Para algunos el desespero es "la muerte del alma"; para otros, entre ellos Unamuno, "no hay mayor esperanza que la de los desesperados". Pero ¿hay diferencia entre espera y esperanza? LAÍN ENTRALGO así lo cree. Y en su notable tratado sobre dicho tema, asevera que la espera se hace en el tiempo y que la esperanza se configura en el plano de la eternidad. Es decir, en el mundo propio de las esencias. Entonces, puede haber un amor fenoménico y contingente y otro necesario y eidético. Existiría de tal modo un des-espero que no fuera des-esperanza. Si el desespero no fuera un concepto simbiótico con la esperanza, implicaría él un agotamiento del espíritu, una dispersión de sus energías y una disolución del yo. La "abreación" estética del amor permite al artista el discernimiento de ambas realidades que, al ser iguales y distintas al mismo tiempo, constituyen una contradicción lógica, pero también una verdad poética.
El crítico BORDOLI DOLCI se enfrenta con esta problemática en la poesía de JOSEFINA PLÁ. Él, con certera lucidez, advirtió en el libro de 1934 la insurgencia del amor carnal ya trasparecido de premoniciones filosóficas. Ahora, en "LA RAÍZ Y LA AURORA" (1960) observa la trasmutación de aquellas imágenes augurales en “insoslayable convicción". Pero ¿por qué el amor es siempre sinónimo de angustia? Para Bordoli Dolci, la respuesta es taxativa: Porque el hombre "es un ser para la muerte".
¿Acaso estamos en presencia de una actitud existencialista? Es evidente. Pero no es cualquiera de los existencialismos, sino el más doloroso.
HUGO RODRÍGUEZ-ALCALÁ apuesta a KIERKEGAARD, pues ve que en JOSEFINA PLÁ la tensión humana se hamaca angustiosamente entre la finitud y la infinitud. Aunque razón no le falte al crítico paraguayo, el clima kierkegaardiano deviene más bien de que la poetisa comparte con el filósofo danés la certidumbre de que "la angustia es la realidad de la libertad en cuanto posibilidad". Por eso se puede decir que la poesía de Josefina Plá no es temáticamente rebelde, sino revolucionaria. No aspira meramente a repeler los abusos ínsitos que pesan sobre la condición humana. Intenta ella la consecución de una libertad recreadora capaz de engendrar un hombre nuevo, independiente éste de las fuerzas cósmicas que lo agobian y, a la vez, connatural a una suprarrealidad infinita.
Su impávido avance por las anfractuosidades de la angustia es un internamiento sin retorno por "los caminos de la libertad".
Está la poetisa convencida -como KIERKEGAARD- de que "la angustia es el vértigo de la libertad". Y no se muestra dispuesta a renunciar a ninguna de sus potencialidades, aunque éstas se enmascaren de des-tiempo, des-habitación, soledad o muerte.
Bordoli Dolci persuade cuando afirma que en esta atmósfera: "El poema es la llave que franquea la puerta de la propia angustia existencial", pero hay un esguince en su visión crítica al suponer que las realidades allende de dicha angustia no permiten atisbar escapatorias "terrenas o supraterrenas", dado que en sus confines recién se inicia el amor total, que no es sino liberación última y trascendente.
Y el amor sólo se trasciende agónicamente. Es un desgajamiento perpetuo, un despoblarse para poblar instancias superiores. Ni la muerte podrá contra el amor, porque al negarlo -al destruirlo en el sentido aleixandreiano- lo afirma como el negativo fotográfico de su realidad esencial.
Bordoli Dolci ve la dimensión del trasmundo poético y anota: "La hondura metafísica signará su creación, y el lenguaje más conceptual que expresivo -de un escepticismo que tolera los relampagueos de auroras promisorias- es desesperado intento por preservar, catolizando el insufrible hastío, las necesarias dosis de esperanza".
Mas, ¿cabe establecer un detrimento de la expresión en su relación con la conceptualidad? El intuicionismo bergsoniano consideraba a la expresión como una "cáscara" de la idea o de la intuición. Pero la poesía, afirma Bousoño, "es un grado de expresividad lingüística" y, para alcanzarlo, se debe integrar armónicamente el "triple cariz", de la carga poética que necesariamente debe ser sensorial, conceptual y sentimental si pretende la aprehensión de la realidad.
Claro que esta proporción varía según el tipo de contemplación y la índole de lo contemplado. Pero nunca la conceptualidad genérica deberá despojarse de afectividad y/o sensorialidad si anhela la particularización poética. La expresión estética es así, ineludiblemente, una síntesis de los elementos antedichos. Al columbrar realidades metafísicas, lo conceptual -veta tan idónea como las demás- tendrá preeminencia, que -pese a todo- ni será exclusiva, ni prescindente, si quiere ser poesía.
"Hay un tiempo perdido -dice BORDOLI DOLCI- sostén del presente, que se recupera mediante la vivificación del recuerdo". Por tanto, es el tiempo recobrado el que alienta la raíz y la aurora, sólo que para el logro de tan terrible odisea ha sido inexcusable la frecuentación del dolor y la muerte, que aportan ese residuo de soledad que caracteriza la peripecia humana.
En el poema "CONCEPCIÓN" -clave del poemario- se anuncia la parábola del retorno del tiempo, que recicla la continuidad del contacto del ser consigo mismo, o, en otros términos, la eterna virtualidad de la reinserción ontológica:
.
