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ALFREDO BOCCIA ROMAÑACH

  LA COLONIZACIÓN ESPAÑOLA (Autor: ALFREDO BOCCIA ROMAÑACH)


LA COLONIZACIÓN ESPAÑOLA (Autor: ALFREDO BOCCIA ROMAÑACH)
LA COLONIZACIÓN ESPAÑOLA

Por ALFREDO BOCCIA ROMAÑACH
 
 
 
 
1. La colonización española
 

Según Félix de Azara el avance portugués se vio favorecido por el tipo de conquista que realizaban los españoles, quienes recorrían grandes distancias en busca de gloria, hazañas o tierras de promisión, como sucedió con El Dorado. Los primeros españoles establecieron poblaciones efímeras y las que sobrevivieron al paso del tiempo, no siempre albergaban gente educada e instruida. Terminado el sueño del oro y especialmente en las provincias sin minas, hubo que encontrar medios alternativos de subsistencia. Los olvidados y empobrecidos conquistadores se vieron imperiosamente obligados a ejercer otro tipo de explotación: la del indígena conquistado y sometido a la servidumbre. En esta férrea e inhumana estructura se basamentó el mecanismo económico colonial de España, que condujo en algunas provincias a la formación de una casta privilegiada de gente española, totalmente disociada de las vindicaciones del nativo americano.
 
En otras, como el Paraguay, la colonización se produjo por el camino de la integración racial, con incorporación bilateral de las costumbres y usos de nativos y españoles. El producto de esa mezcla de sangre nativa y europea fue el mestizo, modelo étnico de muy peculiares características y que formaría la nueva y única clase dominante de la colonia. Esta singular junción de caracteres humanos tan diversos, evitó al Paraguay, en gran medida, las odiosas discriminaciones sociales y raciales, que fueron tan notables en otras posesiones de España.
 
El Paraguay no tenía recursos para la compra de una mercadería cara como era el esclavo africano. Los negros entraron a la provincia en limitado número, traídos por familias pudientes o autoridades coloniales y algunos fueron apresados cuando escapaban de los ingenios azucareros del Brasil. Según Josefina Pla en su libro "Hermano Negro. La esclavitud en el Paraguay", citando un informe de Rosenblat del año 1650, sobre una población global de doscientos cincuenta mil habitantes, la cantidad de negros y mulatos alcanzaba a quince mil. En los trescientos años de tráfico de negros no habrían entrado al Paraguay más de trescientos o cuatrocientos esclavos, o sea, un centenar o poco más por siglo. Según Rengger a los negros se los traía de Buenos Aires y nunca directamente de la costa de África. El tráfico de esclavos a los puertos del Plata venía desarrollándose "en forma regular y frecuente" pero muy pocos de éstos llegaron al Paraguay y nunca hubo en este país un mercado de negros como en los puertos de mar. El elevado número de mulatos referido en las estadísticas se debió a que el negro, al igual que el europeo, mezcló su sangre con la de los indígenas guaraní, pero su aporte en la constitución étnica del criollo paraguayo no fue de gran significación.
 
"La economía del Paraguay colonial no figuraba entre aquellas para las cuales el brazo del esclavo negro era entonces considerado indispensable" (31).
 
La propia iglesia era detentora de esclavos negros empadronados, los que podían ser vendidos, cambiados o donados. Los Padres los recibían a cambio de indulgencias y en pago de servicios religiosos. Los archivos coloniales están repletos de documentación para prueba de estas aseveraciones. "Ultra equinoxialem non pecavit", (En los trópicos, por debajo de la línea ecuatorial, no hay pecado).
 
Ana María Argüello en su publicación "El rol de los Esclavos Negros en el Paraguay" dice: "En nuestra provincia los religiosos de los conventos tuvieron sus esclavos que activaban en las chacras y estancias. Los Mercedarios poseían en Areguá el poblado rancherío de 200 esclavos, y estaban con los Dominicos de Tabapy, 638 pardos. Los Jesuítas de Paraguarí dejaron 300 esclavos esparcidos después de su expulsión".
 
La comunidad de Emboscada, mayoritariamente esclava, se dedicaba a la economía subsistencial "apoyada en la agricultura, estancias, talleres con granjas comunales y familiares".
 
Los europeos no aceptaban que los infieles (indígenas americanos) tuvieran alma, por tanto, no eran siervos de Dios. Solamente cuarenta y cinco años después del descubrimiento, los indígenas adquirieron la condición de seres humanos por la Bula "Subliminus Deus" de 1537.
 

Pero, fue en el seno de la Iglesia de donde surgieron las primeras voces de reivindicación de los indios. La Cédula Real del 9 de noviembre de 1528, por la que se prohibía expresamente la esclavitud de los indígenas fue resultado de las reiteradas denuncias a la corte española del dominico fray Antonio de Montesinos.
Los españoles eran conscientes del potencial económico que representaba la región de los cultivadores cario-guaraní y nadie lo comprendió mejor que el gobernador don Domingo Martínez de Irala, quien imprimió a la provincia una política de integración socio biológica como mecanismo eficaz de dominación.
 
Poco tiempo después del descubrimiento de América los Reyes Católicos comenzaron a limitar la esclavitud de los indios, a diferencia de los monarcas de Portugal que se mostraron mucho más complacientes.
 
El sometimiento del "infiel" tenía raíces culturales muy profundas. El precedente de los moros conquistados en España estaba cercano. Estos podían vivir segregados en barrios aislados y eran obligados a tributar a sus nuevos amos, pasando a constituir una valiosa fuente de trabajo para la economía local. Los que se resistían eran transportados como prisioneros para ser vendidos como esclavos. Es fácil comprender la continuidad de dicho sistema en América. Para evitar que se llevaran a cabo los ambiciosos planes de los conquistadores de transportar esclavos americanos a Europa, los soberanos de España ordenaban, por la real Cédula del 30 de octubre de 1503, que "No fuesen osados en prender ni cautivar a ninguna ni alguna persona ni personas de los indios de las dichas Indias y tierra firme de dicho mar océano para los traer a estos mis reinos ni para los llevar a otras partes algunas, ni les ficiesen otro ningún mal ni daño en sus personas ni sus bienes".
 
Sólo se podía esclavizar en caso de una guerra justa, pero esto dejaba una ventana abierta para la libre interpretación de cuándo una guerra era justa. El letrado real Palacios Rubios, redactó en 1512, el llamado "Requerimiento", que consistía en una exhortación a reconocer al nuevo señor y aceptar al cristianismo. En él se intentaba explicar a los indios los principios cristianos de la creación del mundo, al mismo tiempo que se los informaba de la donación realizada por el Papa de las Islas y Tierra Firme de la Mar Océano a los Reyes Católicos y sus sucesores. La resistencia al requerimiento equivalía al arreo y la esclavitud.
 
Ayolas, Irala y Alvar Núñez cometieron, sin duda, abusos y violencias contra los indios, sin llegar a extremos sangrientos como en Méjico, Nueva Granada y Perú, pero la magnitud de sus exploraciones, conquistas y fundaciones fueron de considerable magnitud y memorables registros para el futuro de la Provincia del Paraguay.
 
Los religiosos sometieron al indio con habilidad pues eran expertos en el manejo de los medios de persuasión y encantamiento, como la música, los obsequios y vestiduras coloridas. Una vez reducidos, no titubearon en aplicarles una rigurosa disciplina con el objeto de inculcarles la sujeción a las normas y el mantenimiento de un alto nivel productivo en sus estancias y plantaciones.
 
Las encomiendas y las reducciones religiosas forzaron al indígena a aceptar nuevas formas de vida, como el sedentarismo, la monogamia, el uso de ropas y la imposición de la doctrina cristiana, lo que produjo en la sociedad neolítica guaraní consecuencias desintegradoras. Estas se manifestarían, con el tiempo, en alteración de las costumbres y creencias originales y en la descomposición de su ordenamiento social y familiar.
 
Las medidas reales de protección y las limitaciones en la servidumbre de los naturales fueron recibidas con desagrado por colonos y encomenderos, pero las acataron con cierta reticencia. Los indígenas continuarían siendo víctimas de la explotación inhumana del encomendero ambicioso y cruel.


Asentamientos españoles
 
La colonización española se caracterizó desde el inicio, por organizar en sus territorios grandes núcleos de población de carácter estable que respondían siempre a disposiciones reales, las "Ordenanzas de descubrimiento y población" impartidas en 1563.
 
Las villas españolas se regían por un plano regular prestablecido por la Leyes de Indias y sus trazados respondían a líneas que conformaban un cuadriculado, como un tablero del juego de damas. La disposición urbana estaba programada de antemano; constaba de una plaza central, la que servía para orientar el delineamiento rectilíneo de las calles y definía el criterio estético dominante, rígido y racional de la antigüedad. El centro urbano estaba representado por el templo católico y el Cabildo, como símbolos materiales del poder abstracto de Dios y de los reyes (32).
 
El Cabildo, ayuntamiento de origen popular se componía de regidores vitalicios y alcaldes amovibles de primer y segundo grados, y desde Felipe II eran nombrados por la Corona. La justicia estaba administrada por las Audiencias que se desempeñaban como tribunales superiores de apelación; la audiencia de Charcas dependía de Lima y la de Buenos Aires del Virreinato del Río de la Plata. Estaban facultadas a nombrar gobernadores de provincia.
 
Las ciudades españolas se consideraban como una extensión de la metrópoli. Las principales instituciones de cultura aparecieron ya en las primeras épocas de la colonia y fueron resultado de la tendencia creadora que imperaba en la península. La Universidad de Santo Domingo fue creada en 1538, en 1553 la de México y en 1561 la Universidad de San Marcos en Lima, a las que se le conferían por Real Cédula, los mismos privilegios e eximiciones de la Universidad de Salamanca. En conclusión, para el fin del periodo colonial España había erigido en las colonias de América veintitrés universidades.
 
La lucha de España por la conquista y la evangelización de los infieles fue encarada como una prolongación de las Cruzadas. Estas habían marcado profundamente, con convicciones religiosas muy rígidas, el carácter del español del siglo XVI y le habían dotado de un talante ideológico y disciplinario que hizo posible, en pocos años y con escasos medios, realizar la formidable tarea de la conquista de inmensos territorios desconocidos.
 
Pero el afán de lucro y las ansias de aventuras arrastraron no sólo a españoles, sino también a conquistadores de otras nacionalidades, por los caminos de la violencia y el desenfreno. La codicia del español y el carácter impulsivo de sus procedimientos estaban moderados por la falta o la abundancia de los metales. Las minas de oro y plata eran una atracción irresistible. La Corona española realizó la explotación de las minas del Perú y Charcas con enormes ganancias, sólo equiparables a las obtenidas por Portugal en el negocio de las especias (33).
 
Terminada la conquista y restringida la expansión territorial, los españoles se dieron a la tarea de establecer y consolidar poblaciones, ubicándolas primariamente en regiones más alejadas y de mayor riesgo ante las incursiones de aborígenes no sometidos.
 
 

En 1560 nacía en Asunción un niño de nombre Ruy Diaz de Guzmán, hijo de Alonso Riquelme de Guzmán y de doña Ursula de Irala, por tanto, nieto del mítico gobernador Martínez de Irala. En tiempos del gobierno de Hernando Arias de Saavedra le correspondió a Díaz de Guzmán la portentosa misión de pacificar y poblar los extensos y desiertos territorios de la colonia. En 1554, los españoles de Asunción habían fundado Ontiveros, cerca de las Siete Caídas sobre el río Paraná. Años después esta población fue transferida a las márgenes del Pequirí por Ruy Díaz de Guzmán con el nombre de Ciudad Real del Guairá. Villa Rica del Espíritu Santo, fundada por Ruy Diaz de Melgarejo también fue trasladada por Guzmán, a las costas del río Ivaí, donde este célebre criollo se demoró dos años ayudando al trazado y construcción de la nueva ciudad.
 
No era poca la tarea de los oficiales españoles, pues la sobrevivencia de estas alejadas poblaciones requería esfuerzos considerables. La colaboración del brazo indígena era fundamental; a estos había que atraerlos, evangelizarlos y sustentarlos con su propia producción, dada la cortísima ayuda recibida de la empobrecida hacienda real.
 
El gobernador Hernandarias, era, al igual que Guzmán, un hombre de recia personalidad y actitudes severas. Estos caracteres ríspidos irían a confrontarse con el transcurso de los años y la relación inicial derivó en una franca enemistad. Muchas de los planes ambiciosos de Guzmán serían abortados por las lastimosas limitaciones impuestas por Hernandarias.
 
En Marzo de 1593 Ruy Díaz de Guzmán remontó el río Paraná y en su afluente el Ivinheima tomó posesión en nombre del Rey de las tierras vecinas y de los indios guaraní, bautizando a la región como Nueva Andalucía. El día 24 del mismo mes erigió una ciudad que recibió el nombre de Santiago de Jerez.
 
"Soldados, hijosdalgo, caballeros y hombres buenos: esto hecho en nombre de nuestro Rey e señor natural don Felipe de Austria, a quien Nuestro Señor muchos años guarde si hay alguno entre todos los que presente estáis que me contradiga esta fundación e población de esta ciudad de Santiago de Jerez, demándemelo luego y ponga la contradicción en forma que yo estoy presto a alegar de mi justicia e de la responder e convencer en juicio."
 
"A son de tambor y vara dirigió la traza de la plaza pública. Allí prometió con sus insignias de capitán... prevenir a los pobladores y conquistadores con las tierras y los indios" (34).
 
Roberto Quevedo refiere en "El hombre y su tiempo" que Hernandarias trató de desautorizar la fundación y colonización de Santiago de Jerez impidiendo que la nueva ciudad recibiera ayuda. El haber sobrevivido por cuarenta años se debe al sacrificio y la obstinación de sus sufridos habitantes. Guzmán pasó largos años en Jerez en carácter de gobernador de Nueva Andalucía, pero se vio obligado a establecerse posteriormente en La Plata, (Alto Perú) en 1605, cansado de la incomprensión y las penurias. Allí comenzó la redacción de sus "Anales del descubrimiento, población y conquista de las provincias del Río de la Plata".
 
Dos años más tarde fue designado nuevamente gobernador del Guairá, región en la que esperaba llevar a cabo planes de población hasta las costas marítimas. En 1614 recibió el encargo de conquistar y pacificar a los indios chiriguano que se hallaban asentados entre los ríos Paraguay, Pilcomayo y el Guapay, a cincuenta leguas de Charcas. Al poco tiempo, luego de organizar una pequeña tropa armada, levantó un fuerte al que denominó Magdalena, como paso previo para fundar una ciudad en pleno territorio chiriguano. Con tal propósito escribió al rey exponiéndole la conveniencia de establecer una ciudad a la que daría el nombre de San Pedro de Guzmán, pero nuevamente se vio impedido por sus superiores, en especial por el virrey príncipe de Esquilache, de quien no obtuvo aprobación ni ayuda. En 1619 no habiendo recibido respuesta del soberano español abandonó la tierra de los chiriguano y retornó a Asunción. En 1629 ejercía el cargo de alcalde de primer voto hasta el fin de su larga y espinosa existencia. A más de sus méritos como conquistador y poblador, tiene el gran honor de haber sido el primer cronista e historiador nacido en estas tierras.


 

El tributo indígena
.
"A falta de producto tributable, el indígena 
podía ofrecer el servicio de sus personas."
(Ordenanza Real)

 
La prestación de servicios de los indios al español se efectuó por medio del rescate, el parentesco o la violencia. El trabajo obligatorio era una imposición de los invasores; el indígena pagaba al fisco el "privilegio" de ser protegido, evangelizado y civilizado.
El antropólogo brasileño Darcy Ribeiro, refiriéndose a la captación del indio por el sistema portugués, escribe: "Millares de indios fueron incorporados a la sociedad colonial. No con la intención de incorporarlos a su seno, sino para ser usados hasta la muerte, sirviéndose de ellos como bestias de carga para servicio de sus dueños. Así ocurrió a lo largo de los siglos. Con cada expansión hacia nuevas áreas, al encuentro de grupos retirados al interior de la jungla, eran de inmediato capturados, convirtiéndolos en trabajadores esclavos y sus mujeres obligadas al trabajo agrícola, a generar hijos y cuidar de las labores domésticas."
 
Los indígenas que se mantuvieron lo suficientemente alejados como para evitar estos arreos, escaparon al destino de ser "civilizados" por el europeo. Estos fueron conocidos como indios monteces o montaraces, genéricamente llamados kaiogua. Según la autorizada opinión del padre Bartomeu Meliá, los guaraní mbya, ñandeva y kaiogua descienden de este grupo silvícola que ha llegado hasta el siglo XX sin mayores interferencias en sus culturas de origen.
 
Leemos en los "Apuntes del Capitán de Fragata don Francisco Aguirre" de 1777, lo siguiente: "...salen por parcialidades a tratar y aún asalariarse con los españoles de los beneficios de la hierba, particularmente por hachas, machetes, cuchillos. Venden frutos de chacareo como batatas, mandioca y maíz y trabajan en la faena de barcos y ranchos."
 
La provincia del Paraguay vivía en eterna estrechez económica. Los pequeños excedentes de su poco diversificada producción eran vendidos para adquirir mercaderías como herramientas de hierro, armas y pólvora. La enorme distancia de las costas del mar, el abandono de la Corona que convirtió al Paraguay en la más olvidada de sus posesiones, las restricciones comerciales a que fue sometida después de la división del virreinato y los gastos permanentes en la guerra contra las tribus hostiles, empujaban a los habitantes españoles y criollos al borde de la ruina. En estas condiciones eran casi nulas las tasas percibidas y a España no llegaba un doblón de las vacías arcas de Asunción.
 
Contrariamente, la Compañía de Jesús se manejaba dentro de un ordenamiento económico productivo y sus finanzas eran prósperas, merced a la abundante producción agrícola y ganadera y a la exoneración de impuestos autorizada por la corona española. Ante la negativa de entregar a sus indios reducidos para el trabajo de los colonos, los encomenderos, perjudicados en sus intereses, se movilizaron en abierta confrontación.
 
A pesar de los diversos intentos de la Corona de proteger al indígena, con Cédulas Reales, la campaña desplegada por Fray Bartolomé de las Casas, las Ordenanzas de Alfaro en 1611 y el esfuerzo del segundo adelantado don Alvar Nuñez Cabeza de Vaca, fue imposible evitar el inhumano tratamiento y la vil explotación del aborigen por el encomendero europeo. Se repetiría, en menor escala, la dramática desaparición total de etnias como la de los taínos de América Central.
 
La gran extensión de territorio conquistado por España ha permitido situaciones de explotación del suelo y del hombre, en diversos y diferentes grados y circunstancias:. desde las más severas como el régimen de las encomiendas hasta la caza al indio por procedimientos más hábiles, con el fin de reducirlo y catequizarlo.
 
El brazo del hombre y la mujer nativos le permitieron al hidalgo peninsular, satisfacer las necesidades básicas y hallar condiciones relativamente decentes de subsistencia. El indio encomendado, arrimado a la casa del conquistador y la rica naturaleza de sus asentamientos, paraíso de abundantes dones, hicieron que la provincia poblada de criollos mestizos paraguayos se convirtiera con el tiempo, en baluarte y frontón contra los embates que sufrirían las posesiones españolas de esta región de América.
 
Bajo la influencia de Fray Luís Bolaños y anticipándose a las Ordenanzas de Alfaro, Hernandarias se ocupó de la sobrevivencia del indio reducido y de la seguridad de sus comunidades. Deseaba que éstas fueran autosuficientes, a través de la introducción del ganado, el arado y otras herramientas de carpintería, a más del auxilio de los padres y los religiosos quienes serían los maestros en estas artes y técnicas europeas. Entre sus recomendaciones se leía: "...de manera que tengan tierras, aguadas y montes y lo demás necesario para una buena conservación." (35).


La Casa de contratación. Virreyes y autoridades coloniales
 
El poder real estaba administrado en las colonias por las primeras autoridades indianas: los adelantados, revestidos de funciones administrativas, políticas y de poder militar. Estos fueron sustituidos más tarde por los virreyes y capitanes generales. El virrey era el representante directo del monarca con la facultad de ejercer la autoridad suprema dentro de su jurisdicción y a través de sus Instrucciones fijaba las normas a las que debían ajustarse los gobernadores y demás funcionarios en el desempeño de sus actividades. Su mandato no tenía plazo fijo, si bien la costumbre lo fijó entre tres y seis años. Le estaba prohibido tener bienes raíces en la colonia y más de cuatro esclavos, casarse él o sus hijos con mujeres del lugar, intervenir en causas judiciales, etc.
 
La justicia colonial residía en las Reales Audiencias. Paraguay dependía judicialmente de Lima, pero más adelante se sujetaría a las decisiones de Charcas y Buenos Aires.
 
La Casa de Contratación fue creada en 1503 en Sevilla con el fin de regir la actividad peninsular con las Indias. La integraban un tesorero, un contador y un factor. Fue trasladada a Cádiz en 1773.

El Consejo Real y Supremo de Indias fue creado en Sevilla en 1524 y se ocupaba de regir el gobierno, la justicia y la legislación judicial, proponía los funcionarios y servía de Tribunal Supremo de apelación para las sentencias judiciarias y de la Casa de la Contratación. Esta última tenía el propósito de reglamentar las relaciones con las colonias, con una estructura sumamente rígida. Juan Bautista Rivarola Paoli, en su libro "La economía colonial", ofrece una larga relación de responsabilidades:
 
Centralizar el comercio
 
Otorgar licencia a los armadores
 
Regular la salida de las naves
 
Controlar el paso de la gente
 
Inspeccionar las mercaderías y los barcos
 
Cobrar los impuestos
 
Recibir los tesoros de Indias
 
Administrar la justicia comercial
 
Velar por el progreso de la náutica
 
Preocuparse del avance de la ciencia geográfica.
 
Entre las medidas restrictivas al comercio colonial se destacaban:
 
Solamente desde España podían partir las naves y regresar a ellas cargadas
 
Solamente los nacidos en la península podían dedicarse al tráfico y sólo más tarde sus barcos podían tocar puertos americanos.
 
Los dominios no podían comerciar entre sí, salvo raras excepciones.
 
Hacia el año 1573, Sevilla había logrado la exclusividad del comercio con las colonias de América, pero el control de sus rutas marítimas le significaba una enorme erogación. España carecía de un poderío industrial que le permitiera abastecer las necesidades de sus diversas provincias o competir con manufacturas como las de Inglaterra y Francia. En consecuencia fue inevitable que prosperara el contrabando.
 
El Consejo impuso a las provincias la obligación de efectuar toda operación comercial con la metrópoli por la plaza de Lima, lo que representaba un gran obstáculo para las provincias alejadas del Perú. Esta situación duró hasta la llegada de los Borbones al trono español, la creación del Virreinato del Río de la Plata y la liberación del puerto de Buenos Aires al comercio por mar.
 
Eran muy escasos los barcos que llegaban de España. Los navíos conocidos como "Naves de registro" eran insuficientes para atender la creciente demanda de productos europeos, que terminaban siendo comprados a las naves contrabandistas que llegaban del Brasil, Amsterdam o Londres por rutas clandestinas.


El régimen de las encomiendas
 
A partir de los Reyes Católicos se instauró un nuevo modelo feudal en el que España pretendía retener mayores cuotas de poder para distribuir entre los vasallos más leales y que prometieran mayores lucros.
 
La encomienda era una institución jurídica que en América regulaba las relaciones personales entre los colonizadores y la población india y tuvo sus orígenes en las instituciones señoriales castellanas. Las necesidades económicas de la colonización, los principios espirituales, las exigencias fiscales y las doctrinas jurídicas de la época dieron a la encomienda un carácter muy particular en suelo americano. Opina Branislava Susnik que la encomienda fue introducida al Paraguay por Domingo Martínez de Irala en 1556, con la pretensión de "poner término a la destrucción social y biológica de los indios del Paraguay y educarlos en la vida cristiana. Como contraprestación, estaban obligados a poner su fuerza de trabajo a disposición del español (36)".
 
En teoría, el encomendero era responsable de la evangelización del indígena a quien no podía esclavizar ni imponer trato despiadado. Los dueños de las encomiendas cometieron abusos en la explotación del servicio personal, lo que dio lugar a que la Corona impartiera constantemente leyes para la protección del trabajador. En 1513 se dictó una acordada autorizando el reparto de indios en América, con una serie de normas de la encomienda, como el número de los arrimados y el adoctrinamiento, la educación y la defensa de los mismos.
 
La ley que creaba la encomienda hereditaria fue atacada con energía por el insigne defensor de los indios y obispo de Chiapas, fray Bartolomé de las Casas, quien logró que el Consejo de Indias derogara en 1542, la retrógrada disposición.
 
Las Casas dedicó su vida a hostigar el nefasto régimen del servicio personal y substituirlo por el pago de un tributo. La aplicación de estas disposiciones reales despertó una campaña de protestas violentas de los encomenderos que veían perjudicados sus intereses. Fray Bartolomé tuvo que vencer una milenaria filosofía impuesta por los pueblos poderosos, donde toda explotación era aceptada cuando se la hacía en nombre de la fe. Así lo entendía Juan Ginés de Sepúlveda en su difundida obra "Tratado sobre las justas causas de la guerra contra los indios".
 
En tiempos de Felipe II, España sufría una gran crisis financiera y los encomenderos trataron de forzar a la corona a establecer encomiendas a perpetuidad en un modelo casi análogo a la esclavitud. Las cargas fiscales que imponían una contribución del tercio a favor de la Corona, hicieron que el colono perdiera interés en su explotación. De hecho las encomiendas fueron abolidas, en definitiva en 1718, pero en algunas regiones continuaron vigentes hasta la segunda mitad del siglo XVIII.
 
Se pueden confrontar en esta breve reseña de los esquemas colonizadores, dos estilos bien diferenciados de administración. Si bien ambas estructuras económicas, las capitanías o las encomiendas, respondían a resabios de corte medieval es posible, establecer visibles diferencias en su aplicación.
 
La administración portuguesa se desarrolló con más agilidad y visión que la española. La influencia de la filosofía mercantilista de los marranos llegados a Piratininga era evidente, pues no se observaron allí obstrucciones al comercio como se vieron en las colonias españolas. La libre entrada de extranjeros rigió solamente en tiempos de Felipe II, durante la alianza de las coronas de España y Portugal. En general, el comercio portugués se amparó en un clima de liberalidad. En España se imponían las leyes de Indias, que regulaban el comercio americano, sometiendo a las colonias a restricciones en todas las operaciones interprovinciales, y manteniendo el monopolio del comercio exterior. Estas medidas coercitivas condujeron irremediablemente al empobrecimiento y atraso de las provincias que carecían de minas de oro y plata.
 
El único atisbo de obstaculización en las colonias portuguesas de América fue de orden cultural, pues hubo mucho temor que la entrada de las nuevas corrientes de pensamiento de la Europa continental, soliviantaran los ánimos y desmoronaran la arcaica administración explotadora, que no contemplaba el mínimo respeto a los derechos del ciudadano. Persistía esta intención casi en las puertas del siglo XIX, cuando el príncipe regente pidió que no se admitiera en las colonia de Portugal a un aventurero curioso de nombre Alexander Von Humboldt que pretendía recorrer toda América, incluso Brasil (37).
 
Los gobiernos de Cabeza de Vaca y Domingo Martínez de Irala ratificaron los derechos de la corona española sobre todo el litoral marítimo de los actuales estados de Paraná y Santa Catarina de la que el segundo adelantado había tomado posesión. Según Blas Garay, Irala insistía en la necesidad de poblar la costa atlántica dado el interés de los portugueses que consideraban este litoral de su propiedad.
 
Paulo R Schilling, en "El expansionismo brasileño" define así la situación: "Portugal, impulsó con energía el espíritu mercantil y lo hizo en dos etapas: inicialmente dio énfasis a la población y al fortalecimiento económico del litoral marítimo y lograda esta meta, el principal objetivo de la corte de Lisboa fue la constante penetración hacia el oeste, siguiendo las cuencas de los principales ríos, el Amazonas y el Plata, caminos naturales hacia el interior del continente sudamericano. Así se explica el obsesivo interés en controlar estos ríos y la importancia estratégica que significaría para Portugal la fundación y el mantenimiento de la Colonia del Sacramento, en el estuario del Plata frente a la ciudad de Buenos Aires.
 
La visión geopolítica lusitana queda también evidenciada en el intento de establecer los límites atlánticos de su imperio americano: la cuenca del Amazonas al norte y la del Plata al sur. Sus propósitos fracasaron solamente porque los ingleses ya habían impuesto su hegemonía y tenían también una clara visión política de América: aseguraron el surgimiento del Uruguay."
 
Se pretendía aliviar las culpas que pesaban sobre los colonizadores por la inmisericorde explotación del indio, atribuyendo estos episodios a los usos de la época y a la resistencia que oponían ciertas familias aborígenes. Unas rimas del poeta Quintana (38) se hicieron muy populares en España:
 
"su atroz codicia, su inclemente saña
 
crimen fueron del tiempo y no de España."
 

El reino de Dios sobre la tierra. Ad maiorem Dei gloriam

 
La Compañía de Jesús se estableció en la Provincia del Paraguay respondiendo a un pedido del gobernador Hernando Arias de Saavedra, Hernandarias. Este, alarmado por la incapacidad de controlar tan vasto territorio a su cargo y por la estrechez económica que le impedía proteger sus extensas fronteras acosadas por bandeirantes e indios hostiles, insistió ante la metrópoli por el envío de auxilios inmediatos.
 
Hernandarias pedía a la corona de España, dotar a la provincia de instituciones y medios para consolidarla, fundando pueblos y mejorando la educación y el control de la dispersa población indígena; pero guardaba cierto recelo de los jesuitas de Brasil y de las manifestaciones del padre José de Anchietta que consideraba a las tierras de Paraguay como pertenecientes a Portugal.
 
La Compañía de Jesús fue fundada por Ignacio de Loyola en 1534, con el propósito de establecer frentes de evangelización en los países más remotos del mundo. Poco antes de producirse la muerte del fundador, en 1588, arribaron a la Provincia del Paraguay, los misioneros jesuitas Juan Saloni, Tomás Fils y Manuel Ortega y más tarde los padres Alonso Barzana y Manuel Lorenzana. El acceso a estas tierras se hizo por el sur, pues desde 1550 el gobernador del Brasil, desconfiado por la presencia de extraños dentro de su territorio había prohibido el tránsito entre el puerto de San Vicente y las posesiones españolas instaladas más al sur.
 
En 1604, el General de la Compañía fundó la "Provincia Jesuítica del Paraguay". Esta abarcaba parte de los actuales territorios de Argentina, Chile, Uruguay, Bolivia, Brasil y Paraguay. En 1608 llegó el padre Diego de Torres con trece jesuitas entre los que se encontraban los padres José Cataldino y Antonio Ruiz de Montoya, el conocido "Apóstol del Guairá". Ocurrió entonces la incorporación a la orden del paraguayo Roque González de Santa Cruz. La misión de los jesuitas era explorar los territorios desconocidos y fundar pueblos captando los indígenas por métodos pacíficos como la persuasión, la música y el parlamento en guaraní que algunos habían aprendido de los indios del Brasil.
 
El 29 de diciembre de 1609 los padres Lorenzana, San Martín y De la Cueva, con la colaboración del cacique Arapizandú, fundaron la primera reducción de la provincia, San Ignacio Guazú. Comenzaría entonces la formidable tarea de Roque González, quien organizó nuevas reducciones como Santa Ana, Itapúa, San Javier, Yapeyú, San Nicolás, Candelaria del Ybytimí, Candelaria del Caazapamí y otras. En 1628, el heroico evangelizador moría asesinado con otros compañeros, por grupos de indios que se resistían a aceptar a los nuevos lideres espirituales en la región. El martirio ocurrió el 1 de noviembre en Todos los Santos del Caaró (actual territorio brasileño).
 
Esta primera etapa evangelizadora de paulatina colonización fue hecha a fuerza de abnegación y constancia. Ha dejado imborrables rastros culturales que hicieron posible la fundación de pueblos y la incorporación del silvícola a nuevos modelos de organización social. El intento misionero de aculturación se tradujo en satisfactorios logros, pues el indígena demostró una especial aptitud para el aprendizaje de las artes y profesiones.
La dirección provincial estaba en la Candelaria y desde allí se comandaba un total de 1665 religiosos, no todos de origen europeo: setenta y nueve de ellos eran nacidos en el Paraguay.
 
La vastedad del territorio, la feracidad de la tierra, el clima, las aguas abundantes y la mano de obra de indígenas obedientes y disciplinados permitieron a los hábiles e inteligentes jesuitas organizar un inmenso imperio religioso-mercantil cuyos predicamentos de poder e influencias hacían sombra a las instituciones coloniales españolas. Esta es la más cuestionada etapa de la vida de las reducciones. El surgimiento de esta empresa de gran capacidad de producción, ocasionaría conflictos de orden político y económico. Las autoridades y los propietarios encomenderos, vieron aparecer de pronto, una recia competitividad en el aprovechamiento del esfuerzo indígena y el desarrollo de sus actividades mercantiles.
 
Un siglo después del establecimiento de la Compañía, la misma había adquirido un patrimonio considerable, en desmedro, según los críticos, de las empobrecidas arcas del gobierno colonial. Este patrimonio se originaba en la explotación sistemática de la agricultura, en especial la yerba mate y el tabaco, la ganadería, la exoneración de tasas y sobre todo al sometimiento del hombre y la mujer guaraní, ajustados a una explotación vigilada con un rigor disciplinario de corte militar, como era la consigna del "Ejército de Dios". Los santos padres, entregados a la salvación de las almas, no tenían reparos en someter a los pobres neófitos a los mayores apremios según el principio de "ad augusta per augusta".
 
"Los jesuítas, al monopolizar la mano de obra guaraní en sus reducciones, tuvieron la intención de proteger al indio de la explotación del hombre blanco. Los excedentes de la producción de sus cultivos y estancias eran comercializados en condiciones ventajosas en los mercados regionales de Santa Fe y Buenos Aires y aún en Potosí. Los jesuitas disponían de capital y créditos, contrariamente a los encomenderos y otros colonos del Paraguay" (39).


NOTAS:
 
31- Guy de Hollanda. Citado por Josefina Pla en "Hermano Negro. La esclavitud en el Paraguay", Pag. 20. Collección Puma. Edit. Paraninfo, Madrid, 1972
 
32- Recopilación de Leyes de Indias de Madrid de 1756
 
33- La cantidad de oro y plata enviada por el nuevo continente a Europa, sube anualmente a más de nueve décimas de la producción de todas las minas del mundo conocido. Las colonias españolas, por ejemplo, suministran por año tres y medio millones de marcos plata (2.370.076 pesos troy), mientras en toodos los estados europeos, inclusive Rusia asiática, apenas exceden los cien mil marcos 230.000 libras troy)" Brackenridge, E. M. ,"Viaje a América del Sur hecha por orden del gobierno americano en los años 1817-1818 en la fragata Congress". Buenos Aires, Talleres Gráficos Argentinos, 1927
 
34- Ruy Díaz de Guzmán, "La Argentina", Ed. de Enrique de Gandía, Madrid, Historia 16, 1986
 
35- Figuerola, Francisco José, "¿Por qué Hernandarias?, Buenos Aires, Editorial Plus Ultra, 1981.
 
36- En 1556 trescientos veinte españoles reciben en encomienda a veinte mil indios. Hay noticias de la primera almoneda de esclavos en Asunción. Se subasta el primer esclavo criollo. "Hermano negro. La esclavitud en el Paraguay". Josefina Plá, Op. Cit.
 
37- "Pluto brasiliensis", Eschuege, "Cartas a Humboldt", 1848. Humboldt recibiría más adelante una condecoración del Imperio. Se trataba de la Gran Cruz de la Imperial Orden de la Rosa que le fuera concedida el 31 de marzo de 1855, en virtud de haber votado a favor de Brasil en un conflicto de fronteras con Venezuela. ("Efemérides brasileiras"- Barâo do Rio Branco, Ed. 1946).
 
38- Quintana, Manuel José, (1774-1859), escritor español, autor de "Vida de Españoles célebres" y "Poesías selectas Castellanas".
 
39- Gadelha, Ana María, "Las Misiones jesuíticas de Itatim", Río de Janeiro, Edit. Paz e Terra, 1980.


 


Editorial El Lector,

Diseño de Tapa: Ca'avo-Goiriz

Compaginación y Armado de Página:

Fátima Benítez

ISBN: 99925-51-92-5

Asunción – Paraguay. Año 2000.

Edición digital: BIBLIOTECA VIRTUAL DEL PARAGUAY (BVP).

 

 

 

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