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LITA PÉREZ CÁCERES

  EL DIOS DEL OLVIDO y TERTULIA LITERARIA - Cuento de LITA PEREZ CACERES


EL DIOS DEL OLVIDO y TERTULIA LITERARIA - Cuento de LITA PEREZ CACERES
EL DIOS DEL OLVIDO y TERTULIA LITERARIA
 
Cuento de LITA PEREZ CACERES
 
 
 
 
EL DIOS DEL OLVIDO
 

Por fin... Ahí está la casa, la calle... tranquila como siempre, me recibe con un concierto de trinos. El imponente ybyrá-pytá dominando sobre los arbustos y lleno de calandrias y chopis.
 
Siento la arena tibia entre mis dedos y al llegar al sendero de pasto la frescura traspasa mi piel. Tanto deseé volver, no sé cuánto tiempo pasó, no me importa... lo único valedero es que estoy nuevamente aquí.
 
No, no ha ocurrido nada, los rosales están pletóricos de flores y las enramadas comienzan a ofrecer sombras. El sol arde todavía y es la mejor hora para contemplarla.
 
En mi casa, nuestra casa.
 
Hay algunas malezas osadas, que han crecido más de la cuenta, pero pronto recibirán su merecido. Las persianas están abiertas y rotos los vidrios de la puerta interior. Nada de esa me molesta, es cuestión de pisar con cuidado para no lastimarme.
 
¿Por qué estoy tan andrajosa y descalza?
 
La sala triste, silenciosa y desierta. En la mesa, mis amigas las arañas, han tejido un delicado sudario que cubre las tazas caídas.
 
Amo todo esto, no siento el olor a encierro, ni me molestan los jarrones rotos. Mi figura parece multiplicarse en el espejo quebrado. Tengo que abrir los ventanales y todas las puertas, la luz canta un himno al despejar las tinieblas. Debo ponerme a trabajar enseguida. Ellos volverán cansados y hambrientos.
 
Este es mi lugar, mi reino. No es necesario tener muchos ingredientes para preparar una rica comida, sólo es imprescindible el amor... así solía decir mi madre. Qué curioso, de pronto descubro que no sé nada de ella. Algunas ideas locas quieren turbar esta hora de bonanza... Recuerdo unos versos que se traen una tristeza pertinaz como la hiedra...
 

"... el mes sin dioses ha llegado
 
furiosos vientos atormentan
 
mi corazón desprevenido.
 
No hay incienso, ni mirra
 
ni valioso sacrificio
 
que puedan impedir que
 
lo envuelva la tristeza..."
 
Pero no volveré a permitir que me suceda algo parecido. La escoba me espera en su lugar, voy a comenzar de una vez.
 
¿Habrán hecho lo mismo las residentas cuando volvieron a sus hogares destrozados y encontraron sus jardines, con inmensos pozos cavados por manos avariciosas...? Pero, ¿por qué estoy pensando en eso? Yo no soy igual a ellas, no he perdido a nadie... ni nada.
 
………………………………………………
 
La noche se hace eterna, mi esposo ha fumado su último cigarrillo hace tiempo y sus suspiros y toses son los pocos sonidos conocidos que me acompañan en la vigilia tensa. Mis hijos han cerrado las puertas y trancado las aberturas, pero el fragor de los disparos, de los vuelos rasantes y de los cañonazos atraviesa las paredes y nos inmoviliza de miedo.
 
Mi compañero de toda la vida quiere tranquilizarme y trata de hilvanar unas ingenuas mentiras, finjo creerlas. Realmente no tenemos culpa de nada. No hicimos daño a nadie. El no tiene actuación política y su cargo es técnico... pero siento que somos odiados. A veces cuando salimos en el vehículo, pintado ostentosamente de rojo, mis vecinos, los que viven en los ranchos, clavan en nosotros sus miradas hambrientas y heladas.
Si supiera rezar inventaría una oración y también un nuevo dios. Sería el dios del olvido. Le pediría que borre de la memoria de toda esa gente, que ahora grita y festeja, la injusticia, los despojos que han sufrido durante tan largo tiempo. Me pasaría horas implorando para que todo su poder evite que recuerden nuestra indiferencia, nuestra felicidad egoísta. Quizás este dios, de imagen dorada y cubierto de piedras preciosas, sea el indicado para aplacar la furia y la venganza de los desheredados de siempre. De todas formas encenderé una vela en el cuarto de mis hijos... Pero ya no hay tiempo, están llegando, sus pasos llenan el jardín y la galería. Golpean impacientes y rompen los vidrios con las culatas de sus armas…… ………………………………………………*
 

Que pronto oscureció. La noche es cálida y el perfume de los jazmines se hace por momentos enervante. He limpiado lo que he podido y el fuego sagrado del hogar está encendido. Esperaré, tengo tiempo... mucho tiempo. Las llamas, que contemplo distraída, de pronto me recuerdan algo. Sí, ya sé, tenía que encender una vela para que se consuena delante de... ¿delante de quién?
 
De: Segundo Concurso Literario de Cuentos Cortos:
 
"Vueve Clicquot Ponsardin" (Asunción, 1986)

 
 
 
 
 
TERTULIA LITERARIA
 

(Todos los personajes de esta historia
 
son producto de la imaginación
 
calenturienta de la narradora)

 
He visto al pueblo invadido de amarillo y me pareció que las flores del lapacho se sentían relegadas, pero es mejor que no comente nada. Aparte de haber llegado tarde noto cierta tensión en el ambiente. Moraima me lanzó una mirada asesina ni bien entré y me indicó la silla más alejada. No voy a poder tomar notas porque aquí no llega la luz, pero no me importa ya que el tema de hoy, "Góngora y la construcción áurea", no me interesa demasiado.
 
El profesor Méndez está en uno de sus mejores días, su mirada brillante y apasionada parece estar contemplando bosques. Tiene un asombroso poder de abstracción, se olvida de todas las que, ávidas como vampiros, absorbemos los resplandores de su intelecto.
 
Pero pensándolo bien, algunas quieren algo más que su sabiduría. Por ejemplo Moraima, que trata de deslumbrarlo con su vestuario exótico. Hoy, a pesar del calor, tiene una túnica pesada que le deja un hombro descubierto. Larga hasta el suelo, oculta sus piernas demasiado delgadas. En realidad está muy bien conservada y así en la penumbra, parece mucho más joven. Se pintó un lunar en la mejilla y preparó los bocaditos de jamón predilectos del profesor, o sea un ataque a fondo. Pero creo que él está a salvo. Desciende de su nube tan sólo unos instantes para compartir el té con sus alumnas, se coloca una sonrisa multiuso, come con apetito y apenas presta atención a nuestros comentarios. Somos tan inferiores.
 
Los observo con atención, él está cada vez más consumido y Moraima, atendiéndolo, parece un ave rapaz revoloteando alrededor de su presa.
 
Ya terminó el recreo y volvemos para escuchar la segunda parte de la clase. Siempre, después de merendar, se corta ese hilo hipnótico con el que lo escuchamos. Sonia y Mabel comienzan a interrumpir y suelen hacer preguntas idiotas, y el broche de oro lo coloca Eugenia discutiendo sobre todo. Pero todavía no llegamos a ese punto.
 
Me distraigo mirando esta sala llena de trofeos sentimentales. Los tres maridos de Moraima, hace tiempo muertos, nos miran socarronamente desde sus retratos iluminados con delgados tubos fluorescentes. Ahora caigo en que es esa luz grisácea la que contribuye a la tristeza del ambiente. Afuera ya todo está oscuro y los vidrios del ventanal del fondo reflejan la sala. Siempre me intrigó esa parte de la casa. Imaginé que habría un parque bien cuidado o un jardín moderno, pero no pude comprobarlo hasta ahora.
 
Tengo mucho calor, me falta el aire y quisiera abrir aunque sea una parte de la ventana. Pero es mejor que no me levante, están todas muy concentradas.
 
Hubo cierto cambio en el rostro del profesor, perdió su palidez habitual y, si no me equivoco, sus dientes no sólo brillan más sino que se le han alargado.
 
A veces temo por su salud, lleva una vida tan insalubre... por las mañanas trabaja en el correo donde sella incansable los sobres que envían las solteronas a los consultorios sentimentales y los catálogos que reciben los comerciantes. Lamentablemente se reciben muy pocos telegramas en este pueblo. A mediodía almuerza apresuradamente en la pensión de doña Vitriolo y de ahí sale para sumergirse en la biblioteca municipal. Lee, lee y lee hasta que llega la hora de cerrar. Vuelve, cena un arenque y duerme hasta el día siguiente.
 
Emilia, la bibliotecaria, me contó que ya lleva leídos 378 libros. Al principio los solicitaba por ternas, pero como están clasificados por colores, optó por leerlos todos. Devoró "El Comercio Exterior del Japón", “Historia de la Filatelia en Guyana", "Los amores de Mesalina", "El Manual de la Perfecta Casada" y "Cómo bailar el Mambo en treinta lecciones", entre otros.
 
Es un erudito, cuando lo contratamos para nuestras reuniones tuvimos realmente un acierto.
 
Pero esta atmósfera pesada me hace divagar y hace rato que perdí el hilo de su exposición. Hay un detalle que no había advertido antes, hoy no trajo sus botas marrones. Tiene los pies desnudos, cubiertos por un vello espeso y negro muy diferente a los pocos cabellos rubios de su cabeza. Además las uñas de sus manos, pintadas de color turquesa, le quedan muy bien. Ninguna parece haberse dado cuenta de nada. Están como idiotizadas, se acercan demasiado a él, quieren tragárselo.
 
¡OH, SORPRESA! el profesor alza la voz, se saca los lentes y nos enfrenta con su barba de chivo recién estrenada. Se desviste y una corriente de impudor nos envuelve al contemplar su torso potente y sus patas de macho cabrío. Todas temblamos esperando que elija, pero nos desdeña y taconeando sobre sus pezuñas se dirige al ventanal, lo abre y corre a la floresta donde lo aguarda Sady, la ninfa más joven y hermosa.
 
De: Taller Cuento Breve, Cuentos de mayo y abril
 
(Asunción: Editorial Don Bosco, 1992. Dirección: Hugo Rodríguez Alcalá)
 
 
 
 
 
Fuente:
 
 
 
Intercontinental Editora, Asunción-Paraguay 1999.
 
De la página 441 a la 847.
 
Ilustraciones: CATITA ZELAYA EL-MASRI
 
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