HIPOCONDRÍA
Cuento de LITA PÉREZ CÁCERES
Son muchos los aprensivos que ante el primer estornudo están convencidos de haberse contagiado de una espantosa y mortal enfermedad. Mi tía Consunción era uno de ellos y consumía toda la literatura médica divulgada en revistas y diarios. Ante la noticia de alguna epidemia rara que hubiera aparecida en Borneo, por ejemplo, y cuyos síntomas eran tan vagos como estos: trastornos en el sueño, dificultad para tragar alimentos y temblores en las manos, inmediatamente ella comenzaba a sufrirlos todos juntos. Es cierto que su nombre no contribuía para nada a su salud pero mi abuela antes que llamarla Circuncisión como traía en el almanaque Bristol, prefirió el de Consunción más corto y más decente.
Por supuesto que la tía no se casó, tuvo miedo de que el marido la contagiara de algo y fue la única soltera entre sus siete hermanas. Un 14 de mayo su cuñado Marcial le presentó a un filipino amigo de él, que había llegado al Paraguay para labrarse una fortuna. Según cuentan las otras tías: Mariquita, Consuelo, Tránsito y Deolinda, que estaban presentes esa tarde, el filipino no era feo pero estaba bastante pálido y tía Consunción sintió estremecimientos al verlo, pero no estremecimientos comunes de amor, no, nada que ver, a ella se le puso la piel de gallina en los brazos en forma de pequeños rombos. Mi tía nunca tuvo una enfermedad cualquiera todas eran VIP’s y rechazó al filipino porque dijo que él parecía tener la fiebre amarilla y ella no quería exponerse a esa clase de peste importada.
Yo estoy segura de que el único mal de tía Consunción era su soltería y que nadie osaba decirle cuál era el remedio. Ella forma parte importante de un capítulo de la historia familiar y hasta ganó una medalla de oro que le fue otorgada en una empresa de medicina prepaga, por su asistencia perfecta. Iba allí todos los días, conocía a todos los especialistas y los llamaba por su nombre de pila.
En un tiempo se comentó mucho la amistad de Consunción con un joven que había llegado del interior para tratarse de parasitosis. El muchacho, llamado Anuncio, apenas tenía veinticinco años y mi tía podía ser su madre y su abuela también, porque ya rondaba los setenta, pero en esas cosas del querer nunca se sabe. Consunción se dedicaba a darle las medicinas en el horario indicado y a alimentarlo con todas las vitaminas y los nutrientes que le prescribiera el médico. Anuncio se recuperó y volvió a su valle y tía Consunción lo extrañaba tanto que enfermó de verdad por primera vez en su vida, bajaron sus defensas y murió en una semana sin haberse dado el gusto de describir sus síntomas con toda precisión.
Esa primera y única dolencia importante: mal de amor complicado con melancolía y añoranzas de Anuncio, tampoco formaban parte de la casuística de los especialistas amigos suyos, que no supieron curarla. Mi tía Consunción se consumió en el fuego del amor y murió triste e inmaculada.
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SEP DIGITAL - NÚMERO 2 - AÑO 1 - ABRIL 2014
SOCIEDAD DE ESCRITORES DEL PARAGUAY/ PORTALGUARANI.COM
Asunción - Paraguay
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