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HELIO VERA (+)

  PLAGUEOS, ENSAYOS Y OTROS DIVAGUES - Obra de HELIO VERA - Año 2005


PLAGUEOS, ENSAYOS Y OTROS DIVAGUES - Obra de HELIO VERA - Año 2005

PLAGUEOS, ENSAYOS Y OTROS DIVAGUES

Obra de HELIO VERA

© Helio Vera

Editado con el auspicio del FONDEC

Diagramación: Francisco Aquino Zavala.

Impreso en Imprenta Kdeyu.

Asunción, Paraguay.

Edición al cuidado del autor.

Hecho el depósito que marca la Ley No. 1328/98.

I.S.B.N.: 99925-907-1-8

Asunción, Paraguay.

Junio de 2005. (184 páginas)

 

PRÓLOGO

No hay en este libro nada que se parezca a una vertebración teórica, un orden de conceptos o una in-tención estética. Los capítulos de este libro tienen un signo común: nacieron para el inmediato olvido. Su contenido es una compilación de textos dispersos, escritos con los más diversos motivos, a veces efímeros, como un discurso o una conferencia; a veces secundarios, como ocurre con el prólogo de un libro cuya lectura es casi siempre prescindible.

Otros textos fueron escritos para ser publicados en un periódico, y con ello creí condenarlos a la eterna oscuridad. Producto perecedero como pocos, de vida más corta que la de una mosca, un periódico no prolongará su existencia más de 24 horas. Después, tendrá menos actualidad que una epístola de Tutankamón. Si se trata de un matutino, su vitalidad será destruida por el crepúsculo, esa hora incierta y rojiza en que se aparean ciertos insectos y se debe paladear el primer sorbo de escocés. Después, el papel sólo servirá para envolver mentirosos kilos de azúcar o de galletas; o, peor aún, para cumplir con lo que Borges, definía, con simulado pudor, como «menesteres infames».

Siempre pensé que después de haber escrito o pronunciado estas palabras, ellas se sumergirían en la eterna como productos  perecederos, nunca se me ocurrió que merecerían los honores del libro. Me era fácil pensar que después de pronunciadas, estas palabras serían llevadas por el viento. Haber permitido su compilación en este volumen se debe al apoyo del FONDEC, institución que, a lo largo de pocos años de existencia, ha proveído de fondos a diversas expresiones de la cultura paraguaya.

En mi caso, estos textos fueron recuperados de ese inexorable destino por la «liga», palabra que no tiene nada que ver con alianzas o coaliciones; ni mucho menos con esa prenda elástica que cumple con la -a veces-, envidiable misión de sujetar las medias de una mujer bonita. La «liga», en el exacto castellano paraguayo, es la presión irresistible que ejercen los amigotes en el ánimo de alguien como uno. Y, confesémoslo, «ligahápe jakare jepe ojeha'oga va'era» (con la liga, hasta el caimán se ahoga). Este libro es, pues, producto de la "liga".

De esta manera, los textos fueron salvados de ese «destino irremediable" de que nos hablaba Emiliano R. Fernández. Me consuela saber que no soy un caso único. Otros escritores publicaron compilaciones de sus artículos periodísticos, conferencias y ensayos. Todos ellos, a su turno, disfrutaron ese inesperado triunfo de lo efímero, que me permite llegar, gracias al apoyo del FONDEC, a la perdurabilidad de la letra impresa. En ese sentido, abriéndome paso a codazos, con la temeridad de los hijos del mariscal López, trato de ubicarme entre autores tan ilustres como Ernest Hemingway, Oscar Wilde, Gregorio Marañón, Miguel de Unamuno y Eça de Queiroz, Drummond de Andrade y, en nuestro caso, Rafael Barret, Carlos Zubizarreta, José Luis-Appleyard, y varios otros.

Recordemos las crónicas de Hemingway sobre la Guerra Civil Española. Ellas revelan, con un estilo poderoso, la brutalidad del conflicto, su inmensa capacidad de destruir la condición humana, para llevarla a los extremos del miedo y del salvajismo. En el caso de Wilde, sus chispeantes artículos, en los que campea su pasión por la paradoja, brilla esa manera retorcida de razonar que, sin embargo, conduce al hallazgo de grandes verdades.

En cuando a Eça de Queiroz, todavía recuerdo su violenta polémica con el historiador Pinheiro Chagas, en torno del nacionalismo. Chagas acusaba a Queiroz, porque este cuestionaba las debilidades del presente, de atacar las glorias del pasado de Portugal. Pinheiro enrostraba al novelista su descreimiento en la patria; este replicaba con una defensa de la modernidad, en una época en que se creía que los avances científicos y tecnológicos bastarían para resolver todos los problemas del género humano. Tiempo habría para el desengaño. Pero el escritor ya estaba muerto cuando estalló la II Guerra Mundial, con sus matanzas descomunales.

Si algo justifica esta edición es que, a lo largo de sus páginas, el lector encontrará alguna inesperada información, casi siempre exhumada por otros autores, pero que, tal vez, despierte su curiosidad. Quizá la mayor parte de ellas no sorprenderá al erudito y, antes bien, serán un acicate para aproximar la guadaña a mi frágil cuello. Pero el lego podrá encontrarles alguna utilidad, lo cual será suficiente justificación de haber llevado los borradores a la imprenta.

Otra advertencia indispensable. Como se trata de textos independientes unos de otros, el lector podrá padecer su lectura en el orden que le sea más grato: de atrás para adelante, o de adelante para atrás, o escogiendo capítulos al azar, mediante el infalible método de pares o nones.

He incorporado al final un índice temático, que hará menos fatigosa la búsqueda de la información. Con él, se podrá llegar directamente al dato buscado, sin necesidad de sufrir la lectura de todo el libro. El lector encontrará de todo, como las tiendas de "ramos generales", donde "no hay lo que no hay". Tal vez el índice sea, para el lector, más útil que el libro entero.

Helio Vera

 

 

V CENTENARIO

Artículo para la revista editada por el diario Excelsior de México, con motivo  del V Centenario del primer viaje de Colón a América. 

 

Con fatigosa puntualidad, cada octubre recrudece una antigua e insoluble polémica: quién llegó primero a territorio americano. Se han atribuido este privilegio cronológico rusos, chinos, árabes, turcos y escandinavos, con idéntico entusiasmo. El recuento de las pruebas de esos brumosos viajes a través del mar ha permitido a varios autores, en sus respectivas naciones, frecuentar el éxito bibliográfico. El Quinto Centenario del primer viaje de Colón es pretexto suficiente como para que el barullo de esta disputa reciba los honores del reverdecimiento.

Los investigadores enarbolan antiguos y misteriosos mapas dibujados en plena Edad Media, en los que anónimos geógrafos dibujaron los contornos exactos de este continente. Viejos pergaminos rescatados del polvo, la soledad y la penumbra nos abruman con las peripecias de intrépidos navegantes de esos tiempos remotos. Señal inequívoca, nos juran con religioso fervor, de que algunos marinos ya habían visitado estas tierras mucho antes que Colón.

Los relatos nos dicen que, poniendo proa hacia el Oeste, aquellos hombres llegaron a costas lejanas, habitadas por pueblos cuya piel tostada provocaría la unánime envidia de los actuales veraneantes de Marbella o la Costa Azul. Causaba estupor que tales cosas ocurrieran, ya que se suponía que en esas latitu-des terminaba el mundo y el mar se precipitaba hacia un abismo voraz e infinito.

Los estudiosos se desvelan con las similitudes entre las embarcaciones del antiguo Egipcio y las que navegan en el lago Titicaca. O buscan el sentido de los petroglifos dejados en las cavernas por los americanos precolombinos, atribuyéndolos desaprensivamente a mensajes dejados por barbudos y sudorosos guerreros vikingos. O escudriñan el diseño de tejidos y cacharros para postular parentescos con remotas culturas orientales. Los historiadores proponen varios otras oscuridades para la interminable polémica. Por ejemplo, el sitio exacto donde desembarcó Cristóbal Colón, el itinerario de su flotilla, el nombre y las dimensiones de sus naves y hasta su verdadera identidad, que acaso era la de un judío apresurado por escapar del creciente mal humor de la Inquisición Española.

Separar la verdad de la mentira es, infelizmente, más difícil que apartar el trigo de la cizaña, ejercicio que nos propone una milenaria parábola bíblica. Tal vez sea tarea superior a las fuerzas de los más avezados especialistas; tal vez el esfuerzo no valga la pena y sea mejor aceptar, en vez de la inasible esencia, la apariencia de las cosas, porque ella está más cerca de la naturaleza humana.

En la Edad Media se consideraba parte de la geografía al extraño país de Jauja donde, con botánica puntualidad, los árboles entregaban sabrosos chorizos en vez de frutas. ¿Por qué asombrarse, entonces, ante la existencia de ciudades americanas pavimentadas con oro, de la exclusiva isla de las Amazonas, de individuos dotados de graciosos rabos y de la existencia de la mismísima fuente de la Eterna Juventud?

Tiempo habrá, después de los viajes de Colón, para que las fantasías se desborden. No será difícil. El espíritu europeo ya convivía con lo maravilloso desde mucho tiempo atrás, por lo que nada podía causar excesivas sorpresas. América era apenas la confirmación de que los sueños tenían un lugar sobre la tierra y que todo lo escrito era nada en comparación con lo que aquí podía encontrarse. A falta de guías de turismo, la descripción del Nuevo Mundo quedaba a cargo de la imaginación, desprovista de frenos y pudores. Era legítimo esperar la confirmación de muchas altas ilusiones que recorrieron el Viejo Mundo durante la Edad Media. Entre ellas, y no de las menos importantes, las que hablaban de sociedades perfectas, desprovistas de maldad y de codicia. Las relaciones entre los hombres se regían por la fraternidad y la caridad cristiana, y el ocio y el amor substituían a las fatigas del trabajo.

Las mil formas del milenarismo cristiano y las utopías diseñadas por soñadores como Tomás Moro crearon la ilusión de que era posible encontrar la felicidad sobre la tierra. Sólo había que encontrar el camino para llegar a ese recóndito lugar que reproducía las bondades del Paraíso perdido, sitio ideal que el Génesis evoca con dolorosa nostalgia.

Pero, en suma, lo que importa no es quién llegó primero, preocupación más propia de la guía de récords Guiness que de la historia de la cultura. Lo que interesa, lo verdaderamente relevante, es cuándo comenzó realmente el encuentro entre las culturas. Y este es el único asunto en el que no hay dudas: ello ocurrió cuando Colón, que suponía -o decía suponer- haber llegado a la China, pisó la cálida arena de una isla del Caribe. Tan persuadido estaba de haber llegado al Asia que cierta vez amenazó con cortar la lengua a los subordinados que lo discutiesen.

Fue entonces cuando la realidad se enfrentó a la utopía y comenzó una de las experiencias más notables de la historia. Ésta, como todo acontecimiento humano, tiene detractores y panegiristas. Pero la verdad - si es que ella existe sobre la tierra- es desdeñosa tanto de crónicas celestiales como de leyendas negras. Los españoles no fueron más feroces que los romanos que arrasaron Numancia, ni que los nazis, que elevaron el genocidio a la jerarquía de una ciencia. En América, más mataron la gripe y la viruela que la espada del verdugo o los proyectiles del arcabuz.

En 1492 comenzó un nuevo modelo de civilización cuya influencia -desde el arte hasta la gastronomía- se proyectó a todo el género humano. Sin excluir sus sombras, un alto ideal de justicia fue también parte de esta empresa. Hubo la impaciente espada de Cortés y también las misiones jesuíticas del Paraná; hubo el tramposo rescate de Atahualpa y la furiosa campaña de Bartolomé de las Casas a favor de los derechos del nativo.

Sin ese ideal de justicia no se explican muchos hitos de la historia americana. Sin él, la propia celebración de este Quinto Centenario no sería sino un ritual vacío de contenido, una máscara sin un rostro detrás, un truco de ilusionistas. Por fortuna, no fue así. Por eso será legítima la liturgia de este Quinto Centenario y legítimo todo el alud de la retórica que sepultará este hecho capital: junto con los apetitos de los soldados de fortuna y los intereses estratégicos de las naciones hubo también, como nunca en el pasado, altos y hermosos sueños que merecen ser enaltecidos.

 

ÍNDICE:

CUENTOS DE DOS ORILLAS: Prólogo para CUENTOS DE DOS ORILLAS (1998) de RUBÉN BAREIRO SAGUIER.

PARAGUAY: ¿UN PARAÍSO PERDIDO?: Discurso de presentación del libro “PARAGUAY: PARAÍSO PERDIDO”, de HENRY CEUPPENS, en el Hotel del Paraguay, jueves 9 de octubre 2003

FACULTAD DE DERECHO: LA HORA DE LA VERDAD . Artículo escrito para la revista EL DERECHO, de la Facultad de Derecho, UNA.

AMANGY YVYTY ÁRI: Discurso de presentación del libro AMANGY YVYTY ÁRI, de CARLOS MARTÍNEZ GAMBA, editorial don Bosco.

RICARDO ROLÓN, LIBRERO . Discurso pronunciado en el acto de homenaje a RICARDO ROLÓN, organizado por la Sociedad de Escritores del Paraguay

LAS ÉLITES PARAGUAYAS Y SU VISIÓN DEL PAÍS: Palabras de presentación del libro LAS ELITES PARAGUAYAS Y SU VISIÓN DEL PAÍS, de CARLOS MARTINI y MIRYAM YORE.

PREMIO CÉSAR GARAY: Discurso con motivo de la entrega del PREMIO ANUAL CÉSAR GARAY 2000 al padre ANTONIO DE LA VEGA, S.J.

POSTALES DE LA ASUNCIÓN DE ANTAÑO. Prólogo del libro del mismo, de JORGE RUBBIANI.

ENRIQUE BIEDERMANN, PIONERO DE LA PUBLICIDAD. Presentación de las memorias de ENRIQUE BIEDERMANN, el viernes 19-03-99, en el Hotel Excelsior.

CUENTOS DE LA GUERRA DEL CHACO . Prólogo al libro CUENTOS DE LA GUERRA DEL CHACO, ANTOLOGÍA.

CARLOS LARA BAREIRO . Discurso con motivo de la presentación del libro con las memorias de CARLOS LARA BAREIRO, frente al Panteón de los Héroes.

“CINCO SUELDOS, CINCO SUELDOS”

EL PILÍN DE NICO , prólogo de EL PILÍN DE NICO, obra de NICODEMUS ESPINOZA

FERMÍN FIERRO . Presentación de un CD de FERMÍN FIERRO, que nunca supe si llegó o no a aparecer, porque un par de meses después supe que había muerto.

LA PREGUNTA DE PILATOS .

SIETE CUENTOS INDECENTES: Prólogo de “SIETE CUENTOS INDECENTES” : de PANCHO ODDONE.

LA SONRISA DEL CHE

EL INAGOTABLE LEGADO DE WALDINO LOVERA

EL FUTURO DE LA UNIVERSIDAD: Clase magistral con motivo de la inauguración del curso académico de 1999. Facultad de Filosofía UNA.

 

 

 





Bibliotecas Virtuales donde se incluyó el Documento:
FONDO
FONDO NACIONAL DE LA CULTURA Y LAS ARTES (FON



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