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JACOBO A. RAUSKIN

  POESÍA : 1991-1999 / JACOBO A. RAUSKIN


POESÍA : 1991-1999 / JACOBO A. RAUSKIN

POESÍA : 1991-1999/ JACOBO A. RAUSKIN

Arandurã Editorial,

Colección LETRAS PARAGUAYAS

Asunción – Paraguay

2000.

 

 

POESÍA 1991-1999

LA CANCIÓN ANDARIEGA (1991)

Elogio de los caminos de tierra

Mediodía

Allá lejos

El ala negra

Azul de fábrica rural

Sordo a una queja

Carta

Cierto ritmo

Santa simplicidad

Vegetación en una tragedia

La siesta en un pueblo

EJEMPLOS DE CONDUCTA CALLEJERA Y DE OTRAS MANIFESTACIONES AL AIRE LIBRE, INCLUYENDO UN TARDÍO HOMENAJE A LA VIDA SEDENTARIA

Anécdota de café

Opción real

Envío en un jardín

Sobre una orquídea

Lazo divino

Historia natural y callejera

Nadie sabe nada

Frutas eróticas

INVIERNO EN LA SALA DE ESTAR DE BALDE O UN TARDÍO HOMENAJE A LA VIDA SEDENTARIA

El filo de la sombra

Ominoso

Ilusión de buena eternidad

Adán de barro y nostalgia

El milagro económico

Villancico de rotonda

Conocidos

Asfalto y tolerancia

De tu estampa colonial

CANTILENA FLUVIAL

Un saludo

El eterno retorno

Sinónimos y fotografías

Heraclitiana

La variación inmobiliaria

Some day

CRÓNICAS

El transemiliano

Un rostro para el olvido

ALEGRÍA DE UN HOMBRE QUE VUELVE (1992)

Alegría de un hombre que vuelve

Me acuerdo

Delicadeza oriental

Exilio

Personaje

Infancia

Vagabunda

El invierno en una viñeta

Piropo frustrado

Canción

People

Bella

Justo al cruzar la calle

La mesa familiar

Mujer al paso

Monstruo y pájaros

Nuevo fragmento presocrático

Xavier

Song

Plumas

El ideal comunitario

Pequeña ciudad después del diluvio

Luces

Céfiro

Lavandera

Continuidad de la especie

Sobreviviente

Mañanita

Un pueblo antes de la escarcha

Almacén

Ofrenda

Carnicera nocturna

Esculturas de Hugo Pistilli

Oficio

Mister Gold, artífice del fin del mundo

Pájaro legendario

FOGATA Y DORMIDERO DE CAMINANTES (1994)

Las hojas de esta serie abarcan aves y árboles, un caballo, nuevos barrios de asunción, un supermercado, los últimos baldíos, cierta nostalgia, la irrealidad del tiempo y la persistencia del amor

Periferia

Linda vida

Hogar

Los últimos baldíos

Viaje a un país del amor

Al día siguiente

Cierto tiempo después

Acoples

Preludio

Añoranza

Intensa

Ayer

Ruego

Ni por abracadabra

Domicilio

El viento en su mejor ventana

Víspera de un feriado

Felices

Composición en blanco y negro

Un tipo

Bicolor

Fábula

Alegoría

Destellos

LA CIUDAD Y EL MUNDO EN UN BREVE REPERTORIO DE RIMAS USUALES, EN NOTAS DE DIVERSO CARIZ, EN COMENTARIOS Y TEVEGRAMAS

A usted, inevitable comunicador

La ciudad y el mundo en un breve repertorio de rimas usuales

Admirable

Japón feudal

Desplazados por la guerra

El señalado

Bloques portuarios

Límite

Entrañable

Al terminar el 93

Sabiduría

Vidas para una égloga o lo que aún queda del Paraguay de antes

La tribu errante

Animal fabuloso según Franz Marc

Anécdota

Jardín de bíblica condena

Signos de madurez

Homenaje a Stephane Grapelli

Rebaño

Elixir

El secreto de la risa infantil

Piedras para llorar

Cocina china

Impresión de un cronista

Plaza

Vestigios

LA CALLE DEL VIOLÍN ALLÁ LEJOS (1996)

Invierno

Soneto y retrato de la mujer amada

Ciclo

Sosiego

Tirada floral

Lecho y literatura

El sol naciente

Casita como ejemplo

Monedas en juego

Generosa

Conducta

Enigmas

Repeticiones

La percepción del pan

Simón septuagenario en el taller y en la trastienda

Carbón

Oro

Balada

Mi trago

Itaipú

Noticias

Vidas paralelas

La gaviota invisible

Homenaje a Federico Fellini

Pausa

Belleza de ayer

Excusas

El jefe y supretoriano favorito

Alfredo envejece

Rimas totalitarias

Vacancia

Noche cantada en asunción después del golpe de la Candelaria

Dos amigas

Adagio

Ceniza de catálogo

Changas

Imágenes africanas vía satélite

Tierra cansada de fotógrafos

Elsa

En la frontera

ADIÓS A LA CIGARRA (1997)

Este libro tiene un poco de muchas cosas: ciudad, campo, medios de comunicación, geografía, sentimiento, pensamiento, pintura, poesía, amor y nostalgia

El mundo de aquel joven

Los arrancados

Un árbol

Ceremonia

Tendencias

Asociación nocturna

Sobre el origen periodístico de algunos poemas

Paul Gauguin, por ejemplo

Pinceles

Atardecer

Sentimiento del circo

Catarsis

Leguas

Tonada

Invierno delicado

Canciones anteriores a una boda o el valle de la caña dulce en el Paraguay

¡Qué ramito!

Anécdota de la costa

Improvisación

El desembarco

Verde pradera interminable

El sueño americano

A un gordo, sinceramente

El mundo según Jacinto Rivero

Buena estampa

Nocturno con un tema de Poe

Aventura

PITOGÜÉ

Pitogüé

Villalejos

Testimonio

Aceptación

Encantamiento para enamorados

La bella Inés

Lugarameno

Confesión de una sombra

El amor y el mal tiempo

Tareas tan inútiles como la poesía

Breve historia de amor

Nana

Desde el tejado

La noche

Luciérnaga

Vagabunda

La luna en la ventana

A la inalcanzable, para que se apiade de su enamorado

Adiós a un ángel

Ciudad de los naranjos y las flores, mil novecientos cincuenta y tantos

Ciudad natal del poeta

La edad de oro

Observaciones de un marinero de agua dulce que se hizo a la mar

El proyecto

Tierra para el siguiente

Fidelísimo retrato de un ujier del purgatorio

El sol y la poesía de la gente humilde

Una visión del mundo

Antiguo paisaje industrial

Sombra y flores

El olvidado en la frontera

Lección de pintura

Preparación del lunes

La plaza

La plaza en los años de Tobías

La rebelde

Los placeres de un déspota

Historia, callejera de todo el mundo

Serenata desinteresada

Hipérbole

La mula

Ocupaciones

Endimión

El rabelero

APÉNDICE

El goce de lo cotidiano en la poesía de Jacobo A. Rauskin

Bibliografía





LA CANCIÓN ANDARIEGA (1991)


a Helena, en harmonía



ELOGIO DE LOS CAMINOS DE TIERRA

 

 

MEDIODÍA

 

Es más amable la sombra

     
 

de un árbol, si el caminante

     
 

en ella pisa, descalzo,

     
 

la fresca sombra de un cántaro.

     
 

Entonces (la siesta es larga,

 

   
 

pero acorta los caminos)

     
 

vuelve la sed y se queda

     
 

con él un rato en sus labios.

     
 



 

ALLÁ LEJOS

Por aquella época, coincidiendo con la juventud del autor, los arroyos traían un agua más clara, la ropa se lavaba en ellos y era menos vistosa, las mujeres sin ropa en el agua llena de manos de un arroyo eran iguales que ahora, también eran iguales que ahora las nubes, los molinos elevadores de agua y los techos de cinc para la lluvia. En aquellos lejanos días, el camino iba detrás del caminante, era su historia. Ambos, el joven y su joven historia, iban de un yuyal a otro, llenándose de las frutas de un árbol superviviente, un árbol que no se les había muerto de maleza ni de hacha loteadora. Allá lejos, la tentación, el señuelo y las trampas del horizonte; hacia más allá de allá lejos, las pisadas. Ya era bueno saber que entre yuyos verdecía la esperanza del caminante. Verdecía o yuyecía, según el caso.



 

 

EL ALA NEGRA


Sobre el campo y la fábrica

     

rural de azul recién pintada

     

los cuervos lugareños danzan

     

en ronda siempre atávica.

     

El viento juega, los embiste

 

   

y no comete abuso

     

de córvido discurso

     

diciéndote que son felices.

     
 




 

 

AZUL DE FÁBRICA RURAL

 

Casi el campo, galpón de estilo establo.

     
 

A tiro de guijarro, peluquería

     
 

cerrada contigua

     
 

a sastrería

     
 

cerrada contigua

 

   
 

a la tierna hierba del crepúsculo.

     
 

Tan parco cementerio cívico se nutre

     
 

de bienestar fabril anexo

     
 

a pequeña ciudad dormitorio.

     
 

El patio es fábrica,

 

   
 

la esquina es un reducto camionero

     
 

y la basura

     
 

arde y cruje,

     
 

es basura de campo, basura vegetal.

     
 

Tras el humo de la limpieza,

 

   
 

tras el humo escobero de las hojas muertas,

     
 

el camino de tierra sigue

     
 

su rumbo conocido,

     
 

muy pocos mudos nuevos intercambian

     
 

señas o gestos

 

   
 

o saludos

     
 

y muy pocas, muy pocas nubes para lápidas dirían

     
 

que el viento por aquí no es un solitario.

     
 

Volvamos a la gente, volvamos

     
 

a María de la limpieza,

 

   
 

María limpiadora,

     
 

María limpia.

     
 

Dulce a ratos no deja de ser

     
 

el manso entorno de María,

     
 

pero barrer sin duda cansa

 30

   
 

y ver barrer aburre sin remedio.

     
 

Patio en penumbra

     
 

de estibas y tinglados.

     
 

La hora en punto menos cuarto.

     
 

La sombra de María deja su escoba,

 

   
 

María marca en la pared horaria.

     
 

¿Hay prisa?

     
 

El sol es su naranja.

     
 

Y cae.

     
 



 

SORDO A UNA QUEJA

 


No oye un árbol la queja

   

del viento que me despierta.

   

Si aun así es digno de Céfiro,

   

Austro, Siroco y su séquito,

   

digno ha de ser de esta hoja

 

 

que no da, mas dice sombra.

   
 




 

CARTA

Él miente, ella dice la verdad, aquel otro escribe su poema de amor y lo quema, yo vivo mi amor y escribo una carta sobre la lluvia. Cuando se va la lluvia, escribo sobre el agua llovediza de los charcos. En habiendo el sol secado todo charco, escribo sobre el agua en otra parte; el agua mansa en los ojos de un caballo, el agua mínima de los arroyos de viñeta. Debo ser seguramente un corresponsal de viñeta, un enamorado de arroyo, un individuo pluvial.


 

CIERTO RITMO

 

 

Gentil, perezoso,

   
 

no ajeno a un tambor.

   
 

(Debajo del puente

   
 

encuentra el arroyo

   
 

su sombra batiente

   
 

de tablas al sol.)

   
 



 

SANTA SIMPLICIDAD

 

 


Va dejando el arroyo

   

lugar para el olvido.

   
 

 


El arroyito manso

   

del verano y su idilio.

   
 
     

 

 

El arroyuelo breve,

 

 
 

sin anzuelo, con bicho

   
 

 

 

de luz en el otoño.

   
 

Ideal, no hay mosquitos.

   
 
 


 

VEGETACIÓN EN UNA TRAGEDIA

 

 

La madre de este campo es aún la selva,

   
 

amigo de un reptil aquí es el suelo,

   
 

los años de un arado son la herencia

   
 

y el hijo es matricida sin saberlo.

   
 



 

LA SIESTA EN UN PUEBLO

Sin que me diera cuenta se me fue la mañana, llegó el mediodía y el sol coronó de silencio los campos en los que verificaba yo la validez de algunos datos ofrecidos por el censo habitacional. Hice un alto en el camino, mordí una fruta y me dispuse a dormir la siesta ahí donde la siesta me había encontrado. En razón del carácter errante de mis ocupaciones no suelo ser exigente con los lugares que la Madre Naturaleza o la Tía Sociedad me deparan. ¿Adaptable? Intento ser fiel a mi destino. Y la siesta me encontró, una vez más, en Cuenca Cué, pueblo al que vuelve sauce un soplo del viento que siempre llora a orillas del río. Del resto de su tristeza, ni hablar: aparece en bloques, es imposible reducirla; que a ratos pase una lancha de excursionistas nada quiere decir; que se celebre una ceremonia nupcial apenas quita luto a esa gente. No siempre fue así. Hace medio siglo, que no es mucho tiempo para una  población, Cuenca Cué llegó a merecer los alegres honores de una polca. Canción más bien genérica, celebraba ella el encantador semblante y la amorosa disponibilidad de las cuencacueceñas. O tempora! o mores!Pido disculpas por esta locución latina cuyo contenido bien vale una salva de salivazos a mandíbula batiente, pero sólo la nostalgia, es decir la delicadeza que se resiste a partir, me permite, de cuando en cuando, permanecer unas horas en ese lugar.




 

EJEMPLOS DE CONDUCTA CALLEJERA

Y DE OTRAS MANIFESTACIONES AL AIRE LIBRE,

 INCLUYENDO UN TARDÍO HOMENAJE A LA VIDA SEDENTARIA

 

ANÉCDOTA DE CAFÉ

Las puertas de la ciudad (tales aberturas son también una ficción municipal) se abren mejor al olvido que a la memoria. Si además llueve sin que nadie vea el fin de la lluvia, que es como suele llover en esta época del año, no es raro que el olvido elija una mesa junto a la ventana. Hace unos días, pasaba yo una tarde lluviosa entre serpientes de humo y de café cuando asomó el olvido a la ventana. Nada me dijo, no hubo tiempo, sucedió y dejó de suceder en un parpadeo. Se me pegó a los ojos, la ciudad era una hermosa desconocida; se me despegó luego y era tan sólo una calle bajo la lluvia.



 

OPCIÓN REAL

 

 

El vellocino,

   
 

si venusino,

   
 

es triangular

   
 

y, desde Eva,

   
 

a gruta o fruta

 

 
 

tira con fuerza.

   
 



 

ENVÍO EN UN JARDÍN

Callada, una rosa vive de veras, vive sin querer oír elogios en un jardín de mecedoras y, en general, césped bajo los zapatos. Vuele a ella otra flor de fiel silencio. Pétalos, no palabras, digan y sean el envío sin fatua o triste o vana gloria.


 

SOBRE UNA ORQUÍDEA

 


Afín a ella, la luna

   

clara y esquiva del alba.

   

(Siendo celeste satélite

   

es a su modo parásita.)

   
 



 

LAZO DIVINO

 

 

 

Mis horas hoy celebran

   
 

las nupcias naturales

   
 

del sueño y la pereza.

   
 
     

 


Oscura, cuando el viento

   

arde, silba y se apaga,

 

 

dormita la cigarra

   

feliz de estar ahí.

   
 

 

 

Si un rato se despierta,

   
 

su canto es otra siesta.

   
 
 



 

HISTORIA NATURAL Y CALLEJERA

 

 

Arbolito esquinero

   
 

entre piedras creciendo

   
 

(y entre sales

   
 

de seres minerales)

   
 

con gato y lagartija.

 

 
 

Al saurio modo menor

   
 

y de felina manera mínima

   
 

su alabanza dicen

   
 

al sol.

   
 



 

NADIE SABE NADA

 


y siempre sale el sol

   

ídem el martes ídem el jueves ídem el vuelto

   

del almacén con caramelos

   

ídem biberones

   

beibidoles ídem

 

 

ídem robacoches diurnos

   

ídem la luna

   


sobre unos pocos

   

y lentos

   

kios

 10

 

keros

   
 



 

FRUTAS ERÓTICAS

 

 

 

La manzana mordida

   
 

de espaldas a su pera.

   
 

 

 

Esa pera de nalgas

   
 

al ojo ya lo enreda.

   
 

 


Dicha manzana cambia

 

 

de lugar y sus dientes

   

continúan la marcha.

   
 

 

 

Naturalmente siguen

   
 

machucadas guayabas.

   
 

 

 

Con sabor a himeneo:

 

 
 

duraznos, frescos mangos.

   
 
 






 

INVIERNO EN LA SALA DE ESTAR DE BALDE

O UN TARDÍO HOMENAJE A LA VIDA SEDENTARIA

 

 

Descripción: Abajoleño del árbol

   
 

dormido ardiendo

   
 

       quizá silencio

   
 

       tal vez blablá

   
 

frío en los vasos

 

 
 

iglú en el hielo

   
 

       flores de cret

   
 

       ona de sof

   
 

       á de sofá.

   
 

 

EL FILO DE LA SOMBRA

La tristeza del atardecer es un secreto a voces, a muchas voces. Lo saben la s avispas en una estatua ecuestre y lo cantan los pájaros en esa misma plaza o en otro árbol de igual valor comunitario. Aquí, allá y en su charco natal, lo acepta un sapo. Un grillo lo puntea en una guitarra para insectos (puede ser un laúd tomado en préstamo de las páginas de un bestiario) cuando cae, inevitable y certero, el filo de la sombra. Sólo el hombre busca razones para no estar triste. El hombre, inventor de su alegría.


 

OMINOSO

 


Al azar de la calle, al tuntún de los pasos




y en la defenestrada intimidad de su patio,




siempre desgracias ladra, perro de infame amo.







Ilusión De Buena Eternidad

Un día fue (otro ayer será mañana) y entre lindas casas limpias parte el sol. Inútil preguntar a nadie la hora que sin duda es, todo número miente cuando unos ojos se encuentran con una tarde que se va y no termina de irse.



ADÁN DE BARRO Y NOSTALGIA



Frente a miríadas de Mónicas de moda, que a Max,




que a Liz, que a Pierre acatan y padecen,




pienso en Eva, divina desnuda instantánea.







EL MILAGRO ECONÓMICO



Un cántaro, una Venus




obesa en forma de aguamanil,




un plato pro muro, piezas




notables en suma




no por su arte




o tosca o muda artesanía.




Este nombre les cae bien:




cacharros.




Nacieron por milagro.




Son un milagro del barro,




son el barro del cual se hace el pan.








VILLANCICO DE ROTONDA

La infancia limpia (para brisas, vientos) viaja lejos, muy lejos a pesar del tráfico demorado en una esquina.

En esa esquina, la minoría de edad, curiosamente representada por un niño y no por sus padres, busca una moneda.

El niño la encuentra en una mano y se aleja, la infancia decide permanecer un rato aún junto a esa mano, craso error en nochebuena.

Craso error porque la infancia se convierte entonces en un estorbo para el tráfico, en un cuento de navidad o en un villancico de rotonda.





CONOCIDOS


Callejera gente





en tránsito siempre.





Tras breve saludo,





«Vamos» dice uno.





«Listo» ya responde





otro y se dispone





con opuesto rumbo.








ASFALTO Y TOLERANCIA

El cielo es alto, cualquiera diría que hoy es más alto que ayer, más alto aquí, más alto ahora. Pero tanto hicet nunces sospechoso y debemos volver a las verdades fundamentales: el cielo no crece, la distancia entre el cielo y la tierra es siempre la misma, la gente de la calle es la gente de costumbre, la calle termina en un muro y la gente de costumbre no termina  de pasar por esa calle. Mucho más no sé. Diré que una estrella de mil puntas (es la estrella belenita de la tarde) sale justo sobre el muro. La nuestra, ya lo habíamos dicho, es una calle de costumbre, aunque también se puede decir que es una calle de asfalto y tolerancia pues el comercio sin puertas coexiste con las puertas de muchos bazares. Y en este inacabable atardecer, en esta víspera de los Reyes Magos, todo es materia prima para Gaspar, Melchor y Baltasar. Todo es goma de pelota, trapo de muñeca, todo es plástico de flor. Sobre sandalias cruzadas con juanetes pasa una procesión laica de mujeres íntimamente religiosas. Pasa una procesión igualmente laica de hombres que acompañan a sus mujeres. Es una típica procesión mixta de compradores de juguetes.



DE TU ESTAMPA COLONIAL




Paz




y regreso




a la siesta del gato.






Es decir alero,




sol y sombra,




helechos.






Es decir zaguán




y pensar piyama.






Es decir desierto




plus palmera




enana enmacetada.






Plus cactus.











CANTILENA FLUVIAL


UN SALUDO



El río no devuelve sino arrugas




a quienes, por mirarse en él, no lo miran.




Amable es un estanque, piensa Narciso,




y el tufo de costumbre lo saluda.







EL ETERNO RETORNO



¿No es un río el olvido?




Lo es, cuando regresa,




lento y manso entre peces,




a su cauce y su madre.




Entonces, otro espectro,




otro anfibio habitable,




otro rancho del frío




y del río en bajante




contra el viento aparece.




En él, un ribereño




cíclico, también terco,




pisa limo y no tierra,




aunque asome, a veces,




algún sol en terrones




enterrado en el techo.








SINÓNIMOS Y FOTOGRAFÍAS

El embarcadero desierto nos devuelve al atracadero vacío y el muelle resultante nos deja en un carcomedero lacustre de tablas y sogas. Queda un cuervo en la ventana. Y una nube. En las aún portuarias aguas flota la sombra de un edificio que ya fue. Es, era el Frigorífico Regional Nº 2. El dinero manaba de aquel patíbulo pecuario. Hablo del circulante histórico, de los billetes de otrora.



HERACLITIANA

Apenas miente quien dice: «El río es otro y el mismo». Aguas arriba, los buscadores de oro envenenan a los peces; aguas abajo, los peces son más ecuánimes, envenenan a cualquiera.



LA VARIACIÓN INMOBILIARIA




Rancho intacto a la vera




verdiaguada del río.




(Puede ser acuarela.)






Rancho recio de paja




y ejemplar telurismo.




(Si no postal, pancarta.)






Rancho viejo con bichos,




¿con Chagas? (El martirio




de sus días acaso.)








Rancho fresco a la sombra




canoera de un árbol.




(Donde ya rema el remo




puntual del contrabando.)








SOME DAY

Algún día, cuando mi río sea el Ganges, he de hablar de las aves y los peces del río. Me ocuparé de picos y plumas, de agallas y escamas, de branquias. Naturalmente, me ocuparé más de los peces que de las aves. Peces pequeños, ágiles devoradores de minúsculos peces aún más ágiles; grandes peces, virtuales paradigmas de la población en general. No he de hablar de la población en general y haré feliz a mi prójimo.





CRÓNICAS


EL TRANSEMILIANO

Ningún lugar es tan encantador como aquél donde fuimos felices en otra época si es que, creyendo que ha de volver también la dicha, a él volvemos un día. Fiel a esta superstición, volví a... (los puntos suspensivos no sirven aquí al deseo de omitir el nombre de aquel sitio sino al de invitar al lector a que éste imagine ahora un paraje) donde fui feliz.

Durante las primeras semanas, incluyendo la de Pascua, reconocí los amables y añosos árboles, bañeme en el servicial arroyo lavandero, oí pájaros y busqué en el rostro de  alguna gente alguna gente que yo conociera de antaño. La dicha no vino y, en cambio, ciertos moradores comenzaron a verme con malos ojos. Lo atribuí a la envidia: holgaba yo todo el tiempo y ellos lo hacían sólo los domingos y días de guardar.

Un factótum lugareño, del tipo que los periodistas de exiguo léxico llamaban sátrapa, se acercó una mañana y me preguntó si yo era fulano. Respondí que tal era mi nombre y pregunté a mi vez cómo lo sabía él.

-Yo sé todo- dijo, y siguió su camino.

La dueña de la casa donde fui alojado se debatía entre la urgencia y su gratificación. En las noches que siguieron a la del Domingo de Pascua recibía ella, con repetido y repartido gusto, a dos hombres que intercalaban las visitas y también su muy intercalable propósito. Además, ella había comido carne el Viernes Santo.

Se me ocurrió entonces que el paraje en cuestión era un puro cruce de caminos. En esta mi ocurrencia, nadie era natural de ahí; los pobladores habían llegado en busca de la dicha que dejaron bajo esos árboles, como yo, o bien esperaban salir del pueblo para trasladarse a otro donde habían sido felices alguna vez. Una tarde -ya me había resignado yo a no encontrar la dicha donde ella me había encontrado en otra ocasión- tomé el tren de vuelta.

Mi compañero de viaje prefería el silencio a una posible conversación conmigo. En los asientos de enfrente, dos mujeres, madre e hija, reservaban su locuacidad sólo para ellas. Así llegó una intratable noche y comenzó la historia de su larga oscuridad. El tren no tenía luz propia, la tomaba en préstamo de alguna quemazón de los campos, de una linterna encendida por un pasajero que buscaba alimentos o de una luciérnaga en un pajonal. En el mínimo andén que es la sola plataforma de innumerables estaciones -siempre estábamos   dejando una para entrar en el campo adyacente a otra- sólo había una lámpara de kerosén donde la electricidad había encendido la suya años atrás, diez por lo menos. Nunca supe a qué atribuir el apagón que se vivía en todo el país, quizá tuviese la culpa un tapir ahogado en la represa de turno. A ratos, la luna corría delante de los rieles, como en una novela. O aparecía como en estos versos de Emiliano R. Fernández:

 



Novela de una noche




de luna esclarecida.







Esclarecida porque, de tramo en tramo, que es como decir de capítulo en capítulo, las nubes la dejaban ver.

Ese tren -El Transemiliano- parecía no llegar jamás. Como, desde luego, la impaciencia por llegar no es pasión que se domicilie en mi persona, dormí largo rato. Desperté en un sitio bien conocido por mí: el andén de la penúltima y desierta estación antes de la de mi destino y fin del trayecto. Cuando desperté, el tren no estaba en movimiento. No vi pasajeros en el vagón -llamarlo coche sería vana gentileza- ni en los otros vagones a los que subí para enterarme de lo que había sucedido. Subí después a la locomotora. El maquinista me informó que el tren no daría un paso más: la máquina había soltado todo su vapor. Pregunté al ayudante del maquinista dónde estaban los pasajeros.

-Por ahí -respondió, y sólo se veía la noche.

Dije gracias, pero pensé otra cosa. Al amanecer llegué a destino. A pie, naturalmente.




UN ROSTRO PARA EL OLVIDO

Sabía que, más tarde o más temprano, habría de encontrarme con Juan Ramón Jiménez. De modo que no pensé mucho en tal posibilidad que para mí tenía el cariz de una casi certeza. Después de la gran inundación, después de la evacuación y tras el lento descenso del río, él habría vuelto a su tierra natal -que no es valle y sí pradera- entre Corrales y Cuenca Cué. En uno de esos parajes pastoriles habría de encontrarme con quien, siendo un homónimo del conocidísimo poeta, jamás había leído una página entera en verso. Ahora paso a contar algo que no puede producir sorpresa: hace un par de semanas he vuelto a ver a Juan Ramón Jiménez.

Lo encontré a orillas del río. Mi amigo dominaba la escena desde una posición cómoda. Sentado en la hierba, había confiado su reposo (o meditación u observación) a la humilde sombra de una frutal y anónima planta arbustiva. Irradiaba indiferencia, olvido. Se diría que era él una humana instancia del paisaje que, entre Corrales y Cuenca Cué, vegeta sin fotógrafos. Cuando tomó conocimiento de mi presencia, se puso de pie, me estrechó la mano y me dijo:

-Gusto de verte.

Pasaba la primera parte del encuentro, de cuyo diálogo acabo de transcribir una frase trivial, inevitable fue que recordásemos la última gran creciente del río, la del año anterior. Inevitable, digo, porque cerca de ese sitio habíamos conocido la ira de las aguas y porque, en la mañana de nuestro nuevo encuentro, aunque remolón a causa del estiaje, subía el río el Acero Criollo, buque mercante y, ganadero a bordo del cual nos habían traído víveres durante la inundación del año anterior y a bordo del cual también nos evacuaron con tal motivo. Así, mientras el barco subía el angosto y lento río   que teníamos frente a los ojos, la ribereña gente de Noé descendía un río interior, el torrentoso y raudo río de la memoria. Eran evacuados y damnificados, eran diluvieros o náufragos, eran almas destechadas por la lluvia y por el agua de mil canoas bajo la lluvia. Como estas almas venían de un gran desmadre del río al calmo río que, mientras conversaban, miraban dos amigos, caían ellas en su mención recordatoria con todo el peso del caso aunque, es preciso admitirlo, sin toda la fuerza de las circunstancias. Quiero dar a entender con ello que unos meses habían bastado para que el río descendiera y para que el otro río, el castigado río de la memoria, mitigara el doloroso paso de sus aguas. Entonces, entre una y otra faceta de la conversación, mencioné a Jiménez un episodio que extraje de lo tumultuoso e inundable de nuestra experiencia.

Esperaba que no lo hubiese olvidado. De manera sumaria, recordé a mi amigo que, durante la inundación, cerca de una boya de rara luminosidad, había visto yo un rostro de un color como el de la cecina, flotaba el rostro entre las burbujeantes y encamalotadas aguas. Luego recordé a mi amigo que, bajo una lluvia que entonces tenía dos semanas de caer por lo oblicuo y oscuro del mundo, varios de los que estaban con nosotros a bordo, incluido el baqueano del Acero Criollo, vieron ese rostro. Y el baqueano no perdió tiempo: arrimó la embarcación a los camalotes entre los que, a la providencial y enigmática luz que parecía venir de la boya, boqueaba el hombre en espera de que lo rescatasen. Ahí lo rescatamos.

-Si le vi, ya no me acuerdo -atinó a decirme Jiménez.

Le pedí a mi amigo que hiciera un esfuerzo por avivar la memoria y proseguí -como ahora- con los aspectos esenciales del relato de aquel hombre. Nos dijo él que la inundación lo había atrapado aguas arriba y que no sabía cuánto  tiempo llevaba en el río. Pidió comida. Al rato, la sinceridad lo llevó a confesar que tenía más sueño que hambre. Habló todavía antes de quedarse dormido y así supimos que el hombre había remontado el río en busca de oro. Aguas arriba, nos refirió, en un lugar que a veces llamaba Siete Lagunas y a veces Pantanal, había ganado y perdido mucho dinero. Últimamente (es la palabra que usó) había perdido a su rubia. Después aclaró que su rubia era una pepita del divino metal y que dicha rubia era todo cuanto él tenía.

-Francamente -dijo Jiménez-, no me acuerdo.

Ya me parecía injusto que se olvidase así como así a un compañero de infortunio y ya me preguntaba yo por qué sería tan magra, triste y culposa la memoria cuando Jiménez recordó nuestra afición al juego. Los naipes eran un pasatiempo sin límite de tiempo durante el fluvial, pluvial e inacabable azote.

-Nos gustaba el tute -dijo con una entonación curiosa, quizá nostálgica.

-Y el truco -agregué.

En realidad, a bordo del Acero Criollo jugábamos por el puro valor de los granos de maíz que hacían las veces de fichas: la inundación nos había dejado sin dinero. Durante una enredada partida de truco (los naipes tenían un rostro tan borroso como el de los jugadores bajo la lluvia) vi entre los camalotes aquel rostro de un color como el de la cecina.




ALEGRÍA DE UN HOMBRE QUE VUELVE

(1992)


 

ALEGRÍA DE UN HOMBRE QUE VUELVE

 



Me rozo con un núcleo crespo de muchedumbre




que viene por la carne, la fruta y la legumbre.






Rubén Darío

               


 



Inopinada, sorpresiva, febril y taxativamente,




quien no fue mártir ni soplón




ni dio su labia al barrio en mucho tiempo,




camina entre fachadas familiares.




La realidad, tutora de tantos viajeros afortunados,




lo devuelve a su casa natal.




Sigue por una calle cortada, todavía comercial en tal tramo.




Saluda, se demora, compra frutas.




Feliz, feliz ahí




donde la calle es cuna y el mercado es casa.







ME ACUERDO

Los años en el viento se arremolinan de pronto sobre una calle. La luna sigue ahí, tan esquinera como siempre. Y con la luna, un árbol. Mucho más no hay ni hubo. El café murió, también el cine, el kiosco ya se fue y el mendigo adosado al kiosco cambió de manos.



DELICADEZA ORIENTAL



Miraba Simbad la luna




metida en su perla negra.




(La noche es perla, si pisas




el mar que duerme en la arena.)








EXILIO

A pesar de lo breve de sus apariciones, el sol deja un recuerdo y otro y otro más en la ciudad laboriosa, triste y austera. Lo recuerda el gris de las nubes, lo recuerda el grisante azul de la paloma gris. Lo recuerda, por extensión, el gris en un periódico y el gris en un roedor portuario, el gris en un sombrero y el gris con grillos.



PERSONAJE



Al sol saluda,




sí, con un pensamiento




mientras, huraño arrepentido,




suma su voz




al coro de los buenos días.







INFANCIA

Los techos de la calle por donde pasa el tren sueltan palomas al alba. Cede la aurora, el día crece con las palomas y, una vez más, un tintineo de latas anuncia leche y pan. Palomas y blablá de lechero, palomas y carrito panadero, palomas de abril (casi de mayo) el 30 de abril de 1947. Es un día probablemente hábil, salen también los niños. Los niños de Moloc o de Morínigo, los niños de la paz o de la guerra civil circundante.




VAGABUNDA



Camino de la noche,




de un bar, una terraza,




la dulce brisa pasa.







EL INVIERNO EN UNA VIÑETA

Débil, lánguido y lírico sol. Tiene por cima la cresta de un gallo en un talud donde ha caído, esparciendo lo que llevaba, un carro de mudanzas.



PIROPO FRUSTRADO



Si no fueras tan obesa,




tan de flan en cualquier mesa,




querube fueses, queruba,




gran queruba, querubona,




divina querubimbina,




encanto, querubombona.







CANCIÓN

Se fue, se ha ido la lluvia. En mínimos huertos, en patios ínfimos, en jardines francamente empantanables y en aceras usurpadas por baldíos, el gorrión la recuerda.




PEOPLE



uno mira y mira detrás




    de la gaseosa de turno




    ¿y qué encuentra? labios




       barrios enteros




       de labios sedientos







BELLA

Mecida por el amor a las hojas de una siesta en el viento. Bella de alero y mecedora, bella con sueño, bella en un dormitorio a medias jardín.



JUSTO AL CRUZAR LA CALLE



aguacero con viento




    apenas unas gotas




    unas gotas que no terminan de caer




       terminan de caer con hojas







LA MESA FAMILIAR

Como suelen, a cierta distancia, parecerse una naranja y una mandarina, el sol de un dulce día de otoño se parece al dulce sol del día anterior. La mesa familiar robustece tal semejanza. A la hora del almuerzo, cuando la luz descubre las arrugas del mantel, la conversación borra el rostro de las frutas.




MUJER AL PASO



señorita quizá señora de buena presencia




    en portón con cadena y candado




    casa de alero y poco patio




       casa no sé de quién a lo mejor murió







MONSTRUO Y PÁJAROS

Desarraigó, cíclope ruin, un árbol. Lo alza, luego lo deja caer. Quedan en pie otros árboles, pero muchas plumas, muchos picos, muchos tristes juntos vuelan.



NUEVO FRAGMENTO PRESOCRÁTICO



¿Beber? Te bebo, luz divinizante




y, si en el pan, también me nutres.







XAVIER

Antes de abandonar el camino, la niebla obsequió al joven con un poco de sol. Enseguida cambió el viento y quedaron en su sitio los perfiles del río: club, banderas y trofeos. Pensando acaso en la cambiante forma de las nubes pasó una hora. Y la media mañana lo encontró alejándose de la orilla, nadando a brazo partido. Se ahogó ahí, a la vista de todos.




SONG



tejas caídas esquiva el pie




    y ramas pisa y hojitas en




       calles per




       didamente otoñales







PLUMAS

El gorrión de todos los días canta un instante en la ventana de costumbre. Luego se aleja y canta en el viento, en la rama de un árbol, en patios. Canta en cualquier lugar, canta en jardines deteriorados por años de intimidad con sapos y culebras.



EL IDEAL COMUNITARIO



Ni yo ni tú ni usted ni él.




Ni vos, que ya es mucho decir.




Sino todos. Siempre juntos,




juntitos al pie de la fuente




del hidrodólar y el saunaflex.







PEQUEÑA CIUDAD DESPUÉS DEL DILUVIO

Por olvidados cauces de lluvia como calles brotan pimpollos, la hierba ya verdea, sale otra vez el sol y salen camiones de carga para pasajeros.




LUCES



Faro, fanal, antorcha,




cerilla temblorosa,




sol interestelar




o pluriplanetario, nada,




nada como la luz




amante de unos ojos




enamorados.







CÉFIRO

Al pie de un árbol, entre muchos de parecida sombra y similar arraigo, la siesta me cierra los ojos y, casi siempre, veo las formas de mi sueño. Un día, cierro los ojos, no duermo y se me acerca el viento con un arrullo, con un lento ronroneo, con un suspiro de quién sabe quién. Amable, me digo, es este viento. Insiste en ayudarme a soñar, aun cuando no duerma.



LAVANDERA




Oscura, si es que peina




o trenza sus cabellos




cuando devuelve sombras




el agua no muy lejos.






Oscura, si se tiende




bajo idéntico cielo




después de haber lavado




la ropa o su pretexto.









Y clara cuando huye




y vuelve en un recuerdo




que al vadear el río




tropieza con su fuego.








CONTINUIDAD DE LA ESPECIE

La llanura era un charco, era un resto de sol y era el salto de los sapos. Poco a poco, la oscuridad se apoderó de los árboles, de alguna roca y de la hierba que a flor del agua era más pasto que agua. Entonces aparecieron tres o cuatro caballos. Aparecieron es un decir, siempre estuvieron ahí.



SOBREVIVIENTE



Cientos a coro cantan al héroe de la tribu.




Lo hacen cada vez mejor sin mí




mientras yo cruzo algún saludo




y dos palabras con un indio que conozco.




Oscuro aborigen ubicuo




y, con razón, urbano.




Ya fue carne de selva y choza, de toldería,




opinable sujeto de cueva y antropólogo.




Ahora es indio de bar,




de almacén, indio de ferretería.








MAÑANITA

La vieja lleva un haz de leña sobre la cabeza y tiene un cigarro sin encender entre los labios. Cambió el arte, pienso, pues ya no la representa, pero no cambió ella. Y sigue su camino: va por la parte baja de la cañada, a ratos moja el pie en el agua del arroyo.



UN PUEBLO ANTES DE LA ESCARCHA



Entra el campo en las casas,




por los adormecidos patios entra.




Entra con una vaca y una mula,




con un caballo sin arreos entra.




La noche es larga, hueca y larga;




el frío viene de las estrellas.







ALMACÉN

Se llama La luna. El gusto de su propietario impuso las paredes de tabla. Entre las piedras del paraje cerruno y cerril donde se alza tan servicial establecimiento, nada es más cálidamente nocturno que la madera bajo una lámpara. Así mismo, el nombre de este lugar es un homenaje a quienes vienen por la noche y por un vaso de caña.




OFRENDA



La villa es ágora y monte;




la calle, también mercado.




El pueblo es semialbañil;




el vulgo, microempresario.




Señora de mil baldíos




convertidos en mil patios,




recibe ahora en ofrenda




estas frutas del verano:




sandía, melón y mango.







CARNICERA NOCTURNA

Arbolito del patio, luna del gallinero. Bidones elude, sifones y fardos elude la intrusa, la pura intrusa al pie del muro. Tristona si nos mira y, comadreja al fin, triste si nos teme. Casi humana después de un puntapié.



ESCULTURAS DE HUGO PISTILLI



Cuando no quiere el hierro




ser hierro ni madera




ni barro ni sufrida




piedra bajo el cincel,




¿qué es sino una idea




que en el aire su suerte tienta?




Se alza, se eleva.




Y un aire generoso,




fraterno con el hierro,




lo ciñe, casi lo sustenta.







OFICIO

Cada uno tiene sus artesanos, a quienes beneficia. Cada uno tiene sus carpinteros y tejedoras, sus plateros y aprendices de lo que sea. En cuanto a mí, apenas desentono: el oficio que nunca terminaré de aprender cabe en esta página.



MISTER GOLD, ARTÍFICE DEL FIN DEL MUNDO



Quizás nació en Tasmania, no sé porqué lo digo.




Sé que fracasó en mil países, él mismo lo admitió.




Amigo de los ríos, nada siempre que puede.




Nada en el Éufrates, en el Elba,




en el Rin de las endechas,




nada en el Támesis penosamente reciclado;




Mister Gold es el oro que nada




en el verde Orinoco inacabable




y en el bilingüe Paraná.




Aquello que tus oídos no quieran oír, de sus labios lo has




       de saber.




Aquello que tus ojos no quieran ver, sus




       palabras te lo mostrarán.




Sus palabras dejan atrás los valles últimos de




       la buena tierra, atrás los basurales,




atrás la gesta de todos y de nadie,




atrás los puentes donde mueren




de plomo filantrópico




tantos mendigos.




No le creas, no, no le oigas, tápate las orejas




       con fuerza de manotas





porque la nuestra es otra historia.




No viene al caso ahora:




es otra historia de Simbad y/o Darwin.





PÁJARO LEGENDARIO

Iba y venía con el viento cuando apareció entre nosotros. Algunos dijeron que venía de Colombia, otros de Ceilán. (Así se llamaba entonces la isla del té.) Era hermoso, era increíblemente hermoso. Lento descenso, desmemoriado vuelo. Vino a conocer la sucia tormenta de una tarde, a demorarse un instante en los amarronados árboles callejeros.




LA CALLE DEL VIOLÍN ALLÁ LEJOS

(1996)




¡Oh bienaventurado




albergue a cualquier hora!






Góngora

               




INVIERNO




Un techo rojo




de tejas en los ojos.






Un clap-clap




salido de ambas manos.






Un beso largo, un largo abrazo.






Y tantas mandarinas caídas




de una bolsa de mandarinas




en la escalera.








Soneto Y Retrato De La Mujer Amada




Antes de encaminarme a la blancura




de tu blusa, de un lirio, de otras flores,




cuando nada sabía de colores,




de falsa perspectiva, de pintura;






antes de verte a ti dejar la oscura




noche encendida en dulces miradores




y de entender por qué unos resplandores




iluminan el trazo que hoy me apura,






algo de ti sabía que entreveo




ahora, en este instante, cuando pienso




al pie del verso que mi pluma pinta,









al pie de un cuadro que en mi verso veo:




goza la luz bañándote en lo inmenso




y en tu figura al sol, hecha de tinta.








CICLO

La lluvia suprime los árboles con una melodía. Viene después el silencio y suprime la lluvia. Más tarde, los pájaros suprimen el silencio y vuelven a los árboles.



SOSIEGO



Otro día de fútbol (en el césped




rapado y militar) con jugadores




a los que la tv confirma audiencia.




Por una vez, ay, no, basta de goles.




Procédase a un domingo sosegado.




Luz de persiana (veneciana), luz




de un domingo de tregua semanal.




Almuerzo largo y digestiva siesta.




Un día para Mozart, Buda, Bach.







TIRADA FLORAL



Muro y musgo, jazmín y pacholí, dulce rosa




       y amarga tuberosa.




Ylang-Ylang, flor de perfumista.




¿Para descansar la vista? Lirio colirio.




Lirio, flor que también llaman azucena.








LECHO Y LITERATURA

 

C'est un livre qu'au lit on lit


Apollinaire

               

 





El futuro durmiente, si es sincero,




dormita o lee un rato, luego duerme




como si entrara en el último sueño.




Es grato y oportuno leer así en la cama.




No, no depende tanto del libro,




cuenta más una buena almohada,




poesía hay siempre en las estrellas




que caben en un tomo de bolsillo




o en un formato de ventana.




Leer, leer con gusto en la divina




presencia compañera que nos dice:




«Léeme ahora el cuerpo, bien, sin prisa».







EL SOL NACIENTE



Vive el Japón en muchas lenguas




y lo hace con pocas palabras:




ayer kimono y kamikaze,




origami hoy, e ikebana.







CASITA COMO EJEMPLO



Ejemplo inútil, porque la ciudad no quiere




       ser como ella.




La ciudad es un espejismo de arquitecto.





Es un oasis ladrillero y es un botín de banda.




Banda bandida bandideando por todas partes.







MONEDAS EN JUEGO

a Francisco Luna Pastore




La vida money, la gran vida moni o mani,




que duerme en Singapur, despierta y sigue tan




    campante, ¿no fue otra cosa




antes? ¿No fue real, peso, bolívar?




Sin fuerzas, reducido y numismático,




el guaraní se extingue en muchas cuentas.




La realidad y el miedo no se divorcian todavía




frente a su vasto cementerio de cemento y números,




de países y números, de números y números




con una bocanada de aire




y un destello en pizarras instantáneas




o en pantallas globales.




La industria telenovelada cambia de manos,




se abre camino al desempleo




con una lágrima, con un sobre, con un revólver.




Y los discursos premian al ausente




mientras el dólar cae, soplando para arriba




al marco y a la libra con el franco y la lira,




a los escudos, a la telúrica peseta,




a la rupia y al yen, a la corona sueca.




Quien algo apuesta en contra, pierde.




Quien todo apuesta en contra, muere.




Quien sólo pierde, sobrevive con migraña.






GENEROSA



La luna de hoy recuerda




a cielos anteriores.




(Asilo de murciélagos




y dos o tres peatones.)







CONDUCTA

Remábamos ayer en las aguas de un sueño y, por temor a que el sueño acabase, no me atrevía yo a preguntar el rumbo. No sé si es el mismo sueño, sigo remando, me niego al vino avinagrante que riega la conversación y la curiosidad en la mesa de algunos desvelados.



ENIGMAS

Este viaje me ha llevado muy lejos y ya contemplo el cielo sin ser la mía un alma contemplativa. Vuelvo a los enigmas de la noche, vuelvo a mi estrella entre otras a las que también puedo llamar de igual manera.



REPETICIONES

Despierta la ciudad, el sol busca una plaza para dormir todavía. Una vez más, desde una ventana, canta el silencio. Una vez más, una mujer bebe una taza de café mientras el día se despega de un lento minuto. Es una mujer hermosa, a la manera de las mujeres dulces y obesas.




LA PERCEPCIÓN DEL PAN




Humo, sombra y silencio




en una calle semidesierta




del centro casi muerto.






Pan duro y manos hurgasobras




en los zaguanes mudos.






Pan, pan en una plaza para pájaros.




(Rima por conjunción de canto y miga.)






Ave hambrienta de cielo,




una mirada vuela,




irremediablemente lejos.






Y, mientras tanto, por aquí,




siendo las cinco de la tarde




del domingo que nos congrega,




la percepción del pan




es como ya se ha visto:






no encuentra rémoras,




y sí vestigios,




el simple sentimiento




del más elemental alimento.









SIMÓN SEPTUAGENARIO EN EL TALLER Y EN LA TRASTIENDA



Elocuentes, digamos, las herramientas,




la mesa de trabajo, los clientes




y la pared y el almanaque




con su rubia sin duda pornográfica.




Muchos clavitos, chismes también.




Y dale, dale con el martillo




a una montaña de zapatos.




Es casi feliz cuando comienza,




tras breve ducha en mínimo interludio,




la noche en la trastienda.




Horas o cosas, todo en círculo:




un pensamiento, un vaso de agua, la noche




con el viento redondo de un ventilador.







CARBÓN

El mercado es un dédalo de calles y recuerdos. Y puede no ser una calle ni un recuerdo, puede ser carbón echado por arrobas frente a una sombra sentada en una carretilla.



ORO

El sol, el viejo del atardecer, el rico por acumulación de grillos en jardines y baldíos, se aleja. Cielo digno de mi emoción y de la nochecita: cabe en una mirada y en unas pocas palabras.



BALADA




El fuerte sol de aquellas islas




se nos ofrece con su fuego,




su dorada ceniza, su recuerdo.






En San Vudú, Ciudad Trujillo




o en la Villa Batista de entonces,




amose una pareja un tiempo.






Eligieron un barrio policial




para dar siempre el mal ejemplo.




¿Huir? Huir no pudo Eurídice.






Y Orfeo, por aquellos años,




cantaba en cualquier sitio,




incluso en el infierno.








MI TRAGO



Ron de náufrago y mar de canción.




Quizá no sea muy original, pero




tampoco soy un sobreviviente




(quiero decir) profesional.







ITAIPÚ



Ahora viene un joven que no sabe




cómo se hizo la represa.




viene a estudiar el río prisionero,





el diseño, la roca, la construcción.




En este caso, la historia le interesa




porque el hombre pudo más que el río.




Más que las muchas boas de ciego




en el abrazo de sus remolinos.




Más que su irresistible,




divina fuerza resistida.




Un dios de agua y olvido;




un río, el Paraná,




apenas por un tiempo desviado




y alzado para siempre a nuevas alturas.




Ya vive el río lejos de la selva.




Y el joven mira lejos,




pero no puede oír una queja distante.




Además, nadie sabe




si ella viene de un hombre,




de un tapir, de un tucán.







NOTICIAS




Se ahogó la luna




en su laguna.






Lloran los sapos




en otro charco.






Alguien tirita




por pura rima.






En fin, que sea,




como Dios quiera,









este naufragio




con obituario.








VIDAS PARALELAS



Panípos era un músico de antaño,




famoso en su quizás arcádica ciudad,




que, para oír el canto de las sirenas,




llegó una tarde adonde es dulce el mar.




Mi vida, sin ser tan mítica,




es igualmente musical.







LA GAVIOTA INVISIBLE

Si llegas en el verano y al alba, la niebla es apenas un recuerdo de la noche anterior. En las primeras horas de la mañana, se prodiga la luz en el mar, golpean mejor las olas y emergen los techos de la tristeza sardinera. Son los techos en el aire (azul a ratos) de la gaviota invisible. Ave de factoría, ave de quienes; nunca la ven por estar mirando los pescados que limpian e hierven, hierven y enlatan.



HOMENAJE A FEDERICO FELLINI

Deja de flotar el sol, el atardecer se aleja siguiendo a un barco lleno de sombras. Deja de flotar el sol, alguien cierra los ojos y o rescata, alguien se ilumina por dentro con la llama de un naufragio.



PAUSA



En mínimas aceras,




en idénticos charcos,




perdida en el ruido




y afónica entre faros,




algo dice la lluvia.




¿Es tarde? No lo es




para escuchar un rato,




para seguir después.







BELLEZA DE AYER

La puerta de calle tenía la magia de su número. Y el árbol frente a la puerta, en los días de viento dulce, soltaba un recuerdo de las Hespérides. Casa grande, alta, quizá muy honda. Casa vieja, el techo era una viñeta de otros años, de otros años era el patio enjardinado con un rosal. La frecuentaba mi admiración, aunque siempre de paso y desde la acera. Desapareció en mil novecientos ochenta y seis, la mató la fiebre edilicia.



EXCUSAS



Si no comuniqué/comunicaba




como debí/debía en su momento




fue por usar un código de verbos




censurados tal vez con una barra.








EL JEFE Y SUPRETORIANO FAVORITO



Día de huelga legal y pesca obligatoria.




Día mudo en la cadena de los días radiofónicos.




Jornada no palaciega,




el jefe visita la tumba de su pueblo.




A la salida de todos los años de juerga,




Tongo, viejo pretoriano,




aguarda en un bar de la mente.




Espera al jefe, no piensa mientras tanto.







ALFREDO ENVEJECE



La efigie sustentada




por mil portaestandartes




pierde fuerza y color.




Los años atenúan




el rictus militante




y el gran perdonavidas




se muestra viejo al sol.







RIMAS TOTALITARIAS




El único partido




político admitido.






El de la gente muda




y servicial, oscura.






Recordada en metáforas,




melopeas o anáforas.









VACANCIA



Triste escriba sin paga




al sol de un ditirambo.




(Faraón que abdicó




es Nilo embalsamado.)







NOCHE CANTADA EN ASUNCIÓN

DESPUÉS DEL GOLPE DE LA CANDELARIA

a Lorenzo Livieres Banks




Se fue Alfredo al exilio.




¿Cuántos muertos y heridos?




Junto a lápidas y periódicos




brotan políticos.




Asunción es la herencia del ausente,




siendo una inmensa




y apenas evitable sonrisa electoral.




Asunción es olvido.




(Perdón y olvido y bebetráfico.)




Es la misma mansión




de nadie en alquiler.




Es el mismo alquitrán, el mismo par




de mocasines empantanados




al pie de un muro con jazmines.




Sin embargo, una noche,




unos meses después del golpe,




hermosa, vehemente y desconocida,




una mujer dejó en el aire de una plaza




palabras que eran cifra




de mi canción y mi esperanza.





No he vuelto a verla.




No sé si es hoy edila o concejala




o simplemente miss. Me alejé,




la noche se perdía también en otras calles.




Al ritmo de mis pasos, el eco iba igualando




sincerísimas hurras y vítores venales.







DOS AMIGAS



¿Qué fue de aquella vida




y qué de aquellos juegos? ¿Qué,




qué fue de la amistad de dos niñas?




Detrás de una mirada limpia,




después de una sonrisa puente




y más allá del estirón




(medido con un lápiz),




los días y las noches hicieron su trabajo.




Carmencita-florcita-para-suela-de-zapatos




y Teresa-maleza-yuyo-de-culebra




se casaron con dos hermanos.




Al caducar los plazos conyugales,




la primera quedó perfectamente viuda,




la segunda quedó viuda nomás.







ADAGIO



Un día entre los muchos días grises,




volviendo de quién sabe dónde,




pasé por unas calles tristes, tristísimas.




Puertas que nadie abría,





ventanas contra un cielo abolido




y flores viejas a la vera de un bar.




Fue inútil ofrecerme entonces




a la musa del llanto.




Fue tan inútil que no pude




dar mi voz a una queja siquiera.




El amor, la pasión, la canción,




todo era de un violín invisible,




un violín allá lejos.




De mí sólo salían silencios.




De mí, con la esperanza de otros días.







CENIZA DE CATÁLOGO

a Marcos Sanjurjo




La oscura biblioteca insuficiente y pública,




previo trámite gótico de firma y rúbrica,




nos ofrece las páginas mejor conocidas




de autores ya difuntos y autoras fallecidas:




Neruda, Eluard, Claudel, Borges y Vinicius




de Moraes, Virginia Woolf y Ted Licius.




Recuérdalos ahora, si vienes a leer




con un poco de duda y otro poco de fe.







CHANGAS




Entre pares apenas, entre canes




geófagos, huesudos, periféricos,




más, más gente del mundo perro




asciende a la ciudad pan.









Y todo a cambio de una changa




diaria en el muy poblado asfalto.






Asfalto con ribetes y rubores




y visos y borrones




de realidad y cuenta nueva.








IMÁGENES AFRICANAS VÍA SATÉLITE



Estricta jovencita




muerta después de larga inanición.




Y nadie mira al cielo.




Uncido al yugo de su esperanza,




arando va la tierra estéril




el padre de aquella muchacha.




O su hermano mayor.




O su tío por parte de madre.




Gente saharizada, sahélica,




trueca penas endémicas




por pronto olvido y fosa común.




Yo no olvido, yo rimo contra el olvido.







TIERRA CANSADA DE FOTÓGRAFOS



Siempre el mismo lapacho en flor, el mismo




       caminito de tierra colorada.




Siempre el mismo rostro indígena según el




       mismo artesano de la imagen.




Siempre el mismo ángulo para los techos con




       palomas.





Siempre los mismos inundados por la crecida




       del río,




Siempre en blanco y negro cuando la vida




       tiene color, siempre multicolor




cuando la vida es en blanco y negro.







ELSA



Era una hormiga del contrabando hormiga.




Vivía mimetizada, vivía en el puerto que lleva su nombre.




Creía en la Virgen y en las promesas que se pagan el 8 de




       diciembre.




Creía, rezaba.




Envejeció en paz, vivió entonces del trabajo de su




       descendencia.




Murió de muerte pacífica, quizá natural.







EN LA FRONTERA



El río y los gendarmes a la vista.




Papeles, más papeles.




Frontera lenta, como siempre.




Saluda una mujer de pueblo




a un viejo camionero del éxodo.




¿Angélica? Tal vez María.




María machucada por el folclor




o por las circunstancias.




Cierro los ojos,




quiero saber si todavía recuerdo




el rostro, el cuello, el busto,




la estatura y el peso aproximado





de esta mujer que apenas conozco,




de esta hipotética y peregrina




María. No quisiera olvidarla;




mía es también la vida que me rodea




sin insistir en mí.










ADIÓS A LA CIGARRA

(1997)




Rústicos verdes humildes,




por menudos pies pisados.






Manuel Altolaguirre

               




 

Este libro tiene un poco de muchas cosas: ciudad, campo, medios de comunicación,

geografía, sentimiento, pensamiento, pintura, poesía, amor y nostalgia


EL MUNDO DE AQUEL JOVEN



Un pájaro, una nube, caballos, la llanura,




el aire de la aurora y un temblor de hojas.




Y una palabra antigua, terrible: rebelión.




Y un amor más que peligroso, el primer amor.




Al otro lado de las vías del tren sin tren,




amanece y comienza de nuevo la aventura.




El sol, ahora solidario, pasa una cuerda




y el joven sube, sale del pozo de su noche,




honda noche vivida con temor y esperanza.







LOS ARRANCADOS



La luna vuelve con un parpadeo.




Los techos aparecen después,




cuando el recuerdo abre los ojos,




las ventanas, las puertas.




Son unas casas, se diría, para tropezar




y demorarse y conversar con ellas.




¿Dónde estuvieron? En sí mismas,




como caídas en silencio,




como abatidas. Se van incorporando




y ya conversan: casas corpóreas,






hogares mínimos, pensiones baratísimas,




sótanos novelables, inolvidables áticos,




Lugares con un poco de historia.




Casas que dicen sí, fue aquí,




de aquí los arrancaron en la noche.




Hace tiempo, que es como hace en estos casos.




Y cada año hace un año más.







UN ÁRBOL



El sauce es apenas un árbol, pero llora




como lloran las dríades, las náyades,




los elfos en el viento, en el río




y en los desmemoriados días de quien pasa




sin pensar que su amor es pasajero.







CEREMONIA



Y bien, amigos míos,




la diplomacia sobrevive.




Esa palmera asfáltica,




embajadora del desierto,




anuncia con un poco de viento




la lenta llegada de su emir.




De su líder, quise decir.




Alguna vez vendrá el desierto




y de arena serán las mortajas.




El enigma persiste.




¿Serán de plata las estrellas




o de luz, como siempre?








TENDENCIAS



En la ventana, marco de la luna




que es casi un abanico en este cuadro,




se encienden las estrellas,




se lee algún presagio.




Apenas participo de tan etéreo evento,




no quiero astrología, quiero calle,




quiero saber adónde va la gente,




hago como quien dice una encuesta.




Y pregunto a la gente nocturna,




noctámbula, noctívaga,




nochera y también trasnochadora




en Asunción, ciudad muy mal iluminada.




Pregunto a un periodista,




a un erudito desahuciado,




a una crisálida bisexual.




El polibandi es parte de mi encuesta.




El bandi es arte y parte.




Hierve la sangre en una narcofritanga,




en un bar, en el bus-bus de la omniterminal.




¿Y después qué? ¿Después dónde?




De niño y aun de joven, creía yo que la noche




era el hogar de todos los sueños




y de todas las esperanzas.




Ahora me contento con menos,




tengo bastante con saber las tendencias.







ASOCIACIÓN NOCTURNA



Terraza, piano, nube.




En alguna ocasión, álbum.




Otras veces, rueda




o moneda o ficha de ruleta.




Cosas simples, frecuentes,




que nos recuerdan a la luna




de la Ceca a la Meca,




de la timba a la tumba.







SOBRE EL ORIGEN PERIODÍSTICO DE ALGUNOS POEMAS



Abre un hombre el periódico del lunes




y se emociona con una página,




con un epígrafe, con el gran gol de la noticia,




con el arquero tirado al frente,




tirado inútilmente frente a la cámara.




Como busca ese hombre una imagen




que rescate su ayer dominguero y deportivo




en el diario del lunes, busco yo la palabra




que pueda rescatar algún instante de poesía




entre tantos instantes de cualquier otra cosa.




Y por eso también la busco en el diario,




el olvidado diario nuestro de cada día.




La busco en un crucigrama




y en una nota sobre jardines.




Llevado por Eclesiastés, a través




del denso suplemento social,




la busco en una página bailable.





(Lector agradecido soy, se me advierte




que será vanidad de vanidades




la vida clúbica con debutantes.)




La busco en los anuncios




de no avara dicción aunque esquemáticos,




y en una columna borrosa, y en otra




ensangrentada por la guerra




o por una pandilla, la busco




en una historieta cuyo héroe dice pst.







PAUL GAUGUIN, POR EJEMPLO



Pintor del paraíso terrenal.




Además, gran contestatario.




Nunca pudieron coronarlo




con un casco de corcho colonial.







PINCELES




Pintura, no retórica ni ciencia.




Colores y no hipérbole con neuma.




Perdón, sí, te agradezco la paciencia.






Y disculpa también a Quiasmo y Zeugma,




admirables pintores académicos.




Lo inhibe a uno el tedio, a otro el reuma.








Hablemos de un pintor acaso edénico.




Gaugin, para pintar el paraíso,




lloraba sangre y consumía arsénico.






(Amigo de Gauguin, el insumiso




Vincent pintaba, ya desorejado




de un navajazo muy Van Gogh, preciso.)








ATARDECER

a Lucy Yegros




En los países del calor sin mar




y de la fe con romería, diciembre




suele pintarse con pigmentos




de homilía. Dejemos que el pincel




navegue como pueda, vivamos




otro lento naufragio del sol




en un vaso de whisky con hielo.




La luz desciende de una nube,




de una estela, de un cielo parecido




al techo inexistente de los patios.




Es luz, es música y es bálsamo.







SENTIMIENTO DEL CIRCO



Es el primer domingo de abril,




aunque bien puede ser el último




de los cuatro domingos de marzo.




Este entuerto dominical





no me acorta el descanso




ni me priva de la acaramelada tristeza




propia de los domingos profanos.




Y la tarde me lleva al circo;




me deja entre las duras,




oscuramente cómicas trompetas;




me acerca a los timbales del suspenso.




Miro el trapecio y veo mi ninguna red abajo.




Es verdad que la red aparece luego,




cuando acaba su breve número




circense el sentimiento.







CATARSIS



Si es que la sed compite




con el buen apetito




y es Doña Teletonta




quien nos hace el servicio;




si es así, te lo digo,




será mejor que apague




el fuego y la tevé.




Ni atisbos de banquete




quiero en tal circunstancia.




Me desconecto, basta,




los medios ya cumplieron




su misión, el mensaje




ha llegado a destino.




Y yo, yo no sé nada.




No, no sé si beber,




si comer, si reír,




si dormir, si esperar,





con el alma en un hilo,




que las cosas mejoren,




si entregarme al silencio




o ponerme a cantar.




Y tira, tira el canto.




El canto es formidable




recurso contra el caos.




Es purificación.




Es entretenimiento.




Es también, también es




invitación al ripio




o ripio a toda vela.




Es, entonces, distancia.




Es aire aligerado.




Es un gorrión, un tero.




Es otro pitogüé,




que la Academia ignora




o llama benteveo.




Yo canto, por catarsis,




a pájaros que cantan




por puro amor al cielo.







LEGUAS



Un enrubiado y ceniciento




techo de paja al sol




me dice que estoy cerca.




Con su alargado canto austero,




me lo repite un tero.




Ya cae el sol.




No sé cuánto camino me queda





y en verdad poco importa;




estar cerca no es un destino,




es una sensación.

 10






TONADA



Se veía venir, yo lo sabía por la luna,




pedagoga nocturna, maestra de luciérnagas.




Yo lo sabía por una flor en el camino.




Por esa flor que te conoce, mi amor,




que conoce tus pasos, tus sandalias,




el roce de un tobillo. Se veía venir,




yo lo sabía por el viento, por el fuego,




por el rubí que brilla en una copa de vino,




por un rincón oscuro, por la noche.




Y por tu blusa, imán para mis dedos




tan desabotonadoramente tuyos.







INVIERNO DELICADO



La fina escarcha que la aurora teje




en Itauguá, en Itá o en Yaguarón,




y deja entonces a la vera del camino,




tal otra artesanía sin valor,




es una manta para pocas horas.




Y la mañana es todavía fresca,




al mediodía da su golpe el sol.




Más allá del tinglado más reciente




y del taller mecánico que suelta,




si acaso, un tentempié a su gente,





comienza un pastizal, el frío vuelve.




Y el frío llega con la tarde.




Como si nunca hubiera visto el pasto




con un ranchito intruso y un ternero,




acampa el fuego.







CANCIONES ANTERIORES A UNA BODA

 O EL VALLE DE LA CAÑA DULCE EN EL PARAGUAY




- 1 -


Villa Vieja


Han pasado los años





y, suburbanizándose al sol





con las últimas casas visitadas





por una vaca cerca de algún tambo,





bucólico no es, pero da gracias





el ya laureado poeta lugareño.





Gracias da por el pan,





por el vino, por el perejil





que bien verdea el río de la mesa,





y muchas gracias por la siesta,





el siempre oculto nido de la tarde.





Llega la tardecita, trae sombras.





Trae la melodía de costumbre





a la ciudad pequeña cada vez más oscura





con su teatro vacío, su tienda sin surtido,





su club de ausentes y de naipes.







Llega la tardecita,





levanta el viento el polvo del camino.





Villa Viajera, Villa Olvidada, Villa Vieja.





Hay un poco de luz.





El sastre plancha un traje.





El médico rural se ruraliza.





El farmacéutico apolíneo





se adueña de la dueña del hotel.





El joven ideal y el ideal joven





se reconocen, se saludan.





Un niño duerme en brazos de su madre.





Duerme profundamente, duerme como quien amó.







- 2 -


Correspondencia


La plaza era un baldío con una calesita





entre verdes vestigios de arboleda o de quinta.





Ahí, después de algunos meses,





después de algunas cartas quizá breves





y siempre con dibujos y promesas,





ella y él se encontraron.





Fue la noche final de aquellas cartas.





Con un beso, con una bendita lágrima,





se podía leer en el cielo





y la luna era casi caligráfica.










- 3 -


Brindis


Amigo, bebe un trago conmigo,





y otro más, aunque sea





en este caso un pleonasmo.





Ahora, como dice Virgilio,





cantemos algo más elevado.







- 4 -


Epitalamio



Oirán los dos un canto




puntual, inevitable:




gorriones de jardín




donde es jardín un patio.






Ahí mismo, el desayuno




al iniciar el día,




que habrá de concluir




con una cena juntos.






Serán ambos, un rato,




un deseo en dos cuerpos;




la noche reproduce




el barro originario.






¿Un tanto primitivos?




Pactar esta rutina





es como abrir la puerta




de un verde paraíso.









¡QUÉ RAMITO!



Bellas flores carnívoras




del jardín en la mesa.




Eran tres, y rollizas.




Eran también opíparas.







ANÉCDOTA DE LA COSTA



Una noche de tragos y de luna escondida




en la costa central del siempre cálido Brasil,




la brisa acariciaba y desaparecía,




Una mujer pisó la arena entonces,




iba cubierta sólo por una toalla




y los senos miraban a la gente




como si devolvieran una mirada cortés.




A la vera del mar pasaba una ambulancia.




Pasaban pirañitas de la calle.




Pasaban chupanoches,




comepanchos y chupanoches.







IMPROVISACIÓN

a Raquel Chaves




Una actriz, sospechosamente madura,




coincide con el esplendor del verano.





¿Y por qué el esplendor? ¿Eh?




¿No puede ser el fin del verano?




Puede, sí, pero la verdad y lo verosímil




no congenian en esta comedia.




Resignada, la actriz improvisa




bajo el cielo tan irreal del teatro.




Clava los ojos en una butaca vacía,




en un rostro de cera,




en un palco antipático, suspira




y termina diciendo adiós a la invisible,




ya inaudible cigarra compañera,







EL DESEMBARCO



Depuesto al modo pretoriano,




pif-paf, el ex




exige su restauración




e insiste, insiste en Nueva York,




negocia, grita, acepta




acuerdos con bloqueo y escasez,




escuadra y tiburón destripanáufragos.




¿Cuándo, cuándo será el desembarco?




Radioadicto confeso, puntual televidente




del noticiero contundente, lo sabré




sin duda gracias a otro medio




de comunicación transparente.




Mientras espero, pienso en ella,




isla pequeña y triste,




pequeña hermana de la mala suerte.




Así, desde la más remota infancia,




desde la curia con dedeté,





con Papacito Doc




o con Tía Unicef.




Y luego ese tipo: Cedrás, Raúl.




Y el electo depuesto.




Y las cebollas que no alcanzan




para la sopa de cebollas y vudú.







VERDE PRADERA INTERMINABLE



La quieren los labriegos sin tierra.




La regatea un gran terrateniente.




La ficha un hi de pu en un ministerio.




La sobrevuela un cuervo.




Mirándola, recuerdo estas palabras




y al tirano que ayer las decía:




«La tierra es buena, el hombre es bueno».







EL SUEÑO AMERICANO



Tierra del cactus y el desempleo juntos,




donde se sueña en español,




lengua onírica si las hay,




el sueño americano de una América lírica.




Y no iremos más lejos, por ahora,




de una calleja que cualquiera imagina




con ayuda del sol. En una de esas casas




despierta el alba a un hombre,




a su mujer y al muy menor de sus dos hijos.




Precisamente, entonces, el mayor,




veinteañero y con unos dólares,





clandestino, a Los Ángeles viaja.




Evita el paso de Tijuana,




por algo ha de rimar con mariguana,




y sigue siempre al norte, al norte siempre.







A UN GORDO, SINCERAMENTE



Acepta mi consejo,




di no a las francachelas,




no serás Pantagruel.




Y Sísifo no fueras,




llevando una cuchara




en lugar de su piedra.







EL MUNDO SEGÚN JACINTO RIVERO



Casitas humilladas




que el silencio congrega.




Un perro del tamaño




de un cachorro de sombra.




Un cocotero escuálido




con el buey de un arado.




Un político, un vándalo,




manchas como personas.




En suma, un mundo, un mundo




para ver en grabados




y pensar en Jacinto




Rivero, grabador,





que es historia y es arte,




que nació, que murió,




que grabó en la madera




madre de este papel




entintado en paisajes,




en campos, bueyes, gente.




Me vuelvo observador




y ya encuentro una nube




que ahí voy señalando




por hábito de dedo,




por azar de costumbre.




Una nube armoniosa,




hermosa, solitaria,




grabada sobre un techo.







BUENA ESTAMPA



Monógama, feliz y maternal con críos,




cruza la calle y entra en este recuerdo




con el sol en una canasta,




con zanahorias, con rabanitos




y con yuyitos para la salud en general.







NOCTURNO CON UN TEMA DE POE



¿Un crimen? No tanto, pero más




de la mitad de un crimen fuera




rasgar el silencio de la noche




aun con un laúd.







AVENTURA



En un país de bosques, en un pueblo de cántaros,




el sol jugaba con los árboles




y las mujeres eran numerosamente dulces.




Permíteme la ociosa pregunta de quien sabe




esperar no esperando una respuesta.




¿Hubo alguna vez algo que no fuera nostalgia?




Cabe la duda porque había cosas que...




Había tren y barco y puerto y yacaré




y canoas, cerveza negra, chalecos, pólvora.




¿Y qué más? La memoria es oscura,




pero el cielo recuerda y resplandece.




Las hojas caen, el verano muere




más cerca del otoño, naturalmente,




que de otra derrumbada primavera.







PITOGÜÉ

y otras hojas del cancionero, ofrecidas con el retrato de un músico, la concesión de una sombra y el adiós a un ángel


(1999)




Ya no me importa ser nuevo,




ser viejo ni estar pasado.




Lo que me importa es la vida




que se me va en cada canto.






Rafael Alberti

               




PITOGÜÉ



Yo te canté, pitogüé,




y quisiera seguir haciéndolo.




Yo te canté sin traductor, sin benteveo español.




(Regional, el guaraní de las aves




nos da un poco de aire para que vuele tu nombre.)




Canté la rama donde cantas,




el borde de la canaleta donde cantas,




el techo de la casa donde siembras




tu siempre tan hogareño canto.




Y la mano, canté la mano de la mujer que acaricia




su vientre




cuando le anuncias que muy pronto será madre.




Así, así será, porque sabes




a quién le anuncias nacimientos




y a quién, para mirar al cielo,




le abres caminitos en el aire.







VILLALEJOS

Aunque la leña se ha vuelto escasa y las manos vendedoras de carbón vegetal se han ido, sigue el fuego en las cocinas de leña y en las de carbón. Este dato ya permite imaginar las casas y las calles y, francamente, no deseo apartar a nadie de los caminos de su propia imaginación. Diré tan sólo que un rato sopla el viento y un rato habla en sueños la brisa.




TESTIMONIO



El techo roba cielo




a los ojos que miran a un árbol.




Y la pared es todavía blanca.




Y la ventana es el apoyacodos de una sombra.




Grabo, sigo grabando la casa




en la madera del grabado,




en el papel del poema,




en los días y en más de una noche eterna.




Quiero dejar el testimonio de un tiempo íntimo




y a la vez escondido:




el puro atisbo de una casa,




un árbol, una sombra.







ACEPTACIÓN

Entre las sombras de su cuarto y el silencio de su calle, la ventana acepta unos labios contra el vidrio. Acepta un pezón erecto, una mejilla pálida. Acepta unas flores y ofrece el susurro de una blusa.



ENCANTAMIENTO PARA ENAMORADOS



Labios a los que va cerrando la telepatía,




sabroso encuentran el último beso de la noche:




«Que duermas bien, mi amor».




Y duerme el amor.




Mil años después, ¿un jueves?, despiertan los enamorados




y descubren que el rumdo no es más viejo ni más joven.





Las nubes son las mismas




y la ventana tiene pájaros en un árbol.







LA BELLA INÉS



Ah, belleza de ayer.




De un ayer más que arcaico,




un anteayer de ayer.




Ella, la bella Inés,




era delgada entonces,




tentadora también.




Yo me cuento entre quienes




admiraban su cuerpo.




Ese cuello, esos labios.




Y el andar, el meneo,




el sensual taconeo




que invitaba a seguirla,




con los ojos siquiera,




en reuniones, en fiestas.




¿Qué pasó? ¿Se casó?




¿Divorciose? ¿Sí? ¿No?




No es jamona ya viuda




ni abuelita feliz.




No es mujer de un simposio,




sino miss, siempre miss.




No la enreda este tiempo




lineal, vulgar, sin gracia.




Vive un tiempo redondo.




No se sabe muy bien




si es redondo y oscuro




o claro y circular,




si ha venido a quedarse





o a llevarla con él.




Por de pronto, da vueltas;




es un tiempo y un trompo,




un violín, otro vals.




Y ella, ágil y bella,




bella de ayer, de siempre,




busca un punto de apoyo




en el hoy transitorio.




No un bastón, desde luego.




Un quitasol, quizás.




¿No la ves elegante?




Yo la veo anacrónica,




amable y anacrónica,




paseandera, jovial,




con sus finas maneras




o sus buenos modales,




su gimnasia, su dieta




y su higiene mental.







LUGARAMENO



Oír, oír a un pájaro, al viento,




a un arroyito dulcemente siestero,




dispuesto a largas confidencias.




Árbol y sombra para dormir un rato.




Flores azules en la siesta.




Y ternero manchado y toro blanco




e hierba, sol, el mu de muchas vacas.








CONFESIÓN DE UNA SOMBRA

Años llevo de amar a los árboles. Además, soy bucólico todas las veces que puedo. En otro tiempo, imaginé una égloga en la cual una ninfa era libre de irse con quien ella quisiera y no precisamente con el pastor impuesto por la tradición, la rima o las circunstancias. Amar a los árboles, creer en una vida libre. Sé que no tiene mucho sentido relacionar la libertad con los árboles, excepto por aquello de la vida al aire libre. Sé que tampoco sirve de mucho dejar el campo a cambio de unos días deshojados en un parque, una plaza, un patio. Cuando la ciudad era más aldeana, el campo quedaba cerca y en el camino se veían huellas pequeñas y oscuras, de perro; más grandes, de caballo, de mula o de burro; se veían surcos de carro, de carreta, y hondas pisadas de buey. Seguía yo el camino hasta llegar a una llanura donde todo era pasto y lejanía. Nunca entré en ella. Ahí, junto con la frescura de un árbol, el paraje ofrecía un agua dulce a mi fatiga, bien que no a mi sed. A la vera de aquel arroyo, solía yo sentarme, tenderme. Si alguien aparecía, nos decíamos unas palabras y luego cada cual regresaba, naturalmente, a su silencio. Era un lugar propicio para el silencio del que se nutren, aún hoy, casi todos mis recuerdos de la vida que duerme en el paisaje. A la vuelta, se demoraba en mí la tarde y se perdía, fuera de mí, el solitario atardecer. Quien ahora te habla era entonces una prolongación pedestre de aquel arroyo.



EL AMOR Y EL MAL TIEMPO



Bajo tantas y tantas hojas caídas




no se te ven los pies ahora.




Haré luego el elogio de las hojas





que arremolina el viento cada vez con más fuerza.




Acéptame estos versos, mientras tanto.




Celebran un sendero entre los árboles




y tu talle ceñido por mis manos




y el calor de un instante y tu voz




y esa manera de callarte como si fueras




a responderle con un suspiro a la tormenta.







TAREAS TAN INÚTILES COMO LA POESÍA



El río crece, el tiempo no ayuda.




Rema, rema la luz bajo la lluvia.




Que me perdone quien se sienta herido,




los inundados son del río, de nadie más.




Clavan techitos de multiflex,




de flexipor, paredes




de un más que servicial cartón




o se dan por entero a otras tareas




que de por sí tampoco arreglan nada.




Y justo cuando nada se arregla,




cuando la noche habla de tregua




y enciende su esperanza, su lámpara




de veinticinco vatios gratuitos




en un barcito de morondanga,




se vive un apagón, se oculta el río,




se oculta la ciudad que ocupa el río.








BREVE HISTORIA DE AMOR

El primer milagro es vivir, el segundo es tener de qué vivir. Y la nena se recibió de maestra, pero no tiene escuela ni grado ni promesa siquiera. Difícil magisterio, lo dejaría de lado. Sin embargo, lo deja simplemente por algún tiempo. Se vuelve entonces animadora de fiestas infantiles y programas afines. ¡Y cómo se enamora del payaso con el que hace un dúo! Pronto tienen un niño propio, ya no dependen de la alegría ajena.



NANA




niño de pecho al pecho




una blandura de mujer una dulzura de voz




una senda igualmente femenina




techos y una ventana abierta y clavos y copas




una tetera con su rayo de luna




una canción de cuna







DESDE EL TEJADO



Mira el gato a su estrella




caída en el jardín: sorpresa.







LA NOCHE



Cincuentón, pronto sexagenario,




sin prisa, sin tugurio a modo de oficina,




dejo hablar a los años en Arcadia.





Al viento dejo hablar,




dejo hablar a la noche donde quiera




mi temblorosa estrella




que algo también en mí se estremezca.




La noche pide pan, pide vino.




Pide más, pide un pedacito de muslo




y sienes pétalos y pezones flores.




Quiere el cielo y la tierra.




Quiere constelaciones.




Quiere la flor del sexo, la pide




con la orquídea que sirve de rima y nexo.




Y el amor la confunde como siempre.




Y el amor la ilumina con un beso.







LUCIÉRNAGA



La sed en un vaso,




el vaso en la mesa.




La ropa en un clavo,




el clavo en la puerta.




Con nubes, la luna;




la ventana abierta.




Y tú, vagabunda.







VAGABUNDA



Muéstrate más, no seas intratable,




luciérnaga flamígera y versátil.




La luna sólo muestra sus arrugas,




que son pocas, en la ventana rota.







LA LUNA EN LA VENTANA



Esa nube tan grande, tan lenta,




tan enemiga de la luna, pasa.




Ella, la que creíamos perdida, nos mira.




Súbita, simple, sencillísima luna




redondamente recobrada.




Tiene la altura de un tejado,




la brisa, el sueño




y la florida sombra de un árbol,




sombra que viene a ser




como la primavera de la noche




en una casa de las afueras.




La casa rima con el árbol.




El viento rima con las hojas,




las flores y la sombra.




La calle grita chúmbale a su perro.




Permíteme cerrar los oídos a la calle




y decir «No, señor» al papel en blanco




que espera algún ladrido en lugar de un verso.




La luna encuentra su lugar en la ventana




y flota, sólo flota.




No sé por cuánto tiempo aún,




mañana es hoy palabra dudosa,




Nadie dice mañana. Yo lo hago




porque hablamos ahora de una ilusión,




una esperanza, incluso un arte.




Flotar, flotar es arte de náufragos.








A LA INALCANZABLE, PARA QUE SE APIADE DE SU ENAMORADO




Y por saber de ti, de tu belleza,




si no desnuda como se creyera,




descalza en esta tibia primavera




que canta en ti con gran delicadeza,






senderos él conoce. Con dureza,




muchos trechos también. Y en larga espera,




por verte un día como ayer te viera,




ambigua vuélvese cualquier certeza






menos una: seguir, seguirte, bella




de las cuatro estaciones y del año




entero que su marcha no repite.






Desata en él la tarde algún regaño




por tanto desencuentro. Que tu estrella




lo guíe, se va el sol y lo permite.








ADIÓS A UN ÁNGEL

El viento, los pájaros, una serena indiferencia, algún escaso y no molesto interés en las cosas del futuro, todo contribuyó en su ocasión a que me gustara un pueblo adormecido, viejo y polvoriento que, a causa del trazado de una ruta, quedó fuera de lo que los organizadores de excursiones llaman El Circuito de Oro. Permanecí en él menos de mes y medio; sentí pena cuando me vi en son de dejarlo, tiraba de mí cierto afecto a ese lugar. Una tarde -ya no podía seguir en el pueblo- decidí caminar la legua que me separaba  de una de las localidades favorecidas por El Circuito de Oro. Detuve la marcha frente al camposanto; enterraban a un angelito. Recordé que en las poblaciones de estirpe campesina era una costumbre decirles adiós. Además, según los transmisores de tal costumbre, ese adiós habría de traer buena suerte a quien lo dijera.

Me uní al cortejo. Antes de hacerlo, dejé en la entrada del camposanto un morral que tenía el aspecto de un bolso deportivo. Dije que lo dejé en la entrada, y, en realidad, no me expresé correctamente: no había entrada, todo era verde, todo era sombra. Un árbol separaba una tumba de otra, una casa separaba un árbol de una vaca y el horizonte no separaba la tierra del cielo porque, dondequiera que yo mirase no había horizonte sino rapsodia del viento, flauta invisible, melodía entre árboles y tumbas.

Fiel a la tradición, y aun más fiel a su creencia en el reino de la vida eterna, la madre del angelito no lloraba. Acaso traiga buena suerte, pensé, decir adiós a quien se va sin dejar lágrimas en las mejillas de su madre. Los del cortejo decían unas oraciones o lo que de ellas, en tal trance, les venía a la memoria y, así, a la voz del padre y a la de la madre seguían las voces de unos deudos y vecinos. Una de las almas piadosas ahí orantes, concluyendo su plegaria, se acercó y me preguntó si no quería yo tocar el ataúd.

-Trae buena suerte -le oí decir antes de que volviera a su sitio.

No toqué la madera sagrada. Acaso, supuse, ya traiga buena suerte decir adiós para mis adentros. Y el angelito se iba. Quizá le cerró los ojos la diestra del Señor. Quizá no; quizá la humana mano que le cerró los ojos se apresuró en cerrarlos y, negligente inocente, dejó sin la luz de un niño los ojos de un ángel.

En estas conjeturas me demoraba mientras el ataúd descendía, mientras los ojos del padre y los de la madre se llenaban de tierra, de cielo y de resignación. Fui el primero en alejarme. Busqué el bolso que había dejado sobre la hierba y seguí mi camino. Tras de mí, el cortejo se deshizo en silencio, en calma, en paz.


 

CIUDAD DE LOS NARANJOS Y LAS FLORES,

 MIL NOVECIENTOS CINCUENTA Y TANTOS



En la mañana perezosamente cálida,




hermosa, luminosa, inocente,




cantaba un ciego su cantar de gesta.




El viento lo dejó en la plaza,




a pasitos del tren y de una fonda.




El viento, amigo de rapsodas y de flores.




En todo caso, entonces, respirábamos




flores y, un poco del vapor de una locomotora.




Los años vuelven irreal cualquier imagen.




Para muchos, no hay sino días iguales.




Para mí, la memoria es hermana del olvido.







CIUDAD NATAL DEL POETA



Descalza y de sombrero.




De tren, telégrafo y correo.




Pequeña, liberal y farmacéutica.








LA EDAD DE ORO



Un día pasa un pájaro, canta




como si nunca hubiera visto un árbol,




nunca una sombra, nunca las frutas




que ofrecen su sabor al viento.




Queda en el aire un aleteo,




un recuerdo del cielo, después nada.




Aunque lo intento, y mucho,




no puedo separar la sombra del árbol;




el viento, de aquel pájaro;




la pared para dejar la bicicleta,




del resto de la casa donde pasé el verano




que vagamente nombro aquí en la historia




(mejor, anécdota) de unas alas.




Y aquel pájaro canta




como si nunca hubiera visto un árbol,




nunca una sombra, nunca las frutas




que ofrecen su sabor al viento.







OBSERVACIONES DE UN MARINERO

 DE AGUA DULCE QUE SE HIZO A LA MAR




- 1 -


Reflejos en el agua tranquila


Y después de una mueca, frente a manchas de aceite,





Narciso, defraudado, se encuentra con el cielo.





Sobre el agua tranquila de la tarde y, los peces,





cantan aves de paso, de estuario y de astillero.










- 2 -


El barco y los límites de mi voluntad


La brújula no engaña, vamos a Rotterdam.





Bueno, pero preferiría Bilbao





o Veracruz o Santos o Yokohama.





Qué pena que no pueda yo tomar el mando,





seguir el rumbo que me dé la gana.







- 3 -


Cuaderno de bitácora


A veces, cuando estamos cansados del agua,





del viento y de las nubes,





se nos cruza la rata que subió al barco.





Es el mejor recuerdo de la tierra lejos





para mamíferos de quilla y hueso.





Y sus ojos insisten en una confidencia.





Y te mira, no puedes darle con un palo.





No vemos a la rata entonces,





se nos viene la imagen polvorienta





de un taller, un baldío, un patio.





Sigue la travesía





con un poco de tierra en los ojos.










- 4 -


Tormenta


Un relámpago nos dibuja la rama de un árbol.





La lluvia nos recuerda





a las hojas que apenas la sostienen.





Y la costa no queda lejos, pero quién sabe.





Oscuramente navegamos, como sombras





que un destello destierra y otro sueño restaura.









EL PROYECTO



Se acerca el líder a la cinta,




a desatarla con aplausos.




La escena se repite y filma,




sin compasión, hasta el hartazgo.




Cae una lluvia mansa, mínima,




subtropical, enteramente transparente.




Y con la fina y gris mañana de estos versos




tres décadas pasaron, diluidas




en Asunción y el resto del país.




El proyecto era el mapa, todo el mapa.




Y planos, noticieros, números;




un boceto de trazo siempre presidencial




y estilo propio, nada versallesco.




Tenía el líder sus ideas, sus apuntes.




Los amanuenses acudían a servirlo




convertidos en secretarios;




los secretarios, en arquitectos.




Civilidad, también ladrillos.





El civil era el soldadito,




la soldadesca era el partido.







TIERRA PARA EL SIGUIENTE



Cuesta abajo, la senda




no parece la misma




que sube por el suave




verdor de la colina.




Un sauce plañidero,




venal y paisajístico,




flores al uso, pinos




probablemente atípicos.




Capo di tutti i capi,




el difunto en su limbo.







FIDELÍSIMO RETRATO DE UN UJIER DEL PURGATORIO



Así, tal cual lo pinto.




Desesperado siempre.




Endemoniadamente




caótico, cautivo




de su vodka, de un whisky,




de tabletas y anexos,




prescripciones, dragones.




Lengua para mostaza,




tripa para pimienta.




Y, si es macho con súcubo,




es íncubo con hembra.







EL SOL Y LA POESÍA DE LA GENTE HUMILDE

Y una mañana los pasos saben adonde te llevan, poeta, tú sólo te dejas llevar y al endurecido corazón te lo pesca una red de callejas y pasajes. Hay una puerta que tu mano no alcanza, un techo que el viento no pisa, un instante de río, canastas, anzuelos, carnadas. Y nada más, pero el sol suelta el fulgor que guarda para la gente humilde, para el cuchillo que corta una sandía, para el dedal que deja el dedo de la madre y pasa al dedo de la hija como el anticipo de una herencia.



UNA VISIÓN DEL MUNDO

No hay lo que no hay habiendo un plato de lata esmaltada con arroz y entrañas de ave, un jarro de lo mismo con leche cuajada de rocío, una estrella en la noche, la luna en un sentimiento. Y muchas alcancías de barro para romper. Y una mujer, a quien mejor que su nombre propio le sienta un apodo cariñoso.



ANTIGUO PAISAJE INDUSTRIAL



La Luna, Fábrica de Velas.




El Potro, Fábrica de Cerillas.




Reclus, Fábrica de Caramelos.




También alguna chimenea.




También algunos delantales




azules en la noche obrera,




descascaradamente obrera.







SOMBRA Y FLORES

a Fátima Mereles




Verde paraje apenas poblado:




ese almacén es todavía el campo;




el camino es de tierra y paciencia;




el viento es manso, fresco,




es una verdadera gracia del cielo




como sin duda lo son estos árboles




y el mes en el que sueltan sus flores.




Octubre, al pie del tarumá.




Antes, algún lapacho.




No, no olvido al jacarandá




de rima obligatoria y flor tan divina




que no rima con nada ni con nadie.




No dejaré de lado al árbol del pitogüé,




tampoco al palo




borracho entre las nubes que dicen ser sus flores.




Y bueno, no seré botánico, pero canto




a un Paraguay de pétalos,




de pétalos y sombra dulce para esperar un rato,




para secar el llanto, para seguir andando.







EL OLVIDADO EN LA FRONTERA




Lo iban deshojando




ya sin amor los días.






Iba quedándose,




como quien dice, seco,









sin agua, derramando




la sombra de su propia sed.






Entonces, bajo el cielo,




aquel primer encuentro.






Eras la garza y eras




el río del atardecer.








LECCIÓN DE PINTURA




Ignorante del brazo,




del antebrazo y codo,




mano tan pura, al óleo.






Dulce, dócil, sumisa,




sosteniendo una fruta,




bajo la luz dormida.








PREPARACIÓN DEL LUNES



Domingo, tus horas ya fueron.




De aquí en adelante, serán preparación del lunes.




Serán engrudo de fotografía, tema de artículo para




       seguir aburriendo a los lectores.




Aún quedan tus mujeres, a quienes el viento amó




       mejor que nadie.




Aún quedan unos minutos para saber qué pasó contigo.




La calle tiene amagos de respuesta, susurros.




La calle y una lágrima de paso, la calle y el hombre




       que sale de tu ceniza.





La calle renuncia, el poeta abdica.




Y un grillo canta en la ventana.




Y una nube corona a un mar de baldíos.




Y un sapo del atardecer encuentra más mosquitos.







LA PLAZA

a Susana Gertopan




La tarde te conoce mejor que yo.




Me conoce mejor que tú,




y nos junta, ya somos miles,




millones en el mundo.




Mundo instantáneo que nos da una identidad momentánea;




somos la gente de la plaza en la tarde del mundo.




La plaza, con sus cuatro calles como cuatro paredes,




termina siendo el patio de la ciudad.




Y el niño que llora inatajablemente.




Y el anciano que sonríe para no pensar.




Es la estatua que nunca dice nada.




Es la pareja que aún se ama.




Es el viento, amable a ratos.




Arriba el cielo, abajo un árbol.




Y la tarde, diciéndonos que no se va.




O que no quiere irse, que no es lo mismo.







LA PLAZA EN LOS AÑOS DE TOBÍAS



Para Tobías, viejo fotógrafo de plaza y fogonazo,




       todo es cuestión de instinto, de instante.





Frente a él, con un poco de viento y un racimo de




       sombras, una mujer.




Y la tarde desciende de un recuerdo, de un tranvía




       o de la siesta.







LA REBELDE



Es tan hermosa como su leyenda,




como el misterio de su destino,




como su misma rebeldía.




Es apreciablemente joven,




es clandestinamente culta.




Sigue a Bakunin, funda un sindicato,




discute, participa del caos




y, para remediar una injusticia,




enviuda por su propia voluntad.




Desaparece un tiempo, un par de años.




Mil novecientos nueve, diez, once.




El hombre fuerte, el jefe patrio,




el coronel, después presidente,




Albino Jara, quiere apresarla.




Y sólo quiere, porque se le escapa.




Teresa Reyes, la rebelde,




huye una y mil veces,




siempre y una vez más.







LOS PLACERES DE UN DÉSPOTA



Llamarse Albino Jara, vivir en Asunción.




Mandar, reírse de Cecilio Báez.





Algunos uniformes, dos o tres caballos.




Una mesa vestida de frutas




con una hurí de tierra adentro.




Cierta Madame, bombón de




quién sabe dónde.




Y muchos tragos, muchos brincos.




Placeres de un sultán criollo.




Un vero sultanete del jecato




iberoamericano




acomodándose con Baco.







HISTORIA, CALLEJERA DE TODO EL MUNDO

Que nos disculpe Cronos, amigo de Gea y patrón de los relojeros, pero llenemos derecho al ayer. No es una cosa ni es el paso de los años, son todos los años que fueron y todas las personas en un solo y breve recuerdo cuando, en una esquina del adiós o en un atajo de la lluvia, en suma, en una calle cualquiera, cerramos los ojos y se nos aparece el ayer con su cielo de ojos adentro.



SERENATA DESINTERESADA



La calle de mi noche




en tu ventana con un poco de viento.




Con tu luna de plata, de estaño y aun de hojaldre,




con un pañuelo de papel y un adiós descartable.




Como quiera que sea tu luna,




pienso en tu espera, en tu esperanza, en el color




de tu amor, de tus ojos, de tus cabellos.




Joven, hermosa y desconocida,





que no eres mía ni de ningún nochero viejo,




oye, óyeme, deja entrar a mi noche en tu vida




como un instante, un parpadeo,




un mínimo destello. Como se deja




entrar de pronto a un grillo en la casa,




sin abrirle la puerta, sin abrir nada.







HIPÉRBOLE

Sobre las ruinas del día, el arrullante cielo de los árboles. Mangos, lapachos y un frondoso etcétera del viento. A un paso del atardecer, el amor. Se trata del amor en una inevitable hipérbole: el amor a la vida. Ahí mismo, en un jardín, a la altura del césped doméstico y domesticado, canta una cigarra. Y el agua de la manguera, lustral o grifal, canta con voz propia. No deseo llenar el paisaje de innumerables vasos de tereré ni valerme de otros recursos similares. Quiero hablar del cielo, sólo del cielo. Creo que el cielo se desprende, generosamente, con el atardecer. Por eso, cabe un resto de sol entre unos pies descalzos y aquellas nubes que apenas se ven ahora.



LA MULA

a Washington Benavides




La hierba es pasto y es acera.




Es más, es casi campo y cielo




con una mula suelta, libre,




un domingo por la mañana, lejos.




Si fe no doy de adanes fuera del paraíso,




daré al menos noticia de un lugar inocente;





algo diré de flores, de hojas,




de música de hojas y música de pájaros;




algo más de la errante sombra de los pájaros




en la hierba y los ojos de una mula;




algo de alguna gente cálida, tostándose




al fuego amigo de un fogón. Ah,




también oh, porque todo es calor de patio,




sol, bienaventuranza y casa nueva




con un brindis, con un bocado.




Mientras la mula mira al mundo,




la casa nueva junta gente. La gente habla




del precio de la cal




y de la calidad de las tejas;




prodiga congratulaciones;




admira la nobleza del diseño;




elogia la hospitalidad de los dueños.




Eso sí, nadie habla de política,




ni una sola palabra de sectas,




nada de bancos, nada de finamporras.




Doña Garnacha eructa, luego pide disculpas.




A Don Tinto ya lo amordaza la siesta.




En la verde quietud de las horas fáciles




-la hierba es pasto y es acera-,




escuálida, esquelética, pluscuanangélica,




la mula pasa, mira y se aleja.







OCUPACIONES



Si oficialista,




embajador;




si opositor,





oficinista.




¿Es albañil?




A su albañal.




Como mil más,




como cien mil.







ENDIMIÓN



Demorado en el límite




de mi aldeano y cervecero asfalto,




soy bucólico, creo,




para dar curso al trámite




de quien no quiere ser urbano.




Y la tarde se aleja.




Entre la luna




y una luciérnaga tempranera,




el campo, eso que se dice campo,




es un tractor que no funciona,




es un poco de hierba,




es un montón de cocos,




es el último sol,




es la primera estrella




y es un niño descalzo,




grande, risueño,




con un cielo soñado en los ojos.




Será Juan, Isaías o Jefferson,




pero también es Endimión,




pastor eternamente joven,




amado por Selene,




la delicada




luna de los atardeceres.








EL RABELERO

Me habla acostumbrado a no ver a Bristol cuando tropecé con él nuevamente. Lo encontré en un camino vecinal, entre unas tierras que eran de nadie o del Estado y otras que pertenecían a un cuatrero. Callo el nombre del sujeto en homenaje a la perfectibilidad de la especie adánica (puede que se hubiera redimido) mientras digo otra vez que no tenía yo la menor idea del paradero de Bristol cuando lo vi aparecer. Esa tarde, llevaba él una valija en una mano y un rabel en la otra. Una manta oscura, requetedoblada y terciada sobre el pecho como una banda completaba su, digamos, impedimenta. Los extremos de la manta habían sido atados con un cordel a la altura del cinturón.

La sorpresa de verlo duró en mí algún rato. No diré que lo creía muerto, no es mío el morbo jurídico que da por fallecido a un hombre tras cierto número de años en los que se carece de noticias acerca de él. Sin embargo, no creía que anduviese por la región, y se lo dije.

-Esta vuelta no vengo de lejos -aclaró.

Me contó de dónde y cómo venía. Bristol es locuaz, es también un rabelero, que desafía la tradición al no ser ciego ni tocar mal. Me contó que, recientemente, había sufrido una demora en Tres Puntos, uno de esos pueblos a los que convierte en ciudad el habitante número mil. Lo habían metido preso por haberse negado a tocar la canción favorita del jerarca lugareño.

-Estuve unos cuantos días adentro, la Virgen me ayudó y pude salir antes de entristecerme entre esas cuatro paredes.

-Y ahora -quise saber- ¿cuál es tu rumbo?

Entrelazó las manos, apoyó la yema de un índice sobre la yema del otro, después lanzó hacia adelante ambas manos  entrelazadas y señaló un lugar oscuro en el oeste. Miré por ver si había algo que las nubes no cubriesen y vi pasar unos pájaros con un resto de sol en las alas. Entonces, el rabelero me dijo:

-Voy a la casa de Angélica, una mi amiga.

Continué mirando en esa dirección, viendo pasar pájaros y nubes, viendo renacer el sol de la tarde y pensando en la inutilidad de la belleza. Bristol me invitó a que lo acompañara:

-Si no hay nada mejor de tu parte, podemos ir juntos. No te preocupes por el avío, no te ha de faltar comida en la casa de Angélica y siempre vas a encontrar un rinconcito para dormir.

Quizá estuviera por demás decir que lo acompañé con gusto. A la puesta del sol, poco antes de llegar a nuestro destino, vimos unas garzas inmóviles.

-A esta hora -comentó- las aves pierden todo su azogue.

Era un paraje ameno, eran árboles amables. Corría un hilo de agua dulce y se acortaba el camino de una jornada que, lenta y amistosa, a su fin tocaba dejándome la fatiga de una caminata placentera y el solidario cansancio de unas garzas. Miré la lejanía, sentí (lo cual probó una vez más la existencia de mi alma) la dicha de un atardecer. El sol en apenas el borde de una uña en el horizonte y, en el pastizal cercano, aún doraba las gibas de un rebaño cebú.

Angélica salió a recibirnos. No me ofreció la diestra sino la casa, el patio de arena y viento, el fogón encendido. Pronto conocí el tratamiento samaritano del huésped: comí antes que mi anfitriona y antes que Bristol. Además, los tres usamos el mismo plato y el mismo jarro. Todo hubiera seguido bien, humilde y bíblicamente bien, pero la mujer no parecía feliz de tener a su amigo sentado a la mesa. Comencé a pensar en lo que veía de ella: gestos de significado dudoso, algún  curioso mohín, tal o cual ademán que una sombra frustraba entre sombras. Eran manifestaciones de un intenso, profundo desasosiego; era un silencio que nada tenía que ver con la costumbre de callar durante las comidas. Con el cri-cri de un grillo nos levantamos de la mesa y fuimos al patio, llevamos nuestras banquetas y nos arrimamos al fogón. Angélica seguía igual, entre taciturna y simplemente tácita. Miré sus cabellos y ella se llevó una mano a la cabeza: acaso se sintiera avergonzada, acaso incitadora. Coincidiendo con esto, Bristol no quería conversar y atizaba el fuego con una ramita. De manera que, mientras oíamos al grillo, bajó la noche y nos ató al madero del sueño, como le hubiera gustado decir a un poeta. Aunque, en este punto, se puede afirmar que sólo a Bristol y a su musa los ató a un madero porque la pareja durmió en una cama que resultó ser la única; yo dormí en el suelo, honda, hondamente.

Tras el amanecer, cuando todavía se mezclaban en mí el sueño y el canto de las aves, vi al rabelero. Hablaba consigo mismo al pie de un árbol; pensó que yo sería un interlocutor.

-La leche hervida de vaca recién ordeñada es lo mejor que hay para limpiar el estómago -me aseguró después de darme los buenos días y antes de informarme que Angélica estaba ordeñando a Gerundia, la vaca que yo debía ver ahí, ahí mismito, y que yo no veía.

-Para verla, tendrías que terminar de despertarte.

Desoí su consejo. Una telaraña de sueño me colgaba sobre los ojos mientras subía el sol la imperceptible pendiente del cielo, mientras cantaban unos pájaros, mientras rompíamos el ayuno con un sorbo de leche fresca y una pizca, valga esa ración, de torta de miel de caña de ayer.

Lo que siguió, a pesar del enigmático sol de aquel día, cabe en un conocido cuadro escénico. Se trata de una pieza  de repertorio en la cual afloran los estigmas de la vida rural. Yo, como tramoyista, no puedo sino pedir disculpas al abrirse un telón roído por las ratas de mil funciones. Sea, se abrió. En un surco de tierra labrantía caen gotas de sudor, es hora de separar la hierba mala de la buena, y, machete en mano, Angélica se dispone a ello. Bristol, aflautando la voz, dice que está viejo y su cintura no puede más. Responde Angélica diciendo que por qué, que cómo puede él doblarse ante sus gustos por la noche y no puede doblarse por la mañana en el huerto. Aturdido, Bristol da unos pasos; llega hasta una indescriptible abertura que, si es puerta o bien otra cosa, no me corresponde dilucidar aquí. Por ahora, es suficiente saber que el rabelero enmudece en tal sitio, que es el mismo donde estoy yo.

-Eá, eána.

Eá dejó los labios de Angélica y se quedó en el aire. Eá más na más un zumbido en los oídos del rabelero: eána. El hombre gira, me encuentra mirando a la mujer y oyéndola decir:

-Bristol no tiene delicadeza de varón, remedio no tiene.

Ignoro el efecto inmediato que tan fuertes palabras pudieron haber tenido en un temperamento como el del artista al cual iban dirigidas. Me retiré, no sin antes decir adiós a la dueña de casa. Igualmente, a ciertos años de aquel día, no sé qué consecuencia tuvieron en el mediano plazo o en el largo término porque, aunque se cruzan a veces nuestros caminos, el rabelero nunca me habla de Angélica ni suele quejarse de ningún lumbago.








APÉNDICE


EL GOCE DE LO COTIDIANO EN LA POESÍA DE JACOBO A. RAUSKIN

 

La poesía de J. A. Rauskin es un espejismo verbal. Al detenerse en cualquiera de los doce libros del poeta publicados en los últimos treinta y cinco años, al demorarse en poemas que tienen apenas unos cuantos versos y al leer el lenguaje rauskiniano -claro, directo y aparentemente inequívoco sobre temas de la vida diaria-, el lector puede creer que se encuentra frente a poesía de poca ambición artística. Pero, una vez más, las apariencias engañan, porque el escrutinio de sus poemas revela una economía verbal, un refinamiento cultural y una perspectiva crítica poco frecuentes en la poesía hispanoamericana de nuestros días.

La obra poética de Rauskin no se deja caracterizar con facilidad. No porque ella sea hermética, sino por todo lo contrario, irónicamente. Son poemas que parecen ser tan directos, breves, sencillos y descriptivos, que no se diría que ellos pudieran conducir hacia otras metas preestablecidas. En esto consiste el espejismo del que hablamos: tras la fachada de la brevedad y la exposición clara y sin enredos, el texto deja entrever propósitos tan sorprendentes como sutiles, subversivos y complejos, dimensiones de la obra de Rauskin que merecen más atención crítica.

En su larga trayectoria, el poeta no ha manifestado interés en evocar grandes visiones panorámicas, no pretende que sus limitadas vivencias y observaciones reflejen un microcosmos de toda la experiencia humana. Como en sus libros anteriores, en La calle del violín allá lejos (1996) y Adiós a la cigarra (1997)1, evita temas esotéricos y estilos experimentales, y lo hace a favor de un esfuerzo concentrado en percibir los sucesos cotidianos de su entorno familiar. Reflexiona sobre ellos, a veces, con ironía; otras veces, con elogios o denuncias apenas discernibles, rara vez con conclusiones  directas y categóricas; siempre con un ademán elegante y una frase elocuente.

El observador/poeta de los dos libros es el mismo. Es andariego, curioso y meditabundo. Ejerce la inusitada práctica de maravillarse ante lo que serían -para la gran mayoría de nosotros- escenas prosaicas. Lo hace con auténtico entusiasmo y -aquí viene la sutileza ya mencionada- sin que se vea la intención de ofrecer a sus lectores la trascendencia de lo que él ha elegido observar y poetizar. Su perspectiva del mundo, también su decisión de no juzgar, jerarquizar o sacar conclusiones sobre lo observado, son insoslayables y no dan lugar a equívoco en las obras examinadas en esta oportunidad. El poeta, en ambos libros, observa el mundo que lo rodea, se apropia de él y lo plasma en lo que podemos llamar pequeñas escenas esquemáticas e impresionistas, sin interés reconocible en lo que atañe a entrar en detalles descriptivos, en prolongadas conjeturas, mucho menos en convicciones dogmáticas y conclusiones persuasivas. Al lector que, siguiendo sus preferencias, busque una poesía anecdótica, con expresión de sentimientos personales o íntimos, o cavilaciones sobre las eternas cuestiones humanas, es decir, con todo aquello que se puede identificar como desarrollo temático tradicional, quizá esta poesía lo confunda, frustre o desilusione. Pero de ninguna manera se debe ver aquí una objeción a estos dos libros, sino una advertencia al lector: los propósitos del poeta son otros y son tan inesperados en su efecto como legítimos en su expresión intelectual y estética. En estas obras hay poesía abierta; al llegar al final de sus poemas, el autor no pretende llegar a ninguna conclusión en particular, ni tampoco insistir en alguna convicción contundente, ni elaborar una epifanía, sino que permite que cada lector concluya el poema de acuerdo a su propia imaginación, a su experiencia personal y a su bagaje cultural. Esto no quiere decir, sin embargo, que Rauskin no intente, con sutileza, encauzar a sus lectores por caminos insospechados y hacia conclusiones deseadas.

En La calle del violín allá lejos y en Adiós a la cigarra se manifiesta una gran variedad temática, pero quiero limitarme a tres aspectos que contribuyen a caracterizar unas piezas, en el rompecabezas poético rauskiniano: la trascendencia oculta de la vida cotidiana, el desafecto a ciertos rasgos de la vida moderna que también incluyen injusticias sociales y, por último, la celebración del lenguaje como justificación única de la poesía.

Comencemos por la primera de estas características. En la superficie, el autor parece mantener un distanciamiento emocional de sus temas al evitar obvias expresiones de aprobación o de disgusto y al omitir conclusiones decisivas. Con lo cual no afirmo que él no sugiera sus gustos o disgustos, sólo digo que no insiste en ellos, que los pone a la consideración del lector. El yo poético de estas obras observa y luego presenta escenas de la vida cotidiana que en sí mismas no se destacan por dramáticas o significativas sino por prosaicas e intrascendentes. El enfoque de su andariega cámara poética abarca un gran repertorio de imágenes, muchas de las cuales registran la ciudad, la lluvia, flores, escenas callejeras y gente anónima captada fotográficamente en sus actividades rutinarias. El poema Repeticiones es uno de los más típicos de esta índole:

Despierta la ciudad, el sol busca una plaza para dormir todavía. Una vez más, desde una ventana, canta el silencio. Una vez más, una mujer bebe una taza de café mientras el día se despaga de un lento minuto. Es una mujer hermosa, a la manera de las mujeres dulces y obesas. (La calle del violín allá lejos.)

En este diario y nada extraordinario amanecer, la somnolencia acompañada del silencio y acompasada por un «lento minuto», y la insistencia reiterativa de «una vez más», se fijan al final con la imagen de una mujer que no se destaca por su unicidad, sino por su carácter genérico. Aparentemente, en la superficie de aquello que  vamos leyendo, todo coincide para quitarnos cualquier ilusión de vivir un momento especial, único, mágico y digno de atención poética. Pero no obstante el esfuerzo por disolver expectativas emocionales -hasta el título, Repeticiones, sugiere monotonía-, algo especial sí ocurre aquí; esta misma falta de precisión en los detalles, esta misma rutina previsible y esta insistencia en lo prosaico revelan la capacidad del poeta de percibir y abrirse a una imagen cualquiera y maravillarse de la magia que ha despertado en él y en las palabras que elige para recrear la imagen. El poeta no insiste retóricamente ni estructura el poema para que el lector reaccione de la misma manera. Sin embargo, parece que esto sucede.

Entre otros poemas que ilustran la magia de lo ordinario y lo rutinario, se cuenta Buena estampa:

 



Monógama, feliz y maternal con críos,




cruza la calle y entra en este recuerdo




con el sol en una canasta,




con zanahorias, con rabanitos




y con yuyitos para la salud en general.







(Adiós a la cigarra.)

               


 

 

Buena estampase concentra en detalles concretos. No hay uso de adjetivos enaltecedores o esclarecedores, no se desea la exactitud descriptiva. En éste, y en varios poemas a lo largo de los dos libros, de lo que se trata es de producir una breve evocación de imágenes latentes en la memoria. Con pinceladas gruesas y rápidas, el poeta pinta experiencias vividas no porque ellas sean únicas o significativas, sino porque son parte de una realidad -léase identidad personal- que no se conserva de otra manera. Migas de pan que se echan a los pájaros (V 76), un zapatero (V 77), el sonido de la lluvia (V 81), una casa desaparecida (V 81), un sauce llorón (C 92), la escarcha matinal (C 99), una mujer conocida (V 87) y otra deseonocida (V 87), dan vida a pequeñas escenas que no son presentadas  como extraordinarias en sí mismas ni tampoco como piezas esenciales en la experiencia del autor. Sin embargo, todo llega a tener significación para el poeta, como él lo enuncia con respecto a la mujer desconocida: No quisiera olvidarla;/ mía es también la vida que me rodea/ sin insistir en mí. (V 88). Estos últimos versos dejan entrever lo que lleva al poeta a elegir temas que individual y separadamente tal vez asomen como instrascendentes, pero que en el cuadro total son sutiles manifestaciones de una trascendencia oculta. Sucede que el poeta rescata por doquier fragmentos de su identidad: todo lo que él observa, todo lo que él experimenta, termina convirtiéndose en parte de su propio ser y, entonces y así, ni siquiera la imagen más prosaica carece de trascendencia.

En otros poemas salpicados a lo largo de La calle del violín allá lejos y Adiós a la cigarra, el yo poético reconoce la fuerza evocadora de los fenómenos que percibe en derredor. Por ejemplo, en Generosa: La luna de hoy recuerda/ a cielos anteriores./ Asilo de murciélagos/ y dos o tres peatones. (V 75); y también en Asociación nocturna: Terraza, piano, nube./ En alguna ocasión, álbum./ Otras veces, rueda/ o moneda o ficha de ruleta./ Cosas simples, frecuentes,/ que nos recuerdan a la luna/ de la Ceca a la Meca, de la timba a la tumba. (C 94). Las cosas comunes tienen aquí fuerte capacidad asociativa al funcionar como evocadoras de recuerdos nostálgicos, otra parte integral del yo poético. Tanto es así que en un momento del poema Aventura, el autor ingresa con una interposición: Permíteme la ociosa pregunta de quien sabe/ esperar no esperando una respuesta./ ¿Hubo alguna vez algo que no fuera nostalgia?/ Cabe la duda porque había cosas que.../ Había tren y barco y puerto y yacaré/y canoas, cerveza negra, chalecos, pólvora. (C 108). En estos poemas de Rauskin, lo que parece insignificante, como en las buenas novelas detectivescas, oportunamente adquiere su razón de ser, su propósito y su significación cuando está interpretado, gracias a una perspectiva unificadora, dentro de un contexto orientador.

Otra tendencia que florece en estos dos libros de Rauskin es la que se manifiesta en un tono -sutil y poco enfático- de incomodidad o disconformidad del autor con su ambiente. A veces se refleja como denuncia, a veces como queja, ironía o añoranza de un pasado más agradable. Lejos de incurrir en versos testimoniales, en el panfleto ideológico o de protesta, el poeta expresa con su concisión de costumbre, una firme denuncia de las instituciones nacionales, de la política de éstas frente a la gente común y, sobre todo, de los excesos de la modernidad que han deteriorado la calidad de vida en el Paraguay y en otros países «subdesarrollados». En alguna ocasión, Rauskin observó que si un poeta se ocupara sólo de encontrar culpables, sería mejor que no escribiera su búsqueda en verso. También sostuvo entonces que la calidad artística de la poesía de protesta social y política en Hispanoamérica no ha mejorado a pesar de su proliferación en las dos o tres últimas generaciones2. Quizá sea por estos motivos que el yo poético de las obras que aquí examinamos no insista largamente en denuncias o en ironías. Consecuente con su estilo, el poeta toca los temas desagradables con la misma celeridad y agilidad, así como con la misma elegancia expresiva que emplea para sus temas más amenos. Como sucede con los poemas de la trascendencia oculta, las observaciones se ambientan en pequeñas escenas montadas en escenarios conocidos por el autor. Casita como ejemplo. Monedas en juego e Itaipú son páginas donde el poeta denuncia, respectivamente, el carácter intolerable de cierta arquitectura moderna que quiere hacer suya toda la ciudad, la inevitable frustración de invertir en los mercados internacionales de monedas y el dudoso valor de la construcción de la represa más grande del mundo, tomando en cuenta el impacto ambiental destructivo, tanto en el hombre como en la naturaleza, que produjo esta maravilla de la tecnología. En otros poemas, lamenta las deficiencias de una biblioteca pública, la demolición de una casa antigua, las injusticias que afectan a nadie con más dolor que a los pobres y desamparados, ya se trate de  campesinos en busca de una changa en la capital paraguaya o en los Estados Unidos, o de isleños compatriotas de Papacito Doc y de Cèdras, o de una joven que muere de inanición en África.

Pero la ironía más notable y picante la reserva el poeta para un manojo de recuerdos de los largos y sombríos años de la dictadura en su propio país. Esos versos sintetizan magistralmente el oprobio del régimen, incluyendo al séquito del déspota que por tantos años empantanó al Paraguay y apagó el espíritu, de sus habitantes.

Durante décadas, en Hispanoamérica, una gran parte de la poesía de protesta contra las dictaduras militares rezuma odio, comprensiblemente. O repudio o vituperio o declaraciones de venganza. Esta explosión verbal suele desplegarse en largas arengas y diatribas para poder acomodar la frustración de décadas de cautiverio, frustración y silencio. Al enfrentarse a la memoria de la dictadura de su país, el yo poético de nuestro autor se conforma con una táctica estilística contraria -o sea la suya propia-, puesto que alcanza su propósito de censura sin abandonar la propiedad de vocabulario, la brevedad expresiva y la chispa de la inteligencia. Este poeta no se rebaja al nivel del objeto de su desprecio, él mantiene la altura de su dignidad y el enfoque de su propósito ético y estético. Observamos la puesta en práctica de la elegante ironía rauskiniana en dos poemas:

 



Día de huelga legal y pesca obligatoria.




Día mudo en la cadena de los días radiofónicos.




Jornada no palaciega,




el jefe visita la tumba de su pueblo.




A la salida de todos los años de juerga,




Tongo, viejo pretoriano,




aguarda en un bar de la mente.




Espera al jefe, no piensa mientras tanto.







(V 82. El jefe y su pretoriano favorito.)

               






La efigie sustentada




por mil portaestandartes




pierde fuerza y color




Los años atenúan




el rictus militante




y el gran perdonavidas




se muestra viejo al sol.







(V 82. Alfredo envejece.)

               


 

 

El poeta no expresa ahora su deleite ante las pequeñas escenas cotidianas, sino que se deleita al ironizar sobre las instituciones y los gobernantes: un gusto demorado pero no por ello menos sabroso. Estas son otras imágenes que conducen a momentos trascendentes tanto para el poeta como para el lector.

Amante y estudioso del lenguaje, hombre activo en el mundo que lo rodea, Rauskin no se limita a los temas ya mencionados, también rinde homenaje a personalidades como Federico Fellini, a Paul Gauguin, al grabador paraguayo Jacinto Rivero, a personas anónimas, a personajes de la literatura clásica y de las letras modernas; escribe poemas de amor, reflexiona sobre pasatiempos, compone versos eróticos y otros de naturaleza jocosa, así como textos varios -inclasificables- que abarcan ambientes bucólicos, consejos a un gordo, notas sobre árboles, flores y nubes. Todo esto tiene que ver indudablemente con el rescate de fragmentos en la búsqueda de su propia identidad. Pero ya he observado en un párrafo anterior que tales intereses heterogéneos incorporados en su poesía no sirven en absoluto como escaparate autobiográfico ni como foro de una ideología personal puesto que el yo poético no plantea argumentos, no intenta persuadir ni se declara capaz de revelar los secretos de la naturaleza o de la conducta humana. Confiesa en algún momento: Ahora me contento con menos/ tengo bastante con saber las tendencias (C 93, Tendencias), y en otro: Y yo, yo no sé nada/ No, no sé si beber,/ si comer si reír,/ si dormir, si esperar,/ con el alma en un hilo,/ que las cosas mejoren,/ si entregarme al silencio/ o ponerme a cantar (C 97, Catarsis).

La modestia del yo poético de estos poemas no contempla la posibilidad de transmitir mensajes trascendentes ni da muestras de interés en la experimentación neovanguardista. En plena época de lo posmoderno, el poeta paraguayo escribe sus pequeñas escenas de la vida cotidiana confiando en las innumerables variantes del embellecimiento del lenguaje3. Constantemente pone en práctica combinaciones rítmicas y fonéticas que dan cuenta de que la suya es una exploración permanente y cabal de cómo se percibe lo poético en Occidente.

Seducido, como todo poeta, por la magia de los mecanismos interiores de un poema, Rauskin introduce en sus versos reflexiones sobre la poesía misma, sobre su razón de ser, sus motivos, su composición y partes integrantes como tropos, sintaxis, vocabulario, ritmo, rima y encabalgamiento. Este interés autorreferencial da a conocer varios aspectos de su propia poética, como sucede en el tramo final del Soneto y retrato de la mujer amada, en el que el poeta considera precisamente la relación entre la imagen visual y la representación de la misma en palabras:

 



algo de ti sabía que entreveo,




ahora, en este instante, cuando pienso




al pie del verso que mi pluma pinta,




al pie de un cuadro que en mi verso veo:




goza la luz bañándote en lo inmenso




y en tu figura al sol, hecha de tinta.







(V 71).

               


 

 

 

Estos endecasílabos ilustran claramente la fe del poeta en la directa y desproblematizada correspondencia entre la imagen visual y la palabra impresa. Así mismo, en poemas en prosa como Oro, ofrece otro aspecto de su arte poética, su preferencia por la brevedad de expresión para captar esencias: El sol, el viejo del atardecer, el rico por acumulación de grillos en jardines y baldíos, se aleja. Cielo digno de mi emoción y de la nochecita: cabe en una mirada y en unas pocas palabras (V 77). Y haciendo hincapié en esta misma brevedad, expone lo que bien puede sintetizar la médula  de su arte poética: ...busco yo la palabra/ que pueda rescatar algún instante de poesía/ entre tantos instantes de cualquier cosa. (C 94). Sobre el origen periodístico de algunos poemas.

Roland Barthes ha aseverado que «la literatura no es otra cosa que lenguaje, su ser se sitúa en el lenguaje» (159); una consideración que J. A. Rauskin suscribiría con gran entusiasmo. En el poema Leguas, nos dice: No sé cuánto camino me queda/ y en verdad poco importa:/ estar cerca no es un destino,/ es una sensación. (96), palabras que se refieren con igual importancia a su poesía como a su vida.

Ronald Haladyna

Big Rapids, Michigan,

13 de diciembre de 1999

 

OBRAS CITADAS

Barthes, Roland, Critical Essays, Evanston: Northwestern UP, 1972.

Rauskin, J. A., La calle del violín allá lejos. Asunción: Arandurá, 1996.

Rauskin, J. A., Adiós a la cigarra. Asunción: Arandurá, 1997.




BIBLIOGRAFÍA


OBRA POÉTICA DE J. A. RAUSKIN

Oda. Péndulo, Asunción 1964.

Linceo. Péndulo, Asunción 1965.

Casa perdida. Fondo Editor Paraguayo, Asunción 1971.

Naufragios. Alcándara, Asunción 1984.

Jardín de la pereza. Alcándara, Asunción 1987.

La noche del viaje. Loma Clavel, Asunción 1988.

La canción andariega. Loma Clavel, Asunción 1991.

Alegría de un hombre que vuelve. Loma Clavel, Asunción 1992.

Fogata y dormidero de caminantes. Arandurã, Asunción 1994.

La calle del violín allá lejos. Arandurã, Asunción 1996.

Adiós a la cigarra. Arandurã, Asunción 1997.

Canciones elegidas. Libros de Tierra Firme, Buenos Aires 1999/Arandurã, Asunción 1999.

Pitogüé. Arandurã, Asunción 1999.



SOBRE LOS LIBROS REUNIDOS EN POESÍA 1991-1999


Acevedo, Hugo. «La calle del violín allá lejos», La República, 15 de junio de 1997, Montevideo.

Acosta, Delfina. «Adiós a la cigarra», ABC, 25 de julio de 1997, Asunción.

Benavides, Washington. La poesía de Jacobo A. Rauskin, Revista Exégesis, Universidad de Puerto Rico, Nº 26, 1996, Humaco, Puerto Rico.

Benavides, Washington. Algunos datos sobre la poesía de J. A. Rauskin, La Nación, 7 de diciembre de 1997, Asunción.

Casartelli, Mario. El violín de una constancia, Última Hora, octubre 1996.

Hempel B., Carlos W. Lenguaje poético de Jacobo A. Rauskin, Noticias, 25 de noviembre de 1997, Asunción.

Livieres Banks, Lorenzo. La obra poética de Jacobo A. Rauskin. Revista Crítica Nº 12, diciembre de 1996, Asunción.

Salas, Horacio. La poesía de Jacobo A. Rauskin, Última Hora, 19 de abril de 1997, Asunción.

Valdés, Edgar. La poesía de Jacobo A. Rauskin, Última Hora, 22 de febrero de 1997, Asunción.

Vallejos, Roque. Poesía, un paisaje interior, Última Hora, 8 de julio de 1991, Asunción.

Vallejos, Roque. Rauskin celebra la irrealidad del tiempo, Última Hora, 12 de setiembre de 1992, Asunción.

Vallejos, Roque. Alturas de lo lírico-poético, Última Hora, junio de 1999, Asunción.



 

 

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