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NATALICIO TALAVERA (+)

  CRÓNICA SOBRE LA BATALLA DE TUYUTÍ, 1866 - Por NATALICIO TALAVERA


CRÓNICA SOBRE LA BATALLA DE TUYUTÍ, 1866 - Por NATALICIO TALAVERA

CRÓNICA SOBRE LA BATALLA DE TUYUTÍ, 1866

Por NATALICIO TALAVERA

 

 

El SEMANARIO, Nº 631. 26 de mayo de 1866.

 

Correspondencia del Ejército

Progresión del enemigo; el plan aliado - El plan de López - El ataque nacional - La más grande batalla de América - Inactividad aliada después de la acción.

Campamento en Brito, Mayo 26 de 1866.

Señor Redactor de El Semanario.

 

Están cumplidos mis deseos. Tengo la satisfacción de poder anunciarle acontecimientos de la mayor importancia que han cubierto de gloria al heroico Ejército Paraguayo, y que aproximando la solución final de la gran cuestión que se agita inclinando a nuestro favor la balanza de la fortuna, que siempre acompaña a la justicia y a la verdad que nuestras armas defienden.

Dos actos culminantes presentan los grandes sucesos de esta semana: el avance del Ejército aliado sobre el Estero Bellaco, y la batalla librada contra ese Ejército el día 24 del corriente.

Ya sea porque no fuese posible sostenerse por más tiempo en el reducido espacio que le dejábamos libre en el Paso de la Patria, ya por cubrir su honor ante el mundo que no puede interpretar tan completa inmovilidad, sino como una impotencia positiva, o ya acaso buscando una revancha de la mala pasada que le hemos dado el día 2 cayendo sobre nuestra vanguardia, el Ejército aliado avanzó el 20 con todas sus fuerzas, sin encontrar mayor oposición de nuestra parte, desde que nuestro objeto es concentrarlo, para mejor asegurar el éxito que nos proponemos; sin embargo para no permitir a esos infames que pisen tierra paraguaya que antes no fuese regada con su misma sangre, nuestra vanguardia defendió heroicamente los pasos del Bellaco, y les dejó lugar haciendo fuego en retirada con mucho orden y valentía.

El comandante Cabral estaba encargado de hacer esta difícil operación, que ha sabido cumplir con inteligencia y exactitud.

Llamaré un momento la atención de usted sobre esta operación militar, que es muy honrosa para nuestras armas, pues todos comprenden, que lo más difícil en la guerra, es una buena retirada, y la que hemos hecho entonces ha sido perfectamente dirigida con la fortuna de no haber tenido sino una insignificante pérdida con un daño notable del enemigo, que ha marcado su trayecto con reguero de sangre y cadáveres.

Precedido de una lluvia de balas de artillería, el ejército aliado se dirigió por todos los pasos que ofrece el Estero a esta parte, si bien cada uno de ellos no llegó a avanzar sino sobre sus propios cadáveres; el que ofreció el espectáculo de la más sangrienta carnicería fue el paso "Cidra" donde recargó más sus fuerzas. Nuestros cañones hicieron allí un servicio muy importante, y sobre todo los cohetes que abrieron largos varaderos en las gruesas y compactas columnas que avanzaban.

La caballería y unos pocos infantes trabajaron perfectamente, siendo de aplaudirse entre los jefes a la par del comandante Cabral, el mayor Luis González que comandaba los infantes. También merece recomendación especial la actividad y disposiciones del capitán Godoy, ayudante de S. E. que se encontraba en aquel acto y que con una sola guerrilla de infantería detuvo al torrente de hombres que subía del costado izquierdo con intención de cortar nuestra retirada, dando así tiempo a que se replegase tranquilamente nuestra tropa haciendo fuego. Los cañones hicieron mucha operación en esta retirada, derribando a los que les perseguían.

Desde Rojas éramos testigos de esta operación, y divisábamos sobre la última cuchilla que era nuestro horizonte hacia el sud, la línea enemiga que aparecía formando una extensa batalla, y a su frente; haciendo flamear orgullosa la bandera de la República, nuestra vanguardia.

No podía resistir a la satisfacción de ver avanzando al enemigo, porque todos comprendíamos de que cada paso que daba le aproximaba al principio; sin embargo, todo aquel día solo se contentó con mostrarnos su línea de batalla sin movimiento de avanzar más sobre nuestras posiciones.

Debo consignarle un acto que marca el espíritu de civilización que anima en la guerra al Ejército aliado. S. E. el señor Presidente salió a recorrer nuestra trinchera ese día, y tan luego como fue divisado por el enemigo dirigieron sobre él sus punterías los cañones de más alcance. Los jefes de los pueblos cultos suelen convenir tácitamente en respetarse mutuamente en la guerra, y hasta suelen dejar de tirar hacia donde saben está el Rey, o aquel que dirige las operaciones; pero, ¿por qué extrañarnos que no hubiesen cumplido este acto de caballerosidad y cortesía? Lo extraño fuera que lo hubiesen hecho. El que emplea todos los medios de más infame traición; el que paga el asesinato del jefe beligerante ¿puede concebirse que sepa cumplir con las leyes del decoro y la civilización? Bueno es, sin embargo, tener presente estos antecedentes porque va a sonar la hora de que la alianza dé cuenta de su insolente desprecio a las leyes de las Nación. No es la primera vez que esto sucede, ya que en el Paso de la Patria habían dirigido sobre S. E. sus punterías e hicieron igual cosa en la batalla del 24. La noche del día 20 se cerró sin que nuestras guerrillas hubiesen conseguido hacer mover al Ejército un paso de su línea de batalla. Simultáneamente con el Ejército de tierra, la escuadra, en número de más de 20 buques subió el río hasta cerca de Curupayty, y se hizo sentir con 6 tiros de cañón que no recibieron contestación alguna.

Pudiera creerse que la Escuadra, en combinación con las fuerzas de tierra quisiese tentar algún amago sobre nosotros al siguiente día; pero los buques volvieron a bajar esa misma noche, y el Ejército se contentó con avanzar el Estero, que dando a contemplar atónito nuestra fuerza, y comenzó desde luego por hacer grandes trabajos de defensa.

Los días 21, 22 y 23 levantaron en toda su línea altas trincheras y fosos para resguardar la infantería y colocar sus cañones, poniéndose del todo a la defensiva. Nuestras guerrillas les molestaban en los reconocimientos que querían practicar, y a la tarde del 23 simularon un avance que no llevó otro objeto que descubrir nuestras posiciones. Al mismo tiempo que hacía fuego nutrido con su artillería a la derecha de su línea sobre nuestra trinchera, amagaron por la izquierda con caballería e infantes, pero una guerrilla fue bastante para sostener, cargar y dispersar a los acometedores.

Necesitaban tantear y conocer todas las posiciones, porque el propósito que llevaban era caer sobre nosotros el día 25, distrayendo nuestra atención al mismo tiempo por Curupayty, pero la inteligencia militar de S. E. el Mariscal López Había encontrado un medio de desbaratar las combinaciones y los planes de la alianza, resolviendo llevar el ataque sobre las posiciones que había elegido.

Son solemnes los momentos en que va a jugarse la suerte de un Pueblo de tan largos y brillantes antecedentes en algunas pocas horas, lleno de las más vivas impresiones, pero rebosando de fe y de confianza al ser testigo de la decisión de la tropa que unánimemente podía caer sobre el bárbaro invasor, esperaba que el estruendo del cañón anunciase el exterminio de las atrevidas hordas que vienen a buscar su tumba en nuestro suelo.

El plan del ataque había sido trazado con pleno conocimiento del terreno y con el claro talento estratégico del General en jefe.

El señor general Resquín debía caer con la caballería sobre la derecha del enemigo; en el centro el comandante Marcó con cuatro batallones y dos regimientos de caballería, y sobre la izquierda el señor brigadier Díaz con cinco batallones y dos regimientos. Una operación aparte, pero que debía obrar simultáneamente, se había encargado al señor general Barrios, que desfiló su tropa por un sendero estrecho y sinuoso en la montaña, y que salía en el potrero Piris cayendo sobre el enemigo por su retaguardia.

El señor brigadier Bruguez debía despertar al enemigo con su artillería cuando las tropas estuviesen a punto de avanzar, y su primer cañonazo fue la señal de ataque. Muy pronto apagó sus fuegos porque nuestra fuerza de la derecha y del centro cubrió instantáneamente al enemigo, cargándose sobre sus atrincheramientos y fosos. El enemigo llevaba sobre nosotros no solamente la ventaja de su posición, porque había necesidad de que nuestra tropa avanzase largos esteros, para llegar a su trinchera, sino que hacía jugar sobre ella libremente su numerosa artillería y los infantes eran resguardados por altos parapetos.

El soldado paraguayo presentaba su pecho a las balas, y su valor y entereza suplieron todas las desventajas con que tenían que luchar cargando con resolución, desgranando a los atrincherados y obligándoles a abandonar en nuestro poder una parte considerable de sus baterías, su campamento, trastos, armas y caballos.

En tanto que esto tenía lugar en la derecha y el centro, la caballería de la izquierda hacía prodigios de arrojo y valentía. La columna a las órdenes del comandante Cabral avanzó también sobre trincheras, que cruzaron sus fuegos de artillería e infantes sobre sus regimientos. El mayor Olavarrieta que pertenecía a esa columna con el solo regimiento 19 que mandaba, ha deshecho y derrotado dos batallones de infantes que estaban bajo la protección de los cañones de sus baterías, y este intrépido jefe, siendo destrozado su regimiento, mandó la infantería que había llegado en su auxilio. Cuatro regimientos, que atacaron por la parte más oriental y que consiguieron encontrarse con caballería, repuntaron a sus competidores llevándolos en desorden hasta hacerlos pasar el Bellaco. Una parte de esta caballería era correntina, y el general Cáceres que la mandaba estuvo a punto de ser cortado, y hubiera caído indudablemente en nuestro poder si no hubiese emprendido sobre su veloz caballo la más precipitada fuga al otro lado del Estero.

Las fuerzas del brigadier Barrios arrolló todo lo que encontró por delante, peleó con infantería y artillería, que llegó últimamente como refuerzo al enemigo, que con toda la superioridad de su poder, fue rechazado hasta más allá del Estero, siendo la parte más comprometida y haciendo declarar al General que aquí mandaba, que estaba perdida la acción.

La noche obligó al brigadier Barrios a detener su persecución y hacer su retirada, que le era muy difícil y penosa por el varadero y allí quisieron acometerlo nuevas fuerzas que llevaron al socorro, pero fueron arrolladas con un nuevo ataque como los primeros.

Toda nuestra línea de batalla recibió al mismo tiempo orden para replegarse sobre sus posiciones.

Cinco horas y media de fuego, pero de un fuego incesante y estruendoso, en que la artillería acompañaba a las incesantes descargas de fusilería, apagándolos a veces, conmovía la atmósfera cubriéndola de un espeso humo.

Este largo gemido de tantos elementos de destrucción era el primer eco de una batalla campal sobre el territorio paraguayo, y creo que puede decirse sin error, la más grande batalla que se ha visto en la América del Sud, porque ni en la guerra con la Metrópoli, se ha librado con mayores elementos y número de combatientes.

Pero lo más grande, lo más satisfactorio es que el resultado de tan grande acción haya cubierto de gloria al pueblo paraguayo, dando un lustre inmortal a las armas victoriosas de la República.

El enemigo queda completamente destrozado y con una debilidad que no ha podido ocultar a nuestros ojos. Un nuevo esfuerzo, uno solo, y no habrá ya invasor en nuestro suelo. La última escena del desenlace va a llegar de momento en momento, y aquellos que vinieron a buscar la conquista del territorio van a conseguirla, sí, porque le concederemos algunos fosos para sepultarse.

Puede ya decirse que la República ha asegurado su porvenir; las armas aliadas, o tienen que declararse impotentes repasando el Paraná o sucumbir a nuestra mano. Ya son nuestros, el valor de los hijos del Paraguay los ha vencido, ha hecho bajar su orgullosa cerviz y mañana tal vez la pisoteará. Regocíjese el Pueblo, acaricie ya sus momentos de tranquilidad y reposo, después de tan prolongado y heroico sacrificio. El Ejército le alarga el laurel que ha recogido, y hoy debe esperar sus preciosos resultados. Nuestra obra era grande era inmensa, pero toca a su término; nos cuesta mucho,  es cierto, pero nada que sea grande se consigue sin esfuerzo y sacrificio. Tenemos pérdidas muy sensibles en esta batalla; era indispensable, y mucho debemos a la Providencia Divinal porque nuestra baja consista casi toda en heridos: hay pocos muertos. No hemos perdido un solo jefe, aun cuando teníamos heridos a muchos de ellos.

El comandante Aguiar, con dos heridas, continuó mandando en el campo de batalla. El mayor Jiménez, también herido, no se retiró del campo de batalla sino después que ya no fue necesaria su presencia, y su jefe se lo ordenó; pero el mayor Delgado, herido desde el principio del ataque, y con pérdida de mucha sangre, no cesó de atender a sus deberes como si estuviese sano hasta el último momento, que fue el de campar los cuerpos de su mando, para apearse de su caballo en la cama. A este ejemplo hay oficiales que con heridas graves han imitado el ejemplo de estos jefes.

No sé a cuál de los jefes, a qué batallón y regimiento debo recomendarle con especialidad; pero con cada narración descubro nuevas proezas y verdaderos héroes.

Entre los oficiales ha corrido de boca en boca las hazañas de los capitanes José Martínez y Genaro Escato. El primero ha tomado gloriosa parte en los combates del Banco y Paso de la Patria, y no estaba aún restablecido de su herida que recibió en este último combate, cuando hizo vivas instancias para volver a la pelea; le fue confiado el cargo del 2º de la caballería del centro; y llevó tan recia y valerosamente el ataque, que hizo llegar su caballería hasta la trinchera.

La clemencia fue la compañera de su arrojo, pues viendo un batallón enemigo que no podía resistir de frente su ímpetu, tiró sus armas y de rodillas pidió perdón: el capitán Martínez mandó que se respetase la vida de aquellos rendidos y pasó adelante; pero estos infames volvieron a tomar sus armas y tirar de atrás a nuestra tropa. El capitán Martínez recibió desgraciadamente una grave herida, una bala de cañón lo llevó un brazo y una parte de la carne de su costado, pero los facultativos esperan que pueda salvar. El capitán Escato, comandante de un batallón, se ha distinguido por su inteligencia militar, serenidad y sufrimiento. Matáronle su caballo en la refriega, entonces recorría a pie sus filas en medio de las balas, que una de ellas le hirió en ambos músculos; esto no le impidió el continuar mandando, cuando otro plomo volvió a tocarle, y la abundancia de sangre que vertió le hizo desfallecer. Él no quería aún abandonar el campo del combate, pero sus compañeros le condujeron. Este bravo oficial también da esperanzas de que se restablezca.

No acabaría nunca si fuera a referirle tantos interesantes incidentes. Estoy viendo cada momento nuevos jefes, nuevos oficiales, nuevos tenientes y capitanes. Hay una gran venta de galones por su valor y esto abunda en el Ejército.

Los señores coroneles Bruguez y Díaz han recibido el grado de brigadier. Es una justa recompensa de la inteligencia militar, trabajos y valor de estos afortunados jefes. Otra vez en esta batalla les han respetado las balas, y el señor brigadier Díaz ha estado en lo más recio y sangriento de la refriega. El Ejército ha hecho manifestaciones entusiastas por el nuevo grado de tan meritorios jefes.

Nuestros muertos en la batalla y los del enemigo han sido enterrados; entre estos se ha hallado el cuerpo de varias mujeres vestidas de soldados. Nuestros heridos están atendidos en lo posible; la mayor parte ha pasado ya a Humaitá y pronto acaso los recibirán en esa Capital, donde espero que se esmerarán por el pronto restablecimiento de esos héroes.

Entre estos heridos he hablado con un soldado del Batallón Nº 4, vecino de esa Capital, llamado Hipólito Cañete, que peleó en Piris, y el interés de su relación me hace copiar sus palabras.

En la retirada de nuestra tropa de aquel campo, dice: "Me hallé a cuatro pasos de un jefe montado en un melado, con grandes charreteras y galones, y con elástico de plumaje blanco, alto, de buena edad, que venía animando a su desmoralizada tropa. Un balazo le derribó a mi vista con todo su caballo, y al mismo tiempo recibí yo una mala herida, que me tendió en tierra cerca de él; apercibidos de que este personaje había caído vinieron jefes, oficiales, sargentos y cabos al grito de: El general ha muerto, y lo rodearon; yo quedaba con él, tendido en medio del círculo; entre otros cadáveres, me tiraron de la pierna, me abrieron los ojos y mi inmovilidad les persuadió que estaba muerto. El que llamaban general con apagada voz les dijo: "Esta acción está ya perdida; los paraguayos nos rodean, y con poca gente pueden tomarnos; lo mejor que podemos hacer es volvernos a embarcar".

Dio después la orden de que se matase a todos los heridos que se encontrasen, sean paraguayos o de ellos mismos y así ejecutaron. Un coche llegó después, en el cual alzaron al general, que no habló más y que parecía había expirado ya: tenía su herida en la boca del estómago. A favor de la noche, libre de los que salían a matar heridos, me arrastré por ganar la montaña, y allí encontré a otro herido, Segundo Marecos, que me invitó a acompañarle. Nos encontramos en la montaña con tres de los que degollaban heridos; mi compañero tiró a uno a boca de jarro; matamos también al segundo; y huyó entonces el último quedándonos libre el paso".

Marecos cuenta igualmente haber visto el círculo de jefes y oficiales desde el monte donde se había él abrigado; y si bien no sabía su objeto, esto apoya las razones de su compañero. Además de este general que no conocemos, se han visto caer muchísimos jefes y oficiales, y acaso no les sobra sino una cuarta parte de sus tropas según lo que hemos podido observar.

Todos los días forman su línea de batalla en la trinchera, y para aparentar mucha gente visten postes con capotes, y aun así no muestran más que ocho mil bultos.

El día 25 designado por ellos para la batalla los esperamos; pero cuando no apareció ni una mosca nuestra tropa salió a desafiarlos nuevamente, teniendo la cobardía de esquivar el combate, y contentándose con hacer jugar su artillería con algunas de nuestras guerrillas.

Este día aparentaron grande movimiento, que ha concluido con el parte de las montañas.

Temiendo estoy de que se vuelvan antes de concluir con ellos, porque es gente que estima muy poco el honor, y ya sabemos la opinión al respecto de uno de sus generales.

Entre los papeles tomados se ven cosas de curiosidad. Pintados están en ellos el desaliento y la pobreza. Las familias, conociendo la miseria que pasan en el Ejército, mandan hasta dos y un peso a sus deudos que no son oficiales.

A la par de esto la gangrena que tienen en su mismo corazón, argentinos y orientales, muestra un síntoma alarmante.

Tienen grandes recelos de su aliado el Brasil; penetrados ya de que solo trabajan para él, y que hoy o mañana las armas brasileras volverán contra sus aliados.

Si este estado infeliz de cosas se hacía sentir antes de la batalla del 24 y del 2, ¿cuál será la situación de la alianza en estos momentos? Yo quiero consentir que han pisado 30 o 40 mil hombres el territorio paraguayo, como ellos lo dicen; el descalabro que han sufrido de nuestras armas y el flagelo de las pestes que Dios les envía, están a punto de concluirlos. Entre tanto nosotros hemos reemplazado ya en el Ejército nuestras plazas con nuevos batallones que han llegado.

El entusiasmo de la tropa crece, y conociendo ya que le resta poco trabajo, quiere cuanto antes concluirlo para ir a recibir el premio de las fatuas en el brazo de las familias bajo la sombra de sus laureles.

El pueblo debe felicitarse por las prendas del Ejército que va a salvar para siempre a la Patria. La última batalla, tan gloriosa y de trascendencia, le ofrece títulos inmortales de heroísmo.

Olvidaba decirle que entre los muchos trofeos tomados al enemigo he visto tres muy hermosas banderas de seda, una brasilera, otra oriental y otra argentina. Son tres coronas que deben ondear sobre la frente laureada de la Patria; es el presente que le ha hecho su decidido Ejército. La bandera oriental ha sido tomada por el sargento del regimiento Nº 7 Teodoro Rivas, que viéndola flamear atrás de algunas comunas de infantería dijo a su comandante que iba a traérsela, y en efecto en la primera carga abrió camino a sable hasta llegar a ella, y derribando al que la llevaba, se apoderó de ella y volvió sano y salvo; la moharra de plata de la bandera, tiene un golpe de su sable.

A última hora tengo conocimiento de que hay un pasado del ejército argentino, confirmando la muerte del general que dice ser brasilero sin acordarse del nombre. Cuando se le interrogó el efecto de nuestros fuegos en la batalla, no le pareció bastante decir que había muchos muertos y heridos.

Reciba mi felicitación de ciudadano y de amigo por la esplendorosa victoria que han reportado nuestras armas en la primera campal batalla.

Estamos a la expectativa de los sucesos, y acaso de un momento a otro le anuncie nuestro triunfo final.

Bajo una atmósfera de paz, de gloria, espera pronto apretarle la mano.

Su corresponsal.

 

 

 


 

NATALICIO TALAVERA

Periodista, poeta y narrador. Hijo de José Carmelo Tala­vera, destacado hombre público de su tiempo, y de Antonia Alarcón, de familia patricia, nació en Villarrica el 8 de setiem­bre de 1839.

Comenzó sus estudios en Asunción con el maestro Juan Pedro Escalada. En 1855, con 16 años de edad, ingresó a la Escuela Normal, regenteada por el literato e intelectual  español Ildefonso Antonio Ber­mejo. Siguió luego en el Aula de Filosofía. Había concurri­do también a la escuela de Aritmética de Miguel Rojas, que funcionaba en Zeballos Cué, y cursó Moral y Mate­máticas con el francés Pedro Dupuis.

Estaba listo para integrar el segundo grupo de becarios con destino a Francia, pero como tal beneficio estaba dedicado a los alumnos de menores recursos económicos, declinó en favor de otro compañero.

Antes de la Guerra de la Triple Alianza (1864-1870) fue redactor de EL SEMANARIO DE AVISOS Y CONOCIMIENTOS ÚTILES y después fundó y colaboró con LA AURORA, en 1860.

Cuando estalló el conflicto fue enviado al frente como corresponsal de guerra de EL SEMANARIO. Durante la guerra fundó el periódico CABICHUÍ, junto con Juan Crisóstomo Centurión, el padre Fidel Maíz, el correntino Víctor Silvero y otros. El primer número de esa hoja apareció el 13 de mayo de 1867.

Talavera publicó en CABICHUÍ algunos poemas en guaraní, los primeros en la historia de la literatura paraguaya escritos en ese idioma.

Su producción incluye poemas tales como HIMNO PATRIÓTICO, A MI MADRE, LA BOTELLA Y LA MUJER Y REFLEXIONES DE UN CENTINELA EN LA VÍSPERA DEL COMBATE. Tradujo del francés al castellano el GRAZIELLA, de Lamartine.

Muchos lo consideran el primer poeta paraguayo en orden cronológico. Víctima del cólera, falleció a los 28 años de edad en el campamento de Paso Pucú, el 11 de octubre de 1867, según dato proporcionado por Juan E. O'Leary.

La epidemia de cólera fue de dimensiones colosales. Se inició en marzo de 1867 en Río de Janeiro y de ahí, a través de los nuevos contingentes que envió Pedro II para la guerra, llegó a Corrientes, para desplazarse luego a los campamentos del frente de batalla en el Paraguay, y hacer estragos luego en Asunción y también en Buenos Aires, donde en enero de 1868 se llevó al vicepresidente de la Argentina, Marcos Sastre.

Eso determinó que el general Mitre dejara definitivamente la guerra para volver a la capital porteña.

El propio Mariscal López se salvó raspando de la muerte tras haber contraído el cólera homicida.

En su edición del lunes 14 de octubre de 1867, bajo el título de Natalicio Talavera, CABICHUÍ Publicaba lo siguiente:

La muerte acaba de arrebatarnos á este distinguido joven, cuya recomendación se comprende desde luego por el sentimiento general que se ha apoderado de todos sus compatriotas, y de cuantos han tenido ocasión de conocer sus bellas cualidades.

Ardoroso republicano, amante de su Patria é idolatrado de su Gobierno, Natalicio Talavera ha podido emplear con fruto sus cono­cimientos de lucida y contraída inteligencia sirviendo á a sagrada causa nacional en el palenque periodístico, donde ha dejado precio­sas huellas de no vulgar literatura y de un tino feliz en el manejo dé los más delicados puntos de política.

Así ha merecido bien de la Patria, y el Excmo. Sr. Mariscal Ló­pez, justo apreciador de las virtudes y servicios de todo buen ciuda­dano, ya había premiado ante la consideración y estima del público los trabajos del joven escritor y leal patriota, otorgándole la estrella de Caballero de la Orden Nacional del Mérito.

El Cabichuí, que desde su aparición ha tenido que enriquecer sus columnas con las producciones del llorado Talavera, su principal colaborador, deplora hoy muy especialmente esta pérdida, y tributa á su memoria el justo homenaje de la más pura gratitud.

Que la tierra le sea leve.


Documento fuente:

 

EL PERIODISMO DE GUERRA (TRIPLE ALIANZA)

Por BERNARDO NERI FARINA

Colección 150 AÑOS DE LA GUERRA GRANDE - N° 09

© El Lector (de esta edición)

Noviembre, 2013

 

 

 

 

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"PERIÓDICO DE GUERRA CABICHUÍ" en PORTALGUARANI.COM


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Portada del primer número de Cabichuí, uno de los “periódicos de trinchera”

durante la Guerra Grande./ ABC Color

 

 

 

 

 

 

Enlace interno recomendado al espacio de

"GUERRA DE LA TRIPLE ALIANZA" en PORTALGUARANI.COM


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EPISODIO DE LA 2° DIVISIÓN BUENOS AIRES EN LA BATALLA DE TUYUTÍ, ABRIL 24 DE 1866, REPÚBLICA DEL PARAGUAY

Óleo sobre tela de CANDIDO LÓPEZ

41 x 106 cm. (Entre 1876 y 1885)

Colección Museo Histórico Nacional - República Argentina

 





Bibliotecas Virtuales donde se incluyó el Documento:
GUERRA
GUERRA DE LA TRIPLE ALIANZA (BRASIL - ARGENTI
HISTORIA
HISTORIA DEL PARAGUAY (LIBROS, COMPILACIONES,



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