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JOSEFINA PLÁ (+)

  VOCES QUE NO SE APAGAN - JOSEFINA PLÁ


VOCES QUE NO SE APAGAN - JOSEFINA PLÁ

JOSEFINA PLÁ - VOCES QUE NO SE APAGAN

CD1

 

Entrevista realizada por VICTORIO SUÁREZ
 
Palabra viva de grandes escritores paraguayos
 
 
 
 

Nació en Islas Canarias en 1903. Vivió casi toda su vida en Asunción - Paraguay. Poeta, narradora, dramaturga, ensayista, ceramista, crítica de arte y periodista.  El escritor Roque Vallejos había dicho que doña josefina es "española de origen, paraguaya por querencia". Y es así, porque su vida y sus obras están totalmente consagradas a la cultura paraguaya del presente siglo. Se radicó en Asunción en 1927, tras conocer y casarse en España con el ceramista paraguayo Andrés Campos Cervera, más conocido como Julián de la Herrería. Se puede decir que desde ese momento se dedicó a enriquecer el quehacer artístico nacional. De esa manera, incursionó en todos los géneros y colaboró regularmente en diversas publicaciones locales y extranjeras. En reconocimiento a su ardua labor para el campo cultural, en el año 1981 la Universidad Nacional de su país de ori-gen le concedió el título de "Doctora Honoris Causa". Asimismo, recibió otras importantes distinciones: "Dama de la Orden de Isabel la Católica" (España, 1977), "Mujer del año" (Paraguay, 1977), "Medalla del Ministerio de Cultura" de San Pablo, Brasil (1979), "Trofeo 011antay", por su investigación para. teatro (Venezuela, 1.983), "Miembro correspondiente a la Real Academia Española de la Historia" (España, 1987), entre otros galardones. Doña Josefina PM, con más de setenta años de intensa labor creativa, publicó más de cincuenta títulos. Algunos de los más significativos son: "El precio de los sueños" (1934), "La raíz y la aurora" (1960), "Los rostros sobre el agua" (1.963), "Invención de la muerte" (1965), "El polvo enamorado" (1968), "Luz negra" (1975), "Tiempo y tiniebla" (1932), "Cambiar sueños por sombras" (1984), "Los treinta mil ausentes" (1985), "La nave del olvido" (1985), "La llama y la arena" (1987). Algunas colecciones de cuentos: "La mano en la tierra" (1963), "El espejo y el canasto" (1981), "La pierna de Severiana" (1983), "Maravillas de unas villas" (1988), "La muralla robada" (1989). Obras teatrales: "Episodios chaqueños" (1933), "Desheredado" (1942), "Aquí no ha pasado nada" (1942), premiada por el Ateneo Paraguayo. Estas obras fueron llevadas a cabo en colaboración con Roque Centurión Miran-da. Otras creaciones: "La cocina en las sombras" (1969) y "Fiesta en el río" (1977). Ensayos: "Antología/ Voces femeninas de la poesía paraguaya" (1982), "La cultura paraguaya y el libro" (1983), "En la piel de la mujer" (1983), 'Españoles en la Cultura del Pa-raguay" (1985), "Josefina Plá, cuentos completos" (1977), "Alguien muere en San Onofre de Cuaremí” (novela, 1984). Súmese a esto una impresionante cantidad de ensayos sobre el teatro en Paraguay, entre ellos: "Cuatro siglos de teatro en Paraguay" (1990). Rodeada de la consideración y el respeto de intelectuales y artistas del Paraguay, España y el mundo entero, falleció en Asunción, el 11 de enero de 1999.

 

 
 
 
 
 
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JOSEFINA PLÁ

 

 

 

 

 

 

 

 

 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 

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JOSEFINA PLÁ (ISLAS CANARIAS, 1906-ASUNCIÓN, 1999)

(3-V-1992 - ABC) - . Entrevista por VICTORIO SUÁREZ

“NO SABÍAN LO QUE QUERÍAN, PERO SABÍAN LO QUE NO QUERÍAN”

( GENERACIÓN DEL 40 - LITERATURA PARAGUAYA )

 

Josefina Plá es una de las más notables escritoras del Paraguay. Desde 1935, año en que aparece su primer poemario: “El precio de los sueños”, ella se mantuvo fiel al compromiso de producir abundantemente en el campo de las letras. Ha dado sobrados ejemplos de calidad interior y riqueza conceptual para forjar con coraje el pronunciamiento de su fecunda visión. Inteligencia, talento y humildad caracterizan a esta escritora de primer orden con quien mantuve el siguiente diálogo.

 

—Doña Josefina, Ud. había dicho que los del ’40 “no sabían lo que querían, pero sabían lo que no querían”. ¿Cómo fue esa generación desde su punto de vista?

—La “isla rodeada de tierra” es una realidad, hasta hoy existe. La desconexión en el ’40 fue total. ¿Qué se sabía de Hernández, por ejemplo? Durante los años que podía haberse sabido, nada se supo de él. Apareció en el ’33, pero la notoriedad, es cierto, vino después. Lo nombraba Hérib. El único poema que pude traer de España lo traje en la memoria, fue justamente el de Hernández, esto debido a la situación política que entonces se vivía allá. Fueron en realidad dos poemas: “Las manos” y “Cartas del esposo soldado”. Recité esos poemas en una reunión, creo que fue en “Vy’araity”. En esta promoción podíamos notar en Oscar Ferreiro, por ejemplo, las huellas de Lorca. Hérib no manifestó tanto porque era más maduro que la mayoría de los que llegaron a conformar el grupo del 40, tal el caso de Roa, Elvio o Ezequiel González Alsina, excelente poeta. Él estaba muy lejos de aquellos que escribían poemas trasnochados, sin validez.

 

—Algunos hablan de los nuevos aires que soplan a través de Ud. en el 40.

—Sí, yo traía la rebeldía, el contagio de Lorca, Miguel Hernández y otros. La generación del 27 de España representaba realmente un grupo, pero en el mismo estaban diez buenos poetas. En nuestro país siguió una cuaresma de la comunicación.

 

— ¿Qué me dice del poemario “El precio de los sueños”?

—Aparece en 1935. Tuvo un elogioso comentario que se publicó en el diario El País. Aquello fue escrito por el gran intelectual paraguayo Efraím Cardozo. Ese año, 1934, envié el ejemplar del libro a Gabriela Mistral, pero ella no me contestó. Cuando volví, en el 38, encontré una carta de Gabriela que me decía: “Conserve siempre ese acento de la sinceridad, de la verdad”. Era una caligrafía fácil de leer. No obstante, no volví a pensar en la poesía hasta el 60, fueron muchos años de desvinculación. A pesar de todo, los muchachos del 40 seguían considerándome.

 

— ¿La lectura del 40?

—No se leía, se comía. Teníamos pocos materiales de lectura. Había escasez de libros y poco dinero. Conste que todos trabajábamos. Ezequiel era un caso para recordar. Se casó a los 19, a los 21 ya tenía hijos que mantener y económicamente no estaba muy bien.

 

— ¿Cómo caracteriza realmente a la generación del 40?

—Improvisar es mala cosa. Fue un grupo reunido por afinidad, pero ninguno de sus miembros estuvo supeditado a otros. El grupo coincidía y coincidía. Si no existía tal cosa se disentía libremente, pero nunca hubo un líder o un manifiesto. Nos reuníamos casi por azar, en una librería; primeramente en la casa de Hipólito Sánchez Quell, en la calle 14 de Mayo, subiendo un poco de Palma. Era un lugar agradable, con motivos coloniales. No recuerdo bien, en la misma calle se abrió otra librería, hacia Pdte. Franco, era de Ernesto Báez, con menor comodidad, pero ante el cierre de la primera, resultó una excelente solución para un lugar de encuentro. Por entonces, el diario El País, especialmente los jueves, presentaba un suplemento cultural con cuentos, poemas y ensayos breves. Allí aparecieron los primeros poemas de Roa y otros. Por otra parte, debo mencionar que a través de las embajadas llegaban materiales de lectura, la de Francia nos puso en contacto con los poemas de Louis Aragón. Por entonces los diarios tenían cuatro páginas, la mitad era de avisos. El grupo del 40 no fue realmente una generación, éramos totalmente heterogéneos; imagínese la edad de Julio Correa y otros como Hérib Campos Cervera ya maduros y Ezequiel González Alsina o Roa Bastos en plena juventud. Si fuéramos por la edad no figuraríamos muchos. Los mayores fueron los primeros en complementarse, luego los jóvenes aparecen por gravitación. No hubo enseñanza ni comunicación magistral, pero sí actitud. No creo que el amor a la poesía se pueda manifestar de otra forma sino solamente escribiendo, no haciendo literatura sobre el poema, aunque a veces hace falta hacer un poco de doctrina.

 

— ¿Llegó un momento en que se dispersó el grupo?

—En el 47 se produjo la dispersión. Aparecen entonces poemas sueltos que reflejan el ambiente político y social. Julio Correa tenía esa veta contestataria y en menor escala Hérib. El espíritu maduraba, pero no había una consigna concreta. En el 40 aparecen algunos ya aparecidos y otros nuevos. Con el contacto de los dos grupos se hizo la luz. Los jóvenes traían el fuego sagrado que buscaba un pacto adecuado, materia adecuada a la cual arder. Los más viejos no hallaron eco, pero con ciertos puntos de coincidencias hicieron cuerpo las dos vertientes. Todos se estimaron, se respetaron, nadie eligió como ídolo a otro ni menospreció lo que se aportaba. Existió un entusiasmo generacional. Los contactos con el exterior eran rarísimos, la “isla rodeada de tierra” era realmente una dificultad.

 
 
 
 
 
 
 

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