¿HABRÁ ALGÚN PABILO (aunque sea)

AL FINAL DEL TUNEL?

Por JORGE RUBIANI

Artículo enviado al diario ABC Color para su publicación.

No fue publicado.

Cuando le ponemos el rótulo de “social” a un problema, lo convertimos en insoluble. No porque lo sea, sino porque nadie arriesgará un pelo para darle solución. La extraña actitud, acorde con el fatalismo de nuestros padres indígenas pero lejos de la perentoria necesidad de resolver las incógnitas de la vida actual, es uno de los aportes de la deformada democracia a la que adherimos con entusiasmo. Y como casi todo es social, nada es solucionable. Los enredos del Estado, menos... desde que éste decidió “socializar” el mayor número de problemas.

Y sin embargo, “para cubrir el área”, tenemos una frondosa lista de instituciones, además de las que, por lógica y responsabilidades, deben proveer las soluciones. Por ejemplo: ¿Porqué tenemos DIBEN si tenemos Secretaría de Acción Social? ¿Porqué tenemos INPRO si tenemos lo anterior? ... o ¿porqué tenemos Ministerio de Salud Pública y Bienestar Social? Todo lo demás ... ¿no tienen que ver con el bienestar?... con la salud?... con lo social? ¿Y porqué la Secretaría de Acción Social no incluye a la Mujer, a la Niñez y a la Adolescencia y estos tienen ministerios separados? ¿Se complementan o compiten? ¿Se cubren o se sabotean? ¿O todos ellos son necesarios para contar con mayores opciones laborales para "la perrada"?.

El otro despropósito en auge es el de “la participación”. Ya sea para renegociar tratados internacionales, definir políticas públicas o diseñar una planta nuclear. Hay que participar. Es el procedimiento entendido como co-administración del Estado y que convierte a los sindicatos de obreros, campesinos, estudiantes, colectivos empresariales, funcionarios públicos y comisiones vecinales en demandantes, irreductibles, irrefutables. Todo debe ser discutido entre todos. El mecanismo tiene la curiosa virtud de que no requiere de nadie (de los funcionarios públicos especialmente) conocimientos especiales. Y mucho menos que “ni Dios o la patria” demanden a tantos si las cosas salen mal. Como suele ocurrir casi siempre.

El Estado reducido a una asamblea popular. Supeditado a los furores de la multitud. Debería tenerse en cuenta sin embargo, que la colectivización de las decisiones no concreta la participación ni la democracia. Para eso fueron creadas las instituciones. Por eso adherimos al sistema de la representación parlamentaria. Que nos cuesta mucho dinero y vehículos rotos. Mecanismo (el de la representación) que se remite a la transferencia de la voluntad del "común" a las personas con calidades y capacidades especiales, siempre superiores al del resto de los mortales. Esa es la teoría. Pero es precisamente también la pata de la que cojeamos los paraguayos. Que gracias a los gloriosos partidos políticos, ha permitido la elastización del criterio de manera tal que sorprendería al mismísimo Mr. Dunlop.

El tumulto y la presión como mecanismos para “forzar soluciones” -aunque "globalizados" dentro del territorio nacional- no son democráticos. No importa quién los organice ni con qué motivos. Pero con gente discapacitada para medir la consecuencia de estos fenómenos, han entrado en vigor. Y suma éxitos porque todo se mide por el valor de los votos y nada por los de la Ley.

Pero debe entenderse definitivamente que la vocinglería no es la manera como se resuelven los problemas del país. Tampoco es participación, por numerosos que sean los adherentes al procedimiento. El equívoco nos ha escamoteado la democracia para enfrentarnos de nuevo al autoritarismo. De grupos, de cofradías, gremios, sectas o partidos.

Lo que sea ... pero de que ES autoritarismo, no hay ninguna duda.

JR

Fuente:

http://www.jorgerubiani.com.py

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