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MARGARITA DURÁN ESTRAGÓ

  CAUSAS Y EFECTOS DE LA CONQUISTA DE AMÉRICA - Por MARGARITA DURÁN ESTRAGÓ


CAUSAS Y EFECTOS DE LA CONQUISTA DE AMÉRICA - Por MARGARITA DURÁN ESTRAGÓ

CAUSAS Y EFECTOS DE LA CONQUISTA DE AMÉRICA

Por MARGARITA DURÁN ESTRAGÓ

LA HISTORIA DEL PARAGUAY - ABC COLOR

FASCÍCULO Nº 3

Asunción – Paraguay

2012

 

 

            Felipe II sucedió en el trono a Carlos V en 1556 y para entonces habían transcurrido solo sesenta y cuatro años desde el primer viaje de Cristóbal Colón. España ya había tomado el control de lo esencial de su imperio colonial americano. ¿Cómo se explica tanto éxito en tan poco tiempo? ¿Cómo se puede entender que en un período de quince años dos poderosos imperios, el azteca y el inca, con una población que se contaba por millones, hayan caído en manos de un reducido número de conquistadores?

          Se han hecho diversas estimaciones, teniendo en cuenta que si se hubiese ideado conformar una orden de caballería con todos los conquistadores, su número nunca hubiera pasado de cuatro o cinco mil hombres.

 

            Según Rodolfo De Roux, en su obra "Dos Mundos Enfrentados", Hernán Cortés conquistó la confederación azteca con 500 soldados y un centenar de marineros. Con los refuerzos recibidos en 1520, tal contingente ascendió a novecientos el número de españoles a su servicio. Pizarro salió de Panamá en 1531 con tres naves, 37 caballos y 180 hombres. Estos soldados combatían en terrenos desconocidos y tuvieron que enfrentar a ejércitos numerosos, como en el caso de los incas, que poseían más de 200.000 guerreros. El triunfo de los castellanos, ¿se debió solo a su heroísmo y a su tenacidad? Eso es imposible, ya que los indígenas también dieron sobradas muestras de dichas virtudes.

 

Soldados españoles de la Conquista

 

 

            LA FUERZA DE LAS ARMAS

 

            La superioridad y la eficacia de las armas de los españoles fueron dos de los motivos del triunfo. Las flechas y lanzas de madera se enfrentaron contra las corazas, espadas, yelmos, mazas, guanteletes y alabardas. Las armas de fuego posibilitaron a los españoles combatir a distancia y aterrorizar a los indígenas con los estruendos de sus cañones y arcabuces. Sus detonaciones eran tomadas por truenos, señal de la ira de sus dioses.

            Los caballos, también desconocidos por los indígenas, dieron movilidad y ligereza a las fuerzas europeas y crearon confusión entre los indígenas, pues al comienzo los naturales creían que cabalgadura y jinete eran una misma cosa. Los perros amaestrados para cazar indígenas causaron igualmente muchos estragos y pánico. Los barcos posibilitaban la llegada de refuerzos que los indígenas no esperaban ni podían entender.

            Mientras los españoles practicaban una guerra total y rápida cuyo fin era la victoria completa o la muerte, los indígenas, por el contrario, combatían con objetivos limitados, como ser la captura de prisioneros o la obtención de tributos. La guerra también tenía un carácter ceremonial para los naturales, ya que la lucha iba siempre acompañada de ritos religiosos, tan importantes como las hostilidades. Una entrevista con los españoles era un ritual diplomático para los indígenas; en cambio, para aquellos, una oportunidad de capturar al jefe enemigo para usarlo después como rehén. Como se puede apreciar, "la cultura de guerra" practicada por los indígenas otorgó considerable ventaja a los españoles.

            Cuando los nativos pudieron conseguir y utilizar las armas de sus enemigos, era demasiado tarde.

 

            ASTUCIA Y COLABORACIONISMO

 

            El triunfo de los españoles sobre los indígenas no solo dependió del poder de sus armas. Lo prueban algunos relatos que hablan de la relación numérica que se verificaba en ciertos combates, cuya proporción era de cien, quinientos y hasta mil indígenas por un español. A esto habría que añadir la astucia y la habilidad política con las que los conquistadores lograban enemistar unas tribus contra otras.

            En el caso de los incas y aztecas, estos habían logrado su dominación sobre poblaciones muy heterogéneas, integradas al conjunto de diversas formas. Los españoles lograron con mucha habilidad avivar el resentimiento de los subyugados, que vieron la oportunidad de aliarse con los recién llegados para vengarse de sus opresores.

            En el fuerte de Asunción, fundado por Juan de Salazar en 1537, también los guaraní-cario se aliaron con los españoles para ser frente a los guaicuru, sus enemigos ancestrales. Es que en las comunidades indígenas, como en cualquiera otra, había oprimidos, disconformes, rebeldes y oportunistas. Fue por eso que los españoles pudieron contar con "colaboracionistas" que hicieron de guías, intérpretes, pyragues o informantes, consejeros y aliados leales.

 

Encuentros interraciales

 

 

            VIRUS Y MICROBIOS

 

            Lo que no pudieron alcanzar las armas y la astucia de los españoles, lo lograron las enfermedades hasta entonces desconocidas por los indígenas. El continente americano había permanecido aislado del resto del mundo, lo que suponía estar a salvo de ciertos virus y microbios para los que los nativos no tenían defensa alguna. Muy pronto se pudo comprobar que hasta el aliento de los europeos podía ser fatal. Sarampión, viruela, tifus, difteria y gripe causaron más muertes que las mismas armas, especialmente en zonas muy pobladas como México y Perú.

            El sistema de encomiendas, el desplazamiento de poblaciones de "tierras calientes" a "tierras frías", la desnutrición, los trabajos forzados y la "saca" (secuestro de mujeres) se sumaron a las guerras y epidemias que produjeron una estrepitosa caída demográfica. En menos de cincuenta años desaparecieron las tres cuartas partes de la población indígena.

            Cédulas reales clamaban por la protección de los indígenas al saber que los españoles se verían privados de la mano de obra indígena y de los tributos que hubieran podido obtener. Frente al derrumbe de sus instituciones, la destrucción de su cultura, el abandono de sus antiguos dioses, el alcohol fue el refugio en el que cayeron muchos indígenas, lamentable historia que se repite hasta nuestros días. Los cronistas dan cuenta de oleadas de suicidios, abortos e infanticidios como expresión de un martirio insoportable. Los sobrevivientes de aquella tragedia tuvieron que reconstruir un mundo que al decir de Rodolfo De Roux, "ya no volvería a ser el mismo".

 

            CREENCIAS QUE MOTIVAN O DESALIENTAN

 

            La religión católica también tuvo su protagonismo en la victoria de unos y en la derrota de otros. Cabe recordar que el mismo año en que los españoles llegaron a América, los moros habían sido desalojados definitivamente de su territorio. El espíritu de cruzada que los había estimulado en su lucha contra el infiel musulmán lo trasladaron al Nuevo Mundo. Con el convencimiento de que Dios estaba de su lado, se lanzaron contra los "indios idólatras" para librarlos "de las garras del demonio". Era razonable, pues, que bautizaran a Atahualpa o a los hechiceros antes de matarlos, para abrirles las puertas del cielo. La actitud de los españoles muestra cuán diferente era la sensibilidad religiosa de aquellos hombres.

            Los españoles estaban convencidos de que la enseñanza de la doctrina cristiana a los indígenas era el don más preciado que podían ofrecerles. Para el buen servicio de Dios y Su Majestad, los conquistadores de esa nueva "Tierra Prometida" debían ser gente "limpia de toda raza de moro, judío, hereje o penitenciado del Santo Oficio de la Inquisición, "pues así lo disponían las Leyes de Indias.

            Por el contrario, las creencias indígenas propiciaron que estos opusieran poca resistencia a los invasores. Los aztecas, lo mismo que los mitos guaraníes (Pa'i Sumé), afirman que pocos años antes de la llegada de los hombres españoles se desarrollaron una serie de acontecimientos que anunciaron la venida de hombres extraños. Al comienzo el pueblo creyó que los extranjeros eran seres divinos, pero su codicia y violencia provocaron la sospecha de que se trataba de "popolocas" es decir, bárbaros. Para comprobar el supuesto origen divino de los "barbudos invasores", lo sumergían a uno de ellos en el agua y lo sacaban varias horas después para conocer el resultado o verificar que los hijos engendrados por los españoles con las indias eran seres humanos como cualquier otro.

            La derrota y la mortalidad sufridas por los indígenas constituyeron un duro golpe a la confianza del poder protector de sus divinidades tutelares. Para los españoles, en cambio, el único Dios verdadero y todopoderoso estaba de su parte y era invencible por siempre. Muertos sus dioses y eliminados sus antiguos sacerdotes, los españoles tuvieron el monopolio de lo sagrado y pudieron construir en América la única cristiandad colonial de la historia (De Roux).

 

Retrato de Cristobal Colón

 

 

            EL REVERSO DE LA CONQUISTA

 

            Es abundante la producción historiográfica que nos habla de la "gesta conquistadora" como una epopeya de gloria. Es la visión de los vencedores. Recién en las últimas décadas algunos historiadores han resaltado la otra cara de la moneda. La tragedia de la conquista vista por los mismos indígenas.

            ¿Qué pensaron los indios de esos extraños seres que llegaron por mar en casas flotantes? ¿Cómo vivieron e interpretaron su derrota? Existen suficientes fuentes para escuchar la voz de los vencidos y para ver, desde el reverso de la historia oficial, cómo se refleja en el "espejo indígena" el rostro de Occidente.

 

            ¿RETORNO DE LOS DIOSES? PA'I SUMÉ: CIVILIZADOR MÍTICO

 

            Además de las fuentes aztecas, mayas e incas que evocan presagios funestos en la época previa a la llegada de los españoles, también se halla difundido por toda América el mito de un dios civilizador que después de un reinado beneficioso desapareció misteriosamente, prometiendo volver. En el Río de la Plata se sabe del civilizador mítico Pa'i Sumé o Santo Tomé, de quien el franciscano Bernardo de Armenta escribió en 1538 que hacia 1534 un discípulo suyo, Etiguara, había recorrido las costas del Atlántico (Brasil) "...diciendo que vendrían prestos... hermanos de Santo Tomé... y mandaban que no hiciesen mal alguno; más bien les hiciesen mucho bien... Y como llegamos nosotros a esta sazón, fue tan grande el gozo que con nuestra venida volvieron, que no nos dejan reposar, ni apenas comer de los muchos que vienen a recibir el bautismo".

            En México, el dios civilizador Quetzalcóatl partió por el oriente y el del Perú, Viracocha, desapareció por el occidente, caminando sobre las aguas del mar. Los españoles llegaron por donde se habían ido ambos dioses. Además, su arribo coincidió con el momento anunciado por ciertas profecías, como la del reinado del duodécimo inca (Atahualpa o Huasca) en el Perú. Es comprensible, entonces, que la llegada de los españoles haya sido interpretada, aunque no en forma unánime, como el regreso de los dioses, aunque la ilusión resultó efímera.

            Cuando Hernán Cortés llega a México en 1519, los emisarios de Moctezuma le informaron así del encuentro con los españoles: "Fuimos a ver a nuestros señores los dioses dentro del agua". A pesar del temor y la angustia, Moctezuma decidió esperar a los extraños seres. "No hizo más que resignarse, dominó finalmente su corazón, se recomió en su interior, lo dejó en disposición de ver y de admirar lo que habría de suceder" (León-Portilla).

            A pesar de las dudas de algunos de sus consejeros, Moctezuma recibió como dioses a los castellanos. A su jefe le ofreció dones, le colocó collares de oro y flores en el cuello. Después pronunció el siguiente discurso: "Señor nuestro... has arribado a tu ciudad: México. Aquí has venido a sentarte en tu solio, en tu trono. Oh, por tiempo breve te lo reservaron, te lo conservaron, los que ya se fueron, tus sustitutos...

            ¡No, no es que yo sueñe, no me levanto del sueño adormilado, no lo veo en sueños, no estoy soñando... Es que ya te he puesto mis ojos en tu rostro! Ha cinco, ha

diez días yo estaba angustiado: tenía fija la mirada en la Región del Misterio. Y tú has venido entre nubes, entre nieblas.

            Como que esto era lo que nos habían dejado dicho los reyes, los que rigieron, los que gobernaron tu ciudad... Llegad a vuestra tierra, señores nuestros". (Informantes indígenas de Sahagun-De Roux).

           

            También se pensó en un principio que en Guatemala, los recién llegados eran dioses, según se explica en los anales de los cakchiquel: "Sus caras eran extrañas, los señores los tomaron por dioses, nosotros mismos, vuestros padres, fuimos a verlos cuando entraron a Yximchee".

            Antonio Rodríguez, uno de los fundadores del fuerte de Asunción, dejó escrito algunos relatos de su llegada a la tierra de los cario-guaraní: "Y un hombre que llevábamos, que sabía la lengua, empezó a decirles a aquellos gentiles que nosotros éramos hijos de Dios y que les traíamos nuestras cosas: cuñas, cuchillos y anzuelos, y con esto holgaron y nos dejaron en paz hacer una fortaleza muy grande de maderos muy grandes, y así poco a poco hicimos una ciudad".

            Los guaraní llamaron a los españoles karai, y los tupi, carayba; es decir, cosa santa o sobrenatural. Bartomeu Meliá supone que el término karai se atribuyeron a sí mismos los españoles al conocer lo prestigioso de su significado, esto prueba la carta de Antonio Rodríguez al querer hacerse pasar "como hijos de Dios" a fin de ser aceptados por los naturales.

            Los mayas de Yucatán no pensaron que los extranjeros fueran dioses. Desde un principio los llamaron azules, que significa extranjeros. ¿Cómo se puede explicar esta diferencia entre los indígenas de México y Guatemala con los mayas de Yucatán o los guaraní del Paraguay?

            El simple desarrollo de los acontecimientos puede aclarar la diferencia de interpretaciones: dioses para unos y extranjeros para otros. La conquista de Guatemala (1524-1525) fue poco después de la caída de México, y es probable que los cakchiquel hayan sentido el mismo temor y estupor que los aztecas. Por el contrario, la conquista de Yucatán o la del Paraguay fueron posteriores y para entonces, los naturales ya habían tenido algún contacto fugaz con los extranjeros, lo que permitió que aquellos no los vieran como dioses, sino como invasores de sus tierras.

 

 

 

            CODICIA Y VIOLENCIA

 

            Muy poco tiempo duró la supuesta condición divina de los españoles. ¿Cómo iban a ser dioses unos seres que parecían enloquecer por el oro y que para conseguirlo eran capaces de cometer cualquier bestialidad?

            Prestemos atención a algunos relatos que muestran la reacción de los conquistadores al recibir los presentes que les enviaba Moctezuma: "Les dieron a los españoles bandera de oro, banderas de pluma de quetzal y collares de oro. Y cuando les hubieron dado todo, se les puso risueña la cara, se alegraron mucho deleitándose. Como si fueran monos levantaban el oro, como que se sentaban en ademán de gusto, como se les renovaba se les iluminaba el corazón".

            Una vez que Moctezuma recibió a los españoles como huéspedes ilustres, no tardaron estos en descubrirle su tesoro: "Cuando vieron llegado a la casa del tesoro, llamada Teucalco, luego se sacaban afuera todos los artefactos tejidos de pluma, tales como travesaños de pluma de quetzal, escudos finos, discos de oro, los collares de los ídolos, las lunetas de la nariz, hechas de oro, las grebas de oro, las ojarcas de oro, las diademas de oro". Los conquistadores recogieron todo lo que fuera oro y al resto lo prendieron fuego, "con lo cual todo ardió. Y en cuanto al oro, los españoles lo redujeron en barras". En medio de ese pillaje, "de todo se adueñaron, todo lo arrebataron como suyo".

            Lo mismo ocurrió en el Perú, donde Guamán Poma, en un castellano mal hablado, recuerda la avaricia de aquellos que por el oro eran capaces de enfrentar la muerte: "Todo era pensar en oro, plata y riqueza de las Indias de Perú. Estaba (los españoles) como un hombre desesperado, tonto, loco, perdido el juicio con la codicia del oro y plata. Parecía como un gato casero cuando tiene el ratón dentro de las uñas, entonces se huelga y si no siempre acecha y trabaja y todo su cuidado y pensamiento se le va allí".

            La vida perdió sentido para aquellos pueblos indígenas que pronto vieron destruidos sus templos al igual que sus dioses y sacerdotes. Por eso exclamaron: "Déjennos pues ya morir, déjennos ya perecer puesto que ya nuestros dioses han muerto" (Informantes Indígenas de Sahagún).

 

            En el mundo maya los textos del Chilam Balam exclaman: "Ay. Entristezcámonos porque llegaron! Del Oriente vinieron... Ay del Itzá, brujo del agua, que vuestros dioses no valdrán ya más. Este Dios Verdadero que viene del cielo solo de pecado será su enseñanza. Y humanos serán sus soldados, crueles sus mastines bravos".

            Para los indígenas conquistados sobrevivieron el recuerdo y la nostalgia de tiempos pasados: "Entonces todo era bueno y entonces (los dioses) fueron abatidos. Había en ellos sabiduría. No había fiebre, no había viruelas...

            Cuando llegaron aquí los azules (extranjeros), ellos enseñaron el miedo, vinieron a marchitar las flores. Para que su flor viviese, dañaron y sorbieron la flor de nosotros...".

            Les enseñaron que el cristianismo era una religión de amor, pero veían que los cristianos contradecían con sus obras lo que sus bocas predicaban: "Nos cristianizaron, pero nos hacen pasar de unos a otros como animales". Y con terrible ironía agrega el Chillan Balam: "Porque muy cristianos llegaron aquí con el verdadero Dios, pero ese fue el principio del tributo, el principio de la limosna, la causa de que saliera la discordia oculta, el principio de las peleas con las armas de fuego, el principio de los atropellos, el principio de los despojos de todo, el principio de la esclavitud por las deudas, el principio de las deudas pegadas a la espalda, el principio de la continua reyerta, el principio del padecimiento".

 

 

            CONQUISTA DEL PARAGUAY

 

            Siempre se creyó en la leyenda dorada acerca de la docilidad y sumisión con que los guaraní recibieron a los españoles. Nos habían enseñado que nuestros antepasados entregaron sus mujeres y alimentos sin pedir nada a cambio, en contraste con el indígena chaqueño que resistió, luchó y no se rindió ante sus invasores.

            Rafael Eladio Velázquez dice al respecto que "de haber ocurrido de ese modo las cosas, no tendría que constituir precisamente motivo de orgullo para nosotros, los paraguayos de hoy, la ascendencia guaraní que a todos nos alcanza. Pero para tranquilidad de mi espíritu, no fue así: sin perjuicio del inicial contacto amistoso en la comarca de Asunción y otras regiones, se registraron más de ciento veinte años de resistencia y rebeliones guaraníes en el Paraguay colonial".

            Sobre la resistencia indígena se hablará en otro fascículo. Nos ocuparemos aquí de la conquista del Paraguay, de la llegada y el establecimiento de los españoles en tierra guaraní.

            A partir de 1537 la colonización del Paraguay fue, en cierta forma, un accidente histórico. Fue el resultado del fracaso de un esfuerzo de conquistar a los incas por el Río de la Plata, es decir, por el este. Unos treinta años antes, navegantes europeos que explotaron las costas atlánticas y los ríos de la cuenca del Plata habían tenido noticias de un fabuloso imperio con tesoros de oro y plata. De ahí el nombre del Río de la Plata con que bautizaron a la región bañada por los afluentes del Paraná y Paraguay, que, como se creía y con razón, podían conducirlos a la sierra de la plata.

            El primero de ellos fue Alejo García. Único sobreviviente de un naufragio en la costa atlántica, llegó en 1524 al Alto Perú, hoy Bolivia, en compañía de los guaraníes. Fue el primer europeo que penetró en el imperio incaico, donde consiguió un rico cargamento de metales preciosos y tejidos. A su regreso, los indígenas lo mataron a la altura del actual departamento de San Pedro. No obstante, las noticias de su viaje y del tesoro que adquirió, se esparcieron como reguero de pólvora por toda España. "La fiebre del oro" propició que el adelantado Pedro de Mendoza llegara en 1535 al Río de la Plata con una expedición, financiada por él mismo y en parte por banqueros alemanes, con más de 1.500 personas, mucho más numerosa que las de Hernán Cortés y Francisco Pizarro.

            Mendoza no trajo consigo agricultores, sino soldados, que consideraban el trabajo manual indigno de ellos. Como no trabajaban la tierra, exigieron alimentos a los indígenas, pero los querandí con quienes se encontraron en la región de Buenos Aires por él fundada, no eran agricultores como los indígenas con los que se toparon Colón y Cortés. Ellos vivían de la caza, la pesca y la recolección de frutos y miel silvestre, por lo que en ningún caso podían mantener a los más de mil estómagos hambrientos.

            Los españoles intentaron entonces obtener alimentos por la fuerza, pero no lograron más que provocar la hostilidad de aquellos naturales, quienes multiplicaron sus ataques contra Buenos Aires.

            Domingo Martínez de Irala llega al Alto Perú en 1548, pero era tarde. Otros españoles al mando de Francisco Pizarro ya se habían adueñado del imperio incaico. Terrible fue el desengaño de los conquistadores del Paraguay cuando se dieron cuenta de que el oro que buscaban había caído en otras manos. A Irala y sus compañeros no les quedó más remedio que regresar a Asunción y convertir su establecimiento provisorio en definitivo.

            Después del descubrimiento de la sierra de la Plata, que no era otra cosa que la conquista del Perú, España perdió casi todo el interés por el Río de la Plata, que, a pesar del nombre que llevaba, no poseía metales preciosos. Aun así, los españoles siguieron buscando el oro en el Amazonas, en los Itatines, en el Guaira y en las tierras frías del sur magallánico, pero el fracaso coronó todos aquellos intentos e ilusiones. Si bien el Paraguay no interesaba económicamente a España, desde el punto de vista político constituía un peldaño fronterizo que defendía los límites de la Corona española contra las pretensiones expansionistas de los portugueses del Brasil.

 

 

            EL PARAGUAY SIN MINAS

 

            Cuando la corona española se convenció de que el territorio del Paraguay no guardaba en su seno ni oro ni plata, dejó librada a la provincia a su propia suerte. Una real cédula de 1553 dirigida a la Casa de Contratación de Sevilla certifica dicha aseveración: "Ya tenéis entendida la dificultad que hay en la provisión de las cosas de la provincia del Río de la Plata y cuánta necesidad hay de remedio en aquella tierra, ansí de las cosas tocantes a la doctrina cristiana y conversión de los naturales (...) lo cual parece que se podrá mal hacer y con gran dificultad y gasto si en aquella tierra no se descubriesen minas de oro y plata para en coacción desto pudiesen ir navíos con las cosas necesarias para la provisión della". Tanto fue el desprestigio que sufrió el Paraguay por su carencia de minas que el clérigo Martín González dudaba que hubiera soldados y gente que quisiera alistarse en las próximas expediciones "por la mala fama que ha cobrado aquella tierra que, en mentándola, escupen" (Año 1575).

            La provincia del Paraguay pasó mucho tiempo sin que tuviese una sola noticia de España. Entre tanto, los hijos de la tierra crecían y se multiplicaban mientras sus padres y abuelos iban siendo cada vez menos. En 1562, luego de más de una década de incomunicación con España, las autoridades de Asunción, elegidas "según Dios y sus conciencias", admitieron que el abandono del Paraguay por la Corona se debía antes que a nada al "... poco o ningún crédito que destas provincias se tienen, viendo sus muchas armadas y gentes que a ella han venido y las pocas o ningunas que vuelvan por no haber en ellas oro ni plata ni granjerías provechosas que son las principales causas de la perpetuidad de las tierras".

            Tanto fue el abandono de la provincia por parte de España que el teniente gobernador Felipe de Cáceres propuso buscar socorro en el Perú. Si no se buscaba una salida al aislamiento, se correría el peligro de que los "cristianos españoles se consumirían la mayor parte y los que quedasen serían casi del todo inútiles, de lo cual emanaría que nuestros hijos y descendientes perdiesen la santa Fe católica y al cabo viniesen a ser comidos por los indios naturales de la tierra".

            En 1564, el gobernador Francisco Ortiz de Vergara y el obispo Fray Pedro Fernández de la Torre decidieron ir al Perú con una numerosa delegación en procura de auxilio. El éxodo paraguayo causó malestar en las autoridades virreinales y la Audiencia de Charcas ni siquiera se molestó en escuchar sus peticiones. Todo cambió cuando uno de los peregrinantes extrajo ante los oidores de Charcas un puñado de piedras de raro brillo provenientes de las minas del Guairá, asegurando no ser exploradas por falta de mineros y de un gobernador rico.

            El menosprecio hacia el Paraguay se transformó de pronto en un codiciado interés. La Audiencia informó al Rey que "lo que al presente parece es que aquella tierra es muy buena y tiene metales hartos de oro y de plata, cobre y hierro". Al conocerse la buena nueva, un rico hacendado llamado Juan Ortiz de Zárate vendió cuanto tenía y viajó a España para pedir al Rey la confirmación del gobierno del Paraguay en contraposición de otros candidatos paraguayos. El gobernante del Perú, licenciado Castro, lo recomendó al Rey en estos términos: "Es persona que mucho entiende de metales y minas, y si algo ha de sacar fruto en minas, en aquella tierra por las muestras de que de ella se han tenido, ha de ser él".

            La codicia de oro impulsó una expedición al mando del adelantado Juan Ortiz de Zárate. Este llegó a Asunción en 1575 con su tripulación diezmada por el hambre, la peste y la resistencia de los indígenas. Cabe destacar que con Ortiz de Zárate llegaron al Paraguay los franciscanos Luis Bolaños y Alonso de San Buenaventura, fundadores de las reducciones guaraníticas del Río de la Plata.

            Las minas que vino a buscar el Adelantado fueron solo un espejismo. El Paraguay siguió careciendo de metales preciosos, pero a cambio era rico en tierras fértiles. Era el "agro del mundo", como lo llamó Francisco Ortiz de Vergara. "Todas las cosas que se siembran producen con mucha facilidad" dijo al Rey. "Los ganados no se han visto en el mundo darse mejor".

 

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Fuente digital: www.abc.com.py

Registro: Agosto del 2012

 

 

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