, tuvo uno de ellos la certeza de que la tarde ya estaba oscura, habiendo, sin embargo, suficiente claridad; fue y prendió una luz, y otra y otra y todas, hasta que el atrio de la Catedral quedó fantasmal por su blancura y la larga mesa y las sillas y los panes y todo, borrándose, se trocó en un pequeño altar, como el de todos los años La multitud, ya al pie de las gradas, tal las veces anteriores, rompió filas y, a empujones, empellones y pisotones, pretendió plantarse en el centro. La explanada y las calles laterales del templo fueron llenándose de silenciosos y cansados fieles.

5

En medio del silencio que acompañaba a la Elevación, el filo de una voz hendió la tarde: "¡Corpus Christi, apiádate de los torturados!". Pareció que la multitud se hubiera rajado como un lienzo seco. Fue un solo gritó que pareció salir de una alta, delgada y blanca cruz. Paralizó a todos. El propio Cáliz quedó flotando en el aire. Un murmullo espeso, oscuro, cabizbajo, temeroso, surgió de todas las gargantas tratando de ocultar el grito, que, sin embargo, todos seguían escuchando como si una fuerza oculta lo estuviera amplificando.

No se sabe quién fue, pero una voz arrugada, temblorosa por el miedo, empezó un "Santa María, madre de ...", que todos corearon como una tabla de salvación. Alguien tropezó con una estropeada, alta, delgada cruz blanca y alzándola en alto, inició una disfrazada huida. Cofradías y parroquianos buscaban presurosos las calles de salida. Ya era tarde y la noche era fría y oscura. Pronto todo quedó desierto y en silencio. Nada, nada había pasado.

-¿Y el grito?

-¿Qué grito?


Junio, 1983,

en la ASUNCIÓN DEL TERROR Y LA TORTURA.
 
 
 
 
 
NARRADORES
 
 
 
 
 
CACERÍA
 
Todavía el campo todo respiraba ese olor dulzón de la madrugada, mezcla de pasto cortado, bosta de vaca y humo, y hacia el lado de Cordillerita se veía un promontorio de nubes azuladas que comenzaba a ascender, antes del mediodía con toda seguridad cubriría el cielo y sin duda llovería antes de que el sol volviera a ponerse.

Las tetillas de Nazario se endurecieron como dos clavitos y su piel se llenó de puntitos hinchados, el agua del arroyo no estaba demasiado fría pero el viento del sureste era un tormento, el zaino se agitó nervioso cuando sintió que lo mojaba, es una barbaridad bañarlo a esta hora, pensó, pero tengo que sacarle toda la sangre, toda la sangre, toda, antes de que se endurezca demasiado.

El agua resbaló sobre el anca del animal y cayó repartiéndose en hilachas rosadas que sisearon alrededor de las rodillas huesudas de Nazario, muy pronto todo el pequeño remanso se enturbió, y él deslizó sus manos por la gomosa piel del caballo arrastrando cuajarones semisecos, pobre amigo, le dijo sin hablar pero el caballo le escuchó, pobre amigo, mirá lo que te hicimos.

Más allá de la barranca, casi donde comenzaba a ascender la sinuosa ladera del cerro, los demás aprontaban sus cosas para irse, no podemos esperar más, había dicho Benjamín un momento antes.

-Es una imprudencia demasiado grande quedarnos aquí porque pueden estar siguiéndonos... Dejate ya de joder con ese caballo, Nazario, y vamos de una vez.

-¿Qué querés que haga?, ¿querés que lo deje todo enchanchado de sangre...? Es el caballo de Tadeo.

-Como si no lo supiera, yo. Dejá ese animal en paz, y espantalo, es un compromiso grande que esté cerca de nosotros; los soldados pueden reconocerlo.

-A vos también te pueden reconocer; a mí me pueden reconocer, a todos nos pueden...

-Por eso mismo digo; lo mejor es estar lejos. Yo me voy, Nazario; nosotros nos vamos.


-¡Nadie se mueva, carajo...!

Recién después de amenazar se dio cuenta de que estaba desnudo y desarmado, con el agua del arroyo hasta las rodillas, al lado del caballo nervioso que dejaba escapar nubecitas de vapor por el hocico entreabierto, y se pichó pero nadie se animó a reír.

-Esta Candé es una loca -dijo Feliciano un buen rato después, cuando ya se alejaban vadeando el caraguatal que formaba una barrera delante del monte espeso- ni siquiera cuando vio la carnicería que los del Destacamento le hicieron a Tadeo se decidió a venir con nosotros para escapar.

-A lo mejor quiso venir, pero no se animó a montar, digo yo. Menos mal que le dijimos por dónde andaríamos, por si se decidía a seguirnos -Nazario se volvió como si esperara verla siguiéndolos- está demasiado pesada ya, la pobre, parece una carreta.

-A lo mejor nos equivocamos al contarle, porque puede descubrirnos.

-Jamás. Ella no va a descubrirnos. Ya tiene la panza hacia abajo ya, quiere decir que va a parir en cualquier momento... Pero yo creo que si no vino es porque prefirió quedarse con Quiñónez, siempre le respetó mucho.

-Todos le respetamos siempre a Quiñónez, y sin embargo vinimos.

-Le respetamos hasta que decidimos traicionarle para salvarnos -dijo Estanislao, que tenía la cara morena casi gris, con un gris que no se le borraba desde hacía días, te estás cagando en las patas, le dijo Felipe la última vez que había tenido ganas de bromear, cuando todavía pensaban que los del Destacamento les perdonarían-. Creo que todos nosotros hicimos una cagada grande, entregándolo a Quiñónez, ¿viste cómo le rompieron la mano, a Tadeo?, todos los huesitos estaban dados vuelta... y su pecho parecía una pelota de sangre. Lo hubiéramos tenido que dejar ahí nomás, atado donde esos hijos de puta lo dejaron; no sé para qué lo trajimos.

-¡Para enterrarlo bien, carajo! ¡para eso lo trajimos! -Nazario espoleó su caballo con rabia, cómo lo íbamos a dejar allí, si era nuestro compañero, pensó, teníamos que enterrarlo, las moscas ya revoloteaban alrededor de las cortadas de su pecho y las hormigas se habían adueñado del moco en su bigote, pobre Tadeo, cuánto habrá llorado, cuánto les habrá pedido que no le hicieran doler tanto.

Ellos habían estado rondando el Destacamento sin saber si podían mostrarse o no, Tadeo se había acercado solo para delatar a Quiñónez y tratar de conseguir el salvo conducto para todos, y ellos todavía no sabían si habían sido perdonados o no. Rondaron el Destacamento manteniéndose escondidos, dos días habían pasado y Tadeo no regresaba, algo habría salido mal. Y promediando esa tarde lo encontraron, en la isla que bordea el curso del arroyo, hacia el oeste del cuartel, atado al yvyraró con un tiento de cuero crudo, la piel de los brazos y los muslos toda levantada por los estirones del cuero endurecido, la cabeza echada atrás, los ojos de vidrio sin brillo fijados con desesperación en el hueco de sol que se filtraba entre las hojas de los árboles, tan tupida la fronda en la humedad de la isla, la boca abierta en un último estertor, aterrador grito silencioso, ni siquiera al morir agachó la cabeza para mirarse, pensó Nazario, hasta el último momento esperó ver cuando veníamos a rescatarlo, hasta el final esperó que los del Destacamento comprendieran que él les había hecho un servicio importante al delatarlo a Quiñónez, el caudillo revolucionario que les comandaba. Hasta el último momento, pobre tipo, pensó Nazario, habrá pensado que se darían cuenta de que él no se merecía lo que le estaban haciendo, si les estaba entregando a Quiñónez, a quien nunca habían podido encontrar.

Pero lo más jodido de todo es que seguro que cantó y nos descubrió a nosotros, se dijo, con tantas cosas que le hicieron habrá contado hasta el color de nuestro calzoncillo, habrá contado el escondite que elegimos... Al traicionarlo a Quiñónez pensamos que íbamos a salvarnos, pero parece que todos vamos a correr su misma suerte, parece que quieren cazarnos como ratones, cazarnos a todos, uno a uno como a los ratones.

Cuando Erasmo González, aquel que trabajó un tiempo en el aserradero de la barranca, le contó a don Matías el paradero de su hija le pasó lo mismo, recordó Nazario, cómo a veces nos equivocamos y hacemos cagadas, cómo Erasmo creyó que el gringo iba a ver con buenos ojos su yaguareada, y a él qué le importaba cagarla a la pobre chica, si el español le iba a agradecer y eso era lo único importante para él.

-Sé dónde está tu hija -le habían dicho-. Vive con Justino.

Y eso el gringo no le había perdonado jamás. Había sido que don Matías prefería seguir pensando que a su hija la habían robado, que la habían obligado a irse, y no le perdonó jamás a Erasmo que le contara la verdad que no quería escuchar, ni siquiera le perdonó después, cuan do Erasmo le rogó que le ayudara a defenderse en el caso de sospecha de abigeato, ni siquiera sabiendo lo bien que el gringo se llevaba con el Juez de Paz y que tan fácil le habría sido ampararle y evitar que le sacaran la única miserable cosa que pudo tener en su vida, su rancho, como castigo, además de cagarlo a patadas tres noches seguidas, para que aprenda.

Eso mismo le pasó a Tadeo, pobre tipo, se dijo sintiendo un apretón en el pecho, la gente se aprovecha de los traidores pero a los traidores no se los quiere, Tadeo creyó que los del Destacamento le iban a agradecer pero no, no le agradecieron nada sino que le cortaron a pedacitos, y le rompieron los huesos, y le hicieron doler tanto que incluso ahora, llevando dos días muerto sigue gritando desesperado, con ese aullido silencioso que no se callará jamás porque le enterramos con él, ni con las monedas pudimos cerrarle los ojos y el pañuelo se rompió sin alcanzar a cerrar su mandíbula, ni siquiera tuvimos tiempo para bañarle antes de meterlo bajo la tierra.

El gringo don Matías hubiera preferido no saber que su hija se había ayuntado con Justino, habría preferido seguir creyendo su muerte y no saber su basura, pensó Nazario girando el torso para mirar una vez más hacia atrás. Él cerraba la marcha y era la última espalda del grupo, no había nadie detrás de él, era la última espalda encorvada sobre el lomo del animal cuando atravesaban la estrecha picada huyendo una vez más, como con Quiñónez pero sin él, sin Quiñónez que siempre sabía lo que había que hacer, sin Quiñónez que a esta altura ya estaría preso o, lo más probable, muerto. Mala cosa es cuando se traiciona a los amigos, pensó, es como cuando se revienta la bilis en la carneada, la porquería se extiende y no sabés hasta dónde.

Miró hacia atrás porque le pareció escuchar un ruido, sería una verdadera joda que el caballo de Tadeo les siguiera, lo habían espantado con violencia antes de emprender la marcha pero uno no podía estar seguro, si a nosotros nos cuesta separarnos después de haber andado juntos, seguramente a los caballos también.

Pero no había nadie.

El sol ya estaba caliente y había caldeado el fresquito de la mañana. Detrás no se veía nada, solamente el agitado movimiento de alguna ramita, algún siseo escondido. Se acomodó bien en la montura dispuesto a seguir a sus compañeros y fue entonces que vio a los soldados.

La sangre se le paralizó en las venas cuando vio a los soldados del Destacamento saliendo calladamente de la maleza, entre él y las espaldas descuidadas de los demás, apuntándole.

Con un gesto le ordenaron desmontar y apareció desde atrás un oficial montado que se acercó hasta él. ** Cuando estaba desmontando, ya el oficial le cruzó la espalda con un rebencazo y apenas pisó tierra, encorvado por el dolor, un soldadito de un culatazo lo tiró al piso. Vio de reojo que Feliciano y los otros seguían avanzando sin percatarse de nada, y al darse vuelta pudo ver que detrás del oficial venía Candé, montada a lo mujer, con su enorme panza como si estuviera a punto de reventar, equilibrándose sobre el caballo en tanto le miraba fijamente, le miraba, le miraba fijamente.
 
 
 
 
 

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