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DOMINGO AGUILERA JIMÉNEZ

  KÁSO ÑEMONBE’U - CUENTOS PARA SER CONTADOS - Recopilación: DOMINGO ADOLFO AGUILERA - Versión al español: FELICIANO ACOSTA , DOMINGO ADOLFO AGUILERA y CARLOS VILLAGRA MARSAL


KÁSO ÑEMONBE’U - CUENTOS PARA SER CONTADOS - Recopilación: DOMINGO ADOLFO AGUILERA - Versión al español: FELICIANO ACOSTA , DOMINGO ADOLFO AGUILERA y CARLOS VILLAGRA MARSAL

KÁSO ÑEMONBE’U

CUENTOS PARA SER CONTADOS 

GUARANÍ - ESPAÑOL

Recopilación:

 DOMINGO ADOLFO AGUILERA

Versión al español:

FELICIANO ACOSTA , DOMINGO ADOLFO AGUILERA

y CARLOS VILLAGRA MARSAL

 Comparecencia:

CARLOS VILLAGRA MARSAL

Prólogo :

Carlos Villagra Marsal,  y Domingo Aguilera

COLECCIÓN CULTURA POPULAR Nº 7

Dirigida por Carlos Villagra Marsal

©  DIARIO POPULAR. Avda. Mcal. López 2948,

Asunción, Paraguay

Telefax: 603 400 R.A. redaccion@mm.com.py

© FELICIANO ACOSTA, DOMINGO ADOLFO AGUILERA, CARLOS VILLAGRA MARSAL

© Editorial SERVILIBRO

Pabellón "Serafina Dávalos"

25 de Mayo y México - Plaza Uruguaya

Telefax: (595-21) 444 770

E-mail: servilibro@gmail.com

Web: www.servilibro.com.py

Dirección Editorial: Vidalia Sánchez

Diseño de tapa: Mirta Roa Mascheroni

Diagramación: Gilberto Riveros Arce

Edición al cuidado de CVM, FA y CVM

Hecho el depósito que marca la Ley N° 1328/98

Asunción, del Paraguay, Octubre de 2010

100 páginas

Tirada de 10.000 ejemplares.





COMPARECENCIA

Es sabido que para preciarse de constituir una nación, toda comunidad de hombres y mujeres, pobladores de un mismo país, necesita compartir un conjunto de realidades físicas y espirituales: un territorio, una tradición, una lengua, un gobierno, una historia; en consecuencia, va formándose a lo largo de las generaciones la llamada identidad nacional, lo cual equivale a un temperamento, a un carácter personal y colectivo a la vez, que se manifiesta en cada individuo mediante un modo similar de sentir la patria y el resto de nuestra América y el mundo, así como también en una manera parecida de alegrarse o entristecerse, de amar o destruir, de convencerse o ignorar, de entretenerse o aburrirse, de ser aplicado u ocioso... En suma, que los paraguayos poseemos una cosmovisión propia, siendo por otra parte idéntica nuestra condición, naturalmente, a la de los demás seres humanos.

Un componente incisivo de la identidad nacional es aquello que en general se denomina cultura popular, que se da a conocer en conductas y expresiones (sean estas últimas anónimas o de creador conocido, orales o escritas), tales como adivinanzas, costumbres, letras de canción, leyendas, creencias, magias, refranes, músicas, protocolos, canciones de cuna, mitos, y en nuestro país agüerías, casos (cuentos orales), compuestos (versos romancísticos) y otras estructuras verbales en guaraní y/o en español.

Y bien, esta COLECCIÓN CULTURA POPULAR, que tengo la honra y la responsabilidad de dirigir, tiene el propósito de di fundir ampliamente, con seriedad no exenta de vehemencia, las muestras más señeras de este caudal popular, doblemente enriquecido por la condición bilingüe de nuestra sociedad; al respecto, hemos decidido publicar, en guaraní y en versión española, los textos respectivos de todos los volúmenes de la Colección.

Demás está decir que estos libros -al igual que cualquier experiencia literaria- están dirigidos a todos los hombres y mujeres, sin distinción de edad, estado civil u oficio, e incluso a aquellos que no tienen mucho hábito de lectura, ya que procuramos que nuestras publicaciones sean interesantes en sí mismas.

Deseo señalar además que, a mi sincero entender, los textos de la COLECCIÓN CULTURA POPULAR adquieren un doble valor agregado, en particular los que se ocupan de la condición bilingüe de la cultura nacional: en primer término, dichos libros alcanzan un valor eminentemente pedagógico, porque ayudarán a los escolares y colegiantes a enriquecer el conocimiento, y por tanto la admiración y la devoción, hacia la excelencia del idioma guaraní, "...lengua que sin controversia es una de las más copiosas y elegantes que reconoce el orbe", según ya lo afirmó el P. Lozano, jesuita, en 1754. Este respeto y cariño por nuestra lengua materna amerindia tendrá sin duda un efecto más intenso en los lectores adultos y pequeños: el del afianzamiento de la identidad paraguaya, uno de cuyos pilares es justamente el guaraní.

Carlos Villagra Marsal

última altura, abril de 2010

 

  


KÁSO ÑEMONBE’U

CUENTOS PARA SER CONTADOS



ÍNDICE

 

•        Comparecencia

•        Acerca del relato oral breve en el guaraní paraguayo

1.      Ka'i guaso póra

         El alma en pena del mono gigante

2.      Karai Vito káso

         El caso de Don Vitó

3.      Karia'y ha atau

         El joven hombre y el ataúd

4.      Pláta yvy guy rehegua

         El tesoro enterrado

5.      Ajesalva Mba'epochýgui

         Me salvé del Malo

6.      Mávapa mba'eguasuvéva ko yvy ári

         El más grande sobre la tierra

7.      Ihustoitéva oheka va'ekue ikonpadrerã

         En busca de un justo como compadre

8.      Ka'aguy Póra osẽ ramo guare chéve

         Se deja ver el Hada de la Selva



ACERCA DEL RELATO ORAL BREVE

EN EL GUARANÍ PARAGUAYO


         Hasta hoy, los investigadores sobre el origen del hecho literario están averiguando si fue la poesía o el cuento la primera manifestación oral del imaginario popular, por supuesto dentro de comunidades elementales aunque organizadas, o sea con alguna clase de dirigencia religiosa y política. Pero dejando de lado cuestiones antropológicas o sociolingüísticas, acordemos que la narración oral, contada respectivamente por ancianas en las cavernas y por hombres -predadores, guerreros- a cielo abierto, siempre entorno al fogón unificador, existió desde las sociedades más primitivas al par que el nomadismo, la cacería, la pesca y la recolección.

         Un antecedente histórico específico de los cuentos orales, que subsisten aun ahora en la literatura popular de las naciones, es el de los fabulatori nocturni (cuentistas nocturnos), que distraían las vigilias de Alejandro el Magno en el vasto campamento militar griego en el delta del Nilo, que después habría de convertirse en Alejandría, la ciudad de su nombre. Desde luego, otro conjunto insoslayable es la recopilación, llamada Las mil Noches y una Noche, que agrupa cuentos de raigambre hindú, china, persa (iraní), iraquí, turca y árabe, donde la reina Schahrasd salva su vida contándole al sultán Schahriar, "El Rey Feliz", cada noche hasta el amanecer, el número de cuentos que su título indica. La enorme difusión del libro en los países occidentales se debe a las primeras traducciones en lenguas europeas: la versión francesa, expurgada, de Antoine Galland (1704), y en especial la inglesa, no expurgada, de Sir Richard Burton, en 1856. Dicho sea de paso, Burton, célebre explorador, investigador y orientalista británico, primer europeo que logró entrar en La Meca y descubridor del lago Tanganyca, fue un impensado y leal amigo de nuestro país: llegó a Asunción poco después de que fuera ocupada por los aliados, a comienzos de 1869. Sus Cartas desde el Paraguay (Letters from Paraguay) causaron sensación en Inglaterra y luego en Europa; en ellas, contradiciendo los argumentos de los países de la Tríplice, explica y exalta el extremo sacrificio de nuestro pueblo y el papel de Francisco Solano López como conductor y abanderado de la soberanía y la autodeterminación nacional, llevando su defensa hasta las consecuencias postreras.

         De regreso al comentario sobre el contenido de las siguientes páginas, bajo el número siete de la COLECCIÓN CULTURA POPU LAR, es palmario que los Cuentos para contar incluidos en ellas constituyen el fruto natal del ancestral y vigoroso árbol de la oralidad narrativa, dos de cuyas floraciones hemos mencionado más arriba.

         En el guaraní paraguayo, este tipo de expresión oral se denomina káso, préstamo del caso castellano, denominación corriente en la oralidad y la escritura de ficción peninsulares en los siglos XVI y XVII, por ejemplo la Novela Picaresca, subgénero literario únicamente español de unas veinte novelas aparecidas a partir de 1554 (Lazarillo de Tormes) hasta 1646 (La vida y hechos de Estebanillo González); la connotación de Uso en el guaraní paraguayo tiene un significado coincidente con el de esas épocas, vale decir que el vocablo se refiere a un episodio, generalmente independiente, de la vida de un personaje cualquiera, real o ficticio o mítico.

         En lo que atañe a los ocho cuentos aquí elegidos, hemos seguido el mismo procedimiento utilizado en los volúmenes precedentes de esta Colección: el de la reproducción minuciosa de los textos, sin variar las palabras e incluso las pausas de los mismos, es decir tal como fueron expresados por cada uno de los informantes. Siete de las narraciones fueron recogidas por uno de los firmantes en el Departamento del Guairá, de mujeres y hombres adultos mayores, la mayoría de ellos monolingües en guaraní; el restante (En busca de un justo como compadre) fue contado por una mujer joven, bilingüe, en Asunción.

         Es preciso añadir que las presentes narraciones cortas responden a uno de los propósitos característicos del relato literario, que es el de distraer, emocionar y "atrapar" al oyente o lector, tanto gracias a su forma como por su contenido o mensaje, sin que ello comporte un efecto moralizante o estrictamente pedagógico; estas finalidades corresponden a la fábula, que por cierto tuvo real vigencia en el repertorio oral y escrito de la cultura occidental, desde Esopo en más; a pesar de ello, las fábulas como tales no se trasplantaron al Paraguay: en puridad, no existen en nuestra cultura popular mestiza.

         Por último, puntualicemos que el relato número 8, Se deja ver el Hada de la Selva (Genio protector femenino de la naturaleza, permanente en la imaginación colectiva de los habitantes de regiones boscosas) presenta un mito en acción, si así cabe decir, que sin embargo conserva las peculiaridades distintivas del cuento breve.

 

         Carlos Villagra Marsal

         Domingo Aguilera Jiménez

         Octubre de 2010








         1.      KA'I GUASU PÓRA

 

         Ócho família ndaje oĩ raka’e peteĩ ógape, ha heko porã ndajeko enterove. Peteĩ oĩ enfermérava, ha otrokuéra omba'apo raka'e opa mba'épe. Ha pe enfermérantema ndaje la oikovéva, umi ótro omanombaitéma.

         Upéi ndaje osẽ la enferméra oiko puévlope, ha opyta la óga nandi. Ha peteĩ ára ndaje ou peteĩ ivallegua he'i chupe:

         - Nde, hulána, mávaiko oime oikóva pe pende róga kuépe.

         - Mavave ndoikói.

         - Aikuaaséngo che upéicharõ mba'éichapa la káda ka'aru oĩ ojahe'óva la pende rógape.

         - Ha ndereikuaáipa araka'e ka'épa -he'i chupe la enferméra.

         - Chéngo ahendu jepi lúne ka’aru kue ha viérne la oñelamentáva upépe.

         - Eñatendemína ñandéve osegípa upéicha, eikuaa porã ha eju cheavisa -he'i chupe.

         Ha oho la kuñakarai hógape. Oñemoĩ oñatende ha upe rire oho jey la puévlope:

         - Ko semána entéro voi ahendu la oñelamentáva pende rógape -he'i la enfermérape la ivesína. Upépe la óga jára osẽ oho meme pa'i rendápe, ha omombe'u chupe. Ha pa'i katu he'i chupe: "Chemomandu'a la péva pe diápe ha eju jaha".

         Ha oguahẽvo la dia olehi va’ekue hikuái, la pa'i omonde ijao puku ha oho la kuñakarai ndive pe vesína rógape raẽ, ha upégui, ohendúma ramo la ojahe'óva, oho mbohapyvéva la óga guasúpe chupe. Ha pe kuarahy ojero'a, oike potaite rupi guive onepyrũma la oñelamenta ha he’íva: "¡Ni peteĩvako ndarahái chendive!"

         Oĩ peteĩ ysyry la óga renondépe, ha upe vahadaitépe oguejy va’erá hikuái, ha upéi oarriva oguahẽ haguã la ogaitépe.

         Oguejyvo upépe pa'i umía katu, ohecha ócho lu hendy hína la ógape, ha la hasẽ soróva ndosói. Ojerepa ndaje la ógare la lamparakuéra, hendy porã mombyrýgui jahecha. Ha ohasapávo la arrójo ha oarrivávo hikuái pe vahádagui ndaje, ohecha sínko lúntema hendy.

         Ha upéi hi'aguĩve oúvo hikuái. Pe oike mboyve la trankérape, mokõintema hendy la lu. Ha ohasa la porton ha oikévo la korapýpe, peteĩntema hendy. Ha pe oguahẽnguetévo hikuái, sapikemíntema la lu, lampiũntema la hendy porãite vaekue. Ha pe lampiũ ogue javéma, oike hikuái la óga guýpe. Upépe opa la ojahe'óva ha ojuhu hikuái peteĩ ka’i alasan ojere hína la mesa ári. Oñembo'éma la kuñakarai mokõivéva ha la pa'íngo oiméne oñembo'éma avei ra'e.

         Tuichaiterei kuri la ka'i, ha upéi a medídake ojere, michĩ. Michĩve, michĩve ohóvo. Ha pe michĩete jave, la pa'i he'i chupe:

         - Ndéiko mba'e rejapo ko'ápe, mba'éiko la rembyasýva.

         - ¡Ni peteĩvako ndarahái chendive, siétema oho ha ni pe oikovéva na'iñesperánsai chéve! -he'i la ka'i.

         - Upéicharõ reikuaáma he'i chupe la pa’i. Terehókena ko'a guive ha anivékena reju tei.

         Ha ojere jey la ka'i, ha upéi peteĩ jerépe, oguahẽvo peteĩ la mesa eskinape, opo upégui pe okupe gotyo okañy. Ha pe opokuévo - ohecha la pa'i umía- mbarakajaichamíntema tuicha la ka'i.

 

 

 

         EL ALMA EN PENA DEL MONO GIGANTE

 

         Cuentan que en una casa habían vivido ocho hermanos, todos de buen corazón y projimidad. Una de ellos se había hecho enfermera, y los demás habían trabajado en distintas ocupaciones; y dicen que sólo ella quedaba con vida y que todos los demás ya se habían muerto.

         Con el tiempo, dicen que la mujer fue a vivir al pueblo; quedó vacía la casa familiar. Uno de esos días, ya en la villa, vino una antigua compueblana suya a visitarla y conversar con ella.

         - Mira, fulana, ¿quién está viviendo hoy en la vieja casa de tu familia?

         - Nadie.

         - Entonces, quisiera saber cómo es que cada tarde alguien viene a lamentarse a grandes voces allí.

         - ¿Y no sabes qué días viene? -dijo la enfermera.

         - Yo suelo oír allí la lamentación los lunes y los viernes de tarde.

         - Entonces, por favor, presta atención si sigue así; averigua bien y luego ven a avisarme -le dijo.

         La vecina volvió a su casa, hizo lo que le habían pedido, y después de cierto tiempo regresó al pueblo.

         -Toda esta semana escuché esos lamentos en la casa de ustedes -le dijo a la enfermera. Entonces esta fue de prisa a ver a un sacerdote, y le contó el caso. El pa'i le respondió: "Recuérdame ese día y acompáñame al lugar", le dijo.

         Al llegar el día señalado, el cura se puso la sotana, y junto a la enfermera fueron en primer lugar a lo de la vecina; desde allí, al escuchar a quien estaba sollozando con fuerza en la casa familiar, los tres se encaminaron hacia allá. Efectivamente, las quejas comenzaban cuando el sol estaba a punto de hundirse en el Poniente; de sollozo en sollozo, se oían estas palabras: "¡Ni a uno solo pude llevarme conmigo! ".

         Corría un arroyito frente a la casa: el terreno declinaba, y pasadas las aguas, comenzaba la cuesta que conducía a ella; los visitantes debían seguir aquel trayecto.

         Cuando comenzaron a bajear, el pa'i y las mujeres vieron ocho lámparas prendidas alrededor de la casa, en medio de los incesantes lamentos. Dicen que las luces estaban dispuestas en torno a la casa, y su hermosa brillantez podría verse desde lejos. Cuando el grupo cruzó el arroyo y empezó a subir la loma, se vio que las luces se habían reducido a cinco.

         Iban acercándose más y más a la casa. Poco antes de pasar la tranquera, las luces ya eran únicamente dos. Y al cruzar el portón y entrar en el patio, quedaba solamente una lámpara. Al momento de llegar, la solitaria luz de hacía pocos instantes se había convertido en un mezquino lampión. Y coincidió que cuando éste se extinguía, los tres entraban a la casa; los sollozos cesaron, y los tres alcanzaron a ver a un gigantesco mono de pelo alazán, dando vueltas sobre una mesa. Las dos señoras ya rezaban, y probablemente, el cura también.

         El enorme mono comenzó a disminuir de tamaño: a medida que giraba sobre la mesa; iba achichándose y achicándose cada vez más. Cuando ya era muy pequeño, el padre le preguntó:

         - ¿Qué estás haciendo aquí, qué es lo que tanto te duele?

         - ¡Lastimosamente a ninguno le pude llevar conmigo hasta ahora: siete ya se fueron, y ni siquiera tengo la esperanza de que venga conmigo la que aún vive! -dijo el mono.

         - Entonces, ya lo sabes -le dijo el cura-. Te ordeno que abandones este lugar y no vuelvas más.

         El animal seguía dando vueltas; sin embargo, en una de ésas, desde una esquina de la mesa saltó al suelo y desapareció antes de llegar a la pared trasera de la casa. En ese instante el mono era apenas del tamaño de un gato.

 


 

         2.      KARAI VITO KÁSO

 

         Oiko va'ekue peteĩ karai nahembirekói, nda'ita'ýrai, nda'itajýrai; mavavete ndoikóiva hendive. Ha upéi amo ipaha gotyoma ogueru oiko hendive peteĩ mitã karia’y. Ha pe mitã karia'y oipytyvõ chupe pe kokuére, oñangareko hymba vaka, ikavaju umíare.         Upéingo peteĩ árape, pe mitã karia'y ou omaña porã, ojesareko porã hese hína. Ohecha pe karai tujami oguapy, ha oñe'ẽ ha'eño hína, he'i he'íva hína pépe. Ha upéingo, peichahágui, osẽ oñembojape mitã karia'y ha oporandu chupe:

         - Nde, don Vito, mba’éiko rejapo hína.

         - Ha añe'ẽ kuarahy ndive hína -he'i chupe.

         Ha omaña porã hese, opukavy pe mitã karia’y ha he'i chupe:

         - Mba'éicha piko reñe'ẽta kuarahy ndive.

         - Mba'égui piko, chéngo añomongeta kuarahy ndive -he'i chupe- añomongeta jasy ndive ha yvytu ndie avei.

         Péa ndogueroviaséi.

         Ha upéingo heta ára ojuhu jey karai tujami oñomongeta hína oñomongetávandi, ha ndaipóri mavavetéva ijerére.

         Upéingo peteĩ ára pe mitã karia'y oñemboja he'i haguã pe karai tujápe ndopyta mo'ãiha pe árape omba’apo. Ou peteĩ karréta reve ha ogueru hikuái peteĩ hasy katúva pype hína. Ha osẽ pe karai oporandu chupe:

         - Ha mba'éreiko nderepyta mo'ãi -he'i chupe.

         Ha osẽ pe mitã karia’y he'i chupe:

         - Ha amo karrétapengo rogueraha hína peteĩ hasykatúva. Rohóta távape -he'i chupe- jahechápa noñepohanói amoite.

         Ha upémarõngo pe karai he'i chupe:

         - Ndikatúi piko jahecha hína -he'i chupe. Ha oñemboja pe karrétare. Ha'e upéi omaña porã hese ha osẽ he'i chupe:

         - Kóango úna semána ha un dia oikovéta. Ha opukavynte hese mitã karia'y ha ojupi karrétape ohopa hese.

         Ha upéi ou kuévo opyta jevy hikuái pépe. Ha osẽ pe mitã karia'y he'i chupe:

         - Hechápa, don Vito, ndejapu hague, mba’e úna semána ha un dia katu piko.Kóango doytor angete ome'ẽ chupe pohã, ha oikóta tréinta, kuarénta áño, ãga omano meve -he'i chupe.

         Ha upéingo oho ohasa.

         Ambue árape ou jey mitã karia'y omba'apo. Ha ohasa la úna semána ha un dia. Ha la do dia haguépe ou jey pe mitã karia'y, voi porã ou, ombotáma voi okẽ (ne'ĩrã gueteri ni opáy porã don Vito). Ha osẽ he'i chupe:

         - ¡Añete, don Vito, la ere va’ekue! Kavalete la úna semána ha un diápe omano la karai - he'i chupe.

         Ha upéingo, ñande jaikuaaháicha ko'ápe, pya'e voi herakuã umi mba'e; opárupi rei ojekuaa. Ha’e upémarõ ou ñepyrũma hendápe la hénte. Ou, ou, ha ha'e: "Nde un áño reikóta", he'i peteĩvape, "ha nde, áño do mése; ha nde, áño do mése ha úna órá ', he'i la ouvakuérape, ha péicha. Ha he'i hagueichaite oñekunpli, omanomba la hénte pe he'iha tiénpope. Ni peteĩ ndojavyi. Ha he'írõ la "huláno okuerátá", okuera. Ni peteĩ voi ndojavýi.

         Ha upémaramo osẽ pe mitã karia'y petei ágape -oguapy hína mokõivéva- ha he'i karaípe:

         - Nde, don Vito, ndéngo oiméne revy'a -he'i chupe.

         - Ha mba'éreiko, che ra'y –he’i chupe.

         - Ha ndéngo ndepo'a formal -he'i chupe- ndéngo oiméne reikuaáma araka'épa remanóta hína.

         - Ha hẽe, che aikuaa porã -he'i chupe.

         - Upéicharõngo nde, trankiloma –he’i chupe-. Reguapytantema ko'ápe reha'arõ ne mano ou nde piári -he'i chupe.

         - ¡Ndetavyraímango nde! -he'i don Vito- ãga che piári ko'ápe ou vove che manóko, che mombyry asẽ arã aha chugui -he'i.

         Upéingo peteĩ ára péicha, oguahẽ peteĩ semána ha pe mitã karia'y hetaiterei hembiapo, ha opyta oke péicha vaka keha peteĩme, la don Vito rógape. Ha upéingo de madrugáda rei opu'ã pe karai ha oho omombáy chupe:

         - Huláno, epáy ha embosako'i chéve che kavaju ha che aviorã -he'i chupe-. Pya'e asẽ arã.

         Ipochy mitã karia'y, ni ndopáy porãi ha:

         - Mba'éreiko ange pyharéma ndeeréi chéve.

         - Nahániri, angete ahecha che képe outaha che piarigua. La kuátro ka'aru oúta che piári che mano -he'i chupe-. Ha asẽta apiã chugui, aháta ko'águi -he'i.

         Ha upépengo, opreparapaite chupe la henda, ombosako'i chupe la ijaviorã entéro. Ha ojupi ha oho heseve, kavaju porã ári. Oho, ohasa kuánto oĩmíva guive, mombyry formálmango oho. Ohasa asaje pyte, ohasa la úna, la do, la tre. Mombyryetereíma.

         La kuátro ka'aru rupi oguahẽ ohóvo peteĩ ysyrýpe. Ha oguahẽvo upépe, opyta. Ndikatúi ohasa. Ndaha'éi ku iporãmbáva, ajépa. Ipypuku. Ha oñepyrũ oho pe y rembe'ýre, ha ojeporeka hína moõ rupipa ikatu ohasa. Ha upéingo oguahẽ peteĩ hendápe, ha pépe vaicha chupe ikatúta ohasa. Ha oike ñepyrũ rehe la henda pe ýpe, opo sapy'a peteĩ ju'i pégui ha omondýi la kavajúpe. Ha ho'a la karai opóvo la henda. Ho'a ha ogueraha pe iñakã peteĩ itáre. Ha pépe omano.

         Ha osẽ pépe Ñandejára ánhel, Ñandejára remimbou ja'éva ñande, opuka puku hese, ha he'i chupe:

         - Nde Vito, nde piko reimo'á che chetavyeterei. Chéko ko'ápente voi roha’arõ hína kuri -he'i chupe.

 

 

         EL CASO DE DON VITÓ

 

         Había una vez un señor que no tenía esposa, ni hijos, ni hijas; nadie lo acompañaba. No obstante, casi al final de sus días, trajo a un muchacho para que lo asistiera en los quehaceres de la casa y del campo, ayudándolo en las faenas de la chacra y en el cuidado del ganado, los caballos y demás.

         Cierta vez el joven se acercó al anciano, y se quedó observándolo con curiosidad. El viejo estaba sentado y hablaba solo, diciendo lo que decía, en palabras que solo él parecía comprender. Entonces el mozo se acercó y le preguntó:

         - Tú, don Vitó, ¿qué estás haciendo?

         - Pues estoy hablando con el sol -le contestó.

         El joven lo miró con asombro, dibujando una sonrisa, y le dijo:

         - ¿Y cómo puedes hablar con el sol?

         - ¿Por qué no? Yo converso con el sol –dijo- y también con la luna y el viento.

         El criado no quiso creerlo.

         Y en muchas ocasiones volvió a encontrar al anciano hablando con quien hablaba, sin que hubiese nadie a su lado.

         Pasó un buen tiempo, hasta que cierta mañana el joven se acercó al viejo para avisarle que ese día no se quedaba a trabajar. Conducía una carreta en la que, ayudado por unos vecinos, traían a alguien con síntomas de alguna dolencia. El anciano salió y preguntó:

         - ¿Y por qué no te vas a quedar?

         El joven respondió:

         - En aquella carreta estamos llevando a un enfermo. Iremos al pueblo para ver si pueden medicarle ahí.

         Entonces el anciano le dijo:

         - ¿Puedo ver al enfermo? -y se acercó a la carreta; observó detenidamente a quien en ella venía y dijo:

         - Éste vivirá aún una semana y un día.

         El muchacho no hizo sino sonreírse, subió a la carreta y siguieron camino.

         De regreso del pueblo, volvieron a pasar por la casa del viejo. El muchacho entró a decirle:

         - ¿Ves, don Vitó, que has mentido? Qué una semana y un día. A este enfermo un doctor le dio remedios, y vivirá seguramente treinta, cuarenta años más, y al cabo morirá.

         Luego siguieron de largo.

         Al día siguiente volvió el joven a trabajar. Pasaron una semana y un día. A los dos días vino el muchacho muy temprano y le golpeó la puerta a don Vitó, que aún dormía. Le dijo:

         - ¡Había sido verdad, don Vitó, lo que dijiste! Justo al cabo de una semana y un día falleció el enfermo.

         Después, como este tipo de noticias se transmite velozmente, por todos lados ya se conocía el acierto de don Vitó; la gente, entonces, acudió a visitar al viejo. A más día eran más los que le visitaban; venían, venían, y él: "Tú vivirás un año" le decía a uno, "y tú, un año y dos meses, y tú, un año y dos meses y una hora", pronosticaba a cada cual: todos sus vaticinios se cumplían; la gente moría en el tiempo que él pronosticara. Nunca erró. Igualmente, ocurría con las mejorías: si decía "fulano se curará", el fulano se curaba. Acertaba con todos.

         Un día, el joven, sentado al lado del viejo, le preguntó:

         - Tú, don Vitó, seguramente eres feliz -le dijo.

         - ¿Y por qué, hijo?

         - Tienes una gran suerte -le dijo-, seguramente ya sabes exactamente cuándo morirás.

         - Y sí, lo sé bien -dijo.

         - De tal modo, estás tranquilo -siguió diciendo el muchacho-. Te bastará con sentarte aquí a esperar la hora en que la Muerte venga a buscarte -le dijo.

         - ¡Mira que eres tonto! -dijo don Vitó-; cuando la Muerte se acerque para llevarme, he de huir muy lejos de ella.

         Después, un día de esos, en una semana en que el muchacho tenía mucho quehacer, quedó a dormir en un establo, al lado de la casa de don Vitó; después, en medio de la madrugada, el viejo se levantó y fue a despertar al muchacho:

         - Fulano, despierta y ensilla mi caballo y prepárame un avío -le dijo-. Debo salir inmediatamente.

         Fastidiado el chico, y adormilado todavía, dijo:

         - ¿Por qué no me lo dijiste anoche?

         - No, porque acabo de ver en sueños a la que me está buscando. A las cuatro en punto de la tarde vendrá por mí la Muerte -le dijo-. Por tanto, voy a huir de ella, dejando este lugar.

         Entonces, después de prepararle el montado, colocó en las alforjas la camida que iba a llevar el viejo. Éste montó en su buen caballo y se fue. Se fue pasando de largo cuantos lugares había; realmente lejos se fue. Pasó el mediodía, la una, las dos, las tres. Ya estaba muy lejano de su casa.

         Hacia las cuatro de la tarde arribó a una delgada corriente de agua. Al llegar a la orilla, se detuvo. No pudo pasar. Como ustedes supondrán, el lugar no era transitable. Era honda la corriente y escarpadas las orillas; comenzó a cabalgar a orillas del agua, buscando un vado, hasta que llegó a un sitio en que parecía que podía cruzar el arroyo. Y cuando el caballo comenzó a mojarse las patas en el agua, de repente saltó una rana y asustó al animal; y al encabritarse éste, el señor cayó al agua, llevando la cabeza contra una piedra en medio del cauce. Ahí murió.

         Salió entonces el ángel del Señor, el enviado de Dios, como decimos nosotros, riéndose largamente y diciéndole:

         - Oh, Vitó, ¿acaso me crees muy tonto? Desde luego, es aquí mismo donde te he esperado, a la hora señalada.

 

 


         3.      KARIA'Y HA ATAU

 

         Oĩngo peteĩ ka'aguy jovái iñypytũva, amo Kira'yty jahasávo ko'a gotyo. Ou ndaje hína upérupi peteĩ karai peteĩ pyhare, Kira'ytýgui. Ha oĩ peteĩ yvype ipo’iveha la tape. Guembe guasu hamba’e henyhẽte la tape rembete guive, ha iñypytũve voi upépe. Ha oikévo la karai upépe ndaje, ojuhu peteĩ atau puku guasu atravesádo, la tape omboty chugui hína. Ndajeko ñasaindy porã, ha oñemo'aguĩ chugui la karai, ohecha porãve haguã. Ojero'a nunga hi'ári ha omaña la hyepýre ha ohecha la morotĩva pype. Oĩ la oĩva pype. Oñeno hína. Ha la kavaju ndaje oñembo’y heseve, ndohasa mo'ãi voi mba'eveichavérõ. Ha la kavaju okyhyjéma ramo ndaje, okyhyjéma la karai ave. Ha ojevy. Oho ótro tape rupi, osẽ Chararã puévlope, upérupi ou haguãicha la hógape. Ha ohasapávo la puévlo, oĩ peteĩ porton guasu. Upépe osẽvo ndaje, oguejy la henda árigui ha ojuhu peteĩ kuñakarai karape'i oguapy la portónpe hína.

         - Rejere reíko -he'i ndaje chupe la kuñakarai-. Ejevy jey, eho jey pe nde hapykuerére.

         La karai nopenái la kuñakaraíre, ha ndaje oñemo'aguĩ oheka la portónpa mba'éicha oipe'áta. Ojepovyvy ndaje ha ndojuhúi la jaipe'aha. Ojellavea, péro ndohechái inba'evéichagua kandádo. Pytũeterei voi upépe. Ha ndaikatu mo'ãingo la alámbre ahéno mba’e ombyai la ohasa haguã.

         - Ndikatu mo'ãi rehasa-. He’i ndaje chupe la kuñakarai'i mimi (mokõima ndaje upérõ guarã). - Ejevy jey -. He'i chupe hikuái.

         Ha ojevy mante hapykuerére la karai. Ha oho pukumívo ndaje, oñandu la oñeprende vevúiva ohóvo la iku’áre. Omaña ha ojuhu la kuñarai'i peteĩva ijapýri. Upépe noñeñanduvéi la karai, ha la kavajúntema omoguahẽ chupe heindykuéra rógape. Naimandu'ái mba’éichapa ohasa la atau ohecha hague rupi.

 

 

         EL HOMBRE JOVEN Y EL ATAÚD

 

         Entre dos cejas de monte había un camino oscuro, allá al pasar el pueblo de Kira’yty, hacia donde nosotros estamos. Dicen que cierta noche un jinete regresaba por ahí a su casa, saliendo del pueblo; en el terraplén, hay un tramo donde el camino se adelgaza. Plantas de filodendro, helechos y otros colmaban sus orillas, y desde luego, el lugar era allí más sombrío. Y cuentan que cuando el señor entró en ese trecho, se topó con un largo ataúd, atravesando el camino y estorbándole el paso; y dicen que había una gran luz de luna llena. Se aproximó el hombre para verlo mejor: se inclinó hacia aquel féretro y observó que adentro había una sombra blanca. No estaba, pues, vacío el hueco: algo tendido estaba ahí. Entonces el caballo se encabritó y se plantó: no estaba en absoluto dispuesto a pasar por encima de aquello. Al sentir el temor de su montado, el señor comenzó a tener miedo también. Retrocedió. Tomó otro camino, el que pasa por el pueblo de Chararâ, para que, pegando esa vuelta, regresara a su casa. Al pasar esta población, hay un ancho portón; dicen que al arribar ahí, el señor entrevió a una pequeña señora, sentada al costado del portón. Se apeó.

         - En vano te has desviado -dicen que ella le dijo-. Vuelve sobre tus pasos, desandando el camino que acabas de hacer.

         El hombre volvió a montar, y haciéndole caso omiso a la mujer, colocó del lado del lazo su caballo, buscando abrir la hoja derecha del portón; dicen que tanteó y no encontró la tranca: estaba llaveado, pero tampoco encontró cadena y candado por parte alguna; desde luego, había oscurecido mucho en ese lugar. Y, por supuesto, no quiso cortar la alambrada para pasar, pues ello hubiera significado meterse en casa ajena.

         - No podrás pasar -dicen que le reiteraron dos mujeres pequeñas (entonces ya eran dos). Vuelve sobre tus pasos -insistieron ambas.

         El hombre no tuvo otra que desandar su mismo camino. Y dicen que cuando se alejaba un tanto de allí, sintió que una mano se prendía apenas de su cintura. Miró y encontró a una de las pequeñas mujeres, que iba con él a la grupa. Ahí mismo el hombre se desvaneció, siempre sobre la montura, y el caballo por su cuenta lo condujo hasta su casa, que también era la de sus hermanas. En esas condiciones nunca recordó cómo pudo pasar el ataúd que obstruía el camino.



         7. IHUSTOITÉVA OHEKA VA'EKUE IKONPADRERÃ

 

         Oikóta la mitã ñemongarai, ha oĩ peteĩ karai ndorekóiva mávapepa ohupikáta la ita'ýra. Ha oheka la ikonpadrerã. Ha'e oipota ihustoitereíva mante ohupika haguã la ita'ýra.

         Oho la tape po'íre mombyry, mombyrýko oho. Upéi ojuhu peteĩ karai tuicha ijaóva, ha he'i chupe:

         - Ndéiko máva, nde karai.

         - Che, Señor San Pedro hína. Mba’éiko reikotevẽ.

         - Aipota che konpadrerã. Che ra'y ikaraíta hina.

         - Ha chéve piko... -he'i San Pedro.

         - Nahániri, che ndéve ndoroipotái pórke nde reavrisévapente reavri la okẽ.

         Oho jey la karai, oho, oho.

         Ojuhu ótro karai. Upéa katu isotána puku voi ha ivárvama. Osẽ voi he'i chupe:

         - Ndéiko máva.

         - Che, Ñandejára.

         - Heẽ, che ndoroipotái ndéve pórke nde ningo reporoperdonávonte reiko.

         Upéi ohasave, ndotrataséi umi mokõi ndive. Pe ipahápe osẽ peteĩ ijao hũvape.

         - Ndéiko máva -he'i chupe.

         - Che, Señor de la Buena Muerte.

         - Heẽ, ndéve che roipota la che konpadrerã, ndaipóri jahecha va’erá. Nde la ndehustovéva. Ahupikáta ndéve la che ra’y, ha jaháta la karaihápe jafarrea. Ohayhuetereíma chupe la karai.

         Oho hikuái, entéro mba’e iporã, ojevy'apa guasu upépe. Upéi la karai konpádre pyahu he'i chupe:

         - Che aháma, sa'i chetiénpo. Upéi aipota rehasa óga rupi ãga.

         - Tereho katu, konpádre, chera’arõ -he'i chupe la karai.

         Upéingo oho oguahẽ la ikonpádre rógape. Oike la kotýpe ha:

         - Mba'éiko, konpádre, rejapo -he'i chupe.

         - Ha eike ko kotýpe ehecha ã tataindy hendýva –he’i chupe-. Upépe la karai ohecha hysýi la tataindy, atýra oĩ. Ha umíambo la tekovekuéra ogueraha va'erã San La Muerte hína ra’e.

         - Kóa la che traváho -he'i chupe-. Chéngo araha va'erã hi'óra ha idiápe la omanóva.

         - Ha che la che rataindy piko moõ oime.

         - Na’amoite hína -he'i chupe la ikonpádre ha ohechauka chupe peteĩ tataindy oguepotaitéva hína, ipavilo’i, hesymbopamíva.

         - Sokórro, konpádre, péaiko ndaikatúi remboykemie ótro tataindy ndive, ikatu haguãicha areve aiko la nde aihádo ndive.

         - Ndaikatumo'ãi -he'i chupe La Muerte-. Upépe la karai imandu'a la ihustoitereíre ohupika hague chupe la ta'ỹra kuri, ha osẽ odiepara. Hatãiterei oho, ha oguahẽvo hóga portónpe, ho'áma ipy'aropu.

 

 

         EN BUSCA DE UN JUSTO COMO COMPADRE

 

         Estaba a punto de celebrarse un bautismo, y el padre de la criatura todavía no conseguía alguien que apadrinara a su hijo; por tanto, aún estaba a la búsqueda de quien iba a ser su compadre. Él deseaba que su hijo fuera ahijado de un hombre en verdad justo.

         Caminó por un sendero, yéndose lejos, por cierto. De pronto se topó con un señor de ropa holgada, y le preguntó:

         - ¿Quién eres, señor mío?

         - Mira, yo soy San Pedro. En qué te puedo servir.

         - Deseo un compadre, pues mi hijo debe cristianarse.

         - Y yo, acaso... -dijo San Pedro.

         - No, no, no te quiero a ti de compadre, porque tú abres la Puerta solo a quien prefieres.

         Y siguió andando, andando, andando. Hasta que encontró otro señor. Éste llevaba larga sotana y era barbado. Con vivo interés, el buscador preguntó:

         - ¿Quién eres tú?

         - ¿Yo? Dios.

         - Aaah... no te quiero como compadre, porque siempre andas perdonando a todo el mundo.

         Siguió de largo, después de haber rechazado a los dos mencionados anteriormente. Finalmente, encontró a un hombre vestido de negro.

         - ¿Tú quién eres?

         - Yo soy el Señor de la Buena Muerte.

         - Y sí, a ti te quiero como compadre, no hay nada más que ver. Tú eres el más justo.

         Tomarás en brazos a mi hijo, yéndonos todos después al festejo del bautismo.

         El señor ya apreciaba mucho al que iba a ser su compadre.

         Y se fueron juntos: todo anduvo bien, hubo una gran alegría, y al rato el flamante compadre le dijo al padre del niño:

         - Ya me voy, estoy escaso de tiempo. Después te espero: quiero que pases a mi casa.

         - Vete tranquilo, compadre, y aguárdame que iré sin falta -le dijo el señor.

         Efectivamente, fue hasta lo de su compadre, el de la Suena Muerte, y se detuvo en el umbral de la puerta:

         - Qué estás haciendo, compadre -dijo.

         - Entra a la pieza y observa estas velas prendidas -le dijo-. Entonces el señor se fijó en la gran cantidad de velas encendidas en el cuarto, dispuestas en fila, y se dio cuenta de que eran las vidas que San La Muerte tenía que apagar.

         - Éste es mi trabajo -le dijo-. Yo tengo que llevarme, en su día y en su hora, a quienes van a morir.

         - Y la mía, mi vela, dónde está.

         - Allá -le dijo su compadre-, y le señaló una vela con el pabilo ya muy reducido y la llama a punto de extinguirse.

         - ¡Socorro!, compadre, no puedes hacerme el obsequio de añadirle otro cabo a mi vela, para que pueda vivir mayor tiempo con tu ahijado.

         - No me cabe hacer eso -le respondió la Muerte-. Entonces el hombre se acordó de que había elegido al más justo como padrino de su hijo, y salió a correr. A toda velocidad vino, y al llegar al portón de su casa, cayó y se le paró el corazón.

 

 

 

         8. KA'AGUY PÓRA OSẽ RAMO GUARE CHÉVE

 

         Yma ovráhepe aiko tiénpopengo aha che ryke'y Esteban ndive ka'aguýpe amba’apóvo, ko'ẽmba'ỹre. Upéi ko'ẽmba rupi, che ahacheáma aína la kevrácho aity va'erãre, ha che ryke'y mombyry chehegui, oiméne 50 metrohápe mba'e. Ha oĩ peteĩ guaiguĩmi oúva oguahẽ che rendápe. Ha tío Anatasio omombe'úma voi kuri la ha'eño opytárõ guare, peteĩ pyhareve asaje, omboguejy la hi'ácha ha oho hoy’úvo la rránchope. Ha ohendúje, la ou aja ha'e, ohachea la ohacheáva la ijyvyra mátare hína. Ha oho jeývo la ijyvyra máta oĩhápe, ojuhu la hi'ácha omboguejy haguépe oĩ hína, ha la ojehachea hague vore ndaje ndaipóri. La guaiguĩ oúva che rendápe oñakãngua morotĩ ha ogueru peteĩ galléta ravẽnguemi ijurúpe.

         - Moõ gotyo piko reityse hína la nde yvyra -he'i chéve.

         - Aityse ápeo -ha'e chupe (upégotyo la ambohyeguy aína). Ha oho upe aity haguãha ládope oñemoĩ, ha upégui derécho ou oñemoĩ la che yvyra máta kupépe. Upémarõ ndahacheavéi la upe ládoguio. Akambia: ahachea otro ladohaitéma. Upépe katu oñemoĩ jey upegotyoháma. Ha upépe ajedeha la hacheádagui. Upépe oñe'ẽ jey sapy'a ha:

         - Tahasa mba'e -he'i-, ha osẽvo péicha, ndojavéima la ipy yvýre. Upéi ojupive ha ojeipa chupe umi yvyra rakã la haperãgui, ha'ete ku torménta oipejúva chupe. Opu'ã yvate ha'e, oho trankilo, potĩ asy la haperã.

         Upéi asẽ la ka'aguýgui, aheja la che kevrácho aitýtava hína, ahasa la kapi’ipeha rupi, aguahẽ la che ryke'y omba'apohápe hína.

         - Ne rendápe piko ndohói ra'e mavave -ha'e chupe.

         - Nahániri -he'i chéve.

         - Che rendápengo ou kuri peteĩ oúva pe ko’ẽmba jave –ha’e chupe.

         - Oiménune umi ñane irũ ovrahéro hénte ra'e -he'i chéve. (Si hetángo upérupi oĩ la ovrahéro rráncho).

         Amombé u chupe mba'éichapa ojechaka chéve upéi. "Ha péa Ka'aguy Póra", he'i chéve che ryke'y, "oiméne pe kevrácho reityséva hína ne’ĩrã okakuaapa gueteri, ha upéa ombopochy chupe".

 

 

         SE DEJA VER EL HADA DE LA SELVA

 

         Hace bastante tiempo yo trabajaba en un obraje con mi hermano mayor Esteban. Un día, antes de amanecer, penetramos juntos en la selva; hacia la salida del sol, yo ya estaba hacheando el quebracho que me correspondía talar, y mi hermano, no tan próximo a mí, a unos cincuenta metros, volteaba otro árbol. De pronto una viejecita llegó hasta mí. Un tío mío, Anastasio, ya me había contado que cuando se quedó solo en el bosque, cerca del mediodía, dejó el hacha y fue a tomar agua al rancho. Y me dijo que había escuchado, mientras venía, a alguien que hacheaba el mismo tronco que él estaba trabajando. Y cuando regresó al sitio, encontró que su hacha estaba en el mismo lugar donde había dejado, y que no había rastros de que se hubiera seguido hacheando el árbol, como él escuchó. Por otra parte, la anciana que venía hacia mí llevaba un paño atado a la cabeza, y mascaba un pedazo de galleta vieja.

         - ¿Hacia dónde quieres tumbar el árbol que estás echando? -me dijo.

         - Quiero que caiga hacia aquí -le dije (era justamente hacia allí donde yo dirigía el corte). Entonces ella fue, primero hacia ese lado, y luego vino a ponerse exactamente detrás del árbol. Entonces ya no volví a hachear de hacia ese lado, y cambié, empezando una nueva cuña a otro lado. Inmediatamente, la mujer se trasladó a esa nueva dirección. Entonces dejé de blandir el hacha. De pronto, volvió a hablar:

         - Bueno, me voy-. Al salir noté que sus pies ya no tocaban el suelo; fue elevándose, y en su ascensión, las ramas altas de los árboles se apartaban, abriéndole camino, como si ella y la misma fronda fueran empujadas por una tormenta. Fue subiendo cada vez más alto, tranquilamente, siguiendo su limpio, transparente camino.

         Abandoné ese lugar del bosque, y dejé el quebracho que iba a derribar; pasé por un claro y llegué donde mi hermano estaba trabajando.

         - ¿Por aquí no vino alguien? -le pregunté.

         - No -me dijo.

         - Sin embargo, donde yo estaba, llegó alguien, cuando ya había amanecido -le dije.

         - Seguramente habrá sido un familiar de uno de nuestros compañeros del obraje -me dijo. (Por cierto, había muchos ranchitos hechos por obrajeros por ahí).

         Más tarde, le conté cómo se me había aparecido aquella mujer. "Fue el Hada de la Selva", me dijo mi hermano mayor, "sin duda ese quebracho no había crecido del todo, y eso la enojó; de modo que no dejó que lo derribases".


 





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