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RAMIRO DOMÍNGUEZ (+)

  CANTATA HEROICA A PEDRO JUAN CAVALLERO (Obra de RAMIRO DOMINGUEZ)


CANTATA HEROICA A PEDRO JUAN CAVALLERO (Obra de RAMIRO DOMINGUEZ)
CANTATA HEROICA A PEDRO JUAN CAVALLERO
 
(ACTO ÚNICO)
 
 
 



CANTATA HEROICA
 
A PEDRO JUAN CAVALLERO
 
(ACTO ÚNICO)*
 
*. Esta obra fue estrenada en Asunción (Teatro Estudio Libre) en 1971
 
PERSONAJES
 
*. CAVALLERO/ PERSONAJES de las más diversas épocas y de distinta edad y condición, que se destacan eventualmente para decir su parlamento, pero integrando todos el Coro.
 
PROLOGO
 
Al oscurecer la sala, a telón caído, redoble de tambores, como iniciando una ejecución. El chirrido de una puerta al girar sobre sus goznes. Voces.
 
UNA VOZ MASCULINA:
Dramatis Personae:
hombres casi estacas
-o estacas casi hombres-
da to mismo.
La sombra de un muerto ilustre
conjurando todas las muertes
sin sentido.
Una hedionda pestilencia
reptando por la escena
con su aliento amarillo.
 
(Contra el telón de boca, se proyecta la sombra de un hombre ahorcado.)
 
UNA VOZ FEMENINA:
 
Escena:
Los funerales del héroe;
que escribió con su muerte
un signo.
Sin cruces
-ni candelabros
-ni crespones
-ni oficios.
 
VOZ MASCULINA:
 
Solo su pueblo absorto.
Como un tendido de estacas
para alambrar el grito.
En vez de féretro,
un denso y viscoso olvido.
 
VOZ FEMENINA:
 
La acción transcurre en un tiempo que no acaba de morir: Tiempo que tanto puede ser hoy como ayer; y abarca todos los tiempos de morir sin tribunal ni ley.
 
VOZ MASCULINA:
 
Porque hay siempre un obstinado retorno
al tiempo meridiano de su muerte.
Como un enorme sacrilegio. Y la profanación
de un tiempo elemental primario
que manchó para siempre todos los mañanas,
al borbotar su sangre rota
sobre los orinales del miedo.
 
VOZ FEMENINA:
 
Porque aquí estamos
-ante el- comiéndonos los codos
de espanto. Sin atinar
a ponemos la cabeza sobre los hombres
y encontramos allí donde la palabra empieza.
 
VOZ MASCULINA:
 
El tiempo que él instauro para nosotros,
es hoy un cadáver pudriéndose al sol,
mientras enarbolamos estandartes
o compramos la escarapela de histriones
por una sucia moneda.
(Mutis)
 
PRIMER CUADRO
 
Al alzar el telón, la escena está totalmente a oscuras. Lentamente, y mientras transcurre el recitativo del Coro, se adelantan unas sombras humanas llevando largos cirios encendidos. Adelantan hacia la embocadura y vuelven a desaparecer por un costado del foro. Las figuras del Coro son hombres y mujeres de la más variada condición y edad, y por su vestimenta acusan épocas tan diversas como el ochocientos, la Colonia, o la época actual. Un persistente rumor de letanía, entrecortado de sollozos, marca las pausas del recitativo.
 
UNA VOZ:
 
Lo que acaban de ver,
o lo que aquí se verá
-ya el tiempo para nosotros
no cuenta más-
son los duelos de todo un pueblo
por un Caballero cabal.
 
MUJER lº:
 
Aquí no hemos venido a llorar
su muerte. Porque el saltó por encima
del amor y del llanto.
 
MUJER 2º:
 
Solo cabe llorar por nuestros hijos,
que se alumbrarán con luceros
de barro.
 
MUJER 3º:
 
Aquí no hay ojos
ni manos
ni gargantas
en número capaz de aunar el gesto
que grite al mundo nuestro desamparo.
 
HOMBRE 1°:
 
Hoy hemos quedado huérfanos,
en orfandad total:
destituidos para siempre
lo verdadero y lo santo.
 
HOMBRE 2°:
 
El instauro esta gloria que se pudre
en nuestra boca, como panes ácimos.
 
HOMBRE 3°:
 
El nos dio nombre y voz,
y este dolor bendito de sabernos
paraguayos.
 
MUJER lº:
 
Que apaguen todas las luces.
Que digan al amanecer
que aquí no hay paso.
 
NIÑA:
 
Madre: ¿quién es ese señor
que ahí esta como un búcaro
derramado'?
 
MUJER 4º:
 
Era un pájaro de fuego,
que se quemo las alas
volando.
 
HOMBRE 4°:
 
Mentira que se mató
por escapar al tirano.
Al estrangular su grito
hay señal de que quiso
decirnos algo.
(Mutis)
 
(Vuelve a oscurecerse totalmente la escena, sin caer el telón.)
 

SEGUNDO CUADRO
 
Al iluminarse gradualmente la escena, se percibe el interior de un lóbrego cuarto colonial, de macizas paredes con ventanas y puertas cegadas, para una celda eventual. En la escena no hay más luz que la que arrojan dos sucios lampiones humeando contra la pared, a la derecha del foro. A la izquierda, una puerta, abierta de par en par, da a una habitación contigua profusamente iluminada, en donde se alcanzan a ver una vasta mesa y otros instrumentos de tortura. La acción transcurre en la habitaci6n contigua, llamada "Cámara de la Justicia", o "de la Verdad". De tanto en tanto, crujen los ejes de una rueda de suplicio y un débil gemido marca la distensión de los miembros descoyuntados, mientras los verdugos cambian monosílabos e improperios, salpicados de risa animal.
 
UNA VOZ:
 
Una noche sucia de candiles. En el cepo
triza sus cuerdas la garganta.
Los verdugos hacen girar sus aparejos
y en vez de confesión brilla una lagrima.
 
VERDUGO 1°:
 
Comandante vomite ese silencio,
que le hará mucho bien sacarse los arreos
de Capitán, y pagar como cualquiera
tributo al miedo.
 
UNA VOZ:
 
Y han de borrar tu nombre como lepra
de los muros del día.
 
VERDUGO 2°:
 
Te harán primer actor de marionetas
para ponerte a luchar en un desván
con las polillas.
(Risotadas)
 
VERDUGO 1°:
 
Tu orgullo de señor almidonado
no pudo sobrellevar la Cámara
de la Justicia.
 
VERDUGO 2°:
 
No supiste escapar a los cien ojos
del Supremo, y ahora tiemblas
como una niña.
 
(Mutis. La víctima es arrojada a empellones a escena. Vienen detrás el Actuario y los Verdugos. Caballero sale descalzo y con la camisa hecha jirones a golpes del "teyuruguái". Una luz vertical, proyectada sobre el centro de la escena, recorta las figuras de rostros duros y toscos, como labrados en palo. Caballero permanece en penumbra, adelantando apenas las manos tumefactas y el rostro abotagado.)
 
VERDUGO 1º:
 
(Dándole un empellón)
Desgraciado:
conteste a la autoridad,
si respeta su vida.
 
ACTUARIO:
 
¿Quién es este infeliz?
¡Diga su nombre y ponga aquí su firma!
 
UNA VOZ:
 
El está allí no más. Rendido,
como una tuerca caída.
 
CAVALLERO:
 
Soy yo... No sé... -No recuerdo
ya lo que quería...
¿Quise, acaso, una Patria
limpia como un altar?
 
ACTUARIO:
 
Porquería. Yo te voy a enseñar
a deletrear tu ficha.
(Exhibiéndole un legajo)
Toma. Trágate este legajo
que canta tus milagros, y de los que están
en tu fila... -Un tal Fulgencio Yegros,
un Iturbe... un Montiel...
¡Bah! Señoritos de tal por cual,
aquí nos vamos a ver
la cara, con los guaicurú
y el "teyuruguái".
(Caballero queda totalmente en penumbra.)
 
UNA VOZ:
 
Son cien. Son más de cien
azotes; y la carne empieza
a desmayar.
 
CAVALLERO:
 
(Adelantándose, en ademan desesperado)
¡Basta!
Quiero confesar.
Que me dejen un momento
libre para pensar en paz.
(Pausa)
(Desafiante) ¡Sí! ¡Soy yo!,
yo, vuestro Capitán y Comandante
una vez; jugándome la vida
por vuestra libertad.
 
(Mutis. Se oscurece totalmente la escena. Por el costado derecho se proyecta un haz de luz oblicuo, suficientemente intenso para dejar en sombras todo lo demás. Se adelanta un personaje de atuendo y acento marcadamente peninsular. Hace el gesto de asomarse a mirar afuera con desdeñosa impaciencia. El Gobernador Velazco y una matrona vestida de negro.)
 

SEÑOR HISPANO:
 
¡Quien vive!
 
VOZ MASCULINA:
 
Lo que no podéis matar:
¡el Paraguay!
 
SEÑOR HISPANO:
 
Permitidme, Señor Gobernador,
que acabe con estos indios
que amotinan la ciudad.
 
VELAZCO:
 
Y a toda esa chusma,
¿quién la podrá dominar?
 
MATRONA:
 
El Comandante Caballero;
nada menos y nada más.
 
(Mutis. Se oscurece el cuadro lateral derecho, y al extremo opuesto, el mismo efecto de luz descubre al -Capitán Caballero en su uniforme de gala, rodeado de patricios que lo aclaman.)
 
PATRICIO 1°:
 
Esta noche, muchacho,
te has jugado la suerte
y te toco la de ganar.
 
PATRICIO 2°:
 
Como quien no quiere la cosa
nos diste Patria y Libertad.
 
(Mutis. Se oscurecen los cuadros laterales y vuelve a iluminarse el interior de la celda.)
 
DIRECTOR DE ESCENA:
 
(En traje de sport moderno)
¡Corten!
¡Bajen el telón! -No es ese el acto
que íbamos a ensayar.
Ahora, el está ante nosotros
temblando de pies a cabeza
y sin poder escapar.
 
ACTUARIO:
 
Veamos que dicen a todo esto
los doctos en la Universidad.
 
(Mutis. Por el mismo efecto de luz, aparecen a un costado de la escena dos togados, sentados en altas cátedras, en ademán de discutir.)
 
DOCTOR 1 °:
 
Unos estúpidos. -Eso:
cuatro militarotes
parodiando una epopeya
en trajes de carnaval.
Haciendo el juego a los porteños
y a los de la Banda Oriental.
 
DOCTOR 2°:
 
El único que entendió la cosa
fue el Supremo. Y estos patricios
solo querían acaudillar.
 
CAVALLERO:
 
(Adelantándose hasta ellos en traje militar de fajina)
Señor, disculpe Ud.
doctor... o Profesor...
Yo no buscaba el mando.
El poder ya lo teníamos
por el gobierno español.
Lo que nos hizo hervir la sangre
fue vernos puestos a remate,
como a un perro en busca de señor.
No queríamos a los portugueses,
y a Belgrano, Ud. recuerda
que supimos decirle no.
No vaya Ud. a ensuciar nuestra muerte
por una tesis de doctor.
 
DOCTOR 1°:
 
Si dejamos hablar a los archivos,
Uds. eran unos orates,
y solo Francia comprendió
cómo desembarazarse de Uds.
para aglutinarnos como nación.
 
CAVALLERO:
 
Tal vez será verdad.
Porque nosotros no entendíamos
la República como una propiedad.
Luego vino, quien nos puso su marca
como al ganado; y nos enseño
lo que podíamos querer
o cuanto debíamos pensar.
 
(Mutis. Mismo efecto de luz y por el costado opuesto, Caballero en igual tenida, limpiando un arma, entre unos patricios y su mujer.)
 
PATRICIO 1°:
 
Capitán Caballero, ¿quién está por nosotros?
 
CAVALLERO:
 
Toda la nación.
 
PATRICIO 1°:
 
Hay que evitar que el déspota
nos gane de mano.
 
CAVALLERO:
 
No lo permita Dios.
 
MUJER DE CAVALLERO:
 
Pedro Juan, te ruego, por tus hijos,
cede por esta vez a mi temor...
Presiento...
-No queda tiempo
de pensar en ti o en mí. Otros
han dado su vida por la Patria
que gesté yo.
 
(Mutis. Una luz vertical desdibuja los contornos de la escena. Desde el foro, en penumbra, avanzan dos mujeres.)
 
MUJER 1°:
 
¡Quién es ese que traen ahí,
flanqueado por fusileros
y a punto de sucumbir!
 
MUJER 2°:
 
Es nuestro prócer, Caballero,
convertido en criminal
por orden del "caraí”.
 
(Mutis. Mismo efecto anterior, iluminando un cuadro lateral. Un escolar y su padre, en indumentaria actual.)
 
ESCOLAR:
 
Papa: ¿por qué el 14 de Mayo
hay concentración en la plaza?
 
PADRE:
 
 
Porque es el día de los héroes;
y honramos en él a Yegros,
Iturbe, Francia y Caballero.
 
ESCOLAR:
 
Y si Francia mandó matar
a nuestros próceres por traición,
¿quién es el héroe entre ellos?
 
(Mutis. La escena totalmente a oscuras. Se oyen gritos mezclados con sollozos y ruidos de pasos.)
 
VOZ FEMENINA:
 
Viernes Santo de 1820.
Hoy han soltado nuevamente
a Barrabas; y todo un pueblo
contigo, Señor, agoniza y muere.
 
(Mutis. Mismo efecto de luz. Cuadro lateral presentando a un sacerdote en el interior del templo, sentado de espaldas. Un patricio con el rostro desencajado y sin aliento, se arroja a sus pies, de rodillas.)
 
PATRICIO 3°:
 
¡Confesión! ¡Confesión!
Padre: hemos pecado todos
contra el ungido de Dios.
Hemos convenido su muerte
y a estas horas, no sabemos
quien lleva bajo su capa
la muerte del Dictador.
 
SACERDOTE:
 
Hijo, sin reparar el daño
no hay materia de absolución.
 
(Mutis. Mismo efecto de luz. A un costado, Los patricios se enfrascan en sombrías premoniciones. Del foro, sale casi corriendo un oficial con la noticia electrizante, encarándolos.)
 
OFICIAL:
 
¡Traición...! ¡Traición!
¡Han pasado la lista de los conjurados
al Supremo!
 
PATRICIO 1°:
 
Dios haya misericordia de nosotros
(Todos se santiguan.)
 
PATRICIO 2°:
 
Ahora sí que Dios ha muerto.
 
(Mutis. Vuelve la escena de la cárcel, con los mismos personajes.)
 
VERDUGO 1º:
 
Este Capitán de opereta
tiene la carne dura,
y no sabe cantar.
aunque le duela.
 
VERDUGO 2°:
 
Vamos a quitarle el pellejo
de a poquito,
pero con otras maneras:
¿sabes que dicen en la calle?
Que es un vendido... Mientes ahora
que es un vendido a los porteños;
y hablan de cartas que lo prueban.
 
CAVALLERO:
 
Si hay tales cartas,
¡que las presenten ante mí!,
para arrancarme los ojos
cuando las lea.
 
VERDUGO 1°:
 
(Abofeteándolo) ¡Cobarde! Mientes ahora
para encubrir tu vergüenza.
 
CAVALLERO:
 
(Retrocediendo) ¡Jamás...! Mi Patria vale más
que mi vida, y nunca
la quise en cadenas.
¡Qué ganamos con cambiar
el grillete español
por el dogal porteño!
Vivos o muertos,
sea de nosotros lo que fuera,
nuestro gesto va igual
contra todos los déspotas.
 
ACTUARIO:
 
¡Fuera...! ¡Sáquenlo de aquí!
Este loco piensa predicar
hasta que muera.
 
(Mutis. Queda la escena a oscuras. Ruido de puertas y cerrojos al retirar se los Verdugos.)
 
TERCER CUADRO
 
Al iluminarse la escena, ésta aparece partida en dos por un grueso muro de adobes. A la izquierda, a la calle, el amplio corredor techado de una casona colonial, con verjas y horcones de madera. Es de noche, y algunos faroles se encienden o apagan, según se suceda la acción. Largos escaños de madera y una mecedora de estilo son el único mobiliario del comedor. A la derecha, el interior de una amplia sala, con alacena empotrada, gran mesa y sillones en cuero claveteado. Un altar casero en un rincón, con reclinatorio, nicho y crucifijo; algunas imágenes de miriñaque y velón votivo. Puertas y ventanas con gruesos quiciales y postigos practicables, sin vidrios, sobre la calle. Velas de sebo en candeleros de plata y palmatorias prestan su débil luz al salón señorial y modesto. El mismo juego de luz ubica alternativamente la acción en uno y otro cuadro. En la sala espiando desde los postigos de la ventana, dos damas que por la edad podrían ser madre e hija, ataviadas de negro y con manto a la usanza española.
 
MADRE:
 
¡Que no sepa el oído lo que dices!
 
HIJA:
 
¡Que no miren los ojos lo que vemos!
 
MADRE:
 
¡Nuestros próceres de Mayo
conjurados contra el Supremo!
 
HIJA:
 
Han llamado a la capital
a Don Fulgencio Yegros.
MADRE:
 
Hay rumores de sublevación
que tienen pasmado el viento.
 
HIJA:
 
Madre: ¿qué hemos ganado  
con ser libres, si lo mismo
nos estrangula el miedo?
 
MADRE:
 
¡No te atreves a preguntar!
La duda es un crimen horrendo.
Hay que creer, hija mía,
aunque nos muerda los pezones
la duda de estar en lo cierto.
¿Que ganas con decir no,
si ellos quieren que lo blanco
sea negro?
Si la mentira es verdad,
ellos lo saben decir
mejor que tú, y con más derecho.
 
HIJA:
 
¡Ay... ! - ¡Y cómo cuesta
ser prudente y no quedar
deshonrados en lo más adentro!
 
(Mutis. En el corredor, sobre la calle, una joven madre, arrebozada, arrullando a su hijo en brazos, en la mecedora.)
 
JOVEN MADRE:
 
Duerme.
Duerme, mi amor.
Tal vez, hijo de mi alma,
durmiendo te sientas mejor.
(Pausa)
Aquí el día es como un techo
de plomo, pesando sobre el aliento
y la voz.
(Pausa)
Duerme, ahora;
ya te esperan, cuando mozo,
la Triple Alianza
y otro calvario de dolor.
Ahora duerme:
escápate de mi llanto
y descansa... -Tu padre, desde el calabozo
te grita su bendición.
(Pausa)
Sollozando, se ha dormido
el capullo de mi corazón.
 
(Mutis. A la derecha, una luz oblicua que viene del foro desdibuja el interior de la habitación. Caballero, en atuendo de señor de campo, con sombrero y poncho, en trance de despachar un peón. Este es un mancebo de la tierra, con indumentaria a la estanciera, sombrero con barbijo, poncho y altas pierneras, faja y facón. Va descalzo y arrastra grandes espuelas de hierro.)
 
CAVALLERO:
 
Rosendo:
toma mi montado
y galopa hasta lo de Montiel.
Diles que si Dios y la Virgen
permiten, todo va bien.
 
PEON:
 
Patrón, no se quede solo,
aguardando a lo que pudiera ser.
Vamos a despertar a la gente
para que se juegue la vida
con Ud.
 
CAVALLERO:
 
Al pueblo no se levanta,
muchacho, sino después.
Ahora duerme, con los sueños
que el tirano dispuso
para é1.
Pero aguarda:
¡dame un abrazo! Y hasta la vista,
si no nos volvemos a ver.
(Entra el peón.)
¡Esta mi gente!
Buena y noble, y sin doblez.
¡Cuándo alcanzaré a verla,
erguida su frente, mostrando al cielo
lo que la tierra les dé!
 
(Mutis. Cambia la escena, dividida siempre en dos planos. A la izquierda, una calle de Asunción con oscuros y altos portales de escalones exteriores adosados a los cimientos. A derecha, un salón similar al anterior, con imperceptibles cambios de moblaje. Una dama de edad provecta observa el ir y venir afanoso de su marido, un oficial de elevada planta y noble porte, que podría identificarse con Yegros o cualquier otro patricio. Suena al fondo el tic-tac obsesivo de un reloj de pared, que va increscendo hasta apagarse luego con el mutis.)
 
VOZ MASCULINA:
 
La noche, como un patíbulo
enorme, cuelga sobre la ciudad desierta.
Horas de obsesivo retorno
a los postigos de la espera.
 
OFICIAL:
 
(Espiando a la puerta)
Otro relevo de guardia en el Cuartel,
sin que nada se sepa...
¡Por Dios! ¡No me estés allí mirando
como alma en pena!
Anda a dormir, y déjame solo
terminar esta faena.
(La dama sigue absorta en su asiento.)
¡Señor...¡Cómo tardan en venir!
¿Se habrán caído también ellos
víctimas de la sospecha?
(Pausa)
 
VOZ MASCULINA:
 
El péndulo del reloj
decapitando las horas
con mecánica indiferencia.
 
OFICIAL:
 
¡Mi capa! - ¡No digas nada!
¡Pronto acá mi capa negra!
(Ella le alcanza una doble capa española.)
Aunque tenga que morir,
mejor voy por ellos afuera.
(Hace ademan de echarse a la calle.)
 
(Mutis. Cambio de luz. La acción en la calle, casi enteramente en penumbras. Estrépito de voces y armas de un pelotón de guardia persiguiendo a alguien que huye precipitadamente.)
 
1º VOZ:
 
¡Quién anda ahí!
¡Alto, diga el santo y seña!
 
2º VOZ:
 
¡Patria y libertad...!
 
1º VOZ:
 
¡Altooo...! ¡Disparen!
¡A matar! - ¡Idiotas! Ha escapado
de nuestras narices -¡Pronto
a registrar puerta por puerta!
 
(Mutis. A1 interior de la casa, una anciana secundada por una niña y una vieja mulata, en trance de rezar el rosario, en la calle, un galopar de gente a caballo despierta a los perros del vecindario que sueltan a ladrar y aullar.)
 
ANCIANA:
 
¡Las puertas!
¡Por el amor de Dios.
cierren todas las puertas!
 
MULATA:
 
¡Cháke...! ¡El "caraí”,
montado en su moro, tomo el camino
de la Recoleta!
 
NIÑA:
 
¡Que habrá pasado, Señor!:
va más sombrío que nunca
y sin húsares que le precedan.
 
MULATA:
 
Hálito de muerte ha desolado las recovas
y se filtra por las cancelas...
 
ANCIANA:
 
No salgas a mirar...!
Tal vez hay ojos
que espían sin que tú los veas.
 
(Mutis. Mismo efecto de  luces. Un haz de luz oblicuo proyectado desde el foro sume la escena en penumbra. Adelante, Caballero sentado en una banqueta y haciéndose alzar las botas por un mocito arrodillado ante él. Le rodean varios patricios, arrebazados en su capa y con altos chambergos.)
 
CAVALLERO:
 
Será esta noche.
señores: el tiempo apremia.
 
PATRICIO 1°:
 
¿Cuál será la señal?
 
CAVALLERO:
 
Tocarán a rebato las campanas
de la Catedral.
 
PATRICIO 2º:
 
Han pasado nuestros nombres
a Velazco, y tal vez mañana
se nos decida encarcelar.
 
CAVALLERO:
 
(Poniéndose de pie)
Antes de morir esclavos
mañana, muramos hoy
gestando Patria y Libertad.
 
(Mutis. Repique festivo de campanas. A la izquierda, se abren de par en par todas las puertas profusamente iluminadas, y bajan por ellas a la calle los mismos personajes del Coro inicial, congratulándose primero, y asumiendo después una actitud hierática mientras dicen el recitativo; y vuelven a separarse, hasta desaparecer por las distintas puertas, que se cierran por fin y quedan a oscuras.)
 
MUJER 1º:
 
Nunca campanas sonaron
mejor que aquella noche sin par.
 
MUJER 2a:
 
Aunque más fuerte repicaba por dentro
el corazón, a punto de estallar.
 
MUJER 3º:
 
Mómpox y José de Antequera,
aguardaban la seña
para resucitar. 
 
MUJER 4º:
 
La hija de Juan de Mena,
volvió a vestir en la tumba
su blanco velo nupcial.
 
HOMBRE 1°:
 
Los Comuneros de Irala;
los Comuneros de Castilla,
y los Ángeles que fueron
y vendrán.
 
HOMBRE 2°:
 
Los emigrados. Hartos
del pan amargo y ajeno;
y los que mueren de hambre
en el hospital.
 
HOMBRE 3°:
 
Los que pagan impuestos con su sangre
y los que son encarcelados
por no tener con que pagar.
 
HOMBRE 4°:
 
Los que huyen con un grito adentro
rompiéndoles las entrañas,
sin conocer el nombre
que denunciar.
 
HOMBRE 5°:
 
Los que se suicidan de tedio,
secándose bajo el espejo solar.
 
MUJER 5º:
 
Todos, lloraban de gozo,
oyendo las campanas sonar.
 
MUJER 6º:
 
Caballero: ¡Dios te acompañe
con su lucero del alba!,
niño metido en hazañas
de Capitán.
 
MUJER 7°:
 
Que abran todas las puertas;
que estallen todos los naranjos en flor,
en esta anticipada primavera.
 
HOMBRE 6°:
 
Que el río lleve esta inundación
de gloria por las praderas.
 
HOMBRE 7°:
 
Que los caminos alboroten los confines
de la Patria con esta savia nueva.
 
HOMBRE 8°:
 
¡Somos libres!
 
HOMBRE 9°:
 
Somos libres... -Sí, señor.
una cosa tan humilde y tan vieja:
Nuestra pequeña libertad, colmada
de zumos recónditos y rebeldías lozanas.
 
MUJER 8º:
 
¡Somos libres
como cachorros de fieras!
Libres de levantar castillos de naipes
en nuestras taperas.
 
MUJER 9º:
 
¡Libres...! ¡Somos libres!
 
HOMBRE 10°:
 
(Un europeo actual, posiblemente alemán, o ingles)
¿Qué os aprovecha
vuestra libertad;
si carecéis de pan
e inteligencia? 
 
HOMBRE 11 °:
 
No pedimos mucho.
señor, sino la más pequeña
medida; para tener el derecho
de equivocarnos como cualquiera.
No queremos el camino recto
que para enderezar
nos corta los brazos y las piernas.
Entre la verdad y el error,
déjennos la libertad de elegir
lo que entendamos mejor,
aunque nos duela.
 
HOMBRE 12°:
 
(Un caudillo americano de cualquier época)
La libertad es el precio del orden,
y no se llega hasta allá
dando golpes a ciegas.
 
MUJER 10º:
 
La libertad, señor,
es una gracia de Dios
que cada día se pierde
o se conserva.
 
HOMBRE 13°:
 
Nosotros, hemos preferido ganarla
empeñando la vida. Y no estamos dispuestos
a perderla.
 
(Llega, jadeante a la escena un muchacho, como de 14 ó 15 años.)
 
MUCHACHO:
 
¡Oigan...! -El Gobernador
ha dimitido.
 
CORO:
 
¡Victoria...!
 
ALGUIEN:
 
Hoy estrenamos una Patria nueva.
 
(Mutis. Se oscurece la escena. Mismo efecto de 1uz oblicua desde el foro. Adelante, Caballero es detenido por un pelotón de fusileros al mando de un sargento. De fuera, llega el piafar nervioso de caballos, apostados tras una larga jornada.)
 
SARGENTO:
 
¿Es Ud. el Capitán Caballero?
Ordenes del Dictador para prenderlo.
No diga nada, y déjenos revisar
sus documentos.
(Pausa)
Atenle bien las manos:
estos traidores, como las ratas,
saben escapar por cualquier agujero.
¡Cállese...! Ya después le tocara
cantarnos, desde el cepo.
¿Vieron? -Así no más se entregan y callan
estos enemigos del pueblo.
 
(Mutis. Se oscurece totalmente la escena, mientras cae el telón.)
 

CUARTO CUADRO
 
A telón caído. Chirriar de puertas y cadenas previniendo la escena de la cárcel.
 
VOZ MASCULINA:
 
En la celda,
la luz muriendo de frío
desde una candela.
Años vacíos de cárcel que no cubren
un instante apenas.
Horas atroces de agonía
que parecen eternas.
 
VOZ FEMENINA:
 
Aquí la carne se adelgaza
como una larga pena:
y el espíritu se llena de lodo
y úlceras que queman.
 
(Al alzarse el telón. el mismo efecto de luz oblicua desde el foro, dejando atrás y en sombra la celda de Caballero. Adelante, se congregan los mismos personajes del Coro, de diversa vestimenta y distintas épocas, ansiosos de saber la suerte del héroe. Alguien con ademan bondadoso y enérgico los aleja de la cárcel. Por ambos costados, se dispersa el Coro, haciendo cada cual muestras de compasión y desencanto.)
 
HOMBRE 1°:
 
¡Afuera...!
¡Afuera...! -Déjenlo solo
doblarse sobre su soledad,
mientras galopa el pulso
de sus venas.
Hay demasiada tempestad
en esa faz serena.
No interrumpan este sordo derrumbe
de sus fuerzas.
No pregunten nada:
            él está, transfigurándose,
            sobre su ruina inmensa.
 
(Mutis. Cambio de luz. La misma escena del Cuadro Segundo. Un camastro con estampado de tiento y un jergón con mantas revueltas. Una silla y mesa vastas. Directamente sobre la mesa, una vela de sebo chorreando su magra luz. Caballero con evidentes signos de agotamiento y desesperación, descalzo y con el mismo aspecto miserable anterior. Luces en las distintas gamas del rojo dan una apariencia espectral a la escena.)
 
VOZ FEMENINA:
 
¡ No... !
Suicidio no...
Sería demasiado bajo
matarse, por no arrostrar
al Dictador.
 
CAVALLERO:
 
Lo alto y lo bajo...
¡quién me da prueba
de los dos!
Sólo sé que mis altos sueños
me valieron el mote
de traidor.
(Pausa)
 
VOZ FEMENINA:
 
¡No... !
Suicidio no...
Hay otras formas de mostrar
tu rebelión.
 
CAVALLERO:
 
Han pasado las horas. Y sé
que solo aguardo la muerte
frente a un pelotón.
(Pausa)
¡No puede ser! No puede ser
que me someta al ultraje
de correr de la vida
como un ladrón...
¡No ...! -Suicidio no.
¡Aguardaré y les gritaré
al rostro mi desesperada rebelión
y mi desprecio... !
(Pausa)
-Pero,
¿gritare a quién? -Allí
no estarán sino cuatro sicarios
y un sargento.
Lo que oigan, pronto será cubierto de baba
y excremento.
Lo que vean,
mil veces se dirán que no lo han visto,
hasta creerlo.
(Pausa)
¡Sí... ! - Sólo un gesto:
un gesto indeleble y eterno.
Pero no hay eternidad
sino en la muerte. -Sólo cabe
arrebatarles mi muerte.
¡Para pregonar mi rebelión
desde los cuatro vientos...!
 
VOZ FEMENINA:
 
¡No... !
Suicidio no...
Por amor de tus hijos,
por el temor de Dios...
 
CAVALLERO:
A punto de morir,
no se ve en Dios al Juez,
sino el Amor.
 
(Mutis. Cambio de luz. Adelante, un chico y su padre, los dos de espaldas y ambos en indumentaria moderna, parecen mirar hacia la cárcel.)
 
NIÑO:
Papá: no alcanzo a ver
si está por morir de miedo,
o quiere burlarse del Dictador.
 
DOCTOR 1°:
 
(Se adelanta hacia ellos.)
Nuestros próceres de Mayo
murieron como corderos
en el patíbulo: sin levantar
la voz.
 
(Mutis. Cambio de luz. En la celda)
 
VOZ FEMENINA:
 
¡No... !
Suicidio no...
Suicidarse no es gesto
de varón.
(Pausa)
 
CAVALLERO:
Mi muerte no será por reducir
la medida del horror.
¡Me arrancaré la vida
para enarbolarla a los cielos,
como un pendón!
(Pausa)
 
VOZ FEMENINA:
 
¡No... !
Suicidio no...
 
(Se oyen pasos de un pelotón en marcha y redoble de tambores, aproximándose.)
 
¡Aguarda...! Ya vienen
los que buscan tu muerte,
a redoble de tambor.
 
(Mutis. Cambio de luz. Adelante, salen precipitadamente el Actuario y soldados vestidos para la ejecución)
 
ACTUARIO:
 
¡La luz!
¡Traigan más luz!
 
SOLDADO:
 
(Glacial) El Capitán Caballero
está muerto. Se ha colgado
en medio de todos nosotros
como una fatídica Cruz.
 
ACTUARIO:
 
¡No puede ser!
¡No dejen que se muera
sin orden del Supremo!
 
(Cambio de luz. En la celda. La intensa luz que sale por la puerta abierta de par en par, proyecta contra el muro hacia el foro la nítida sombra del ahorcado. Entran estupefactos los soldados y el Actuario.)
 
Bájenlo de allá arriba; y cubran
pronto, con todas las sábanas del mundo,
esos fríos ojos de acero.
(Sus hombres lo miran atónitos, sin atinar a hacer nada.)
¡Despejen! Déjenlo respirar
el aire mañanero...
¡Hay que hacerlo revivir
a toda costa! -Alguien le preste su aliento.
Derritan a golpes esa sangre
que se está endureciendo.
¡Hagan fuego!
¡Luz! ¡Más luz...! ¡No ven
            que nos estamos quedando ciegos!
¡Pronto! ¡Hagan saber
            esta contrariedad al Supremo!
¡Qué desgracia, habérsenos
escapado así, sin precavemos!
(Pausa)
(Fuera de sí) ¡Corran!, a cubrir
todos los boquerones del día,
pongan candado a todos los luceros…
Y que no canten los gallos del alba
el triunfo de Caballero.
 
(Mutis. La luz se desvanece hasta quedarla escena a oscuras.) 
 

QUINTO CUADRO
 
Cambio de luz. Al frente, salen por ambos lados los diversos personajes del Coro, apesadumbrados y llevando cirios encendidos, como en el Cuadro Primero. Adelantan hacia la embocadura y se cruzan, desapareciendo por el costado opuesto, hacia el foro. Las campanas de la Catedral doblan a muerto, y el mismo rumor de letanía, entrecortado de sollozos, marca las pausas del recitativo final. Alguien en ropa de civil y de corte moderno, les sale al paso con gesto terminante, y enfático.
 
ALGUIEN:
 
¿Qué han venido Uds. a ver?
(Todos se detienen desconcertados.)
Vuelvan a sus casas, y a su tiempo;
y cuenten a sus hijos y nietos
el mensaje que este muerto
-colgado así, como un péndulo
entre el ayer y el mañana-
escribió para después.
(Pausa)
 
(Al fondo, se descubre el interior de la celda, con el mismo efecto de la puerta lateral izquierda que, iluminada profusamente, recorta contra la pared hacia el foro la nítida sombra del ahorcado.)
 
Déjenlo morir de pie:
árbol herido por el rayo.
(Pausa)
Traigan un poco de aromas
del valle que tanto amó.
(Pausa)
Acérquenle la brisa del cerro
para que avente esas lágrimas.
(Pausa)
Rompan el corazón
de cien lapachos en flor de llama,
para que repitan quinientos años
un responso aterido
por su alma.
 
(Gradualmente se desvanece el efecto de la celda, hasta quedar totalmente en sombra. Desde el foro, y por los reflectores de boca una iluminación más y más intensa anuncia el amanecer de un día radiante. Las campanas sueltan a repicar con aire festivo y triunfal.).
.
 
De: Plá/Domínguez. TEATRO BREVE:
 
Historia de un número y Cantata heroica.
 
(Asunción: Ediciones Diálogo, 1969), pp. 25-50
 
.
 
 
 
Fuente:



Intercontinental Editora,

Asunción-Paraguay – 612 páginas.
 
 
 
 
 
 

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