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JORGE RUBIANI

  DISCUSIÓN QUE AVERGÜENZA - Por JORGE RUBIANI - Viernes, 24 de Marzo de 2017


DISCUSIÓN QUE AVERGÜENZA - Por JORGE RUBIANI - Viernes, 24 de Marzo de 2017

DISCUSIÓN QUE AVERGÜENZA

 

Por  JORGE RUBIANI

 

La controversia sobre la enmienda constitucional es el espectáculo más triste de todos los que los paraguayos hemos presenciado en los últimos 28 años y meses. Peor aún de los que ofrecía la dictadura. Porque en aquel período oscuro, paradójicamente, las cosas eran muy claras. Lamentablemente fueron distintas en el proceso posterior porque, ya sin el dictador, algunos protagonistas esenciales de entonces parecían no saber lo que querían. Mientras otros pretendían –nada menos– ser iguales “al que se fue”, legitimando la conocida y amarga frase: “Uno encuentra a veces su destino, en el camino que tomó para evitarlo”. 

Pero tras el golpe del 89, funcionaron los partidos como nunca antes, si bien la democracia concretó la desaparición de algunos (cosa que ni Stroessner pudo conseguir); hubo alternancia de gobierno y se convocó una Constituyente que permitió el juramento de una Carta Magna, con la que pretendíamos iniciar, seguros, el derrotero democrático. Pero como puede notarse en estos días, algo salió mal. Es decir, salió igual de mal a las veces que quisimos hacer lo mismo… porque simplemente olvidamos que, desde la Independencia para acá, los paraguayos tuvimos cuatro Constituciones y dos Reglamentos de Gobierno… ¡y nada menos que 40 golpes de Estado! Con un presidente por cada período de gobierno, hubiésemos tenido solo 32 mandatarios … ¡y tuvimos 52! Y conste que, con sus 35 años de gobierno, Stroessner nos alivió la estadística usurpando los períodos que hubiesen correspondido a ¡siete presidentes! Es decir: hicimos con todas nuestras Constituciones y Reglamentos lo que los antiguos Gobernadores de la provincia hacían cuando querían deshacerse de una orden del Rey. Poniendo el Real documento sobre la cabeza y exclamando: “Se acata, pero no se cumple”.

La identidad primaria nos concede la cuna. Si nacidos en el seno de nuestro territorio nacional somos, por ende, paraguayos. En nuestro inicio como Provincia, la Cédula Real de 12 de setiembre de 1537 nos inoculó otro ADN fundamental: el talento para conspirar. De manera que, al mismo tiempo de paraguayos, fuimos habilitados para las picardías políticas. A propósito, Paraguay es el único país que tiene dedicado un voluminoso libro a la Historia de sus revoluciones. Pero aquella picardía hecha costumbre adquirió un “status académico” con la inauguración de la primera casa de altos estudios en Asunción. ¿Cuál?… pues la Facultad de Derecho. Alguna razón habrá habido para que el gremio de mayores aportes al “sillón de los López” fuera el de los abogados. Trece en total. Y otra perla: a partir de aquella Facultad, el “letrado” contaba con jerarquía universitaria ya que, desde antiguo, el pueblo llano había adjudicado tal mote a cualquier pícaro con ínfulas. Ya desde esos tiempos no hubo familia, aula, grupo o ministerio que no tuviera el suyo. 

De manera que aquella inspirada frase de González Delvalle para “echar en gorra a la Ley”, iba a contar, tarde o temprano, con una “derivación constitucional”. Y en eso estamos: echando en gorra a la Constitución. Todos la tironean de un lado a otro y cada quien la interpreta como quiere. En la discusión se mezclan doctrinas jurídicas con las “tres hurras y jahapa”, enarboladas por simples “letrados” como por juristas de nota. Y para allegar partidarios –porque el asunto ni siquiera se aproxima a los andariveles del Derecho– hay promesas para todos los gustos: cargos, negocios y prebendas. Un perdón a algún desliz administrativo por aquí, otra embajada por allá, además de la distribución de impunidades varias. No en balde, la flamígera espada de la justicia que pendía sobre las cabezas (y los fueros) de algunos parlamentarios, se ha convertido en un sacacorchos con pabilo. 

Así transcurre esta ya prolongada y cada vez menos soportable discusión sobre la enmienda (me niego a calificarla como debate), en la que se observa a activos demócratas de antaño en el papel de apasionados panegiristas del rekutu. Alegando, al parecer convencidos, que “la gente tiene derecho a ser escuchada”. Es como pretender que una delicada operación del cerebro sea resuelta con la danza de un brujo alrededor de una fogata. Junto a ellos (los demócratas de antaño y los brujos), vemos a los devotos del continuismo de siempre, porque nada como un “líder único” para anular las expectativas de cambio y asegurar la continuidad de “los negocios”. Queda muy claro, entretanto, que en vez de perfeccionar la democracia nos aprovechamos de sus debilidades, deteriorando el valor de las instituciones. Para que todo resulte funcional a las generalizadas ambiciones partidarias. ¡Qué vergüenza!

Fuente: ABC Color

www.abc.com.py

Sección OPINIÓN

Viernes, 24 de Marzo de 2017

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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