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IGNACIO ALBERTO PANE (+)

  IGNACIO A. PANE - Obra de ADRIÁN CATTIVELLI TAIBO


IGNACIO A. PANE - Obra de ADRIÁN CATTIVELLI TAIBO

IGNACIO A. PANE.

Obra de ADRIÁN CATTIVELLI TAIBO.

Editorial EL LECTOR.

COLECCIÓN PROTAGONISTAS DE LA HISTORIA Nº 22

www.ellector.com.py.

Director General: PABLO LEÓN BURIÁN

Coordinador Editorial: BERNARDO NERI FARINA

Director de la Colección: HERIB CABALLERO CAMPOS

Diseño de Tapa: DENIS CONDORETTY

Tel.: 595 21 491966// 610639.

Asunción – Paraguay

2011 (144 páginas)

 

 

 

 

CONTENIDO

PRÓLOGO

INTRODUCCIÓN

CAPÍTULO I. EL NOVECENTISMO

1. SURGIDOS DE ENTRE LOS ESCOMBROS

CAPÍTULO II. EL HIJO DEL INMIGRANTE

1. FORMACIÓN

2. UN NUEVO HOGAR

CAPÍTULO III. EL PERIODISTA

1. EL DRAMA DE LOS YERBALES

2. TACURUPUCÚ

3. UN BALANCE DIFÍCIL DE CONSEGUIR

CAPÍTULO IV. EL POLÍTICO

1. AFILIACIÓN AL PARTIDO OPOSITOR

2. EL CREDO REPUBLICANO

CAPÍTULO V. EL PARLAMENTARIO

1. JORNADA LABORAL DE OCHO HORAS

2. "ÉL SÓLO CONSTITUÍA LA OPOSICIÓN"

3. ¿UN COLORADO SOCIALISTA?

4. UNA DOCTRINA SOCIAL

5. PROMOCIÓN DE LA MUJER

6. LABOR DOCENTE

CAPÍTULO VI. EL REIVINDICADOR DEL MARISCAL

1. ANTECEDENTES

2. UN HOMBRE DETESTADO

3. UNA CONTROVERSIA INCENDIARIA

4. LA FIGURA DE LÓPEZ

5. FRANCISCO SOLANO AL "SERVICIO" DE LA POLÍTICA

6. DESAGRAVIO AL PADRE MAÍZ

CAPÍTULO VII. EL SOCIÓLOGO

1. EL POSITIVISMO

2. CRÍTICA AL MARXISMO

3. SOCIOLOGÍA DE LA LOCURA

CAPÍTULO VIII. EL POETA

1. SU OBRA

CAPÍTULO IX. EL FINAL

1. LA VIDA SE VA

2. AFECTO Y SOLIDARIDAD

3. TEATRO MUNICIPAL "IGNACIO A. PANE"

4. LA MANIPULACIÓN STRONISTA

CONCLUSIÓN ANEXO

CONFERENCIA: EL QUIJOTE DESDE EL PUNTO DE VISTA SOCIOLÓGICO

FUENTES CONSULTADAS

EL AUTOR

 

 

 

PRÓLOGO

 

         Este libro sobre Ignacio A. Pane, escrito por Adrian Cattivelli Taibo es sumamente significativo, pues rescata la vida de un hombre multifacético, que, en sus casi cuarenta años, se proyectó en diferentes ámbitos de la intelectualidad de nuestro país. Distribuido entre la cátedra, el periodismo, el ejercicio de la profesión y la actividad parlamentaria discurría sus días Ignacio.

         El autor nos presenta con gran maestría el contexto intelectual en el cual desarrollaría su actividad Pane, para luego ubicarlo en sus orígenes de hijo de un inmigrante italiano y una mujer paraguaya. Los diversos capítulos nos van describiendo las actividades desarrolladas con brillantez por Ignacio A. Pane.

         Es así que el lector podrá conocer su faceta como periodista. Luego su febril e incesante actividad como político afiliado al Partido Nacional Republicano, o Colorado, del que se convertiría en uno de sus principales referentes ideológicos.

         El parlamentario es uno de los capítulos más extensos, justamente por la trascendencia que tuvo el diputado Pane en asuntos tan polémicos como el planteamiento de la jornada laboral de 8 horas, o la reivindicación de una acción más decidida del Estado en favor de los sectores más desfavorecidos de la sociedad. También fue un adelantado a su tiempo al reclamar los derechos de la mujer.

         Finalmente el libro se ocupa del rol de Ignacio A. Pane como uno de los reivindicadores del mariscal Francisco Solano López, su faceta como sociólogo y la de poeta. Como poeta cantó a la mujer paraguaya con unos sublimes versos, que reproduce el autor.

         Quisiéramos agradecer al autor por la obra pues en la misma se vislumbra con claridad la fascinante personalidad de un hombre que vivió brevemente en esta tierra y lo hizo con intensidad. Esa intensidad que le permite a sus ideas resonar con fuerza aun hoy en día más de noventa años después de su fallecimiento.

Asunción, julio de 2011

HERIB CABALLERO CAMPOS

 

 

INTRODUCCIÓN

 

“Aquel que no ha tenido la buena fortuna de morir joven

no dejará más que una imagen caricaturesca de su orgullo.”

EMILE CIORAN

 

         Ignacio Alberto Pane es un referente destacado del novecentismo paraguayo, ese movimiento renovador integrado por personajes nacidos en las dos últimas décadas del siglo XIX y que de forma tan determinante incidió en la vida pública e intelectual del Paraguay en la primera mitad del siglo XX. Pudo haber sido una figura principalísima, central de esa corriente; sin embargo, su abrupta y temprana desaparición física impidió que todo el potencial de este hombre de singulares dotes humanas e intelectuales pudiera desarrollarse y proyectarse de manera plena y acabada.

         Pese a ello, el legado humanista de Pane es notable y merece ser rescatado y valorado en su justa dimensión, puesto que constituye una contribución válida a la reflexión sobre las raíces históricas nacionales y el modelo de país que pretende construirse de cara al futuro; prolífico debate que se enmarca precisamente en el año en que se conmemora el Bicentenario de la Independencia.

         Ignacio A. Pane fue un individuo verdaderamente multifacético. Hombre de derecho, sociólogo, académico, periodista, político, legislador y poeta, son algunas de las profesiones y actividades en las que incursionó, con mayor o con menor éxito, pero siempre de manera determinada. A partir de ellas gravitó en la vida institucional del Paraguay de su época. La palestra pública fue su ámbito natural, así como la política, la herramienta que visualizó como la forma más apropiada de transformar la realidad de entonces.

         De allí que considerara el llamado de la burguesía a "no meterse en política", como "un pensamiento que forma la base de todos los disparates, de todos los absurdos, de todas las monstruosidades que cabe sostener y aplicar", como bien lo expresó en su célebre conferencia POLÍTICA Y OBREROS.

         "¡Imbéciles! No meterse en política, desde luego, es imposible cuando se vive en sociedad (...) Naturalmente, con la abstención en la vida política, se puede hacer una cosa muy fácil, pero tan fácil como funesta: Lo único que fácilmente y enseguida se consigue cuando uno cree no meterse en política -sentencia con vehemencia-, es contribuir pasivamente y a veces directamente, a la dictadura."

 

         Pero la política la concibió como instrumento, no como fin en sí mismo. Esta actitud explica, tal vez, por qué motivo decidió afiliarse al entonces Partido Republicano (hoy Colorado) recién en 1906, es decir, cuando dicha nucleación se encontraba en la llanura, tras ser desalojada del poder por la Revolución de 1904.

         La invitación se la formuló el propio Bernardino Caballero. También referentes del liberalismo le habían propuesto sumarse a sus filas. Sin embargo, él decidió aceptar la primera, no sin realizar antes una profunda reflexión sobre el alcance de su determinación, y de imponer una serie de condiciones previas que apuntaban a una reforma de la Asociación Republicana.

         Un aspecto importante de su vida, lo constituye su contribución en lo que respecta al proceso de revisionismo histórico que devino en la reivindicación de la figura del mariscal Francisco Solano López, misión que vale la pena ser puesta de relieve y en la que actuó de forma convencida -arriesgada, por veces, si se consideran los profundos prejuicios de la época- junto a sus amigos y correligionarios Enrique Solano López y Juan Emiliano O'Leary.

         Finalmente, es preciso hacer alusión al perfil humanista de Pane, hombre y pensador que bregó por las grandes causas sociales de su época, hasta el punto de proclamarse socialista; y aunque no lo fue en términos estrictamente ortodoxos, sí puso su pluma y su intelecto al servicio de los más humildes. Lo hizo como periodista, escribiendo en el diario LA PATRIA sobre el drama de los "mensú", y en su rol de legislador, siendo el primero en presentar al Congreso de la Nación un proyecto de ley que estipulaba la creación de la jornada laboral de las ocho horas diarias. Fue uno de los precursores en denunciar los atropellos a la dignidad humana que se registraban en los yerbales del Alto Paraná, tarea en la que precedió incluso al propio Rafael Barrett, y que motivó la solicitud pastoral del por entonces obispo del Paraguay, el célebre monseñor Juan Sinforiano Bogarín.

         Ignacio Alberto Pane formó parte de una generación de ilustres paraguayos, republicanos y liberales, que sirvieron a su país con entusiasmo y que dejó surco en la vida y la historia del Paraguay. Murió prematuramente en 1920, a los 39 años de edad. Como colorado, nunca vio a su partido en el poder (salvo por las tres escasas semanas en que Pedro Peña ejerció la Presidencia, en 1912). Es probable que haya sido mejor así. De lo contrario se hubiera convertido en el forzoso testigo de una dictadura como las que él condenó en sus escritos y en el ejercicio de una actividad política que buscaba consolidar las libertades públicas de su pueblo.

         En lo que respecta a la presente publicación, es preciso señalar que la misma es fruto de una compleja labor investigativa y de recopilación de textos. Es mucho lo que Pane escribió durante su -relativamente- corta existencia, es también bastante lo que se ha escrito sobre él; sin embargo, al menos hasta donde tenemos conocimiento, no existe una obra publicada que recoja y sistematice todo lo atinente a su vida, su obra y su pensamiento en un único trabajo, siendo el presente el primer intento por hacer, al menos, un esbozo más acabado de su biografía.

         No obstante, es preciso hacer justicia a la contribución intelectual del doctor Julio César Frutos, quien ha escrito una biografía de próxima publicación denominada IGNACIO A. PANE. POLÍGRAFO MÁXIMO, a la cual su autor ha permitido gentilmente que tuviéramos acceso. Sin ella, es muy poco lo que hubiéramos podido avanzar, principalmente en los momentos en que el trabajo parecía encontrarse con escollos biográficos insalvables.

         Expresado lo cual, es de esperar que la presente, obra que ahora presentamos, sirva para animar a otros historiadores a profundizar en la rica vida de este erudito paraguayo que tuvo una actuación preponderante en la vida del país durante, al menos, las primeras dos décadas del siglo XX.

         Al mismo tiempo, pretende ser una contribución efectiva para que las generaciones más jóvenes tomen conocimiento sobre los aspectos más resaltantes de esa actuación, pudiendo así tener la oportunidad de acercarse a una figura que seguramente por efecto del paso del tiempo ha dejado de ser evocada y valorada en su justa dimensión, hasta el punto que son poquísimos hoy los que saben cabalmente por qué motivo el Teatro Municipal de Asunción lleva el nombre de este intelectual paraguayo de fuste.

 

 

CAPÍTULO I

EL NOVECENTISMO

 

 

1. SURGIDOS DE ENTRE LOS ESCOMBROS

 

         Ahora bien, es preciso enmarcar la vida de Pane en una época específica, puesto que todas las vidas, las comunes y también las extraordinarias, se desarrollan en un tiempo determinado de la historia, de él reciben influencia y en él también inciden. En este sentido, Pane forma parte de un conglomerado de relevantes figuras, descollantes algunas, del acontecer nacional.

         ¿Qué tiene en común Ignacio Alberto Pane con Manuel Gondra, Eligio Ayala y Blas Garay? ¿Qué lo une con Fulgencio Ricardo Moreno, Juan Emiliano O'Leary, Manuel Domínguez y Arsenio López Decoud? Que todos ellos pertenecieron a una misma generación, pero no a una generación cualquiera, sino a la Generación del 900. Son parte del novecentismo paraguayo, un movimiento renovador que dejó una profunda huella en todos los órdenes de la vida pública nacional. Integran un grupo de ilustres personalidades que marcó surco en la historia del país.

         Augusto Roa Bastos, en su genial prólogo a la obra DOLOR PARAGUAYO, que reúne artículos publicados por Rafael Barrett durante su estadía en el país, los califica como "el pequeño pero brillante grupo de intelectuales".

         Otras figuras relevantes integraron el novecentismo: Teodosio González, Eusebio Ayala, Juan Francisco Pérez Acosta, Gualberto Cardús Huerta, Juan León Mallorquín, Ricardo Brugada, Juan José Soler, J. Inocencio Lezcano, Silvano Mosqueira y Ramón Indalecio Cardozo.

         Don Raúl Amaral, quien dedicó una extensa obra al estudio del novecentismo, inicia el primer capítulo de su libro con un par de citas que, de una forma u otra, sirven para definir el objeto de su análisis. La primera de ellas fue pronunciada en 1950 por Juan E. O'Leary: "Pertenezco a la generación de 1900, la que hunde sus raíces en el gran siglo XIX". La autoría de la segunda corresponde a Gualberto Cardús Huerta: "Digo de mi generación, por mencionar a los hombres nacidos entre el setenta y el ochenta, en la década de los escombros".

         Se trata esta última de una excelente metáfora para caracterizar a la generación que nos incumbe y a la época en que surgió la misma: "la década de los escombros". Es decir, el tiempo inmediatamente posterior al final de la Guerra contra la Triple Alianza, cuando la sociedad paraguaya intentaba sobreponerse a su desgracia y resurgir del ruinoso estado político, económico y social en que el conflicto dejó sumido al país. Penosa situación que signó de manera crucial al Paraguay y en cuya superación prestaron un notable servicio las personalidades mencionadas anteriormente.

         Un rasgo esencial de esta generación es que, por el hecho mismo de que sus exponentes nacieron con posterioridad a la guerra o en la etapa final de la misma, no tuvieron un involucramiento directo, personal, en los farragosos hechos que la desencadenaron, aunque obviamente sí estaban o podían estar vinculados con ese pasado polémico a través de su historia familiar.

         Este dato biológico o histórico no es menor, puesto que él significó un paréntesis, abrió una cierta brecha desde la cual las circunstancias y los personajes del pasado pudieron ser analizados desde una nueva perspectiva, más objetiva, sin apasionamientos personales ni revanchismos de los cuales dar cuenta. Este factor contribuyó, seguramente, a que la generación del novecientos pudiera iniciar un proceso revisionista sobre lo que significó la Triple Alianza y la figura de sus principales protagonistas.

         No es que quienes participaron en el desarrollo de los eventos no tuvieran algo importante que narrar a la posteridad. De hecho, el valor testimonial de sus relatos tiene una trascendencia incuestionable. Sin embargo, a lo que nos referimos es a lo que podría denominarse como el "juicio de la historia". Es evidente que ese no les corresponde emitirlo con total imparcialidad a aquellos que estuvieron involucrados directamente en el desarrollo de los sucesos.

         De allí, probablemente, que los paraguayos no tendremos un análisis definitivo y verdaderamente imparcial de lo que significó otra etapa fundamental de nuestro desarrollo histórico, como lo es el stronismo, mientras el mismo provenga de aquellos que vivimos ese periodo de la vida nacional; en una palabra, de los que de una forma u otra fuimos perjudicados o beneficiados con las políticas y las acciones del régimen. Quienes nacieron después, y por lo tanto no estuvieron afectados personalmente por el influjo de los acontecimientos, tendrán probablemente un juicio más lúcido e imparcial sobre lo que realmente sucedió durante esas tres décadas y media en que Alfredo Stroessner gobernó la República.

         Es esta "privilegiada posición" la que permitió a los integrantes del novecentismo -fundamentalmente a O'Leary, Pane, Enrique Solano López y Domínguez- iniciar un proceso de profundo revisionismo sobre lo que había acaecido durante la Guerra del Setenta, sus causas y, muy particularmente, el rol que le cupo en suerte jugar al mariscal Francisco Solano López, tarea que emprendieron, vale la pena mencionarlo, no sin el apasionamiento propio de los más jóvenes.

         El propio Pane reflexiona sobre su generación y el rol revisionista que desempeñó, en el libro publicado en 1911 por Arsenio López Decoud (hijo de Benigno López, hermano del Mariscal, a quien éste ordenó fusilar en 1868), con motivo del centenario de la Independencia. Su generación, argumenta:

         “... apadrinada por Domínguez y Gondra, ha emprendido una gran obra de reparación de la justicia histórica, la de descargar las colosales figuras de los López y nuestros guerreros de 1865-1870 del montón de censuras, burlas y condenaciones que la Triple Alianza y los extranjeros y algunos nacionales imbuidos de su espíritu, arrojaron contra ellos y sobre ellos.

         Podemos decir que hoy, gracias a la juventud, se ha llegado a suprimir o descartar la añagaza partidista del ‘lopizmo’ y consagrar como credo del espíritu nacional, que si los López son pasibles de severas críticas por sus actos despóticos, son por otra parte dignos de admiración y de orgullo colectivo por su inteligencia, su corazón y su patriotismo; y que nuestros guerreros de la gran guerra de cinco años son héroes históricos, que puede envidiar cualquier pueblo de la Tierra y pueden parangonarse con los más insignes paladines de todos los tiempos".

         Es preciso ahora definir el novecentismo, enmarcar conceptualmente el proceso. Siempre según Amaral: "...el novecentismo ha querido ser o significar, en el Paraguay, la renovación de modos de vida, de sistemas de orientación intelectual y, por sobre todo, un método distinto para enfocar los desencuentros de la historia, latentes aún a treinta años de terminada la Guerra de la Triple Alianza.

         Por lo demás, un ansia de cultura lo invadía todo, y, como a las del resto de América, a esta generación no le preocupaba la inextensión de las fronteras ni el alejamiento de los centros de información, principalmente bibliográfica y artística. El medio más propicio de su actuación será el Colegio Nacional de Asunción, fundado en 1877, habilitado un año después y en el que estudiaron y profesaron, sin excepción, los representantes de aquel núcleo".

         Las características del pensamiento novecentista encuentran sus principales raíces filosóficas en Europa, a través del posromanticismo y el positivismo, fundamentalmente mediante la rama enseñada por el filósofo y sociólogo inglés Herbert Spencer, "que los deslumbró a todos", refiere Amaral.

         La influencia del novecentismo se extendió firmemente hasta las vísperas de la Guerra del Chaco, y no se limitó al ámbito del revisionismo histórico. "Esta empresa de carácter histórico no es lo esencial en la nueva generación: no es más que un tributo rendido a la tradición nacional", dirá Pane. El movimiento reformador alcanzó todos los órdenes de la vida pública del Paraguay: el Gobierno, mediante las presidencias de Gondra y los Ayala; las finanzas, con Moreno, la docencia, con Domínguez, la Historia, con O'Leary, la Literatura y la Sociología, con Pane, así como el periodismo -oficio en el que la mayoría de los "novecentistas" tomó parte- ejerciendo, a través de él, una destacadísima incidencia en la cultura y las costumbres de su época.

         Cabe igualmente señalar que en el prólogo que Augusto Roa Bastos hizo de la obra mencionada anteriormente, incluye a Rafael Barrett en el novecentismo, atribuyéndole además el hecho de haber sido "casi el único que observó y exploró los más diversos aspectos de la realidad socio cultural del país".

         "Los otros se hallaban ocupados en difundir una cultura de alto nivel en una utópica puesta al día con la de Europa, varios de ellos preocupados sobre todo por los problemas de la historiografía relacionados con la guerra del 70: los desmembramientos territoriales y la defensa de los títulos de posesión del Chaco paraguayo".

         Puede interpretarse un cierto dejo de subvaloración en el juicio formulado por Roa. Es conocida la enorme estima que sentía hacia Barrett, así como la comunión de ideas. Sin embargo, haberse ocupado del tratamiento de los tres últimos temas mencionados por él: revisionismo de la Guerra del Setenta, desmembramientos territoriales y defensa de los títulos de posesión del Chaco, constituyen los logros que más enaltecieron la labor de los intelectuales paraguayos que formaron parte del novecentismo.

         Por último, vale la pena resaltar que el legado bibliográfico de esta nutrida generación de ilustres ha sido notable, y que gran parte de sus obras tiene aún hoy una vigencia verdaderamente impactante, puesto que ellas describen fenómenos de carácter cultural las cuales de una u otra forma, han incidido e inciden en el desarrollo de los procesos políticos, económicos y sociales del Paraguay.

 

 

CAPÍTULO II

EL HIJO DEL INMIGRANTE

 

         Existe una suerte de consenso entre diversos autores según el cual la fecha de nacimiento de Ignacio Alberto Pane ne fue el 31 de julio de 1880. No obstante, Francisco Pérez Maricevich deja constancia en una de sus publicaciones del hecho de que algunas fuentes atribuyeron ese acontecimiento a los años 1881 o 1883. De todos modos, la gran mayoría de los autores fijan en los inicios de la penúltima década del siglo XIX el año de nacimiento del biografiado, lo cual concuerda posteriormente al contrastarse las fechas en que el mismo culminó tanto sus estudios secundarios como universitarios.

         En diálogo mantenido con los integrantes de la familia para la presente investigación, tanto Elvira Ríos, esposa del hijo menor de Pane, capitán (SR) Ignacio A. Pane -fallecido dos años atrás-, como la hija de este último, Cinthia, las mismas relataron la imposibilidad de contrastar definitivamente la fecha real del nacimiento, debido a la desaparición del acta correspondiente de los archivos del Registro Civil. Lamentablemente, otros documentos y testimonios relativos a la figura de Pane han corrido una suerte similar, algo a lo que se hará alusión más adelante.

         Ignacio Alberto fue fruto de la unión entre el ciudadano italiano Salvador Pane y la paraguaya Francisca Soler. El primero llegó al país en los años inmediatamente posteriores a la Guerra contra la Triple Alianza, dedicándose al rubro de la construcción, específicamente en el ámbito de la decoración de residencias. Pronto se granjeó la aceptación profesional y sus servicios fueron cada vez más requeridos por la población asuncena.

         Es evidente que aquellos no fueron años fáciles para el Paraguay, en lo político ni en lo económico y social. Cuando Ignacio Alberto Pane vino al mundo, hacía solamente cuatro años que los últimos soldados brasileños de ocupación habían abandonado el país, y apenas uno desde que los argentinos se habían retirado de la Villa Occidental, bautizada como Villa Hayes, en homenaje al presidente estadounidense que falló a favor del Paraguay en el diferendo limítrofe mantenido con la República Argentina desde el término de la guerra.

         Es fácil imaginar las penurias económicas que atravesaba el país en aquel entonces, así como la inestabilidad política en que el mismo se hallaba sumido. Al momento del nacimiento de Pane, al menos del que la mayoría de los historiadores le atribuye, Cándido Bareiro gobernaba el Paraguay. Durante su mandato se produjo el asesinato del ex presidente Cirilo Antonio Rivarola en pleno centro de Asunción, una de las figuras más influyentes de la posguerra, comprometido en numerosas revueltas y conspiraciones.

         Un año y medio antes, el 12 de abril de 1877, el presidente Juan Bautista Gill fue asesinado en plena vía pública, en lo que actualmente son las calles INDEPENDENCIA NACIONAL y PRESIDENTE FRANCO, cuando hacía el trayecto a pie desde su casa, ubicada en 25 DE MAYO y YEGROS, hasta el despacho de la Presidencia, sito en la planta baja del viejo edificio del Cabildo.

         La voracidad del poder y las permanentes dificultades que el país tenía para garantizar una transición pacífica del poder, también contribuyeron a acabar, en 1877, con la vida de otro ilustre paraguayo, el doctor Facundo Machaín, quien un año atrás había suscrito el tratado de límites con la Argentina.

         El 4 de setiembre de 1880, a menos de dos años de iniciarse su periodo constitucional, Bareiro falleció repentinamente. El vicepresidente Adolfo Saguier debía sucederlo, no obstante, una rápida movida del Ministro del Interior, general Bernardino Caballero, deriva en el secuestro del dignatario, que es inmediatamente forzado a presentar su renuncia. Las Cámaras del Legislativo son convocadas de forma urgente, y Caballero resulta electo Presidente provisorio de la República del Paraguay.

         Tras cumplir el periodo iniciado por Bareiro, Caballero es confirmado como titular del Poder Ejecutivo para el mandato siguiente, que se extiende entre noviembre de 1882 y el mismo mes de 1886. De esta forma indirecta, Bernardino Caballero se convierte en una figura clave en la vida de Pane: el hombre que gobernó el país durante los primeros años de su vida, será el mismo que más adelante, golpeado por los avatares de la política y sometido incluso al exilio, lo invitaría a sumarse a las filas de la Asociación Republicana.

         Este es, pues, el marco en el que se desarrollaron los primeros años de Ignacio Alberto. De la unión entre Salvador Pane y Francisca Soler también nació Justo Pane. Años más tarde, el decorador italiano contraería un nuevo matrimonio e Ignacio tendría nuevos hermanos. Entre ellos figura, por ejemplo, Ana Matilde Pane, que se casaría con Juan Manuel Frutos, fugaz presidente de la República en 1948 y presidente de la Corte Suprema de Justicia. Ambos fueron padres de Juan Manuel Frutos Pane y este, a su vez, de Alexis Frutos Vaesken, ex ministro de Relaciones Exteriores durante el gobierno del presidente Andrés Rodríguez.

         Es evidente que, atravesando el país las penurias propias del periodo de la posguerra, las condiciones económicas de cualquier familia paraguaya fueran generalmente signadas por la estrechez y las limitaciones. Los Pane no escaparon a esa realidad.

         Tras la hecatombe de la Triple Alianza, el país estaba en ruinas, prácticamente sin ningún tipo de producción agraria, sometido a una oprobiosa deuda impuesta por los países que salieron victoriosos de la contienda, y sin acceso al crédito internacional.

         En 1871 y 1872 se obtuvieron créditos en Londres; sin embargo, tal como señala Harris Gaylord Warren en su libro PARAGUAY Y LA TRIPLE ALIANZA. LA DÉCADA DE POSGUERRA 1869-1878, ellos significaron "grandes desastres para un país que luchaba por sobrevivir, se beneficiaron de ellos políticos corruptos y financistas londinenses".

         Una incipiente recuperación pudo obtenerse, no obstante, cuando comenzaron a venderse las tierras fiscales, fundamentalmente durante el gobierno de Bernardino Caballero, entre 1880 y 1886. Pero ello también supuso otro grave drama para el Paraguay cuyo elevado costo aún hoy paga la población del país: la excesiva concentración de tierras en manos de muy pocos terratenientes, fundamentalmente extranjeros.

         Esta apremiante situación económica nacional fue la que también se hizo sentir en el hogar de los Pane. De hecho, el propio Ignacio hace una alusión a ese ambiente económicamente condicionado, en su conferencia POLÍTICA Y OBREROS. En ella, recuerda a los trabajadores:

         "No soy un neófito de la causa socialista. Soy un viejo camarada de luchas y de ideales, aunque algunos de vosotros me desconozcáis (...) No soy capitalista. Nacido y formado en el yunque del trabajo, conozco como el que más los dolores físicos y las penurias morales en la conquista del puchero cotidiano. Nadie me puede despojar de este diploma honroso          ganado en la lucha por la vida."

         Quien mejor reseñó la figura infantil y adolescente de Pane es Juan Emiliano O’Leary, su compañero de escuela, amigo personal y, más adelante, asociado en la causa de la reivindicación histórica del mariscal López. En un escrito preparado en setiembre de 1919 para la "Revista de Comercio", pero que finalmente fue publicado en el diario "La Patria" el 11 de marzo de 1920, con motivo del fallecimiento de su amigo más dilecto, O'Leary escribe:

         "Nacido en un hogar humilde y formado por una madre abnegada, conoció desde temprano los sinsabores de la lucha terrible. De ahí seguramente, la seriedad un tanto melancólica, de su carácter que dábale cierto aire de prematura madurez ya en los bancos de la escuela. En el Colegio Nacional fue el más pequeño de su clase, pero también el más inteligente, el más reflexivo, el más estudioso, revelándose desde ya la admirable dualidad de su espíritu y temperamento, su tendencia a pensar y a sentir, su vocación a meditar y cantar."

         Siete días más tarde volvió a escribir un artículo en el que hacía alusión a la "pobre casita" de los Pane:

         "Allí fue donde realmente fundimos nuestras almas frente a las miserias del mundo y en medio de las mismas luchas y sacrificios. Amasando el pan de nuestro hogar con el mismo sudor y las mismas lágrimas, padeciendo los rigores de la misma orfandad; persiguiendo los mismos sueños y alimentando las mismas esperanzas, nos dimos el brazo, al entrar en la selva selvaggia, marchando desde entonces unidos."

 

         1. FORMACIÓN

 

         Los primeros años de escuela los realizó Ignacio Alberto en el Instituto Paraguayo. Más adelante se traslada al Colegio Nacional, cuando esta institución contaba aún con pocos años de vida, ya que había sido fundada en 1877 por el célebre Benjamín Aceval. En 1896 egresa de dicha institución con calificación "Sobresaliente". Al año siguiente inicia sus estudios en la carrera de Derecho, recibiéndose de doctor en 1902. Por esos años, también junto con O'Leary fue redactor de LA JUVENTUD, EL ESTUDIANTE y EL PORVENIR.

         Al decir del doctor Cecilio Báez: "Casi todos los hombres ilustrados que han figurado o que figuran en el país proceden del Colegio Nacional y de la Universidad". Luego presenta una larga lista de los médicos y abogados que se graduaron en la última institución.

         Los nombres de la lista de abogados son realmente significativos, destacándose los de Teodosio González, Félix Paiva, Luis A. Riart, Eligio Ayala, Eladio Velázquez, Antolín Irala, Gerónimo Zubizarreta, Eusebio Ayala, Ignacio Alberto Pane, Juan L. Mallorquín, José P. Guggiari, Manuel Gondra, Manuel Domínguez, Cecilio Báez, Blas Garay, Gualberto Cardús Huerta, Manuel Franco, Higinio Arbo y Vicente Rivarola, entre otros. En suma, podría decirse que la flor y nata de la intelectualidad paraguaya de entonces, figuras de primer orden que tendrían gran incidencia en la vida política nacional durante toda la primera mitad del siglo XX.

         Aún antes de recibirse de Doctor en Derecho, Ignacio desempeñó funciones académicas. En 1900 fue designado profesor interino de Literatura de las Escuelas Normales de la Capital y profesor de Lectura y Declamación en el primer y segundo curso de la Escuela Normal de Maestras. A propuesta del doctor Eusebio Ayala ejerce como sustituto de la Cátedra de Filosofía.

         Un año más tarde, en 1901, inicia su vida profesional en tribunales, al ser nombrado defensor de reos pobres. Sin embargo, el ejercicio de sus funciones las suspende brevemente para dirigirse a Santiago, puesto que el gobierno de la época lo designa en 1902 Secretario de la Legación Paraguaya ante Bolivia, Perú y Chile, con sede en este último país trasandino. En el Ateneo de Santiago de Chile pronuncia la conferencia PARAGUAY INTELECTUAL, en el que hizo un exhaustivo análisis de la realidad cultural del país y reseña de sus principales referentes.

         Renuncia al año siguiente, retorna a Asunción y retoma sus funciones en la judicatura. En 1903 es nombrado Fiscal del Crimen en reemplazo del doctor Teodosio González, quien años más tarde publicara un libro fundamental de la historiografía paraguaya, INFORTUNIOS DEL PARAGUAY.

         Luego de una serie de incidentes que se relataran más adelante, Pane presenta su renuncia a este cargo tras la Revolución de 1904 e instala su propio estudio jurídico en Asunción. Desempeñó no solamente labores docentes, sino también funciones jerárquicas en materia de política educacional, actuando como miembro del Consejo Nacional de Educación en 1910 y miembro del Consejo Secundario Superior en 1912. Se jubiló de las actividades docentes en 1919, un año antes de registrarse su deceso.

 

         2. UN NUEVO HOGAR

 

         A fines de noviembre de 1905, Ignacio Alberto Pane se casó con María Luisa Ciancio Sarubbi. Esta procedía de dos familias de descendientes de italianos afincados en Guairá y Caazapá, respectivamente. Las nupcias tuvieron lugar en Caazapá, de donde era oriunda la novia. Los amigos de muchos años y posteriores compañeros de causa de Ignacio, Ricardo Brugada y Telémaco Silvera asistieron a la ceremonia de enlace matrimonial.

         Con María Luisa Ciancio Sarubbi, Pane tuvo cuatro hijos: Luis Alberto, Berta Ángela, Víctor Alejandro e Ignacio Alberto.

         Este último, contaba con menos de cuatro años de edad cuando su padre falleció. Fue a la Guerra del Chaco siendo muy joven y luego se enroló en el Colegio Militar, llegando a acceder al rango de Capitán. Posteriormente ocupó cargos en el servicio exterior, desempeñándose como cónsul y diplomático en Brasil, Costa Rica e Inglaterra. En 1950 contrajo matrimonio con Elvira Ríos, con quien tuvo dos hijos: Carlos y Cinthia Pane. Falleció el 16 de julio del año 2009.

         Según datos proporcionados por doña Elvira Ríos y su hija para la presente publicación, la única hija de Pane, Berta Angela, viajó con el tiempo a la capital argentina, donde se radicó, se casó y pasó el resto de su vida. Allí fue una pianista renombrada, llegando incluso a desempeñarse como miembro del elenco del Teatro Colón.

 

 

CAPÍTULO IV

EL POLÍTICO

 

         1. AFILIACIÓN AL PARTIDO OPOSITOR

 

         Tal como quedó señalado precedentemente, la actividad política en Pane estuvo precedida de la acción periodística, fiscal y, en parte, diplomática. Sin embargo, una vez que incursionó en el ámbito partidario, su influencia fue notable, fundamentalmente en el quehacer parlamentario, en el cual se desempeñó hasta que se produjo su deceso en marzo de 1920.

         El ingreso de Ignacio Alberto Pane al Partido Nacional Republicano se registra en 1906, en momentos en que esa nucleación política nacional se encontraba en la oposición, tras haber sido desplazada del poder mediante la Revolución de 1904. De hecho, en el transcurso de su vida, Pane nunca llegará ver a la ANR en función de gobierno.

         Con anterioridad, figuras principales de los dos partidos políticos preponderantes de la época, el Colorado y el Liberal, ya le habían ofrecido integrar sus respectivas asociaciones. Ellos conocían las dotes intelectuales de Pane, así como su tenacidad en el trabajo, su alto sentido patriótico y también su capacidad oratoria. Por estos motivos, entre otros tantos, recibió sendas invitaciones de los líderes partidarios de entonces para incorporarse a las nucleaciones por ellos representadas.

         El propio Pane así lo narra. Cuenta que cuando se produjo la candidatura presidencial de Emilio Aceval, en la segunda mitad de 1898, ya recibió, por parte de Ramón García, la solicitud para afiliarse a la ANR. En aquel entonces, Pane contaba con solamente 18 años de edad. Obviamente sus cualidades ya debieron haber sobresalido en la Asunción de entonces, como para ser objeto de tal cortejo político.

         Sin embargo, Pane desistió el ofrecimiento: "No lo hice por idénticas razones y otras análogas ni más ni menos que cuando fui invitado por el señor Doctor Báez, Presidente del Partido Liberal, para ingresar en éste". Esas razones se basan en cuestionamientos de carácter no solamente organizacional, sino también ético, como se verá más adelante.

         No obstante, la propuesta finalmente atendida sería la que le formuló el general Bernardino Caballero, el cual, habiendo retornado del exilio, se encontraba en una labor de reorganización partidaria que permitiera enfrentar la llanura a la que fue enviada la Asociación Nacional Republicana tras la Revolución de 1904.

         El 24 de abril de 1906 se publicó en el diario LA PATRIA una carta remitida por Pane al general Caballero en el que respondía a la invitación, hacía una declaración de principios y formula una serie de requerimientos de carácter reformista como una suerte de condición para sellar su adhesión al partido.

         Al comienzo de la nota Pane ya demostraba los motivos que lo llevaban a adherirse a la ANR afirmando:

         "Invitado por Ud. a la reunión para tratar de la reorganización del Partido Colorado, único en el cual puedo militar hoy por mis simpatías, mis ideas, mis vinculaciones personales y mi actuación pasada, asistí a ella en la creencia de que se cambiarían ideas sobre los puntos fundamentales que deben constituir la base previa e indispensable en mí concepto, de dicha reorganización.

         Mis simpatías y mis ideas están por el Nacionalismo y el tradicionalismo bueno, que, aunque poco, solo he visto encarnados en el Partido Nacional Republicano. El Partido Cívico siempre ha sido antinacional so capa de tiranófolis. La situación general de hoy es hacer política antinacional so pretexto de regeneración."

         Es decir, el debate en torno a la Guerra de la Triple Alianza y la figura del mariscal Francisco Solano López jugaba un papel determinante en la decisión de Pane, que acusaba a los liberales de hacer política "antinacional" bajo el pretexto de que el hijo de Carlos Antonio López había sido un tirano cruel que oprimió miserablemente a su pueblo y decidió por él embarcarse en el conflicto.

         Pero también incidieron en su decisión otros motivos, probablemente aquellos a los que el propio Pane alude al comienzo de su nota a Caballero, como su "actuación pasada". De los hechos, puede concluirse que se refiera a su polémica participación en carácter de Fiscal en momentos en que se realizaban las inscripciones de ciudadanos para las elecciones que debían tener lugar más adelante.

         Con tal motivo, se registró un tiroteo en la jurisdicción de la parroquia de San Roque, que dejó un saldo de personas heridas. De acuerdo con algunos testimonios, se determinó que los disparos provinieron de la casa de Antonio Taboada, hijo del fundador y primer Presidente del Centro Democrático -más adelante denominado Partido Liberal-. La policía dispuso el arresto de varias personas, entre ellos el propio Taboada. Otros se dieron a la fuga, entre ellos Eduardo Schaerer -futuro presidente de la República- y Adolfo Riquelme.

         En su ENCICLOPEDIA REPUBLICANA, el doctor Leandro Prietos Yegros señala que el evento dio lugar a la intervención del Fiscal Pane, cuya actuación mereció la severa crítica de la prensa liberal. Tras la Revolución de 1904, en los primeros meses de 1905, Pane fue detenido y obligado a renunciar al cargo por parte del Jefe de Policía.

         En su CREDO REPUBLICANO de 1908, el propio Pane hace alusión a aquel acontecimiento.

         "No soy colorado por este solo hecho de esa tolerancia que entonces me parecía poco. Lo soy porque he visto a los que se titulaban liberales al adueñarse del poder, extendieron por todo el país, la más completa desolación moral y material. Yo que hacía poco acompañaba algunos liberales en sus ataques periódicos, en los que creía justos: yo, que no era colorado, afiliado al menos, tuve que dormir en el piso frío de un departamento policíaco por el solo hecho de tener amistad con algunos colorados y solo porque yo como Fiscal del Crimen, quería evitar persecuciones injustas contra los colorados caídos."

         Si la intolerancia y la persecución por parte de los nuevos "dueños del poder" fue uno de los motivos que impulsó a Ignacio Alberto Pane a plegarse a las filas de la ANR, es probable que casi medio siglo después, de haber seguido viviendo, justificara a aquellos paraguayos que decidieron hacerse miembros del liberalismo como reacción al terrible hostigamiento que los integrantes de ese partido soportaron por parte del autoritarismo instaurado tras la Revolución de 1947, praxis política que, a la luz de su propia experiencia personal, él seguramente nunca hubiera aceptado.

         Es evidente que los sucesos relatados tuvieron un peso específico en la determinación de Pane de ingresar a las filas del coloradismo. De hecho, tras aquellos eventos se dedicó con mayor empeño a la docencia y, sobre todo, a la labor periodística. Ingresó entonces al diario LA TARDE, dirigido por Enrique Solano López, hijo del mariscal y de Elisa Lynch.

         En ese periódico escribió a mediados de 1905 una serie de artículos que lo llevaron a la fama, entre ellos Paraguay Revolution Company, en los que revelaba los mecanismos de financiación que posibilitaron la Revolución de 1904 y el derrocamiento del presidente Juan Antonio Escurra, a quien Harris Gaylord Warren califica como el más incompetente de los presidentes de la primera era colorada.

         Más allá de las motivaciones que tuvo Pane para ingresar a las filas del coloradismo, este deja claro al general Caballero que su afiliación no será incondicional. El partido, explica, "no puede seguir con su organización y la política de antes". Por ello propone una serie de medidas que podrían coadyuvar a la reforma de la ANR y que él resume en cinco puntos.

         Vale la pena desarrollarlos, puesto que ellos ponen en evidencia las principales taras institucionales que afectaban a esa nucleación política, muchas de las cuales tienen una remarcada vigencia a pesar del transcurso del tiempo.

         En el primer punto, Pane habla de la necesidad de "desterrar los pactos vergonzosos que no aprovechan sino a dos o tres individuos". En segundo término, propone interesar al pueblo con cuestiones prácticas, "en vez de consagrarse a la pesca de empleo o ubicaciones presupuestarias en beneficio de una minoría de correligionarios", destacando la necesidad de reforzar la seguridad personal de los ciudadanos, fundamentalmente en la campaña.

         Proponía igualmente la reforma de los estatutos partidarios, a fin de contar con directivos que realmente reflejen la voluntad de los colorados y no solamente la "intriga de camarillas". En cuarto lugar, sugería un sistema de contribuciones pecuniarias proporcionales que permitiera solventar la existencia del partido, no hay que olvidar que en esos momentos el mismo se encontraba militando en las ásperas filas de la oposición.

         Finalmente, exigía "desterrar del seno del Partido las tendencias hacia el caudillaje o el gauchaje y la explotación de las pensiones o vicios (alcoholismo, parasitismo) de los hombres del pueblo ignorantes, para conseguir fines políticos. Por el contrario, mejorar y educar a todos".

         Culminaba Pane su misiva refiriendo que si tales requerimientos no eran considerados, él no podría afiliarse al partido.

         "Partidos que no son sino sociedades leoninas de ganancias mutuas presupuestivas, más o menos disimuladas no me atraen ni entusiasman. Prefiero luchar solo. Prefiero a eso ser miembro de federaciones obreras que siquiera persiguen ideales útiles y nobles y favorecen al progreso social."

 

         2. El CREDO REPUBLICANO

 

         Ingresado al Partido Republicano en 1906, en sólo dos años Pane accedió a puestos representativos en el esquema organizacional de dicha nucleación política.

Como miembro de la comisión directiva de la misma, dio a conocer su CREDO REPUBLICANO ante la comisión parroquial de la Recoleta. El texto íntegro del documento fue publicado en LA PATRIA el 18 de agosto de 1908.

         El documento es una síntesis de todo el pensamiento político de Ignacio Alberto Pane y constituyó sin lugar a dudas una suerte de testamento doctrinario que mantuvo su vigencia con el transcurso del tiempo, con resonancias las cuales aún hoy tienen impacto en lo que podría denominarse como el patrimonio ideológico de la ANR, cuyo rescate bien podría ser de utilidad para una revisión de las principales líneas programáticas del Partido Colorado.

         En su CREDO, Pane hace profesión de fe en una doctrina nacionalista y republicana, pero sobre todas las cosas, profundamente democrática, tolerante y comprometida con los sectores más vulnerables de la sociedad, valores estos últimos de no gran vigencia ni relevancia durante las tres décadas y media de gobierno autoritario encabezado por Alfredo Stroessner (1954-1989).

         Comienza el texto Pane afirmando que la ANR es un partido nacionalista. Ahora bien, dicho nacionalismo no debe ser de ninguna manera entendido como sinónimo de chauvinismo. Para comprender esa concepción, es preciso considerar el debate de una época en que se acusaba a los enemigos del mariscal Francisco Solano López de implementar una política "extranjerizante", dependiente de los intereses argentino y brasileños.

         Pane destaca en el documento la necesidad de reconstituir al partido en la llanura y en un ambiente social nuevo, "expurgando errores y acrecentando glorias". Para ello, propone una regeneración de carácter moral al interior de la ANR, destinada, dice, a "hacer comprender que no somos bandidos, ni gauchos, ni analfabetos".

         Una gran parte de su CREDO está dedicado a la cuestión social, una de las principales preocupaciones del hombre integral. En este sentido, anima a sus correligionarios a "encargarnos de la gloriosa obra de hacer que el Paraguay sea el primer país que en su vida política tenga por el principal partido el colorado, el principal sostenedor de la clase obrera, de los trabajadores, de los pobres y de los débiles".

         Habla entonces de un "partido netamente socialista". "En efecto, nuestro programa nos exige conseguir autonomía individual y reforma de la legislación fundamental teniendo en cuenta el mejoramiento de los obreros, de los eternos parias, de los que van a dar todos los días sus energías musculares y algunas veces hasta su sangre y su vida, para que otros sean los que disfruten del apetecido bienestar o felicidad."

         Hace por último un enfático llamado a la tolerancia política.

         "Conozco personalmente a todos los miembros del Poder Ejecutivo y mentiría si dijera que son hombres malos. Ellos, el nuevo gobierno, no son colorados, son nuestros adversarios. Pero son adversarios cultos y patriotas, tal como quisiera que nosotros fuéramos con ellos: adversarios cultos y patriotas. Y la cultura y el patriotismo exigen que ellos hagan respetar siempre los derechos de todos los colorados y que nosotros, los colorados, no les obstaculicemos, que por el contrario les apoyemos en todo lo bueno que hagan o quieran hacer."

 

 

CAPÍTULO V

EL PARLAMENTARIO

 

         Como reacción a los sucesos de 1904, entre ese año y 1917, el Partido Colorado mantuvo una postura "abstencionista". Dejando de participar en los comicios presidenciales y parlamentarios -aunque en este último caso hubo excepciones- sentaba una postura política de rechazo hacia la forma y los métodos con los que los liberales conducían el proceso político de la época.

         Un grupo de republicanos, sin embargo, decidió participar en los comicios parlamentarios de 1911. Ellos creían que la militancia activa en las instituciones democráticas del Estado, aun cuando ellas presentaban falencias en su estructura o en su funcionamiento, era la única forma de ir obteniendo conquistas políticas que les permitieran recuperar espacios de poder y convertirse en posibilidad de alternancia para el electorado.

         De esta manera, Pane logró ocupar un puesto en la Cámara de Diputados, por el distrito de Caazapá. Su labor parlamentaria fue prolífica, y estuvo marcada especialmente por el impulso de proyectos de ley con marcado énfasis en la protección social de los trabajadores y los menos favorecidos. En esta tarea, contó con el acompañamiento de otras ilustres figuras del coloradismo de entonces, tales como Antolín Irala y Ricardo Brugada.

         El año en que Ignacio Alberto ingresó a la legislatura fue sumamente convulsionado en términos políticos, por no decir lisa y llanamente agónico. De hecho, bien podría denominarse como el annus horribilis de la vida institucional paraguaya. La ingobernabilidad importó además la interrupción del periodo legislativo. De hecho, el ciclo legislativo inaugurado el 1 de abril de 1911 fue abruptamente clausurado con la disolución de las Cámaras poco más de un año después, en mayo de 1912, luego de la violenta muerte del polémico coronel Albino Jara.

         La inestabilidad había llegado a niveles insospechados. Manuel Gondra había asumido la Presidencia el 25 de noviembre de 1910, pero el 17 de enero de 1911 es depuesto por el coronel Albino Jara, que ejerce el poder hasta el 5 de julio del mismo año, fecha en que es sucedido por Liberato Rojas. Este último logra sostenerse apenas medio año en la Presidencia, que es transferida a Pedro Peña, quien, a su vez, la retendrá poco menos de un mes, hasta que Emiliano González Navero lo reemplaza.

         Solamente con la asunción de Eduardo Schaerer a la Primera Magistratura, el 15 de agosto de 1912, el país recuperaría algo de la estabilidad política que fue severamente comprometida durante casi dos años por las luchas intestinas del Partido Liberal.

 

         1. JORNADA LABORAL DE OCHO HORAS

 

         La desprotección generalizada de la clase trabajadora era una preocupación fundamental para Pane, de allí que su labor parlamentaria se centrara en la necesidad de ofrecer mayores garantías a los obreros del país.

         De hecho, en agosto de 1905 había escrito en LA TARDE:

         "Las leyes, es decir, las coerciones jurídicas y el capital, es decir la coerción económica, son hechos por los más fuertes y para los más fuertes. Y los más son los ricos y sus representantes. La mayoría de los gobernantes y legisladores (...) Sin contar las propagandas socialistas, bien conocidas y populares son entre los estudiosos las brillantes obras sobre el tópico de V. Letellier en América y Mengger en Alemania. Ambos con los socialistas todos, demuestran palmariamente que la ley no se hace hasta hoy en general en favor de los pobres."

         De allí que una de las primeras actividades desarrolladas por Pane en el Congreso se relacione con la presentación de un proyecto de ley destinado a establecer la jornada laboral de ocho horas "para los empleados y obreros de las casas de comercio y establecimientos industriales", el cual fue finalmente sometido a la consideración de la Cámara el 10 de julio de 1911.

         Visto con los ojos de hoy, el planteamiento del legislador colorado puede parecer relativamente normal, sin embargo en su momento no lo era. Las condiciones laborales en el Paraguay de comienzos del siglo XX eran sumamente precarias, por no decir abiertamente aberrantes y desconsideradas. Y si la situación en la capital era vulnerable, en el interior del país las condiciones eran de un sometimiento cuasi esclavizante.

         Las garantías para los trabajadores eran prácticamente inexistentes, no había un código de derecho laboral, y casi no existía legislación sobre descanso dominical, protección en casos de accidentes laborales, vacaciones, permisos por maternidad, etc. La historiadora Milda Rivarola formula una acabada descripción de la situación vigente en esta materia en su libro OBREROS, UTOPÍAS Y REVOLUCIONES. LA FORMACIÓN DE LAS CLASES TRABAJADORES EN EL PARAGUAY LIBERAL 1870-1931.

         No obstante, las sensibilidades tardaron en despertarse en esta compleja materia. De hecho, la mayoría liberal no permitió que el proyecto siguiera su trámite y fuera finalmente aprobado. Tendrían que pasar dos décadas y media más para que, finalmente, el gobierno del presidente Rafael Franco implementara la iniciativa.

         El propio Pane no escatimaría reproches a los liberales por esta conducta, responsabilizándolos además de dejar a los trabajadores librados a su suerte. En su conocida conferencia POLÍTICA Y OBREROS, sostenía que eran los colorados "los que han proyectado y puesto a la orden del día del Congreso Nacional las primeras soluciones a la causa obrera". "En eso estamos, porque muchos son los que se llaman liberales, y entre ellos pocos los verdaderos (...) A propósito, los ‘colorados’ somos por lo general más liberales que los que así se llaman", añadía.

         También en otras iniciativas parlamentarias de carácter social estuvo involucrado Pane, no solamente en aquellas de su autoría, como la mencionada precedentemente, sino también en otras materias de "avanzada" para las concepciones conservadoras dominantes en aquella época. Baste pensar, por ejemplo, en los proyectos de ley planteados conjuntamente con Ramón V. Mernes para la creación de un Departamento Nacional de Trabajo o los presentados por su correligionario, el diputado Telémaco Silvera, reconociendo la igualdad jurídica de hombres y mujeres, así como la equiparación de los derechos políticos entre ambos géneros.

         A propósito de su relación con el diputado liberal Ramón V. Mernes, el hijo de Pane, capitán Ignacio Alberto, narra en su prólogo a la reedición de APUNTES DE SOCIOLOGÍA, escrita por su padre, una anécdota singular.

         Refiere que en momentos en que se debatía un importante proyecto en la Cámara de Diputados, Pane y Mernes, quien se había especializado en metafísica en Inglaterra, se enfrascaron en un debate de marcado carácter filosófico. La discusión, señala, se redujo a las exposiciones realizadas por ambos legisladores. Llevaban ya una semana en el asunto, cuando un desperfecto eléctrico forzó a poner punto final al debate.

         El evento fue recogido por la revista FÍGARO, dirigida por don Arsenio López Decoud, hijo de Benigno López, hermano este del Mariscal. La nota incluía una caricatura de Pane acompañada de los siguientes versos:

         "Orador que pidió luz

         en la cuestión mernesiana

         y lo dejaron a obscuras

         tras de hablar una semana."

 

         2. "ÉL SOLO CONSTITUÍA LA OPOSICIÓN"

 

         Vale la pena ahora recordar el juicio que sobre Pane realizó uno de sus adversarios políticos, el liberal Justo Pastor Benítez. En su obra EL SOLAR GUARANÍ, el ex canciller de Eusebio Ayala evocaba la figura del parlamentario en los siguientes términos:

         "Su talento despedía chispas. Nunca floreció tanto como en el Congreso en el periodo de 1916-1918. El solo constituía la oposición; su banca era un baluarte, una tribuna de pensamiento y de censura. Su altivez provocó, en 1907, en la Recoleta, una conmoción popular. El Jefe del Estado Mayor que escuchaba su ferviente oración lopizta, le gritó ‘¡Muera López!’, y Pane, sin inmutarse, hizo uno de los miles de paréntesis de su vida y le contestó: ‘¡Muerto está!’, y siguió su discurso, que fue violentamente cortado por una carga del Escuadrón de Seguridad.

         Fue un agitador de espíritus. Para eso tenía ideas, valor cívico, postura de luchador y espontánea bondad. Su muerte produjo la impresión de la clausura de una claraboya en los Institutos de Enseñanza y del silenciamiento de una voz libre en el escenario democrático. Hizo falta para enseñar y para contradecir."

         Por su parte, Carlos Zubizarreta así lo recuerda en su libro CIEN VIDAS PARAGUAYAS:

         "Su exaltado nacionalismo lo convirtió en uno de los tres paladines de la campaña reivindicatoria del mariscal López. Desde muy joven militó en las filas del Partido Nacional Republicano y, durante su representación en el Parlamento, esa agrupación política tuvo en él su más brillante tribuno, temible en la polémica."

         Su capacidad intelectual y solvencia parlamentaria brillaron especialmente en tres ocasiones entre 1918 y 1919, cuando interpeló a los ministros del Interior y de Relaciones Exteriores de la época.

         En el momento en que acaeció su deceso, Ignacio Alberto Pane se desempeñaba como vicepresidente del Partido Nacional Republicano, vicepresidente segundo de la Cámara de Diputados y jefe de la minoría colorada en dicha instancia legislativa.

 

         3. ¿UN COLORADO SOCIALISTA?

 

         Visto con los ojos de la actualidad y a la luz de los sucesos de la historia contemporánea es difícil y hasta contradictorio hablar de un coloradismo socialista. La matriz nacionalista sobre la que teorizó Natalicio González y la pesada carga histórica que supone para la Asociación Nacional Republicana el proceso de la dictadura de Alfredo Stroessner, colocan al Partido Colorado en los antípodas de las enseñanzas del socialismo.

         No obstante, es preciso recordar que la existencia de Ignacio Alberto Pane se desarrolló con mucha antelación a estos sucesos históricos y a los líderes que los produjeron. Para analizar el tipo de ideología política al que adhería intelectualmente Pane es preciso analizarlo de acuerdo al propio credo político que él mismo expresó, y a las consideraciones que mereció de parte de sus contemporáneos.

         En su célebre conferencia POLÍTICA Y OBREROS, Pane refirió a los trabajadores:

         "Ante todo debo recordaros que no soy un neófito de la causa socialista. Soy un viejo camarada de luchas y de ideales, aunque algunos de vosotros me desconozcáis."

         En efecto, la sensibilidad social de Pane fue notoria durante la época en que le cupo desempeñar un papel activo en la vida pública del país.

         Pane compartió con Rafael Barrett la preocupación por la situación de tremenda injusticia que entonces los mensú atravesaban en los yerbatales. Es más, expresó esa inquietud antes de que el célebre anarquista español lo hiciera.

         "He dicho que soy viejo camarada, porque he actuado más de una vez al lado de gremios obreros, y porque tengo a mucha honra haber sido, con el doctor Antolín Irala y don Ricardo Brugada, uno de los primeros legisladores paraguayos que han puesto por primera vez a la orden del día del Congreso Nacional el primer proyecto de ley de carácter netamente socialista: el de la jornada de ocho horas. Y esto ¿por qué?

         Sencillamente, por la razón fundamental de que ya antes de eso había estudiado y comprendido y sostenido la causa de todos los débiles en la cuestión social. Mucho antes, en la última prueba para obtener el instrumento de trabajo del diploma académico, en 1901, quince años atrás, me declaré feminista. He aquí una linda lección al que quiera exigirme que sea obrero gremial para hablar de asuntos obreros, por cuanto nos enseña que se puede ser obrerista sin ser obrero, como feminista sin ser mujer."

         El doctor Julio César Frutos trae a colación en una de sus obras la intervención pronunciada por Pane el 21 de junio de 1911, en la Cámara de Diputados. En ella, el representante del Partido Colorado se declaraba antimilitarista.

         "Desde luego debo declarar que sistemáticamente, soy contrario a la entidad o institución militar. Tal es mi ideal no solamente aquí, sino en todas partes: yo no sé si estaré en un error, lo cierto es que estoy imbuido del socialismo más avanzado, en este punto soy partidario de Tolstoi que declara la guerra a la guerra."

         La alusión al célebre escritor ruso León Tolstoi (1828-1910) no deja de ser llamativa, ya que al mismo se atribuye cierta influencia en lo que respecta a la evolución del anarquismo pacifista, aún cuando nunca haya abandonado sus creencias cristianas. Coincidentemente, también Rafael Barrett expresó su admiración por la filiación ideológica del literato ruso, a quien consideraba como el "anarquista absoluto".

         Ahora bien, ¿existía alguna coincidencia entre el pensamiento social de Pane y la doctrina socialista de su tiempo? No exactamente. No al menos en términos de la ortodoxia socialista. Él mismo se encarga de aclararlo en la Convención de 1918, cuando dice ser "partidario decidido de la doctrina de la solidaridad social y en eso se concentran uno de mis ideales de socialista, pero soy no de la orgánica en el sentido material sino de la solidaridad voluntaria, reflexiva, conciliable con la libertad tal como la enseña uno de mis grandes maestros, el sociólogo Duprat".

         Otra referencia a una figura del pensamiento europeo: Guillaume-Léonce Duprat (1872-1956), filósofo y sociólogo francés que teorizó sobre las causas de la coacción social. En 1900 publicó LAS CAUSAS SOCIALES DE LA LOCURA, y siete años más tarde LA SOLIDARIDAD SOCIAL: SUS CAUSAS, SU EVOLUCIÓN Y SUS CONSECUENCIAS, obras a las que perfectamente pudo haber tenido acceso Pane, pues fueron dadas a conocer en su época de mayor apogeo intelectual, precisamente en su carácter de sociólogo.

         Este tipo de influencias, sumadas a la cruda realidad social que a él mismo le tocó atestiguar y denunciar en su época, convirtieron a Pane en un intelectual con una enorme sensibilidad en la materia, haciéndolo una suerte de socialista heterodoxo.

         ¿Le restaba ello autenticidad a sus principios?

         De ninguna manera, entenderlo de esta forma significaría restarle fuerza a su pensamiento y a su compromiso político y social. Como dijo recientemente el célebre escritor Mario Vargas Llosa, Premio Nobel de Literatura 2010, en el curso de una entrevista que concedió a un diario de nuestro país: aceptar esta teoría implicaría admitir "que la izquierda tuviera el monopolio de la sensibilidad social, del sentido de la justicia y de la libertad".

         En todo caso, podría decirse que Pane profesaba un socialismo pragmático o lo que hoy sería calificado como una socialdemocracia; un hombre de centroizquierda que buscaba compatibilizar la realidad de la economía de mercado con un sentimiento de justicia y de equidad social.

         Él mismo lo explica en su conferencia OBREROS Y POLÍTICA, en 1917:

         "No pretendemos suprimir de golpe y porrazo el capital sino transformarlo, mejorarlo. Puesto que lo más apremiante para nosotros es mejorar la posición económica, jurídica y en general social del trabajador, del obrero. Puesto que más armonizados estarán los intereses varios de la sociedad, cuanto mejor sea cada uno de ambos factores de la producción y cuanto mejor se enlacen y combinen ambos... Por lo menos, de mi parte, creo que así como no puede suprimirse sino reducirse la autoridad, así también no puede suprimirse el capital sino el capitalismo. El capital tendrá que existir siempre, aunque tenga que ir a parar en manos de la colectividad o en poder del obrero."

 

         4. UNA DOCTRINA SOCIAL

 

         Sería válido argumentar que el perfil humano de Pane es para el Partido Colorado lo que la Doctrina Social para la Iglesia Católica. Forzada por el surgimiento del comunismo y de grandes teorías del pensamiento que debatían la cruda realidad social que se vivía en Europa durante el siglo XIX, el papa León XIII (1810-1903) se vio en la necesidad de definir los postulados de su iglesia cuestiones que venían adquiriendo protagonismo, tales como el derecho a la huelga, las condiciones de vida de los trabajadores y otros temas de relevancia en el ámbito laboral.

         Con este motivo, en 1891 publicó la encíclica RERUM NOVARUM. SOBRE LA SITUACIÓN DE LOS OBREROS. Esta sentó las bases de lo que luego se conocería como Doctrina Social de la Iglesia, que tantos otros pontífices enriquecieron a través de un magisterio incesante. Al cumplirse los cien años del mencionado documento, el papa Juan Pablo II también emitió una nueva encíclica, bajo el título CENTESSIMUS ANNUS. SOBRE LA CUESTIÓN SOCIAL.

         De una forma similar a la registrada en las filas de la Iglesia, también en las élites intelectuales del Partido Colorado, una institución que por estar insertada en un tiempo determinado de la historia también reflexiona sobre los fenómenos propios de su época. En este ámbito, se enmarca la actividad y la obra de Pane.

         Para cuando él pronuncia la recordada conferencia POLÍTICA Y OBREROS, en 1917, la cuestión social se encontraba en una de sus etapas más álgidas en el país. A comienzos de ese año, se produjo una huelga de empleados ferroviarios, a la que posteriormente se sumaron los empleados del tranvía eléctrico.

         Por su parte, en las elecciones legislativas del 4 de marzo de ese mismo año, el Partido Obrero presentó candidatos al Congreso, uno al Senado y cinco a Diputados. Los resultados, sin embargo, no fueron muy favorables para esa nucleación política. De hecho, solamente obtuvieron 255 votos (0,19%) para su candidato a senador y 1.233 (0,43%) para los diputados.

         En este contexto se enmarca también la "doctrina social" de Pane, la cual, como se señalaba anteriormente, podría identificarlo hoy como un socialdemócrata, que se orienta a la defensa de los derechos del trabajador, entre los cuales resaltan por su importancia estratégica el derecho de reunión y el derecho de huelga.

         Pero más allá de bregar por el respeto irrestricto de ambos, Pane teoriza ampliamente sobre la necesidad de que la clase obrera incursione en la vida política, como una forma más elevada y efectiva de conquistar logros sociales. Si los trabajadores se abstraen de la vida política, de la vida partidaria, si dejan de ocupar los puestos que deberían tener en el Parlamento, será muy poco lo que la República pueda hacer por ellos. Sostuvo en este sentido:

         "...hay cosas que no puede ni debe conseguir la huelga. Las leyes de accidentes de trabajo, los tribunales de arbitraje, los seguros para la vejez y la invalidez, etc., son cosas que no lo consiguen las huelgas. Eso se consigue por leyes. Y las leyes se consiguen solo por medio de los políticos que actúan en los parlamentos y los gabinetes. Y esos políticos no se consiguen más que con los éxitos electorales, y los éxitos electorales no se obtienen más que gracias a los partidos políticos."

         Esto constituyó una particularidad muy especial en la vida y el ejercicio político de Pane. Un plus que lo diferenció de otras figuras de su época: el llamado a la necesidad del obrero de activar políticamente. "Las páginas de Barrett son muy bonitas, pero es preciso algo más sustancioso, una política práctica", dijo en una oportunidad.

         En su prédica, Pane no duda incluso en utilizar como herramientas funcionales a su propuesta la contribución filosófica de figuras más comprometidas con el colectivismo, como el caso del francés Benoit Malon, o del anarquismo de Juan Grave.

         En este sentido, llama poderosamente la atención el acabado conocimiento que tenía de los flujos de pensamiento de su época y de las inmediatamente precedentes, hasta el punto de citar obras de sus principales referentes con un manejo propio de los eruditos, máxime considerando que en aquel entonces no existían los desarrollos tecnológicos del presente, mediante los cuales podemos acceder a una importante carga bibliográfica en cuestión de minutos.

         Tal como se mencionaba anteriormente, otro de los aspectos resaltantes de la doctrina social de Pane tiene relación con el capital. Así como él lo señalaba, este no podrá ser nunca suprimido, sino que debe procurarse la transformación del mismo, su compatibilización con los derechos de los trabajadores. Otro argumento más en favor de su concepción socialdemócrata, tal como este sistema rige en diversos países en la actualidad.

         Otro aspecto de esta doctrina planteada por Pane, hace relación a la necesidad de los obreros de formarse, de prepararse intelectual y artísticamente, como una forma eficaz de propender no solo a su superación personal, sino también de dar "valor agregado" a su trabajo, de obtener mejores retribuciones y, por esta vía, alcanzar una movilidad social de gran relevancia para asegurar el destino de su propia familia.

         Por último, este cariz de Pane incorpora también un elemento de carácter moral. En su conferencia LA MUJER ANTE LA CAUSA OBRERA, dirigida a los miembros de la Sociedad Tipográfica del Paraguay, hace un vehemente llamado a respetar la posición de la mujer en el seno de la sociedad, pidiendo al trabajador que vele por los derechos de sus compañeras.

 

         5. PROMOCIÓN DE LA MUJER  

 

         Uno de los tópicos en los que Pane también descolló fue en la reivindicación del rol que la mujer debía desempeñar en la sociedad paraguaya. A este importante asunto dedicó ingentes esfuerzos, dirigidos primeramente a evidenciar la situación de injusticia que desde hacía siglos venía afectando a la mujer, y poniendo énfasis, luego, en la necesidad de que los derechos civiles de esta sean precautelados.

         "Si algún ser hay que trabajando tanto o más que el hombre, necesita de tal protección, es la mujer (...) Solo las mulas y los bueyes en todas partes, y el indio, obrajero o yerbatero aquí son tan parias como la mujer", denunciaba públicamente en su artículo La mujer. El lugar que le corresponde, aparecido en LA TARDE, el 7 de noviembre de 1905.

         La nota fue escrita con motivo de una asamblea del Centro General de Obreros, en la cual la mayoría de los socios se había manifestado contraria a la admisión de las mujeres en dicha sociedad. Tras una larga discusión, de la que también tomaron parte dos periodistas, uno de EL ENANO y otro de LA TARDE (probablemente se trataba del mismo Pane), finalmente se obtuvo la aprobación del ingreso de todos los obreros, sin distinción de sexo.

         La reflexión sobre el lugar que la mujer debía ocupar en la sociedad estuvo presente siempre en toda la producción de Pane, tanto en su labor periodística, como en la académica, la jurídica y la parlamentaria. También dedicó varias poesías para exaltar el rol de las mujeres.

         Cuando en 1911 postulaba para el cargo de diputado, Pane presentó una carta a sus amigos y correligionarios en la que planteaba los temas que priorizaría en caso de resultar electo. Mencionamos algunos que guardan relación con la mujer:

         -        Derecho electoral activo y pasivo para la mujer, con limitaciones relacionadas con su estado civil, instrucción y moralidad.

         -        Ley de trabajo para mejorar la condición del proletariado. Este punto planteaba cuestiones de protección laboral para la mujer.

         -        Reforma de ley del matrimonio civil.

         -        Mejora legal de la condición jurídica de los hijos ilegítimos.

        

         No obstante, Pane nunca fue un entusiasta promotor de la Ley del Divorcio, aunque no porque tuviera objeciones de índole moral al respecto. En el Paraguay de entonces había un alto porcentaje de uniones de hecho, en las que la mujer no tenía precautelados sus derechos legales más elementales. Por lo tanto él propusiera que se hablara, más bien, de promover el matrimonio entre los habitantes del país antes que avanzar en una materia la cual por entonces se consideraba sensible como el divorcio y que además, producía severos enfrentamientos con la profundamente arraigada Iglesia Católica.

         En el ámbito de la sociología también la mujer ocupó un lugar central en la obra de Pane. Al respecto, escribió una interesante monografía titulada LA MUJER GUARANÍ, que años más tarde Natalicio González incluiría en su Obra ENSAYOS PARAGUAYOS.

         En este pormenorizado estudio sobre la condición de la mujer indígena autóctona, Pane afirma que en el régimen conyugal la guaraní era "superior a la paraguaya de hoy, en cuanto tenía el derecho al repudio sin dejar de casarse, al revés de muchísimas de hoy que se ven sumidas en el concubinato o en el abandono completo". En otro apartado puntualiza una parte del ensayo:

         "La fórmula era sencilla: la que no gustaba ya de su marido, porque éste la trataba mal, se le presentaba a manifestárselo. Y él contestaba, según Gonçalves Días: ‘Ecoaen: anda donde quieras’. Y el divorcio estaba hecho. ¿Sería una palabra sacramental ese dichoso ecoaen, con cuyo significado no atino? Lo indudable es que el derecho femenino al divorcio entre los guaraníes no fue invención de Gonçalves Días. El padre Nicolás del Techo confirma el dato en el capítulo II, libro V, relativo a las costumbres de los guaraníes, diciendo: para ninguno es afrentoso repudiar sus mujeres o ser repudiado por ellas."  

 

         6. LABOR DOCENTE

 

         Como ya se ha esbozado precedentemente, a la par que otras innumerables actividades públicas y políticas, Ignacio A. Pane cumplió una gran actividad docente. En una época en que los maestros, y fundamentalmente los buenos maestros, no abundaban en el Paraguay, la labor académica de Pane fue amplia y notable, dedicándose por igual a la cátedra en la enseñanza secundaria, como en la universitaria.

         Antes aún de recibir el título de doctor en Derecho, ya se desempeñó como profesor interino de Literatura y profesor de Lectura y Declamación en el primer y segundo curso de la Escuela Normal de Maestras.

         Por propuesta del doctor Eusebio Ayala, fue sustituto de la cátedra de Filosofía y luego profesor de Filosofía y Derecho en sustitución del doctor Cecilio Báez, en la Universidad Nacional, habiendo igualmente sido designado en 1907 para integrar la Mesa de Derecho Constitucional.

         Entre 1901 y 1912 fue Subsecretario de la Universidad, miembro de la Dirección General de Escuelas, del Consejo Nacional de Educación y del Consejo Secundario y Superior. En 1919, tras un cuarto de siglo dedicado a la enseñanza, se le acuerda una jubilación en la Universidad, el Colegio Nacional y la Escuela Normal.

         En 1920 recordará de él O'Leary que la mitad de su vida la dedicó a la enseñanza. Enumera que en el Colegio Nacional fue catedrático de Psicología, Lógica y Filosofía general; en la Escuela Normal, de Literatura, y en la Facultad de Derecho, de Sociología, Filosofía del Derecho, Derecho Penal, Introducción al Estudio del Derecho y Derecho Constitucional.

         Recuerda igualmente que, estando matriculado en la Facultad de Derecho el doctor Emeterio González se retiró de su cátedra de Filosofía y esta fue inmediatamente puesta a concurso.

         "El doctor Ignacio A. Pane encontrábase a la sazón gravemente enfermo, atacado de una fiebre maligna. Pero sacó fuerzas de flaqueza y, apenas convaleciente, presentóse a las pruebas, teniendo por contrincante a dos estudiantes compañeros (Eusebio Ayala y Tomás Airaldi).

         Fue entonces cuando dio la medida de su talento. Se veía que aquel joven, casi niño, hablaba y razonaba por cuenta propia. No iba a recitar de memoria los apuntes del profesor, ni se esclavizaba a la letra de viejos textos conocidos. Todas sus disertaciones fueron personales, y la crítica que hizo del programa oficial fue realmente admirable. Los que asistieron a aquel torneo intelectual, no han podido olvidar la silueta del Dr. Pane, su miseria física contrastando con su pujante talento, su palabra serena, sin mayores aliños literarios, pero llena de autoridad. Desde aquel día quedó consagrado como pensador, aquí donde tan pocos son los que piensan."

         Antolín Irala, su correligionario, afirmó en 1920 acerca del espíritu de Pane:

         "...ampliamente abierto a todos los horizontes, culminó en las más altas manifestaciones del intelecto. Todo pudo serlo, y todo lo fue: poeta, periodista, orador, jurisconsulto, sociólogo, político y, sobre todo, maestro, maestro en la elevada, en la altísima significación del vocablo, maestro en las aulas, maestro en todas las manifestaciones de la vida, porque su vida toda fue una nobilísima lección de sinceridad, de desinterés, de labor y de sacrificio."

 

 

CAPÍTULO VI

EL REIVINDICADOR DEL MARISCAL

 

         1. ANTECEDENTES

 

         Una de las tareas en que más se destacó Ignacio A. Pane fue -junto con sus compañeros de causa Juan Emiliano O'Leary y Enrique Solano López- en la reivindicación de la por entonces desdeñada y hasta combatida figura de Francisco Solano López, así como en el lugar central que a este le cupo desempeñar en la Guerra contra la Triple Alianza.

         Para quienes se formaron en el sistema educativo vigente durante el gobierno del general Alfredo Stroessner (1954-1989), en el que la exaltación de la figura de Solano López era cuestión esencial, ocupando un lugar preeminente en el currículo de estudios, parece inimaginable suponer que existiera un periodo en la Historia del Paraguay durante el cual evocar siquiera el nombre de quien fue Presidente de la República entre 1862 y 1869 fuera objeto de público rechazo y hasta de censura oficial. Pero ese tiempo sí existió, específicamente entre las postrimerías de la Guerra contra la Triple Alianza y al menos las primeras dos décadas del siglo XX.

         Durante ese periodo, la memoria del hijo de Carlos Antonio López estuvo prácticamente proscrita en el país. En la última década del siglo XIX surgió un grupo de jóvenes intelectuales dispuestos a rebatir el relato oficial y a impulsar un debate público en torno al legado de Solano López, así como el juicio sobre el papel que desempeñó en la política del país y su liderazgo durante el conflicto. La controversia llegó a su pico más alto en los albores del siglo XX.

         En efecto, la polémica estalló en 1902, mediante una serie de debates públicos -sostenidos a través de dos periódicos- entre el político liberal Cecilio Báez y el joven historiador Juan Emiliano O'Leary. El doctor Báez, comenta en una de sus obras el historiador norteamericano Harris Gaylord Warren, organizó activamente una reunión de mujeres en la catedral y misas en todas las iglesias el 16 de diciembre de 1902 para honrar a todas las personas muertas por los dictadores y a los caídos en la Guerra del 70. Pero para entender el ambiente que reinaba en la época es preciso poner las cosas en perspectiva.

 

         2. UN HOMBRE DETESTADO

 

         En los años posteriores a la guerra, el Paraguay fue gobernado, en algunos casos, por hombres que se habían opuesto tenazmente a los métodos políticos de Solano López. Algunos de ellos habían sido sometidos al exilio durante largos años por el gobierno del joven general o el de su padre; otros llegaron incluso a militar en las filas de la Legión Paraguaya, que a lo largo del conflicto combatió junto con los aliados para propiciar la caída de aquel a quien consideraban un tirano y un usurpador.

         El ambiente político de la época era, pues, abiertamente hostil a la figura de Solano López. Basta recordar la forma en que fue tratada Elisa Alicia Lynch cuando retornó al país en 1875, forzada a abandonar el territorio nacional en brevísimo y perentorio tiempo. Con los aliados ocupando el territorio paraguayo, y sus circunstanciales amigos en el poder, el derrotado Mariscal se convirtió en un tema tabú al interior de la sociedad. El solo nombre del ex presidente causaba irritación y despertaba los más encendidos debates. La evocación de su figura era incluso objeto de persecución política por parte de las autoridades.

         Según relata el historiador Harris Gaylord Warren, en agosto de 1869 el Gobierno provisorio del Paraguay, afín a los intereses de los aliados, declaró a López fuera de la ley. Cinco días después de la muerte del Mariscal, se celebró en la Catedral de Asunción un Te Deum para agradecer al cielo por su muerte a manos de los brasileños.

         En su mensaje al Congreso, el 1 de abril de 1898, el entonces Presidente de la República, general Juan Bautista Egusquiza, de filiación colorada, condenó la campaña de exaltación que un grupo de jóvenes venía haciendo públicamente de la figura de Solano López. Este dato viene a echar por tierra la idea, muy promocionada en algunos ámbitos colorados a partir de que estos retomaron el poder en 1947, de que solamente los liberales eran "legionarios" y, por lo tanto, antilopiztas.

         La verdad de las cosas es que en la época posterior a la Triple Alianza, la política de proscripción de todo lo que tuviera que ver con Solano López se aplicaba por igual en gobiernos colorados como liberales. De hecho, había "legionarios" -paraguayos que habían combatido del lado de los aliados- tanto en las filas de uno como de otro partido. Un gran referente del Partido Colorado, José Segundo Decoud, que sirvió en sucesivos gobiernos encabezados por dirigentes de esa nucleación política hasta que la misma perdió el poder en 1904, era en la práctica un acérrimo detractor del Mariscal.

         Es así como el último Presidente de la era colorada, el coronel Juan Antonio Escurra, suspendió a comienzos de 1903 los subsidios que el Gobierno realizaba al diario LA PATRIA, dirigido por Enrique Solano López, hijo del Mariscal y de Elisa Lynch. El mandatario castigaba así a aquel grupo de jóvenes "exaltados" que reivindicaban la figura de Francisco Solano. Debido a esta medida, el periódico, en el que también escribían Ignacio Pane y O'Leary, dejó de aparecer.

         Tras este evento, el representante del gobierno brasileño en Asunción, Basilio Itibirê da Cunha, informa en un despacho a su canciller: "Una vez más, la política brasileña triunfa en este país, a pesar de la complicidad criminal de ciertos brasileños renegados con la execrable campaña de nuestros enemigos".

         El antilopizmo siguió vigente por más tiempo aún. Para hacerse una idea del ambiente que reinaba en aquel entonces, basta rememorar una anécdota que el propio Pane contó personalmente en diversas oportunidades. Su hijo, el capitán (SR) Ignacio Alberto, la narró de esta manera noventa años después de acaecida:

         "El 22 de septiembre de 1907, una multitud congregada en la Recoleta, frente a la tumba del general José Díaz conmemoraba la gloriosa victoria de Curupayty, vibrando de emoción patriótica al escuchar las palabras que pronunciaba O'Leary. Después de haber concluido este, le sucedía Ignacio A. Pane en la tribuna cuando fue interrumpido por el Ministro de Guerra y Marina, Capitán de Fragata Manuel Duarte, con un grito estentóreo: ‘¡Muera López!’. Pane, sin inmutarse, contestó. ‘Muerto está, pero seguirá viviendo eternamente en el corazón de sus conciudadanos!’. Entonces, sable en mano, una dotación de soldados atropelló salvajemente a la pacífica reunión".

         Como se señalaba, hacia 1902 ya habían pasado al menos cinco años desde que la cuestión acerca de la figura del Mariscal y los prolegómenos que suscitaron la guerra se discutían públicamente. Entonces, surgió la posibilidad de debatir con mayor capacidad analítica la acción política y militar de Solano López, así como su legado histórico, lo cual comenzará a esbozarse en el público debate que sostienen Báez y O'Leary, al que prontamente se suman Pane y Enrique, hijo menor de la Lynch y el difunto ex mandatario. Ahora bien, ¿en qué se centró la controversia?

         De acuerdo con la bibliografía que actualmente se encuentra al alcance de historiadores e investigadores, la disputa giró en torno a dos aspectos fundamentales: la acción política de Solano López al interior de la República y su política exterior hacia la región, la cual será calificada como agresiva o preventiva, según sea el sector que formule el análisis.

         La controversia a la que nos referimos estuvo caracterizada por la relativa cercanía de los eventos juzgados -de hecho algunos de los protagonistas de la guerra aún se encontraban vivos-, el siniestro legado que los mismos habían significado para el Paraguay, y las profundas emociones que este aún despertaba al interior de la sociedad, todo lo cual contribuyó a polarizar las opiniones, restándole objetividad al debate. Pero esto no debe ser atribuible únicamente a los protagonistas de aquella polémica. A más de 140 años de finalizado el conflicto, el dramatismo de la Triple Alianza aún despierta la sensibilidad más profunda del pueblo paraguayo.

 

         3. UNA CONTROVERSIA INCENDIARIA

 

         En su libro SOLANO LÓPEZ Y OTROS ENSAYOS, el intelectual y político colorado Natalicio González narra, con su propio prisma, la forma en que se suscitó la polémica. Señala que el 17 de abril de 1902, O'Leary, bajo el seudónimo de Pompeyo González publicó en el diario LA PATRIA un artículo sobre Bartolomé Mitre. Quince días después inicia una serie titulada "Recuerdos de Gloria", en los que evoca los sucesos de la guerra y produce el descontento del "civiquismo", una rama del Partido Liberal aún en la oposición.

         Apenas llegado de México, donde participaba de la Segunda Conferencia Panamericana, el doctor Cecilio Báez responde a "Pompeyo González" en otra serie de artículos publicados por EL Cívico, bajo el nombre de "Estudios Políticos", lo cual motivó una protesta personal de O'Leary ante su antiguo profesor.

         Al poco tiempo, refiere Natalicio, comentando un balance del Banco Territorial, Báez escribe: "El Paraguay es un país cretinizado por secular despotismo. Y he aquí que el pueblo sigue siendo un cretino, es decir, un ser sin voluntad ni discernimiento". LA PATRIA rebatió la tesis calificándola de "legionaria".

         "La polémica entre el maestro y el discípulo causó ansiedad en los espíritus. Las discusiones se prolongaron al hogar. En los cafés los concurrentes defendían sus ideas a botellazos, con tazas y sillas. Grandiosas manifestaciones populares recorrieron las calles, aclamando a uno u otro bando. El doctor Báez, sintiéndose mal, desvió la discusión, y en vez de probar el ‘cretinismo paraguayo’ intentó probar, a su modo, lo que él llamaba la tiranía de López."

         La controversia ocupó todo el año 1902. Según Natalicio, "Pompeyo González" resultó triunfante en ella. Amarga victoria habrá sido la suya, en todo caso, puesto que le costó el exilio luego de la Revolución de 1904. Tras retornar al país, O'Leary junto con Ignacio Pane y Enrique Solano López retomarían la labor periodística en el diario LA TARDE. La animadversión entre ellos y Cecilio Báez hubo de seguir por muchos años.

 

         4. LA FIGURA DE LÓPEZ   

 

         Ahora bien, ¿cómo definían las partes litigantes la figura en sí del "Mariscal-Presidente"?

         En su libro, RESUMEN DE LA HISTORIA DEL PARAGUAY. DESDE LA ÉPOCA DE LA CONQUISTA HASTA EL AÑO 1880, podemos constatar la imagen que de él tenía Cecilio Báez. Sus juicios son igualmente negativos como lapidarios.

         "Francisco Solano López era un hombre de complexión colérica como su padre; impulsivo, temerario e inconsciente de los deberes de un mandatario que rige los destinos de una nación. Era por temperamento y por educación déspota y altanero, de voluntad imperiosa, muy acostumbrado a mandar y a ser acatado y complacido en sus menores caprichos. Reñido con la libertad y con la ilustración, comprimió más fuertemente la manifestación del pensamiento, encarceló a los hombres que no adulaban su poder y convirtió a los sacerdotes en inquisidores de las conciencias y en voceros de su odioso despotismo. A la menor contrariedad se encapotaba su rostro y anublábase su espíritu, quedando hecho una verdadera fiera.

         Señor de vidas y de haciendas en su país; amo irresponsable de un pueblo humilde, sumiso y falto de toda cultura; viéndose adulado y obedecido de todos sus compatriotas, incondicionalmente, y dueño del poder absoluto; lisonjeado por los blancos orientales que necesitaban servirse de él como de un instrumento para sofocar la revolución del general Flores y afianzarse en el gobierno; ganoso de rivalizar con el general Mitre y conquistar fama de guerrero y de valiente, hombre de naturaleza hiperestética y por ende muy sensible a las excitaciones del amor propio y de la vanidad, y disponiendo de un ejército y de una escuadrilla de barquichuelos y bateas flotantes que llaman también garandumbas, lanzóse a la guerra contra el Brasil y la Argentina y sacrificó en ella el pueblo y a la nación entera.

         Si la declaración de la guerra al Brasil fue de parte de Solano López una insensatez y una temeridad, la declaración de la guerra a la Argentina al mismo tiempo fue una demencia, una locura, un acto propio de una fiera, de un salvaje, que solo obedece a su instinto carnicero, porque un gobernante juicioso ni busca la guerra, ni provoca simultáneamente a varias potencias a la vez. Es que Solano López quiso cumplir lo que dice el himno de Figueroa: Contra el mundo si el mundo se opone."

         A esta terrible y fulminante exposición sobre la personalidad del Mariscal, responde Ignacio A. Pane con una postura diametralmente opuesta. En el curso de un homenaje al doctor Luis Alberto de Herrera, dice:

         "Para esos fanatismos petrificados de la aberración antinacionalista a que he aludido, Francisco Solano López es algo así como la encarnación genuina de Lucifer (...) Hace tiempo ya, sin embargo, que Colombia y otros países no contaminados con los detritus históricos del Plata y sus afluentes proclamaron a López Héroe de América con solemnidad oficial... mientras el antiparaguayismo argentino, brasileño y paraguayo, casi fosilizado, sigue proclamando a Mitre el Washington y el ángel tutelar de los pueblos hermanos, su libertador, etc."

         Como puede observarse, ninguna de las partes ahorra recursos retóricos en materia de adjetivos y descalificaciones mutuas.

         Más adelante, sin embargo, puede notarse que los oponentes de Báez y sus seguidores no desconocían la realidad que significó la naturaleza omnímoda del poder ejercido por Solano López, pero preferían centrar su análisis en el rol histórico que a este le tocó desempeñar durante un conflicto que importó la ruina del pueblo paraguayo.

         Comenta Pane en el mismo discurso:

         "Es que en el Paraguay hay quienes han dado en llamar liberales y progresistas a los que condenando de palabras al tirano López, han sobrepasado sus crueldades y progresado sobre todo en barbarie, rapacidad y pequeñeces, en pleno siglo XX. Mientras que se nos ha llamado lopiztas y tiranófilos a los que hemos visto en el mariscal López ante todo el abnegado y quijotesco mantenedor del principio de nacionalidades."

         En todo caso, Pane justifica la veneración de su sector hacia López, y cuestiona los reproches que por ese motivo les formula Cecilio Báez. En un artículo publicado en el diario LA PATRIA, el 26 de mayo de 1908, abunda en esta noción:

         "Es un placer para mí que lejos de ser tiranófilo, como se nos llama a algunos jóvenes de criterio propio e independiente por el solo hecho de admirar lo bueno que tuvieron los tiranos muertos, con el mismo derecho que el doctor Báez admira a Francia, muchos políticos de hoy admiran a los tiranos vivos, lejos de eso repito, tengo el quijotismo de caer una vez más en desgracia en el ánimo de los hombres imperantes."

         Todavía en 1910, un Báez siempre incisivo, alertará a las generaciones jóvenes sobre la labor revisionista de Pane, O'Leary y otros.

         "Hay un grupo de escritores idólatras de la autoridad y de la fuerza que se distinguen ya por su manera paradójica de pensar, ya por la manía de justificar todos los atentados cometidos contra los fueros de la humanidad. Partidarios de estos hombres providenciales, estos autores prescinden de los principios de la justicia y la moral, y sólo miran los resultados de sus conquistas y de sus triunfos."

         En todos los casos, ambos partidos -lopiztas y antilopiztas- cayeron víctimas de cierto apasionamiento que nubló el análisis más objetivo de los hechos, lo cual era sumamente comprensible, dada la cercanía en el tiempo del evento que era objeto de controversia, así como las terribles consecuencias que el mismo significó para la sociedad paraguaya en su conjunto. Es que, al decir de Augusto Roa Bastos: "los rescoldos de la tragedia paraguaya humeaban aún".

 

         5. FRANCISCO SOLANO AL "SERVICIO" DE LA POLÍTICA

 

         Paradójicamente, con el transcurso del tiempo el encendido antilopizmo de fines del siglo XIX y comienzos del XX acabó cediendo paso a la defensa más nacionalista que pueda imaginarse de Solano López, sin espacio casi para la crítica, y responsable de los mismos abusos que en el pasado había cometido la corriente adversa. Así se llegó entonces a la exaltación de la figura de Solano López por parte de regímenes que precisaban imperiosamente contar con héroes infalibles que garantizaran la cohesión de la sociedad y consolidaran el autoritarismo, tal como sucedió a partir del gobierno del coronel Rafael Franco y terminó agudizándose bajo el régimen de Alfredo Stroessner Matiauda.

         La reivindicación "oficial" de Solano López se produjo durante el gobierno del coronel Franco, quien en una operación de dudosa consistencia científica, "descubrió" los restos del mariscal y ordenó su depósito en el Panteón Nacional de los Héroes, que fue finalmente inaugurado durante su corta gestión de un año y medio, entre febrero de 1936 y agosto de 1937.

         El coronel Franco encabezó la ceremonia realizada el 1 de marzo de 1936 en el Palacio de López para reivindicar la figura de López. Decía el entonces presidente: "La figura del gran estadista que el pueblo paraguayo aclama en estos momentos y que el Gobierno Provisional honra con un decreto extraordinario, no es por cierto la que alguna vez fue presentada como el arquetipo de la arbitrariedad y la violencia".

         Hacia el final de la proclamación, era fácil identificar el interés político del franquismo. Seguía Franco con su alocución:

         "Puedo aseguraros, mis compatriotas, que el honrar la memoria del ilustre gobernante que cayó en la defensa de su patria sin declinar jamás, hacemos obra positiva y fecunda y honramos el espíritu de la Revolución Libertadora que ha culminado en este histórico Palacio para redimir a los humildes, para restituir su decoro y su plena dignidad a la Patria Paraguaya y para labrar la reconstrucción nacional en un esfuerzo denodado y sostenido bajo la sombra augusta del pabellón nacional."

         La exaltación de López llegó hasta el paroxismo durante la administración de Stroessner, bajo cuyo gobierno todo lo vinculado con el Mariscal fue prácticamente elevado al rango de sacrosanto. Este hecho significó un rédito importante para el general, puesto que de alguna manera le permitió presentarse ante la sociedad paraguaya como una suerte de heredero político de Solano López, así como de quienes lucharon con él en defensa de la soberanía territorial, particularmente el general Bernardino Caballero, a quien se atribuía la "reconstrucción" del país con posterioridad al conflicto.

         El propio Stroessner lo deja en claro desde el principio. El 25 de mayo de 1954, en un acto celebrado en el Estadio Comuneros para aceptar su "postulación" a la Presidencia de la República, el militar declara:

         "El partido Colorado desde luego, es el gran obrero de la historia patria, porque sus orígenes así lo imponen y sus próceres políticos así lo justifican (...) Si el Partido Colorado renunciara a esa su expresión que lo identifica en el tiempo con la personalidad de la Nación, olvidaría el mandato que recibiera en Cerro Corá, que le fuera transmitido por el genio militar y político del General Bernardino Caballero, y que hoy lo analizamos y lo aceptamos, como una gloria que pone en nuestras manos, la antorcha alumbradora de los senderos del porvenir."

         En esta tarea, el régimen stronista contó con la invaluable colaboración de don Juan Emiliano O'Leary, -presente en el acto anteriormente mencionado-, quien contrariamente a lo acaecido con Pane, tuvo una vida muy longeva que recién llegaría a su término en 1969, es decir, casi a los noventa años de edad. Evidentemente, el O'Leary que brindó su apoyo en esta materia distaba mucho de ser aquel joven entusiasta y aguerrido que tuvo la valentía de derribar la muralla que los detractores personales de Solano López habían elevado tras la Guerra del 70.

         Uno de los actos reivindicativos más simbólicos que le cupo realizar a Stroessner, fue la repatriación de los restos de Elisa Alicia Lynch, llegados al país el 24 de julio de 1961. Una ceremonia marcada por la pompa y con profunda significación política fue encabezada por el "General Presidente". La escena ha sido magistralmente reproducida, en términos literarios, por la historiadora inglesa Siân Rees en su atrapante libro LA MARISCALA. ELISA LYNCH, PROTAGONISTA EN LAS SOMBRAS DE LA GUERRA DE LA TRIPLE ALIANZA.

         A la llegada de los restos de Lynch, el régimen encomendó a O'Leary que pronunciara un discurso de recibimiento. "Heroína la más grande de América; nadie la superó jamás en el valor, la abnegación, la lealtad, en la fidelidad al dolor y al sacrificio, en el desprecio al peligro y a la muerte y en la suprema altivez ante el infortunio", dijo henchido de orgullo el máximo defensor de los López.

         Llaman la atención las dificultades encontradas por la sociedad a la hora de hacer una justa valoración crítica sobre Solano López y su legado. De una época en que mencionar su nombre constituía casi un delito digno de ser combatido, se pasó a otro periodo igualmente extremo, en que cualquier atisbo de crítica hacia el Mariscal-Presidente o la forma en que condujo el conflicto diplomático, primero, y bélico después, era objeto de represión y rechazo.

         Todo parece indicar que el propio Francisco Solano presintió, poco antes de su muerte, la profunda división que generaría al interior de la sociedad paraguaya. De acuerdo con un escrito entregado por el padre Fidel Maíz a uno de los hijos del mariscal, este expresó en febrero de 1870 su postrer manifiesto en los siguientes términos:

         "Seremos vilipendiados por una generación surgida del desastre, que llevará la derrota en el alma y en la sangre como un veneno el odio del vencedor, pero vendrán otras generaciones y nos harán justicia aclamando la grandeza de nuestra inmolación. Yo seré más encarnecido que vosotros, seré puesto fuera de la ley de Dios y de los hombres, se me hundirá bajo el peso de montañas de ignominia. Pero también llegará mi día y surgiré de los abismos de la calumnia, para ir creciendo a los ojos de la posteridad, para ser lo que necesariamente tendré que ser en las páginas de la historia."

 

         Épocas de rechazo y de aceptación han pasado. La profecía del Mariscal-Presidente parece haberse cumplido. Así, en medio de exageraciones, reprobación en un tiempo y exaltación, en otro, se ha llegado hasta el presente, una época más favorable para la reflexión desapasionada que permitirá seguramente en un futuro no muy lejano formular un verdadero y equilibrado juicio de valor acerca de la aún hoy controversial figura de Solano López y su rol en la Triple Alianza, de su legado, y del verdadero lugar que le corresponderá ocupar en el juicio de la historia.

 

         6. DESAGRAVIO AL PADRE MAÍZ

 

         El padre Fidel Maíz (1828-1920) es una figura al mismo tiempo emblemática y controvertida de la Iglesia Católica paraguaya. En 1868 se desempeñó como Fiscal de Sangre de una causa iniciada por el mariscal López contra integrantes de su propia familia, de su gobierno y de la propia jerarquía eclesiástica, a quienes acusaba de confabularse en su contra.

         Como resultado de ese juicio, a fines de 1868 fueron fusilados el propio hermano de Francisco Solano, Benigno, el ex canciller José Berges, así como el Obispo del Paraguay, monseñor Manuel Antonio Palacios. La participación de Maíz en estos eventos le supuso una severa sanción eclesiástica por parte de la Santa Sede, de la que pudo librarse años más tarde tras una visita a Roma y la imposición de actos reparadores.

         Mucho tiempo después, cuando Maíz ya se encontraba en el Paraguay, retirado en su pueblo de Arroyos y Esteros, el sagaz y polémico Juan Silvano Godoi inicia una serie de publicaciones denunciando la participación del sacerdote en los Tribunales de Sangre de San Fernando.

         En 1916, se publica el libro DESAGRAVIO, con artículos del propio padre Maíz y de otros tantos que reivindicaban el papel que este había desempeñado durante aquellos trágicos sucesos. Una de las notas de dicho libro, a la que el padre Carlos Heyn califica como "brillante" corresponde precisamente a Ignacio Pane.

         Por entonces, Pane refiere cuanto sigue:

         "Somos el Paraguay múltiple de todo tiempo, como podéis comprobarlo en este álbum. Aquí están vuestros compañeros, los sobrevivientes de los tiempos heroicos de vuestra iniciación en la vida, los de la Epopeya Nacional, los de la gran catástrofe de 1870 y los del resurgimiento patrio. Aquí también los que representan de antemano el Paraguay futuro, en una forma más ideal que nosotros que ya representamos el pasado con los defectos de sus realidades."

         Y añade al final:

         "¿Seríamos dignos de lo que pretendemos ser, si dejáramos apagar vuestra vida en el silencio, cerrando nuestros ojos a la vista de vuestro hábito sacerdotal, con una indiferencia de bestias o un fanatismo antirreligioso más ciego y perjudicial que el fanatismo religioso? ¿Lo seríamos si despreciáramos vuestra figura, con torpe ingratitud para el Maestro, con anestesia extraña para la elocuencia del orador, con indiferencia abúlica para el compatriota, héroe en la paz proficua y en la guerra santa, como vos? Al tributaros, pues, esta demostración, satisfacemos las exigencias de nuestra propia dignidad."

         Curiosamente, el padre Fidel Maíz, ya casi centenario, fallece exactamente un día antes que Ignacio Alberto Pane, el 9 de marzo de 1920.

 

 

CAPÍTULO IX

EL FINAL

 

         1. LA VIDA SE VA

 

         Ignacio Alberto Pane vivió tan solo 39 años. A comienzos del año 1920 sufrió una grave descompensación en Itapúa. A pesar de que en el mes de febrero se había anunciado por la prensa que el legislador colorado se estaba recuperando favorablemente, al mes siguiente se produjo su deceso.

         Sin lugar a dudas, la desaparición física de Pane, acaecida el 10 de marzo de 1920, significó un duro golpe para la sociedad paraguaya, y ello fue reflejado por todo el espectro político nacional, sin distinciones de ningún tipo. En la consideración de su figura y el aporte que la misma significó para el país, coincidieron por igual oficialistas y opositores.

         En su edición del 11 de marzo de 1920, el diario LA TRIBUNA expresa su sentimiento con el estilo periodístico propio de la época:

         "Anoche a las nueve y media falleció en esta capital el doctor Ignacio A. Pane. La noticia nos acongoja porque su desaparición implica para la intelectualidad paraguaya una pérdida irreparable y muy particularmente para la juventud que le admiraba y quería por su dedicación al estudio y a la enseñanza.

         La Parca cruel parece echarse ahora en poco tiempo, en los hombres de actuación descollante en nuestra patria. Enseguida vienen a la memoria los que, en breve espacio de tiempo, han desaparecido dejando en nuestro corazón e inteligencia una profunda huella: el austero Franco, el batallador Brugada, el padre Maíz y hoy el maestro Pane. ¡Quiera el destino que se detenga la guadaña segadora!"

         Por su parte, el diario oficialista EL LIBERAL, también en su edición del 11 de marzo de 1920 destaca:

         "Ha sorprendido dolorosamente a la sociedad la muerte de este ilustrado compatriota (...) El doctor Pane, uno de los miembros más conspicuos del Partido Colorado, pertenecía a la nueva generación (...) que se ha caracterizado por una intensa labor y rara contracción a los estudios.

         El doctor Pane fue modelo de hombre trabajador incansable que merced a sus propios esfuerzos ha logrado conquistarse una posición saliente en la sociedad, pues todo se lo debía a sí mismo. Con razón su muerte comporta una pérdida sensible para la nación, no sólo al partido político en cuyas filas ha actuado con verdadera eficacia. Rendimos, de consiguiente, el merecido homenaje a la memoria del doctor Ignacio A. Pane, tanto más sincero cuanto que el extinto ha sido un leal adversario nuestro en la prensa y en las luchas políticas; mas, ante la muerte, han de acallarse las pasiones para dejar paso a la justicia, que no se debe negar a quien traspone los dinteles de la vida hundiéndose en el misterio del no ser."

         Sus inseparables amigos de la época lamentaron hondamente su pérdida. "He quedado mudo bajo el golpe terrible (...) Ha sido como un terremoto interior que ha dado en tierra con una parte de mi vida", lamentó Juan Emiliano O'Leary. Su colega en el Parlamento, Antolín Irala, manifestó: "La patria está de duelo, acaba de extinguirse para siempre la llama que ardió en el espíritu superior de uno de sus hijos más preclaros... El Dr. Ignacio A. Pane ha muerto".

         Se apagó así una vida que mucho había dado por su país y de la que todavía mucho se esperaba. Fue velado en el Palacio Legislativo. Su joven viuda, Luisa Ciancio de Pane, acompañada de los cuatro hijos que concibió con su esposo, dio sepultura a los restos de Ignacio Alberto en el cementerio de la Recoleta, a las cinco de la tarde del jueves 11 de marzo de 1920.

         Vale la pena extraer un par de párrafos de la carta que el doctor Luis Alberto de Herrera, amigo personal de Pane, reivindicador igual que él de la causa paraguaya en el conflicto contra la Triple Alianza y ex presidente del Uruguay, remitió con motivo de la desaparición física del entonces parlamentario paraguayo.

         "A justo título pueden llamarle maestro de la juventud paraguaya, como que a ella diera lo mejor de su ser y por ella se consumiera en el desvelo (...) La severa personalidad del doctor Pane siempre me inspiró singular respeto y cuando sus labios generosos me honraron con palabras indulgentes, profundamente se lo agradecí, valiendo más el elogio que el elogiado. En su ley ha caído el profesor de ideales: herido en el corazón. Con la última palada de tierra caída sobre su féretro no debe morir el homenaje paraguayo al ilustre Pane, que enseñó a la juventud de su país con su estoicismo, con su sabiduría y con su propio dolor.

         La acción heroica no es patrimonio de los guerreros: ella cuaja en la cátedra como en las trincheras de Curupayty, Pane es un héroe de la república y por eso la lápida que cubre sus despojos debe desdoblarse en estatua."

 

         2. AFECTO Y SOLIDARIDAD

 

         Poco después de fallecer, el Congreso acuerda asignar a la viuda e hijos del doctor Pane las dietas que le correspondían por todo el mandato en que este debía desempeñar su cargo.

         En su edición del 5 de agosto de ese mismo año de 1920, el diario del Partido Republicano anuncia la conformación de una comisión destinada a recaudar fondos para ser entregados a los familiares del difunto. El doctor Luis A. Argaña y Julio J. Michelagnoli proporcionan una lista con las siguientes suscripciones: con 1.000 pesos cada uno, los doctores Gerónimo Zubizarreta, Antolín Irala, José T. Legal, José Emilio Pérez, José Irala y Juan José Soler; con 500 pesos, Pedro Bobadilla, Manuel Burgos, Teodosio González, Félix Paiva, Ángel Medina, Francisco Gubetich, Eladio Velázquez, Vicente Rivas, Luis de Gásperi, Zoilo Díaz Escobar y Francisco Rolón.

         Según deja constancia el doctor Julio César Frutos en su libro de próxima aparición IGNACIO A. PANE. POLÍGRAFO MAXIMO, refiriéndose a la austeridad del biografiado y a la solidaridad que esta había despertado en sus colegas abogados, el diario mencionado señalaba que aquel: "no dejó más que el recuerdo de sus virtudes y el prestigio de su nombre".

         "La colecta a que hace referencia la nota de PATRIA del 5 de agosto de 1920 -destaca el doctor Frutos- fue iniciada por los colegas abogados como una contribución al pago de deudas por parte de la familia y que el doctor Pane, a raíz de su sorpresiva enfermedad y muerte, no había podido saldar. Debe hacerse notar -en un gesto que los honra- que figuran en la lista notorios adversarios políticos suyos. Se trata de un rasgo de civilidad paraguaya escasamente repetido después."

         Habría que agregar; para hacer completa justicia, que la solidaridad de sus colegas no fue solamente el reflejo de un acto aislado de generosidad, sino que él también se explicaba en la admiración que todos ellos sentían hacia una persona que había dado lo mejor de sí al servicio completo de la República, no solamente en el orden político, sino también en el académico, el jurídico y social.

 

         3. TEATRO MUNICIPAL "IGNACIO A. PANE"

 

         El homenaje a la figura y el legado de Ignacio Alberto Pane no solamente se hizo sentir inmediatamente después de su inesperada desaparición física, sino que se prolongó por generaciones futuras.

         En 1923 se constituyó el club "IGNACIO A. PANE", cuya Presidencia fue ejercida por su compañero de causa Juan Emiliano O'Leary.

         En 1949, a escasos dos años de iniciada una nueva "era colorada" en el Paraguay, la Junta Municipal de Asunción, por decreto número.1.683 del 8 de abril de 1949, bautizó al principal teatro de la capital de la República con el nombre de IGNACIO ALBERTO PANE, el cual ostenta hasta la fecha.

         En su primer artículo, el documento aludido señala cuanto sigue: "Designase con el nombre de Dr. Ygnacio A. Pane (sic.) a nuestro primer Coliseo en homenaje al ilustre intelectual, famoso como Literato, Pedagogo y político".

         El decreto lleva la firma de Alfonso Masi, Presidente de la Junta Municipal, y de Beatriz D. Caballero, Subsecretaria. El intendente municipal de Asunción de la época, Marcial González, rubricó el documento el 11 de abril de 1949.

         Existen referencias acerca de intentos de modificar el nombre del Teatro Municipal de Asunción en épocas recientes. Uno de los principales cuestionamientos sería que Pane no era un exponente de la dramaturgia nacional.

         Ahora bien, no existen argumentos definitivos para sostener que un teatro necesariamente deba llevar el nombre de un dramaturgo, y no el de cualquier otro intelectual o cultor de las artes en general.

         Si observamos los precedentes de la región, por ejemplo, podemos constatar que existen grandes salas en países hermanos que no solamente no llevan nombres de dramaturgos en particular, o de artistas, en general, sino de figuras relevantes de la historia.

         Tal el caso de los principales teatros de Buenos Aires y Montevideo, por ejemplo, que fueron bautizados con los nombres de dos descubridores europeos: "Colón" y "Solís", respectivamente. Por lo pronto, existen dos argumentos de peso para que el Teatro Municipal continúe llamándose IGNACIO A. PANE. Por un lado, la tradición; este es el nombre que la sala exhibió ininterrumpidamente en los últimos 62 años.

         Por otra parte, Pane es una figura relevante de la cultura, la historia, la política y la educación del Paraguay. Exponente del novecentismo y autor del primer libro de poesías publicado en la República del Paraguay. Tres razones de peso para seguir homenajeando su nombre en el teatro más importante del país.

 

         4. LA MANIPULACIÓN STRONISTA

 

         Una dictadura como la de Alfredo Stroessner Matiauda, quien gobernó el país con mano de hierro entre 1954 y 1989, precisaba rodearse de héroes y de intelectuales para legitimar su poder. No alcanzaba mantener un control policíaco de los ciudadanos a través del férreo dominio de los organismos de seguridad, también era preciso seducir las mentes, intentar convencerlas de que lo que se hacía era para su propio bien.

         En esta tarea destinada a cautivar el "corazón" de las masas, uno de los instrumentos a los que el general echó mano fue el Partido Colorado. Pero su labor de cooptación de las estructuras partidarias no fue una labor de conquista, en esa tarea contó con el apoyo decidido de un número importante de dirigentes colorados, entre quienes se destacó, evidentemente, el arquitecto Tomás Romero Pereira.

         Una vez que esa nucleación política fue totalmente subordinada, también se procedió a capturar el patrimonio histórico, social y cultural de dicha organización. Ello implicó no solamente la manipulación de la doctrina de ese partido, sino también el posicionamiento de sus figuras históricas más representativas, entre las que sobresale, qué duda cabe, la de Ignacio Alberto Pane, el hombre preocupado por las grandes cuestiones éticas de su tiempo cuyos idearios y luchas, de pronto, se vieron puestas al servicio de la justificación moral de un régimen autoritario.

         La expresión más acabada de esta maniobra intelectual queda expuesta en el opúsculo DR. IGNACIO A. PANE. MAESTRO Y REIVINDICADOR SOCIAL, publicado en 1982 por el entonces diputado stronista Américo A. Velázquez, con prefacio del doctor Juan Ramón Cháves, a la sazón presidente de la Junta de Gobierno del Partido Colorado.

         Se señala allí:

         "Debemos reconocer que recién en la época actual se cumplen y se hace justicia con las aspiraciones e ideales por los que lucharon nuestros antepasados ilustres, entre quienes ocupa un lugar destacado el maestro Ignacio Pane.

         Es con el Gobierno del PRESIDENTE ALFREDO STROESSNER que la educación y la cultura alcanzan un nivel de alta promoción, las mujeres tienen el ejercicio de sus derechos a plenitud, las conquistas sociales de los trabajadores tienen fuerza legal, las glorias de la patria son veneradas en los Colegios y Escuelas, y una conciencia nacionalista fortalece, cohesiona e impulsa creativamente pueblo paraguayo hacia etapas de amplias reivindicaciones y de desarrollo."

         Ignacio Alberto Pane murió 34 años antes de que Alfredo Stroessner accediera al poder, casi el mismo tiempo que este detentó la máxima autoridad de República con métodos totalitarios. De todas formas, no es fácil saber qué posición política hubiera asumido el parlamentario, docente, periodista y pensador paraguayo en caso de estar vivo al momento de instaurarse la dictadura, fundamentalmente porque el curso de la vida suele dar lugar, en muchas ocasiones, a que los seres humanos contradigan con sus actos los principios que originalmente defendieron con sus palabras.

         Sea como fuere, sí es difícil suponer que un hombre que combatió firmemente por la libertad de prensa, que expresó por todos los medios y en distintas etapas de su vida su compromiso con los valores democráticos, que bregó arduamente por la vigencia de la justicia social en su país y que, además, se declaró abiertamente socialista pudiera consentir siquiera de manera fugaz en que losan métodos controvertidos del totalitarismo se apoderar de los resortes partidarios y se alzaran como botín a la República.

 

 

CONCLUSIÓN

 

         Al juicio sobre la vida y la obra de Ignacio Alberto Pane le cabe de alguna manera la consideración que el célebre escritor compatriota Augusto Roa Bastos formuló acerca de su admirado Rafael Barrett:

         "Lo malo es que la vida de hombres como Barrett nos induce a un lenguaje apologético, que no siempre es el producto de una legítima admiración sino de las supersticiones de una mala conciencia individual y colectiva (...) Reconocerlo es ya un paso hacia el gradual descubrimiento de una verdad de la que no se ha dicho aún la palabra justa."

         Tampoco sobre Pane se ha dicho aún la "palabra justa". Este trabajo pretende ser una humilde, modesta contribución en la búsqueda de ese término medio adecuado, de esa verdad oculta a la que estamos empeñados en vislumbrar.

         En su fascinante libro LA RECONSTRUCCIÓN DEL PARAGUAY. 1878-1904, el historiador norteamericano Harris Gaylord Warren se pregunta no sin razón ¿por qué los intelectuales de aquella época no desempeñaron un rol más destacado en la historia paraguaya? Concluye que, en parte, se debió a su incapacidad de diferenciarse -"independizarse", dice- de los militares, responsabilizando por ello en términos iguales a grandes figuras del siglo XIX, como José Segundo Decoud, Juan Crisóstomo Centurión y Benigno Ferreira, como a las del siglo siguiente: Fulgencio Ricardo Moreno, Manuel Gondra, e incluso a los mismísimos Eligio y Eusebio Ayala.

         "Los intelectuales no fueron capaces de crear un consenso o evitar las divisiones interiores de los partidos políticos -dice en forma lapidaria-. Durante la ocupación militar posguerra el Brasil decidía quién iba a ser presidente; cuando había resistencia, era siempre la de un grupo de militar y civiles. Aquella dependencia de los militares rebajó al intelectual, jerarquizó al militar e impidió el desarrollo regular de las ideas en la política. Los intelectuales no estaban por encima de las disputas sectarias."

         Esta visión pesimista, contrasta notablemente con aquella expresada por Cecilio Báez, cuando afirmó que "En los últimos cuarenta años (1870-1910) el Paraguay ha realizado más progresos que en los 334 anteriores, así en orden intelectual y político, como en el social y económico (…) Este milagro se debe al régimen de la libertad",

         Es probable que entre uno y otro juicio exista un término medio a considerar. Por un lado, se debería mencionar que los intelectuales de aquella época no era lo suficientemente numerosos que se hubiera deseado para generar una masa crítica en el país que permitiera producir una real transformación en el estado de cosa que por entonces se vivía.

         Por otra parte, la Guerra contra la Triple Alianza dejó al país exánime, desolado, sin recursos para pode emprender de forma medianamente aceptable la titánica tarea de la reconstrucción. Esto incidió profundamente en lo que respecta a los medios los cuales se requerían para producir un salto de calidad sustantivo en materia educacional, razón por la cual la enseñanza fue un asunto severamente deficitario a lo largo de las tres y cuatro primeras décadas que siguieron a aquel conflicto apocalíptico.

         Tal como el mismo Warren lo señala en la obra citada anteriormente: "En 1901 había 25.247 alumnos en todas las escuelas públicas del Paraguay pero, mientras que en Asunción había 205 docentes para 5.147 niños, en el resto del país había 547 docentes para 20.100 alumnos. La carencia de maestros calificados era un problema crónico".

         La situación que atravesaba la Universidad Nacional no era mucho más auspiciosa, ya que "para fines de 1899 sólo había 24 estudiantes de Derecho, 26 de Medicina y 387 alumnos en el Colegio Nacional".

         Esto no significa de ninguna manera que los gobiernos que se sucedieron tras la guerra hayan dejado a la educación de lado o no quisieran asignarle los recursos económicos y humanos que se requerían para avanzar sustancialmente en la materia. La verdad es que, en la mayoría de los casos, esos recursos o bien no existían o eran tremendamente insuficientes.

         Por lo tanto, mientras la educación no llegara de manera extendida a todas las capas de la sociedad, tanto en las áreas rurales como en las urbanas, era muy poco lo que algunos grupos de intelectuales pudieran hacer aisladamente por el desarrollo del país, en términos de producir un cambio radical en las condiciones de vida políticas, económicas, sociales y culturales.

         Evidentemente, este fue el caldo de cultivo en que se cebaron tanto los autoritarismos como la inestabilidad política que signaron la historia del país durante prolongados períodos. En todo caso, lo claramente notable en el accionar de una figura como Ignacio A. Pane es que puso sus mejores dotes intelectuales y una gran parte de sus energías físicas en pos del progreso colectivo de su país. Tal vez ello explique, de alguna manera, el motivo de su tan temprana desaparición y el enorme vacío que ella significó para una joven República que luchaba denodadamente para alcanzar un porvenir mejor para sus hijas y sus hijos.

         Dice de él Justo Pastor Benítez en EL SOLAR GUARANÍ:

         "Incansable hasta caer agotado, después de ilustrar con su palabra la cátedra, la prensa, la magistratura, el parlamento y la tribuna popular. Escribe versos, polemiza, redacta alegatos, publica libros, colabora en revistas y le sobra tiempo para hacer investigaciones como el ‘Indio Guaraní’. Se quemaba por las dos puntas, su inteligencia está en constante ignición, tuvo el destino de los Ríos: Cruzar el mundo fecundando."

         Su legado fue notable en muchas áreas, así como el de la mayoría de los intelectuales que le fueron contemporáneos. Es probable que el Paraguay nunca haya vuelto a registrar en su historia la existencia de un grupo tan destacado de figuras que incidieran de forma significativa en el devenir de la política, la historia, la literatura, la diplomacia y las ciencias sociales del país como fue el del novecentismo.

         Es probable, como menciona Gaylord Warren, que ellos pudieran haber desempeñado un rol aún más destacado. Circunstancias de diferente índole seguramente impidieron que esto se cumpliera. Lo que sí está claro es que el Paraguay difícilmente pudiera explicarse sin la existencia, la labor enjundiosa y el increíble legado de este grupo de hombres verdaderamente excepcionales que integraron el novecentismo.

         Ignacio Alberto Pane fue uno de ellos. Su corta vida impidió que todo su potencial pudiera ser expresado a plenitud. Su imprevista muerte, sin embargo, ennobleció de alguna forma su figura, permitiendo que sobre ella existiese una suerte de consensuado elogio y admiración. Tuvo la "buena fortuna de morir joven", al decir del filósofo rumano-francés Emile Cioran. Esa misma "suerte" que ayudó siempre a parir a las grandes leyendas de la historia.

         "Recuerdo la silueta peculiar y estrafalaria de Ignacio A. Pane. Descuidado en el vestir, la corbata mal anudada, pequeño de cuerpo, tenía una cabeza admirable. Sonreía siempre con una bondad casi evangélica. La bondad era consustancial con su persona, y su corazón dejó de latir sin haber conocido el veneno del rencor. Su mirada, a través de los lentes, se clavaba en esferas ideales y tenía el brillo extraño de las pupilas que han sondeado el mundo metafísico de la investigación de la verdad. Hablaba rápidamente, y su lenguaje no difería mayormente de su estilo escrito. En la discusión era elocuente. Algunas arengas suyas, improvisadas en sus funciones de legislador, son las piezas de más noble elocuencia y de más sólida doctrina que se han pronunciado en el parlamento paraguayo en los últimos tres lustros."

         La elogiosa cita anterior pertenece a un correligionario suyo: Natalicio González. Ningún adversario político de Ignacio la impugnó jamás. Hazaña nada desdeñable en una época en que las diferencias se superaban con métodos no siempre pacíficos, y en la que el contendiente circunstancial era generalmente considerado como un enemigo a quien batir. Ese espíritu de tolerancia, al que contribuyó una personalidad conciliadora, es quizás el mayor legado que Pane pudo hacer a la causa del entendimiento entre los habitantes de su propio país.

 

 

 

FUENTES CONSULTADAS

 

Bibliografía:

 

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ZUBIZARRETA, Carlos. CIEN VIDAS PARAGUAYAS. Buenos Aires. Nizza.1956.

 

Periódicos:

 

LA PATRIA. 3 de setiembre de 1901.

LA PATRIA. 20 de febrero de 1902.

LA PATRIA.17 y 19 de setiembre de 1907.

LA PATRIA. 25, 26, 27, 28 y 29 de mayo de 1908.

LA TARDE. 26 de agosto de 1905.

LA TRIBUNA. Marzo de 1920.

EL LIBERAL. Marzo de 1920.

EL DIARIO. Marzo de 1920.

 

Entrevistas y colaboración:

 

Elvira Ríos y Cinthia Pane, esposa e hija del capitán (SR); Ignacio A. Pane, Hijo menor de Ignacio Alberto Pane: Asunción, marzo de 2011.

Leandro Prieto Yegros: Asunción, abril de 2011.

Doctor julio César Frutos: febrero y mayo de 2011.

Milda Rivarola y Jorge Rubiani: marzo de 2011.

 

 

 ARTÍCULOS DEL LIBRO EN ABC COLOR:

 

 

 

 

UNA BIOGRAFÍA DE IGNACIO A. PANE

 

Ignacio A. Pane, cuyo nombre lleva el Teatro Municipal, es uno de los mayores intelectuales y políticos que dio el Paraguay. El mismo, a pesar de haber fallecido muy joven, dejó su impronta en la memoria nacional.   

Hoy, a pesar de que su nombre “suena” entre la gente –sobre todo por lo del Teatro Municipal– pocos conocen realmente quién fue y qué hizo por el país.

UNA SEMBLANZA ACABADA

Adrián Cattivelli hizo una investigación muy amplia sobre su personalidad, su formación, su pensamiento y su obra para brindarnos una semblanza acabada de este hombre que se ganó el respeto hasta de sus adversarios políticos.   

Con este libro, la ciudadanía podrá medir la dimensión exacta de Ignacio A. Pane, político que militó en el Partido Colorado y un escritor de estilo agudo y punzante. También fue una personalidad preocupada por las cuestiones sociales y uno de los primeros en promover la jornada laboral de 8 horas. Por su  admiración por las mujeres lo llevó a convertirse en un feminista convencido.   

El autor del libro biográfico Ignacio A. Pane, Adrián Cattivelli Taibo, nació en Montevideo el 5 de agosto de 1969.

Su familia emigró al Paraguay en agosto de 1983, en una época en que ambos países eran gobernados por presidentes militares: el teniente general Gregorio Álvarez (actualmente detenido por violaciones contra los derechos humanos) en el primero, y el general de Ejército Alfredo Stroessner, en el segundo.   

Tras haber pasado la mayor parte de su vida radicado en el país, decidió adoptar la ciudadanía paraguaya por naturalización, la cual le fue concedida por sentencia de la Corte Suprema de Justicia del 3 de noviembre de 2006.   

Luego de realizar estudios de Filosofía y Teología en Asunción, Buenos Aires y Florencia (Italia), retornó al país desde Europa a fines de 1994, dedicándose desde entonces de manera ininterrumpida al ejercicio del periodismo y a la comunicación institucional.   

A partir de ese año se desempeñó primeramente como colaborador del desaparecido semanario Tiempo 14, y posteriormente integró el plantel de periodistas de los diarios La Nación y Última Hora.

En este último periódico trabajó hasta agosto del año 2003, cuando fue nombrado Director de Prensa del Ministerio de Relaciones Exteriores, cargo que ocupó hasta agosto de 2006. Posteriormente, entre mayo de 2007 y enero de 2010 fue editor del Departamento de Prensa de la Organización de los Estados Americanos (OEA), con sede en Washington DC.   

A partir del 1 de febrero de 2010 se desempeña como editorialista y columnista de opinión del diario ABC Color.

27 de Julio de 2011

Fuente digital: www.abc.com.py

 

 

LIBRO SOBRE IGNACIO A. PANE SE LANZA MAÑANA

 

Mañana,  ABC Color entrega el libro número 22 de la  Colección Protagonistas de la Historia, de la Editorial El Lector. El libro  dedicado a Ignacio A. Pane fue  escrito por Adrián Cattivelli Taibo.

Ignacio A. Pane, cuyo nombre lleva el Teatro Municipal, es uno de los mayores intelectuales y políticos que dio el Paraguay. El mismo, a pesar de haber fallecido muy joven, dejó su impronta en la memoria nacional.   

Hoy, a pesar de que su nombre “suena” entre la gente –sobre todo por lo del Teatro Municipal– pocos conocen realmente quién fue y qué hizo por el país.   

Adrián Cattivelli hizo una investigación muy amplia sobre su personalidad, su formación, su pensamiento y su obra para brindarnos una semblanza acabada de este hombre que se ganó el respeto hasta de sus adversarios políticos.   

Pane, quien  militó en el Partido Colorado, fue  un escritor de estilo agudo y punzante. También fue una personalidad preocupada por las cuestiones sociales y uno de los primeros en promover la jornada laboral de 8 horas. Su admiración por las mujeres lo llevó a convertirse en un feminista convencido.   

El autor del libro biográfico Ignacio A. Pane, Adrián Cattivelli Taibo, nació en Montevideo el 5 de agosto de 1969.   

Su familia emigró al Paraguay en agosto de 1983. Tras haber pasado la mayor parte de su vida radicado en el país, decidió adoptar la ciudadanía paraguaya por naturalización, la cual le fue concedida en  2006.   

Estudió Filosofía y Teología en Asunción, Buenos Aires y Florencia (Italia), retornó al país a fines de 1994, dedicándose desde entonces al  periodismo y a la comunicación institucional.

30 de Julio de 2011

Fuente digital: www.abc.com.py

 

 

IGNACIO A. PANE: PERSONAJE EJEMPLAR, PERO DESCONOCIDO

 

¿Por qué el Teatro Municipal lleva el nombre de Ignacio A. Pane, cuándo se determinó esa denominación, quiénes tuvieron tal iniciativa y quiénes la hicieron realidad? ¿Quién era intendente de Asunción en aquel entonces? ¿Se quiso cambiar tal nombre alguna vez? ¿Qué se adujo para evitarlo?

 

Todas estas preguntas que mucha gente ha exteriorizado con frecuencia se responden en el libro titulado, justamente, “Ignacio A. Pane”, escrito por Adrián Cattivelli Taibo y que se publica hoy domingo con el ejemplar de ABC Color, en  la Colección Protagonistas de la Historia, de la Editorial El Lector.   

El Teatro Municipal se inauguró el 21 de julio de 1889. En 1939 pasó a convertirse en patrimonio de la Comuna asuncena. En 1949 se lo denominó Ignacio A. Pane. Mucha gente opina hoy que sería más adecuado designarlo con el nombre de algún dramaturgo célebre o un actor admirado. Pane no fue ni lo uno ni lo otro. Sin embargo, su nombre sigue incólume identificando al viejo teatro de la calle Presidente Franco.   

¿Qué aduce Adrián Cattivelli Taibo, autor del libro “Ignacio A. Pane”, sobre este aspecto?   

El biógrafo, que a la vez es periodista de ABC Color, señala en una parte de su obra que “Pane es una figura relevante de la cultura, la historia, la política y la educación del Paraguay. Exponente del novecentismo y autor del primer libro de poesías publicado en la república. Tres razones de peso para seguir homenajeando su nombre en el teatro más importante del país”.   

Otro aspecto destacado del libro de Cattivelli que contiene la biografía de Pane es el relativo a la manipulación que hizo el régimen de  Stroessner de varias personalidades históricas  del Partido Colorado, como en el caso específico de Pane.   

“Una vez que esa nucleación política fue totalmente subordinada (por Stroessner) –dice Cattivelli en un párrafo de su apasionante texto–, también se procedió a capturar el patrimonio histórico, social y cultural de dicha organización. Ello implicó no solamente la manipulación de la doctrina de ese partido, sino también el posicionamiento de sus figuras históricas más representativas, entre las que sobresale, qué duda cabe, la de Ignacio Alberto Pane, el hombre preocupado por las grandes cuestiones éticas de su tiempo cuyos idearios y luchas, de pronto, se vieron puestas al servicio de la justificación moral de un régimen autoritario”.   

Ante el supuesto de qué hubiera pensado Ignacio A. Pane del régimen stronista, Cattivelli arriesga una hipótesis: “Es difícil suponer que un hombre que combatió firmemente por la libertad de prensa, que expresó por todos los medios y en distintas etapas de su vida su compromiso con los valores democráticos, que bregó arduamente por la vigencia de la justicia social en su país y que, además, se declaró abiertamente socialista, pudiera consentir siquiera de manera fugaz en que los métodos controvertidos del totalitarismo se apoderaran de los resortes partidarios y se alzaran como botín a la República”.   

Hoy, a través de ABC Color y El Lector, el público tiene la oportunidad de leer uno de los libros más conmovedores de la Colección Protagonistas de la Historia.

31 de Julio de 2011

Fuente digital: www.abc.com.py

 






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