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LUCY MENDONÇA DE SPINZI (+)

  RUPTURA (Cuento de LUCY MENDONÇA DE SPINZI)


RUPTURA (Cuento de LUCY MENDONÇA DE SPINZI)

RUPTURA

Cuento de LUCY MENDONÇA DE SPINZI

 

 

RUPTURA

Estaban conversando sobre el problema de conducir en nuestra ciudad capital a causa de los baches y cárcavas que jalonan nuestras calles y rutas, y sobre la ineptitud de los responsables municipales y otras características de las instituciones kafkianas laberínticas de nuestra patria tercermundista. ¡Y sin saber por qué ni cómo, Elvirita se puso a gritar como loca palabras soeces y procacidades nunca escuchadas, acusando a sus amigas de hacer alarde de sus automóviles y de la supuesta pretensión de humillarla!

Una vez que el hijo retiró a la descompuesta progenitora con palabras persuasivas, Adelaida se disculpó:

-Perdonen amigas. La culpa es mía. No debí invitarla. La pobre Elvira está mal de los nervios. Gracias a Dios que ahora, la acompaña el hijo. Desde el último escándalo que armo en público ya no va sola a ninguna parte.

-¡Y parecía tan agradable, tan comprensiva...! -intentó continuar Adelaida-. Y prometía llegar a ser buena escritora, la pobre...

Con un gritito de pajarraca salto Amalia: -¡Pero Adelaida si ella no está muerta! ¿Por qué la mencionas en pasado? ¡Qué crueldad!

Así se inicio una rencilla mujeril que acabo con el festejo de cumpleaños de María Rosa...

 

"Ella me anuló, me acobardó, me domó como a un potrillo hasta dejarme coja, y más que coja, escindida, partida, sin mi mitad intrépida para realizarme íntegramente. ¡Y yo la necesitaba más que al aire! Cuando me encontraba sin ella, corría al perchero para olisquear su ropa de casa intentando recuperarla a través de las narices, como los terneros que buscan la teta materna... No podía estar sin ella. ¡Dios mío! Y me daba órdenes y quería convertirme en su doble, para comer según su medida, para hacerlo todo a su modo, para modelarme a su talante, mientras lo único que yo necesitaba desesperadamente era su amor, su aprobación, su sonrisa. Cuanto más yo la reclamaba, más ella exigía... Pero jamás pude encontrar el modo ni las palabras para hacerme entender.., o quizá ella no quiso o no supo escuchar.. Con su eterna expresión adusta me repetía: "¡Hay un solo modo de hacer las cosas: perfectas! " Para ella el modo perfecto era SU modo ":

 

María Rosa y Adelaida la visitaron en el sanatorio. Cuando las vio, Elvira se echo a llorar. Las amigas la consolaron como pudieron y ella, entre congojas; trato de explicar lo que sentía.

-No, no y no, es ella la culpable de todos mis problemas; ella y solamente ella... No sé qué me está pasando. Trate de superar el miedo que ella me metió bajo la piel. "Que no hagas esto, que no hagas aquello, que puede sucederte esto y que puede suceder aquello". Me obligaba a comer para cebarme como pavo de Navidad; mientras, me contaba cuentos aprovechando que la miraba con la boca abierta para meterme la cuchara por sorpresa. Una vez ensarto dos hileras de porotos en el tenedor y me los introdujo sin más ni más. Cuando ya los tenía yéndoseme vía gaznate, me alentó con una gran sonrisa de aprobación diciéndome: ¡Estas por tragarte los foquitos de la plaza! Entonces expulse con grande y sonoro soplido los porotos que, sin yo quererlo, fueron a parar a su cara. Así comenzó a detestarme, según creo; y comenzó a retacear las palabras y a exigirme más con la mirada acusadora y huidiza para que me sintiera culpable sin saber nunca exactamente de qué. Y se fue alejando como un barco que se pierde mar adentro. ¡Y yo que la necesitaba tanto! Intentaba complacerla, pero cuanto más empeño ponía, menos lograba complacerla... El mar entre nosotras iba creciendo en la medida en que yo me esforzaba. Y le fui tomando rencor hasta que, ya en la pubertad, decidí jugarme el todo por el todo. Tome bríos antes de hacer el experimento y a sabiendas de que ella odiaba que emitiera procacidades como "tonto", "malo" o, ¡anatema!, "estúpido", me jugué entera y le tire a la cara -como los porotos de mi infancia- tres blasfemias seguidas, de las más gordas, a esa altura incipiente de mi experiencia blasfematoria. Entonces espere con pánico a que cayera muerta con el corazón hecho añicos con sonido de cristal estrellándose en el piso... Pero, ¡a Dios gracias!, el matricidio se frustro: Quedo ahí, de pie, enterita, sin pestañear, sin verme, con la mirada vacía para mi presencia desde entonces y para siempre...

Cuando las amigas se marcharon con morbosa compasión y secreto gozo de no estar en los zapatos de la "pobre Elvirita", la internada quedó llorando metida hasta los tuétanos en el pasado.

 

Mamá, mamita, ¿estás enojada conmigo? Mamá, mamita, soy yo quien te habla, yo, tu hija; no mires al techo por, favor, aquí estoy, te estoy preguntando, y no es cierto tu NO, por tu mirada veo que si, estás enojada conmigo, por favor ¿me estás escuchando?, se que sí; al menos si me dijeras que hice de malo trataría de enmendarlo. Por Dios, mamá, mamita, quiero saber en que erre, y te prometo que no voy a mirar siquiera a la calle, que voy a portarme bien, que...

 

Décadas después las amigas reunidas solían recordarla, pero muy de cuando en cuando. Entonces decía María Rosa: Chicas, ¿hace cuanto no vamos a visitar a "la pobre Elvirita"?

La última vez María Rosa anunció: -Chicas, anoche "la pobre Elvirita" entregó su alma al Señor. Debemos ir al velatorio antes del entierro. Entonces llegaron los detalles: murió asistida por las Hermanitas de la Caridad en el Hospital de enfermos mentales Santa Clara. No, jamás se recuperó. Vivió y murió entre clamores de perdón a su mamá por el supuesto matricidio y entre blasfemias y maldiciones reclamando su mitad asesinada por la que le dio el ser y se lo amputó, reclamando su medio yo perdido, con el que se le fue para siempre el coraje para conducir su propio automóvil...

 

Areguá, 11 de abril de 2005.

 

Fuente:
TALLER CUENTO BREVE
Coordinación :
DIRMA PARDO CARUGATI ,
Asunción-Paraguay
Octubre 2005 (179 páginas)

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