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ESTEBAN BEDOYA

  EL PLANTADOR DE AMAPOLAS - Relato de ESTEBAN BEDOYA


EL PLANTADOR DE AMAPOLAS - Relato de ESTEBAN BEDOYA

EL PLANTADOR DE AMAPOLAS

Relato de ESTEBAN BEDOYA

 

Los plantadores de amapolas tienen sueños prolongados

Sueños en los que sus manos se liberan de las hojas aromáticas.

Sus cuerpos gachos, se alimentan con la esperanza de flamear en libertad.

En los pueblos sin tiempo ni mapas, nadie irá a rescatarlos.

Son castas perpetuas que se reproducen en forma de espiral.

Los hombres de amapolas, sueñan con beber su independencia y emborracharse en la abundancia.

Son hombres olvidados de Nepal, Barrio San Pedro y Florencio Varela, Sur del Gran Buenos Aires. Algún día, la suerte les puede bendecir, tal vez el señor les conceda un animal para el sustento y para transportar sus sueños.

 

--**--


"Yo, nací en la periferia de la periferia, donde los planetas giran como trompos caprichosos en las manos de un niño, desde allí, un día llegaré a reinar. Los hombres de lenguas extrañas me construirán un altar, ellos me ayudarán a encontrar la bestia liberadora con la cual habré de conquistar".

Maradona, 6/6/1973

Los sueños y la Libertad

Libre de mi mismo y de Dios, di rienda suelta a mis instintos... (a algunos).

No fue fácil descender entre los cañones montañosos del Himalaya,

en cuyos pétreos murallones se concentran no solo las aguas del otoño,

sino las energías positivas del tiempo.

A pesar de la suavidad del vuelo a ras del piso, fui arañado impiadosamente por los arbustos espinosos del desierto, de cuyas ramas secas y sedientas, brotaron rubíes y esmeraldas vegetales, al nutrirse con mi sangre espesa.

Era un sitio mundano, poblado de hombres cuyos rostros denotaban una avanzada demencia religiosa. En ese lugar afable, podría saborear desde perros acaramelados, hasta almas solitarias.Allí se produciría el contacto con el animal que me transportaría, hasta la más deseada de las mujeres.

Como parte de la fatalidad y a consecuencia de unos ronquidos obscenos y bestiales, llegué hasta un horno de ladrillos que fuera acondicionado como establo para animales domésticos; grande fue mi sorpresa al descubrir un elefante aromático, atrapado en su propia inmensidad.

Si bien no podría reproducirme con él, éste se transformaría en mi confidente y protector.

Durante los años de peregrinar había tenido oportunidad de contemplar, desde manadas salvajes, hasta bestias circenses con olores frutales . Fueron cientos los que vi, pero ninguno tan atractivo como "Hazme Feliz"; así le llamaban sus dueños.

Pasaba el día revolcándose en un chiquero y bañando en barro las casas del vecindario. Hasta yo, Prakash, Feliciano de los Angeles Zapata "el elegido"... (según me llamaban los plantadores) recibí un poco de su inmundicia. No era el típico elefante de trabajo, en todo caso se parecía a un animal que había adquirido ciertos vicios en los fumaderos de opio... no basaba mi sospecha en su mirada extraviada, sino en la fragancia de su respiración. Por más que quisiese, "Hazme Feliz" no podría ocultar su encanto, producto de años de convivencia con Suchitra. El había sido el animal preferido de la princesa, bajo cuyas patas recibieron castigo quienes la desearon sin merecerla.

A pesar de su vejez, era innegable la imagen altiva y orgullosa del paquidermo... de su gris claro mezclado con marrón, surgían altivas sus orejas arcillosas. Con dedicación y afecto, le enseñé a alejarse del hábito del chiquero, para lo cual le hice construir un templete inspirado en una clásica construcción de zoológicos urbanos; cuyas paredes fueron recubiertas con frescos bucólicos, gracias al ceremonioso trabajo de dos panaderos, ahora dedicados a la albañilería.

Por momentos, "Hazme Feliz" me hablaba y me contaba los deseos intensos que Suchitra le había confiado...en otros instantes me preguntaba con desparpajo, cuanto había pagado por él a sus anteriores dueños; yo hacía silencio, y prefería no pensar en el motivo que me llevó a cambiarlo por las lágrimas de oro que generosamente la luna derramó sobre mí, en una noche de explosiones celestiales.


CUATRO Y VEINTICINCO DE LA MADRUGADA

Tal vez hayan sido instantes, o quizás meses, los que dediqué a la contemplación de mi inversión, "Hazme Feliz" escondía en sus arrugas, las líneas que trazaban un futuro glorioso, él, sería quien me permitiría ver desde su lomo, las indecencias ocultas tras las grandes murallas del palacio del maharazá; con él atravesaría sus puertas para imponer mi voluntad y casarme con Suchitra.

Estaba determinado a lograr lo deseado, porque por sobre todas las cosas, siempre confié en la justicia...yo no sería uno más en morir bajo las patas de un elefante, por la sola osadía de mirarla y mucho menos a causa de mis tiernos deseos juveniles.

Tal vez el mismo "Hazme Feliz" haya sido el autor de los crímenes...y tal vez esa duda me haya generado casi tanto interés en él, como en la princesa. ...esa mujer indescriptible a la que por momentos parecía necesitar tanto como a la respiración, y a quien solo conocía por precisas descripciones de sus sirvientes, bípedos frugívoros, narcotizados hasta la idiotez, con el principesco aroma vaginal, que escapaba a los cortinados que protegían sus baños al atardecer.

Suchitra amaba ser bañada con aceites, teniendo cuidado al elegir a las más bellas cortesanas, quienes con esmero y delicadeza deberían untarle los senos... marrones como el Ganges y duros como su corazón.

Ella conocía las debilidades que provocaba tanto en hombres como en mujeres, lo que aprendió a explotar potenciando su encanto con los aprendizajes de la danza y la práctica del Kamasutra. Cuando el palacio olía a jazmines, significaba mucho más que la quema de inciensos, ya que respondía a la ceremonia de seducción de la princesa, quien ataviada con túnicas de oro, flotaba sobre el piso dejándose penetrar por el humo blanco que lamía sus labios, el pubis y las entrañas. Ella era tibia y generosa en su mirada, generadora de locuras que en más de una ocasión desvanecieron al marahá.




--------------------------------------ENVIDIA -ANIMAL---------------------------------



Me avergonzaba de envidia al pensar que la princesa compartía sus juegos y su desnudez con mi paquidermo, quien con indisimulada malicia, describía la forma como la empujaba a un estanque de camalotes, para luego tomarla de la cintura y lanzarla al aire para volver a recogerla y depositarla sobre las fauces de un dragón de mármol cuyos ojos parecían vivir.

-¡Hazme Feliz!, (gritaba la princesa) y el animal bañaba con un chorro violento de su trompa, las nalgas de mi futura esposa.

A cambio de esos relatos, me exigía golosinas y a cambio de las golosinas, yo le exigía me dejase dormir sobre los serpenteantes huesos de su columna, como si ella fuese la delicada espalda de Suchitra.

Durante el descanso, en silencio y con alevosía le olía la trompa,... ¡excitante!; entre pensamientos y caricias, recorría sus dos mil kilos y me alucinaba con las palpitaciones de su inmenso corazón.

Desde la distancia, me acompañaban cientos de curiosos, cuyas cabezas prolijamente alineadas sobre la pared medianera, brillaban como pedazos de vidrios multicolores.

Un día ocurrió un inexplicable suceso; tal vez la apatía o la ciclotimia, hicieron que me viera dominado por un sentimiento de "odio repentino", no podría precisar si fue dirigido a "Hazme Feliz" o a mí mismo...

Con profundos arañazos rompí mis uñas en su lomo y le saqué un gemido de espanto. Accidentalmente, capté en su mirada perturbada y marrón, los crueles ojos del Marahá. "Hazme Feliz" reaccionó escapando ruidosamente de mi incomprensión, y me tuve que tirar a un costado para no morir aplastado.

Esto animó a los espectadores que reposaban en la pared, quienes reventaron la tarde con estruendosos alaridos. Se pasaron horas con la expectativa de volver a gozar de un espectáculo similar, pero el cansancio y el sol fueron restando cabezas.

Entre ellas, una permanecía inmutable.

Los primeros días fui indiferente, pero sus murmullos, como pesadas gotas, golpeaban rítmicamente en mi nuca. No podía imaginar quien sería el que osaba molestarme, hasta que un día, "Hazme Feliz" me confesó con su aliento caliente ...

- ¡Es el Marahá que viene por tí!

Llegué a pensar que sería un demonio, que esperaba la oportunidad para devorar mis ilusiones. Por las noches rezaba para que nunca más volviera, pero con cada amanecer, irremediablemente estaba allí.

Tuvo que pasar cierto tiempo hasta lograr acostumbrarme al intruso, y al atreverme a observarlo sin disimulo le pude decir...

- ¡Tu rostro no parece el de un marahá¡...-Tus fosas nasales son como abanicos chinos, tus ojos grises son de gato callejero, tu nuez de Adán, es una manzana verde y ácida, y tu aliento a tierra reseca, delata los vicios de una persona sin esperanzas.

-Mis ojos de gato callejero, alumbran más que la oscuridad de tus pupilas...mis fosas nasales sufren al olerte.....

Tal fue la irreverencia con la que me habló, que sentí verguenza ajena...al menos creo que se decía así... hubiese querido reflexionar más tiempo pero me interrumpió.

.- Cuando uno es lo más bajo de la evolución humana no tiene de qué sentir verguenza.

- ¡No te entiendo!...

.- ¿Acaso tu conoces el gusto de los cigarros que fuman en el palacio?

.- Sé de su aroma a chocolate.

- ¿Y como lo sabes ?...si no eres más que un vago.

- Si no te comportas respetuosamente, introduciré todos los cigarros del mundo en los orificios de tu cuerpo.

- ¡Deja de hablar tonterías!...finalmente, para ti la princesa no es más que un espejismo... lo tuyo no es más que un sueño a punto de terminar...mírate en el reflejo de algún charco y no verás más que un anciano prematuro, mírate la boca y cuenta tus dientes, mírate las costillas a punto de romper tu piel...

- ¡Di lo que quieras, nunca podrás satisfacer a la princesa como yo lo haré!...(grité con lo que me quedaba de voz).

Di un paso al costado, y con la parsimonia característica de un jefe, desenvainé mi sacacorchos de acero, lo alineé con su nariz, y se la descorché haciéndola desaparecer como por arte de magia.
Reconfortado con mi actitud, sentí la necesidad de la compañía de "Hazme Feliz".... simplemente para observarlo.


CUATRO Y TREINTA DE LA MADRUGADA

El resplandeciente mes de febrero, evaporaba la sangre de mi víctima que humedecía mis pies..... temí por mi elefante, su pereza me exasperaba, ¡ese sería el motivo por el que no salía del templo!. Por eliminar dudas, atravesé el jardín para llegar a su sombreado refugio; el aire se volvió fresco y escaso en la paz de la siesta. En vano revisé el piso, tratando de descubrir sus huellas en la oscuridad. No había nada... "Hazme Feliz" no estaba.

Con serenidad, salí a la intemperie intentando comprender. Recorrí cada rincón de la fortaleza;... no había puertas ni murallas, era difícil diferenciar el interior del exterior. Dudé, estar dentro o fuera.... ¡ tal vez se habría escapado!

Su ausencia sería el sin sentido.

¿Qué sería de Suchitra? ...¿qué sería de mi?

Sentí vergüenza y me consumí como un perro que encuentra su rincón, al comprobar que ni el mayor de los esfuerzos traería a mi memoria, el rostro de la criatura que se me había perdido en los laberintos del inconsciente.

Aunque no lo quisiese, estaba despertando.

 

EL AÑOSO CUERPO DE PRAKASH

Con hambre acumulada por generaciones, di un salto y me incorporé, estirando los músculos, que como secas y abandonadas plantas trepadoras se me enredaban en los huesos. Había sido una larga noche, el sol comenzaba a teñir las nubes que ocultaban las últimas estrellas, respiré refrescando mi cuerpo aún adormecido, arrancándole el néctar a las diminutas gotas del rocío. Me moví con discreción para no despertar a quienes dormían sobre el suelo... Caminé unos pasos hacía la parte más alta de la colina, desde allí, solo vi el cielo rosado por los pétalos de las amapolas, no había rastros de palacios, ni templos ni animal alguno.

El aroma de las masas de arroz quemándose sobre una piedra ardiente, me ubicó en el preciso espacio cósmico de mi pertenencia. Me apresuré a tapar el pozo en el cual había defecado, rellenándolo con lo que quedaba de mis sueños; confié en enterrarlos por última vez, en lo más profundo de mi pueblo sin tiempo, esperando convencido, que algún día, alguien vendría a rescatarme.

 

 

Fuente: LA FOSA DE LOS OSOS Y OTROS RELATOS

Relatos de ESTEBAN BEDOYA

Arandurã Editorial, Asunción-Paraguay 2003

 

 

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