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ALFREDO BOCCIA ROMAÑACH

  EL TRATADO DE MADRID DE 1750 O DE PERMUTA (ALFREDO BOCCIA ROMAÑACH)


EL TRATADO DE MADRID DE 1750 O DE PERMUTA (ALFREDO BOCCIA ROMAÑACH)
EL TRATADO DE MADRID DE 1750 O DE PERMUTA
 
Autor: ALFREDO BOCCIA ROMAÑACH
 
 
 
 
EL TRATADO DE MADRID DE 1750 O DE PERMUTA
 
 
" No hay frontera real sin población.
Población y frontera deben articularse de tal
forma que se establezcan en la realidad de los
hechos lo que los tratados establecen en la letra".
Arteaga Juan José,
"Las consecuencias del Tratado de Madrid" (51).

 
 
Casi doscientos cincuenta y seis años habían transcurridos, cuando el 13 de enero de 1750 Fernado VI de España y Juan V de Portugal, acordaron un tratado que significó la primera modificación jurídica de la línea de Tordesillas. Habían cambiado muchas cosas desde el famoso acuerdo de partición del mundo. El límite sur demarcado por Alvar Nuñez Cabeza de Vaca en la Cananea había sido rebasado con la fundación de Colonia del Sacramento en 1680 por el portugués Manuel Lobo. Era imperiosa una revisión que pusiera orden a montañas de papel y arreglos desavisados (52). España necesitaba anular la sangría que significaba el desmedido comercio ilegal a través del puerto de Colonia y pensaba que cualquier negociación que asegurara el retiro de los portugueses del Río de la Plata, era un precio que debía tolerar. Las condiciones que impuso el brasileño Alexandre de Guzmán fueron aceptadas por España: las fronteras del Brasil avanzarían hacia el sur hasta las proximidades de la actual frontera uruguaya y los Siete Pueblos de las Misiones, pasarían a manos del Brasil.

La Compañía de Jesús había fundado después del éxodo desde el Parapanema, entre los años 1682 y 1697, los pueblos de San Borja, San Nicolás, San Luís Gonzaga, San Lorenzo Mártir, San Juan Bautista y Santo Angel que fueron conocidos como los Siete pueblos orientales y se constituyeron en un murallón de defensa contra los ataque mamelucos hacia el Río de la Plata. Los luso brasileños lograron, sin mayores esfuerzos, otro gran triunfo diplomático. Las grandes vaquerías y las ricas estancias rebosantes de ganado que habían organizado los jesuitas, venían siendo motivo de la codicia de los cortesanos de Río de Janeiro.





Portada de la obra "Historia de Nicolás I.
 
Rey del Paraguay y Emperador de los Mamelucos",
 
publicada en 1756.


La extensa costa del Océano Atlántico era ya posesión portuguesa y la provincia del Paraguay estaba definitivamente enclaustrada en el interior del continente americano. Lo que había comenzado Hernandarias, lo terminaba el ilustrado monarca Fernando VI. El Tratado de Madrid estipulaba la recuperación de las Filipinas y la Colonia del Sacramento a cambio de la entrega a Portugal de los pueblos jesuitas de los Tapes. España aceptó la imposición portuguesa de que cualquier convenio podría aceptarse sobre la base del reconocimiento de la autonomía lusitana en todas las tierras anexadas y ocupadas. El Guairá, Itatim y Cuyabá estaban perdidos.


Los indígenas que habitaban esos pueblos se negaron a aceptar la autoridad de los odiados "purutues" y desataron una resistencia armada contra las fuerzas conjuntas de España y Portugal, que duró de 1753 a 1756 y terminó con la derrota y la dispersión de los indígenas sobrevivientes (Tema del film La Misión). Esta campaña de rebelión indígena recibió el nombre de Guerra Guaranítica.
El sistema social y económico de las jesuitas estaba resultando anacrónico para el viejo continente, donde ya corrían nuevos vientos de renovación y cambios. Una pintoresca leyenda de un rey guaraní, llamado Nicolás I, fue la comidilla de la prensa y los círculos intelectuales de Europa.


La ocupación militar de las tierras de la margen izquierda del Río Paraná produjo el comienzo de la decadencia jesuítica. El marqués de Pombal, secretario del reino de Portugal, y el duque de Aranda, español, acérrimos enemigos de la Compañía de Jesús, fueron los protagonistas de la orden de expulsión decretada por Carlos III, en 1767. Se volvía a repetir, la historia negra de la Iglesia: la anulación de las ordenes religiosas que adquirían fortuna y relevancia como los cátaros, templarios y sistercienses.

NOTA:
 
52- En 1580 se había desarrollado desde Buenos Aires un beneficioso comercio de esclavos y metales preciosos con Lima y Potosí. Este contrabando era el único que podía hacerse por las exigencias monopólicas del Consejo de Indias de Sevilla y Cádiz. Setenta años después, deshecha la unión de las coronas peninsulares y a partir de la fundación de Colonia del Sacramento, Pedro de Braganza, regente del Brasil, facilitó la entrada de mercaderes ingleses y holandeses, desde los puertos del Brasil hacia el Plata en un intento de recuperar el negocio que se hacía por Buenos Aires. (Nota del autor).
 
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Fuente:



Editorial El Lector,

Diseño de Tapa: Ca'avo-Goiriz

Compaginación y Armado de Página: Fátima Benítez

ISBN: 99925-51-92-5

Asunción – Paraguay. Año 2000.


 
 

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