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JOSÉ PÉREZ REYES

  ASUNCENARIOS, 2012 - Cuentos de JOSÉ PÉREZ REYES


ASUNCENARIOS, 2012 - Cuentos de JOSÉ PÉREZ REYES

ASUNCENARIOS

Cuentos de JOSÉ PÉREZ REYES

Foto de tapa: Emilio J.M. Pérez Giménez

 

ISBN: 978-99967-20-51-2

Editor: Editorial ARANDURÃ

Páginas: 120

Tamaño: 19,5 x 13,5 cm

Asunción – Paraguay

Noviembre 2012 (101 páginas)

 

 

 

 

CALLES ABIERTAS EN EL PAPEL*

 

         La paradójica Asunción, fundadora de ciudades, que no se conforma con las traiciones de sus hijas históricas y se traiciona a sí misma dándole las espaldas al rio Paraguay. Todo un personaje, sin duda.

         Enfrenta a la gente, pero esconde sus encantos, no muy visibles últimamente. Es que Asunción no es narcisista, mucho menos exhibicionista; le gusta retener secretos, finge timidez para luego soltarse. Primero prefiere mostrar su lado más feo, y lo hace para que uno se empecine en indagar más y más hasta despojarla de su máscara secular.

         Si Asunción está tan rodeada por "ciudades dormitorio", como les dicen, entonces la Capital se está convirtiendo en una ciudad laboratorio, en donde pasa de todo, y en esta experimentación se agita la coctelera de la ficción.

         Aunque cantada en guaranias y evocada en poesías, Asunción no ha alcanzado una mayor dimensión en la ficción narrativa; aún falta esa simbiosis plena que se da entre escritor y ciudad, por citar un ejemplo nacional: Casaccia y Areguá.

         Lejos de la postal cliché, en las narraciones aparecidas en este siglo, Asunción apunta a convertirse en protagonista sencillamente porque ya no se conforma con ser un mero telón de fondo o marco decorativo sobre el cual discurren escenas y personajes. Es que ella misma lo exige, me pasa a veces eso, y la tengo que incluir, de manera expresa o tácita, y así en un cuento puede aparecer un lugar preciso de Asunción, y en otro se refleja en una esquina cualquiera, y a menudo se insinúa en el habla de los personajes; todo sugiere, pues, que se trata de Asunción, como hice en la mayoría de los cuentos de Clonsonante.

         No es la serie de detalles geográficos e históricos en confluencia, sino la mezcla de elementos cotidianos y fantásticos con los fragmentos de vida diluidos entre casas y calles, lo que resulta interesante. De ese entrevero de nombres puede aparecer algo del espíritu o de la esencia que impregna a la ciudad. Más que un croquis o una radiografía cultural, hay que buscar en las páginas como si fueran calles de Asunción donde el lector pueda cruzarse con sus propias vivencias o sorprenderse al tropezar con algo nuevo a través de la ficción.

         Todos los libros admiten varias lecturas, toda ciudad también forja variadas impresiones. Algo de la laberíntica Asunción lo llevamos todos adentro. Una problemática móvil.

         No hay ser que no lleve en su interior una maqueta mental de lo que fue y de lo que es su ciudad; los diseños mentales se contraponen y forman un solo plano donde fluyen los recuerdos que transitan esta maqueta como si fueran vehículos movidos por el tiempo, ese combustible que, aunque expira, todo lo mueve.

 

         José Pérez Reyes

* Artículo publicado en el Correo Semanal del diario Última Hora,

del 15 de agosto de 2009.

 

 

 

CUENTOS QUE SE INDEPENDIZARON

DEL BARRIO NOVELÍSTICO

 

         Al dar una mirada narrativa a la siempre compleja Asunción se multiplicaron perfiles y ángulos, líneas y curvas. Al tramar las imágenes y las ficciones en el salón de espejos deformantes que es la imaginación, terminé escribiendo dos novelas y una treintena de cuentos que abrieron sus calles alternativas, alejándose con su propio argumento bajo el brazo, independizándose del barrio novelístico.

         De toda esa producción, estos cuentos son los primeros en asomar la cara para ver a Asunción con los mismos ojos, pero de otro modo.

         Los propios personajes imaginarios han dado pasos decididos en estas calles abiertas en el papel y hoy aparecen en estas páginas. No llegaron todos, de esa treintena de cuentos que entró en cuarentena (no por culpa del dengue u otra enfermedad propagada en la capital), resultaron sobrevivientes éstos que, en principio, ya estaban con edad de ciudadanía para ser publicados en el 2009, en la época del artículo titulado "Calles abiertas en el papel", que aquí hace las veces de prefacio, pero que tuvo su publicación original en ocasión del número especial dedicado al 472 aniversario de Asunción. Era pues el periodo previsto para publicarlos, pero he ahí que ocurrió un atraso, por motivos que escapan a la decisión del autor (por algo se menciona que estos cuentos ya tenían ciudadanía entonces), y como si se tratara de una obra vial o una construcción a inaugurar, "Asuncenarios", fiel a su origen, pasó por la muy autóctona postergación.

         Pasó un tiempo y como si fuesen fragmentos de las veredas rotas de la incomparable Asunción, algunos de estos cuentos empezaron a aparecer, a esparcirse más allá de la ciudad.

 

         José Pérez Reyes

         Noviembre 2012

 

 

 

AMBIDIESTRA

 

         Escribo con enorme facilidad con ambas manos. Esta cualidad que en la infancia fuera motivo de asombro hoy es motivo de lucro.

         Estas letras son de tipografía y es una pena que no puedan comparar mis estilos de escritura en cada línea.

         Ahora escribo con la derecha.

         Y ésta es con la izquierda.

         Si no se nota la diferencia, mejor.

         Resulta muy práctico, sobre todo, cuando estoy apurada.

         Es toda una peculiaridad. Me dicen que esta versatilidad sería muy útil para escribir en árabe, pero tengo miedo de que una mano dibuje lunas y la otra, cruces y termine en una indeseada crucifixión de lunas. Es que la derecha y la izquierda pueden tener su propia guerra santa. O su propia conmoción interior: quizás la luna creciente devore a la menguante y nunca más aparezca la luna llena. ¡Qué sé yo!

         Cosas así, mejor no poner en marcha y menos aún cuando voy atravesando la zona de templos de distintas religiones en el barrio Ciudad Nueva.

         Hablando de poner cosas en marcha, acabo de llegar a la sede de la editorial, cerca de la esquina del depósito de maderas, lajas y carbón. Claro que en la imprenta son otros los tipos de insumos utilizados, las maquinarias ya preparan la edición de mañana, una severa crítica al gobierno con una andanada de artículos con las tintas bien cargadas. Eso impregna de algo más que tinta el ambiente del laburo y nos impulsa a preparar otra edición.

         Me dedico a tareas profanas aunque no tan sencillas en dos diarios: uno, de la oposición y otro, un boletín vocero del gobierno.

         No me va mal. Cargo las tintas según la ocasión. Hay que mirar el color que tomará el artículo. Conociendo los argumentos de ambos bandos es sólo cuestión de cambiar los sujetos. Ni que fuera un formato para llenar según el caso.

         ¡Qué no dirían los verbos a la inversa!

         ¡Qué no significarían las oraciones en reversa! Lo de objetividad y equidistancia mi cabeza pasa de largo, al igual que mis manos.

         Aquí, la ignorancia aún es excusa, y se alega echando mano de ella por la vía de los hechos, aunque el Código Civil paraguayo diga lo contrario en ese artículo que enuncia que "la ignorancia de la ley no exime de su cumplimiento".

         Eso sí, a la hora de contar los billetes de los sueldos en las dos partes, oficial y opositora, ambas manos se ponen de acuerdo y verifican la suma en común. Ahí no valen trucos. Es como foliar un expediente y ojo que no entiendan follar a un inexperiente, dije foliar un expediente, a mano, para ser más claros. Dinero propio o ajeno, todos los dedos deben surcar los billetes. Prácticamente, es casi en lo único en que se ponen de acuerdo, excepto cuando se trata de peinarme, por cierto que gasté mucho en la peluquería el mes pasado, es que había que cambiar, ya no me podía ver con ese look. Son los caprichos. Una no sería la misma sin sus caprichos. Para algo hay que laburar. Del bolsillo al tacho.

         Generalmente cada dedo tiene su ocurrencia y raras veces consulta con los otros dedos para empezar a darle con todo al teclado. Tan ocurrente es todo esto que me da la impresión de que cada dedo tiene su propio "cerebro". ¿Será que por eso somos tan cambiantes?

         No hay miedo a la hoja en blanco, siempre sale algo. Lo que sí puede causar miedo es el resultado de ese texto, por allí, un panfleto que termina siendo un boleto a la comisaría más cercana.

         Apenas al entrar en la redacción del semanario de la oposición, me encuentro con el jefe de prensa, Rodrigo Mencia, un personaje de aquellos. El habitual saludo de Rodrigo sacude a modo de una leve descarga eléctrica, de ésas que te ponen los pelos de punta. No es atractivo el jefe, pero tiene su campo magnético. Eléctrico saludo magnético. Es que él es un tipo que se pasa oyendo discos en vez de noticias, por eso seguramente me sugiere que pruebe suerte con la música, que para algo me ha de servir ser ambidiestra, dice.

         Nunca probé con los instrumentos musicales, sin embargo él enumeraba sus héroes musicales y me aconsejaba que pruebe con la guitarra eléctrica, por allí resultaba un genio como Ritchie Blackmore, Tony Iommi, Jimmy Page o Brian May, quien sabe, como algunos de esos que aparecen en las revistas de rock de los años 70 que Mencia tiene esparcidas en el cuchitril que es su oficina. Es más, me insistía que probara con los teclados también y que tratara de sonar con la excelencia de un Jon Lord, Tony Banks, Keith Emerson o Rick Wakeman.

         Por culpa del jefe, cosas así me pasaban por la cabeza, pero no por los dedos.

         Por lo visto que para cuestiones musicales son nulos esos "cerebros" en los extremos de los dedos, yo no consigo sacar ni un purahéi jahe'ó.

         Desearía tocar algo de música, por lo menos de oído, pero no tengo el tiempo libre.

         No tengo tiempo para dedicar a algo que no sea esto de redactar textos, más cercanos a la ocasión que a la convicción. Esos mismos textos que algún ofuscado tildó de panfletos. Claro, sin saber que se trataba de mi pluma que, en un texto anterior, mereció sus mayores elogios. Allí está la jugada más graciosa. Nadie sabe esto de los dos trabajos en forma paralela. Esos repetidos rivales que ocupan similares sillas, pero no los mismos sitiales de las gacetillas. Bien que saben armar ofensas, pero no pueden elaborar dos líneas de texto.

         La ofensa es gratuita, la réplica ya no suele serlo.

         ¿Derecho a réplica?

         Si, claro. Primero pase por la caja.

         Todo es más complicado ahora. Ya no se sabe a cuál puerta llamar.

         ¿Tocar el timbre o romper la ventana?

         ¿Pedir refugio o allanar domicilio?

         Antes habían, a lo sumo, dos puertas: entrada y salida. A veces mimetizadas en una. Cada bando lo sabía. Pero ahora aparecen tantas puertas que no llevan a nada. ¡Ni qué hotel fantasma!

         Eso de las manos también suele traer complicaciones entre los bandos que están opuestos, no porque luchan en la arena sino porque han elegido distintas graderías. Sería una gran película épica llevar a los candidatos a una lucha en la "arena política", literalmente, como gladiadores, sin dobles, sin extras, a ver quién queda. ¡Cuánta sangre beberá la arena! ¡Y cuánto venderá la prensa! Sí, ya voy a tirar la consigna: agotar ejemplares tras la lucha "entre pares".

         Total, cada quien anda con su diccionario de términos dispares.

         Aunque parezca graciosa esta ambivalencia, no me dedico a hacer chistes en sus páginas.

         Ya amenazaron cerrar el diario opositor. Habrá que ver.

         Cada día se oye algo nuevo.

         Las noticias nunca son esperanzadoras.

         Para etiquetar una noticia, resulta indispensable que sea mala.

         La savia de nuestra prensa: las malas noticias.

         Y entre esas malas, soy muy buena.

         Hablando de cosas malas, al saludar a Tomás, que ya estaba laburando en la sección fotografía, me dijo que me cuide cuando salga de aquí porque me pueden meter un tiro. Le miré con una cara.

         Cada ocurrencia que circula por allí libremente. En vez de ayudarme a preparar la edición de mañana, me lanza advertencias este tipo.

         Y pensar que tengo que trabajar con gente así, en el otro periódico hay un sub jefe de redacción que debe reclamar para sí el título de jefe de sub redacción, tiene el cerebro más atrofiado que el mini mouse de su computadora, pobre computadora la suya con su híper violentado teclado luego de redactar largos cables, ni que fueran cables internacionales. Anda muy táctil el subjefe, la vez pasada hasta quiso tocarle el culo a una promotora del diario, dice que está por cambiarse a la tablet, cuando lo haga juro que voy a regalarle un ratón de cable extra largo para que él me diga "Para qué me regalas esto si ya no se usa casi, para colmo con cable largo" y para que yo le responda "Justamente por eso, para que te cuelgues con ese largo cable, ¡cerebro de ratón!".

         En fin, a mí también me flotan amenazas en la cabeza, pero no las ando escupiendo así a la ligera como el Tomás éste.

         Las verdaderas advertencias no tienen ecos como los que él pretende transmitir. Las cosas se dan o no, sin preámbulos. ¿O es que creen que van a publicar un edicto avisando lo que va a pasar?

         Nadie lo puede saber.

         Las conjeturas no llenan páginas de estadística. Cuando no informan hechos todo se vuelve un ovillo cualquiera. Vueltas y vueltas, un ovillo que acumula y acumula, pero que hace rato ya perdió la punta.

         Los oficialistas no están tan enojados como para salir a dar tiros, están abocados a saquear, prefieren robar, eso me consta. Pero Tomás me retrucó advirtiendo que nadie dijo de quién o de qué bando vendría el tiro... agregó que ni siquiera sabe de dónde viene el rumor; su palabrerío entonces no llega al rango de amenaza.

         A trabajar, que hay mucho que criticar, le dije entonces.

         Así están las cosas, demasiada tensión entre tan pocos.

         ¿Es un riesgo más que debo correr o del que debo correr?

         Si la bala me llegare a acertar en el medio del cerebro será un raro equilibrio entre los dos hemisferios. Ambas partes en pugna política, tanto por los titulares como por los votos, se contentarán con eso. Un equilibrio únicamente en plano mental, ya que eso no se da en la realidad. Un tiro certero. Una balanza mental partida. ¡Qué risa! Ni que yo fuera una Astrea malherida.

         Pase lo que pase, no gritaré.

         De todos modos, mi boca nunca fue peligrosa. Mis manos, sí. Eso creo que todos lo saben. Ambas partes. La derecha y la izquierda bordando por separado textos antagónicos que, sin embargo, encajan en el rompecabezas sociopolítico de la dispar actualidad.

         Morir de un balazo. Morir de un tiro. No es una buena manera de morir, aunque tampoco se puede enseñar una forma buena de hacerlo. De ser así, toda la vida sería un largo curso en aula para aprender la muerte que aguarda por ahí afuera, pero ¿si ésta se aviva y nos sale adentro? Esto del tiro podría agradar a las crónicas amarillentas y, sobre todo, a aquellas que tiran al rojo sangre. Y con el paso del tiempo y algo de pretensión, podría agradar a la historia. Mártir, dirán, pero ¿de quién?, ¿de qué?

         No, no creo que digan eso. Al final, escribirán lo que se les ocurra y eso es lo que valdrá.

         Más vale que todas las notas de prensa destaquen que se trata de la joven y bella periodista (aquí debe ir mi nombre completo, correctamente redactado) reconocida por su gran talento, en fin, una serie de detalles que den más brillo y protagonismo a mi nombre.

         El diario oficial dirá que me tenían aquí secuestrada, amordazada, aislada del mundo y que al clausurar este periódico pudieron liberarme. Los otros, con furia hablarán de que se amordaza la libertad de prensa y que la represión va más allá de dejarlos sin trabajo, al llegar al extremo de quitarle la vida a una periodista que trabajaba normalmente aquí.

         Se podrían barajar muchas cosas.

         Son los riesgos de la doble expresión.

         La honestidad es la única que no saldría con vida de esa situación.

         Aunque estoy segura que no será Tomás el encargado de elaborar esa nota, llegado el caso. La única vez que hizo algo ingenioso fue cuando en la sección especial publicó esa foto de una antena plantada en un campo de soja, con el epígrafe de "¿Una señal de nuestro futuro?".

         Ya que está tan alerta, le pedí a Tomás que me acompañe a la salida, el tipo me lanzó una mirada y respondió con una de esas sonrisas que no sé muy bien si implican una aceptación o una burla. Hasta que una suerte de "qué me importa" asomó en su ambigua sonrisa. Seguro que hay un ambidiestro oculto tras ese rostro.

 

 

 

IDA Y VUELTA

 

         Al subirme temprano al ómnibus que me llevaría al trabajo, pude distinguir que en el único asiento ocupado, en la penúltima hilera del fondo, viajaba quien había sido mi niñera hasta los seis años.

         No la había vuelto a ver desde aquellos primeros días de escuela.

         Ella no había cambiado mucho desde entonces, pero obviamente yo sí. Para confirmar ese cambio no necesitaba mirarme justamente ahora en el espejo retrovisor de este ómnibus. Seguro que no me reconocería, el camino me ha vuelto un tanto distinto, han pasado catorce años.

         Con el vehículo ya en pleno movimiento, dudé en sentarme a su lado y hablarle, con otra edad y otra voz. Podría mirarle a los ojos a la misma altura esta vez. Es probable que deba presentarme nuevamente.

         Quizás me ha olvidado entre tantos otros niños que habrá tenido a su cargo. Tal vez no guarde un buen recuerdo de ese período en casa, cómo saberlo si ella nada dijo acerca de eso.

         Me embargaba la duda, parecía ya un niño cohibido en esta confusión. Me ubiqué en un asiento tres hileras delante del lugar en que ella estaba sentada. No se percató de mi presencia, miraba imperturbable a través de la ventanilla.

         Me senté al borde del asiento, del modo en que se ubican los que están por bajarse, siempre con cierto apuro, pero en mi caso, también por otra razón más acuciante: apenas cabían mis piernas en ese trecho que mal podía llamarse asiento.

         Yo recuerdo mil escenas pero no el nombre de ella.

         ¿Le hablo o no? Esa duda empantanaba mis acciones. Avance o retroceso. ¿No sería en este caso el avance también un retroceso a la infancia?

         Entablar diálogo, intentando alcanzar a la siempre joven niñera, comunicarse después de tantos años sin puente alguno sería una situación difícil, si este puente tuviera un entablado real la vetusta madera ya no resistiría mi peso de adulto. Aunque llegase allí debería pedirle que me recuerde su nombre. ¿Cómo es posible que las cosas que la infancia atesora con tanto recelo, la adultez las borre con su desgano? Creo que la imaginación es mi única supérstite de la infancia. Pero no alcanza para recrearle un nombre.

         Le miré solamente mediante el espejo retrovisor del conductor. Esa opción que se presentaba no debe ser casual, le veía de lejos, como estampa de otra época.

         Se la veía lánguida y muy tímida para llevar adelante ese trabajo de niñera. A eso hay que sumar la poca comunicación. Es probable que sus huellas me hayan vuelto más introvertido, más de lo que mis genes esperarían.

         La juzgué más parecida a esas imágenes de tapa de sus triviales revistas de adolescente que sólo llamaban la atención cuando eran expuestas novedosamente en un quiosco, pero al pegarlas a la pared perdían su encanto. Claro, ella las pegaba ridículamente a la vieja pared de su pieza tratando de renovar, con esa imagen tonta, el color que con el desgaste se había vuelto más artificial.

         Hoy lucía bien, llevaba una remera que, al igual que su boca, no decía nada. Una remera tan blanca como su cara y así de inexpresiva. Seguía aferrada al asiento, recorriendo las veredas con sus ojitos pardos siempre aguijoneados por la maleable curiosidad que dentro de su silencio se multiplicaba.

         La miraba mas nunca conocí sus ojos, sus verdaderos ojos.

         En cada semáforo rojo, se ponía a leer los titulares de los periódicos atados a alguna columna al costado del quiosco; si no había esta opción, se dedicaba a contar las planteras que veía en algún balcón.

         Lo que sea, con tal de evitar hacer lo que todo el mundo hacía: fijarse en los rostros de los transeúntes.

         Esa fue una de las grandes dudas de mi niñez, jamás supe por qué no miraba de frente.

         ¿Tendría miedo de ver a alguien a quien no deseaba ver nunca más? ¿Acaso huía del lazo de su pasado?

         ¿O era debido a su insulsa timidez que no miraba directamente a los rostros?

         Con los años, su rostro se ha vuelto menos expresivo, o esto se debe a que ya no percibo bien las tenues expresiones de un rostro que solamente asume serenidad. Todo pasa a ser tácito.

         Dejé de mirarla en el espejo retrovisor para ver al chofer, que seguía dándole vueltas al dial para encontrar alguna radioemisora que le saque esa re saca que parecía hacer un solo de batería en su cabeza, a juzgar por sus rojizos ojos que abrían paso a su mirada como lanzallamas hacia el tránsito de la mañana. Seguramente esa cara de cancerbero ahuyentaba posibles pasajeros, porque nadie subía a este ómnibus de la línea 37. Seguíamos siendo los únicos pasajeros. El viaje parecía hecho exclusivamente para este encuentro.

         A pesar de la pinta poco confiable del chofer, se viajaba bien, lo cual es de agradecer, sin sustos ni cambios bruscos. Hasta se podría dormir, dados los espacios libres en los asientos, pero los baches que abundan por aquí no lo permitirían, y los bocinazos se plegarían al boicot insomne.

         Tampoco su presencia ayudaba, cómo dormirme cuando mi ex niñera estaba atrás mirando no sé qué y olvidándose de todo lo que se pueda. Estaba ahí nomás. Su presencia se volvía difusa por culpa de sus ojos tan adormilados, hasta el punto en que los párpados resultaban meras almohadas para ellos.

         ¿Fui un peldaño o un obstáculo en su carrera?

         Seguro que ni se acuerda; no puedo quejarme de eso porque yo, que recuerdo tantas cosas de ella, no me acuerdo de su nombre.

         La recuerdo, principalmente, gracias a algunas fotos que en un soñoliento álbum recogió mamá en la otra casa. Fue hace más de una década. Años que no han calado en la niñera, o es que creo que se ve igual porque aquellas fotos se enciman como en proyección constante en mi mente y tiñen la visión que actualmente pueda tener sobre ella. Otra posibilidad, tan fantástica como frecuente, es la ocurrencia de que a raíz del permanente contacto con niños se ha mantenido joven, absorbiendo algo de esa energía vital, permitiéndose retener tanta niñez en su propio ser.

         A diferencia del trayecto del ómnibus de la línea 37 que conocía de memoria, nunca supe de dónde venía o adónde iba mi ex niñera. Simplemente estuvo allí como ahora ella está aquí.

         Sea como fuere, aquí está. Sola, linda, silenciosa, su mente deambula y ha de preferir olvidar aquellas épocas en que se ganaba la vida cuidando una nueva vida para rehacer la suya. Tal vez lo hacía para costearse sus estudios o quién sabe, puede que entonces fuera madre también y se esforzaba trabajando en el cuidado de otros niños para llevar sustento a la casa. De ser así, me pudo haber visto, en ese entonces, más vinculado a su hijo. ¿Con quién se habría criado su hijo o hija si es que los tuvo?

         En esa carrera de interrogantes que sobrepasan las pistas de respuestas y se quedan merodeando en torno a la meta, estuve mirándola absorto en el espejo un buen tiempo. El ómnibus ya doblaba la esquina de Colón y Carlos Antonio López, adentrándose ruidosamente en la avenida donde a pocas cuadras debía bajarme. Concluía mi trayecto diario. Divisé la parada que estaba en la próxima esquina después del parque y no quise mirarla más, ni de reojo. Seguro que ella permanecía en ese rincon mirando a través de la ventanilla lo que la avenida mostraba, nada más.

         Me aproximé a las escaleras de descenso de pasajeros y bajé del ómnibus con premura, la hora no perdona.

         Pero la tentación de volver a verla, aunque sea un segundo más para ver si se fijó en mí y para evocar la infancia, me hizo girar la cabeza en el último escalón del ómnibus y mi descenso se transformó en abrupta caída sobre el piso frío.

         En la parada, demasiado fría para ser real, no había nadie para ayudarme pero tampoco para burlarse, ya era lo suficientemente grande para levantarme solo de caídas como éstas y retomar el camino que me anunciaba una mañana nueva.

 

 

 

 

LA FILMACIÓN

 

         Tengo muy buenos recuerdos de la filmación.

         A pesar del vertiginoso ritmo de trabajo y del poco presupuesto, se gestó la camaradería entre los actores, utileros, camarógrafos, todos quienes llegamos a acumular, en poco tiempo, un montón de anécdotas y bromas.

         Tuve la oportunidad de trabajar como camarógrafo en la última película de Werner, por eso viajé a la capital del Paraguay, ya que allí serían filmadas varias escenas, prácticamente la mayoría de las que estaban a mi cargo, así que preparé maletas para conocer Asunción.

         Cómo no aceptar semejante invitación, es muy valiosa la chance de volver a trabajar con Werner, el director suizo cuya amistad me honra. No es época para decir que no a los trabajos propuestos. No todos los años llegan con un contrato bajo el brazo. Hay que tener presente que escasean los trabajos para gente de mi edad, no importa cuánto hayas filmado a lo largo de tu carrera, llega un momento en que simplemente no te contratan más.

         Lo mejor de todo fue que en Asunción, las horas libres de la filmación estaban destinadas a la mejor diversión, estuvimos poco tiempo, pero le sacamos provecho a las noches de la ciudad que por entonces, acababa de liberarse de un edicto, por eso todos estaban más que eufóricos y con muchas ganas de brindar.

         Una noche fuimos a esa especie de disco camuflada en las afueras de la ciudad. Pasó de todo. Conocimos a un grupo de chicas "espectaculares" como ellas mismas se atribuían simpáticamente. Más alcohol. Otro tanto de drogas de producción local. Mucho sexo. El equipo de filmación temía que me entusiasmara demasiado y mi corazón quedase parado como un reloj sin cuerda en plena faena en una de las camas del albergue al que fuimos a parar. O como dicen en Paraguay, como camión viejo.

         Pero no pasó nada de eso.

         Como tampoco pasó nada malo cuando filmamos esa arriesgada escena en ese lugar donde el río Paraguay hace una curva, Itápytapunta, durante un amanecer por demás rojizo. Me han dicho que Itápytapunta significa "Punta de piedra roja".

         Era una de las escenas más difíciles y yo tenía que registrarlo todo desde el ángulo más complicado. Había temor, pero nada malo pasó. Tantos gritos alrededor sólo para generar ruido extra. Es que toda escena de persecución necesita una dosis extra de adrenalina. No hubo mayor peligro que el que propiamente fingimos.

         Siempre hay escenas de riesgo.

         Estoy viejo, pero no tanto, por algo será que todavía me ofrecen trabajar en filmaciones. Sigo filmando, cuento con la vitalidad suficiente para llevar esa doble vida, dentro y fuera de la cámara, siempre cerca de la filmación.

         En fin, tanta preocupación era innecesaria, en todas partes hay gente exagerada.

         Cuando el equipo llegó a la locación elegida encontramos un paraje interesante en un recodo rojo del río marrón. El lugar tenía ese no se qué especial, aunque estaba bastante sucio y abandonado.

         Había tal bajante del río que algunos orificios de la roca quedaron al descubierto, primera vez que se los veía en décadas, afirmaron los miembros de un grupo de aficionados a la fotografía que habían ido a registrar con sus cámaras el nuevo punto de observación desde el río.

         En todo caso, por ahí lo único peligroso al borde del peñasco, era el mirador ése, muy deteriorado, a punto de derrumbarse, un mirador donde lo único visible era que nadie se había hecho cargo, porque era una carga, según decían por ahí, que cada intendente ponía sobre las espaldas del siguiente.

         Recuerdo que dije que, a pesar del peligro que pudiera representar, acababa de pasar por ese sector un grupo de escueleros rumbo a clases, no va a desmoronarse así como así, aunque había un letrero que decía "No acerkarse", pintado a mano y con k, no obstante, pegadito al borde nomás estaba un grupo de pescadores, de bastante edad, cuatro pescadores que bromeaban sobre la suerte de la pesca, a la par que arrojaban restos de yerba mate y las bolsitas de plástico de las empanadas.

         Recuerdo que antes de grabar la escena principal de la persecución, les registré con mi cámara durante una ronda de eso que llaman tereré, sería una escena previa, una ronda de tereré a la espera de la pesca. Era una imperdible situación que espontáneamente se escenificaba ante nuestros ojos, había que aprovechar eso y filmar todo lo que se pudiera.

         Hicimos la filmación allí, una mañana rojiza a tono con las rocas antiguas. La costa en esa zona rocosa parecía llena de trampas.

         Como lugar turístico, el mirador era tan increíble como inaccesible. Cerca de la barandilla pintada con los colores de la bandera paraguaya, había una parte entre las losas rotas que llamaba la atención por lo descomunal del agujero, que se abría rastreramente como un ojo al río, a través del cual se vertía un basural, no se trataba de una basurita en el ojo de la Comuna, sino de todo un caudal de residuos, mugre y porquerías. Abajo, casi del todo perdida, se veía una canoa pintada de rojo y amarillo, pudriéndose en el espeso matorral.

         De hecho, Itápytapunta era una zona peligrosa, abundaban los asaltos a mano armada, "vox populi" de los vecinos. Ahora me acuerdo que los moradores de la zona dijeron, con una sarcástica frase en guaraní, que por fin había un policía de guardia en la zona del mirador, cuando vieron a uno de los actores, vestido de policía paraguayo, y que tenía que aparecer en la escena de la persecución más tarde. Esa presencia policial causó sobresalto en el lugar, hasta tomaron fotos porque les parecía algo gracioso.

         Realmente, muchos recuerdos, jornadas de trabajo intenso... De todos modos, lo que cuenta es el resultado, ya que ahora está en mis manos una copia en dvd de la película.

         Quiero presenciar el trabajo logrado, para eso empecé a ver la película. Pero no aparecía nada de lo que yo había filmado en Asunción. No encontraba ninguna de mis escenas filmadas con tanto profesionalismo. ¿Acaso fueron eliminadas durante la edición y montaje del filme, con el propio Werner dando órdenes o la productora metiendo mano adulterándolo todo?

         Me estoy poniendo obsesivo con esto del video del filme, tanto avanzar y retroceder los capítulos con ansiedad, a mayor velocidad, hasta que de repente aparece alguna escena que yo no recordaba y me quedaba mirando, sin poder creer.

         No es posible que todos mis aportes hayan sido borrados y reemplazados por otras escenas. ¿Dónde? ¿Cuándo? ¿Cómo?

         Es una injusticia, un desaire, la gravedad de este engaño estropea mi amistad de años con el director. Ahora hacen cualquier cosa con la tecnología digital, ¡pero borrar todo el trabajo de uno ya es el colmo!

         De tanto avanzar y retroceder el filme, me cansé y me dispuse a ver toda la película, la dejé correr y así quizás llegaría a entender qué diablos pasó con aquellas escenas a mi cargo.

         No coinciden las escenas con lo que hice, la película ya está terminando y hasta ahora, ¡nada! ¡Qué diablos hicieron durante la edición y el montaje!

         Me han excluido.

         Todo esto tiene un clima delirante, el peso de la furia, el contrapeso de la duda.

         ¿Es que ya no cuento?

         ¿Es que mi rol ya no corre como el reel de un filme?

         Justamente al final de la película, antes de que asomara la lista del reparto, pude ver lo que aparecía encabezando los créditos finales: una escueta línea recta de letras blancas sobre el fondo negro que dicen que esta película está dedicada a mi memoria y cierran con un par de fechas el círculo de vida.

 

 

 

MUY CERCANAS

 

         Mamá, me avisa Caro por mensaje que hubo un doble homicidio a dos cuadras del bañado.

         - No sabía que las telefónicas brindaban ese servicio también, cómo se ingenian para ganar a la competencia, eh...

         - ¡No entendés, ma!

         - Entiendo que también te ingenias para salir, dejate de inventar excusas...

         - ¡Yo dije Caro, mamá! ¿No te acordas de Carolina, mi nueva ami?

         - Ah, la nena que entró este año en la escuela.

         - Sí, ésa. Su aviso es en serio. ¡Chau ma!

         - ¡Espera hija, lleva pañuelo!

         - Ndera... no voy nio a llorar...

         - No es por eso, es para que lleves tu comida bien envuelta, así no vas a echar restos de tu merienda en la escena del crimen. No hay que ensuciar pues el lugar donde se va a realizar la pesquisa.

         - ¡Mamá, dale!

         - ¡Dale vos sí que! Además te va a servir para limpiarte la boca de los restos de comida.

         - Bueno, bueno.

         - Tomá, comprate una gaseosa también, no sea que te atores o que pases sed viendo esa escena.

         - Lo que vos digas, mami, ¡pero dejame ir ya! Hasta la Policía va a llegar antes que yo...

         - ¡Es posible, no estás niko tan atrasada! Recién nomás sonó tu celular.

         - Me voy, quiero llegar antes que los demás. Seguro que ya habrán avisado a los demás compas.

         - Y si Carolina le avisó a la profesora de grado, es muy probable que haya convocado a los canales de televisión también.

         - ¡Chau, mami!

         - Atendé que no te entrevisten con la comida en la boca, ya sabés que eso es de mal gusto.

         - Andá, hija, voy a prender la tele, pero igual me contás a la vuelta lo que pasó.

 

 

 

RECOLECCIÓN

 

         Lloviznaba desde temprano, en ese feriado 1° de marzo.

         En la víspera del "Día de los héroes" la gente había cobrado su sueldo de febrero, mes corto pero sufrido, y había farreado la noche entera, sobre todo en las zonas no afectadas por el edicto que regía en el municipio de Asunción.

         La farra había migrado a los alrededores para evitar los controles, así Luque, Lambaré, Limpio y otros municipios con L de libres, se constituían en los nuevos destinos del turismo interno.

         Cerca de las dos de la madrugada, todos salían de la capital a las apuradas para continuar la farra, se desencadenaba una jornada nocturna de turismo interno de la joda.

         Se daba el efecto embudo en los cruces limítrofes de la ciudad, sobre todo, Calle última.

         Una ley seca en vigencia en el papel únicamente al secarse la tinta de la firma del intendente municipal, pero que no ataja el río de alcohol que diariamente fluye.

         Romualda se animó a salir temprano ese feriado, había mucho que recolectar cerca del parque Ñu Guazú, así que comenzaría por la rotonda de las Residentas. Sin desayunar, salió con su bicicleta, había dejado dormida a su nieta en la piecita de la pensión.

         En su trayecto, Romualda iba recogiendo latas vacías de cerveza y envases descartables de plástico que encontrara a su paso. Y había mucho material disperso a recolectar, porque anoche regaron el festejo en la previa del feriado. Todos los envases descartables que encontraba los cargaba en una resistente y colorida bolsa para después vendérselos al reciclador de la zona.

         Por el camino, saliendo de Asunción, pedaleando rápido hacia el aeropuerto, cruzó la zanja del arroyo Itay que divide Asunción de Luque.

         Recordó que una vez amaneció un auto tumbado, caído de bruces allí en la corriente del arroyuelo que había crecido después de una tormenta.

         La imprudencia era la constante. Se llegaba al extremo de las carreras en la autopista a la madrugada, sin control policial, pero con amplia cobertura de la prensa. Y la pregunta de siempre, flotando en el aire: ¿para qué servía este edicto entonces? Y la duda de saber a quién podría beneficiar esa restricción. Un coro de eructos podría responder de madrugada esa interrogante.

         Paradojas de la noche expuesta a edictos, coimas, robos y peleas regadas por el alcohol y coronadas por carreras por algo más que un cajón de cervezas. Así como corren las coimas, también corren las apuestas.

         Romualda prosiguió recolectando latas, frascos de plástico, envases de toda clase. Había que salir de Asunción para encontrar mayor cantidad y variedad, era evidente que la gran farra ocurría en sus alrededores.

         Por la autopista, viniendo de Luque, apareció con tremenda rapidez, una lujosa camioneta de ésas que se pasean a gran velocidad, sin chapa.

         Se produjo el choque mortal, Romualda fue arrojada al pasto húmedo y a su costado cayó su bolsa de recolección que vertió su contenido de latas y envases en la zanja donde también fue a parar la camioneta que la embistiera.

         Del destrozado parabrisas comenzaron a rodar latas de cerveza que pusieron en evidencia el grado de ebriedad que tenía el conductor, que se reventó como una lata más, al fondo de la zanja del Itay.

         Las latas del conductor se entreveraron con las latas que Romualda había recolectado. Ambos murieron.

         Tardó en venir la ambulancia, la grúa también llegó con retardo.

         Se demoró la recolección de los cadáveres.

         Un círculo de caída final.

         Una fresca mañana de llovizna.

         Un feriado gris de resaca negra.

         Ningún fiscal para tomar acta de lo acontecido. Muy feriado y con llovizna para salir a realizar tareas. Apenas un policía de la caminera que pasó un par de minutos después, se acercó a ver lo que había ocurrido, dio aviso a su base y se quedó en el lugar del fatídico suceso observando una miseria final compartida.

         Al policía de la caminera que había llegado primero al lugar le impresionaba ver cómo de la camioneta salieron latas de cerveza vacías, pero la que estaba cerca del volante derramaba aún su contenido a través del parabrisas roto. Latas y latas, mientras la señora yacía muerta en un charco de sangre sobre el verde pasto, a orillas del arroyuelo Itay en medio de la zanja, bajo una llovizna que simulaba dar una absolución.

 

         Alexis era empleado de una mueblería en el barrio Republicano.

         Era una mueblería llena de deudas, no había dinero para repartir en nada, así que a los dos empleados que llegaron hasta el final, no les alcanzó nada en efectivo. Como pago a su liquidación por cierre de empresa y remate de muebles al por mayor el dueño de la mueblería le entregó a Alexis un ropero que el mismo había hecho, ya que era ayudante de carpintería.

         Al recibir como indemnización ese ropero que él mismo había hecho, Alexis se quedó con una rara sensación: parecía que su vida entera entraba allí, entonces era como si hubiera armado un ataúd, tal vez su propio ataúd, porque terminaría siendo su último trabajo para la mueblería que cerraba definitivamente. Así pensaba cada vez que se vestía frente a ese mueble, o cada vez que sacaba alguna cosa de allí, ya que enseguida su ropero se volvió un cachivachero que contenía sus pocas pertenencias.

         Luego del despido en la mueblería ya no hubo modo de conseguir otro trabajo. Alexis comenzó a robar. Se asoció con una banda.

         Alexis robó entonces un aparato televisor, oyó un disparo poco después de salir de esa casa y se imaginó otro desenlace, al pensar que ese tiro pudo haberle acertado en la espalda, al imaginar que cuando él se siente a mirar el aparato de televisión que acababa de robar se verá allí reflejado en las imágenes de las noticias en rojo, un mórbido caso de auto contemplación en la pantalla tras ser abatido por un certero disparo, inclusive cree notar hasta cómo irá titulado el caso: "Ladrón abatido a balazos en pleno robo".

         Le pareció algo peor que una pesadilla muy oscura y borró de su cabeza esa imagen mortal, prefirió pensar en otra cosa, cuánto cobrará por este robo, por ejemplo. Necesita plata, urgente.

         Menos de tres horas después del robo, apenas amaneció, Alexis se arriesgó a llevar la televisión robada sobre la motito que la banda le prestara.

         Durante el trayecto, pensó en la bicicleta que le hacía falta porque, vieja y todo, causaba menos ruido que esa motito en mal estado. Sí que extrañaba la bicicleta que había dejado al irse de la villa donde su mamá se ganaba la vida recolectando latas y envases para mantener a la nena que él había tenido con una vecina de la que prefería no acordarse.

         Era hora de revisar la recolección de la noche y madrugada, había que desenfundar el televisor para ver qué tal andaba. En el aguantadero, en medio de artículos de toda laya, Alexis enciende el televisor para probar la pieza "recientemente adquirida".

         El reciente caso fatal en la autopista aparecía en los programas de noticias de la mañana. Enmudeció de espanto al ver las escenas filmadas, mientras los otros socios se dedicaban a revisar las demás piezas robadas.

         Alexis se quedó mirando los reflejos cegadores de la televisión, abstraído por lo que revelaba la pantalla, mientras relampagueaba más allá del horizonte.

 

 

 

 

 

 

 

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