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  EL BROSERO EN LA CERÁMICA - ROSA BRITEZ - Texto ADRIANA ALMADA


EL BROSERO EN LA CERÁMICA - ROSA BRITEZ - Texto ADRIANA ALMADA

ROSA BRÍTEZ - EL BROSERO EN LA CERÁMICA

Texto de ADRIANA ALMADA

Asunción – Año 1984


 

ALGUNA VEZ alguien le dijo que lo que hacía era grosero. Su vecina le gritó que no tenía vergüenza, que una mujer con criaturas en la casa no podía tener "eso". Los parientes se callaban y el resto del pueblo censuraba silenciosamente el surgimiento de una de las creaciones hoy más difundidas y apreciadas del arte popular para-guayo. Así nació EL BROSERO, "DE LA CABEZA Y DE LAS MANOS" de Rosa Brítez, artesana de Itá. Así comenzó a crecer esta serie de estatuillas de cerámica que actualmente alcanza las cuarenta piezas y que configura un completo y preciso itinerario erótico, pleno de vigor y deleite.

En la Galería Arte Popular, en el Museo del Barro, o en cualquier negocio de artesanías, inclusive, los turistas y los mismos paraguayos son tomados casi por asalto, algunos irritados y otros sonrojados, por las pequeñas estatuillas de brosería que aparecen de pronto en los estantes. Tras muchas vueltas, los turistas se animan a pedir alguna pieza: "ÉSAS, LAS SEXUALES QUE HAY POR ALLÍ", tratando de guardar la calma, la circunspección, en algunos casos.

Seductoras, atractivas, variadas, las piezas se muestran con total desparpajo como un fecundo recorrido por cuarenta estaciones en el arte del amor, cuarenta formas de la pasión, la dulzura, el gozo y la creación. De fina factura, de síntesis formal, decisión temática y riqueza visual, las obras de Rosa parecen nacidas de su misma entraña, de un solo movimiento, quizás germinal, de algo completamente asimilado a su vida, sin pensar, sin querer, como una extensión de sus manos, capaces de hacer un cántaro en unos minutos y plasmar un largo momento de amor con un solo gesto.

ROSA Y LA ARCILLA. Una y otra se confunden. Tienen el mismo color, la misma sencillez, la misma ductilidad. Están juntas desde siempre. Rosa tiene cuarenta y tres años y, desde los nueve, sus manos modelan el barro todos los días. Criada en una familia de artesanos, aprendió el oficio con una tía vieja que la llevó a su casa cuando, a los seis años, quedó huérfana. "Mi primer cántaro -cuenta, mitad en castellano mitad en guaraní- lo compró una señora que decía que era como el cántaro de Adán, largo y enterizo. Esto es un trabajo casero", enfatiza. "Hay que hacer las cosas bien: los cántaros, las cantarillas, los platos, las gallinas con rulito, todo". También cuenta que "primero se pisa el ladrillo, se prepara un chamote, un polvo, y se mezcla con el pie". Al día siguiente se aplica esta mezcla sobre las piezas hechas con el sistema de “chorizos”. Se pinta con tapyta, y a las veinticuatro horas se comienza a poner lustre, lo que se hace con piedra y curuguay, una raíz. "La piedrita es especial, del arroyo, tiene que ser fina, blanca y suavecita".

 

 

 

ROSA Y SU PUEBLO. Ella es Itá. Las figuras diariamente salen de su taller, que es su casa, donde crecen los chicos, en el patio, cerca del horno, sobre la tierra colorada. Allí, cualquier extranjero puede leer de corrido la historia del pueblo y saber cómo se desarrolla la vida en esa pequeña localidad ubicada a 35 kilómetros de Asunción, una de cuyas fuentes de subsistencia es la producción cerámica. En sus series Rosa recrea "la procesión de San Blas", que es la fiesta más importante del pueblo, donde aparecen la banda de músicos, el obispo, el pa’i, el que lleva el agua bendita, los del curuzu cirio y los demás fieles. El casamiento coygua, con la novia, el novio, los amigos y la orquesta; el entierro del "angelito"; la mercadera que va en su caballo, burro o carreta; la chipera, con su canasta y su mesita; la pisadora que muele el grano; la burrera con su carga de maíz, mandioca y frutas.

ROSA Y LOS HIJOS. Madre de diez varones y tres niñas, el mayor de veintidós años y la menor de dos y medio, la artesana sólo abandonó su quehacer unos días antes y unos días después de cada parto. . A medida que crecían, los chicos iban integrándose al taller familiar ayudando a su madre en el preparado de las mezclas. Los más pequeños la acompañan necesariamente a la ciudad, donde vende sus productos. El trabajo y el hogar son para Rosa indisolubles. Tan es así que entre sus series hay una de diez piezas que se llama juegos de madre. `Allí están todas -dice-, la madre que da de mamar, la que baña, la que peina, la que lava la solita, la que está buscando el piojo, la que limpia la ropa, la que pega, la que juega... Empecé haciendo unas poquitas, me salieron bien y por eso he seguido. Las preparo desde hace dos años. Ahí está la vida que he tenido con mis hijos, que hasta ahora son trece".

ROSA Y LAS BROSERÍAS. “Allá a la gente no le gusta hacer cosas de “brosería” -cuenta con aire desdeñoso-. Dicen que no quieren mostrar “eso” a los hijos, que esto que aquello. Cuando comencé, mi vecina me gritó que no tenía vergüenza, que una mujer con criaturas en la casa no podía tener “eso”. Entonces yo guardé todo en una vitrina, lo puse bien arriba y después lo llevé a la ciudad. Ahora la serie tiene cuarenta piezas y es muy variada. Además -prosigue- ¿por qué vamos a tener vergüenza, si es un trabajo y a la gente le gusta?". Con picardía me pregunta: "Y vos, ¿sabés qué es el brasero?". Y ella misma contesta: "El brasero es el amor, es eso que hacen cuando están desnudos el hombre y la mujer, cuando uno está en pareja, enamorado, cuando es la luna de miel". ¿Y tu marido -le pregunto-, jamás dijo nada? "Nunca -responde-, por-que lo que hago en cerámica es lo mismo que hago con él".

ROSA Y OSVALDO. Las obras de Rosa ya tienen su historia y una ubicación precisa en el espectro del arte popular del país. Y en esa historia aparece, una y otra vez, el nombre de un chiquillo que hace veinte años recorría Itá y que hoy, a los treinta y dos, es uno de los plásticos relevantes del Paraguay: Osvaldo Salerno. “La primera procesión de San Blas que hice -recuerda Rosa- fue por pedido de él, que me dijo: “no querés ir a la iglesia para ver a la novia, y después la procesión?”. Y yo sí que sabía cómo era eso. Entonces preparé en un solo día todo: los que se casan, los que van en carreta, los músicos... y él después me dijo, muy gracioso: “Pero Rosa, esto no es una orquesta, ¡es un bailongo!”. Ahí estaban los músicos coygua con el arpa, la guitarra, el contrabajo, el acordeón y el violín. Así empecé con las figuritas". Saca sus cuentas y dice: "Hace unos ocho años, cuando murió Ña Corvalán, una artesana muy vieja que había empezado con unas diez piezas de “brosería”, Osvaldo me dijo: “Rosa, no seas tonta, alguien tiene que continuar con esto. Trabajá...”. ¡Y pensar que cuando lo conocí era solamente un chiquilón!".

ROSA Y LOS SUEÑOS. Apenas una prolongación de su vida diaria, los sueños de Rosa se entretejen alrededor de nuevas formas para sus cántaros, sus figuras y sus platos. "Ir a Uruguay, a Argentina, a Chile... Me han dicho que ahí también hay mucha cuestión de cerámica, porque... ¿sabés?, yo nunca salí de Paraguay, sólo cuando llegué hasta Posadas con Ña Dominga, la esposa del general Samaniego, pero volvimos prontito". Piensa un poco y agrega: "Quisiera enseñar a la gente, mostrar cómo es mi trabajo, que es una labor casera. Así como me ves, mis manos nunca han tocado un horno ni un molde. Jamás he copiado nada. Todo es de la cabeza, es idea".

El Diario - Noticias, Revista, Asunción, 15/07/84, pp. 16-17.

POSTscript: Escrito en 1984, cuando Rosa Brítez todavía estaba lejos de ser consagrada "LA ARTESANA DE AMÉRICA" por la OEA y los medios de comunicación no difundían imágenes explícitamente eróticas. A pesar de haber reproducido la serie completa, la secretaría de redacción sólo autorizó la publicación de fotografías cuyo ángulo hacía imposible acceder al contenido de las piezas.


 

 

De: COLECCIÓN PRIVADA escritos sobre artes visuales (en Paraguay)

Por ADRIANA ALMADA © ADRIANA ALMADA

Editado con el apoyo del FONDEC, Asunción-Paraguay 2005 (325 páginas)

 

 

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