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ALFREDO BOCCIA ROMAÑACH (+)

  LOS TESOROS OCULTOS DEL MARISCAL - Por ALFREDO BOCCIA ROMAÑACH - Año 2005


LOS TESOROS OCULTOS DEL MARISCAL - Por ALFREDO BOCCIA ROMAÑACH - Año 2005

LOS TESOROS OCULTOS DEL MARISCAL

 

Por ALFREDO BOCCIA ROMAÑACH

 

“El tesoro del Presidente del Paraguay” es el título de una conocida publicación popular folletinesca del novelista veronés Emilio SALGARI, (1863-1911) quien, a comienzos del siglo pasado, deleitaba a los niños con las historias de un fabuloso tesoro del dictador paraguayo.

Sobre el tema del tesoro escribía la investigadora Josefina PLÁ 169: “Numerosos escritores han hecho referencia a una fuerte tradición según la cual el presidente Francisco Solano López, viendo su derrota procedió a enterrar un gran tesoro “en oro”, o bien cerca del área de Asunción o bien cerca de Piribebuy. Lo cierto es que este tesoro presuntamente enterrado tentó la fantasía y urgió esporádicamente el apetito de aventureros; más aún, su fiebre pasó frontera y se propagó en el exterior. El argentino Lucio N. Mansilla, en 1869 encabezó una de las tantas expediciones a la Cordillera para buscar el oro. También en 1882 una empresa francesa, liderada por Jean Brunner buscó el tesoro de López, ambas con resultado negativo. Hasta el presente incluso, se renuevan iniciativas en el mismo sentido, como las búsquedas que se organizaron en la provincia de Corrientes, en la década de 1990”.

“En abril de 1867 ya no había dudas de que la ciudad (de Asunción) debía ser evacuada. El Superior Gobierno contempla la posibilidad de trasladar la sede del Gobierno a Cerro León o Paraguarí... con el mayor secreto que el tesoro nacional sea enviado a seis localidades distintas del interior, en cajones fuertemente sunchados y con consignaciones diferentes... remitidos a la conjunta responsabilidad de los jueces de Paz y párrocos locales”.

“ ... ante un pedido de Luís Caminos, oficial primero del Ministerio de Hacienda solicitando por orden del Mariscal, desde el Campamento de Paso Pucú la cantidad de Cien mil pesos en billetes y algunas onzas de oro, para afectarlos al pago de sueldos, es contestado por el Tesorero nacional Saturnino Bedoya de que se le remitía la suma pedida en papel, y en cuanto a las onzas... se le envió las últimas 57 que existían en las arcas fiscales”.

En octubre de 1867, el jefe de Milicias y el juez de Paz de Caraguatay escribieron al Tesorero General Don Saturnino Bedoya:

“Con la debida consideración hemos recibido la apreciable comunicación que S.S. se ha servido transmitirnos con fecha 7 del corriente, bien como dos cajas numeradas 10 y 11, que contienen varias alhajas de plata para conservar con la mayor seguridad en este partido, sin que en modo alguno se divulgue esta remisión... y en consecuencia quedamos en vigilancia para reprimir cualquier conversación desagradable...”.

Surge así una de las grandes incógnitas. ¿Qué fue lo que contenían los bultos y cajones herméticos, rotulados “Cartuchos de Bala” encaminados bajo segura custodia, por el Tesorero Bedoya a las autoridades de Piribebuy, Barrero Grande, San José de los Arroyos, Ajos, Valenzuela y Caraguatay?

La leyenda tantas veces repetida sobre la carreta con la carga del tesoro del Estado, enterrada por orden del Mariscal en un lugar secreto, tiene visos de historieta infantil. Se comenta que los soldados que se ocuparon de hacer la excavación fueron muertos ipso facto para preservar el secreto. Pero la mente humana tiene una asombrosa capacidad de registrar increíbles leyendas, que como el oro, no se corrompen y se mantienen vivas con el paso del tiempo.

Cabe interrogarse si los baúles fueron enterrados con la carreta, para lo cual se requería una formidable sepultura. ¿Y los bueyes? Tal vez hayan sido absueltos, dado que era improbable que revelaran el sitio del enterramiento. A los pobres y cándidos soldados ejecutados en la ocasión tanto les daba morir lanceados, de hambre o heroicamente en combate.

A más de un siglo, el misterioso destino de la carga secreta sigue apasionando a muchos, y explica la razón por la que los niños paraguayos hayan oído hablar, desde su más corta edad, de los “entierros” de la Guerra, manteniéndose viva la centenaria ensoñación de hallarlos algún día en forma casual.

Como el oro es químicamente inerte y sobrevive al paso del tiempo, a los destrozos de la naturaleza, a los caprichos climáticos y a las maquinaciones de los seres humanos, es posible que aún se halle bajo tierra algún resto de aquellas joyas y de las contadas onzas de oro que los pequeños propietarios ocultaron celosamente al ser obligados a abandonar sus casas. No había otro recurso que ocultarlas bajo tierra o en algún hueco de las paredes.

Los pocos ciudadanos que abandonaron sus casas y tuvieron la fortuna de regresar, las hallaron ocupadas y saqueadas por oficiales brasileños. Por tanto, las pequeñas sumas enterradas permanecieron (o permanecen) aguardando la ocasión de un inesperado descubrimiento.

La historia de estos hechos reales invadieron el colorido territorio de la fantasía y se convirtieron en mitos populares, como sueños que subsisten, leyendas reiteradas de luces y silbidos lúgubres de aves nocturnas, de perros sin cabeza y “poras” que febrilmente enajenan la mente de algún obstinado buscador de entierros.

“El tesoro de las Misiones Jesuíticas, el tesoro enterrado de los López, las joyas de la guerra contra la Triple Alianza arrebatadas a las mujeres para ayudar al ejército paraguayo. Las devueltas por el gobierno de los E.E. U. U. en 1929, las joyas escondidas por las familias asuncenas ante la llegada vorácica del ejército brasileño en 1868. Todas las casas del Paraguay y algunos sitios al borde de los caminos reales fueron objeto de búsqueda de entierros. La plata, que se suponía contenida en cántaros, permanecía y sigue oculta, a la espera del buscador de quimeras”170.

Existe muy confusa información sobre los caudales del gobierno paraguayo en las postreras etapas de la guerra. El doctor Cecilio Báez, en una apasionada diatriba sostiene haber oído declaraciones de algunos de los sobrevivientes: “...de San Estanislao avanzó por el norte el mil veces tirano del Paraguay. Después de él seguían las carretas bajo el comando del ministro Caminos. Esos pesados vehículos -en número de 600, más o menos- llevaban muchos tesoros provenientes de confiscaciones y despojos, y sobre todo objetos pertenecientes a la Lynch”.

Haciendo un aparte en las declaraciones de los cronistas que se ocuparon de la persona de Elisa Lynch, sobre su supuesta perversa codicia y la seriedad o no de las noticias referidas a los tesoros que pudo haber remitido al extranjero, es de justicia admitir que dicha señora, en su carácter de ciudadana extranjera y con sobrado poder económico y político, pudo haber abandonado a tiempo el campo de batalla. Prefirió, por las razones que fueran, ser leal al futuro incierto, al lado del padre de sus hijos y enfrentar la vorágine de la guerra.

Sus enemigos, sin embargo, la acusan de haber instigado al Mariscal a proceder abusivamente contra sus adversarios, sus propios oficiales y funcionarios mayores y miembros de su propia familia.

Juan Crisóstomo Centurión da a entender que a pesar de las penurias de las mujeres prisioneras que acompañaron al ejército -incluso doña Juana Pabla Carrillo de López- continuaban al fin de la guerra en posesión del algún resto de sus joyas.

Como es sabido, la Guerra de la Triple Alianza llegó a su término en Cerro Corá, el 1º de marzo de 1870, tras el aniquilamiento de los paupérrimos restos del ejército paraguayo, compuesto apenas de 351 famélicos combatientes, en una batalla que duró apenas 15 minutos. La muerte del Mariscal López y la de su hijo mayor, la del anciano Vicepresidente Sánchez, del ministro Caminos y de docenas de oficiales y soldados, fue el triste epílogo de la tragedia.

El resto de la población sobreviviente, hombres y mujeres marcados por el dolor y el hambre, se dispusieron lentamente a regresar a sus hogares. Muchos de ellos no tuvieron la felicidad de reverlos, pues cayeron exánimes en los senderos y picadas de la patria.

Centurión, jefe militar cercano al Mariscal y protagonista de la masacre del 1º de marzo consigna en sus declaraciones que, a pesar de las penurias de las mujeres prisioneras que acompañaron al ejército, algunas de ellas -incluso doña Juana Pabla Carrillo de López- continuaban al fin de la guerra en posesión de algún resto de sus joyas: “En el mismo campamento de Zanja hú, el Mariscal, después del allanamiento, mandó recoger de los equipajes de su madre las alhajas y joyas y todo el dinero que llevaba en onzas de oro, plata sellada y billetes, los cuales, colocados en una caja, fueron entregados en depósito al Ministro Caminos. La plata labrada y ropas pertenecientes a la misma las mandó encerrar en un carretón que, por falta de bueyes, se dejó en Sama Cué, a cargo del mayor Félix García” (Crisóstomo CENTURIÓN, t. IV, p. 149).

Efraím CARDOZO proporciona esta curiosa y dramática información: “El carruaje de la Lynch fue luego guardado por un piquete de centinelas. La mujer trajeaba un vestido de lujo: seda negra con puños y pecheras blancos; pintada con mucho cuidado, parecía estar pronta para una soirée, tanto más cuanto sus dedos ostentaban costosos anillos de diamante. La sangre de Panchito manchó aquel traje 171.

El 4 de marzo de 1870, cuatro días después de la masacre de Cerro Corá, un escuadrón brasileño descubrió en un bosque aislado, en las cercanías de Siete Cerros, a un grupo de hombres y mujeres que se ocultaban en su espesura. El coronel Crisóstomo Centurión, en el tomo cuarto de su obra relata: “Practicaron un reconocimiento y hallaron en medio del monte un campichuelo bastante espacioso para el potrero de los bueyes con un pequeño estero en el centro para proveerse de agua. El comandante José Romero recibió la orden de trasladarse al Campamento de los Siete Cerros. Al día siguiente, el coronel Juan B. Delvalle y el coronel Sosa, acompañados de su ayudante el teniente Vargas enterraron en el monte otras dos carretas llenas de plata sellada. Las demás carretas, unas veinte y tantas (estaban) llenas de víveres y alguna cantidad de dinero y bastante plata labrada”.

 “Intimados a rendirse, así lo hicieron, pero los soldados de Correa da Cámara abrieron fuego, dando muerte inútilmente a unas 50 o 60 personas, entre las que se hallaban el coronel Delvalle, el comandante Gamarra, el mayor Méndez y los capellanes Hermosilla y Yaharí y el canónigo Román, que por enfermedad había quedado en una de las carretas rezagadas”.

“Procedieron a incautarse de la plata enterrada y la que conducían en sus bolsos unas mujeres... conduciendo todo a Villa Concepción en diez y siete carretas”.

“El Mariscal López envió al sargento mayor Lara con doce hombres de caballería a recorrer los establecimientos de ganado de los campos del Aquidabán, pero habiendo aquél dado parte de que estaban desprovistos de ganado, despachó al general Caballero, el día 12 de febrero con 40 hombres, en su mayor parte jefes y oficiales, con instrucciones de ir a Mato Grosso o sea a la comarca de Villa Miranda, a recoger y enviar al ejército cuanto ganado pudiese encontrar”.

En un sorpresivo encuentro con un destacamento brasileño, la pequeña tropa conducida por Caballero había perdido a comienzos de marzo, muy cerca del río Miranda (antiguo Mboteteí), a algunos hombres, armas, arreos y montados.

El 4 de abril de 1870, enterado el general Bernardino Caballero, por conducto de un indígena, de la muerte del Mariscal y del fin del conflicto, decidió entregarse a las tropas brasileñas que se hallaban acantonadas en Bella Vista. A poca distancia del río Apa, Caballero y su pequeña tropa se toparon con una patrulla de jinetes brasileños que hacía ronda en la zona. Los prisioneros fueron conducidos por un atónito cabo de caballería que había tenido la fortuna de aprisionar a un general paraguayo.

En 1977, el autor tuvo la ocasión de observar y fotografiar una pieza de plata con grabado en oro del escudo nacional, que fuera comprada a un platero de Mato Grosso. Dadas las características del adorno se puede adjudicar su propiedad a una parte del arreo del mismo general Caballero, el oficial de mayor rango que dirigió la incursión a las tierras de Jerez.

En el año 2004 la prensa sensacionalista de Brasil daba cuenta que la guerra no había terminado en Cerro Corá, ¡sino luego de una aplastante y victoriosa batalla llevada a cabo el 4 de abril, en la que fue aprisionado Bernardino Caballero con toda tropa! 172

 

NOTAS

169. Cardozo. Op Cit, t XIII p 447

170. Crisóstomo Centurion. Op Cit

171.  Centurión. Op. cit., ps. 164-165.


 

 

 

 

 

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 SUEÑO Y REALIDAD DEL ORO EN EL NUEVO MUNDO.

LOS TESOROS OCULTOS DEL PARAGUAY

Por ALFREDO BOCCIA ROMAÑACH.

Editorial Servilibro,

Asunción-Paraguay 2005 (300 páginas)





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