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VICTORIO VILLALBA SUÁREZ

  EL TIEMPO REGRESA, LAS DIOSAS NO MUEREN y POESÍAS de VICTORIO SUÁREZ


EL TIEMPO REGRESA, LAS DIOSAS NO MUEREN y POESÍAS de VICTORIO SUÁREZ
EL TIEMPO REGRESA, LAS DIOSAS NO MUEREN y POESÍAS
 
Poesías de VICTORIO V. SUÁREZ
 
 
Fuente:
 
TERRITORIO DE ENCUENTROS - ALEJANDA OVIEDO
 
 
 
 
 
 
EL TIEMPO REGRESA, LAS DIOSAS NO MUEREN
 
a: TM
 
El otoño pasó por aquí como una saeta pálida, sin embargo, se instaló en el norte como una pandorga amarilla y húmeda que profana lentamente el latido de las hojas. Es una distancia muy larga la que debo recorrer y antes de llegar, mi espíritu se tiende en una falúa, en un desierto, o simplemente en una montaña que cumple el hierático rito de apuntalar las regueras de la tarde.
 
Suelo estar allí todos los días, substancialmente cuando el aguacero cae y evapora su fiebre tropical insoportable desde los iniciales rayos de sol que centellean en mi tierra. Entonces yo estoy allí cargado de una nostalgia que sube de los párpados y se instala en el aire con total impunidad. Estoy allí, lejos, muy lejos porque ella está rehaciendo una historia sencilla cuyo diafragma esboza en la arena de los tiempos los años que perdimos y esta chispa que de repente brota y abre el corazón y grita vocablos de nutrido amor porque todo desemboca en un arrebol de alas que golpean, que no conoce distancias.
 
Yo estoy allí, en el sereno dilema de raspar el día, de aventar y fragmentar las paredes para liberarme. Ella hace lo mismo. Mantenemos un secreto y la complicidad insólita de mirarnos y proyectar nuestros dedos en la dirección correcta de la piel. La otra noche, todas las ventanas estaban cerradas, las baldosas bañadas y las paredes resistiendo en su silencio los retratos que  fueron, las caras que siguen ahí con el perfume germinal y los óleos incitantes que viajan en un pájaro y arrancan el color a las uvas y al verano crujiente.
 
Toda la casa había partido con extremada urgencia, luego se templaron las horas y comencé a ver mi rostro en un gran espejo que hacía nacer la monotonía perfecta. El viento pasaba, la casa flotaba en el viento. Se arremolinaban las flores amarillas, la planta de mango se movía, se zarandeaba el patio verde de suelo aprensivo. Nadie más estaba, es decir, yo y la casa y las murallas y el aullido de un perro lejano. Quedó la casa, flotó la habitación, cesaron los recodos y las acometidas extrañas. Y ella surgió del polvo. Un pedazo de nieve reposaba en sus labios carnosos. Tenía que ser en otoño, antes de la Noche Buena y la cena de pulpo que preparó la poeta Graciela quien cuando habla suelta ese tonito de ritmo cubano que directamente me lleva a Guillén.
 
La casa llegó empapada, dejó sin pérdida de tiempo el terruño y ella estaba allí mirándome mientras sus ojos decían un poema de Borges: “El temporal fue unánime/y aborrecible a las miradas fue el mundo,/pero cuando un arco bendijo/con los colores del perdón la tarde,/y un olor a tierra mojada/alentó los jardines,/nos echamos a caminar por las calles/como por una recuperada heredad,/y en los cristales hubo generosidades de sol/..”y en las hojas lucientes/dejó su trémula inmortalidad el estío...”.
 
Sin embargo, ella no quiso hablar, su rostro rubicundo horadaba la eternidad, todos sus deseos en una sola palabra, todo su fuego también. Sin cellisca en la mejilla se desvistió en la casa y la casa se desvistió con ella. El otoño había quedado atrás y las implicancias de los miedos clandestinos. Todos los días dejaba nacer un poema en el alba, tatuó millares de palabras en sus huesos, dejó pasar el agua bajo los vientos del sur y cuidadosamente estaba allí, acurrucada como fiel compañera en la casa. Un glorioso encuentro sin testigos. Ella había partido desde la luz de los carpincheros que bajaban con Roa Bastos por el río. Desde el edificio alto podía ver y adivinar esas fogatas viajeras que resplandecían en las infalibles madrugadas.
 
Mi tristeza se había esfumado en sus manos y crecieron alegrías de momentos festivos en mis poros. Ella desde tan lejos, con los trechos ahumados, con la lágrima que habitualmente surgía cuando sus manos no llegaban a las mías, cuando su tacto se evaporaba en un circuito de ternura invisible. Su extensión enamorada rompiendo todas las ataduras. Un encuentro aquí, allá, en Montreal, en París, en Montevideo, en Buenos Aires, en las calles de Víctor Hugo, Benedetti, Borges. Siempre las calles y un día marcado en el calendario.
 
Una espuma gigante se desata, se rompe en la niebla. Un par de ojos, de piernas, de piel, de distancias. Todo cae increíblemente después de la luna de miel. Una potente linterna golpea mis retinas, trato de salir, pero las paredes, los cuadros, las caras, las baldosas, el silencio, el patio verde, el mango fornido, me detienen, me sacuden, no me dejan dormir siquiera, me empañan.
 
El otoño está lejos con un anhelo, con una boca que guarda mi nombre. Ella ya no está en la casa. La casa no está sola, está preparada nuevamente para escapar en soledad y buscarla. Sé que volverá a flotar y que ella   volverá a estar allí. El tiempo regresa, las diosas no mueren.
 
Victorio V. Suárez - 2007
 
 
 
 
 
 
PALABRAS PARA ALLEN GINSBERG
 
 
PRIMER RECUERDO
 

 Anoche te hablé Allén entre los papeles amarillos
de mi armario.
Anoche encontré a tu madre loca en el polvo siniestro
de la televisión;
tenía en sus ojos dos aviones, dos corderos mansos
y una muerte repentina.
Anoche eras tú Allen, en los parques terroríficos
de Boston
con el pus maloliente de Manhattan
y el campo magnético de unas lágrimas
que se abrían en campanas.
Anoche nada fue igual:
ni el sueño tranquilo de una niña
que respiraba gusanos en la cama,
ni la fraternal máquina de escribir
de tus brillantes ojos
disparando los violentos caballos del corazón
bajo una sábana.
Nada fue igual Allen.
Porque anoche yo estaba más abatido y más triste
y más loco y más perverso que tú
o Carl Solomon, perdido, perdido en Rockland.
Anoche Allen, destruí con mis dientes envenenados
las empolvadas rosas
de aquel que me había ofrecido tu retrato
en el partenón por la mañana.
Entonces renaciste desde una dirección
hidráulica de muertos como un héroe
o como un Júpiter histérico y melenudo
en el fondo del mar.
Allén, anoche tu lejana voz
-unida al lucero y la tarde-
floreció en mi boca
igual a las pandorgas arañadas por el sol.
Anoche tus lámparas salpicaron con marionetas
el silencio
y caminé por tus montañas, por tus carreteras,
por tu paisaje extendido como un enorme zoo.
Caminé ante tus estúpidos siquiatras
y llegué a la profundidad de tu “aullido”
para identificar los ángeles
y el cuerpo resplandeciente
donde nació tu primera agonía.
Allén, en todas mis palabras revientan tus estrellas
con la velocidad de los automóviles
que rasparon tu Quinta Avenida
y se estremecieron después del blues
en un miserable café de Brooklyn.
Allén, sé perfectamente que sigues en un supermercado
raspando el color a las frutas
y acariciando a un Walt Whitman parado
en una congeladora.
Anoche estuvimos juntos en una sola lágrima;
tu madre estuvo presente, Allén, se escapó de
un manicomio
o desde el vientre oscuro de la tierra.
Era la misma.
Allén, era la misma, con su respiración de tormentas
y sus ojos cargados de fuego y gasolina
haciéndonos leer de nuevo tu kaddish
mientras una tifoidea con ametralladoras
cubría el espejo que relampagueaba
en tus fragmentos crepusculares.
Allén, las flores salieron disparando de mi garganta
y mil novecientos cincuenta se hizo idéntico
al año en curso
porque estabas en el pavimento del tiempo
con un ramo de amapolas
y con tu barba olorosa a marihuana y cucaracha.
Allén, anoche estuvimos en un mismo túnel
sintiendo a las víboras enredarse en nuestra piel.
Anoche temblamos
y Naomí estaba dura mirándonos los ojos,
porque tú, con un micrófono en la mano,
recorrías para decir:
“El peso del mundo es amor, el deseo final
es el amor”,
aunque sabías que la pared era un nido terrible
de sangre, de arañas, de circunferencias,
de alcohol, de fetos muertos, de moscas,
de fardos y de vicios.
Allen, anoche te paseaste conmigo
en una motocicleta,
nadie te pudo ver.
Fuimos dos en uno al abrir las burbujas
que desparramaron nuestros antepasados,
al navegar en los raudales que mojaron
nuestras almohadas,
al encontrar los cuervos que desataron nuestros
sueños
en locura terrestre con tristeza infernal y Apocalipsis.
Allén, anoche estuvieron caídas nuestras sombras
y descubrieron en mí un peligroso bastardo
con mirada de psicópata y dientes de leche.
Allén, yo estoy contaminado por la locura
que irradian los burgueses de mi generación.
Allén, yo estoy triste en la podredumbre de los fuegos,
soñando siempre la amplitud de los caminos
y una aeronave por el viento.
Allén, tú me viste obligar a las muchachas
de mi corazón
para que acuesten sobre una mesa de partos.
Allén yo soy un pecador corriente
y te confieso que pululas en mis ojeras
como las violentas linternas
de tus palomas derretidas.
Allén, anoche respiraste como un ventilador
o como un animal.
Allen, todos saben que yo soy el peor poeta
porque orino en la tranquilidad del día,
porque desparramo las basuras
y manejo un camión tumba sobre los baldíos
de alguna piel.
Allen, yo cepillé mi corazón sobre la tierra
y no pude apagar con mis radiadores
una voz que insistentemente te nombraba.
Allen, yo no recuerdo las alas
sino un viejo aeroplano lleno de prostitutas
y homosexuales en llanto.
Allen, anoche recorrimos mis anaqueles,
caminamos por Përe Lachaise con los ojos
de Apollinaire
y el golpe frío de París en otoño.
Allen, yo estuve muy deprimido al acercarme
a mi mismopara encontrar un suspenso aterrador
de palomas desfloradas.
Allen Ginsberg
yo he quedado muy mal después del incendio,
después de la noche en que nos encontramos
y desaté mis sueños
hasta alcanzar en una rosa
tu rostro sencillo de pájaro iluminado.
Allen, tú pronosticas lluvias y vientos
Y lo cierto es que siempre lloramos
al comprender los días.
Allen, desde mi carne en llamas
y la infinita ansiedad de mis latidos,
con mi coraza de fármacos
vuelo por las avenidas del terror,
vuelo por las piedras
y te cuento que hay ojos llenos de polillas
en las oscuridades.
Allen Ginsberg,
en un estanque de ausencias arde la noche,
la misma noche en que recorrimos la ciudad
y vimos a tanta gente comiendo llagas,
comiendo flores,
igual a Naomí, igual a mi madre,
igual a tu canto fúnebreo tu aullido.
Allen, toda la avenida de despliega
por el calor fluvial de mi sangre.
Estoy negro
muy negro
con la esperanza destruida
y las horas masacradas de tus recuerdos
que fermentan en mis ojos
y desde un lugar
desde una secuencia brutal de minutos
me desangro
en los comienzos del alba y los vientos.
 
 
SEGUNDO RECUERDO

Allen Ginsberg,
 
 
un escueto y lacónico noticiero
anunció que un cáncer acabó con tu vida.
 
Allen Ginsberg,
 
debería llorar tu muerte
 
pero estoy contento
 
porque sé que en este momento
 
ya estarás al lado de Neal Cassady.
 
Allen Ginsberg,
 
abandonaste este mundo en brumas,
 
pero has dejado tu beso 
 
en cada humano que pasea su soledad
 
por los parques sencillos de Nueva York.
 
Allen Ginsberg,
 
yo te extendí la mano
 
y acuñé por tantos años
 
tu aullido infinito.
 
Allen Ginsberg,
 
hasta este momento
 
no sé cómo sucedió
 
pero es mejor
 
saber de repente
 
que te apagaste en el firmamento
 
como un pájaro
 
o como el soplo de una boca
 
que simplemente se asfixia
 
en la inmensidad de la tarde.
 
Allen Ginsberg,
 
estoy seguro que Jack Kerouac
 
te estuvo esperando con una botella de licor.
 
Cuando ese genial borracho y juglar
 
nos dejó
 
tanto habías llorado 
 
que nacieron flores de agua en tus ojos.
 
Allen Ginsberg,
 
al fin llevarás adelante
 
una excursión perfecta y celestial
 
hacia la morada rutilante de Walt Whitman.
 
También encontrarás al joven Rimbaud
 
o a Hemingway bailando
 
 
en una locomotora estelar.
 
Allen Ginsberg,
 
voz interminable
 
inmenso poeta como el resplandor del sol,
 
estoy contento
 
 
porque tu espíritu liberado
 
no estará solo en la otra orilla.
 
Tampoco tu polvo dormirá sobre ausencias
 
en esta tierra
 
donde sigue viviendo
 
la viva explosión de tu poesía. 
 
 
 
 
 
 RECUERDO

Aquel patio
 
la ventana de cristal
 
y el viento de la noche
 
resbalando sobre sábanas limpias
 
y el embrujo de una pasión
 
que abrió su luz
 
después de tanto tiempo.
 
Pero luego llegaron
 
repetidas ausencias,
 
colores lejanos
 
y ojos borrados
 
que me dicen
 
que aquello no se volverá 
 
a repetir.
 
 
 
 
 
VUELVES

Sobre el semblante de espanto
 
y las lágrimas falsas,
 
vuelves con todo tu esplendor.
 
“Sólo sé que no sé nada”.
 
Es la respuesta sobre la mentira
 
que flota igual a una flor
 
podrida.
 
Estás de nuevo
 
en mi vida
 
en el sol que lame
 
el amanecer,
 
el alimento cotidiano.
 
Vuelves
 
como siempre,
 
entre tantas cosas perdidas.
 
Quiero creer en ti,
 
en este laberinto
 
en que las horas pasan
 
raspando sueños.
 
Sobre el rostro que se esfuma
 
y muere
 
¿vuelves realmente?
 
 
 
 
 

RECUERDO

Aquel patio

la ventana de cristal

y el viento de la noche

resbalando sobre sábanas limpias

y el embrujo de una pasión

que abrió su luz

después de tanto tiempo.

Pero luego llegaron

repetidas ausencias,

colores lejanos

y ojos borrados

que me dicen

que aquello no se volverá

a repetir.

 

 

 

VUELVES

 

Sobre el semblante de espanto

y las lágrimas falsas,

vuelves con todo tu esplendor.

“Sólo sé que no sé nada”.

Es la respuesta sobre la mentira

que flota igual a una flor

podrida.

Estás de nuevo

en mi vida

en el sol que lame

el amanecer,

el alimento cotidiano.

Vuelves

como siempre,

entre tantas cosas perdidas.

Quiero creer en ti,

en este laberinto

en que las horas pasan

raspando sueños.

Sobre el rostro que se esfuma

y muere

¿vuelves realmente?

 

 

 

TODO Y NADA

 

Tengo todo:

tu presencia,

tu descanso

y por lo menos

el día en que te toco

cuando escucho a Mozart.

Tengo todo

y, sin embargo,

el tiempo se me escapa

abandona nuestro sitio

y se pierde en la ausencia.

¿Me dejarías amarte?

-me dices-

y yo te miro a los ojos

con ardor perdurable

¿Hasta cuándo?

-vuelves a preguntar-

y no entiendes

que las respuestas

flamean en mi poesía.

Tengo todo

pero pensándolo bien

al no tenerte a ti

sé que no tengo nada.

 

 

 

TRASCENDENCIA

 

Con las memorias congeladas en la pared,

en un cuarto incapaz de dibujar huellas,

sostengo en mi aliento el último aroma

de un cuerpo que ahora ni siquiera es ceniza.

De cara a esta circunstancia aprisionada en la noche,

igual a la ciudad que humedece su espalda

en la niebla, los retratos colgados,

las querencias perdidas, el paisaje inerte,

el cielo claro, el día abierto

en moléculas de tiempo. Cómo trasciende mi mano

y tiembla en un idioma. Caras petrificadas en una flor,

el mar queda atrás el espacio ya no existe

y las carrozas de fuego emigraron.

Sin embargo, estoy en otra dimensión,

mirando las caras congeladas.

 

 

 

LEJANÍA

 

Una atmósfera terminal

instala su placenta

en el vértigo interrogante

de un día con repliegue fantasmal

y arena.

Los ojos cruzados sacuden

el polvo milenario

de un tiempo inmutable

y la vida es un gesto de ocaso

en el resplandor del espejo

que proyecta su eternidad.

Nada más que una mirada

recorre los sitios que plantaron

imágenes de sepia en la memoria.

Todos pasaron,

las puertas están cerradas,

invisibles

y perdidas

en el vuelo congelado

de la lejanía.

 

 

 

TERNURA

 

Tu mejilla de calor forestal

Aterrizó en la arena,

Dejó un beso de agua

Y confirmó que era posible

Llegar de tan lejos

Con la misma ternura

Refrendada en la distancia.

 

 

 

HASTA EL REGRESO

 

Amaneció en un sitio,

El mismo que fuera elegido

Una noche de fogatas.

Desfloró el aire,

Acampó su humedad en mi alma

Y suspiró

Empapada de aromas terrenales.

Mañana volverá a partir,

Mi boca besará sus huellas

Hasta el regreso.

 

 






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