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SANTIAGO TRÍAS COLL (+)

  GUSTAVO PRESIDENTE (II) - Novela de SANTIAGO TRÍAS COLL - Año 1993


GUSTAVO PRESIDENTE (II) - Novela de SANTIAGO TRÍAS COLL - Año 1993

GUSTAVO PRESIDENTE (II)

Novela de SANTIAGO TRÍAS COLL

© Santiago Trías Coll

 

Ñanduti Vive e Intercontinental Editora,

ISBN: 9789000001842

Páginas: 193

Tamaño: 16 x 22 cm

Año: 1993

Asunción-Paraguay 

Diseño de tapa: Higinio Murdoch

 

 

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En aquel espeluznante testimonio, se detallaba con peculiar realismo los efectos de una gigantesca masa de agua lanzada en una loca carrera que se extendía a lo largo de mil quinientos kilómetros desde la represa de Itaipú hasta su definitiva entrega en el Atlántico.

Los cien metros de columna de agua liberada, tras las explosión de una carga nuclear equivalente a dos mil toneladas de trinitrotolueno que hizo saltar por los aires los contrafuertes de hormigón de la presa principal, producirían una descomunal ola de más de cincuenta metros que tardaría once minutos en alcanzar las ciudades de Foz de Yguazú, Puerto Presidente Bódeker y Presidente Franco. Las tres urbes quedarían virtualmente borradas del mapa, sucumbiendo trescientas mil almas que se perderían irremediablemente bajo los efectos devastadores de la onda de choque primaria. La virulencia de la ola frontal conservaría su terrorífico poder destructivo en el decurso de los trescientos kilómetros iniciales que transitaban en una configuración hidrográfica de cauce encañonado, aniquilando la totalidad de aldeas ribereñas. Las localidades de Encarnación y Posadas sufrirían las consecuencias de una terrible inundación, perdiéndose más vidas y ocasionando cuantiosísimos daños materiales. A partir de ese enclave, las aguas alcanzarían la zona donde se iniciaba el curso fluvial de planicie, produciéndose un desbordamiento masivo que anegaría millares de hectáreas de cultivo y otras tantas de uso pecuario. Las secuelas de la pavorosa riada que avanzaría imparablemente hasta su desembocadura en el Río de la Plata, irían dejando su sello de destrucción y muerte a lo largo y a lo ancho de su paso por territorio argentino.

Cuando la imponente crecida arribara a Buenos Aires, donde gran parte de la ciudad había sido evacuada, Gustavo despertó súbitamente dejando escapar su grito.

 

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PRÓLOGO

 

Lo que hubiera pasado si...

Entre las preguntas más imbéciles con que se puede importunar a historiadores profesionales, descuella esa donde se le pide que lucubre algunas de las posibilidades si en lugar de ocurrir lo que aconteció, hubiera tenido lugar lo contrario.

Más, cuando la misma especulación revolotea en la mente de un avezado narrador de ficción, el resultado puede ser un suceso literario y hasta parcialmente histórico.

No fue otra cosa lo que aconteció con la celebrada primera parte de la novela de Santiago Trías Coll, GUSTAVO PRESIDENTE. El golpe de la Candelaria de 1989, en esa obra ficticia, fracasó y Gustavo Bódeker, el coronel Aeronáutico casado con María Eugenia, sucedió a su propio padre en la etapa de la Segunda Reconstrucción. Gustavo Presidente cometió por entonces un solo craso error. Creyó que un presidente del Paraguay tenía suficiente campo de maniobras en materia política y osó enfrentarse a las potencias internacionales. Le costó el exilio a Curitiba, previo levantamiento cuartelero, esta vez exitoso, del general de Caballería Andrés Gómez de Rodrigo, esposo de doña Nelli y padre de Dolli, Marta y Mirta.

Es prescindible consultar el Oráculo de Delfos para descubrir en un rápido inventario quién es quién en la novela de Trías Coll. Está Luis María Lagraña, el coronel de Caballería Lino Salcedo y el general Mancete. Los medios de comunicación no están ausentes, Nicolás "Mino" Borini dirige la Red Independiente de Comunicación y, Humberto Manchín, no se despega del micrófono de su Radio AOPO`I.

Nada permite concluir que Trías Coll se haya propuesto jugar precisamente a las escondidas con sus lectores. La imaginación del escritor más bien enfocó otros aspectos para recabar en lo que él denomina la "contrahistoria".

Desafiando el cliché hollywoodense en el sentido de que segundas partes "nunca fueron buenas". Trías Coll nos regala ahora GUSTAVO PRESIDENTE II, con un amplio espectro de hechos reales y ficticios de la siempre ebulliente política paraguaya.

Todos los ingredientes están ahí, elecciones que no eligen nada y donde los protagonistas saben de entrada que no guardan la menor intención de hacer de los comicios un ejercicio en suspenso o "fair play". Aparecen también los ubicuos golpes de Estado, que desde 1936 tienen como ejes a jefes militares insatisfechos con el acaecer político o descontentos con ciertos nombramientos oficiales.

Y ¿cómo no?, está siempre presente en todos los planes, contra-planes, proyectos y abortos, S.E. el Sr. Embajador del Gran País del Norte. En este caso, el ex asesor presidencial Mr. Dunham. Tanta es la injerencia de Dunham y los suyos en la política paraguaya que, en cierto pasaje de la novela el general Lino Salcedo deja escapar esta muestra de exasperación: "Esos gringos deberían trasladar su oficina al Palacio de López, así todo resultaría más sencillo". Por lo que se sabe, casi cada presidente desde 1936 tuvo ese pensamiento, lo exteriorizara o no.

No son pocos los que juran que toda la última "transición" no hubiera llegado a destino de no mediar esa injerencia. De modo que la obra de Trías Coll no está tan divorciada de la realidad.

Lentamente, sin embargo, el relato se aleja de los avatares políticos paraguayos para ingresar francamente en el campo de la novela policial de suspenso. El relato se torna electrizante y el autor logra crear el ambiente necesario para hacer creíble la trama y posible el desenlace.

Las descripciones son altamente profesionales, siguiendo el consejo de Hemingway en el sentido que el escritor debe conocer íntimamente eso que va a describir y debe ver los detalles que pasarían desapercibidos en mentes menos inquisidoras.

El español del español Trías Coll es, esperadamente, crocante y se deja leer con toda soltura. La novela fácilmente atraerá lectores por el tema y, sobre todo, porque la trama no decae en momento alguno, con lo que una vez iniciada la lectura, cualquier interrupción será considerada como altamente inamistosa.

RICARDO CABALLERO AQUINO 

Setiembre-1993

 

 

 

 

INTRODUCCIÓN

 

            Con un impulso similar al percibido tres años atrás, no pude resistir el desafío que suponía proseguir con una contrahistoria hilando los sucesos que se quedaron congelados en la última línea de la primera parte, procurando siempre que el posibilismo y la ficción delirante pudiesen aparearse tan íntimamente, que la trama llegara a poner en serios aprietos a los posibles lectores.

            La primera parte fue mucho más prudente. Esta segunda, sin pretender ser brutal, no podía renunciar a los avances conquistados en la libertad ideológica, en la transigencia otorgada a la literatura en esta hora y a la libre expresión sin desprenderse de un respeto bien entendido hacia los personajes.

            Estos tres años de distancia, pues, no solamente han marcado la evolución de un proceso, sino también el testimonio de un cambio que se abre en todos los ámbitos, desde la política hasta la cultura. Gracias a la apertura de esta última, me he permitido dar rienda suelta a los caprichos de mi pluma con mayor intensidad. De cualquier forma, aquellos que tengan la paciencia de avanzar en estas líneas, rápidamente comprenderán que esta obra difícilmente hubiese podido conocer la luz antes del 15 de agosto de 1993.

            En la primera entrega, afortunadamente, muy pocos o casi nadie se sintieron ofendidos. Aspiro a que con esta segunda ocurra lo mismo, pero si por ventura así no fuere, que no busquen al autor sino que intenten procesar a la contrahistoria en los tribunales, tal y como apuntaba en la introducción de aquella edición de 1990, cuando GUSTAVO PRESIDENTE iniciara sus andanzas.

 

 

 

CAPÍTULO I

 

            Veinte minutos habían transcurrido desde que Cunningham abandonara el despacho del nuevo presidente provisional de la República. En el portafolios del agente yanqui se encontraba un precioso documento que garantizaba la presencia del formidable arsenal bélico oculto en las entrañas de Cerro León por un período adicional de tres años. Cunningham, rubricaría aquella delicada misión que supuso cuatro meses de agotadoras gestiones, disponiendo el inmediato envío del pacto firmado por Gómez de Rodrigo al Departamento de Estado norteamericano. Tras una rápida microfilmación de los dos folios, la valija diplomática fue trasladada al aeropuerto de Asunción, donde el habitual Hércules de la USAF emprendería vuelo directo a Washington con la valiosa carga. A partir de entonces, el agente de la CIA dedicaría su tiempo a pensar en unas ansiadas vacaciones que su jefe directo le había prometido. Sin embargo, John Cunningham todavía ignoraba que su proyecto de escapar a las soleadas costas caribeñas estaba muy lejos de ser realidad.

            Poco antes del almuerzo, Petete apareció en el Palacio de López. Aquella sería la primera audiencia que Gómez de Rodrigo le concediera tras los acontecimientos que consumaron el ocaso de la dinastía de los Bödeker. Su semblante denotaba un aire jovial, su nariz acusaba el clásico tono rojizo propio de su conocida afición al vino. Por supuesto, Petete ya tenía preparada la frase que suspiraba pronunciar ante el flamante presidente a la primera ocasión que se le presentará. Esta ocasión había llegado al fin.

            - Mi querido presidente, -exclamó Petete en un tono triunfal- estaba impaciente por darle un abrazo en este despacho...

            - Y probablemente, abogado, para recordarme la promesa de vaciar aquella caja de vino. -acotó Gómez de Rodrigo señalando un envase de cartón semi abierto que contenía nueve botellas de Santa Helena.

            - Claro está, nunca hay que olvidar los compromisos. Instantes después, y tras evocar no pocas anécdotas y peripecias acontecidas a lo largo de los cuatro últimos meses, Gómez de Rodrigo tocó el tema que Petete anhelaba escuchar:

            - Ya sabes, abogado, que la secretaría privada del presidente de la República es un puesto clave y de máxima confianza, sería algo así como la mano derecha del primer mandatario.

            - Y si es necesario, hasta la izquierda. -añadió Petete.

            - ¿Izquierda...?

            - Así es, considero que el responsable de tan delicado cargo debe estar preparado para adivinar con sutileza los deseos más íntimos de su jefe, con el fin de poder manejar adecuadamente las relaciones personales. -sentenció Petete.

            - No me agradaría sentirme manejado así...

            - En ocasiones resulta indispensable sacarse de encima a Ciertas personas sin aparentar que ello sea un deseo del presidente. Este era el sentido de mis palabras.

            - Sí, claro, claro... bueno, ¿preparado para asumir el cargo? Aquella pregunta que Gómez de Rodrigo le formulara abiertamente mirándole a los ojos, sonó en los oídos de Petete como una música celestial. El ansiado puesto que alguna vez le había insinuado el general insurgente, estaba en aquellos momentos al alcance de sus manos. Tan sólo bastaba tenderlas para tomarlo.

            - Sus deseos son una orden para mí... siempre lo fueron.

            A la salida del despacho presidencial, la típica nube de reporteros de prensa brillaba por su ausencia. A pesar de las reiteradas protestas de los distintos medios de comunicación, todavía  no se habían levantado las drásticas medidas de seguridad que cautelaban la figura del nuevo primer mandatario. Los mensajes de Gómez de Rodrigo dirigidos a la ciudadanía, fueron emitidos durante aquellos cinco primeros días que sucedieron al golpe de Estado desde su residencia privada. En cada ocasión que una misiva debía llegar al pueblo, tan sólo una cámara de video y una grabadora registraban las imágenes y palabras del presidente. No fueron escasas las repeticiones de ciertas secuencias que no se ajustaban a los deseos de un especialista responsable de cuidar la imagen presidencial. Paul Zimmerman, de nacionalidad argentina, había sido contratado recientemente por el equipo de Gómez de Rodrigo para dirigir todos los detalles relativos al léxico y gestos que el flamante nuevo presidente debía ejecutar en sus apariciones públicas, ya fuesen en vivo como en diferido. La fama que precedía a Zimmerman como profesional de imagen, estaba avalada por sus recientes logros en la campaña presidencial que condujo a Carlos Senem a la victoria en el vecino país del sur. Gómez de Rodrigo supuso para el paciente Zimmerman el caso más difícil de su carrera; los continuos desaciertos en el uso de masculinos y femeninos, singulares y plurales, así como el frecuente empleo de peculiares modismos lugareños que se desdecían de un castellano correcto o medianamente aceptable, representaba el tormento diario para el argentino. Sobre todo, teniendo en cuenta que en momento alguno debía olvidar que su cliente era nada menos que un jefe de Estado, lo que exigía extremar los cuidados para evitar lesionar su pundonor. Antes del almuerzo de aquel mismo día, Zimmerman había dispuesto los preparativos para grabar un espacio de cinco minutos que debería aparecer en los informativos televisados de la noche y también en las diversas emisoras de radio.

            - Todo listo, señor presidente, cuando guste. -señaló Zimmerman.

            Con estas palabras, el sufrido argentino daba luz verde a Gómez de Rodrigo para que éste iniciara un breve discurso en una reducida pero confortable sala de la mansión sita en el barrio "Las Carmelitas", justamente aquella pieza que solía utilizar para las recepciones de invitados especiales o reuniones íntimas. Antes de tomar asiento en un sillón de corte isabelino, el presidente revisó su aspecto en un espejo contornado de filigranas barrocas. Allí, pudo comprobar que su rostro ofrecía un aspecto bastante fresco y exento de reflejos grasientos, sus patillas no delataban cana alguna, el maquillador conocía bien su trabajo.

            - Estee... ¿ya? -inquirió Gómez de Rodrigo al jefe de producción.

            - Estamos grabando, señor presidente, adelante.

            - "Queridos compatriotas... esta es la tercera vez que tengo el honor de dirigir mis palabra al pueblo paraguayo..."

            - ¡Corten!, ¡corten! -se escuchó a Zimmerman- comencemos de nuevo, Excelencia, debe decir "palabras" y no palabra.

            - Sí... claro... estos malditos plurales están por matarme. 

            Gómez de Rodrigo extrajo un reducido pañuelo del bolsillo derecho con el que frotó sus lentes empañados por el vaho de un persistente sudor. Los cristales debían ofrecer la suficiente transparencia para permitir ver claramente la ayuda de memoria que aparecía en una cuartilla colocada sobre sus rodillas, aunque la misma escapaba del campo que cubría la cámara.

            - "Queridos compatriotas... esta es la tercera vez que tengo el honor de dirigir mis palabras al pueblo paraguayo. En esta ocasión, deseo dar una respuesta definitiva a la principal inquietud de la ciudadanía, con la intención de que sean despejadas las dudas sobre el futuro de nuestro país. Hemos tenido la oportunidad de leer en la prensa de los últimos días un sin fin de especulaciones relativas a las verdaderas intenciones de este presidente provisional de la República. En tal sentido, el pueblo paraguayo como depositario de una soberanía, merece conocer los destinos que le aguardan y, por ello, no existe otra alternativa que convocar elecciones presidenciales libres y transparentes. Libres porque cada cual podrá votar a través de un sufragio directo y secreto su candidatura preferida y, transparente, porque por vez primera en treinta y cuatro años no serán manipulados los padrones ni los recuentos de votos. No deseamos imponer al pueblo un candidato único, sino, por el contrario, demostrar con la fuerza de las urnas que la voluntad popular debe prevalecer ante todo. Pretendemos que esta actitud signifique el comienzo del fin de más de tres décadas de cruenta dictadura, donde todo era válido para sostener vergonzosas oligarquías que se enriquecían sin límites a costa del sudor del sufrido campesinado y de la clase trabajadora. Por todo ello, tengo el honor y la satisfacción de anunciar los próximos comicios que deberán tener lugar indefectiblemente dentro de los noventa días, concretamente el domingo 27 de agosto. Deseamos que el pueblo emita su veredicto, al tiempo de asumir el compromiso por nuestra parte de respetarlo. Por último, y antes de despedirnos de los conciudadanos, quisiéramos que todos sin excepción se sientan seguros del futuro que nos aguarda y confíen en nuestras promesas. Buenas noches".

            - Bien... ¡corten! -exclamó Zimmerman al término de la alocución.

            - ¿Qué tal salió...? -inquirió Gómez de Rodrigo mientras frotaba su frente con el pañuelo.

            - Pienso que bastante bien, Excelencia. Pero debería hacer un esfuerzo para evitar ese "tic" del cuello.

            - Ya sé, ya sé... pero es algo que me sale solo. ¿Qué importancia puede tener si la gente siempre me ha conocido así?

            - No es demasiado grave, señor presidente, sin embargo, es un gesto que podría denotar nerviosismo o inseguridad y hay que evitar que algunos lo interpreten de ese modo.

            - Supongo que no deberemos recomenzar todo de nuevo por un detalle así... -añadió Gómez de Rodrigo algo alterado.

            - Por supuesto que no, Excelencia. Sólo es cuestión de tenerlo en cuenta para las ocasiones sucesivas.

           

            Dos semanas habían transcurrido desde que Gustavo abandonara su país natal, para conocer el exilio forzoso en tierras brasileñas. En su día, y tras el cruento golpe de Estado que llevó al poder a un general rebelde, él, acompañado de su familia más próxima y un reducido séquito de amistades íntimas, habían emprendido vuelo hacia la ciudad de Curitiba, capital del estado paranaense, donde radicarían eventualmente hasta concretar una residencia definitiva dentro del vasto territorio del país vecino. De esta forma, Gómez de Rodrigo dio cumplimiento a su palabra cuando un 25 de mayo garantizara a la familia presidencial que se les permitiría abandonar el territorio nacional, si Gustavo optaba por la claudicación en aquel decisivo día del enfrentamiento armado.

            A pesar del espléndido jardín que rodeaba la residencia ubicada a escasas cuadras de la avenida João Gualberto, María Eugenia se sentía algo incómoda por el escaso espacio que ofrecía la mansión, cuya adquisición fue formalizada cuatro años atrás mediante la gestión de Fermín Miranda, su testaferro en asuntos inmobiliarios. En la planta baja se podían contar tres salones contiguos. Uno de ellos, por expresa voluntad de Gustavo, fue convertido en biblioteca, allí alojaría un sin fin de libros adquiridos por metros que cubrirían la casi totalidad de los tres paños de pared. Lo cierto es que muy ocasionalmente alguno de esos volúmenes sería abierto para consultas o triviales hojeos, la razón de su existencia respondía más bien a unos motivos de decoración y fachada cultural.

            A lo largo de aquellas dos primeras semanas, el teléfono apenas había dejado de sonar. La práctica totalidad de las llamadas provenía de Asunción. Eran las cuatro de la tarde de un viernes 9 de junio, cuando de nuevo se escuchó el zumbido del inalámbrico.             - Te llaman, Gustavo. Me parece que es Quique. -estas fueron las palabras que pronunciara María Eugenia en el momento de arrimar el teléfono a su marido.

            - Gracias querida... Hola, hola... ¿Qué tal Quique?, estaba aguardando tu llamada, adelante te escucho...

            Aquel, quien un mes y medio atrás fuera designado ministro sin cartera adjunto a la presidencia por el propio Gustavo Bödeker, había visto truncada su carrera política el fatídico día que Gómez de Rodrigo lanzara su ofensiva. Tras la victoria del golpe, ningún colaborador del ex presidente podía sentirse seguro y exento de persecuciones, ese precisamente era el caso de Enrique, quien desde la renuncia irrevocable de su amigo de infancia a la más alta magistratura del país, andaba escondiéndose de un lado a otro intentando despistar a los servicios de Inteligencia y a los sabuesos de "Investigaciones", que tenían como misión apresar a la totalidad de los miembros del disuelto gabinete de Gustavo, así como a su íntimo entorno de asesores o simples socios comerciales. Durante los últimos diez días, Enrique se había entregado plenamente a ejercer el delicado rol de intermediario entre el exiliado de Curitiba y los incondicionales de Gustavo que permanecieron en suelo patrio. Su misión consistía en coordinar todas las maniobras que fueran necesarias para situar a Luis María Lagraña en la presidencia de la República participando en los comicios que se avecinaban y que fueran anunciados por Gómez de Rodrigo el 30 de mayo a través de todos los medios de comunicación. La conquista del sillón presidencial para que este fuera ocupado por el hombre de su máxima confianza, supondría una prioridad absoluta que llegó a convertirse en obsesión delirante. Si Lagraña alcanzaba el poder, su retorno al Paraguay estaría asegurado, al tiempo de recibir todo tipo de garantías de que en momento alguno se le enjuiciaría políticamente. Por el contrario, si Gómez de Rodrigo fuese proclamado nuevo primer mandatario, corría serios riesgos de ser víctima de una posible futura extradición. En efecto, la enorme cantidad de negociados perpetrados a lo largo de los últimos años, en directo perjuicio de los intereses del Estado, manipulando un formidable tráfico de influencias, serían probablemente destapados a la opinión pública cuando un buen número de documentos comprometedores guardados celosamente en diversos archivos conocieran la luz.

            - Te estoy hablando desde un teléfono del Canal 9. Hoy es el último día que puedo comunicarme desde aquí. -señaló Enrique.

            - ¿Ultimo día...?, ¿por qué?

            - Mañana asume el nuevo directorio, aquí no ha quedado títere con cabeza, voló hasta el último administrativo. Por cierto, olvídate de tus acciones de la SPT.

            - Mis acciones estaban depositadas en BANCEPAR. ¿Quién se quedó con ellas?

            - Ya puedes imaginarlo... pasaron de un Gustavo a otro.

            - Veo que el yerno no está perdiendo el tiempo. En fin, supongo que ocurrirá lo mismo con todos los títulos al portador que se quedaron en Paraguay.

            - Tenlo por seguro, ahora ya han echado el ojo a la compañía de seguros ORBE. Gómez de Rodrigo está haciendo la repartija entre la yernada.

            - Bueno, vamos a olvidarnos de eso, ya veo que no hay nada que hacer, pero algún día todos estos valores robados volverán a su legítimo dueño y te aseguro que les voy a cobrar hasta el último centavo de intereses. Ahora vamos a cambiar de tema, Quique. Cuéntame cómo está la situación con Luis María.

            - Es prácticamente imposible reunir a suficientes convencionales para tener una mínima probabilidad de ser designado candidato por el Partido en las próximas elecciones de agosto. Gómez de Rodrigo lo tiene todo copado, es inútil pretender enfrentarse con él.

            - ¿Y entonces...?

            - La única solución es que se presente como independiente.

            - Esto supone renunciar a un electorado numerosísimo.

            - No precisamente. Si orientamos adecuadamente la campaña, te garantizo que tendremos de nuestro lado a la militancia. Si además logramos atraer a los indecisos, la victoria es nuestra. Todo depende de los medios con que podamos contar.

            - ¿Se ha hecho una evaluación aproximada del costo total de la campaña?

            - Los expertos brasileños la han valorado a grandes rasgos.

            - Y... ¿cuánto calculan?

            - Veinticinco millones de dólares.

            - ¿Cómo...?, pero estos rapais piensan que Paraguay es Brasil. ¿Por qué tanta plata?

            - No se trata de una campaña convencional, Gustavo. Piensa que será necesario movilizar grandes sumas para lograr tener acceso a los medios de comunicación que estarán acaparados por las huestes de Gómez de Rodrigo. Se ha previsto invertir cuatro veces más de lo que piensan gastar los gomistas.

            - Continúa pareciéndome un costo exageradamente alto.

            - Sin duda lo es, pero ¿has pensado lo que está en juego?

            - Claro que sí, ¿cómo no voy a pensar en esto? Está bien, no estamos en condiciones de correr riesgos, vamos a ponernos en marcha ya. Atiende bien las instrucciones...

            El beneficiario de las transferencias que regularmente se remesarían del City Bank of Miami a la sucursal de la misma entidad bancaria en Asunción, no sería persona alguna vinculada con Gustavo Bödeker, sino un personaje escasamente destacado en los ámbitos financieros y políticos del Paraguay. Concretamente, se trataba de Rodolfo Soerensen, un ingeniero civil especializado en actividades energéticas que prestaba sus servicios en la entidad binacional de Itaipú. Las fuertes sumas de dinero que irían llegando regularmente al banco asunceno, no despertarían sospechas por el hecho de que Soerensen era hijo de un potentado hombre de negocios que operaba en la capital de Florida. En ocasiones anteriores, Soerensen ya había recibido ingentes cantidades de la divisa norteamericana con indicaciones precisas de su padre sobre cómo y dónde debía proceder para blanquear ciertos fondos de origen algo dudoso.

            El lunes 12 de junio, el banco de Miami ya disponía de varios fax emitidos desde Curitiba, en los que se ordenaban diversas transferencias a la capital paraguaya. Una vez que el departamento de claves descifrara los códigos asignados a su cliente Gustavo Bödeker, se procedería a emitir vía télex las correspondientes órdenes de pago a favor de Rodolfo Soerensen. El miércoles de aquella misma semana, el beneficiario retiraría la suma de un millón cuatrocientos mil dólares. En las fechas sucesivas, cantidades similares serían remesadas regularmente, de tal forma que los veinticinco millones de dólares quedarían completados el viernes 30 de ese mismo mes.

            Aquel miércoles 21 de junio, marcaba el inicio del invierno austral paraguayo. Por expreso deseo del primer mandatario provisional de la República, y sin que nadie conociera los auténticos motivos, los días señalados para evacuar las audiencias castrenses en el "Comando en Jefe" habían sido trasladados a los miércoles de cada semana, derogando una vieja disposición de su predecesor que establecía los jueves para tal actividad. Ese día, Gómez de Rodrigo recibiría en una audiencia conjunta al general Mancete y al coronel Lino Salcedo. Ambos se presentaron casi simultáneamente a las nueve de la mañana en la antesala del nuevo autoproclamado Comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas. El edecán de Gómez Rodrigo les señaló que podían acceder al despacho del líder militar cuando gustaran.

            - Adelante, señores, tomen asiento. -señaló el presidente mostrando un tresillo que aparecía en el costado derecho de la amplia sala.

            - Buenos días, mi general -se escuchó de Mancete.

            - ¿Qué tal van los preparativos para el gran día?

            Esta pregunta que Gómez de Rodrigo formulara sin dirigir específicamente la vista a alguno de los presentes, se refería a la gran convención colorada anunciada semanas atrás, en la cual debería surgir el candidato oficial del partido oficialista para asumir la presidencia de la República en los comicios que se avecinaban. Ese gran día era precisamente el 22 de junio, es decir, tan sólo faltaban veinticuatro horas para el trascendental evento.

            - No puede existir fallo alguno en las previsiones -acotó Lino Salcedo- De los 380 convencionales, tenemos garantizado el voto favorable de unos 355, pero de todas formas es casi seguro que no será preciso recurrir al recuento de votos... lograremos la victoria por aclamación de la inmensa mayoría.

            - Si resultara así, sería algo muy similar a la proclamación de Gustavo Bödeker cuatro meses atrás... Es notable como cambia nuestra gente cuando las papas queman. -sentenció Gómez de Rodrigo.

            - De cualquier manera, -prosiguió Lino Salcedo- no habría que cantar victoria tan rápido. Hay fuertes indicios de que la militancia se está reorganizando de forma alarmante. Parece ser que se preparan para librar una feroz batalla en las presidenciales. Tras estas palabras que se escucharon del coronel, quien jugara un papel trascendental en los preparativos y ejecución de la insurgencia del 25 de mayo pasado, a Gómez de Rodrigo le sobrevino el proverbial "tic" nervioso que hacia voltear su cuello con unos movimientos rápidos y casi convulsivos, era la señal evidente de que su espíritu sufría alguna perturbación. Con voz algo alterada replicó:

            - ¿Sigue sonando el nombre de Luis María Lagraña como el hombre fuerte de los militantes bödekeristas?

            - Sin la menor duda, así lo han confirmado nuestros agentes infiltrados y, según las primeras informaciones, pensamos que cuentan con medios extraordinarios.

            - Ya ordené varias veces que se controlen los contactos de Gustavo en el país. Si sus amigos continúan campeando libremente pueden llegar a hacer verdaderos desastres.

            Por vez primera intervino Mancete:

            - Muchos de ellos se encuentran en "Investigaciones" completamente incomunicados, pero todavía no hemos podido dar con el más peligroso.

            - Te refieres, claro está, a ese jovencito que fue ministro sin cartera de Gustavo Bödeker... -interrumpió Gómez de Rodrigo.

            - Sí a ese mismo.., a Enrique Segalés. Tiene su familia en Miami, pero con toda seguridad él permanece aquí. Varias veces se ha detectado su presencia.

            - ¿Tan difícil es meterle en cana? -cuestionó el general en un tono irritado.

            - Se escurre como un ratón. --concluyó Mancete.

 

            Una tenaz llovizna se hizo presente aquel 22 de junio, desde que la primera luz del alba comenzara a iluminar las calles asuncenas. El frío no era intenso, pero el tiempo desapacible que se adivinaba a través de los ventanales, invitaba a prolongar el sueño por unas horas más. Así lo hizo Enrique, quien decidió seguir dormitando hasta que llegara el momento de escuchar las noticias de la convención colorada desde la habitación de turno. Era el tercer día consecutivo que el "hombre enlace" de Gustavo permanecía en la misma residencia sin apenas salir a respirar aire puro. En contadísimas ocasiones se había permitido el lujo de traspasar el umbral de la casa de un tal Hipólito Carandel. Enrique sabía que los riesgos de ser detectado eran cada vez mayores conforme avanzaba el tiempo y se le cerraba el círculo, él no podía cometer errores en aquellos momentos cruciales. El dueño de la casa, Hipólito, era un usurero bonachón que le había tocado en suerte socorrer a Enrique en numerosas ocasiones, sobre todo en cierta época en que el joven ingeniero iniciara sus primeros pasos en el mundillo de los negocios y no andaba precisamente sobrado de fondos. Un tiempo después, y cuando la fortuna comenzara a sonreír a Enrique, Hipólito se convertiría en un amigo entrañable a quien siempre le reconocería la confianza que demostró en su persona por otorgarle importantes préstamos sin mediar excesivas garantías, amén de la infinita paciencia de que hizo gala el usurero antes de rescatar su dinero.

            A las ocho de la mañana comenzaba el recuento y verificación de los 380 convencionales colorados acreditados. A lo largo de las tres últimas semanas, se había producido la más espectacular purga en el seno de las seccionales del partido oficialista. La totalidad de cargos fueron renovados y, de forma sistemática, los simpatizantes de la corriente militante fueron defenestrados y reemplazados por tradicionalistas adictos a Gómez de Rodrigo. Lino Salcedo se encargaría de ello y prácticamente no había quedado militante por decapitar.

            La Junta de Gobierno de la Asociación Nacional Republicana también había quedado acéfala. Fue preciso designar de forma arbitraria una junta de emergencia a la espera de futuras elecciones internas que la conformarían definitivamente.

            Cerca de las doce del mediodía, todo había quedado consumado. Por supuesto, no fue preciso proceder al recuento de votos individuales porque, tal y como estaba previsto, una estruendosa aclamación unánime fue suficiente para consagrar al único candidato del partido a su postulación como presidente de la República. Gómez de Rodrigo, si resultaba electo en los comicios de agosto, debería completar el período presidencial que Gustavo dejara inconcluso, conforme lo establecía la Constitución Nacional. Llegado el caso, dispondría, en consecuencia, de cuatro años de mandato.

 

            Los vidrios polarizados de la Toyota Land Cruiser apenas permitían vislumbrar las confusas siluetas de sus ocupantes. A las nueve de la mañana del viernes 23, la camioneta se había detenido frente al portal del domicilio de Hipólito Carandel. Una sola persona, Enrique Segalés, la abordaría rápidamente para dirigirse a la cumbre del cerro de San Bernardino. En ese lugar, precisamente, tendría lugar una reunión trascendental para los planes de Gustavo. Durante el trayecto, Enrique ocuparía su tiempo leyendo los pormenores de la gran convención colorada que tuvo lugar el día anterior. Las tres primeras páginas del matutino ilustraban las principales secuencias del acto. En una de las fotografías aparecía un primer plano de la figura sonriente de Gómez de Rodrigo, en algún momento la miró fijamente al tiempo de exclamar en su fuero interno "prepárate para pelear... el que ríe último, ríe mejor".

            El dueño de la residencia veraniega apuraba los últimos sorbos de un mate caliente, cuando la Land Cruiser traspasara el umbral del gran portón por el que accedían los vehículos. El hombre se hallaba a escasos metros de una piscina de aguas sumamente cristalinas en donde los filtros y depuradores funcionaban a lo largo de todo el año. Nicolás Borini no abandonó el mullido sillón del jardín al percatarse de la llegada de una visita que ya esperaba, tan sólo se puso en pie en el momento que Enrique Segalés le tendiera la mano para saludarle.

            - Siéntate aquí mismo, Quique. Aunque refresca un poco, es el lugar más agradable para charlar.

            - Me parece muy bien. Te aseguro, Nino, que ya estoy podrido -de los lugares cerrados. Llevo enclaustrado no sé cuántos días.

            - Y me parece que todavía te queda una buena temporada jugando a los escondites. De cualquier manera, es mejor encerrarte en una casa a que te encierren en "Investigaciones". -acotó el anfitrión.

            - Según me han contado, parece ser que soy el hombre más buscado por los gomistas. No quiero imaginar lo que me espera si alguna vez me pillan.

            - Es muy fácil, primero te despojarían de todo lo que pudiesen y después de calmarte los ánimos te invitarían amablemente a abandonar el país. Así de sencillo. Por cierto, ¿ya desayunaste?

            - No tuve ni humor para pensar en esto, pero ahora que me lo recuerdas me parece que el estómago me está reclamando algo. Quince minutos después y tras haber agotado una serie de temas banales, Enrique no tardaría en devorar un total de cinco milanesas de lomito que trajo una empleada de la mansión. No pocos, don Nino entre ellos, conocían su gran afición por los desayunos abundantes que heredara de su finado padre.

            - Resulta ruinoso invitarte a desayunar, nadie podría poner en duda que estás hecho a imagen y semejanza de aquel que te engendró. -señaló jocosamente don Nino antes de abordar el asunto principal.

            - Y bien, Nino... ¿conseguiste hablar con Gustavo, libre de toda posible escucha? -inquirió Enrique denotando cierta avidez por conocer novedades.

            - Ayer hablamos largo y tendido. La conferencia duró algo más de una hora y repasamos todos los temas habidos y por haber. Por supuesto, la conversación fue pinchada en el quinto piso de la ANTELCO, pero logré rescatar la grabación tal y como estaba previsto. La muchachada no dejó escapar la plata prometida.

            - ¿Y después?

            - Está decidido, Quique, me la voy a jugar aunque sea la última locura que haga en esta vida. A partir de mañana, la Red Independiente de Comunicación se entregará en cuerpo y alma a lanzar la candidatura de Luis María Lagraña. El precio será alto porque el riesgo también lo es, pero no podía negarme en consideración a la gratitud que siempre he sentido y sentiré por su padre Alfredo. Tanto el diario PRIMICIAS, como el Canal 13 y radio CARDENAL, serán los más incondicionales aliados de Luis María.

            - Aplaudo tu decisión y admiro tu valentía, Nino. ¿Concederás espacios también a Gómez de Rodrigo?

            - Por supuesto que sí, no me cabe otro remedio, al igual que no podría cerrarme al resto de candidatos... pero ya sabes que hay muchas formas de manejar el asunto, la campaña publicitaria es lo de menos, lo esencial es la manipulación del periodismo informativo que supuestamente es independiente y objetivo y, allí, es donde hay que trabajar duro, ¿comprendes?

            - Está muy claro, Nino... ¡vamos a ganar!

 

            Dos meses quedaban por delante para lograr lo imposible. En ese lapso, un grupo de cuarenta personas coordinadas por Enrique Segalés se abocaría sin descanso a la conquista de la silla presidencial. La tarea no se presentaba fácil, sin embargo, las jugosas recompensas que cada cual recogería al final del camino si la misión fuese coronada por el éxito, se mostraban en extremo apetitosas como para escatimar cualquier esfuerzo.

            Por vez primera, Gustavo se desprendería de su conocida tacañería y no regatearía un solo centavo del abultado presupuesto elaborado por los expertos brasileños y por el propio Enrique. Al margen de que los intereses en juego eran enormes, la sola idea de permanecer indefinidamente condenado al exilio significaba para Gustavo el peor suplicio imaginable.

            A lo largo del primer mes de vida en tierras brasileñas, la memoria de Gustavo no había cesado de evocar aquel pensamiento que corrió por su mente instantes antes de claudicar y renunciar al poder, cuando Gómez de Rodrigo le advirtiera por tercera y última vez sobre las consecuencias irremediables que sufriría de persistir en el enfrentamiento. Gustavo podía haber elegido la dignidad de una inmolación heroica, al estilo de aquel mariscal belicista que optara por la muerte antes de entregarse a sus enemigos brasileños en el ocaso de la guerra de la Triple Alianza. Si bien, el joven Bödeker quiso convencerse por aquel entonces que una batalla perdida no suponía fracasar en la contienda definitiva. Ahora estaba dispuesto a librar su propia guerra, Gómez de Rodrigo lo iba a pagar muy caro. Era el turno de un Bödeker que debía reasumir aquella dinastía, cuya estirpe fuera entroncada por su padre treinta y cinco años atrás.

 

 

 

 

 

CAPÍTULO II

 

            El primer fin de semana dedicado a la campaña proselitista, permanecería en los recuerdos de Lagraña como una de las más odiosas experiencias de su vida política. Hombre extrovertido y con un frondoso currículum en tareas de administración pública, había transitado por un buen número de cargos oficiales. Desde la titularidad de la fiscalía general del Estado, hasta ostentar la secretaría de varias carteras ministeriales. Sin embargo, nunca como entonces tuvo la ocasión de saborear la amargura que suponía ser víctima de una hostilidad semejante. En efecto, los partidarios de Gómez de Rodrigo se habían lanzado sin reparos ni miramientos a boicotear cualquier aparición en público del candidato competidor. Grupos de batucadas hacían sonar sus instrumentos con tal estridencia, que las palabras de Lagraña se perdían entre el bullicio y los toscos tabaleos de tambores y trompetas. Ello, cuando alguien no cortaba los cables de la megafonía o cuando no le lanzaban un buen número de proyectiles, tales como huevos, tomates y hortalizas diversas. Por supuesto, la policía, omnipresente en todos los actos, no movería un solo dedo para evitar aquellos desmanes, era la consigna.

            En los días sucesivos, Enrique se encargaría de organizar lo que llamó "fuerzas defensivas". Un conjunto de cien hombres bien fornidos y no menos agresivos, serían los responsables de mantener a cierta distancia los alborotadores partidarios de Gómez de Rodrigo. Armados con inocentes cachiporras y objetos similares, no dudaban en repartir cuantos trompazos fueran precisos para disuadir a los camorristas. Durante aquellas primeras jornadas, no pocos miembros de las "fuerzas defensivas" fueron llevados detenidos al Cuartel Central de la Policía, donde se les retenía un par de días durante los cuales se les hacía probar las bondades de las cachiporras reglamentarias de las fuerzas del orden.

            Paralelamente, se había iniciado con impresionante despliegue la campaña periodística, empleando la totalidad de los medios disponibles de la RIC. Nicolás Borini no escatimaría esfuerzo alguno para hacer honor a la palabra que empeñara días atrás, por la que se comprometió con el hijo de su gran amigo y socio a apoyar la causa de Luis María Lagraña. La Red Independiente de Comunicación, dedicaría amplísimos espacios a ensalzar la figura del hombre de Gustavo, al tiempo de desacreditar en la medida de lo posible la imagen del consuegro del finado ex presidente.

            Lenta pero inexorablemente, el colosal despliegue comenzó a reflejar sus primeros resultados. Los sondeos de las intenciones de voto se irían publicando semanalmente en base a un muestreo de mil quinientas almas residentes en la capital y otras tantas de diversos puntos del interior. Las oficinas de un pequeño complejo industrial propiedad de Enrique situado en el barrio "Las Palmeras", se convirtió a lo largo de la campaña en el centro neurálgico donde se procesaban los datos estadísticos y se elaboraban sofisticados gráficos que aparecían publicados profusamente en las páginas del diario PRIMICIAS. Un total de veinte computadoras de la última generación operadas por los mejores especialistas del país, trabajarían sin pausa a lo largo de los sesenta días disponibles que restaban para alcanzar la fecha crucial. Enrique y sus íntimos colaboradores, debieron recurrir en repetidas ocasiones al uso de estimulantes de uso prohibido con el fin de sobreponerse al agotamiento durante aquella carrera contra reloj.

            A mediados de julio, sonó por vez primera la alarma en las filas de los seguidores de Gómez de Rodrigo. A pesar de que el equipo de Zimmerman no descuidó en instante alguno la ejecución de un minucioso programa proselitista, ciertos indicadores comenzaron a delatar un peligroso poder de convocatoria por parte del oponente militante. Parecía que el tradicionalismo acaudillado por el general golpista perdía espacios electorales conforme pasaban los días. Los discursos de Lagraña, hábilmente redactados por los más brillantes sociólogos y politólogos del equipo brasileño, insistían hasta la saciedad en el apoyo al campesinado y en el estímulo a las fuentes de trabajo. Las clases marginadas comenzaban a abrir los oídos a los cantos de sirena que llegaban desde el movimiento lagrañista. Zimmerman descubriría demasiado tarde que la clavé de unas elecciones libres o escasamente manipulables, se encontraba en el interior del país y no en la reducida oligarquía capitalina.

           

            El domicilio de Enrique, que había sido testigo de numerosos encuentros entre los colaboradores directos de Gustavo a lo largo de su breve mandato presidencial, permanecería con sus puertas cerradas desde que sobreviniera el golpe que tuvo lugar cincuenta días atrás. Desde entonces, tan sólo dos empleadas y tres ovejeros alemanes custodiaban la espléndida mansión de aquel que todavía andaba escondiéndose del acoso de los esbirros gomistas.

            El sábado 18 de julio, la acogedora pieza que los íntimos de Enrique conocían como "sala de juegos", recibiría a dos personajes dentro del mayor de los secretos. Serían las nueve de las noche cuando arribara Luis María Lagraña, quien debía entrevistarse a puerta cerrada con el célebre agente de la CIA John Cunningham. Jamás se habían visto antes, no obstante, ambos conocían en profundidad la personalidad de su interlocutor.

            La chimenea no había dejado de humear desde las horas de la siesta, tal era la instrucción que recibiera la fiel ama de llaves cuando Enrique le anunciara a través de un emisario la presencia de los dos sujetos. El ambiente se mostraba cálido. Cunningham se dispuso una vez más a interpretar ese viejo papel de celoso custodio del orden institucional de un país sometido a la influencia yanqui y que debía acatar sumisamente las reglas impuestas por el gran líder del norte. Ese era su oficio, aunque siempre le repugnó.

            - Muy buenas noches, doctor. Mi nombre es John Cunningham y dependo del Departamento de Estado de los Estados Unidos de América.

            - Me habían comentado que usted es un funcionario de la CIA. -replicó Lagraña desenfadadamente.    

            - Digamos que la "Agencia" es un apéndice del Departamento de Estado. En realidad, viene a ser lo mismo.

            Ambos cruzaron sus miradas en aquellos primeros instantes del encuentro, intentando escudriñar algún punto débil del adversario antes de abordar cuestiones trascendentes. Lagraña conocía minuciosamente los detalles de lo acontecido con ciertos documentos originales comprometedores, que en un momento crítico fueron entregados a los yanquis a cambio de una promesa de ayuda para repeler la amenaza de Gómez de Rodrigo. Enrique le había puesto al corriente de todos los hechos, incluso del incumplimiento de un pacto de apoyo yanqui que jamás llegó y que supuso el prematuro final del mandato de Gustavo. Lagraña reanudó la conversación:

            - Realmente me sentí sorprendido cuando me comunicaron su interés por mantener una conversación conmigo.

            - ¿Sorprendido...?

            - No es ningún secreto que ustedes prestaron su apoyo a Gómez de Rodrigo y que ese apoyo resultó decisivo para situarle en el poder... al menos eventualmente.

            - Son cosas del pasado. La política es algo dinámico y cambiante, y nuestro lema es mirar siempre hacia el futuro. Tenga en cuenta, mi querido doctor, que el ex presidente Gustavo Bödeker recibió mayores oportunidades que su rival, pero prefirió cerrarse en una línea de gobierno que hacía insostenible seguir colaborando con su régimen.

            - ¿Por qué insostenible?, ¿en qué diferencia usted la política de Bödeker y la de Gómez de Rodrigo?

            - En cierta ocasión, nuestro embajador Dunham se entrevistó con el anterior presidente. La conversación fue dura y quedó muy claro que las intenciones de Bödeker no apuntaban precisamente hacia una apertura democrática, sino más bien a un endurecimiento del sistema todavía más acusado que el de su propio padre. Como no debe ignorar, mi gobierno a partir de cierto momento cambió radicalmente de política en cuanto a las relaciones con los países de Centro y Sudamérica. Créame que no es nada personal, sencillamente se trata de una línea ideológica asumida por mi gobierno y que yo debo secundar, es mi trabajo. En definitiva, no vamos a apoyar regímenes dictatoriales sean del signo que fueren.

            Cunningham hubiese preferido dosificar aquellos argumentos de forma algo más asimilable o menos brutal, pero en un momento dado optó por prescindir de explicaciones sibilinas y decidió terminar con el asunto en la mayor brevedad posible.       Lagraña tomó la palabra y con cierto sarcasmo señaló:

            - No es una novedad para mí esa postura tan noble de su país, en realidad les enaltece. Ahora bien, ¿de dónde han sacado ustedes que yo pretenda erigirme en dictador como parece querer insinuar con sus palabras?

            - Doctor Lagraña, estamos solos y podemos hablar con toda sinceridad. Conocemos sus recursos económicos y también aquellos de quienes colaboran en su campaña. Es más, tenemos datos muy precisos de ciertas remesas que salieron de un banco de Miami con destino a Asunción. Como usted ya sabe, nuestro gobierno está autorizado a controlar todas las cuentas de extranjeros que superen saldos de cien mil dólares, con fines de investigar circuitos de narcotráfico y lavado de dinero. Sabemos que este no es el caso, pero tampoco ignoramos que los veinticinco millones de dólares están financiando esta colosal campaña para situarle a usted en el Palacio de López, ¿me equivoco?

            - Si le dijera que no es así, tampoco me creería. Pero dígame, ¿a dónde quiere llegar?

            - Nos preocupa seriamente el posible retorno de Gustavo Bödeker en el supuesto de que usted se alce con el triunfo en las elecciones. Sería un desenlace lógico dadas las actuales circunstancias.

            - No es nada descabellado pensar así, yo no pondría objeción alguna si Bödeker optara por el retorno a su tierra natal. No obstante, él sabe bien a lo que se expone si la justicia le pide algún día rendir cuentas. Es un problema suyo.

            - El no tendría problema alguno si se le concediera un indulto presidencial, ¿acaso no sería esta la intención final?

            - No estoy obligado a develar mis intenciones.

            - Doctor Lagraña, si Bödeker regresara con la intención de mover los hilos desde la sombra, no sería bien visto por mi gobierno. Lagraña sintió en aquellos momentos una rabia incontenible por la arrogancia del representante yanqui. No solía perder los estribos, pero en esa ocasión Cunningham había conseguido sacarle de sus casillas.

            - Mire, señor Cunningham, considero que su crónico complejo por considerarse los guardianes del mundo y su continua injerencia en asuntos exclusivos de otras soberanías, va mucho más allá de lo aceptable. Ustedes tienen mucho que arreglar en su propia casa antes de preocuparse por cuestiones ajenas que poco o nada les incumbe. ¿Acaso aceptarían que nuestro embajador en su país mantuviera conversaciones con los candidatos presidenciales para imponer condiciones?

            Tras las palabras de Lagraña, Cunningham reaccionó con una amplia sonrisa que terminó en una sonora carcajada. Luego de un breve silencio dijo:

            - Mi querido doctor, independientemente de los motivos que nos mueve a ingerirnos como usted dice en asuntos de otras soberanías, no debe olvidar que de nosotros depende más del ochenta por ciento de la ayuda externa que debe recibir su país, ya sea en forma directa como a través de organismos internacionales en donde los Estados Unidos tiene un decisiva influencia para que los créditos se otorguen o denieguen. Si el Paraguay no recibiera esta ayuda estaría condenado al subdesarrollo y a la miseria. Por otro lado, pienso que mi país podría seguir sobreviviendo sin la intervención o las sugerencias del embajador paraguayo en Washington. - concluyo jocosamente.

            - En definitiva, señor Cunningham, ¿qué pretenden ustedes?

            - Sencillamente, que renuncien a esta aventura electoral. Lagraña sabía perfectamente que tarde o temprano llegaría la sentencia lapidaria de su interlocutor. Sin embargo, antes de dejar sentada su postura deseó sondear sutilmente al yanqui sobre una cuestión muy especial:

            - ¿Conocen ustedes quién es verdaderamente Gómez de Rodrigo y lo que él hizo a lo largo de su carrera?

            - Usted se sorprendería si conociese la documentación que duerme en nuestros archivos, por supuesto que disponemos de cualquier detalle imaginable de su agitada trayectoria, pero esto ya no nos interesa ahora. Todo es cuestión de pactos.

            - ¿Pactos?

            - Por supuesto... blanqueo garantizado, contra el compromiso de una transición tranquila haciendo buena letra y respetando reglas democráticas.

            - Entiendo...

            - A esto hay que añadir, doctor, que tales aspectos no hubiesen resultado viables con Bödeker, ya lo demostró en cierta ocasión... por ello preferimos un diablo amigo que un ángel hostil.

            Lagraña quiso ir más lejos y tocó un punto que consideraba sumamente sensible a los intereses estratégicos norteamericanos.

            - ¿Piensan ustedes que yo o ese ángel hostil les podríamos traicionar algún día con lo que se oculta en Cerro León?, ¿ese fue su motivo de retirar el apoyo a Bödeker?

            - Gustavo Bödeker nunca tuvo la intención de revelar al mundo lo que allí se oculta desde hace más de veinte años. Sabemos que en cierto momento jugó la carta de amenazarnos con hacer público la naturaleza de nuestro arsenal, con el propósito de

conseguir un reabastecimiento de armas que no queríamos entregar. Debe comprender, doctor, que nuestra meta era destronar a Bödeker porque se cerró tercamente a iniciar un proceso democrático que habíamos exigido. Sin embargo, resultó mucha más fácil negociar con Gómez de Rodrigo un estricto cumplimiento de las pautas a seguir a cambio de su redención. Estas pautas las cumplirá fielmente, no le quepa duda. Por lo que se refiere a Cerro León, le confesaré que es un asunto relativamente grave... no nos preocupa. Me explico: Gómez de Rodrigo, ganando estas elecciones, tiene por delante cuatro años de mandato, pero nosotros tan sólo le exigimos que nos dejara tranquilos en Cerro León durante tres años... en ese plazo, procederemos a desmantelar paulatinamente ese fabuloso arsenal, tal y como establece un anexo secreto del protocolo SALT2 suscrito entre los Estados Unidos de América y la Unión Soviética.

            - Todo está claro, -asintió Lagraña con cierto aire de asombro- pero, ¿a qué vienen estas explicaciones?

            - Solamente para que se olviden del asunto Cerro León como arma de presión o de posible posición negociadora ventajosa. La base secreta del Chaco está condenada a desaparecer, ya no nos interesa.

            Cunningham volvió a tomar su vaso que contenía un resto de Coca Cola, antes de formular la última pregunta de aquella noche:

            - Y bien, doctor Lagraña, ¿podría definirme su posición o debe antes realizar consultas?

            - No es preciso consultar con persona alguna, señor Cunningham. Estoy en condiciones de afirmarle que no voy a renunciar a mi candidatura... No pretendo que considere mis palabras como una declaración de guerra al poderoso amigo del norte, pero sí deben saber que pelearemos hasta el final y ganaremos por más que le pese al no Sam.

            - Buenas noches, doctor Lagraña

            - Hasta siempre, amigo Cunningham.

 

            Todavía el alba no había despuntado, cuando un lujoso Mercedes estacionó frente a la rampa que daba acceso a los vehículos de la residencia de Gómez de Rodrigo en el barrio "Las Carmelitas". El frío era intenso a causa de un repentino viento sur que invadió la ciudad asuncena en aquella madrugada del domingo 16 de julio. Nicolás Borini descendió de su coche frotándose las manos y exhalando un vaho invernal. No se le escapó al chofer el estado de nerviosismo de su patrón, en tales circunstancias era preferible abstenerse de dirigirle la palabra e intentar adivinar sutilmente sus deseos. Los efectivos militares que orbitaban la casa del presidente provisional de la República miraban de reojo al conocido magnate cuando éste se encaminaba hacia la puerta principal de la fastuosa mansión. Los semblantes de los soldaditos delataban su origen, todos ellos provenían de un interior olvidado del país. Sus escuálidos cuerpos mal nutridos, pieles sumamente morenas y cabezas rapadas al tradicional "recorte cadete", les hacía inconfundibles. Las puertas se abrieron de par en par, antes que don Nicolás alcanzara el umbral.

            - Tenga la bondad de seguirme, señor Borini. -se escuchó de un criado impecablemente uniformado.

            Resultó innecesaria aquella sugerencia porque Borini conocía perfectamente el camino que conducía a la salita íntima donde las paredes no escuchaban. En repetidas ocasiones y por cuestiones estrictamente comerciales, ambos personajes tuvieron la oportunidad de celebrar encuentros, sentados en aquellos sillones de corte isabelino. No obstante, Gómez de Rodrigo sabía perfectamente bien que el socio principal de don Nino siempre fue el finado Alfredo Bödeker, aunque de vez en cuando y esporádicamente, le habían salpicado algunos beneficios donados con ferviente complacencia bajo las instrucciones del consuegro; justamente aquel que presidiera la República por más de treinta y cuatro años, y el mismo que fue víctima de su traición.

            - Buenos días, Nino, ¿qué te parece si nos regalamos un mate bien caliente?, el tiempo invita, ¿no te parece? -fueron las palabras de bienvenida del anfitrión.

            - Es la mejor sugerencia... adelante.

            Siguió un breve coloquio sobre asuntos familiares, en donde los nietos se convertían casi siempre en el principal tema de tertulia. Era la forma habitual de romper el hielo antes de abordar temas serios.

            - Y bueno, esta es la primera vez que un presidente me convoca a las cinco y media de la mañana, ¿en qué te puedo servir, Andrés? -inquirió Borini.

            - Discúlpame ante todo por la hora un tanto intempestiva, pero la campaña proselitista no perdona y hoy están programados cuatro actos en el departamento del Guairá; Villarrica, Borja, Iturbe y Ñumí. Será una jornada agotadora. El motivo de haberte llamado ya lo puedes imaginar. Estoy verdaderamente preocupado por la postura que has asumido respecto al apoyo a Lagraña. ¿Por qué me haces esto Nino?

            Gómez de Rodrigo no acostumbraba ser tan directo en sus planteamientos, aquel era un símbolo inequívoco de su extrema inquietud por el problema. Borini replicó:

            - En tu alocución del 30 de mayo dejaste bien sentado que las oportunidades quedaban abiertas para todos, sin distinción de banderías ni personalidades. No entiendo entonces el motivo de tu preocupación.

            - Vamos... vamos, Nino, ya no somos niños y comprendes perfectamente lo que pretendo decirte.

            Súbitamente, el cuello de Gómez de Rodrigo comenzó a agitarse con intensidad, reapareciendo el "tic" nervioso que le sobrevenía en situaciones tensas. Borini se percató de ello y decidió pronunciarse con suma prudencia.

            - Que yo sepa, ningún medio de la RIC se ha cerrado a tu campaña, aceptamos y publicamos los materiales que nos van llegando. Si deseas ampliar espacios, tienes la Red a tu disposición.

            - Mira Nino, desde que se inició la campaña, todo tu equipo periodístico se ha lanzado a dignificar y ensalzar la figura de Lagraña y ya sabes que no me estoy refiriendo a la publicidad en sí misma, sino al enfoque de las noticias, a los textos de los columnistas, al contenido de los editoriales, a los comentarios televisivos y a un largo etcétera... ¿me he explicado bien ahora?

            - La verdad es que tengo muy pocas oportunidades de dedicarme a la RIC, no te miento si te afirmo que apenas leo mi diario, me falta tiempo material porque las otras ocupaciones me absorben por completo. Pero déjame revisar esto, voy a cerciorarme por mí mismo si existe o no algún trato de favor hacia algún candidato en particular. Ya sabes que cuando das libertades a la perrada te pueden hacer barbaridades.

            - Nino, te conozco desde hace muchos años y no me vas a hacer comulgar con ruedas de molino. Yo sé positivamente que no se te escapa un solo detalle de lo que ocurre día a día en tus empresas y, mucho menos, en un asunto tan importante como este.

            - Bueno, bueno... no te vayas a enojar conmigo, Andrés. Déjame un poco de tiempo y luego volveremos a charlar.

            - Te voy a ser muy sincero y claro, Nino. No quiero perder mi tiempo ni hacerte perder el tuyo. Eres un hombre de mundo y ya debes saber que los que mandan y toman grandes decisiones en estos países son los yanquis. Yo cuento con su apoyo incondicional y no van a permitir que ese títere movido por Gustavo alcance la presidencia...

            En aquel instante, Borini cometería un grave error al susurrar una frase en voz baja, pero que llegó claramente a los oídos de su interlocutor:

            - Parece ser que así lo han decidido los gringos...

            - ¡Vaya...! -exclamó Gómez de Rodrigo- es evidente que sigues el curso de los acontecimientos al día... pensé que te faltaba tiempo para ocuparte de estas cosas. Ya veo que estás al corriente del encuentro entre Cunningham y Lagraña que tuvo lugar ayer por la noche.

            No tardó en aflorar en el rostro de Borini un leve rubor que delataría la certeza de aquella afirmación. Gómez de Rodrigo prosiguió:

            - No te preocupes, Nino, me alegra que estés enterado de todo porque esto facilitará las cosas y ahorraré saliva. Te contaba que los yanquis harán lo que esté en sus manos para evitar el triunfo de Lagraña y te aseguro que cuentan con infinidad de astucias. Ellos desean garantías de un proceso democrático y a mí me consideran el elemento más adecuado para el período de la transición. Luego, y al término de mi mandato, estaré obligado a ceder el poder a un civil. Esos yanquis no son niños de pecho y saben bien que únicamente un líder militar como yo puede mantener el orden y preparar el camino para lo que ellos quieren. Este es el plan y así se hará. Por lo tanto, mi queridísimo Nino, te insisto a que no juegues al caballito perdedor porque poco o nada te conviene tener un enemigo en el Palacio de López.

            Borini no levantó la vista del suelo durante la acalorada exposición de Gómez de Rodrigo. Desde un inicio ya pensó que aquel encuentro no sería precisamente una ocasión más de afables tertulias entre viejos amigos, pero tampoco había imaginado que el asunto llegaría tan lejos. Poco le quedaba por replicar, tan sólo intentar evadirse lo más rápidamente posible de una situación demasiado embarazosa. Con voz entrecortada, concluyó:

            - Ya no sé cuál es mi caballito, ni dónde está...

            Gómez de Rodrigo y Nicolás Borini no volverían a celebrar reunión alguna durante la etapa de las campañas proselitistas que se desarrollaron a lo largo de los cuarenta días que sucedieron al encuentro en la residencia del barrio "Las Carmelitas". No obstante, durante ese tiempo abundaron cruces de notas entre ambos personajes que llegaban a través de emisarios. En un momento dado, y a la vista de la postura persistente de Borini, el general candidato por el Partido Colorado se le agotó la paciencia y decidió actuar al tradicional estilo de ciertos encumbrados. Concretamente, en los primeros días de agosto, Gómez de Rodrigo amenazó al empresario Borini con una persecución sin piedad a sus empresas e, incluso, a una confiscación de las mismas, amparándose en una disposición olvidada del vigente Código Electoral que en uno de sus artículos establecía los límites de difusión a favor de un solo movimiento. Borini no se molestó en contestar y, su réplica, consistió nada menos que en eliminar por motivos "técnicos" algunos espacios televisivos contratados por el sector oficialista. Aquel gesto de arrogancia y desprecio significaba para el intrépido italiano la garantía de una ruina total si por ventura triunfaba la causa gomista. En los últimos días de la campaña, los colaboradores más directos del magnate tuvieron la ocasión de observarle repetidamente con los dedos índices y anular de su mano izquierda cruzados durante varios minutos consecutivos. Aquel ademán supersticioso era la evidencia de una llamada a la suerte, de una súplica a la buena fortuna que siempre le acompañó a lo largo de su existencia. Borini tenía escasas dudas de haber optado por el camino correcto, aunque debió reconocer que jamás como entonces se había jugado tanto a una sola carta.

 

            Un leve alboroto que provenía de la planta bajá fue suficiente para que doña Nelli desistiera de una pequeña siesta que iniciara media hora antes de la llegada de su hija Mirta. En aquel jueves 24 de agosto, la residencia se encontraba virtualmente vacía, tan sólo cuatro empleadas y un sirviente acompañaron a la señora desde tempranas horas de la mañana. El dueño de la casa, Andrés Gómez de Rodrigo, se hallaba ausente desde las cinco. El líder oficialista dedicaría ese día a poner el broche de oro a una ardua campaña que casi le había costado ocho kilos de peso y un sin fin de horas de vigilia. La plaza de la Independencia sería colmada a rebosar por sus incondicionales seguidores a la hora señalada, las ocho de la noche. Zimmerman no había reparado en emplear todas sus artes en la compleja organización de ese evento que significaba la última oportunidad de llegar al corazón del pueblo y arengar a los indecisos en un intento postrero de captar esos votos decisivos que debían inclinar el fiel de la balanza a la opción de Gómez de Rodrigo. Los cuatro discursos exquisitamente elaborados por hábiles politólogos y redactores profesionales, estarían a cargo de Niquelme, Inclán, el inefable Petete y cerraría la gran convocatoria el propio candidato a presidente, en un clima que debía alcanzar, supuestamente, una apoteosis cercana al paroxismo.

            Un día atrás, el miércoles 23, había tenido lugar un acto similar en la plaza de los héroes. Los protagonistas en aquella ocasión fueron los íntimos colaboradores de Luis María Lagraña que le acompañaron desde un inicio en la conquista de la silla presidencial. Diógenes Martini, Carlos Somero Ferreira y Juan Bautista Peribáñez, tuvieron la ocasión de demostrar su capacidad dialéctica en una concentración que logró reunir a cerca de doscientas mil almas. Para ello, fueron movilizados unos trescientos ómnibus provenientes del interior, cien camiones y una cantidad nada despreciable de vehículos particulares, cuyos propietarios recibieron generosos viáticos para cubrir costos de combustible y otros gastos. La gran mayoría de los asistentes denotaban manifiestamente su origen campesino. Hombres y mujeres de los campos, acompañados por abuelos y criaturas llegaron desde lejanos confines ataviados con los más variopintos atuendos. No obstante, si había algo que los identificaba de forma inequívoca y también paradójica, eran esos legendarios pañuelos rojos que siempre simbolizaron al Partido Colorado y que contornaban los cuellos de los seguidores de Luis María Lagraña. Algo insólito, porque el viejo zorro político tan venerado por aquellas masas, no había evocado en momento alguno su afiliación colorada a lo largo de los innumerables mensajes lanzados al electorado durante su campaña proselitista, pero nadie ignoraba que tras la figura de Lagraña, enmascarada en un improvisado movimiento independiente, se ocultaba la más genuina lealtad al ideario de Bernardino Caballero.

            Los seguidores de Gómez de Rodrigo debieron reconocer tácitamente que nunca como entonces se había conseguido reunir a una masa humana semejante en los anales de la historia paraguaya, y, lo más grave, sería constatar aquel fervor inusitado hacia alguien que representaba por vez primera la esperanza de un cambio y el posible final de una larguísima etapa de preponderancia militar que había perpetuado la pobreza de las clases desheredadas, mientras todo el pueblo era testigo del vergonzoso enriquecimiento de unos pocos afortunados congraciados con el poder.

           

            Doña Nelli descendió pesadamente las escaleras para salir al encuentro de su hija. Ambas se habían citado a las tres de la tarde, pero Mirta se anticipó al horario.

            - ¡Ay mi hija...!, con el escándalo que armás serías capaz de despertar a un batallón... ¿por qué tan temprano, che?

            - Tengo un millón de cosas que hacer esta tarde, mamá. El domingo está encima y no sé que ponerme.

            - Pero si en tus roperos no cabe ni un alfiler. Seguro que tenés más ropa que Lady Di.

            - Sí, ya sé, pera quiero algo especial, algo que impacte. El día de las elecciones tendremos encima a todas las cámaras de televisión.

            - ¿Y vos pensás que vas a ser la estrella y que te van a dedicar primeros planos?

            - Pues claro, mamá, soy la hija del presidente.

            - Todavía no está dicha la última palabra.

            - No digas tonterías, mamá, pase lo que pase todo está arreglado para que papá gane... ya lo sabes bien.

 

 

 

 

 

CAPÍTULO III

 

            En la víspera de las elecciones, sábado 26 de agosto, se habían apagado casi por completo los persistentes ecos publicitarios que estuvieron machacando a la ciudadanía hasta la saciedad en el transcurso de dos largos meses. Durante ese tiempo, el tema de las elecciones llegó a eclipsar cualquier otra noticia relevante. Ese día, que en principio debía dedicarse a la reflexión sin mediar actos proselitistas, se vió enturbiado por un acontecimiento que desconcertó a la opinión pública. Dos impactos de alto poder explosivo habían alcanzado el ala oeste de la residencia de Luis María Lagraña, ubicado sobre la calle Juan de Salazar. El hecho se produjo a las cuatro de la madrugada en una acción fulminante al más puro estilo de un comando de asalto especializado. Más tarde, se sabría que los proyectiles utilizados para perpetrar tal golpe, fueron lanzados por el temible LAW-72, un arma contracarro de alta potencia y gran capacidad de penetración en gruesos blindajes o muros de hormigón.

            El general Mancete, quien por aquel entonces tenía bajo su mando la comandancia del Primer Cuerpo de Ejército, se comunicó con Gómez de Rodrigo a las nueve de la mañana.

            - ¿Recuerdas, Andrés, cuántos contracarros se compraron en Bolivia cuatro meses atrás a nuestro amigo "El Traumas"...? - cuestionó Mancete con voz algo alterada.

            - Bueno... si la memoria no me falla creo que fueron cuarenta, pero nunca se utilizaron. ¿A qué viene esta pregunta?

            - Exactamente, fueron cuarenta y estaban celosamente custodiados en el polvorín número tres de la Caballería... sólo que ahora falta uno, hay treinta y nueve.

            - ¿Quieres decir que robaron un LAW-72 en tus propias narices?

            - La guardia se encuentra arrestada y está siendo sometida a una durísima indagatoria, pero todavía no tenemos claro lo que ocurrió... parece cosa de fantasmas.

            - ¡Pero, qué fantasmas ni qué carajos...! los contracarros no tienen pies ni alas para desaparecer así... eso le va a costar muy caro a alguien.

            Un prolongado silencio siguió al brote de ira de Gómez de Rodrigo. Mancete sabía bien que en tales situaciones resultaba nefasto intentar justificarse con excusas banales, por lo que era aconsejable cerrar la boca a la espera de que su jefe terminara por desahogarse. El presidente provisional prosiguió:

            - ¿Y los proyectiles...?, ¿también desaparecieron proyectiles? - Se está revisando el inventario en este momento. Tiene que haber mil unidades, pronto lo sabremos.

            - Ven a mi casa enseguida... empiezo a sospechar que los terroristas que atentaron contra la residencia de Lagraña utilizaron ese maldito contracarro... te espero.

            Gómez de Rodrigo cortó abruptamente la comunicación sin esperar respuesta de Mancete. Inmediatamente se comunicó con la embajada norteamericana a través de una línea directa.

            - American Embassy, Embajada Americana, dígame... - estas fueron las palabras que escuchó Gómez de Rodrigo de una voz femenina.

            - Disculpe señorita, ¿no es esta la línea directa de John Cunningham?

            - Así es en efecto, señor, yo soy su secretaria, ¿quién desea hablar con él?

            - El general Gómez de Rodrigo.

            - Lo lamento, señor presidente, pero el señor Cunningham está ausente.

            - ¿Dónde podría ubicarle?

            - Lo ignoro, pero él se comunicará con usted cuando consiga localizarlo.

            - Gracias...

            El general ya se había familiarizado con el estilo que solían emplear los agentes de la CIA cuando procuraban eludir contactos inoportunos. Gómez de Rodrigo estaba convencido que Cunningham se encontraba en los recintos de la embajada, pero, por razones que todavía ignoraba, el yanqui no deseaba entrar en contacto con él.

 

            Para acceder a una minúscula vivienda de San Lorenzo situada a cinco cuadras de la ruta principal, era preciso sortear un buen número de baches profundos si alguien pretendía llegar en coche. Aquel camino de polvo había sido duramente castigado por las recientes lluvias y Enrique Segalés solía recorrerlo en una pequeña motocicleta que apenas despertaba la atención del vecindario. Si todo salía de acuerdo a los planes previstos, la humilde casita sería el escondite postrero del máximo colaborador de Gustavo Bödeker  y Luis María Lagraña. Tan sólo faltaban escasas horas para que la situación de Enrique quedara definitivamente despejada; las dos únicas opciones se mostraban bien claras: una gloriosa redención o un exilio por Dios sabe cuánto tiempo.

            Los contactos entre el "Puesto de Comando" de la candidatura de Lagraña y el refugio de Enrique, se efectuaban mediante comunicaciones por radio utilizando frecuencias de onda corta que variaban todos los días. La noticia del atentado perpetrado en el domicilio de Lagraña había llegado a los oídos del inquilino de la casita de San Lorenzo a través de radio AOPO'I, única emisora que transmitía por aquel entonces las veinticuatro horas al día. También por esta misma emisora, Enrique conocería los pormenores de la acción terrorista... su corazón volvió a palpitar a un ritmo casi normal a partir del momento que la voz de Humberto Manchín confirmara definitivamente la ausencia de víctimas fatales. En el ala oeste se encontraba el área de servicio y, oficialmente, tan sólo una empleada sufrió contusiones considerables, amén de una fractura en la pierna izquierda provocada por el desmoronamiento de una viga. La familia Lagraña conseguiría mantener en secreto que en alguna hora de la madrugada se había deslizado furtivamente uno de los novios de la joven sirvienta hasta su habitación y, a este ardiente muchacho precisamente, le tocaría la peor parte de las terribles explosiones. El novio de turno fue atendido en una clínica privada y en momento alguno saldría a la luz pública un posible escandalete que podría resultar molesto e inoportuno.

            La voz de Enrique llegó nítidamente a los oídos del receptor de turno que esperaba señales desde el Puesto de Comando del barrio "Las Palmeras".

            - Quiero hablar con "Líder", habla "Señuelo".

            - "Líder" está ausente. -replicó el operador.

            - Rastréenlo y que se comunique de inmediato conmigo. - exigió Enrique.

            - Recibido, "Señuelo", procederemos a ubicarle, en breve recibirá noticias, corto y fuera.

            Así solían producirse los contactos entre los diferentes puntos estratégicos de la organización Lagraña. Casi siempre eran breves y concisos con el fin de evitar que sistemas de radiogoniometría dispusieran de tiempo suficiente para localizar los orígenes de las emisiones. Una hora después, la radio de Enrique recibía la voz inconfundible de Luis María Lagraña.

            - "Líder" a "Señuelo", repito, "Líder" a "Señuelo"... ¿me recibes?

            - Perfectamente "Líder"... ¿cómo está la situación? -inquirió Enrique.

            - Totalmente confusa, ignoramos los autores.

            - ¿Queda descartado el rival?

            - Pienso que sí.

             - ¿Y los yanquis?

            - Podría ser...

            - Me ocuparé de averiguarlo.

            - No se ganaría nada con ello, mejor sería esperar las elecciones e indagar después.

            - Te equivocas... si fueron los yanquis es probable que tengan otra carta en la manga para liquidarte.

            - Pienso que sobrestimas a esos torpes.

            - Tengo mis razones para sobrestimarlos, cuando se lo proponen son terribles.

 

            Diez minutos antes de ese cruce de palabras entre Segalés y Lagraña, se había producido un hecho que llenaría las páginas de todos los diarios y ocuparía amplios espacios en los otros medios de comunicación. A unos cien metros del puesto de la policía caminera de San Lorenzo, se hallaba uno de los veintitrés controles de accesos viales distribuidos en puntos estratégicos, cubriendo las salidas y entradas de toda la periferia asuncena. Un buen número de jinetes de caballería se había unido a efectivos policiales con el fin de descubrir algún indicio de los autores materiales que perpetraron el golpe terrorista contra la vivienda del líder opositor. Un Santana Quantum con los vidrios polarizados y la carrocería seriamente dañada formaba parte de la larga caravana vehicular que aguardaba turno para el control de rigor. Tres equipos de cuatro hombres trabajaban en el operativo de forma tal que en todo momento igual número de rodados eran inspeccionados simultáneamente. El trabajo de los equipos se distribuía siguiendo los cánones tradicionales en ese tipo de situaciones de emergencia; uno de los hombres se situaba enfrente del vehículo con las piernas ligeramente abiertas y su ametralladora engatillada. Otro procedía a revisar las documentaciones de los ocupantes, mientras que la pareja restante se abocaba a registrar las valijeras o cualquier escondite que pudiese utilizarse para ocultar objetos. Inesperadamente, y cuando el Quantum se encontraba a escasos metros del puesto de control, se escuchó una brusca acelerada que dejaría impresas en el pavimento asfáltico las huellas de los neumáticos traseros. El coche maniobró frenéticamente intentando girar los ciento ochenta grados que le permitiría retornar hacia el centro capitalino. En el carril opuesto, la circulación no era excesivamente densa y el Quantum atravesó el seto central llevándose por delante un arbusto y destrozando el cárter de aceite tras el impacto con un adoquín de granito. Un sin fin de disparos de ametralladoras y armas automáticas se escucharon a los pocos instantes del intento de fuga. Veinticinco impactos alcanzaron al vehículo y dos de ellos lograron perforar el neumático derecho trasero, sin embargo, y a pesar de la abundante artillería recibida, el misterioso conductor consiguió alejarse lo suficiente para quedar fuera del alcance de la lluvia de proyectiles.

            Una hora más tarde, el Santana o lo que quedaba de él, fue hallado en un discreto camino de tierra transitado únicamente por algunos fogosos conductores, quienes accedían clandestinamente a un lujoso reservado para dar rienda suelta a su picardías sexuales. Aparte de los hierros retorcidos y de unas cenizas humeantes que cubrían gran parte de la tapicería, apareció un artilugio poco común y sumamente llamativo que no logró escapar de las cámaras de la prensa... se trataba de un LAW-72 sensiblemente chamuscado, pero perfectamente identificable. El arma que intentó ultimar a Lagraña se encontraba allí, no obstante, jamás aparecerían los mercenarios a sueldo que alguien contrató.

            Gómez de Rodrigo logró por fin comunicarse con John Cunningham cuando su reloj marcaba la una de la tarde.

            - Últimamente no resulta fácil hablar con usted. -así inició el diálogo el presidente provisional cuando al otro lado del hilo telefónico se encontraba el agente de la CIA.

            - Aunque le parezca mentira, no me dejan descansar un minuto, señor presidente, le ruego acepte mis disculpas.

            - Señor Cunningham, estamos en línea directa y no somos escuchado por oídos extraños, de manera que podemos hablar con toda tranquilidad... Una vez más me veo obligado a recurrir a usted para que me informe. Como de costumbre, supongo que su servicio de Inteligencia no habrá perdido el tiempo y estará bien al corriente de lo acontecido.

            - ¿Me está preguntando, señor presidente, si estamos al corriente del atentado de la madrugada pasada?

            - ¿Y de qué otra cuestión podría tratarse?

            - Debo confesarle que su Excelencia se me anticipó... justamente yo deseaba que me informara si tienen ustedes alguna noticia de los responsables del hecho.

            - Le aseguro que a veces me desconcierta, señor Cunningham. ¿Está al corriente del tipo de arma que se utilizó para atentar contra el domicilio de Lagraña?

            - Sí, claro, ya es de dominio público. Fue un contracarro LAW-72. En Caballería deberían ser más cuidadosos en custodiar los arsenales.

            Gómez de Rodrigo no desaprovecharía aquella oportunidad que Cunningham le sirvió en bandeja con su involuntario desliz. Rápidamente cuestionó:

            - ¿Puede decirme, señor Cunningham, sin rodeos ni evasivas cómo sabe usted que ese LAW-72 se encontraba en los arsenales de Caballería?

            Siguió un corto silencio. A Gómez de Rodrigo no le fue difícil adivinar que el agente de la CIA buscaba angustiosamente una respuesta mínimamente aceptable que le permitiera salir de aquella embarazosa situación. Sin embargo, el pequeño lapso de tiempo que transcurrió antes de escuchar las palabras del norteamericano, fue suficiente para delatar la existencia de algún indicio de complicidad o, tal vez, del conocimiento de informaciones que los yanquis pretendían ocultar. Con tono algo indeciso, Cunningham se pronunció al fin:

            - Este tipo de armamento no suele venderse en los comercios de la calle Palma y dudo mucho que alguien haya escapado a los rígidos controles fronterizos que se implantaron desde que su Excelencia asumió la presidencia provisional. Entonces, es lógico que el artefacto haya salido de aquella célebre provisión que les hizo "El Traumas" meses atrás... al menos es lo único que se me ocurre. De cualquier forma, Lagraña tuvo mejor suerte que el amigo Somoza, quien no logró escapar del bombazo de un arma similar por aquel 1980...

            - Poco me interesan ahora sus lecciones de historia señor Cunningham, pero sí le voy a decir una cosa... A veces las estupideces causan efectos muy negativos. En este momento, lo peor que me puede pasar es que mi contrincante se convierta en una especie de mártir venerado. ¡Dejen ya de hacer cagadas, por favor!.

            Cunningham no pudo contestar, el súbito corte telefónico de Gómez de Rodrigo se anticipó a la réplica del agente de la CIA.

 

            Al peruano Gabriel Zurrialde, alias "El Zurro" y a los hermanos argentinos Agustín y Teodoro Dávalos, les había resultado relativamente sencillo superar los trámites migratorios de la frontera de Clorinda muy a pesar de los estrictos controles que se aplicaban en todos los puntos colindantes con países vecinos, amén del aeropuerto internacional de Asunción. En la madrugada del domingo 27, cuando casi habían transcurrido veinticuatro horas del audaz atentado, el comando terrorista ponía pies en polvareda sin tan siquiera esperar un tiempo prudencial a que el sonado asunto se enfriara. La documentación que acreditaba sus personalidades, así como sus respectivos pasaportes magistralmente falsificados, apenas levantarían sospechas de los policías y funcionarios paraguayos y argentinos que soportaban el turno dominical de una noche fría y desapacible. En catorce horas más, los tres personajes arribarían a Buenos Aires a bordo de un viejo Mercedes que dos meses atrás había penetrado en territorio paraguayo por Puerto Presidente Bödeker, proveniente del Brasil. "El Zurro", Agustín y Teodoro, no estaban plenamente satisfechos de su trabajo. A las cinco de la tarde del domingo comenzaron a destapar las primeras latas de cervezas en la capital bonaerense; no precisamente para celebrar su éxito, sino más bien para ahogar su fracaso en la nebulosa del alcohol... Por el sólo hecho de no haber logrado el objetivo final de su misión, ninguno de los tres recibiría la sobreprima de ciento cincuenta mil dólares que alguien les prometiera un mes atrás, cuando un sujeto enigmático se acercara a ellos para encomendarles un "trabajo" de alto riesgo. De cualquier forma, el anticipo de cien mil por cabeza, les permitiría disponer del tiempo suficiente para esperar la escucha de otras ofertas.

            Sin embargo, hubo un detalle que jamás conocerían "El Zurro" y los hermanos argentinos. Aquel personaje enjuto que un buen día les encomendara la misión del atentado, cursó a los terroristas profesionales una información falsa sobre el punto de impacto teórico donde debían ser situados los proyectiles contracarro. En efecto, el plano de la residencia facilitado al comando respondía a la realidad de la construcción, pero la cruz que señalaba el sector concreto de la vivienda a ser destruido, no correspondía precisamente a la alcoba de Luis María Lagraña, sino a un ala deshabitada colindante con el área de servicio. La única vida que se pondría tal vez en peligro sería la de una sirvienta y, eso, poca importancia tenía. El objetivo primordial, elevar a Luis María Lagraña a un sitial de héroe superviviente de conspiraciones maléficas, había sido logrado.

           

            - Pero mamá, por el amor de Dios, ¿vos pensás que una futura primera dama puede ir vestida así?

            - ¿Y qué tiene mi vestido?

            - Parecés un arbolito de Navidad, sólo te falta el enchufe para que se prendan los foquitos.

            - Ay, mi hija, dejate de macanas. El modisto estuvo trabajando un mes entero para terminarlo y ya sabés que Rafael es de lo mejorcita de Asunción.

            - A ese tal Rafael no lo puedo ni ver en pintura, además es de la vereda de enfrente, todo el mundo lo sabe.

            - Y bueno, ¿y eso qué tiene...?, esos pendejos siempre demostraron una sensibilidad especial en la moda femenina.

            - Está bien, mamá, ya sos mayorcita para decidir... pero te vuelvo a recordar que hoy no vamos a un carnaval.

            La conversación quedó momentáneamente interrumpida por la presencia del criado, quien dirigiéndose a Mirta anunció:

            - Señora, la llaman por teléfono.

            - ¿Quién es? -cuestionó la hija de Gómez de Rodrigo pesar de que ya imaginaba la respuesta de Claudio.

            - Su señor esposo, el señor Basa.

            - Gracias Claudio, acércame el inalámbrico.

            - Cómo no, señora.

            Tras un breve cruce de palabras con su marido, Mirta se dirigió de nuevo a su madre:

            - Todo listo, mamá, en cinco minutos vendrá Gustavo a buscarnos.

            - Y bueno, mi hija, -se escuchó de doña Nelli en un tono jocoso- ¿ya sabés por quién votar?       

            - Pues claro, mamá... por el churrazo de Lagraña. -concluyó Mirta.

 

            La delegación de observadores independientes de la OEA estaba compuesta de treinta miembros. Durante los días que precedieron a los comicios, expertos del grupo fiscalizador internacional habían intentado vanamente acceder a los listados definitivos de los padrones electorales, en los que ya deberían encontrarse debidamente corregidas las irregularidades denunciadas a lo largo de los últimos meses por interventores lagrañistas. Las componendas de la Junta Electoral Central, cuyá sede se encontraba lindante con la embajada norteamericana, pertenecían en su totalidad al movimiento gomista. Nunca se sabría a ciencia cierta los ardides que utilizaron los responsables de operar las computadoras en cuyos archivos debían constar los datos de 1.400.000 electores teóricamente habilitados para emitir sus respectivos sufragios, pero lo cierto fue que la llamada "basura disketera" no brillaría por su ausencia. Más tarde, se denunciaría, algunos hechos que despertaron sospechas y suspicacias, como sería el viejo truco de mutar algunas letras del nombre correcto del votante, con lo cual, los sujetos afectados no pudieron expresar su voluntad en las urnas en el momento decisivo.

            Pero la fecha tan ansiada había llegado al fin. Aquel domingo que poco se asemejaba a uno de esos días invernales, amaneció con un sol radiante en casi todos los rincones del país. Por vez primera en más de tres décadas, existía la vivificante incertidumbre de unos resultados finales que se debatían entre dos rivales con posibilidades de éxito, la duda flotaba en el ambiente. En efecto, el liberal Domingo Sapino, quien también participaba simbólicamente en las elecciones, no tuvo posibilidad alguna de organizar su campaña convenientemente por falta de recursos económicos y tiempo suficiente para captarlos. Su prolongado exilio y falta de contactos con sus correligionarios durante los últimos años, serían las causas decisivas para renunciar de antemano a una oportunidad realmente inesperada. El sabía bien que en aquella hora de la historia, estaba condenado a aguardar pacientemente su turno desde la oposición durante todo un período presidencial. En una similar situación se encontraba el febrerista Euclides Quevedo, quien a pesar de no haber sufrido la amargura del exilio, tan sólo le cabía pactar alguna alianza en vistas de conseguir uno o varios escaños en el Parlamento para que su color partidario ostentara cierta representatividad.

            Teóricamente, las mesas electorales debían cerrarse indefectiblemente a las cinco de la tarde, no obstante, en varios puntos del interior que abarcaban áreas de notables extensión y cuyos únicos medios de acceso eran el caballo o las propias piernas, aceptarían la recepción de votos hasta el anochecer.

            Enrique Segalés, siempre desde la sombra, fue el responsable directo de una complejísima organización de veedores partidarios de Lagraña que cubrían la totalidad de las ocho mil quinientas mesas dispersas en el vasto territorio nacional. Jamás como entonces un movimiento político había desplegado tales medios con el fin de fiscalizar la transparencia de unas elecciones generales y procurar evitar por las buenas o las malas cualquier conato de fraude por parte del oficialismo.

            En el curso de la jornada, se contaron innumerables casos de enfrentamientos entre los grupos antagonistas que, en ocasiones, llegaron a insultos y empujones y, en otras, al puesto de socorro más cercano para suturar cortes producidos por armas blancas, reducir fracturas de huesos y atender todo tipo de contusiones.

            Los Estados Unidos habían aportado una suma de cuarenta y cinco mil dólares a través de su embajada que se destinaría al conteo paralelo de los sufragios. La empresa DATA PRINTER sería la responsable de ir anticipando con la máxima celeridad la evolución del escrutinio. A partir de las tres de la madrugada del lunes 28, comenzaron a difundirse los primeros resultados parciales significativos. De un total de 280.000 votos escrutados, unos 150.000 correspondían a la lista 3 del independiente Lagraña. Aproximadamente 30.000 serían otorgados al liberal Domingo Sapino, titular de la lista 2 y, por último, fueron contabilizados 100.000 de la lista 1 perteneciente al Partido Colorado, cuyo líder, Gómez de Rodrigo, se situaba peligrosamente en un segundo lugar.

            A pesar de que los resultados provisionales facilitados por DATA PRINTER a las cuatro de la tarde del lunes 28 carecían de homologación oficial, podía considerarse que la suerte estaba definitivamente echada, al poder contar con la distribución de algo más de un millón de sufragios que daban una clara victoria al controvertido líder independiente.

            Tres días después, la Junta Electoral Central publicaba el conteo de unas ocho mil quinientas actas confeccionadas por los responsables de igual número de mesas electorales. En nivel de abstencionismo se había situado en unas cotas previsibles: 120.000 ausentes. Los votos nulos o en blanco ascendieron a 43.000. De los considerados como válidos, Sapino lograría 123.000, Gómez de Rodrigo 458.000 y, completando la diferencia, Lagraña se alzaría con 656.000 votos. Las escasísimas papeletas que sufragaron a Euclides Quevedo, no permitirían a este movimiento conquistar un solo escaño en el Parlamento.

            El independiente de la lista 3, había obtenido nada menos que el 53% de los cómputos definitivos, lo que representaba una mayoría absoluta incluso en las bancas del Palacio Legislativo.

            Contra todos los pronósticos del oficialismo, Lagraña fue el vencedor indiscutible.

 

 

 

CAPÍTULO IV

 

            Treinta días atrás de la fecha que marcó la derrota de Gómez de Rodrigo en las urnas, aquel coronel llamado Lino Salcedo, quien fuera uno de los principales colaboradores y ferviente seguidor del general rebelde durante los cuatro interminables meses de clandestinidad que precedieron al golpe del 25 de mayo, tuvo la ocasión de saborear las mieles de un ascenso que le había situado al mando de la Primera División de Caballería con el grado de general de brigada.

            A lo largo de los últimos años de su carrera castrense, la imagen de Lino Salcedo gozaba frente a sus subordinados de una cierta fama de militar intelectual. Las circunstancias de la vida le habían permitido conocer un buen número de países desarrollados y contaba, a la vez, con no pocas amistades fuera de las fronteras de este pequeño país llamado Paraguay, que algunos nostálgicos impregnados de acervo nacionalista llaman el corazón de Sudamérica.

            En el corto espacio de un mes, Lino Salcedo se había convertido en el virtual amo y señor del principal complejo castrense de la nación. Humberto Mancete, quien fuera considerado como la mano derecha de Gómez de Rodrigo en la gesta de mayo que logró derrocar a Gustavo, había sido ascendido al rango de general de división en fechas recientes y comandaba el Primer Cuerpo de Ejército. En consecuencia, se situaba por encima de Lino Salcedo en el escalafón jerárquico. Sin embargo, Mancete dedicaba escaso tiempo a sus quehaceres militares y no desperdiciaba ocasión alguna para utilizar su notable influencia en cuestiones de negocios.        

            El flamante nuevo jefe de la Primera División de Caballería, no tardó en asimilar una lección que nadie le había impartido, pero que aprendió por sí mismo tras una sutil observación. En efecto, a lo largo de más de dos décadas, Gómez de Rodrigo jamás dejó de convivir y mantener contactos sumamente estrechos con sus subordinados. Estas relaciones las extendió a todos los niveles, desde los cuadros superiores hasta la última tropa, pasando por mandos intermedios. Los recintos de Caballería fueron algo así como el segundo hogar de Gómez de Rodrigo. Cuando llegó su turno, Lino Salcedo se propuso seguir el ejemplo del general rebelde y plantó sus reales en la unidad castrense abrazando a su nueva familia. Allí, la Primera División de Caballería descubriría a su recién estrenado tutor, quien asumiría ese legendario paternalismo con renovada juventud.

            Estos aspectos tuvieron una decisiva importancia en lo que próximamente acontecería en ese corazón de Sudamérica. En el breve lapso de un mes, Lino Salcedo imprimiría tal espíritu a los soldados a su cargo que éstos estarían dispuestos a ofrecer lo que tradicionalmente se consideraba más preciado, nada menos que la propia vida si, llegado el caso, tal fuera la consigna de su nuevo caudillo. El impacto de las arengas que cotidianamente pronunciaba a tempranas horas de la mañana, producirían su efecto en esas mentes tiernas de adolescentes casi secuestrados del interior del país para cumplir con el bendito servicio militar obligatorio. Todos ellos, sin excepción, estarían dispuestos a seguir a su nuevo líder hasta donde su último aliento lo permitiera. Lino Salcedo había logrado encarnar en un brevísimo espacio de tiempo la figura legendaria de alguien que transitó por esos recintos durante más de veinte años.

            En el transcurso de los tres meses que habían seguido a los cruentos ataques protagonizados por los helicópteros de asalto "Mil Mi-24" en una acción fulminante que llegó a pulverizar la práctica totalidad de los arsenales, se había procedido a una reconstrucción acelerada de los depósitos de municiones y otras instalaciones dañadas. Un verdadero hormiguero de soldaditos trabajarían en tres turnos sucesivos hasta lograr un restablecimiento total de los edificios destruidos.

            El miércoles 30 de agosto, se consumaría una cita dentro de la mayor de las reservas entre el general Lino Salcedo y el agente de la CIA John Cunningham. El encuentro se produciría en una vivienda privada de la urbanización Puente Remanso, justamente aquella que fuera el cuartel general de los seguidores de Gómez de Rodrigo durante el último mes que precedió al golpe militar del 25 de mayo; una fecha triunfal que situaría al general insurgente en la presidencia provisional de la República por tres meses y quien, a la postre, había sido derrotado en las urnas.

            Lino Salcedo sería el primero en acudir a esa inconfesable convocatoria. No había pisado aquella residencia desde el día de la ofensiva final. Sus ojos recorrieron centímetro a centímetro los rincones que fueron testigos de los momentos más tensos sufridos por los personajes que asumieron la responsabilidad de escribir una de las páginas más convulsivas de la historia contemporánea paraguaya. Todavía permanecían intactos un sin fin de cables que un buen día sirvieron para establecer las conexiones de varios aparatos de radio, cuyos operadores coordinaran las acciones de los efectivos rebeldes, al tiempo de espiar las iniciativas de las fuerzas regulares de Gustavo Bödeker. La botella de vino Santa Helena, que sirvió para alzar las copas en un postrero brindis antes de iniciar la acción por aquel entonces, también se encontraba allí, vacía e impregnada de ese polvo que el tiempo va depositando lentamente.

            Lino Salcedo recordaba que aquel minúsculo reducto fue en su momento el trampolín de su carrera militar y tal vez política. Ese sería el sentimiento que volvió a experimentar en el instante del reencuentro con ciertas imágenes de un pasado reciente. El supremo esfuerzo jugándose la propia piel en una de esas situaciones que resulta imposible retroceder, no podía de forma alguna quedar relegado al olvido y a la indiferencia de la historia, so pena de resignarse a ocupar un espacio casi anónimo en viejos archivos de crónicas irrelevantes. Lino Salcedo debía reivindicar el lugar que le correspondía en las gloriosas gestas paraguayas. Así se propuso hacerlo.

            John Cunningham llegó a Puente Remanso con quince minutos de retraso sobre el horario previsto. Un discreto Fiat de fabricación brasileña quedó estacionado frente a la entrada principal a las nueve y cuarenta y cinco minutos de la noche, nadie le acompañaba. Siguiendo las instrucciones del general, el chófer a su cargo entreabrió la puerta en el momento que arribara el vehículo del agente de la CIA. Instantes después, el sargento desapareció discretamente y se situó en el ala trasera de la vivienda, desde

donde podía controlarse la posible llegada de otros coches o curiosos inoportunos.

            - Buenas noches mi general... cuánto tiempo.

            Salcedo se encontraba de espaldas cuando percibió nítidamente las palabras del visitante impregnadas de ese tonillo inconfundible y exclusivo de los yanquis. Sin voltearse replicó:

            - Buenas noches John, ¿tuvo problemas para llegar hasta aquí?

            - Ninguno, mi general, ¿había alguna razón para tenerlos?

            - No precisamente, pero su retraso comenzaba a inquietarme. Cunningham conocía lo suficiente a su interlocutor para imaginar que tal reflexión era una forma sutil de llamarle la atención por su impuntualidad. No le dio importancia.

            - La circulación en Mariano Roque Alonso se hace imposible a ciertas horas puntas, pero lo esencial es llegar y aquí estamos los dos.

            Superada la primera situación, había llegado el turno de abordar los temas que motivaron el insólito encuentro. Habló Lino Salcedo:

            - ¿Cuál es su opinión del inesperado giro de las elecciones?

            - Algo realmente lamentable, pero previsible de acuerdo a las últimas encuestas.

            - Esas encuestas, según ustedes, no tenían la menor credibilidad. ¿En qué quedamos, amigo John?

            - Nuestros sondeos ya advirtieron que ese dieciséis por ciento de votos indecisos podrían ser motivo de cualquier sorpresa.

            - Entonces, todos nuestros planes para erradicar definitivamente el bödekerismo, ¿van a quedar en la nada?

            - Por lo que a nosotros respecta, poco o nada más podríamos hacer. Paraguay es un país soberano y nuestras maniobras están obviamente limitadas.

            - Está bien, John... en este caso no me deja otra alternativa.

            - ¿Alternativa?

            - Más claro imposible, si no podemos contar con su apoyo lo haremos nosotros desde adentro.

            - ¿Piensan lanzarse a otra aventura golpista?

            - Y a cuantas sean necesarias para extirpar ese cáncer que carcomió al país durante treinta y cuatro años.

            - Mi querido general... Como usted ya sabe, un mes y medio atrás tuve un largo encuentro con Luis María Lagraña que, hoy, ya es el virtual presidente electo. Por entonces, su postura y la nuestra quedaron perfectamente sentadas. Yo le amenacé incluso con boicotear la ayuda directa e indirecta de los Estados Unidos y hacer jugar nuestra influencia para que otros países aliados siguieran el mismo camino en el caso de no retirar su candidatura. Lamentablemente, Lagraña se mostró completamente impermeable a cualquier intimidación y dejó bien claro que llegaría hasta el final con o sin el apoyo de los amigos del norte, estas fueron poco más o menos sus palabras. Pero lo importante en este caso concreto, general, es que por vez primera en el Paraguay han tenido lugar desde Dios sabe en cuántos años, unas elecciones libres y medianamente transparentes. Mi país no puede bajo ningún concepto manifestarse contrario a la voluntad popular, sería injustificable frente a la opinión pública mundial... y de eso conocemos bastante.

            - En otras palabras, quiere usted decir que los Estados Unidos aceptarían que volviera a implantarse de nuevo un régimen dictatorial.

            - Le garantizo, general, que tal supuesto nos repugna, pero nada podemos hacer.

            - Bien, John, ya imaginaba esa postura por parte de ustedes. Pero hay algo muy importante que deseo preguntar.

            - Ya imagino la naturaleza de su pregunta. -interrumpió Cunningham.

            - Correcto, entonces contéstese a sí mismo. -añadió Lino Salcedo con cierta irritación.

            - Ustedes pretenden saber cómo actuaría nuestra diplomacia si, llegado el caso, volvieran a salir los tanques a la calle... ¿no es eso?

            - Sí, eso es.

            - Le voy a contestar en muy pocas palabras, general, Ante una situación de hecho, mi gobierno haría todo lo que estuviera en sus manos para que el país eligiera a sus propios mandatarios, es decir, nuevas elecciones.

            - Pero, esta, es la historia de nunca acabar.

            - Son ustedes quienes pretenden eternizar esta historia. Por mi parte, considero la crisis concluida porque el pueblo ya se ha manifestado en las urnas por muy absurda que nos parezca su elección.

            Siguió un prolongado silencio. Tras aquel breve diálogo, los dos personajes manifestaron y percibieron lo que habían intuido desde un principio. No obstante, Lino Salcedo se sentía de alguna forma reconfortado al comprobar que el agente de la CIA no mostrara una posición radicalmente contraria frente a una posible iniciativa golpista. Cunningham, por su parte, conocía a la perfección las intenciones del nuevo general y resultaría totalmente inútil pretender disuadirle de ese nuevo ensayo que se avecinaba para salvar a la patria una vez más. En breve, el general Salcedo tomaría el relevo de aquel que dejó escapar el poder de sus manos ingenuamente. A partir de entonces, el comandante de la Primera División de Caballería encarnaría ese rol tan reciamente arraigado en el acervo castrense de ciertos países latinoamericanos. La cultura criolla que se desarrolló al más puro estilo autóctono desde las épocas independentistas, volvería a dar muestras de esa peculiar forma de entender los sagrados valores nacionales y de cautelarlos por encima de todo. Mientras tanto, el gigante del norte continuaría asumiendo un papel netamente paternalista, apoyando a los partidarios de su política de turno y condenando a los desviacionistas que osaran desafiar sus consignas. Tal esquema de equilibrios no era precisamente nuevo, y sólo Dios sabe hasta cuándo y hasta dónde se prolongará la preponderancia de ese gigante y, a la vez, la sumisión del resto de países que salpican la geografía de nuestro occidente.

            Antes de concluir el encuentro, Lino Salcedo quiso sacarse de encima una espina que le quitaba el sueño:

            - John… una última pregunta y me gustaría que fuera sincero conmigo en el momento de responder.

            - Le escucho, mi general. -replicó Cunningham, imaginando la inquietud de Salcedo.

            - ¿Tuvieron ustedes algo que ver con el atentado de Lagraña?

            - Ya toqué en su día ese tema con Gómez de Rodrigo. Para nosotros se trata de un asunto cerrado.

            - No contestó a mi pregunta, John.

            - A veces me sorprende, mi general, que conociendo nuestro estilo puedan imaginar semejantes atrocidades.

            - Justamente por eso formulo la pregunta, porque su estilo siempre fue un misterio y son ustedes imprevisibles.

            - Para su tranquilidad, mi general, le afirmo y le garantizo que no tuvimos intervención alguna en ese suceso.

            - Y... ¿tampoco saben quiénes fueron?

            - Esto ya es harina de otro costal...

            - ¿Qué costal...?

            - Tal vez le sorprenda, mi general, pero ese comando fue contratado por el propio Lagraña a instancias de Gustavo Bödeker,

            - ¿Qué...?

            - Yo estaba casi convencido de que ya lo sabían, pero, por lo visto, todavía no les llegó la noticia.

            - Por favor, John, ¿podría ser más explícito?

            - Por supuesto que sí, mi querido general, nada me impide contárselo y le garantizo que no nos resultó fácil conseguir una versión auténtica del suceso. Afortunadamente, la CIA dispone de tentáculos en cualquier lugar del mundo y su capacidad informativa sobre cierta especie de profesionales asesinos a sueldo la tiene bien cubierta. De hecho, el comando que ejecutó la acción lo tenemos clasificado como de segunda con aspiraciones de primera y, desde que penetró en territorio paraguayo, le fuimos siguiendo la pista minuto tras minuto. Sabíamos dónde se alojaban los tres sujetos, cuándo y quién entregó el célebre contracarro LAW-72 junto con los proyectiles robados de Caballería y un largo etcétera de detalles. Pero no valía la pena intervenir porque se trataba de una escena teatral perfectamente orquestada. Tanto es así, que ni tan siquiera el máximo responsable de la campaña electoral, Enrique Segalés, estaba al corriente del asunto… eso lo verificamos al interceptar los mensajes radiados que se intercambiaban entre "Señuelo" y "Líder", es decir, entre Segalés y Lagraña. La idea de esta aparente autoinmolación surgió del propio Gustavo, evidentemente mejor asesorado que su postulante y su director de campaña. La figura de un pro mártir resulta atractiva y sobre todo eficaz. Así lo entendió Gustavo desde Curitiba y así lo hizo. Por fortuna para Lagraña y para desgracia de ustedes, los dos disparos fueron a parar en el punto previsto y no hubo víctimas que lamentar, salvo la revelación de un nuevo héroe que logró sobrevivir a sórdidas maquinaciones, lo cual iba a resultar decisivo en la opción de los indecisos que participaron en las elecciones.

            - Magistral... -se escuchó de Lino Salcedo en una espontánea expresión que pretendía rendir un homenaje al ingenio y al talento.

            - Gustavo pagó una pequeña fortuna para lograr su objetivo. No olvide, mi general, que el sucesor de la dinastía de los Bödeker cuenta con sicólogos expertos en ardides de campañas presidencialistas. Por más que le cueste creerlo, Gustavo estuvo

moviendo magistralmente en la sombra los hilos de las recientes elecciones... no habría que subestimarlo.

            - Jamás lo subestimamos.

            - Procuren no hacerlo porque les espera una dura tarea por delante. -concluyó Cunningham.

 

            En el decurso de la campaña proselitista que había tocado a su fin días atrás, Gómez de Rodrigo, en un arrebato de generosidad populista, se había comprometido a traspasar la banda presidencial en el lapso de una semana si se produjera la imposible hipótesis de perder las elecciones. Por supuesto, aquella promesa quedaría registrada en los archivos de la prensa y debía ser cumplida inexorablemente. En consecuencia, el domingo 3 de setiembre sería la fecha que iba a conocer el histórico trance sin precedentes, donde un militar golpista, cuyo mandato provisional tuvo una duración de tres meses, cediera pacíficamente en el exiguo plazo de siete días sus poderes presidenciales a un civil electo popularmente. Así se haría.

            El protocolo de investidura no guardó relación alguna con los tradicionales actos que vinieron sucediéndose en el Palacio Legislativo desde la época de la aparición de los primeros gobernantes de este país soberano. Las Fuerzas Armadas estuvieron mínimamente representadas y un amplio espectro de personajes políticos allegados a la causa de Gómez de Rodrigo brillaba por su ausencia. Aquella ceremonia de traspaso del poder ejecutivo fue, tal vez, la más triste recordada en los anales de la historia paraguaya. Paralelamente, la prensa independiente o con escasa intervención de poderes fácticos, no cesaría de rasgarse las vestiduras ante el panorama desolador que se avecinaba a la vista del inevitable reencuentro con viejos esquemas de un pasado que, tanto ellos como una gran mayoría del pueblo paraguayo, pretendían relegar al olvido. La nefasta etapa de la dictadura que parecía haber sido superada y vencida por un golpe pleno de audacia, volvía a mostrar su trágica realidad a los pocos meses de su decapitación.

            A las diez de la mañana de ese histórico domingo 3 de setiembre, dos mujeres hablaban en voz baja en una pequeña habitación de la majestuosa residencia del barrio "Las Carmelitas". Ninguna de ellas se había preparado para acompañar al presidente saliente en el acto oficial. Ambas optaron por dejar colgados sus vestidos en los respectivos roperos a la espera de una mejor ocasión. Ni el primoroso modisto Rafael ni tampoco una renombrada boutique exclusivista, tendrían la ocasión de admirar sus creaciones en los registros de sociedad que siempre aparecían a todo color en las páginas centrales de los cotidianos asuncenos.

            - ¿Crees que papá tardará mucho en volver? -preguntaba Mirta a su madre, mientras su vista recorría a través de un ventanal los jardines de la mansión donde jugueteaban sus hijos.

            - Seguro que sí. La ceremonia es larga, están los discursos y luego el Te Deum en la Catedral.

            - Usurparon tu puesto de primera dama, vos tendrías que estar allí sujetando la biblia del juramento.

            - La vida no termina aquí, mi hija. Este Lagraña y ese Gustavo lo pagarán caro algún día.

            - No entiendo todavía cómo papá dejó escapar esta ocasión de oro que tenía entre las manos... es increíble.

            - Son cosas de la vida. La fortuna va y viene. A nosotros nos cayó del cielo durante años... tampoco estamos en situación de quejarnos.

            - ¡No se trata de eso, mamá! -replicó Mirta airada- Imagínate nuestra posición, nuestro prestigio, nuestro nombre, nuestro futuro... todo se va a la p... en un abrir y cerrar de ojos. ¿Vos sos capaz de aceptar eso, así nomás?

            - Te repito que todavía no está dicha la última palabra.

            - ¡Mi querida mamá!, me ganás por una generación pero a veces parecés más torpe que los makás del Botánico. El poder es lo que cuenta, el poder es el pasaporte a la vida y a la sociedad, es la sumisión obligada de todos estos estúpidos que nos rodean, es la diferencia entre ser estrella brillante o planeta muerto.

            - Pero, bueno... ¿qué te pasa, Mirta?, nunca te escuché hablar así.

            - La verdad es que fui una estúpida por hacerme tantas ilusiones y, si vieras cómo está tu yerno, se te caería el alma a los pies.

            - ¿Qué le ocurre a Gustavo?

            - Voló la oportunidad de su vida.

            - Esto es una estupidez, tu marido es uno de los hombres más ricos del país.

            - Pero no el más rico y poderoso, era la gran ocasión de consolidarse definitivamente y poder mirar a Nino Borini por encima del hombro... La única tara de mi marido es llevar el mismo nombre de pila que ese desgraciado de Curitiba.

            En el preciso instante que Mirta formulaba ese banal comentario, Luis María Lagraña concluía el discurso inaugural de su mandato en el Palacio Legislativo. Los escasos asistentes al acto esperaban unas palabras comedidas y prudentes, tal como correspondía a ese tipo de situaciones tensas, en donde el prestigio y pundonor de las Fuerzas Armadas habían sufrido un agravio que hizo sangrar la médula de un estamento intocable y temerosamente respetado desde tiempos inmemoriales. Sin embargo, el nuevo presidente ya consagrado en su investidura, tras prestar el juramento constitucional, no sería precisamente comedido ni prudente, sino, por el contrario, utilizaría toda su capacidad dialéctica para proclamar el venturoso epílogo de su triunfo y el inicio de un nuevo calvario de Gómez de Rodrigo. Esas fueron sus palabras:

            - "Señores miembros del Senado, señores diputados del Congreso Nacional, excelentísimos miembros de las Fuerzas Armadas, embajadores de las naciones amigas, autoridades civiles y eclesiásticas, señoras y señores... Sin la menor duda hoy es un día singular, un día que marcará un hito histórico en el devenir de nuestro país y, a mí personalmente y por la voluntad popular, me toca hacerlo público frente a todos ustedes y frente al pueblo paraguayo que nos mira y nos escucha en esta ocasión irrepetible. Fuerzas exógenas a nuestra genuina identidad pretendieron un día levantarse contra un poder constituido legalmente, violando todo principio de ética política y utilizando métodos golpistas propios de países subdesarrollados. No obstante, la sabiduría popular a través del voto libre, directo y secreto, ha logrado decantar la ilegalidad y situar en la más alta magistratura de la nación a un hombre elegido por su propio pueblo. Yo no pretendo erigirme como el mejor, porque disto mucho de situarme a la altura de otros compatriotas, pero sí me considero el medio y el instrumento de una voluntad colectiva que se ha manifestado en las urnas..."

            Justo al concluir esta frase, el general Gómez de Rodrigo hizo un ademán de levantarse y barrió con su vista a los asistentes que le contornaban, en una suerte de comprobar si alguien o algunos le acompañarían en el desplante. Cuatro de sus incondicionales captarían de inmediato el mensaje e hicieron lo propio. Uno segundos después, un grupo de catorce personas desfilaban en silencio hacia la salida bajo la mirada atónita de los concurrentes: El propio Lagraña interrumpiría brevemente su discurso, al percatarse que la inesperada situación despertaba la curiosidad de la audiencia y poca o nula atención se prestaría a sus palabras. Cuando la pequeña comitiva desapareció del escenario, el presidente constitucional prosiguió:

            - "En la breve campaña proselitista, hemos esbozado con suficiente precisión cuáles son los objetivos sociales, económicos y políticos, que pretendemos alcanzar con nuestra administración. En lo social, una total apertura y atención a las reivindicaciones de nuestros obreros y campesinos, permitiendo a través de las leyes ordinarias oportunas la libre asociación gremial, el derecho a la huelga y cualquier libertad inherente a la condición humana enunciada en la proclamación universal de los derechos del hombre. En el plano económico, una aceptación de las reglas de juego de la economía social de mercado..."

            Tres minutos más tarde, Lagraña concluía con el capítulo económico, cuyos enunciados fueron repetidos infinidad de veces en convocatorias proselitistas en la reciente campaña. Al fin, abordaría lo que todos ansiaban escuchar: Las directrices políticas de su gobierno que, hasta entonces, quedaron inmersas en la duda y la incertidumbre por la ambigüedad con que tal aspecto fuera tocado en los mensajes públicos de los últimos meses. Un contundente corolario puso el broche final a su alocución:

            - "¿Cuál será nuestro devenir político a partir de esta hora de la historia...? Sencillamente el único que podría considerarse coherente con nuestro postulado; el respeto indeclinable a los principios e ideario de un grandioso partido con el que me siento entrañablemente unido, muy a pesar de haberme visto obligado a renunciar a su color durante los tres últimos meses, porque alguien, apoyado por algunos, se erigió como propietario exclusivo de ese paño teñido de rojo por Bernardino Caballero en un pasado cargado de gloria. Y es precisamente ese prócer que acabo de citar, el que jamás perdonaría una traición colorada a nuestro pueblo y, en su nombre, me atrevo a reivindicar una deuda que todavía queda por saldar y que, de manera alguna, podría permitirme ignorarla. No pretendemos, ni jamás fue nuestra intención, la venganza ni represalia, tampoco iniciar persecuciones ni fútiles revanchismos… tan sólo exigimos que el tribunal de los hombres de nuestra hora, juzgue con imparcialidad y ecuanimidad a alguien que osó imponer con el lenguaje de las armas y de la fuerza bruta su voluntad personal frente a toda una soberanía que reside en miles de voluntades individuales y que conforman nuestro Paraguay. Ese hombre merece un juicio político y es mi voluntad y mi designio que tal juicio se inicie de inmediato. Andrés Gómez de Rodrigo deberá responder por sus actos y será la justicia la que, llegado el momento, se pronunciará emitiendo un veredicto que respetaremos y acataremos. Muchas gracias".

 

            Claudio apareció en escena e interrumpió abruptamente la conversación de las dos damas. Con voz temblorosa, exclamó:

            - Disculpen señoras... pero creo que lo que está ocurriendo es muy importante...

            - ¿De qué se trata, Claudio? -interrogó doña Nellí.

            - Están transmitiendo unas noticias muy confusas por radio AOPO'I.

            - ¿Noticias confusas...? -cuestionó Mirta- Todas las cadenas de televisión y radio están divulgando el acto del traspaso presidencial, ¿qué hay de confuso en esto?

            - Radio AOPO'I cortó su enlace con el Palacio Legislativo y está transmitiendo desde Caballería, parece ser que hay un importante movimiento de tropas y varios tanques ya están en la calle... todo ocurrió en segundos. -relataba Claudio con gran excitación.

            - ¡Vamos a escuchar, mamá...!, ¡esto es grandioso...!, ¡esto es obra de Lino Salcedo, estoy segura, un verdadero hombre con un par de h...! -proclamó Mirta casi gritando.

            - Que Dios nos ampare. -susurró doña Nelli sin que los presentes lograsen percibir sus palabras.

 

 

 

 

 

 

 

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