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HUGO RODRÍGUEZ ALCALÁ (+)

  LOS MODERNISTAS DE LA REVISTA CRÓNICA - Ensayo de HUGO RODRÍGUEZ-ALCALÁ


LOS MODERNISTAS DE LA REVISTA CRÓNICA - Ensayo de HUGO RODRÍGUEZ-ALCALÁ

LOS MODERNISTAS DE LA "REVISTA CRÓNICA"

Ensayo de HUGO RODRÍGUEZ-ALCALÁ

 

 

Cuando en abril de 1913 apareció la REVISTA CRÓNICA, el Paraguay gozaba de un insólito período de paz, tras las enconadas luchas políticas que desde julio de 1908 hasta mayo de 1912 habían ensangrentado el país. En esos cuatro años hubo cuatro revoluciones campales y fueron siete los presidentes que asumieron el mando para ser pronto derrocados. Crónica ve la luz a los pocos meses de haber prestado juramento el presidente Eduardo Schaerer, el primer mandatario civil a quien le fue dado completar el término de su magistratura establecido por la Constitución de 1870.

La vida de la revista fue breve, pues no llegó a cumplir los dos años; su último número apareció en enero de 1915 (mes en que fue sofocado por el gobierno de Schaerer un golpe revolucionario en Asunción). Pero Crónica pudo reanimar el interés por las letras en una sociedad agitada y dividida por controversias políticas. En la revista colaboraron no sólo muchos escritores que hacían sus primeras letras, sino figuras ya consagradas como el polígrafo CECILIO BÁEZ, los ensayistas JUAN E. O'LEARY y MANUEL DOMÍNGUEZ, el poeta ELOY FARIÑA NÚÑEZ y el gran compositor AGUSTÍN BARRIOS (1885-1944), llamado a conquistar fama continental y que entonces escribía versos.

Las mejores páginas sobre Crónica y sus fundadores se deben a J. NATALICIO GONZÁLEZ, quien, a los veinte años de la desaparición de la revista, publicó en los números 10 y 18 de Guarania un artículo de valor histórico y literario bajo el título de "CAPECE Y SUS AMIGOS".

La revista Crónica "surgió" -recuerda González-"mediante la colaboración de algunos jóvenes que irrumpieron en los dominios literarios con grave fervor, con misticismo casi heroico. Dos de ellos, LEOPOLDO CENTURIÓN y PABLO MAX YNSFRAN, fueron compañeros de aulas, pero luego la vida los separó, dejándolos formarse espiritualmente en dos mundos dispares e inconexos, hasta que la común vocación literaria volvió, por un instante, a conjuncionar sus existencias". El tercero fue "ROQUE CAPECE FARAONE, amigo de Centurión, que celebró la formación del grupo literario con una cena, en un viejo restaurante del que no sobrevive ni la memoria, allá por 1913, Fue un derroche de manjares exquisitos, rociados con añejos vinos y buen champán".

Los de Crónica -anota Josefina Plá refiriéndose a los poetas de la revista- constituyeron "el primer grupo lírico de perfiles generacionales".1 Y, en efecto, los fundadores eran casi de la misma edad: CENTURIÓN nació en 1893 y falleció en 1922; CAPECE FARAONE, en 1894, murió en 1928; PABLO MAX YNSFRAN, el único sobreviviente del triunvirato inicial, es, como Faraone, de 1894.

Colaboró poco después en Crónica el poeta guaireño LEOPOLDO RAMOS GIMÉNEZ, nacido en 1891. De más edad que estos cuatro fueron el poeta GUILLERMO MOLINAS ROLÓN (1889-1945) y el dibujante de Crónica, MIGUEL ACEVEDO, también de 1889 y fallecido poco después de la desaparición de la revista, en diciembre de 1915.

Suele la crítica paraguaya incluir en la promoción de Crónica al poeta MANUEL ORTIZ GUERRERO aunque no perteneció éste al grupo. Ortiz Guerrero, en rigor, sirve de puente, según bien dice Josefina Plá, entre las promociones de Crónica y la de Juventud (1923). 2

Los prosistas del grupo LEOPOLDO CENTURIÓN y ROQUE CAPECE FARAONE- cultivaron en la ficción breve una literatura decadentista de mujeres fatales y perversas o de ambiente frívolamente aristocrático y refinado.

Los poetas imitaron a los modernistas americanos de la primera y segunda promoción. Se podría decir que adoptaron su retórica y que lo hicieron de manera imperfecta porque carecían de una formación intelectual adecuada y de una fuerte tradición literaria ambiental merced a las cuales les fuera posible convertirse en modernistas cabales, esto es, en artistas cuyo ideal de perfección formal exigía lo que ellos, en el Paraguay de aquel tiempo, no podían tener.

De aquí que la adopción del lenguaje o, mejor, de la retórica modernista fuera para ellos como el ponerse un traje que les quedara grande. En poemas de esta época; por otra parte, hay estrofas de clara filiación romántica, de lenguaje anterior a las innovaciones del movimiento finisecular. Y a estas estrofas siguen -o preceden- otras en que se perciben notas lingüísticas fácilmente identificables como de origen rubeniano o herreriano o con reminiscencias de modernistas más viejos, como Silva y Gutiérrez Nájera.

Los poetas de Crónica, los del grupo inicial y los que se les unieron después abandonaron muy pronto la poesía, salvo pocas excepciones. Max Ynsfran -acaso la inteligencia más poderosa de la promoción- hará su reputación como ensayista e historiador escrupuloso; Molinas Rolón malogra sus dotes en una bohemia desenfrenada; Ortiz Guerrero, enfermo de lepra, persevera heroicamente en su vocación, pero la pobreza y la horrible enfermedad no le permiten adquirir una cultura necesaria para depurar su arte.

Acaso la vida bohemia que llevaron muchos de los de esta promoción haya suscitado una verdadera leyenda en torno a figuras hoy más célebres en el país de lo que debieran ser. Se han exagerado los méritos -me refiero ahora a los poetas- de Molinas Rolón, por ejemplo, hasta el extremo de considerarlo "genial". Un examen detenido de sus poemas no justifica el entusiasmo de sus contemporáneos.

Como modernistas, en suma, fueron ecos débiles de poetas cuyos temas no lograron nunca desarrollar con personal energía y originalidad y cuyas técnicas, como queda dicho, tampoco lograron dominar nunca. El modernismo, por eso, no llegó a ser una presencia viva, digamos, en el Paraguay, sino un coro de ecos apagados. No lo asimilaron los hombres de Crónica hasta el punto de convertirlo en una etapa plena de la cultura del país. Dicho de otro modo, no crearon una "saturación modernista" desde la cual resultase luego necesario partir hacia una nueva aventura estética. De aquí que diez años después de la aparición de Crónica, la promoción de Juventud sintiera aún el modernismo como novedad, como valor todavía vigente, y vieran en Rubén Darío al maestro bajo cuya égida debía escribirse la poesía de los años veinte.

Esta es por lo menos una de las razones por las cuales los asuncenos de Juventud, contemporáneos de los porteños de Proa y Martín Fierro, abrazaron una estética anacrónica y retardaron en casi veinte años la introducción de los movimientos de vanguardia.


BIBLIOGRAFIA: J. Natalicio González, "Capece y sus amigos", Guarania, Asunción, Nos. 16 y 18; del mismo autor "Reseña cultural", ensayo que sirve de prólogo al libro de Ignacio A. Pane, Ensayos paraguayos, Buenos Aires, 1946; Carlos R. Centurión, Historia de la cultura paraguaya..., tomo II; Juan Carlos Ghiano, "En la poesía paraguaya", Comentario, Asunción, Año II, N° 16, 1954; Justo Pastor Benítez, El solar guaraní... y Páginas libres; Asunción, 1956.



PABLO MAX YNSFRAN (1894-1972), estudiado en el capítulo consagrado a los ensayistas, fue, según los historiadores literarios, un parnasiano en su breve carrera poética. Este aserto se funda en la evidente preocupación formal que caracteriza sus poemas juveniles. Sin embargo, Ynsfrán no debe ser tenido por tal. Ni por sus temas ni por su elocución se asemeja a Leopoldo Díaz o a otros corifeos americanos de la escuela francesa. La forma, tanto en poesía como en prosa, le preocupó siempre pero no por razones de "filiación literaria" sino por un natural prurito de hacer bien las cosas, aspecto esencial de un espíritu riguroso y exigente para quien la improvisación, el desaliño o la falta de precisión en el estilo le producen una suerte de horror moral, no sólo intelectual y estético. "Nosotros" -escribía hace poco Ynsfrán a un amigo refiriéndose a su generación, pero en rigor haciendo una confesión personalísima- "no éramos hombres irracionales, como son los de hoy. Creíamos en la razón (y yo todavía creo) y en la simetría de las cosas. Nosotros queríamos pensar...

(Carta fechada en Austin, Texas, el 11 de mayo de 1968).

Y, en efecto, Ynsfrán, hombre de pensamiento, con vocación filosófica claramente discernible en su vasta labor de periodista y de historiador, cuando escribía en verso, "pensaba". Sus poemas más conocidos se titulan, significativamente, "La parábola de la selva", "Cántico inmortal" y "A un hombre".

Renunció muy joven aún a la poesía e incitó a que hiciera lo propio a Natalicio González, prosista de talento, a despecho de las cariñosas protestas de sus amigos y de los escritores más ilustres de su patria. Juan E. O'Leary, por ejemplo, en una semblanza de Natalicio González, escribe: "Me cuenta Pablo M. Ynsfrán que él le convenció de que debía abandonar la poesía, para dedicarse exclusivamente a la prosa... El poeta murió, en plena crisálida, por obra de otro poeta de verdad que se empeña en cortarse las alas";

En rigor, González siguió escribiendo versos y ya en los umbrales de la vejez publicó, en 1953, un volumen de poemas. Pero la renuncia de Ynsfrán fue definitiva y aunque es de lamentar lo que hubiera podido dar de sí como poeta, su obra de lúcido prosador le confiere un lugar de honor en la historia de las letras patrias. Él ha dado un ejemplo de rigor, de claridad, de mesura y dignidad en el quehacer intelectual, de que se han beneficiado las generaciones posteriores a la suya.

LECTURAS: "La parábola de la selva", "Cántico inmortal", "El año muerto", "A un hombre", en las antologías de Michael de Vitis, Parnaso paraguayo, Barcelona, 1924, y en la de Sinforiano Buzó Gómez, Índice de la poesía paraguaya, Asunción, 1959.

BIBLIOGRAFIA: Justo Pastor Benítez, Algunos aspectos de la literatura paraguaya, Río de Janeiro, 1935; J. Natalicio González, el citado artículo "Los amigos de Capece"; Carlos R. Centurión, Historia de las letras paraguayas, Buenos Aires, 1951, pp. 11-14.



GUILLERMO MOLINAS ROLÓN (1889-1945), nacido en San Miguel de las Misiones y educado en Asunción, fue según sus contemporáneos la esperanza frustrada de gran poeta que tuvo el grupo de Crónica. "Escribía versos enigmáticos" --dice Natalicio González- "muchas veces incomprensibles, de una musicalidad sonora como de flauta. Sus estrofas, en que con frecuencia las palabras surgían deformadas con declinaciones atrabiliarias, sonaban por momentos como un alegre motivo sinfónico. Molinas Rolón vivía en un salvaje aislamiento, y más que la compañía de los literatos buscaba el contacto de los caídos, de los miserables, de los desechos sociales. De tarde en tarde aparecía en el grupo... con un puñado de versos, superando a todos en la violencia con que se entregaba a todas las locuras, para luego escurrirse otra vez a sus refugios siempre misteriosos. Era un mulato misionero, de contextura de hierro. La crespa y desmesurada melena coronaba un rostro oscuro, de facciones primitivas, donde blanqueaba las más hermosa dentadura en una sonrisa sin eclipses. Era excesivo en todo. Bebía sin mesura, y sobre una inyección de morfina devoraba impunemente imponentes bocados de chorizos y salames. Un día sus compañeros le encontraron en los suburbios asuncenos, tendido en la gramilla, abrazado a un perro bohemio y macilento, a quien prodigaba besos en el hocico húmedo y lustroso.

"-¡Hermano perro!- profería con una ternura infinita, en la oreja agusanada del pobre can atontado por tan imprevistas demostraciones de afecto. El alcohol y la morfina no lograron destruir aquel organismo a prueba de excesos. Pero malograron un talento en flor. Y Molinas Rolón, el poeta de los versos sinfónicos y herméticos, desapareció un día de la capital, volvió a hundirse en el anonimato campesino, y nadie supo más de él... Le tragaron el silencio y el olvido".

En rigor, se sabe que los últimos años de su arruinada existencia los pasó entre los "mensú" de los yerbales, recitándoles poemas. Falleció en San Vicente, Alto Paraná, el año 1945.

Los contemporáneos de Molinas Rolón, como se dice más arriba, vieron en él la esperanza de gran poeta del grupo. Lo poco que se ha escrito sobre el malogrado autor ha repetido la opinión de sus contemporáneos. Casi a los cincuenta años de la fundación de Crónica, Josefina Plá, en 1962, afirma que Molinas Rolón pudo "llegar a ser uno de los grandes poetas americanos de su tiempo".

Tras un estudio sereno de los poemas que tales afirmaciones suscitaron, hoy pensamos de otro modo. No hay una sola composición de Molinas Rolón sin graves defectos. Es más, en todas ellas se advierte una ausencia de mesura, de gusto, de genuina inspiración, de don poético en suma. De haber perseverado en sus afanes, acaso hubiese escrito con mayor corrección y mejor gusto; pero es difícil que llegase a ser un gran poeta.

Consideremos un poema, titulado "En la fiesta de la raza", el mensaje de Molinas Rolón a los poetas de España y América. Molinas trata de revelar el alma guaraní y evoca a los genios de la mitología Indígena. Al referirse a Curupí, escribe:


...protege a las novias y a las damas encinta,

El Eros legendario, veloz, ágil y alado,

el que abulta los gérmenes de las mieses del prado

y los senos turgentes de las tigres en celos

y cuanto Yasy crea bajo el tul de los cielos.


El soneto titulado "Ofrenda" parece inspirado por los del Lugones de Los crepúsculos del jardín, especialmente por "Delectación morosa". Pero Molinas Rolón carece del refinamiento indispensable para versificar las sutilezas que quería imitar. Aprendió el lenguaje exaltado y efectista de los románticos, de fácil retórica declamatoria como la de las estrofas del poema "Quiero", transcritas abajo:


Quiero una eterna y tropical belleza,

un vigoroso rebosar de vida

¡y no este páramo espectral que empieza

a combatir la evolución fornida!


En la batalla de abismal sonido,

la que a la Tierra, la indolente, azota,

¡yo, de los vicios, con potente ruido,

quiero cantar la colosal derrota!


Y... si los montes quieren ser más altos...

y... ya no intentan cultivar ni yedras,

¡como un titán quebrantaré basaltos!

¡Y haré fecundas sus groseras piedras!


Más que simbolista -según algunos críticos- fue un romántico tardío, en quien los lugares comunes del romanticismo se repiten sin ninguna fuerza vital.

Cuando quiere poetizar con lenguaje más depurado y, con la audacia que se justifica en un Darío pero no en él, se atreve a lanzar algo así como un "mensaje" a las "ínclitas razas ubérrimas", fracasa deplorablemente. Léase su mensaje a los poetas de "En la fiesta de la raza"; lo mismo ocurre cuando trata de exaltar su actitud de poeta que lleva en sí todas las torturas del genio creador. Transcribamos estrofas del poema "Mi Lira":


... Si escucháis en su caja, oiréis una tormenta

muy profunda y lejana, que en ella se endemonia;

con esas turbulencias de los mares, sustenta

en su cuerpo un multífono caracol de la Jonia.


Los amores, los odios, el dolor, la alegría

ya otoñaron sus gamas en las crespas contiendas,

y hoy musican sus notas con dolor de elegía

mil sublimes milagros de azuladas leyendas...


Fue en esa confidencia de una tarde distante

que comulgué las hostias de mi melancolía,

y evoqué con las cuerdas de mi lira tonante

las reivindicaciones de la inútil porfía.


¿Le habrá parecido a Molinas Rolón un hallazgo poético el decir que, en su lira, una tormenta "se endemonia"? La rima rica de "endemonia" con "Jonia", ¿la juzgó una exquisitez de la estética modernista?

Bastan estos pocos ejemplos para advertir que no tuvo Molinas Molón ese instinto del gran poeta merced al cual no se cae en tales desatinos.

LECTURAS: "Mi lira", "En la fiesta de la raza", "Ofrenda", en las ediciones de 1943 y 1959 del Índice de la poesía paraguaya de Sinforiano Buzó Gómez, "Ofrenda" no aparece en la segunda edición.

BIBLIOGRÁFIA: Eusebio A. Lugo, "Los redactores de Crónica", Revista del Centro Estudiantil, Asunción, Año VIII, N° 19, 1914; J. Natalicio González, "Los amigos de Capece", Guarania, Asunción, Nos. 16-18, 1935; Justo Pastor Benítez, El solar guaraní, Buenos Aires, 1947, p. 185; Walter Wey, La poesía paraguaya. Historia de una incógnita, Montevideo, 1951, p. 60; Josefina Plá, "Aspectos de la cultura paraguaya. Literatura paraguaya en el siglo XX", Cuadernos Americanos, Año XXI, Vol. CXX, Enero-febrero, 1962.


MANUEL ORTIZ GUERRERO (1894-1933) es el poeta más popular de Paraguay, llegó a las masas y sus versos fueron aprendidos de memoria por millares de admiradores de todas las edades. Nació en Villarrica de una familia honrada y humilde. Allí hizo sus estudios primarios e inició los secundarios. Su título de bachiller lo obtuvo en el Colegio Nacional de Asunción. En la revista de este colegio publicó versos que fueron el comienzo de su fama. No mucho después de llegar a la capital, dio a luz en la revista Letras una poesía titulada "Loca", que sería su consagración.

El profesor William H. Roberts, que escribió una tesis sobre el poeta para optar al título de doctor en la Universidad de Wisconsin, es quien ha estudiado a Ortiz Guerrero más a fondo, sin dejarse sugestionar por la personalidad misma del escritor. De aquí que fuera capaz de serena objetividad ante su obra. Los amigos del poeta, admiradores de su carácter íntegro, apiadados por su incurable enfermedad y la tragedia de una vida llena de atroces sufrimientos y de heroicos sacrificios -Ortiz Guerrero era leproso-, exaltan los valores del hombre con fervor, y ponen igual fervor en la estimación de su obra poética. Roberts, en un artículo de 1961, escribe:


... "Un hijo del campo, Manuel Ortiz Guerrero (1894-1933), iba desarrollando sus primeros versos en un español fuertemente inspirado en Rubén Darío, sobre todo el Darío de Prosas profanas: el Modernismo, como el Romanticismo, llegó tarde a ejercer una influencia general en la poesía paraguaya. La primera colección de Ortiz Guerrero, Surgente, se caracteriza por el uso de muchos artificios y formas de la métrica rubendaríana, y abarca varios temas predilectos de la poesía modernista. Al tratar de someter su métrica y materia poética a las de Darío, y de hacer suyo el punto de vista cosmopolita del gran nicaragüense, Ortiz hacía un esfuerzo imposible, ya que no cabía la poesía suya en el molde modernista. Le hacían falta el dominio técnico, la cultura literaria y la sutileza intelectual que le permitiesen comprender a fondo y asimilarse el mundo poético de Darío, tan rica destilación de muchas artes y épocas. La nota más original de Guerrero se da en las poesías en que el poeta se olvida de la princesa modernista y de la fête galante, para entrelazar el mundo que conocía -del `rancho de paja'- el folklore indígena y la belleza peculiar del paisaje paraguayo. Este poeta no tenía necesidad de imaginarse ni el sufrimiento ni el horror, porque vivió desde adolescente víctima de la lepra. Del verídico padecer se forjó un modo personal de imágenes en que el agua... purificadora y eterna, ocupa el lugar central; y sucesivamente en sus tres tomos de versos trata de elevarse por encima de su circunstancia trágica, meta que alcanzó en su última obra, Pepitas. En la serie de hai-kai de que consta este librito -aforismos o breves transmutaciones de la realidad en una sola imagen- el poeta se alza a un nivel de serenidad rara y conmovedora. Sirvan de ejemplo las tres pepitas que siguen:


El corazón es himno y flor de goce:

la total desventura

él no conoce.


Carbón... carbón... La carbonera pasa.

De sus ojos se astillan

dos vivas brasas.

Soy un hilo de agua en este llano:

por la noche, luceros

cantando hilvano. 3


La vida de este poeta se ha hecho legendaria en la emocionada recordación de sus amigos. El dramaturgo José Arturo Alsina, a quien debemos la más extensa biografía de Ortiz Guerrero, insiste en los detalles más reveladores de la dignidad y de la nobleza del escritor: "No da la enguantada mano a nadie. Cuando acude al consultorio de su médico, lo hace a altas horas de la noche para evitarle –dice- que la clientela sienta el horror de su visita, y se niega sistemáticamente a tomar asiento en la silla que con gentileza se le ofrece". 4

Una mujer -Dalmacia- es su abnegada compañera; a ella no le da horror alguno la enfermedad del poeta. La pareja quiere ser independiente. Él, con grandes sacrificios, logra ahorrarlo suficiente pura comprar un terreno. En este terreno construye un rancho. Viven en él antes que puedan sus dueños costear las puertas y ventanas; tapan las aberturas del rancho con lonas. Y el poeta se siente feliz porque ya se acabó la pesadilla del casero apremiante con sus cuentas a fin de cada mes. Ese mismo rancho se va a convertir en imprenta con el nombre de "Zurucucú. Editorial Paraguaya". En esta imprenta se publicarán obras del propietario impresor: Nubes del este, Pepitas, La conquista. Ortiz Guerrero se gana la vida, principalmente, imprimiendo talonarios, notas de venta, recibos en blanco.

El mismo se referirá a su profesión de impresor:


De profesión insigne dirá mi biografía.

Yo soy "hombre de letras", lo declaro a mi vez:


Yo vivo de las letras de mi tipografía,

componiendo el poema de un recibo burgués.

Y además soy guerrero, de la guerra bravía

por mis cuatro galletas de arruinado marqués.


Y sobre la trinchera de la vida, un guerrero

orgulloso y terrible más que Napoleón;

presionado de frente, envuelta la derecha,

el ala izquierda rota, la victoria deshecha,

me encontrarán cadáver al pie de mi cañón.


A despecho de su infortunio, tenía el poeta un fino sentido de humor y un vivo ingenio para la ironía y la sátira. Como ejemplo de su poesía satírica, he aquí un hai-kai en que define a un tipo de político común de su época:


Hombre líquido es hombre partido:

Se amolda a todo jarro

Donde es vertido.


Ortiz Guerrero es autor de piezas de teatro como la comedia Eireté, de 1920; los dramas, La conquista, de 1926, y el (inédito) La danza del puñal. También escribió una tragedia El crimen de Tintalila, de 1929.

Acrecentó la popularidad ya bien grande del poeta, su colaboración con el músico José Asunción Flores cuando éste creaba la guarania, tipo de composición musical que pronto deleitaría a auditorios internacionales. Todo el mundo sabe en el Paraguay que Ortiz Guerrero es el autor de la letra de India, la guarania hoy clásica por excelencia.

Su colaboración con José Asunción Flores es sólo un aspecto, el más visible, de una de sus más valiosas iniciativas artísticas: Ortiz Guerrero orientó el arte nacional hacia la tradición más genuinamente paraguaya. Justo Pastor Benítez, al hablar de este discípulo de Rubén Darío en su mocedad, afirma: "Escribía con igual habilidad el español y el guaraní; si bien sus versos castellanos no dan la impresión de madurez, del fruto en sazón, de la originalidad que revela en sus composiciones en idioma nativo... Ortiz Guerrero fue el descubridor de la veta de la tradición nacional. En ese sentido fue un creador. Oteó el horizonte, señaló una ruta, rumbeó hacia el venero inagotable y coloidal que late en los estratos de la raza, en el seno vulgar y fecundo del pueblo". 5

En rigor, como ha señalado un crítico, el español de Ortiz Guerrero daba mucho que desear aun en cuanto a sintaxis. Pero en guaraní hablaba su verdadero idioma. El mismo Benítez cita una estrofa guaraní, muy fina, muy delicada, de la que ofrece traducción en prosa. Es ésta:


Panambí che rapé rame

reseva re yeroky

Icatú ngaú mí raé

nde pepó cuarajhy-ame

a ñe ñoty...


(Mariposa inquieta, que danzas en mi camino, quién me diera la dicha de reposar a la incierta sombra de tus alas).

No era Ortiz Guerrero, como ha afirmado un crítico, "un rubendariano puro". En él hay múltiples influencias de modernistas de la primera y segunda promoción. En "Schubert en tu piano", por ejemplo, Ortiz Guerrero imita formalmente al más famoso de los nocturnos de Silva -y no sólo formalmente- y está lleno de reminiscencias de Gutiérrez Nájera.

Además, como ha observado Roque Vallejos, la elegía al maestro Chamorro de Ortiz Guerrero, es imitación de la de Machado a D. Francisco Giner de los Ríos. 6

El mismo crítico tiene una observación feliz que puede aplicarse a la totalidad de la obra poética de nuestro autor: "`Loca' de Ortiz Guerrero" -dice Vallejos- "fue tal vez el poema más recita do de su tiempo. Sin embargo, el público que lo recitó lo hizo sin conciencia de su valor, por pura simpatía espiritual o por contagio sentimental, que la maravillosa personalidad del poeta irradiaba". 7

Hoy, poemas como "Loca", "Schubert en tu piano", "Mi soneto a Francia" y tantos otros nos parecen muy malos y el éxito que tuvieron en su tiempo sólo es explicable no sólo por esa "simpatía" hacia el autor y ese "contagio" de que habla Vallejos sino a un escaso desarrollo del gusto poético en el ambiente de la época.

LECTURAS: Surgente, Asunción, 1922; Pepitas, Asunción, 1930; Nubes del este, Asunción, 1930. Hay, con un extenso prólogo de José Arturo Alsina, unas Obras completas, Buenos Aires, 1952.

BIBLIOGRAFIA: J. Natalicio González, "Manuel Ortiz Guerrero", prólogo al poemario Surgente; Silvio A. Vázquez, "Manuel Ortiz Guerrero", Revista de Turismo, Asunción, N° 5, mayo de 1942; el citado prólogo de José Arturo Alsina, que se titula "Ortiz Guerrero y su época", a las Obras completas; Josefina Plá, "Algunas consideraciones en torno a Ortiz Guerrero", Guarán, Asunción, 12 de mayo de 1939; William H. Roberts, Manuel Ortiz. Guerrero, Paraguayan Poet. A Biographical and Critical Study (Tesis doctoral inédita. Universidad de Wisconsin, Madison, 1950); del mismo autor, "Un poeta del Paraguay", Nosotros, Nashville, Tenn., Otoño e invierno de 1956; también "Hacia una tradición indígena en la poesía paraguaya", Hispanófila, Núm. 13, 1961; Justo Pastor Benítez, El solar guaraní, Buenos Aires, 1947, págs. 187-189; Carlos R. Centurión, Historia de las letras paraguayas, Vol. III, Buenos Aires, 1951, págs. 37-48; Sinforiano Buzó Gómez, Índice de la poesía paraguaya, Asunción, 1959; Roque Vallejos, La literatura paraguaya como expresión de la realidad nacional, Asunción, 1967, págs. 24 y 33.




A NATALICIO GONZÁLEZ (1897-1966), incluido entre los ensayistas coetáneos de Pablo Max Ynsfran y Justo Pastor Benítez, le correspondería, por su edad, aparecer como poeta entre los de Crónica, bien que él no sea, en rigor, miembro del grupo inicial formado en torno a la revista. González, según Josefina Plá, "hace suya la consigna del mexicano: `Tuércele el cuello al cisne de engañoso plumaje', pone al búho al frente de Baladas guaraníes y ensaya el mundonovismo como respuesta individual a movimientos contemporáneos en el Brasil y la Argentina". 8

Las referidas Baladas no igualan como poesía a la prosa de este inspirado ensayista. No nos emociona, por ejemplo, el "Credo" del poeta nativista. En él nos dice profesar la religión guaraní, no la cristiana:


Pálido Cristo, yo no soy cristiano.

El gran Tupang en nuestro cielo mora:

le aplicaron tu nombre, pero en vano,

pues mi raza tu triste culto ignora...


Muy superiores a las baladas de 1925 son los poemas escritos a raíz de la guerra del Chaco, como "Tamoí" y "El pollino que murió en el Chaco". En este último, sobre todo, ironía y ternura confieren una gracia peculiar a los alejandrinos:


Era un pollino joven de preclara prosapia,

descendiente de un rucio de Domingo de Irala.

Un alba sonrosada, frente a derruida tapia,

nació bajo un lapacho que se puso de gala

y llovió sobre el asno sus flores color rosa .


Creció el joven pollino, lindo como un cordero,

amigo de pilluelos y de bellas muchachas.

Se hacía en ocasiones, jugando, el majadero,

y con aire de susto y las orejas gachas

se empecinaba en no dar un paso adelante.

El Cristo no le tuvo por su cabalgadura

pero una campesina de mirar incitante

en sus ancas venía con cestos de verdura,

tocada de albo manto la cabeza morena,

hasta el mercado lleno de voces y mujeres,

de turcos y usureros de la villa asuncena.

¡Qué escándalo aquel día! Una joven pollina

había despertado sus ardores carnales

y sin reparar en su carga de gallinas,

de coles y tomates, consumó cosas tales,

que las chicas quedaron todas ruborizadas...


Al pollino lo llevan al Chaco como animal de carga. Allí, nostálgico de su Lambaré nativo, lanza un día un rebuzno que descubre su presencia al enemigo. Y muere de balas bolivianas.

El pollino muerto deja que su cuerpo sirva de trinchera a los combatientes mientras su alma vuela hacia


...las azules laderas

del Lambaré nativo. Al divisar sus pastos

quiso lanzar un largo rebuzno de alegría...

Mas no pudo. Francisco de Asís, el de ojos castos,

al mirarlo de lejos benigno sonreía.

Y vio entrar al pollino, dulce, humilde y sumiso,

a la querencia, como si entrara al Paraíso.


Las Elegías de Tenochtitlán, con muchas más pretensiones de poesía que este canto al pollino, no son, sin embargo, más que prosa sometida a ritmo de verso y con el adorno no siempre fácilmente logrado de la rima. Sirva de ejemplo este cuarteto:


María Candelaria, eres México, eres nuestra América

recóndita, la que plasma en su cósmico fervor

pleno de hondura y claridad atmosférica

una cultura telúrica de nuevo acento y color...


González, con excepción de algunos pasajes inspirados por aquel "Platero" de Lambaré, rara vez logró hacer poesías en verso. Escritor de mayor cultura y sensibilidad que la mayoría de sus contemporáneos, director de la revista Guarania en que predicó su apasionado nacionalismo, supo señalar un rumbo nuevo a las letras de su país y desempeñó un papel importante en la superación del rezagado modernismo.

LECTURAS: Baladas guaraníes, París, 1925; Elegías de Tenochtitlán, México, 1953.

BIBLIOGRAFIA: Véase la indicada en el capítulo "El ensayo y la historia desde 1915".



LEOPOLDO RAMOS GIMÉNEZ (1891-1988) nació en Villarrica. Desde su niñez fue íntimo amigo de Manuel Ortiz Guerrero, con quien compartió el mismo banco en la escuela primaria. Se inició en las letras en su ciudad natal, colaborando en publicaciones locales. En 1914 envió a Crónica una composición, el soneto "La cumbre del titán", que la revista aceptó y dio a luz con las iniciales de su autor.

Entre los escritores de su promoción fue el más preocupado por problemas sociales. En 1917 denunció la explotación en yerbales y obrajes con un opúsculo en prosa: Tabla de sangre.

"Se hizo paladín del movimiento obrero" -escribe Justo Pastor Benítez-; "tradujo las quejas colectivas, encabezó huelgas; hombre de empresas las más curiosas, no ha matado al lírico de rotundos sonetos. De su múltiple labor, pueden citarse como expresiones de arte, el vigoroso soneto 'La cumbre del titán' y los musicales versos del 'Canto a las palmeras de Río de Janeiro`”.

Este último poema, muy elogiado por los contemporáneos del autor, y por el crítico brasileño Walter Wey, para quien es "una espléndida acuarela", carece en rigor de vuelo poético. En versos de quince sílabas compuestos de tres pentasílabos, hace Ramos Giménez el elogio de las palmeras cariocas en un prolongado despliegue de trivialidades:


... Pasarán meses, pasarán años, y el alma mía,

viviendo acaso penas y glorias, o lo que quieras,

verá que mueren las esperanzas de cada día

sin que el olvido borre el encanto de tus palmeras.


"Su poesía" -afirma el mismo Wey- "es un panfleto vibrante y valiente" -refiriéndose a sus composiciones de inspiración anarcosindicalista-. "Su musa, sin embargo, descendiendo de la tribuna, caía en lo vulgar". Hay que agregar que el "Canto a las palmeras de Río de Janeiro" no se salva de la última apreciación del crítico. Léase la siguiente estrofa:


Yo he visto como en un sueño de oro las musas todas

dejar las cumbres, besar las flores de tus praderas,

del rey Apolo llevar el áureo carro de bodas

con sus bridones por la avenida de tus palmeras...


¿A quién "convence" esta visión que el autor dice haber tenido? ¿Quién tira del carro de Apolo, las musas o los bridones?

No se ha ejercido la crítica literaria con el debido rigor y muchas opiniones sobre obras y escritores, que se vienen repitiendo desde hace años, no se formaron como resultado de un análisis de evaluación imparcial y riguroso. De aquí que elogios hechos por amigos o partidarios políticos, nunca rectificados por una crítica realmente responsable, sigan suscitando en torno a obras y autores un prestigio sin fundamento.

LECTURAS: Cantos del solar heroico, Asunción, 1920 (Ramos Giménez es autor de otros tres libros de versos: Piras sagradas, Asunción, 1917; Eros, Asunción, 1918, y Alas y sombras, Buenos Aires, 1919).

BIBLIOGRAFIA: Gomes Freire Esteves, "La obra de Ramos Giménez", prólogo al libro Cantos del solar heroico; Justo Pastor Benítez, Algunos aspectos de la literatura paraguaya, Río de Janeiro, 1935; ver, del mismo autor, el capítulo titulado "Pájaro milagroso" en El solar guaraní, Buenos Aires, 1947; Carlos R. Centurión, Historia de las letras paraguayas, tomo III, págs. 55-59; Walter Wey, La poesía paraguaya. Historia de una incógnita, Montevideo, 1951, págs. 63-64.


FACUNDO RECALDE (1896-1969), personalidad fuerte y compleja y escritor no fácilmente clasificable, se inicia muy temprano en las letras como periodista. En política ha sido un rebelde: niño aún, en 1908 fue encarcelado; hombre maduro, en 1936, tuvo participación decisiva, como héroe civil, en la rebelión que derrocó al gobierno del presidente Eusebio Ayala, a menos de un año de la victoria del Chaco.

Su estilo, algo barroco en sus artículos y crónicas, da la impresión de ser muy trabajado. Sin embargo, ésta es su manera espontánea de expresarse. Sus metáforas abundantes en el retorcimiento de su prosa, tienen potencia representativa. Recalde no ha publicado en volumen sus crónicas de la guerra del Chaco, de acceso hoy difícil. Alguien debería hacerlo, porque son un documento viviente de un período memorable de la historia de su país, en que la pluma de un artista inspirado capta el espectáculo épico en páginas vibrantes.

En verso, Recalde, aunque influido por los modernistas, es un romántico extemporáneo. Su único poemario, Virutas celestes, se publicó en Asunción en 1930. En el teatro tuvo éxito su comedia dramática El juguete roto (1925).

LECTURAS: Virutas celestes, Asunción, 1930.

BIBLIOGRAFIA: Carlos. R. Centurión, Historia cultural..., tomo III.

 

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HISTORIA DE LA LITERATURA PARAGUAYA

Por HUGO RODRÍGUEZ – ALCALÁ

©  HUGO RODRÍGUEZ – ALCALÁ/ DIRMA PARDO CARUGATI

Editorial El Lector,

Asunción – Paraguay . 1999 (434 páginas) 

 

 

 

 

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