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MILIA GAYOSO MANZUR

  HORCHATA PARA EL MAL DE AMOR, 2014 Relatos de MILIA GAYOSO MANSUR


HORCHATA PARA EL MAL DE AMOR, 2014  Relatos de MILIA GAYOSO MANSUR

HORCHATA PARA EL MAL DE AMOR, 2014

Relatos de MILIA GAYOSO MANSUR

Editorial SERVILIBRO

Fotos: Julieta Manzur

Diseño gráfico: Mirta Roa Mascheroni

ISBN: 978-99953-0-623-6

N° de páginas: 83

Asunción - Paraguay, 2014

 

 

“Entre la felicidad del amor correspondido y el dolor por las pérdidas, estos doce relatos hacen emerger hacia la superficie las diversas emociones que pueden sentir los jóvenes. Pero allí donde se unen las angustias y alegrías, en el territorio incierto de la adolescencia, aparecen esos seres especiales que logran que ninguno de los extremos pese tanto”.

 

 

 

 

MILIA GAYOSO MANZUR nació en Villa Hayes. Paraguay, el 30 de mayo de 1962. Dicha zona ribereña del Bajo Chaco, donde pasó su infancia, ha marcado profundamente su producción literaria. Allí comenzó a crear sus primeros relatos orales, desde niña.

Desde los 9 años hasta los 15, vivió en Buenos Aires (Argentina) donde escribió sus primeros relatos breves. Sus años de residencia en este país han sido decisivos para su oficio de escritora, porque incentivada por sus maestras de escuela, se empapó de deseos de leer y escribir.

Realizó estudios de Periodismo en la facultad de Filosofía de la Universidad Nacional de Asunción. También asistió a un curso de periodismo en el Instituto José Martí de La Habana (Cuba) en el 2001.

Sus artículos iniciales fueron publicados en la revista universitaria "Turú" y sus primeras narraciones breves aparecieron en la columna denominada "Historias diminutas”, una sección del suplemento femenino del diario HOY, de Asunción (Paraguay).

Desde 1996 trabaja como periodista en el diario La Nación de Asunción-Paraguay. Actualmente se desempeña como Editora de la Sección Arle y Espectáculos.

Sus trabajos figuran en varias antologías:

* Dos cuentos aparecen en la Antología de Autores paraguayos, elaborado por Guido Rodríguez Alcalá y María Elena Villagra

*También están incluidos en la Antología preparada por Teresa Méndez Faith, así como en el Diccionario de literatura paraguaya de la misma autora.

* Dos cuentos traducidos al inglés, figuran en la antología "First light" de Susan Smith

* Su relato denominado "En llamas sobre el Ganges” está incluido en la Antología de Nuevos Narradores Hispanomamericanos "Líneas Aereas", publicado por la editorial española Lengua de Trapo (1999), que reúne a autores de 20 países hispanoamericanos.

* Sus obras aparecen en la antología Narradoras paraguayas, preparada por Guido Rodríguez Alcalá y José Vicente Peiró.

* También fueron incluidas en la Antología infamo juvenil de Escritoras Paraguayas Asociadas, "Peldaños de Papel”.

* El Diario Ultima llora (Asunción-Paraguay), en su colección especial Cien años de cuentos paraguayos, incluyó dos de sus trabajos.

* Su cuento "Elisa” fue traducido al francés por Agnes Poirier y aparece en el libro Viaje al corazón de las mujeres latinoamericanas, que reúne el trabajo de numerosas escritoras de Latinoamérica.

* Uno de sus cuentos forma parte de Pequeñas Resistencias 3. Antología del nuevo cuento sudamericano”, publicado por la Editorial Páginas de Espuma de Madrid-España en el 2004.

* Los cuentos "Naomi" y "Una capa de rogue” figuran en la antología Qué me cuentas, compilado por Amalia Vilches y editado por Páginas de Espuma (España) en el 2006. El mismo reúne el trabajo de 18 escritores hispanoamericanos, y como está dirigido a estudiantes, profesores y padres, incluye guías didácticas.



ESA MIRADA

Ella me mira angustiada. Son solo quince días mamá, no te pongas así. Agregá un abrigo entre tus cosas, y tu ropa interior nueva... que ésa no diga que no te cuido y andás con ropa vieja. Allí estaba el problema: ésa. Ésa es la otra, la que apartó a papá de su vida, la que duerme a su lado, la que le roba el tiempo que era nuestro.

No me importa lo que piense ni lo que haga, yo me voy para estar con él y no con ella. Sí, pero las vacaciones son para los tres, completó desencajada. Mamá, si no aceptaba ir con ellos a Camboriú, no iba verlo este verano, porque después él vuelve al trabajo y yo empiezo las clases. Entendeme mamá, con esto no la estoy aceptando, ni mucho menos empezando a llevarme bien con ella o a quererla... no, sólo voy a buscar esa mitad que me corresponde del corazón de mi papá. Que ella se ocupe de su mitad, yo quiero conservar la mía. Pero, por el bien de papá, voy a tratar de ser educada.

Por favor no llores, no quise lastimarte. Supongo que la quiere, por eso está con ella. No es tu culpa, vos hiciste todo para que te quiera y te respete, pero él prefirió el engaño, las citas clandestinas y luego, su ida definitiva. No llores, por favor. Si vas a sentirte mejor, no me voy, tampoco es para cortarse las venas por este viaje con una tipa que no puedo ni siquiera mirar, pero que tarde o temprano tendré que aceptar como pareja de mi padre.

En serio, no me mires así, no me voy nomás. Me quedo contigo y vamos a San Ignacio a visitar a los abuelos. Mamá dejá mis cosas...

Callate mejor, Laurita, prepará tu ropa y esperalos a esos sabandijas, son tal para cual: él un traidor desgraciado y ella una cualquiera que un día de estos lo va a dejar por un viejo con dinero. Vas a ver.

La miro con tristeza. Su dolor es inmenso, su duelo continúa y le es imposible sacar a mi papá de la cabeza... o de su corazón. Él fue su único amor, desde los trece años. Fue un amor correspondido desde el principio, con besos en los recreos y camino al almacén, cuando mi abuela la enviaba a comprar la cerveza que mi abuelo tomaba todas las tardes, religiosamente, mientras escuchaba la radio. A los dieciséis le permitieron recibirlo como novio. Se casaron cuando ella tenía 19, conmigo en camino.

Es tan joven aún, y tan bonita. ¿Qué le vio mi papá a esa mujer tan vulgar? Las dos veces que me fui a la nueva casa de mi padre, trató de ser amable conmigo, pero no la soporto, el sentimiento es más fuerte que yo. ¿Quién le dio el derecho a destruir nuestra familia? A veces trato de sosegarme y pedir que mi corazón se tranquilice y pueda verla sin rencor, pero aún no es posible.

Me voy a ir con ellos, pero sólo para estar cerca de mi papá ... Ese vestido no, mamá, me queda grande. Ya llevo otro para pasear por las tardes.

Vas a congeniar con ella y me vas a cambiar.

¿Qué es lo que decís?, pero por favor, faltaba más. ¿Con esa tarada? Jamás, apenas le voy a dirigir el saludo. ¿Te acordás de Lorenzo Mendieta, mamá?, su mamá se lo llevó con ella a España, y consiguió ingresar a la escuela de fútbol de un club muy conocido. Estoy feliz por él, sufrió mucho durante estos cinco años lejos de ella. Los hermanitos todavía no pueden irse con ellos, se van luego de terminar la primaria. Yo creo que tranquilamente podían llevarlos, pero el papá de Lorenzo se está vengando de su ex esposa al no dar el permiso. Ese viejo no puede soportar que ella haya encontrado un hombre que la quiere y la cuide, allá. Yo trataba de distraerla para que piense en otra cosa...

¡Mamá!!! ¿Por que no te vas a España un tiempo? Dicen que los españoles se vuelven locos por las paraguayas, y vos sos divina. Al día siguiente vas a encontrar un churro platudo y papá va a ser un mal recuerdo en tu vida.

-Dejate de bobadas, Lauri, ¿querés que te deje con tu papá y su alhaja? Jamás.

-Claro que no!, ¿quién te dijo que te vas a ir sola? Nunca, me escuchaste?, nunca te vas a deshacer de mí, estamos atadas con una piola más larga que la distancia de la tierra al universo, mil veces. ¿Me entendiste?

Mami, pasame por favor mi cepillo redondo para hacerme el flequillo, ese que tiene mango de madera. Dame... por favor no llores. Allí escucho la bocina, píntate los labios, vení, vamos a tapar tus ojeras con el polvo. Que no te vea llorar, que sufra al verte tan hermosa y se arrepienta de haberte perdido.

Por favor, dame un gran abrazo antes de que él toque el timbre y me tenga que ir para no perder ese pedazo de cariño que me corresponde.



HORCHATA PARA EL MAL DE AMOR

Tuve fiebre toda la noche. Mi abuela me puso paños fríos en la frente hasta el amanecer, y recién allí comencé a sentir alivio. Insistí en ir al colegio, pero cuando intenté levantarme, la cabeza me pesaba terriblemente. A ver tu garganta, dijo abuela, inspeccionándola con su linterna a pilas forrada en plástico de color camuflado. Ya otra vez tu linterna militar, le dije, tratando de levantar mi ánimo. Este aparato es lindo, anda mejor que los otros, dijo ella, mirando dentro de mi boca.

Tenés limpia la campanilla... anunció mi médica personal. Entonces se preguntó si no sería dengue o alguna infección ligada en algún lugar non sancto. ¿Te estás portando bien? ¿No te metiste con alguna de esas tavyrai?, preguntó inquisidora. Claro que no abuela, soy un chico sano y santo, y no me meto con mujeres de la vida, le contesté.

No me fui al colegio. Me quedé todo en día en la cama, afiebrado. Abuela llamó a tía Elda para que me lleve al doctor, pero este no encontró nada que produjera esa temperatura. Me dio unos pedidos de análisis que me hice a la mañana siguiente. La fiebre seguía y sólo me permitieron tomar un medicamento con paracetamol por si era dengue. Según los resultados, todo estaba bien en mi organismo, pero yo seguía con fiebre, tres días después.

A la cuarta mañana, me di una ducha fría y me fui al colegio. Abuela pensó que ya me sentía bien, pero no era así. Necesitaba verla, de lo contrario, jamás me curaría. Me iba cabeceando en el colectivo, no era sueño, sino el sopor de la fiebre. Cuando llegué, mi jefa de estudios me preguntó qué me pasaba, porque tenía la cara roja. Estoy un poco engripado, le dije y me senté en mi silla. Esperé el recreo con impaciencia para ver a Nahir. Fredy se sentó a mi lado y me dijo que se me veía tan mal como un billete de diez mil, gastado, de las mercaderas.

No pude copiar nada, me temblaban las manos. María Nieves dijo que iría a casa por la tarde, para que ponga al día mis apuntes. Salí al recreo trastabillando. La encontré en el medio del patio, haciendo bromas con sus compañeras. Hola, le dije con las gotas de fuerza que me quedaban. Hola, dijo ella y siguió charlando sin hacerme caso. Le pedí un rato para conversar y salió del grupo, fastidiada.

-¿Qué es lo que querés, Juan Esteban? Ya te dije todo lo que tenía que decirte.

-Quiero que vuelvas conmigo -le dije suplicante.

-No, ya no, estoy con otra persona -contestó.

Le supliqué, casi llorando en medio del patio central, a la vista de un centenar de alumnos que nos miraban expectantes y con soma. La tomé de la mano, le acaricié el cabello, le dije que la amaba... Me hartás, dijo y volvió con sus compañeras.

Cuando volví en mí, ya estaba en mi cama. Fredy me contó que me desvanecí sobre las baldosas. La directora llamó una ambulancia y me trajeron a casa, me aplicaron un remedio para la fiebre y me dejaron dormir durante todo el día. Abuela volvió al ataque con sus paños fríos, hasta que se levantó de golpe y fue hasta la cocina. Ya vengo, che memby, dijo.

La escuché abrir el portoncito y quizás salir a la calle, luego golpeó algo en el mortero con que se machacan los yuyos para el tereré. Cuando volvió tenía una taza humeante en la mano. Vení, sentate che papá, tomá esta horchata que te va bajar la fiebre. No se cómo no me acordé antes de que tenía las semillas de sandía, melón y zapallo, y la raíz de perdudilla blanca. Me fui a pedirle a doña Ignacia la semilla de cebada y el limón sutil... Tomá mi hijo esto te va a sacar afuera toda esa fiebre que tenés. Faltó la raíz del taperyva hu, pero no importa, esto va a servir. Machaqué todo junto, le eché encima el limón cortado en tres pedazos y cebé con agua hervida. Tenés que aprender a hacer para cuando yo no esté más contigo...Tomá bien caliente... a ver, sorbé desde la bombilla...

-Puaj, que amargo. Abuela, esto no sirve para mi fiebre.

Claro que si che papa, esto es remedio de nuestros antepasados, es lo mejor que hay. No hay fiebre fea que la horchata no cure Juancito... en un rato vas a sudar y te vas a sentir mucho mejor.

¿En serio abuela? Vos crees que esta horchata también puede curar este mal de amor que me está matando?


NOTAS

* Che memby (mi hijo)

* Tavyrai (loca)

* Che papá (Mi papá, expresión cariñosa)



MI RINCÓN FELIZ

Llegó al colegio a mediados de abril, casi dos meses después de haber comenzado las clases. Entró al aula cuando ya todos estábamos sentados, arreglando nuestras cosas. La jefa de estudios lo presentó sin mucho preámbulo. El es Gerónimo Vargas, su nuevo compañero.

Buenos días, dijo y se sentó al final de la hilera de la derecha. Todos lo miramos. Los muchachos por curiosidad, las chicas porque era atractivo, no lindo, lo que se dice: ahh qué hermoso!, pero tenía algo especial en la cara. Sus ojos de color miel estaban bordeadas por pestañas negrísimas y arqueadas y había algo en su boca que me gustaba mucho, aunque no pude descifrar enseguida qué era.

Tamara, fiel a su estilo, se restregó por él cuando sonó el timbre y se ofreció a mostrarle la cantina. Dos compañeros lo rescataron a tiempo antes de que la buscona lo apriete por la pared.

Lo encontré en la parada del colectivo. Cuando me sonrió supe qué era lo que me gustaba de su cara: un pocito ubicado en la comisura de sus labios, hacia la izquierda, formando un gracioso y diminuto valle. Yo me voy en el 21, le dije. Yo también, contestó él. Pagó mi pasaje aunque insistí en hacerlo yo. Nos sentamos juntos y sentí que lo conocía de toda la vida. En ese momento decidí que llamaría mi rincón feliz a su hoyuelito, quizás porque acababa de leer el cuento El rincón feliz, de Henry James, o porque pensaba que ese pequeño pocito y su sonrisa, me harían feliz en los siguientes días de mi vida.

El papá le puso Gerónimo por el famoso indio apache. Eran cinco hermanos, él es el menor y el único varón. Seguro que sos un malcriado en tu casa, le dije. Sonrió, con ese pocito irresistible y asintió con la cabeza. Se bajó conmigo y me acompañó a mi casa. Esperó a que mi hermana me abriera el portón para marcharse. Lo miré hasta que dobló en la esquina. Mi corazón galopaba sin parar.

Al día siguiente, lo encontré sentado al lado de Tamara. Llegué tarde porque no arrancaba el auto de mamá y tuvimos que pedirle al vecino que le acople la batería al de su auto, para que me pueda traer.

Tamara me miró con aire de triunfo. Le encantaba conquistar a todos los muchachos y demostrar que era la reina del colegio. No le di importancia y me senté en mi lugar de siempre, al lado de Analía. Abrí mi cuadernillo de historia y traté de concentrarme en lo que me señaló mi compañera.

Juan Andrés me tocó el hombro y me pasó un papelito. Buen día, ¿cómo amaneciste? ¿Por qué llegaste tarde? Era una esquela de Gerónimo. Bien, no arrancó el auto de mi mamá, le contesté.

Tamara no lo dejó respirar en el recreo, ni a la salida. Como no lo vi tratando de quitárselo de encima, supuse que no le molestaba su presencia. Esperé el colectivo sola, desilusionada.

Pasaron varios días y él seguía sentado al lado de ella. Pero no se veía contento. Analía y yo supusimos que lo tenía harto con sus exageraciones: demasiado maquillaje, yumper demasiado corto, demasiado perfume, demasiado coqueteo, demasiado todo...

No vi su hoyuelito durante varios días. No sonreía, me saludaba cabizbajo, hablaba poco y se distraía en clase. Pensé que era a causa de Tamara.

Un lunes no vino a clase, tampoco el martes... apareció el jueves, algo ojeroso.

Entonces yo le envié un mensaje en un trozo de la hoja de mi cuaderno: Hola, ¿qué te pasó?. Era mejor no usar el celular en clase, para evitar una ficha en contra. A vuelta de correo, mediante Marquitos, me escribió: mama está internada, su cáncer hizo metástasis en la columna...

Lo miré con mis ojos llenos de agua y vi un manantial en los suyos. Quise levantarme y abrazarlo. Lo vi pequeño, desvalido, asustado... Apenas sonó el timbre salí tras él y le agarré del brazo. Seguramente nadie entendió aquel abrazo fuerte que le di, en el pasillo. Menos Tamara, que lo estaba esperando para ir a la cantina.

Cuando me despegué de él, vi que estaba llorando. Algunos compañeros se acercaron, otros lo palmearon en la espalda al pasar, Tamara quiso saber qué estaba pasando. Gerónimo no le respondió. Su mama está enferma le dije yo y lo aparté hacia el patio. Ya nadie nos separó desde aquel día.

Su mama murió en junio, cuando algunos lapachos rosados comenzaron a florecer. Lo acompañé durante los terribles días de la agonía de Carmen. Se me hizo familiar su casa, donde me iba casi todos los días para leerle a su mama o simplemente sentarme al lado de su cama, con Gerónimo. El faltó al colegio una semana entera, y cuando volvió fue como si hubiera crecido diez años.

Le pedí a Analía que le cediera su lugar, para poder contenerlo durante las clases. A Tamara no le causó ninguna gracia el cambio y se mudó hacia el fondo, sola. Gerónimo no atendía las clases, no copiaba nada, sólo dibujaba gaviotas en su cuaderno y escribía el nombre de su madre.

Al día siguiente apareció con un enorme tatuaje en su brazo. Se le notaba porque vino con la camisa arremangada para que respire. Allí estaba el nombre de su madre, enlazado con pequeñas estrellas... Me daba mucha ternura ese muchacho, me daba pena, me daba ganas de quererlo toda la vida.

Fue a casa a pedir que lo acompañe a una misa en San Lorenzo, que los ex compañeros de trabajo de su mama, que trabajaba en una escribanía, ofrecían en su memoria. Me dejaron ir, con la condición de que mamá me buscaría a las ocho y media, frente a la catedral.

En plena misa, me entrelazó la mano y yo sentí que nos queríamos desde siempre. Al lado estaban sus hermanas, tan destruidas como él, y su papá, envejecido y triste.

Mamá me buscó a las ocho y media, y Gerónimo se fue conmigo hasta casa. Lo despedí luego en el portón, con un beso suave sobre mi rincón feliz. Júrame que vos no me vas a dejar, me dijo, apretando mi cara entre sus manos. Yo no me iré, le dije. Y lo volví a repetir en mi corazón cuando lo vi doblar en la esquina.



VOLVER EL TIEMPO ATRAS

La odié. Creí que jamás querría volver a hablarle. Sin embargo, ahora siento tanta culpa y quisiera volver atrás, para desligarme de ese sentimiento perverso que sentí hacia ella y enviarle sólo energía positiva.

Tenía tanta furia dentro de mí que hubiera sido capaz de pegarle con cualquier cosa, si la tenía cerca. Siempre me estaba haciendo lo mismo: apropiarse de lo que me corresponde, por cómoda, por copiona... Preparé la ropa que me pondría a la mañana, para ir a las clases de inglés, para poder dormir unos minutos más. De lo contrario, iba a tener a mamá gritándome para que me apure, mientras buscaba algo que ponerme, en el ropero, medio a tientas, debido al sueño.

Lo dejé todo en la silla: el jeans marrón desgastado, la camisilla beige, el chaleco mostaza, las sandalias bajitas color crema... hasta la carterita bandolera y el collarcito de cinta con dos caracoles. Todo estaba allí, sólo tenía que levantarme, ir al baño a darme la ducha más rápida de mi vida, vestirme, tomar algo y salir.

Cuando sonó el despertador, la silla estaba vacía. Creí que Mauricia confundió lo que preparé con ropa sucia, y la llevó a lavar. Salí hecha una tromba de la habitación y fui al lavadero. El lavarropas estaba funcionando, pero aparentemente lavaba las toallas. Mamá, ¿no viste la ropa que dejé preparada en la silla? No, me dice ella. ¿Lourdes duerme todavía? No, ella salió con una amiga, se fueron a San Bernardino, vuelve al medio día. Entonces, me asaltó una duda. Mamá, ¿cómo iba vestida Lourdes? De beige o marrón, me parece, dijo ella.

Entonces caí en la cuenta, que una vez más, se ponía la ropa que preparé para mí. Mamá, ¿ella salió con mi ropa? No sé, Juliana, al final ya no se cuál es tu ropa y cuál la de ella, porque son parecidas... ¡O porque ella siempre se pone mi ropa!, grité descontrolada. Por Dios, mamá, hasta cuándo tengo que soportar que se apropie de mis cosas, y que ni siquiera pida permiso o me avise. Yo dejé preparado todo lo que me iba a poner, y ella tranquilamente toma todo, se lo pone y se manda a mudar. Te juro que voy a ir a su pieza y le voy a quemar el placard enterito.

Peor para vos porque se va a quedar sin ropa, y va a usar tus cosas, con razón, me dijo.

Estaba tan nerviosa que tardé mucho en el baño buscando qué ponerme. Mamá me bocinó desde la calle y salí camino al inglés, sin desayunar. Estás pálida, me dijo en el auto. Tal vez porque tengo hambre, le dije. Me apuraste y no tuve tiempo de tomar nada. Mamá paró en el primer minimercado que encontró en el camino y me dijo que baje a comprar un yogurt. Volví con un jugo de durazno y una galletita, para matar el hambre y alzar mi nivel de azúcar.

Llegué tarde a la clase y tuve que inventar una excusa para que Miss Pending me dejara entrar. ¿Whose the picture of Dorian Gray is?, me preguntó punzante. De Oscar Wilde, le dije, recordando de pronto que no llevé el trabajo práctico. La teacher me recordó que la clase era de inglés y no de castellano, por lo tanto debía responder en ese idioma. Me sentí tan pichada porque me retó delante de todos, que tuve ganas de salir corriendo. Ruth me tocó el brazo para que me tranquilice, entonces simplemente le di la respuesta correcta en inglés.

No fue una mañana productiva, me distraje y pensé con rabia en mi hermana, todo el tiempo. Papá me buscó a las once y media y fuimos al super a comprar pan y gaseosa.

Me iba preparada para pelearme con Lourdes, pero ella no llegaba aún. Junté rabia durante toda la siesta, y la tarde, porque estaba harta de su comodidad, de su caradurez. Me preparo un vestido para una fiesta, y allí está ella llorándole a mamá para que se lo deje usar, porque supuestamente yo tengo más ropa que ella; tengo una remera nueva y antes de que me dé vuelta, lo estrena ella, se pone y agranda mis zapatos, gasta mis labiales, echa y rompe mis sombras, usa todos mis perfumes, se pone hasta mi ropa interior, de tan poco delicada que es... Cuando crezca más va a cambiar dice mi madre, cuando reclamo en voz alta. Pero ya tiene dieciocho años mamá, estallo, y mamá sólo calla porque no puede lograr que cambie su actitud. Así fue siempre, desde chiquita.

Al atardecer, todavía juntaba rabia para cuando asomara su cara en el portón. Ya eran las ocho de la noche y no aparecía. No atiende el celular, escuché decir a mi madre. Juliana, ¿vos no tenés el número de Samantha Samaniego?, con ella se fue. No, mamá, grité desde mi pieza. Al rato, mamá abrió la puerta y me ordenó que consiguiera el número de la amiga de mi hermana, como sea. Me conecté al Blacberry y pedí a mis contactos que alguien me pasara el número de ella. Un amigo me facilitó el número y se lo di a mi madre. Tampoco atiende, dijo ella al rato.

Me puse a ver una película, en HBO, cuando recibí una llamada. Era Priscilla. Hubo un accidente en San Bernardino, dijo. ¿Ah, si? ¿Es algún conocido, Pri?, le pregunté. Si, Juli, son tu hermana y Sami Samaniego... parece que venían muy rápido y se tragaron la curva... Llegué temblando a la sala... Mamá y papa conversaban con un matrimonio amigo... no me salía la voz, comencé a llorar, temblaba. Lourdes tuvo una accidente, dije, Lourdes está muy mal... por favor, es mi culpa, es mi culpa, porque le deseé tantas cosas malas....

La trajeron directo al Migone, a la sala de cirugía, y luego a Terapia Intensiva. Tenía fracturas múltiples y hemorragia interna... Sami murió, ella manejaba. Me senté en el pasillo y lloré sin consuelo durante horas. Me sentí terriblemente culpable, como si yo la hubiera empujado a ese accidente con mi pensamiento negativo. Mamá trató de tranquilizarme, pero ella estaba tan destrozada como yo. Papá recurrió a sus amigos para tener suficiente dinero para entregar al sanatorio y asegurar su estadía y cuidado.

De a poco comenzaron a llegar sus amigos, su ex novio, mis amigos, los parientes... Ella vive, Juliana, me dijo Ruth, sin embargo, a Samantha ya la están velando en el Jardín de la Paz. Su mamá entró en shock y no se recupera. Tu hermana está peleando por su vida, vení, vamos a rezar juntas.

Las horas pasaron lentas y tristes. Mis tías nos trajeron algo para cenar, pero ninguna de las dos quiso comer nada. A las dos de la mañana sentí frío, y mis amigos me acercaron una chaqueta para cubrirme. Amanecimos frente a la puerta de terapia esperando novedades. Recién a las diez de la mañana permitían visitas. Mamá, papá y yo, no nos movimos de allí, amanecimos sentados, con los ojos rojos.

Nos dejaron entrar de a uno, para verla. No era Lourdes la que estaba allí, no era mi quilombera hermana mayor, la que se reía todo el día y me arrebataba mis cosas porque se creía la reina de la casa, la dueña de todo. Tal vez ese amor desmedido de mis padres hacia ella, la hizo de esa manera.

No era Lourdes, esa chica preciosa la que yacía conectada a tantos tubos, con heridas cosidas y rojas por todas partes. Ella estaba dormida, no nos escuchaba, pero le hablé igual. Le pedí perdón, le dije que la quería, que saliera de allí y usara todo lo que quisiera, que estrenara mi short nuevo y mi pupera verde... Lourdes, despertate, le dije y le di un beso en la frente. La sentí sudada y fría, con olor a agua oxigenada y mercuro cromo. Nunca le contaría eso, porque le gustaba oler a 212 de Carolina Herrera; el mío, por supuesto.

La agonía fue larga, cinco días con sus noches... y poca mejoría. Mamá estaba devastada. No se había movido del sanatorio en todo ese tiempo. No se bañó ni se cambió de ropa en dos días, al tercero, papa consiguió que le permitieran ducharse en una de las habitaciones. Yo le traje ropa limpia y la obligué a tomar un caldo. Lourdes no estaba bien. La cuenta en el sanatorio era sideral y papá evaluó la posibilidad de trasladarla al IPS, ya que él paga por ese seguro desde hace veinticinco años y nunca lo utilizó. Mamá se opuso tenazmente. Vamos a vender la casa si es necesario, Augusto, pero no la vamos a mover de aquí.

Fue necesario hipotecar la casa y vender el auto de mamá. Ya eran casi dos meses en el sanatorio. Mamá comenzó a ir a casa pasado el mes, a ducharse y dormir algunas horas, para volver enseguida. Vamos a descansar y volvemos, le decía mi padre, pero ella no quería alejarse para presenciar el momento en que Lourdes abriera los ojos. Papá recurrió a todas las cláusulas que podían beneficiamos del seguro, consiguió ingresar los medicamentos vía IPS, para ahorrar aunque sea en eso, porque todo se estaba yendo por las nubes, y para colmo mi hermana no mejoraba. Entró en un estado comatoso del que no estaba saliendo.

Prácticamente abandoné el colegio, llegué a ir en algunas ocasiones, veinte días después del accidente, pero no valía la pena, porque no atendía ni entendía nada. Dejé el ingles y la vida social. Mi vida transcurría entre la sala de espera de Terapia Intensiva del Migone y mi habitación. Bajé de peso, comía apenas y dormía super mal. Por las noches, me atacaba la misma pesadilla: veía volar la camioneta de Samantha y caer en un abismo sin fondo, desde donde se levantaban largas lenguas de fuego. Yo trataba de bajar para rescatar a Lourdes, pero tenía las manos atadas. Me despertaba llorando sin consuelo, y ni siquiera estaba mi madre cerca. Por las noches sólo mi empleada y yo quedábamos en la casa.

A los tres meses del accidente, el médico dijo que Lourdes estaba con muerte cerebral, que sólo su corazón continuaba vivo. Los tres nos abrazamos desconsolados y lloramos sin control. Ustedes decidirán si van a desconectarla, dijo el doctor Von Plant. No, no, no, gritó descontrolada mi madre. Mi padre estaba mudo y yo sentía una guadaña en mi alma.

Habría que vender la casa para que ella siguiera allí, o llevarla a IPS. Vendimos la casa, se levantó la hipoteca y se usó el resto para pagar los siguientes meses de terapia. Nos mudamos a un pequeño departamento que alquilamos cerca del sanatorio. Pero el dinero de la venta se acabó y ella no mejoró nada. Se la tuvo que trasladar a IPS, con el seguro de papá, porque iba a ser imposible llevarla a casa en ese estado. Nos volvimos a mudar hacia Trinidad, para estar más cerca de ella.

Hoy la vida de mamá transcurre entre el pasillo de IPS y algunas breves escapadas a la casa. Ya no tenemos empleada, papá y yo nos repartimos las tareas y la turnamos a mamá para estar pendientes de Lourdes. Ella está bien cuidada, pero no se despierta. Mamá y papá se han convertido en dos espectros... y yo soy como una pluma que el viento lleva de un lado a otro, sin rumbo.

Soy una pobre pluma que espera que Dios produzca un milagro.



INDICE

El beso en la taza

Esa mitad

Hacer parar la lluvia

El cultivador de rosas  

Esperanza

Horchata para el mal de amor

La casa de las cartas y los afectos

Lo mejor es soñar

Mi rincón feliz

No te la lleves ahora

Somos dos

Volver el tiempo atrás


 

 

 

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