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NOEMÍ FERRARI DE NAGY (+)

  ESPECTRO SOLAR, 1984 - Poemario NOEMÍ NAGY


ESPECTRO SOLAR, 1984 - Poemario NOEMÍ NAGY

ESPECTRO SOLAR, 1984

Poemario NOEMÍ NAGY

Editorial ARAVERÁ

Serie POESÍA N° 1

Edición al cuidado de la autora,

Antonino Páez y Carlos Villagra Marsal.

Impreso el 3 de diciembre de 1984

En los Talleres de Editora Litocolor

Asunción – Paraguay

1984 – 1RA. Edición (92 páginas)


 

ESPECTRO SOLAR

A veces, cuando riego mi jardín,

palpitando aparecen en el arco

del agua viva el brillo y los colores

en que la luz del sol se desmenuza:

siempre nuevo prodigio.

 

(Aunque, hace ya tiempo, me explicaron

que no se trata de portento alguno).

 

La voz que llevo dentro

—y que de tanto en tanto

prorrumpe, como un alto surtidor,

en migajas de cantos diferentes—

será el manifestarse

también de alguna ley inquebrantable—

quizás. Pero yo siento que es milagro.



I

1976-1979


PRIMAVERA

Alegre viento, pájaros ruidosos

verde de hojas nuevas:

ha llegado por fin la primavera

después de las borrascas.

¡Abre las alas! Vámonos, mi alma,

donde se vea el círculo

del horizonte, donde sea posible

soñar, cada mañana,

que todo recomience con los dos:

con un cuerpo de tierra

y un fresco, embriagador soplo divino

en un mundo naciente.



HUIDA

En el viento tupido de lluvia

va un pájaro en raudo vuelo

entre el rumor de las calles

y el mudo, grisáceo cielo.

 

Va. No importa hacia dónde.

Pues se consume volando

como una estrella fugaz.



TELARAÑA

Un hilo pegado a una rama,

otro a una punta de roca,

un tercero, a un tronco quemado

por el rayo... sostienen

en los bordes de un árido abismo

una red, arreglada y rehecha

con desesperada paciencia,

continuamente. A veces

—milagro fugaz— la enciende

un rayo de sol o de luna;

mas nada cambia: queda

sólo una tela de araña

donde cae, de tanto en tanto,

un granito de vida. Luego

repentinos desgarres. Silencio.


PAN

Se habían ya esfumado, una en otra,

las estaciones. Pálida, quedaba

la última: el invierno. Más de pronto

un ser divino pronunció palabras

de vida, extendiendo los dos brazos,

y se trocó la antigua ley. Ahora

arde el verano, cabecean las flores,

color de vida brasa, del estío,

se desatan ruidosos temporales...

Pero en el aire inmóvil de la siesta,

cuando el oro del sol se va licuando,

prorrumpe, a veces, repentinamente

el fragor de una risa aterradora.



GEMONA DEL FRIULI

Después del terremoto de 1976

— ¡Recién salida la Patria!

¡Patria del Friuli!— E iba

la anciana mujer animosa,

casi corriendo,

el fajo de los diarios

bajo el brazo, en invierno, en verano.

Desde hacía siglos, “Patria”

era el Friuli.

Para mí era la vieja casa

de los abuelos matemos,

donde nací; y era

la Catedral solemne,

con el San Cristóbal de piedra,

pensativo, altísimo, hermoso,

en la fachada;

eran los restos

del castillo, que desde lo alto

miraban la vasta llanura;

era el enorme muro

de la huerta agarrada

a la montaña.

Patria severa,

como tallada en la roca,

como marcada

con un sello de eternidad.

Ahora es escombros. La tierra

se estremece. Tiembla. Quién sabe

qué desmedido tormento

retuerce cavernas y venas

en sus entrañas.

Es raro

cómo vuelve el grito olvidado

desde hace tiempo.

La diariera canosa

vestida de gris, por las calles

va casi corriendo y vocea

el diario de entonces.



ROSAL

Candelero fantástico: ostenta

cada brazo una llama rosada,

conmovedora belleza;

y pronto

el deshacerse y la muerte.

Los esparcidos pétalos

atraen tristísimos besos

apasionados.

Se hincha, grisácea, y viene

la ola del viejo rencor

contra el ignoto artífice.



SOLEDAD

Esta noche ¡qué ganas de morir!

Sufrimiento de náufrago perdido,

pena igual a la que, seguramente,

atormentaba el corazón sin ecos

del Robinsón de la novela antigua,

cuando la isla sólo florecía

para él solo, para él solo ardían

el cielo y el mar en los atardeceres.

¡Qué ganas, esta noche, de morir!



DIVAGACIONES BAJO LAS ESTRELLAS

Yacer a la espera del sueño...

Mirar las estrellas, velando.

Debajo, el rectángulo herboso

se alarga en espina delgada,

clavada en el centro del mundo.

Si de repente

se desvaneciera... ¡qué vuelo

opresivo hacia el punto extremo

de toda caída! ¡Oh, no!

¡No debéis permitirlo, estrellas!


¿Qué son esos ojos punzantes

que siempre más altos deslumbran

en la negra masa del mango?

Ya, ya...: se desprende del árbol

luminosa y quieta la luna.

La fría, la argéntea señora

de las fieras, ya está presente.

Sabe matar (se decía)

con flechas piadosas, seguras.

Si ahora el capricho la lleva

a elegirme su presa,

acompañad su deseo

con vuestro consenso ¡oh estrellas!

Dulcísima cosa sería

—vosotras llenando mis ojos-

cerrar mi ya larga jomada.



CERCA DE LA CHIMENEA

Llamas de oro pálido,

luego hormigueo de luces

en las brasas, calor

que aparta suavemente

el rigor de esta noche;

fuego que arde, mengua y se concentra

parpadeando en vividas pepitas

para apagarse lenta, lentamente:

así deberían ir desvaneciéndose

también los hombres, en su atardecer;

así se irían, quizá, de parecerse

menos a fieras

y más al árbol de frondosos brazos

cuyos restos se vuelven fugitivas

lenguas de sol, que hablan, hablan, hablan

adormeciendo penas y pasiones

llevándose a la nada el pensamiento

poco a poco... a la paz desmemoriada...

a la quietud sin tiempo.



QUIZÁS

Quizás deseaste a veces

tener alas, volar más arriba

de las más altas barreras,

abandonarte en caídas vertiginosas

y remontar por los aires

con movimientos parcos,

dibujando un cáliz azul

en el cielo.

Quizás deseaste

galopar hacia el filo engañoso

del horizonte,

respirar libertad, oír

en el ritmo igual de los cascos:

“... libertad, libertad, libertad...

Y, quizás, te des cuenta un día

que poco a poco tú mismo

te construiste las alas;

quizás, casi incrédulo, un día

te encuentres dueño del freno

para el caballo que espera

tu mano. Quizás.



PREGUNTA

Chico es a veces el cántaro

del corazón, para el odio

y el amor. El estanque

donde duermen oscuras simientes

y confusos desechos, recibe

el odio sobrante. Más... ¿dónde

se irá el amor que no cabe?

Si en vaporosas volutas,

como de niebla, desborda:

¿se irá perdiendo en la nada

como los sueños vanos?



PRONOSTICOS

— ¿Viste el mar? —

—Sí, lo vi—

— ¿Cómo es?

—Mucha agua que lame un desierto.

En ella se ha roto un espejo

del tamaño del cielo;

las menudas astillas relucen

como diamantes.

Siete años de desventura

anuncia un solo espejito

que se rompe... ¡Cuántos milenios,

Dios mío, pronostica el mar!



HOJAS

Algunas hojas se dejan

pintar por el sol: de amarillo,

carmín, rosa, morado;

otras se quedan verdes.

Desde altos árboles, hojas

tiernas difunden un hálito

que invita a hondos respiros;

otras ostentan sus cuerpos

anchos, brillosos, duros

(los pájaros odian sus ramas).

Frondas flexibles murmuran

en el viento suave; otras

sólo van crepitando.


Ya el otoño, con dedos de frío,

comunica su anuncio. Hay

quien se estremece y de pronto

un pensamiento le hiere:

“Quizá si una vez caído

—como onda de hierba en la siega-

veré todo entero

mi trayecto y sabré si fui sol

y benéfica sombra y brisa,

si para alguien fui algo

en mi vida”.



II

1980 - 1981

 

NACÍ DONDE SE DAN LAS PRIMAVERAS...

 

Nací donde se dan las primaveras,

los crocos, las violetas, por los prados

que bordean los riachuelos; donde en yermas

laderas pedregosas, entre rocas,

verdean islitas frescas, frescas cunas de

ciclaminos de purpúreas flores.

Cuanto más pasa el tiempo, tanto más

el lugar y mi alma se parecen

en la humilde riqueza de rincones

floridos, de solar serenidad.



PRIMER AMOR

Descubro ahora que mi amor primero

fue el mar, su libre inmensidad cambiante,

la caricia vital de su respiro.

Amor creciente en cada despedida,

doloroso placer, misterio y encanto.

Por el azul sin fin parpadeaban

vagas promesas, parecían correr

vagos reclamos. En el fresco abrazo

de las olas salobres fui feliz.

Ahora que es recuerdo solamente,

ese mar que yo amé sigue donando

algo de sí a mi obra sin descanso,

a la atmósfera nueva de este mundo

que me voy construyendo día a día.



EL POZO

Mucha hiedra creció en el pozo antiguo.

Gotas de agua despaciosas caen

en la imagen del cielo, allá en el fondo,

con el chasquido de un sollozo leve.

Una azul claridad va palpitando

en danza inquieta sobre las paredes

y el oscuro verdor. Mana la tierra,

quieta en su corazón, su llanto: eco

de un hermano llorar en el silencio

y en la soledad, mientras el tiempo

sigue su vuelo como un viento eterno.



LA MUERTE Y YO

Como un fragor lejano

que se apaga de a poco,

enmudecía el anuncio

de su llegada: ella

se extraviaba, quizás

o quizás se burlaba.

¡Cuántas veces! Y ahora

yo soy quien va a su encuentro.

Ligero el paso, libre

de antiguas cargas graves,

cruzo mi tiempo y voy

hacia el silencio: así

corre la sombra diáfana

de un cirro trasvolante

de momento en momento

más leve hasta borrarse.

Voy, y no tengo miedo.



OCASO

Desde Itapytapunta


Cabelleras de árboles y agua

celeste, y otros árboles y agua...

El río se ha desbordado en la llanura

que por límite tiene el horizonte

y —quieta y hostil- va defendiendo a muerte

su silencio, su vasta soledad.

Declina el sol y espolvorea de oro

las lejanías; espejos cegadores

son las aguas que eran de un suave

color de cielo pálido. Es extraña

la intensidad que adquiere la belleza

cuando el fin de su tiempo se aproxima.



¿QUÉ HACES, MADRE?

¿Qué haces, qué haces, Madre

derrochadora?

 

Si —cuidando de preservar

tu frágil hija, la hormiga-

mandas que nazcan millones

de larvas; si a cada reina

de las colmenas

está destinado uno

de los dorados amantes

y las abejas

crían enjambres,

lo comprendemos. Al hombre,

sin embargo, le diste otros medios

para este mismo fin.

 

¿O quizá no? Atónitos

han de observar en sus vuelos

los pájaros, cómo rebosa

por todas partes la gente

de las informes ciudades,

cómo se van extendiendo

en telarañas grises

las carreteras, siempre

trepidantes, ruidosas;

han de notar los ríos,

desbordantes, de seres humanos

que de una muerte huyen

despavoridos

hacia otra muerte;

y los que no huyen ya:

cebos pasivos del hambre

yacen inertes,

por millares, con sus criaturas

de trágicos ojos enormes.

¿Por qué, por qué sigues, Madre,

apremiando el nacer de los hombres?

¿No presientes, quizás, la amenaza

de un espantoso peligro,

nunca visto, para tus hijos

predilectos?



EL DIABLO

El Diablo: ojos punzantes,

sonrisa lasciva, manos

que dejan sus marcas negras,

patas, pezuñas cabrunas,

olor a azufre; espíritu

múltiple, ubicuo, duda

rebelde, llama

en el pico de la lamparilla

del encorvado alquimista,

ardor

en la ebriedad del convite,

ímpetu en la oleada

de la lujuria. La imagen

de ese diablo ya se ha borrado;

como un ocaso de fuego

que de a poco se extingue en la noche,

se confundió con la nada.

Había sido quemado por siglos

-ese Diablo- en seres humanos,

había sido clavado

y torturado en lechuzas,

murciélagos, gatos negros,

en sapos de ojos saltones;

pero ¿cómo podía morir

él mismo, si era el ansia

de los hijos de Adán? Su ansia

y su terror.

Ahora se esfuman los mitos

—como, al crecer el día,

los tenues vapores del alba—

y el Mal ya no tiene rostro,

ni manos, ni olor. El Mal

no es el horrible amante

del aquelarre

ni el negro can vagabundo.

Es el oscuro y violento

corazón palpitante del mundo

que las pupilas del hombre

enciende de torvos fulgores.



FANTASMAS

Fantasmas —como de niebla-

entre una urdimbre de lluvia

uno tras otro aparecen

en la ventana fría.


Llegan, subiendo del tiempo

que ya no será, bajando

del vago tiempo futuro...

Mudos se acercan. Están.


Y más allá de mi alcance

y de los vidrios llorosos

sus líquidos ojos miran

con infinita tristeza.



CANCIÓN DE CUNA

(a dos voces)

No vuelve el pichón a su nido

cuando ya sabe volar

ni el hombre vuelve a su cuna

ni el río a su manantial.


¡Duérmete, duérmete ya!

Esta es la edad de oro.


Todavía este pichón no tiene

alas que aguanten el vuelo;

el niño aún es un niño

y el agua aún tiembla en su fuente.


¡Duérmete, duérmete ya!

Ésta es la edad de oro.


Hay ruedas con dientes de acero:

muerden y empujan el tiempo

con un ruido incesante

de diminutos martillos.


¡Duérmete, duérmete ya!

Ésta es la edad de oro.


No son para él los martillos

que marcan el tiempo: sólo

es suyo un vago presente

que ahora es quietud... es sueño.


¡Duérmete, duérmete ya!

Esta es la edad de oro.



CONFIDENCIA

Un chiquillo sostiene su cachorro

-el Chato- tiernamente, como a un niño

(a sus hombros se asoma, entre las patas,

el hocico) y al padre que le sigue:

“Ahora sí comprendo -le confiesa-

lo que uno siente cuando tiene un hijo”.





III

1981-1982


CRUCIFIJO

El artesano

te talló, imagen huesuda,

y te pegó a la cruz.

Luego, con fácil recurso,

mediante el cáliz y el rojo

chorro de sangre,

te unió al ángel en vuelo.

Entre todas las piezas talladas

mereciste el precio más alto.

Señor nuestro: Tú siempre

serás vendido.

Es tu destino.

Sonríen y lo van anotando

los mercaderes.



SI TUVIERAS QUE RENDIR CUENTA DE TI

Si al otro lado del umbral de angustia

que al cuerpo no le es dado atravesar

tuvieras que rendir cuenta de ti,

¿te acordarías de la sombra fresca,

de la sonrisa y el agua cristalina

que brindaste al viajero extenuado?

¿Dirías: fui la vida, pura llama,

de un alma triste en un desierto páramo

Al otro lado del umbral de angustia

que al cuerpo no le es dado atravesar

y llamado a rendir cuenta de ti,

debes, debes decirlo: muchos nudos

verás, uno tras otro, deshacerse

al conjuro de aquello que en tu vida

creíste sin más peso que una pluma.

 


DOS FIGURAS TALLADAS

Tallado entre dos nudos de bambú,

viejo chino cortés y sonriente,

observador irónico del mundo

en ti mismo encerrado, tú eres tú.

 

El otro yace. La madera antigua

reluce como bronce. Cuerpo muerto,

sin brazos, la cabeza chamuscada,

cuerpo de Cristo, como si colgara

todavía de su cruz que ya no existe.

Símbolo del dolor y del misterio

de todo el mundo, él es yo y mi pena.

Tú, sabio erguido, no me dices nada.

 

El otro en sí me absorbe, consolada.



MI PERRO

A menudo, si hablo, responden

vacuas miradas: “Tú, nada

estás diciendo”. A menudo

si escribo, corre el murmullo:

 

“Tú siembras palabras vanas”.

 

Está bien. Está bien. Tengo un perro

que viene, de vez en cuando,

a empujar con su hocico mi codo

y me mira con ojos de oro.

 

El sí, él sí me comprende

porque ama. Soy yo quien no entiende

todo, hasta el fondo, el mensaje

de su alma, dulce, de perro.



UNA VOZ

Fluye el riachuelo cristalino y alegre.

Un pez, de cara a la corriente, apenas

tiene un temblor: nada invisiblemente

en la caricia de las aguas claras.

 

Así, no de otro modo, está vibrando

un alma, en el sonido de una voz.



QUISIERA SER TU SUEÑO

Entre las vigas cantan unos grillos.

El jardín plateado de rocío

duerme en el novilunio.

Tú también —quizás— duermes. No sé dónde.

Como un ratón furtivo en un granero

en tu sueño quisiera deslizarme

y que tú me soñaras... ¡Qué silencio!

Hasta los grillos han enmudecido.

Quizá en este momento

mi presencia te roce y tu quietud

se turbe un poco. Quizá estés soñando.



LA OLA

Con fragor una ola embiste

un farallón, espumando

y relumbrando al sol.

— ¡Feliz de ti, que abrazas

alegre e impetuosa a tu amor!

— ¿No ves... no ves que yo lloro?

que me desgarro

en una eterna tortura

e imploro que pueda ser yo

la roca —una vez— y venga

para abrazarme mi amor.



FINAL

La niebla se espesa. Él

está frente a mí. Inmóvil

y sin embargo siempre

más alejado. Sus ojos

no dicen nada. Su boca

pálida está cerrada.

Se aleja. Lo absorbe la niebla.

Esta roca gris, arraigada

en la tierra, quizá sea yo.

La ilusión de su manto verde

se fue con el viento de otoño.

En la niebla, una sombra lejana.

Aquí una piedra.

Es todo.



HERIDAS

A veces uno se cree

cubierto de cicatrices.

Y sin embargo hay puntos

no vulnerados aún.

Ahora, heridas recientes

están sangrando.

Cálidas lágrimas nuevas

se agolpan,

rebosan.



INESPERADA AURORA

La tétrica noche

parecía un bloque inmóvil, eterno.

Mas otra vez se levanta

a oriente el párpado oscuro

y la mirada del día

se asoma: vaga, difusa,

y luego vivida y clara

se dilata, suscita colores.

El congelado estupor

se disuelve. Otra vez son posibles

llanto y esperanza.



¡QUÉ DULCE COSA!

¡Qué dulce cosa amar al amor mío!

Un sentirse en el cáliz de una rosa.

Un entregarse, como al mar un río.





IV

1982-194


MI VIDA

Un eucalipto de torcidas ramas

era refugio

en las horas quemantes del verano,

entre dos grandes nubes

de adelfas: una blanca, una rosada.

Encogida, allá arriba, entre sus brazos,

leía —vivía— novelas de piratas

y cuando levantaba la mirada,

los millares de ojos

del mar sereno e inmenso me guiñaban,

cómplices de mis sueños de aventuras.

Llegó la realidad y fue otra cosa.

Me golpeó muy duramente: a veces

casi hasta la muerte. Sin embargo

salí templada como buen acero

que probó fuego y agua. Entonces supe

cuán indefensa era aquella niña.

Aquella niña—pájaro—pirata

que hoy, mujer, vive su lento ocaso

serena, armada.



SÍMBOLO MÁGICO

Quizá fue un nido de pájaros

desconocidos, la cuna

de este bellísimo cuarzo

verde intenso, y pálido, y casi

grisáceo, con guiños de plata.

Holgadamente cabe

en una mano.

 

Es liso, pesado. Símbolo

del verdear de un mundo

que se renueva,

lo encierro en mi palma

y su apretada y pétrea

primavera

parece irradiárseme dentro

del alma.

Quisiera volverme espejo

—para todos— de esta suave

visión de belleza naciente,

sugestión de un hacerse eterno;

de su mensaje de vida

que se condensa en piedra

y se dilata en ondas

ilimitadamente.



GATOS

En la noche un grito uniforme,

largo, quizás suplicando

piedad o amor.

Y de repente un coro

de voces horrendas,

sugiriendo un círculo vasto

de brujas con ojos de llamas

amarillas, bocas armadas

de colmillos de jabalí,

desgarrando el silencio

con creciente furor.

Sí, uno se dice: “¿Y qué?

Son gatos en celo”.

Pero se encuentra empapado

en sudor frío. No logra

tranquilizarse.

El coro tremendo

parece un aviso: incontables

horrores suceden ahora

¡ahora, ahora, ahora!

en todo el mundo.

Solamente bajando al fondo

de sí mismo, llegando al olvido

de todo

uno encuentra otra vez el camino

hacia la paz del sueño.



DESVANES

Hay gente similar a viejas casas

que mi niñez conoció bien. Tenían

silenciosos desvanes, todos llenos

de espectrales retratos, de recuerdos:

cosas muertas, queridas por los muertos

de aquellas casas. Cáscaras tan sólo,

que sin embargo nadie se atrevía

a destruir.

Hay gente así, que vive conservando

lo que ya está vacío de futuro.

Tú también. Yo también. (Nos parecemos).

Y heme ahora aquí, donde me has puesto,

en tu desván, velándome ya el polvo.

Dentro de poco tú quizá te encuentres

-descolorido el rostro como el mío—

en mi desván.



LA GUERRA

Cuando la inmensa serpiente

se mueve, los siete pecados

se agigantan —monstruosos tumores

a su roce, y gente aterrada,

enmudecida, y hombres

delirantes, siguen la huella

que va dibujando el engendro.

Y cuando la bestia dormita,

acá y allá se estremecen

sus anillos; hay llanto

donde ellos vibran, y muertes.

El horrendo reptil —es duro

admitirlo— es hijo antiquísimo

de la humanidad. Un hijo

que en ella cruelmente se ceba.



LLAMAS EN LA CHIMENEA

Por qué, mi generoso limonero,

de pronto te secaste, no lo sé.

 

Mas ahora otra vez buscas la altura

con llamas que parecen cabelleras

embestidas por ráfagas de viento,

vivas, doradas. Yo, sacerdotisa

solitaria de un rito, voy cuidándolas.

Mi alma participa de su danza.

Otros indaguen la razón de todo

y busquen la raíz de la belleza,

del ardor, del amor. Yo sólo ofrezco

nuevo alimento al fuego crepitante.



PIEDRAS PRECIOSAS

En un lazo de vividos brillantes

ardía un gran rubí, puro, perfecto.

Como los animales van al agua

y beben lentamente y se demoran,

así me iba yo, de tarde en tarde,

hacia la vidriera del orfebre

a gozar del color, de los fulgores

de aquellas piedras. Y una vez me dijo

el que me amaba: — ¡Cómo me entristece

no poder regalarte aquella joya! —

Yo me reí: -Sólo deseo, de veras,

su belleza, y la tengo; quizá un día

en su lugar se ofrezca una esmeralda,

otro, quizá, un zafiro, y mi placer

cada vez será nuevo. — Nos reímos

los dos, aquella vez. Yo gozo aún

de alguna hermosa piedra, poseída

sólo con la mirada. Pero nadie

ya desea ofrecérmela. Con nadie

puedo reír ahora como entonces.



CIPRÉS Y ÁLAMO

El ocaso encendido es el trasfondo

apropiado al ciprés:

árbol severo, compacto

en su verdor oscuro,

plantado como una pica,

firme señal que separa

dos espacios, dos tiempos.


El tiempo y el espacio del álamo

son, en cambio, el amanecer,

frente a la luz que surge:

en la brisa palpitan

sus hojas, mil corazones

siempre danzantes, que indican

incontables caminos.



QUE YO SEA LUZ

Que yo sea luz, aun fuera tan pequeña

como la de una antigua lamparilla;

y no papel secante, que en su sed

sólo logra mancharse.



LA RISA

¿Por qué será que la risa frecuente

es don de los estultos? Su abundancia

¿sólo sería hervor burbujeante

sin consistencia? Es cierto: el que descubre,

deslumbrado, en su andar, siempre más amplios

horizontes, no ríe con frecuencia.


Quizá la risa sea un rebotar

de semillas que caen sobre piedras,

y la serenidad un recibir

semillas en silencio, como suele

la tierra arada. Y si la piedra suena

la tierra va gestando nuevas vidas.



LA BISABUELA DEL RETRATO

La joven bisabuela del retrato

—severo el porte, fijas las pupilas-

parece impenetrable

a la curiosidad de quien la observa

desde la vida.

 

Y sin embargo, joven viuda, el dulce

viento de primavera le traería

ansias y turbaciones.

 

Quizá a veces, insomne, en el silencio

de la vieja mansión, le llegaría

una imagen querida. Pensaría:

 

—De ser yo hombre y él mujer, iría

con mi canto de amor en estas horas

de tan alta quietud hasta su casa

cantando así:

 

“Soñé que sostenía una vida brasa

y las dos manos ya tenía marcadas,

mas no quería, no podía arrojarla

porque eras tú;

luego tenía un témpano de hielo

en mi derecha: tan helado era

que ardía mi piel, más yo no lo soltaba

porque eras tú;

finalmente me vi con una rosa

entre los dedos y una gran espina

se me clavaba, y yo sufría contento

porque la rosa

eras tú, y el dolor era yo mismo”.

 

Antigua bisabuela del retrato:

es el viento, quizás,

el sofocante viento del verano,

quien me roba la paz...

 

¿O eres tú, espantada, que me llegas

escuchando tu voz?



MAYO EN GAETA

a Lucila


Desborde loco de rosas,

alegría de amapolas

y un corazón amigo...

De cuando en cuando la vida

muestra su cara de luz.



POESÍA ES MILAGRO

Poesía es milagro.

Su toque logra transformar en oro

hasta lo horrendo;

es capaz de elevar la podredumbre

a la belleza,

de transformar las rocas

de las penas en ondas de armonía,

de sustraer al tiempo

los fugitivos rostros de la vida.

Es don divino, y en él reconocemos al donador.


 


MIS VERSOS

 

Como llueven, leves, los pétalos

de las flores de almendro —cumplida

su misión- y el árbol se queda

desnudo de su blancura,

así se me caen

mis versos, mi breve alegría.

Nunca podría repetirlos

de memoria, y quizá sea justo:

no soy quien los forma. Esclava

de la voz que me dicta, yo escribo.

Luego me quedo sin ellos,

despojada de lo que sentía

tan mío, y se va con el viento.

        


EL LUGAR QUE HOY ME HA DESLUMBRADO

Silenciosos quehaceres

y fragorosa actividad se hermanan

en el lugar que hoy me ha deslumbrado.

Son hormigas los hombres

atareados en los cobertizos

que, resonantes de su extraña vida,

parecen catedrales por su altura.

 

Puentes de inmensas grúas

se deslizan arriba. Los rieles,

abajo, indican que aquí todo es móvil

por enorme que sea. Toda voz

se pierde en el rugido del trabajo.

 

Aquí se van haciendo soldaduras,

allá se doblan planchas gigantescas

torturando el acero lentamente

y más allá se pulen y terminan

bordes de grandes piezas prisioneras,

con la perfecta exactitud debida

a un valioso diamante.

 

Tareas de la mente y de la mano,

orden y esfuerzo.

Uno se siente humilde: es huésped nuevo

de un mundo que rebasa su experiencia

y al despedirse sale renacido.



TEJE, TEJE.

Teje, teje la antigua tejedora

su interminable tela.

Millares de millares son los hilos

de la ancha urdimbre, ancha como un mar.

Teje la tejedora y pedalea

y cierra su tejido con un golpe

a cada paso de la lanzadera.

Aparecen leones que destrozan

soberbios toros; bodas

con sus bailes campestres; y desfiles

de jovencitas con dones rituales;

castillos con sus torres; caballeros

relucientes de acero

que se atacan e hieren furibundos;

y hogueras; y banderas;

sobre un mar relumbrante, unas galeras

con velas abombadas por el viento

y con alas de remos

movidas por esclavos en cadenas.

Teje, teje la antigua tejedora:

escarabajos, pájaros, gusanos

de metales lustrosos

van cubriendo la tela,

como cubren el cielo

a veces, pavorosas, crepitantes

e interminables mangas de langostas;

aparecen

chimeneas vomitando

lentos humos pesados;

se despliegan paisajes

con selvas esqueléticas de torres

que sondean secos páramos

en busca de la sangre más oscura

de la tierra; y ruinas;

y muertes; y agonías

increíbles.

 

¡Ay qué hoscas visiones,

antigua tejedora, vas tejiendo

en tu tela infinita!

 

¡Sueña otros sueños, piensa en algo hermoso

incansable creadora!

 

Para los hijos que te estamos dando

-ya envueltos en tu eterna lanzadera-

ten un poco de amor.



LA TIERRA DEL HOMBRE BUENO

a mi hijo


Las casuarinas tienen,

con el viento, la voz del mar:

por eso fueron plantadas

y ya susurran; vasta mansión severa,

toda de piedra, la casa

de amplios arcos contempla

valle y remansos;

fructifican higueras

y el olivar va creciendo:

frutas y plantas que tienen

sus hermanas en Tierra Santa;

una fuente perenne

y los racimos de uva

recuerdan el agua lustral

y el vino sacro.

 

Los campos, que ya revelaban

su rocoso esqueleto

y mostraban arrugas de arena

arcadas por los aguaceros,

ostentan la nueva belleza

que les dieron amor y fe.

 

Puedas tú iluminar, sol radiante,

la esperada cosecha:

el pleno gozo festivo

de quien sintió tu mirada

como un mensaje.



LOS QUE ME PRECEDIERON

Ellos se acercan, sonríen

-leves, calladas sombras-

antes que llegue el sueño.

Tienen miradas dulces

como diciendo: —No temas—.



PINCELADAS

 

I

Una nube

se ha tragado la luz del sol.

El paisaje se ha vuelto pálido

y lo peina una brisa fría.

La última hoja de un árbol

se agita, se agita,

frágil mano que va saludando

por última vez.


II

Los ramilletes rosados

de la exuberante adelfa

tocan, cabeceando,

el ventanal.

Con brisa suave o viento

cargado de ira, siempre

dicen que sí, que sí:

aman la vida.



AZUL

El intenso color de un cielo terso

engarzado en audaces construcciones

nada más bello.

Uno mira y le absorbe ese profundo azul.

Como quien va remando

sobre las aguas lisas

de un lago, y de repente

se le aparece el firmamento entero,

vertiginosa imagen

bajo la quilla:

queda desmemoriado.

Es el todo. Es la nada. O es, quizás, puro presagio.



ESENCIA ESTIVAL

Oro del sol,

de abejas,

y de retamas en flor,

reclamo

de cigarras,

sabor de duraznos,

perfume de pinos y algas

y de adelfas,

fragor de oleaje:

esencia de muchos veranos

de un mundo perdido,

viene

y el tiempo la ignora.



ANGUSTIA

Todos los ríos

han salido de madre.

Han confundido sus aguas

que van, fangosas, llevándose

los frutos de su rapiña.

Y sigue lloviendo.

El viento

barre la noche,

juega con una puerta

que aunque cerrada golpea

como si alguien pidiese

discretamente permiso

para entrar.

 

¿O es que de veras alguien

quiere ser recibido aquí,

a estas horas?


Sería la Muerte, quizás,

cansada de tanto extenderse

en mares contaminados

que ya fueron chacras y campos,

cansada de tanto correr

detrás de carretas en fuga,

detrás de animales hambrientos

y claudicantes;

la Muerte, quizás, en busca

de un rincón apartado,

de un ser humano indefenso

y solitario

en cuyos brazos podría

recobrar sus fuerzas menguantes.

El viento, la lluvia, las aguas

que van subiendo, la noche,

la puerta...



LAPACHO AMARILLO

Breve violencia de aguacero y viento:

el oro del lapacho se ha borrado.

En mal momento había aparecido.

En mal tiempo florece, para muchos,

la primavera: estéril despertar.

Queda el lago del alma con su herida

—estela plateada— de añoranza.



ALMA MÍA

La tierra, alma mía, dentro de poco

reclamará lo suyo. Entonces tú

¿cómo hablarás? Pues no podrá romperse

el lazo que nos une con aquellos

a quienes para siempre nos debemos.

 

Tal vez murmurarás como las aguas

de un pequeño torrente entre las rocas;

o –muda- empezarás a usar un código

que de ti surgirá: lenguaje nuevo.

 

Porque, devuelto lo perecedero

¡oh alma mía! vigilarás tú sola.



HERMANOS MAYORES

(escuchando a Beethoven)

¡Hermanos mayores! Llamados

a traducir sobrehumanas

armonías, luces y ritmos

a lenguajes terrestres

¡con qué fuerza dais testimonio

de la felicidad!

 

Más arriba de tristes neblinas

y de llorosos cúmulos

de nubes,

lucháis como dioses

para hacer vuestra y nuestra

una verdad diferente

de la que nos ata a la tierra.



AGUILA DE NUBES

En el cielo del alba campeaba

un águila de nubes, desmedida,

con las alas abiertas,

el ojo fijo en el perfil ganchudo

mirando al infinito.

Luego el grisáceo vientre fue encendiéndose

de reflejos de fuego.

Un poco más, y sólo navegaban

girones de vapores

desparramados sobre el sol naciente.

En otros tiempos, la visión extraña

habría hablado al corazón del hombre

transmitiendo un mensaje.

Hoy también, quizás, alguien

fue blanco del impacto

de una admonición y una promesa.



CUADRO IMPOSIBLE

Un esbelto eucalipto

de improviso fulgura como plata

por la lluvia reciente

y el subitáneo aparecer del sol.

Ni el más diestro de todos los pintores

podría reproducirlo

-robarlo al tiempo-

sin usar limadura de platino.

¿Y cuál artista auténtico

sería tan rico?



VIDA Y MUERTE

A nadie gusta imaginar que un día

le acogerá una tierra anegadiza:

todos buscamos para nuestra tumba

un suelo firme y alto, soleado.

 

Y sin embargo, como renacuajos

pasamos bien por nuestra vida oscura.

Luego —nostalgia para siempre— es nuestra

la edad del oro, el tiempo más feliz,

libre de cargas y del pensamiento

de la muerte. Es la edad del paraíso

terrestre; pero un día lo dejamos,

cruzamos el umbral de su salida.

 

Están allí esperándonos los siete

pecados con sus lazos y sonrisas

y las virtudes con sus lamparillas.

 

Nos embarcamos sin saber ni cómo

ni cuándo; vamos por el mar cambiante

y el tiempo sopla hinchando nuestras velas.

No hay puerto. Todo viaje se termina

contra una roca y dentro del embudo

de un remolino que no cesa nunca

de tragar seres, vomitar objetos.

 

Sin pausa, cada cosa se transmuta

eternamente, y todos los sabemos.

 

Pero nos cuesta abandonar el cuerpo

a la disolución que nos aterra:

sentimos pena por el mudo y pálido

resto de nuestro trajinar humano

y deseamos darle una mortaja

de tierra seca. Humilde, último apego

a lo más nuestro de la vida entera.



ESCAPE

Monotonía de lluvia

sobre la fría calzada.

Callado estar, opaco,

de los objetos

en el cuarto de siempre.

Para el deseo de huida

sólo un camino solo:

un deslizarse al fondo

de uno mismo.



EL PINDÓ

para Guillermo,, Oscar, Miguel y Cecilia Pía


Yo lo planté. Quisiera que, mirándolo,

alguna vez pensárais en mí

para quien fue querido y vivo símbolo:

busca profundidad con sus raíces

y altura con el verde surtidor de su cabeza,

corona de su tronco recto y liso.

Se yergue solitario.

No ofrece dulce sombra para el ocio,

más cuando en los violentos temporales

amenazan los rayos,

se desmelenan sus flexibles hojas

llamando sobre sí la fulgurante

ira del cielo, a fin de que se salve

la casa con su gente.

 

Y como amar las mismas cosas une

por encima de ausencias,

quisiera que lo amárais, y cuidando

y transplantando algún vástago suyo

transmitiérais por largo, largo tiempo,

su perfecto mensaje.



LOS LIBROS

El pájaro viejo -nacido

de las aguas del mar-

seguía volando, apoyado

en las gaviotas jóvenes,

gozando del vasto cielo

hasta la muerte
(según una antigua creencia).


Nosotros también, en los libros

de belleza inmortal

tenemos alas amigas

que nos transportan, ágiles,

cruzando el espacio y el tiempo

hasta la muerte

(si es que deseamos la altura).



HECHICERÍAS

Por el camino de una hora ociosa

se deslizó el recuerdo

del palacio de mármol que atraía

con mentidas visiones

a caballeros, damas y doncellas:

tretas del mago Atlante

y del ingenio de micer Ariosto.

Me imaginé allí mismo.

Empecé a examinar mi corazón

queriendo estar segura

del rostro que ese brujo elegiría

para inducirme a entrar

en la blanca mansión de los hechizos.

El sol, que se ocultaba,

guiñó como si viera mi sonrisa.



INDICE

Espectro solar    


I

1976 - 1979


Primavera  

Huida  

Telaraña

Pan

Gemona del Friuli

Rosal

Soledad

Divagaciones bajo las estrellas

Cerca de la chimenea

Quizás

Pregunta

Pronósticos

Hojas

II

1980- 1981

Nací donde se dan las primaveras

Primer amor

El pozo

La muerte y yo

Ocaso

¿Qué haces, madre?

El diablo

Fantasmas

Canción de cuna

Confidencia

III

1981 - 1982

Crucifijo

Si tuvieras que rendir cuenta de ti

Dos figuras talladas

Mi perro

Una voz

Quisiera ser tu sueño

La ola

Final

Heridas

Inesperada aurora

¡Qué dulce cosa!

IV 

1982 - 1984

Mi vida

Símbolo mágico

Gatos

Desvanes

La guerra

Llamas en la chimenea

Piedras preciosas

Ciprés y álamo

Que yo sea luz

La risa

La bisabuela del retrato

Mayo en Gaeta

Poesía es milagro

Mis versos

El lugar que hoy me ha deslumbrado

Teje, Teje

La tierra del hombre bueno

Los que me precedieron

Pinceladas

Azul

Esencia estival

Angustia

Lapacho amarillo

Alma mía

Hermanos mayores

Águila de nubes

Cuadro imposible

Vida y muerte

Escape

El pindó

Los libros

Hechicerías

 

 

 

 

 

 

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