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ANDRÉS COLMÁN GUTIÉRREZ

  ACOSTA ÑU, 2013 (GUERRA DE LA TRIPLE ALIANZA) - Por ANDRÉS COLMÁN GUTIÉRREZ


ACOSTA ÑU, 2013 (GUERRA DE LA TRIPLE ALIANZA) - Por ANDRÉS COLMÁN GUTIÉRREZ

ACOSTA ÑU (GUERRA DE LA TRIPLE ALIANZA)

Por ANDRÉS COLMÁN GUTIÉRREZ

Colección 150 AÑOS DE LA GUERRA GRANDE - N° 14

© El Lector (de esta edición)

Director Editorial: Pablo León Burián

Coordinador Editorial: Bernardo Neri Farina

Director de la Colección: Herib Caballero Campos

Diseño y Diagramación: Denis Condoretty

Corrección: Milciades Gamarra

I.S.B.N.: 978-99953-1-437-8

Asunción – Paraguay

Esta edición consta de 15 mil ejemplares

Diciembre, 2013

(95 páginas)





Contenido

Prólogo

Introducción       

Capítulo I

De las escuelas a las trincheras

Capítulo II

La Campaña de las Cordilleras

El Ejército paraguayo se reorganiza

En busca de Solano López

Capítulo III

La caída de Piribebuy   

Capítulo IV

La retirada de Azcurra

El ejército de Caballero, a merced del enemigo  

Trincheras y empalizadas en Caaguy Yurú

Capítulo V

La ocupación de Caacupé

La oscura noche que presagia la masacre

Capítulo VI

El mayor holocausto infantil de América

Aquellos niños soldados

El primer ataque

El sangriento cruce del arroyo Yukyry

La heroica resistencia

Se consuma el holocausto

Capítulo VII

La hora final

Caballero se pone a salvo

Paisaje después de la batalla

Capítulo VIII

"Aquí ya no hay nadie para matar”

 

Fuentes consultadas

ANEXO 1

Declaración del 16 de agosto como Día del Niño del Paraguay

ANEXO 2

Un niño mártir de Acosta Ñu en el Panteón de los Héroes

Acta de exhumación de los restos de un niño soldado desconocido, Mártir de Acosta Ñu, en Eusebio Ayala    

ANEXO 3

Curuzú Infante

ANEXO 4

Acosta Ñu, en la evocación de escritores, poetas y músicos

El autor 





PRÓLOGO

Este libro escrito por Andrés Colmán Gutiérrez, trata sobre una de las páginas más dolorosas de la historia paraguaya. Sin lugar a dudas hablar de Acosta Ñu produce un nudo en la garganta hasta al más recio, que evoque con detalle aquel hecho que aún hoy produce dolor e indignación, más allá de las interpretaciones a favor o en contra de la figura de López y su responsabilidad en dicha batalla. Es imposible desconocer el sadismo y la crueldad demostradas por las tropas brasileñas en contra de los niños que participaron de una batalla a tan tierna edad.

El autor presenta diferentes aspectos que evocan a aquel fatídico 16 de agosto de 1869, cuando cerca de 3000 niños tuvieron que luchar contra un ejército que era casi 6 veces superior en número y en poder de fuego.

El libro comienza explicando lo que simbólicamente nos fue inculcado a generaciones de paraguayos y el uso que le dio la dictadura stronista a dicha fecha, para luego explicar lo que ocurrió en la llamada Campaña de Las Cordilleras, en la que el ejército paraguayo era una sombra de aquellas victoriosas tropas que retornaron del Mato Grosso en 1865.

La obra continúa aclarando diversos aspectos del plan de los brasileños y de la guerra de tipo tierra arrasada aplicado por el comando brasileño ejercido desde aquel año 1869 por el propio yerno del Emperador del Brasil, el conde D'Eu, quien pasó a la historia de la Guerra como un jefe cruel y despiadado que no tuvo contemplación de mujeres, ni de niños ni de heridos.

El libro trae como anexos una rica variedad de textos desde decretos hasta poesías que permitirán al lector comprender en su justa magnitud lo que fue la batalla de Acosta Ñu y lo que la misma significó y significa en la conciencia colectiva de los paraguayos.

Agradecemos al autor el permitirnos recordar y comprender lo que pasó en los campos de Acosta Ñu, hace 144 años, cuando miles de niños enfrentaron a un enemigo feroz que no solo les combatió en el campo de batalla, si no que demostró su crueldad al quemar el campo de batalla con los heridos aún tendidos en él.

Asunción, noviembre de 2013

Herib Caballero Campos



INTRODUCCIÓN

DE LA LEYENDA A LA HISTORIA


Allá en mi tierra, bordeando el monte

se extiende el campo de Acosta Ñu

llano florido que, en su silencio

recuerda aquella guerra guasu.


Cruzan sus valles viejas trincheras

llenas de gloria tradicional

como el setenta, se alzan las sombras

de aquellos bravos del Paraguay.


La primera versión que tuve sobre la batalla de Acosta Ñu, en la época de mi infancia, fue a través de las estrofas de una canción.

Me la enseñó la señorita Petrona, mi maestra del segundo grado, en la escuela primaria de Yhú, mi pueblo natal.

Supe entonces que los versos eran de Federico Riera y la música de Emilio Biggi.

La cantábamos en las filas, luego de haber entonado el Himno Nacional y de que se hubiera izado la bandera tricolor, junto a otras canciones patrióticas.


Yo quisiera cantarte tu heroico pasado

la gran epopeya de un pueblo viril

pedacito de tierra color de esperanza

reliquia de gloria y honor guaraní


Jukyry va surcando tu valle dormido

cual mudo testigo de tu kurusu

en cien luchas tenaces, la cruel resistencia

pusieron los héroes de tu Acosta Ñu.


Fue la maestra Petrona también la primera persona que nos contó sobre aquellos niños de hace más de un siglo, que probablemente tenían nuestras mismas edades, pero un destino más trágico y heroico.

Recuerdo que sentíamos una gran emoción cuando ella hacía pasar en frente del aula a algunos de nuestros compañeros, a quienes les pintaban el rostro con un trozo de carbón, para demostrarnos cómo hicieron los niños en aquella batalla de pesadilla, simulando barbas oscuras para hacer creer a los enemigos que eran miembros de un ejército de adultos, que decidió enfrentar con un inmenso coraje al ejército aliado que lo superaba muchas veces en número de hombres, así como en cantidad y calidad de armamentos, para cubrir la retirada del mariscal López y sus tropas, ofrendando sus jóvenes vidas como verdaderos mártires de la causa nacional.


Pechos de acero y corazones

escalonaron py'a guasu

y hasta los niños, su sangre joven

dieron en aras de Acosta Ñu.


Niños y ancianos, todos cayeron

al juramento de antes morir

solo una cosa quedó en su puesto

la raza heroica del guaraní.


Un par de años después, cuando me tocó participar de una excursión estudiantil hasta la capital, hicimos una parada en la ciudad de Eusebio Ayala o Barrero Grande, frente al monumento a los niños mártires de Acosta Ñu.

Habíamos visto la foto de ese lugar en uno de nuestros manuales escolares y sentimos que, al estar allí, la historia misma cobraba vida, y que también nosotros nos hacíamos parte de esa grandiosa historia.

También recuerdo que un grupo de docentes de la ciudad nos recibió en aquel sitio. Uno de ellos, que vestía riguroso traje negro y corbata roja a pesar del intenso calor, nos hizo un encendido relato, con voz vibrante, sobre lo que fue aquella batalla. Nos dijo que, como hijos de una nueva generación de paz y progreso, debíamos sentirnos orgullosos del sacrificio de los niños héroes. Inevitablemente, pronunció loas al eterno mandatario de entonces, el general Alfredo Stroessner.

El nombre de aquel vibrante historiador nacionalista y stronista estaba escrito en la portada del libro que nos regaló para la biblioteca de nuestra escuela (sin saber que nuestra escuela no tenía biblioteca, apenas un modesto armario de libros en la sala de la dirección). Se trataba del profesor Andrés Aguirre, historiador y docente barrereño, quien en esa época era considerado el más entusiasta propulsor y especialista de todo lo vinculado con la batalla de Acosta Ñu. En aquella oportunidad me enteré que gracias a una propuesta suya, el gobierno había decretado oficialmente en 1948 que se celebre el Día del Niño cada 16 de agosto, en conmemoración a la fecha en que se libró la batalla, el 16 de agosto de 1869.

Me quedaron grabadas sus grandilocuentes palabras, su entusiasta reivindicación a aquella "Acrópolis de niños". Quiso el azar, o el destino, que lo pudiera volver a encontrar muchos años después, en agosto de 1980, cuando yo me había convertido en un joven y novato periodista del diario Ultima Hora, y el entonces jefe de Redacción, Fernando Cazenave, me encargó escribir un reportaje sobre el Día del Niño.

Me pidió viajar a Eusebio Ayala y entrevistar al historiador Andrés Aguirre, acerca del estado en que se encontraban los sitios históricos de la batalla de Acosta Ñu.

Lo encontré ya bastante anciano, pero aún desbordado de entusiasmo. Me recibió con mucha amabilidad y me acompañó hasta los campos de batalla y al monumento del Cerro de la Gloria. En esa época yo tenía una cierta conciencia política de oposición crítica a la dictadura, y me cayeron mal sus constantes alabanzas al Partido Colorado y al gobierno de Alfredo Stroessner, pero contradictoriamente sentía admiración ante su pasión por la historia, por su emblemática defensa y promoción de la causa de los Niños Mártires de Acosta Ñu.

Aguirre me regaló un ejemplar de su libro Acosta Ñu, Epopeya de los Siglos, que en ese momento apenas hojeé para agregar algunos datos al reportaje, y luego lo relegué en algún oscuro rincón de la biblioteca.

Treinta y tres años después, cuando el amigo Herib Caballero Campos me encargó escribir sobre Acosta Ñu para esta irreligiosa colección sobre los 150 años de la Guerra Grande, lo primero que hice fue buscar aquel libro. Lo encontré, amarillento y deshojado, todavía con una dedicatoria glamorosa: “…estas páginas de heroísmo y de dolor, convertidas hoy en laurel de esperanza de nuestro Paraguay".

Su lectura fue un redescubrimiento. Quitándole los farragosos discursos nacionalistas y las alabanzas a Stroessner, en el libro hay no solamente una minuciosa reconstrucción de la gesta de Acosta Ñu, a través de las principales referencias bibliográficas, sino también valiosos documentos y testimonios recogidos a través de un registro de la cultural oral de los pobladores lugareños, hijos, nietos y descendientes directos de quienes fueron protagonistas de los sucesos.

El libro del profesor Aguirre, ya fallecido, fue mi principal hoja de ruta en esta mi propia versión de la batalla de Acosta Ñu, junto a varios otros valiosos materiales bibliográficos, de otros autores.

Como en anteriores obras mías, el lector encontrará en este texto una aproximación más periodística que historiográfica, el estilo de un gran reportaje narrativo sobre una de las epopeyas más trágicas y heroicas de nuestra Guerra Guasu.

En lo personal, siempre tuve sentimientos contradictorios sobre la batalla de Acosta Ñu. En mi infancia escolar, al igual que gran parte de los niños y jóvenes de mi época, crecí aprendiendo la versión más nacionalista de la historia oficial, pero mis posteriores lecturas me aportaron una visión más crítica sobre aquellos niños, jóvenes y ancianos, utilizados inmisericordemente como carne de cañón para cubrir la retirada de López y lo que quedaba de su ejército, en una guerra que truncó para siempre los destinos de toda una generación.

Tuve y tengo una posición contraria a que la fecha del 16 de agosto se haya instituido como Día del Niño, y sea celebrada cada año con una visión entre romántica y festiva de nuestro mayor holocausto infanto-juvenil, cuando en realidad debería ser una fecha reflexiva para condenar la utilización de los niños soldados en las contiendas bélicas, una lamentable realidad que sigue vigente en muchas partes del mundo. Hasta hace pocos años, el enrolamiento de menores de edad era una práctica corriente, aunque ilegal, dentro del sistema del Servicio Militar Obligatorio en las Fuerzas Armadas del Paraguay.

Pero esta visión crítica sobre la manera de evocar una página tan trágica de nuestra historia no me impide admirar con emoción patriótica lo que fue el sacrificio del batallón de niños y ancianos que se batieron y se inmolaron en los campos de Acosta Ñu, aquel fatídico y glorioso 16 de agosto de 1869, en lo que seguramente puede considerarse como el mayor holocausto infanto-juvenil en la historia de América. Mucho menos me impide intentar reconstruir con pasión narrativa y mirada objetiva las circunstancias de aquella batalla.

Esta obra está dedicada a todos los niños y niñas del Paraguay, para que nunca más tengan que cambiar libros, lápices, cuadernos y juguetes infantiles por un uniforme militar y un arma de muerte.

A.C.G.



CAPÍTULO I

DE LAS ESCUELAS A LAS TRINCHERAS

 

En medio de las verdes serranías del Ybytyruzú, en un lugar llamado Pirity, en la población de Mbocayaty del Guairá, a pocos kilómetros de la ciudad de Villarrica del Espíritu Santo, se levanta una choza de adobe y techo de paja, con paredes pintadas con cal blanca.

En medio del patio de tierra dura apisonada hay un rústico y fino mástil de tronco de madera, en cuya punta ondea una deshilachada bandera tricolor.

Un grupo de niños y niñas forman las filas bajo el sol de la mañana, mientras un viento seco levanta nubes de polvareda.

Se trata del rústico edificio de una escuela rural, de las varias diseminadas por el agreste territorio del interior del Paraguay.

En este lugar, a orillas del arroyo Bobo, poco más de una cuarentena de niños y niñas reciben las lecciones escolares del maestro Clemente Medina, un ciudadano español radicado en el Paraguay, director y único docente de la pequeña escuelita.

Esta escena ocurre en los primeros días de agosto de 1869.

El maestro Medina acababa de recibir la visita de un estafeta del ejército del mariscal Francisco Solano López, quien le trajo la orden de presentarse al cuartel general de Azcurra, con todos sus alumnos varones, para unirse a las tropas.

Comunicaciones similares habían sido transmitidas a todas las escuelas de la región.

En esa misma mañana luminosa de agosto, el maestro reúne a sus estudiantes, entre quienes se encuentra su propia hija, Dolores Medina, una niña adolescente de 14 años de edad, quien es una de las pocas que sobrevivirán para contar la historia de ese día, y la de los demás días terribles que luego habrán de venir.

Dolores contará esa historia a su nieto Raimundo Paniagua, quien más de un siglo después, lo volvería a relatar al docente e investigador barrereño Andrés Aguirre, para ser incluido en su libro ACOSTA ÑU, EPOPEYA DE LOS SIGLOS.

Muchos de los niños y niñas que asistían a aquella pequeña escuela vivían con sus madres o abuelas ancianas, en los ranchos humildes de aquella región del Guairá, ya que los padres y hermanos mayores habían sido enrolados al ejército en los primeros tiempos de la Guerra, iniciada en 1864. De la mayoría de ellos no se tenían noticias acerca de si aún estaban vivos, o ya habían fallecido.

Aquella mañana, cuando supieron por boca del propio maestro Medina que sus hijos y nietos pequeños también tenían que marchar al frente, se escucharon gritos y lamentos de pena y de dolor, pero luego hubo determinaciones de coraje y valentía. Muchas de las mujeres y los ancianos decidieron acompañar también a los pequeños y al maestro. También varias de las niñas estudiantes se ofrecieron a ir con sus compañeros varones.

Muy cerca de allí, en la población de Villarrica del Espíritu Santo, otro legendario educador, el maestro Fermín López, también había suspendido las clases, para acudir con sus niños al frente de batalla.

Su última exhortación a sus alumnos, en la fila ante la bandera, es recreada en varios libros de historia: "Niños, no olvidéis que la patria está en peligro y, que en presencia de los sagrados deberes para con ella, nuestros pechos han de ser murallas cuando así las circunstancias lo exigen. Levantemos nuestro espíritu, y repitamos la consigna de la hora: ¡Todo por la patria! ¡Vencer o morir!”.

Pero el maestro Fermín y sus alumnos no llegarían hasta la épica batalla de Acosta Ñu, ya que morirían combatiendo durante el sitio y exterminio de la ciudad de Piribebuy, el 12 de agosto.

En Pirity, al día siguiente de haber recibido la orden, el maestro, sus alumnos y los acompañantes se pusieron en camino hacia el campamento de Azcurra.

"Allá enfilaron, para probar lecciones infantiles de patriotismo", relata el historiador Andrés Aguirre.

La escuelita de Pirity se quedó vacía y desolada, con el mástil desnudo, al igual que la mayoría de las otras escuelas de la región.

Antes de partir, el último acto escolar de los niños fue arriar la desteñida y ajada bandera tricolor, atarla a una fina y tosca rama de árbol, y enarbolarla en alto, coronando esa espectral procesión del maestro y sus alumnos, que se pone en marcha, a través de campos, montes y esteros, en dirección a un lejano valle de las Cordilleras, donde el destino los iba a llevar a escribir con sangre y heroísmo el mayor holocausto de niños en toda América.

Así lo contaría después el profesor Aguirre: "Las aulas quedaron para siempre abandonadas, porque jamás volvieron de la lucha terrible el preceptor y sus discípulos, quienes tuvieron su bautismo de sangre en la epopeya sin segundo de Acosta Ñu".



CAPÍTULO III

LA CAÍDA DE PIRIBEBUY

 

La batalla de Piribebuy fue una de las más terribles y sangrientas, quizás el último bastión donde los aliados encontraron una fuerte e indoblegable resistencia por parte de las tropas paraguayas y de la población civil.

Ubicada en una espaciosa cuenca de las Cordilleras, en medio de una cadena de cerros que se abre en semicírculo, al sur y al oeste, Piribebuy resultaba muy vulnerable ante un ataque. "No reunía las ventajas requeridas para una resistencia eficaz, contra fuerzas numerosas y bien armadas que la atacasen", sostiene el coronel Juan Crisóstomo Centurión, en sus memorias, quien cuestiona que no se haya realizado una evacuación a tiempo.

Tras declararla tercera capital de la República (luego de Asunción y Luque), López había trasladado al lugar todo el Archivo y el Tesoro Nacional, así como parte del comando de operaciones. Varias altas personalidades del Gobierno fijaron residencia en el lugar durante ese tiempo, entre ellos el vicepresidente Domingo Francisco Sánchez, la compañera del mariscal López, Alicia Lynch, y el propio López que acostumbraba realizar breves visitas desde su cuartel general en Azcurra.

En Piribebuy se llegó incluso a editar un periódico, La Estrella, dirigido por Juan Trifón Rojas, en una precaria imprenta móvil, con noticias de la guerra y propaganda que buscaba levantar la moral de los combatientes y la población civil.

También fijaron residencia algunos pocos representantes del cuerpo diplomático extranjero, entre ellos el general Martin Mc Mahon, ministro de Estados Unidos en Paraguay.

La defensa de Piribebuy estaba bajo el comando del teniente coronel Pedro Pablo Caballero, quien contaba con una dotación que algunos historiadores, como Juan Crisóstomo Centurión, precisan en apenas 1.600 hombres mal armados, mientras Mendoza apunta que eran 2.000 hombres y 18 cañones. Su segundo al mando era el capitán Manuel Solalinde. Gran parte de los combatientes eran veteranos ya muy ancianos, además de niños y adolescentes.

Una primera avanzada del segundo cuerpo del ejército de los aliados, bajo el comando del general brasileño João Manuel Mena Barreto, empezó a movilizarse en la noche del 28 de julio, avanzando desde Paraguarí y Sapucái. Otro batallón, dirigido por Osorio, partió el 31 de julio. Sucesivamente, el 1 de agosto se movilizó Polidoro y el 2 lo hizo el propio comandante en jefe de los aliados, el conde d'Eu, por caminos diferentes, con el plan de realizar una maniobra envolvente, para tomar Piribebuy. En el trayecto fueron ocupando poblaciones como Sapucái, Valenzuela e Itacurubí.

El sitio contra Piribebuy empezó en la tarde y la noche del 11 de agosto. Los aliados colocaron 6 baterías de 8 piezas de grueso calibre en la cima de algunas colinas, apuntando al centro del poblado. El coronel Mallet se posicionó al sur, mientras el general Mena Barreto cubría todo el sector norte, este y oeste. La población quedó totalmente rodeada.

El conde d'Eu envió a un mensajero junto al comandante Pedro Pablo Caballero, a pedirle la rendición. El altivo oficial paraguayo le respondió: "Estoy aquí para pelear y si es necesario para morir, ¡pero no para rendirme!".

Al amanecer del día 12, según refiere Centurión, el conde d'Eu envió a otro mensajero, para decirle a Caballero que retire a las mujeres y a los niños, antes de que empiece el ataque. El comandante de Piribebuy respondió con el mismo tono y orgullo: "Decid a vuestro jefe que las mujeres y los niños están aquí seguros, y que él mandará en territorio paraguayo cuando no haya uno que lo defienda...

Después, ya no hubo intercambio de palabras. Se inició un fuerte bombardeo de cañones contra la plaza, y en seguida las tropas aliadas atacaron, en forma simultánea, desde los cuatro costados.

"El resultado de una lucha tan desigual estaba de antemano previsto. A la verdad, ¿Qué podrían hacer 1.600 hombres mal armados, la mayor parte muchachos, contra 20.000, ayudados de la cooperación poderosa de treinta y tantas piezas de artillería, sistema moderno?", se pregunta Centurión.

Sin embargo, la resistencia fue heroica y prolongada, se responde. ¡Duró cinco horas!

Fue una verdadera carnicería, en donde hasta el último de los combatientes resistió como pudo.

A falta de municiones, los cañones eran cargados con pedazos de vidrio, piedra y cocos.

El saldo de la desigual batalla dejó 683 paraguayos muertos en combate, además de 500 exterminados en el hospital militar y 1.117 prisioneros vivos. En el bando de los aliados hubo 100 porteños como bajas, 25 muertos entre los imperiales y 392 heridos.

El ataque más fuerte se produjo desde el norte, por parte de la tropas del general Mena Barreto. En la tercera arremetida, a lomo de su caballo, Mena Barreto resultó gravemente herido por una bala de fusil, disparado por uno de los defensores paraguayos, que le acertó en la ingle. Los soldados lo rescataron y lo llevaron hasta un sector del campamento, a resguardo del combate, mientras hacían llamar con toda urgencia a un cirujano. Cuando el médico llegó, el general brasileño ya había fallecido.

Mientras eso ocurría, las tropas aliadas ya ingresaban a la plaza principal de Piribebuy por la parte sur, logrando rendir los últimos defensores, entre ellos al comandante Pedro Pablo Caballero.

El propio conde d'Eu dirigía la operación de toma de prisioneros, cuando se acercó uno de los oficiales que llegaban desde el norte.

-¿Hemos perdido mucha gente? -le preguntó el comandante brasileño

-No hemos perdido a tanta gente, pero ha muerto uno que vale por muchos -informó el oficial.

-¿Quién...? -preguntó el Conde.

-¡El general Mena Barreto! señor.

¡El general Mena Barreto! -repitió el Conde, sorprendido, quedando por un largo momento en silencio, con visible actitud de cólera.

Entonces, señalando hacia el comandante Caballero y su segundo Marecos, que permanecían cautivos, ordenó:

-¡Degüéllenlos a esos...! ¡Ellos tienen la culpa...!

El ajusticiamiento del valeroso defensor de Piribebuy y del oficial Marecos se cumplió rápidamente, a los cuales le siguieron otros asesinatos, como el del mayor Hilario Amarilla, y el de Fermín López, el legendario maestro Fermín, separado para siempre de sus alumnos soldados. Los oficiales fueron ejecutados ante el asombro de varios otros prisioneros paraguayos, que no podían entender el sadismo del comandante brasileño, ante quienes ya se habían rendido.

Pero lo que vino después fue mucho peor.

El conde d'Eu ordenó la comisión de uno de los mayores crímenes de la guerra: incendiar el hospital de sangre de Piribebuy, quemando vivos a los 500 heridos y enfermos que se encontraban adentro, acabando con bayonetas a todos los que intentaban escapar de su interior.

Además de apoderarse de los tesoros del Estado, los aliados destruyeron y quemaron los documentos históricos de Archivo Nacional, que contenían valiosos registros, que databan desde 1534.

Además de los 500 enfermos, que fueron quemados vivos dentro del hospital, hubo otros 683 combatientes muertos en el ejército paraguayo y 1.117 combatientes fueron hechos prisioneros. Del lado aliado hubo 25 bajas entre los imperiales 100 entre los porteños y 392 heridos.

"El ingente tesoro nacional, en cajones de oro y plata sellados, pasó a manos de la Alianza. Y a la vez el Archivo Nacional fue puesto de las llamas, habiendo sido enviado el resto a Río de Janeiro", narra Andrés Aguirre.

"Del caserón de paja que sirviera de local al Hospital de Sangre no quedó sino una inmensa pira, que consumía a centenares de enfermos y heridos. El pabellón patrio que ondeaba sobre el nosocomio, como postrer emblema de libertad, fue el último en transformarse en cenizas, desprendidas al viento...".

Mientras los prisioneros eran interrogados, el Conde d'Eu solo tenía una pregunta obsesiva:

-¿Dónde está López...?


 

 

 


CAPÍTULO V

LA OCUPACIÓN DE CAACUPÉ

 

Tras la destrucción casi total de Piribebuy, Luis Filipe Gastão de Orleans, el conde d'Eu, ingresó al frente de las tropas la ciudad de Caacupé, en la mañana del 15 de agosto, pensando que iba a encontrar allí a su preciada presa, el mariscal Francisco Solano López, para lograr el ansiado final de la guerra.

Pero d'Eu solo encontró un poblado fantasma. "En la población serrana solo halló enfermos y heridos en el hospital de sangre, algunas mujeres y niños desvalidos. Fue terrible su descontento", relata Andrés Aguirre.

El fracaso lo puso de muy mal humor al comandante brasileño, recuerdan sus propios colaboradores. "Habían caído por tierra todas sus combinaciones y resultaron inútiles todos los sacrificios hechos. El desánimo y la tristeza fueron generales", narra el historiador militar brasileño José Bernardino Bormann.

Las dilaciones de d'Eu y su aliado, el general porteño Emilio Mitre, en avanzar rápido y cortar el paso a López fueron un grave error, que permitieron el prolongamiento de la guerra por varios meses más, coinciden varios de los analistas desde el propio bando de los aliados.

"'Esta retirada de López hubiera sido imposible si el pequeño ejército argentino, a las órdenes de Emilio Mitre, unido a una división del brasileño (d'Eu), no hubiera perdido algunos días de abrirse paso por Altos ", escribió el historiador brasileño José María da Silva Paranhos, el célebre Barón de Río Branco.

La desesperación del conde d'Eu se percibe en una carta con órdenes que escribe al mariscal de campo brasileño Victorino José Carneiro Monteiro, quien se trasladaba desde Piribebuy hacia Caacupé, al frente de sus tropas.

La carta está fechada en Caacupé, el 15 de agosto de 1869, a las 11 de la mañana:

Señor Mariscal:

López escapóse de Azcurra con todo su ejército.

Pasó por aquí anteanoche, en dirección -dicen- a Barrero Grande.

Quiera, pues, V.E. contramarchar con su Cuerpo de Ejército por Piribebuy a Barrero Grande. Mande luego por delante a Cámara con la Caballería y el Regimiento de Artillería, con las siguientes órdenes: en Piribebuy tomará la Caballería, que allí se encuentra con Chananeco y en Barrero Grande la de Bueno, y siga con toda la velocidad que le permitieren los animales hasta donde se hallare López.

Puede ser que éste haya tomado el camino de San José, pero es más probable que se fuera a Caraguatay.

Como quiera que sea, V.E. recomendará a Cámara la inmensa importancia de apoderarse de esta presa y el servicio incomparable que prestaría a la Patria, si consiguiera efectuarlo.

En cuanto a la marcha de la Infantería, que ha de ser más lenta, dejo a V.E. el regularla con la menor pérdida de tiempo posible.

Yo de aquí marcharé también a Barrero Grande o a Tobatí conforme a nuevas noticias que siga obteniendo de la marcha de López.

Confía en la actividad de V.E., este su amigo,

Gastao.

Carneiro Monteiro recibe la carta en mitad del camino hacia Caacupé cerca de las 13:00 de ese mismo día 15 y rápidamente dispone sus tropas dar la vuelta, para emprender la marcha de nuevo a Piribebuy, y desde allí hacia Barrero Grande.

En Piribebuy se le une la división del coronel Luis María Campos, argentino, y ambos salen a las 17, llegando a Barrero Grande a las diez de la noche, donde montan campamento. Inmediatamente ordena que todos los moradores que se habían refugiado en el monte, salgan y se entreguen prisioneros, bajo amenaza de que los soldados entrarán a cazarlos y a darles muerte.

A través de interrogatorios a algunos de los pobladores, Carneiro se entera de que López ya ha pasado por allí, camino a Caraguatay. Rápidamente, envía una división de Caballería, al mando del general José Antonio Correia da Cámara, a perseguir al Mariscal paraguayo. Pero el pelotón será frenado al amanecer por el ejército del coronel Pedro Hermosa, en las trincheras de Caaguy Yurú.

Esa misma noche, el mariscal Carneiro Monteiro recibe huevas instrucciones del conde d'Eu: la retaguardia del ejército de López, al mando del general Bernardino Caballero, ha quedado aislada en un vasto campo entre Caacupé y Barrero Grande.

La orden es que Carneiro les corte la retirada con sus tropas, mientras varios cuerpos del ejército de aliados los ataca desde diversos frentes, en la mañana del día siguiente, 16 de agosto.

Iba a ser una trampa perfecta, una encerrona total.

Ni uno solo de los paraguayos iba a conseguir escapar.

La oscura noche que presagia la masacre

El general Bernardino Caballero y su ejército de casi fantasmas marchan en medio de las penumbras, en la noche del 15 y la madrugada del 16 de agosto.

Un jinete enviado por el mariscal López llega junto a él, para avisarle que la población de Barrero Grande ha caído en manos de los aliados, y que lo esperan para cortarle camino a sangre y fuego.

En la entrada a la picada de Caaguy Yurú, los defensores bajo el mando de Pedro Hermosa esperan para enfrentar a la caballería del general Correia da Cámara, intentando evitar que sigan en persecución de López, hacia Caraguatay.

Otros jinetes exploradores ya le han avisado que más tropas aliadas se movilizan detrás suyo y muy pronto lo van alcanzar.

-Vamos a tener que dar batalla-, dice Caballero.

Sabía que no tenía casi ninguna chance.

Su ejército estaba formado por 4.500 hombres, casi el 80% de niños, adolescentes y ancianos, con solo seis cañones, y un reducido batallón de veteranos del Sexto de Infantería.

Su Caballería era muy escasa, apenas unos pocos caballos, tanto o más esqueléticos que sus soldados.

Del otro lado, según los informes de sus soldados espías, avanzaba un ejército aliado con más de 20.000 soldados, con numerosas piezas de artillería y armamento de alta calidad.

La noche de las Cordilleras era silenciosa, densa y oscura.

Ninguna chance.

-Pelearemos -dijo Caballero, a sus oficiales- Al amanecer, pelearemos...



CAPÍTULO VI I

EL MAYOR HOLOCAUSTO INFANTIL DE AMÉRICA

"La Patria era un río de sangre desbordada

y llegaron aún más días insaciables

insatisfechos de muerte y agonía

¡...y llegó Acosta Ñu!

donde murieron los pájaros del mundo

donde la risa infantil quedó cuajada en mil charcos de sangre

adolescente

donde la Patria envejeció cien años

por la muerte de los niños combatientes...."

(Rafael Paeta, canción Los niños mártires de Acosta Ñu).


¿Cómo narrar el heroísmo y el horror de una batalla tan épica, tan trágica, tan inabarcable...?

¿Será que alcanzan todos los muchos libros, los testimonios, los relatos populares, los poemas, las canciones, los documentos históricos... para poder aproximarse a la verdad de una de las epopeyas más emblemáticas del Paraguay, que a un siglo y medio después de haber sucedido todavía vibra y duele en el alma y en la piel de cada uno de los habitantes de Ésta desgarrada y mediterránea geografía...?

¿Dónde acaba la historia y comienza la leyenda...?

¿Cómo narrar Acosta Ñu...?

Era un amanecer con olor a pólvora y presagios de muerte, el de ese día 16 de agosto de 1869.

Tras una larga y penosa marcha, durante toda la noche, a través de los montes de Caacupé, el ejército casi espectral de niños, ancianos y mujeres, al mando del general Bernardino Caballero, estaba llegando hasta un gran descampado, en las afueras de Barrero Grande, conocido popularmente como Ñu Guazú, al que los militares e historiadores brasileños llamarán por su traducción del guaraní, Campo Grande.

La zona desde el estero Ypucú hasta el arroyo Piribebuy era conocido con ese nombre, Ñu Guazú, y el sector desde el Piribebuy hasta el inicio de la selva en Caaguy Yurú se denominaba Acosta Ñu (el campo de Acosta), porque en tiempos de la colonia española, la vasta propiedad había pertenecido a un ciudadano portugués, llamado Juan Blas de Acosta Freyre, exregidor y alcalde provisional de la ciudad de Asunción.

Así lo precisa el historiador Andrés Aguirre, señalando que por un error introducido en un poema escrito por el sacerdote Juan B. Tounedou, primer director del Colegio San José, “A los niños muertos de Rubio Ñu", durante mucho tiempo se repitió el error de llamar también Rubio Ñu al lugar de la batalla. En realidad, Rubio Ñu era otro campo, distante a unos 10 kilómetros al este del lugar donde se libraría el desigual combate, parte de las ex tierras de Acosta, adquiridas por un ciudadano porteño, llamado Miguel Rubio.

Varios historiadores de la época ayudaron a originar la confusión, al dar varios nombres al lugar donde se libraron los combates. El general Francisco Isidoro Resquín lo llama campo de Barrero Grande. El coronel Juan Crisóstomo Centurión lo denomina indistintamente Ñu Guazu, Rubio Ñu o Diaz Cue. El historiador Juan E. O'Leary fue quien más contribuyó a la confusión, llamándolo Campo Grande o Rubio Ñu. Hasta un regimiento de infantería de la Fuerzas Armadas y un popular club de fútbol llevarían luego el nombre equivocado de Rubio Ñu.

Recién en 1948, el historiador Andrés Aguirre logró que el decreto N° 27.484 del Poder Ejecutivo, el mismo que estableció el 16 de agosto como Día del Niño, dictamine: "Sustitúyese la palabra Rubio Ñu por la de Acosta Ñu, como lugar de la homérica batalla librada por los niños paraguayos, el 16 de agosto de 1869, bajo el comando del ínclito general Bernardino Caballero".

Pero en esa mañana del 16 de agosto, sería el campo de Acosta Ñu el principal escenario de una terrible batalla, que iba a volverse legendaria.

Desde el sector aliado, ya en la noche anterior, el mariscal brasileño Victorino Carneiro Monteiro había dispuesto que el general Carlos Resin establezca un campamento a la entrada de Barrero Grande. Con su división de infantería, artillería y artillería ligera, para cortar el avance de las tropas del general Caballero.

Al mismo tiempo, ordena que el general José Antonio Correia da Cámara, al frente de su caballería de 10.000 hombres, se dirija hacia Caraguatay, en persecución del mariscal Francisco Solano López y sus tropas.

Mientras, el propio Carneiro Montero se moviliza con sus hombres a ocupar Pindoty, a una legua de Caaguy Yurú, en el sitio hoy conocido como Isla Pucú, elegido como un lugar estratégico desde donde dirigir y respaldar las acciones bélicas.

Desde Caacupé y Piribebuy, detrás de las tropas de Caballero avanzaban otras poderosas divisiones del ejército aliado, directamente al mando de su máximo comandante, Luis Filipe Gastáo de Orléans, el conde d'Eu.

Cuando el fantasmagórico ejército del general paraguayo, tras cruzar el estero de Ypucú, salió en horas del amanecer al campo de Acosta Ñu, ya estaba atrapado entre dos grandes flancos de tropas enemigas, que se iban abriendo, con la intención de rodearlo por completo.

Tras cruzar el Ypucú, Caballero y sus hombres salieron por un lugar llamado Díaz Cue, a unos 8 kilómetros del arroyo Yukyry, y un poco más allá, muy cerca, lo esperaba el arroyo Piribebuy, que se une a un par de kilómetros con el Yukyry. A su izquierda, a cierta distancia, sobresalía el alto promontorio del cerro Tapiaguaré, hoy conocido como el Cerro de la Gloria.

El combate era prácticamente inevitable.

Aunque Caballero intentó varias maniobras para tratar de cruzar más rápido el vasto territorio de Acosta Ñu y poder alcanzar el bosque tras Caaguy Yurú, para intentar escapar del cerco, sabía que la lentitud de su expedición, además de su exigua tropa compuesta principalmente por niños y con armas muy precarias, lo volvía sumamente vulnerable, principalmente en un campo abierto, donde iba a tener que franquear los dos arroyos. Que el enemigo lo alcance, desde cualquier dirección, era solo una cuestión de tiempo.

"Caballero comprendió, desde el primer momento, que no podía luchar contra una fuerza tan enormemente superior en número a la suya. Si lo hizo fue porque, a fuerza de militar pundonoroso, se veía obligado por el deber a defender la retaguardia del resto de nuestro ejército, y también porque, rodeado como estaba por todos lados de fuerzas enemigas, no le quedaba otra alternativa, en la absoluta imposibilidad de continuar su marcha de retirada”, señala el coronel Juan Crisóstomo Centurión.

Entonces, no había otra alternativa que prepararse para el combate.

Es aquí donde la historia se confunde con la leyenda, principalmente en lo concerniente a la caracterización que presuntamente asumieron los niños soldados, buscando disfrazarse de combatientes adultos, para buscar engañar al enemigo.

Sin dar muchos detalles que certifiquen que aquello realmente ocurrió, varios historiadores repiten lo que los relatos que les transmitieron insistentemente, a nivel de la cultura popular, durante los tiempos que siguieron a la Guerra: Que los niños de Acosta Ñu se pintaron barbas postizas para intentar hacerse pasar por adultos y tratar de engañar al enemigo, o que muchos portaban fusiles de utilería, tallados de madera, para hacer creer que tenían armas de fuego.

El historiador Efraím Cardozo, en sus EFEMÉRIDES DE LA HISTORIA DEL PARAGUAY, es uno de los que sostienen que "algunos niños se pusieron barbas postizas, para simular una edad que no tenían”.

En los relatos de primera fuente, como el del general Centurión, no hay casi referencias a las barbas postizas, ni a las armas simuladas. Por el contrario, existen varios testimonios de que el alto comando brasileño poseía informes de inteligencia y datos muy precisos acerca de la real conformación del ejército de Caballero. Ni las presuntas barbas postizas, ni las presuntas armas de madera, en caso de que hubieran existido, habrían podido engañarlos. Es decir, sabían muy bien que en su gran mayoría eran niños y adolescentes, y aun así cargaron contra ellos, con toda la saña exterminadora que fue posible. Eso es lo realmente terrible.

Acerca de las armas, Aguirre detalla que casi todos los soldados paraguayos tenían armamentos básicos y precarios; pesados y antiguos fusiles de chispa, media docena de cañones de avancarga, lanzas y sables. A gran diferencia, los aliados contaban con los modernos fusiles de repetición "a la minié", además de cañones de retrocarga y bayonetas.

El propio comandante en jefe brasileño, el conde d'Eu, lo reconoció en su diario de guerra: "Nuestros fusiles a la minié llevaban la muerte hasta a sus reservas, al paso que nuestros soldados más avanzados poco perjuicio sufrían".

 


Aquellos niños soldados...

Esa mañana, los niños soldados habían desayunado una pobre ración de mbokaja (coco) y avati maimbe (maíz tostado), según el relato del veterano cabo Cipriano Crispiniano Franco, quien fue uno de los sobrevivientes.

Poco se ha escrito sobre la identidad de aquellos menores obligados a ser adultos de manera tan violenta, que es bueno rescatar algunos casos más conocidos.

Quizás el más célebre de los combatientes de Acosta Ñu fue Emilio Aceval, quien tenía 15 años de edad, cuando le tocó combatir en la legendaria batalla. Oriundo de Asunción, Emilio fue enrolado y llegó a ser sargento mayor, a la edad de 14 años. Sobrevivió a los combates y fue hecho prisionero en Acosta Ñu y trasladado a Asunción, donde sufrirá la tristeza de ver su hogar ocupado y prácticamente destruido por los soldados aliados. Fue protegido y adoptado por una familia, que lo lleva a vivir a Corrientes. Años más tarde, pudo ingresar al Colegio Nacional de Buenos Aires. Aceval llegó a ser presidente de la República entre 1898 y 1902, y luego senador nocional.

El cabo Lisandro Amarilla tenía 12 años de edad, cuando entró en combate en Acosta Ñu. Fue jefe militar de una compañía del Batallón Joven. Es recordado como un niño soldado de gran heroísmo, que acostumbraba alentar a sus compañeros con consignas en guaraní: "¡Néike mitã! ¡Jahechaukáke umi enemigo rembyrépe na ikuimba'eveiha ñande hegui! ¡Pe hesyvóke, há pe hesyvoporake...! (¡Vamos, chicos! ¡Demostremos a estos restos de enemigos que no son más hombres que nosotros! ¡Clávenles, y clávenles bien...!''.

Juan Pío Prieto, nacido en Pilar el 5 de mayo de 1855, tenía 13 años cuando se vio envuelto en la batalla de Acosta Ñu. Ya había luchado antes en Ytororó y Lomas Valentinas. Tras sobrevivir y caer prisionero, fue mantenido cautivo en el Campo de la Gloria, pero logró huir y dirigirse de vuelta a su pueblo natal, donde se dedicó a ejercer la docencia. Uno de sus hijos, que se volvió ilustre, se encargó de rescatar y contar su historia.

Son solo algunos nombres, rescatados del vendaval del olvido...

 

El primer ataque

Cerca de las 8 de la mañana, el sector de la retaguardia del ejército de Caballero, que estaba bajo el mando del coronel Angel Moreno y su segundo, el comandante Bernardo Franco, recibe el primer ataque, al ser alcanzado por la vanguardia de las tropas imperiales, comandado por el general brasileño Vasco Alves Pereira.

"La guerrilla enemiga inició un recio tiroteo con la nuestra. Moreno envió entonces a su ayudante, el alférez (Estanislao) Leguizamón, a dar parte al general Caballero, que estaba en un punto llamado Cerrito", destaca Centurión.

Caballero le responde con instrucciones de que emplace sus dos bocas de fuego, mientras Franco, al frente de la División VI de Veteranos de Infantería, debía extenderse por el campo.

El mandato es "aferrarse al terreno, reteniendo el empuje aliado con máximo vigo, para dar tiempo al Centauro (Caballero), a tomar posiciones en las cercanías del Yukyyry", apunta Aguirre.

Centurión agrega que Caballero también le indica a Moreno que no podía enviarle ninguna reserva de apoyo, porque apenas tenía hombres para cubrirse, y que resista por su cuenta, tratando de no dejarse envolver por las tropas enemigas. Además le comunica lo que ya era una cuestión inexorable: "En el caso extremo de verse envuelto, sería necesario formar el cuadro de táctica y defenderse hasta sucumbir honrosamente".

Desde atrás de las líneas, desde el camino que llega desde Piribebuy, el conde d'Eu apura su marcha, con el grueso de su ejército, para apoyar el primer ataque de Vasco Alves.

En la retaguardia del ejército paraguayo, el combate seguía arreciando. Los niños soldados, entre ellos los alumnos de la escuelita de Pirity, del maestro Clemente Medina, recibían su bautismo de fuego.

Obedeciendo las instrucciones de Caballero, Moreno dio la orden de retirarse del combate, en medio del fuego cerrado, en dirección hacia el arroyo Yukyry

-¡Una descarga..! ¡Tercerola a la espalda! ¡Sable o lanza en mano! ¡Marchen...! -era la orden que les impartían los jefes a los niños soldado, recuerda Cipriano Crispiniano Franco.

Es en ese momento cuando el comandante Bernardo Franco, el segundo al mando, desobedece la orden de prudencia en la retirada, se acerca demasiado hacia el fuego enemigo y es alcanzado por un certero disparo de fusil en la cabeza, que lo derriba inerte de su cabalgadura.         

La noticia de la muerte de uno de sus más altos y valerosos oficiales le llega a Caballero, quien ordena que rescaten el cadáver de Franco y no lo dejen a merced del enemigo. Un equipo de veteranos se encarga de la misión casi suicida, y en medio de una lluvia de balas, cavan una tumba y sepultan al comandante Franco, a orillas de un arroyo.

"Desde entonces, una alta cruz de madera señala en la inmensidad la tumba del héroe, única señal del recuerdo que florece en la tierra de la tragedia más honda de nuestro pueblo", apunta Andrés Aguirre.

 

El sangriento cruce del arroyo Yukyry

Los casi 20.000 soldados del ejército aliado ya han llegado totalmente a Acosta Ñu y el conde d'Eu inicia el operativo tan esperado, en busca de acabar con las tropas de uno de los principales oficiales del mariscal López.

El comandante brasileño distribuye sus fuerzas en dos columnas yuxtapuestas, frente a las líneas paraguayas. A la derecha se ubica la Segunda Brigada de Infantería de Valporto, con la batería de Murao Pinheiro. A la izquierda, la Sexta Brigada, de Lorenzo de Araujo. La caballería de avanzada de Alves cubre los flancos y una parte del 13° Cuerpo cubre el centro de la línea de ataque, según precisa el historiador brasileño Tasso Fragoso. También un grupo de la Legión Paraguaya ataca a sus compatriotas, como parte del ejército aliado, desde la izquierda.

El general Bernardino Caballero no tiene tiempo para fortificarse. "Enfrenta a cuerpo gentil a las veteranas tropas aliadas, numerosas como arena, las que, abiertas en forma de abanico, avanzan con designio de atenazarlo", relata Andrés Aguirre.

El conde d'Eu combina con el general Enrique Castro, jefe de las fuerzas orientales, un ataque desde la izquierda, mientras ordena a Deodoro que ataque con otra brigada desde la derecha.

Caballero percibe que el ataque desde distintas direcciones busca su arrollamiento, antes de alcanzar su objetivo de cruzar el Yukyry, entonces se ve forzado a situar su tropa en orden de batalla, en forma paralela a la corriente del arroyo, para modificar luego su línea en forma perpendicular.

"Con esta diestra evolución, logra su propósito: Eludir el asedio y lograr el cruce del Yukyry, de su tropa y carretería, en las cercanías de la confluencia con el Piribebuy", sigue Aguirre.

Las maniobras se producen en medio de una encarnizada batalla, que lleva casi todo el resto de la mañana. El cruce se da a través de un precario puente y gran parte cruzando por el agua, que no es muy profunda.

La visión que da el Diario del Ejército del conde d'Eu sobre este momento, es el siguiente: "El general Caballero intento entonces, con éxito durante algún tiempo, hacer un movimiento perpendicular a su primera posición. Calando su artillería de la izquierda y reforzando la de la derecha, cubrió uno de sus flancos y después de tres horas de lucha, consiguió establecer dicha línea perpendicular, con el fin de desfilar junto al bosque y así ganar fácilmente la costa del Yukyry, que había sido transpuesta por la mayor parte de sus carretas".

 

La heroica resistencia

El general Bernardino Caballero le pide al coronel Ángel Moreno que apure el avance de la artillería, para cruzar el arroyo Yukyry y tomar posición en la otra orilla, a fin de proteger el paso del resto de la tropa.

Tras lograrlo, Caballero forma su línea de batalla apoyan do el flanco derecho de su ejército en el arroyo Piribebuy, la artillería en el centro y el flanco izquierdo se prolonga hasta muy cerca del curso del mismo arroyo, pero hacia el este.

Desde el otro lado del Yukyry, la poderosa artillería de los aliados ha sido emplazada frente al paso, junto al precario puente, apuntando directamente sobre la posición paraguaya.

"Ni bien ha terminado el emplazamiento de las bocas de fuego sobre el puente, cuando la Alianza toma la ofensiva", destaca Andrés Aguirre.

El general paraguayo se instala a cierta distancia, bajo un árbol de laurel, en un sector elevado conocido como Ypaú, que es como un gran mirador natural. Desde allí, desmontado de su caballo, controla todo el escenario y dirige la batalla.

Es casi mediodía cuando se produce el primer fuerte ataque de los aliados, con una andanada de cañonazos que causa estragos en las fuerzas paraguayas. Los pocos cañones guaraníes responden al fuego, con el mayor ímpetu que pueden.

Los soldados aliados se lanzan al ataque, pero son repelidos por una salva de disparos desde el otro margen del Yukyry, y luego se producen los primeros encuentros cuerpo a cuerpo, con lanzas, espadas y bayonetas.

"El césped de esmeralda, en las riberas del Yukyry, se tiñe de púrpura de sangre derramada a torrentes", retrata Aguirre.

Pero la táctica defensiva de los paraguayos consigue repeler el primer ataque.

Los soldados aliados fueron "recibidos con un nutrido fuego de fusilería y artillería, que vomitaba con espantosa actividad sus balas y metrallas, causando estragos en las filas de aquellos, y produciendo como era natural, en el primer ímpetu, gran confusión en ellos ", refiere Juan Crisóstomo Centurión.

La batalla llegaba a su momento culminante, coincide el historiador Hugo Mendoza. "Era ya mediodía, y desde el amanecer la lucha no tenía tregua ni descanso. Se produjo una nueva carga y nuevamente fue repelida por Caballero. El cauce del arroyo quedó colmado de cadáveres. Optó entonces el ejército imperial buscar un vado, para evitar fracasar en otro ataque frontal. Caballero volvió a hacerse fuerte sobre el puente del Piribebuy, conteniendo con todo éxito el avance de sus perseguidores", detalla.

Desde el otro lado de la historia, el brasileño Augusto Tasso Fragoso, lo confirma: "Los contrataques del enemigo (los paraguayos) producen una fluctuación en nuestra línea".

El conde d’Eu "brama en los pajares ante los desaciertos de sus legiones, cuyas bayonetas relucientes forman selva, y las cicatea a la infernal hoguera. Le secundan sus ayudantes: Rufino Salgao, Alfredo Taunay, Almeida Castro. Lo propio hace el general Herculano Sánchez da Silva Pedra, quien espada en mano empuja a su tropa.

Le sigue Deodoro, en su ejemplo. Emplaza contra el puente cuarenta piezas de artillería", narra Aguirre.

Y en frente, resistiendo heroicamente, están Caballero y sus niños soldados, junto a un número cada vez más reducido de veteranos.

La protección del puente sobre el Yukyry se ha vuelto una obra quimérica, como la última fortaleza en el desierto que no se debe dejar caer.

 

Se consuma el holocausto

Los golpes de suerte del ejército paraguayo no iban a durar mucho.

Poco después del mediodía llega la Cuarta Brigada de Caballería del ejército aliado, al mando del coronel Hipólito Ribeiro, que lanza un fuerte y masivo ataque de flanqueo por el ala izquierda.

El general Caballero busca escapar al encierro, precipitando a sus hombres sobre el arroyo Piribebuy, donde vuelve a tomar ubicación. Caballero establece rápidamente otro puesto de comando en el lugar llamado Cerrito.

"La Alianza, apoyada por la artillería, caballería e infantería, cruza el Yukyry a paso de carga y se estrella contra nuestros estropeados escuadrones de caballería. Ypaú queda tapizado de cadáveres", cuenta Andrés Aguirre.

El sol va cayendo lentamente sobre el vasto horizonte del campo de Acosta Ñu.

Son casi las cinco de la tarde.

La hora final.

El momento de mayor crudeza y desigualdad en el combate.

La consumación del holocausto.

Relata el coronel Juan Crisóstomo Centurión: "Las bajas, en lucha tan encarnizada y tenaz, eran considerables de una y otra parte, pero los aliados tenían la ventaja no solo de reponer los muertos y heridos suyos, sino de aumentar el efectivo de sus fuerzas con divisiones que afluían del lado de Barrero Grande: una división por el frente, otras por los flancos y otra por la retaguardia, mientras que las bajas nuestras no eran cubiertas o reemplazadas. De esta manera quedaron envueltas o rodeadas nuestras escasas fuerzas por tres poderosas columnas enemigas. Pero esta circunstancia, a pesar de lo abrumadora que era, no fue bastante a desconcertar a nuestra gente o a infundir el abatimiento en su espíritu, resistiendo hasta las cinco de la tarde”.

Combate cuerpo a cuerpo.

Cacería encarnizada de niños combatientes, por parte de los soldados de la Alianza.

Escuchemos las voces que relatan ese dramático momento:

"No hay palabras para describir la sublime ofrenda de vidas inocentes". (Andrés Aguirre).

"Millares de bayonetas lidian contra un centenar de lanzas” (Aguirre).

"Los jinetes aliados no comprendieron cómo aquellos niños desnutridos, que apenas sí podían cargar sus largos fusiles de chispa, peleaban con tanto frenesí, poseídos por homérica furia". (Efraím Cardozo).

"Acosta Ñu es el símbolo más terrible de la crueldad de esa guerra: Los niños de seis a ocho años, en el calor de la batalla, aterrados, se agarraban de las piernas de los soldados brasileños, llorando, pidiendo que no los matasen. Y eran degollados en el acto. Escondidas en las selvas próximas las madres observaban el desarrollo de la lucha. No pocas empuñaron las lanzas y llegaron a comandar grupos de niños en la resistencia". (Julio José Chiavenatto).

El sol se oculta detrás de los cerros lejanos, mientras los soldados aliados empiezan a prender fuego al campo de Acosta Ñu, provocando un gran incendio.

Un denso olor a pólvora y a carne quemada impregna el aire, mientras los gritos de dolor y de combate se confunden con el estruendo de los disparos y cañonazos.

Pareciera que todo ha llegado a su fin... pero no.

Hay un último batallón, que todavía pelea...



 

ANEXO 3

CURUZÚ INFANTE

 

En ocasión del Centenario de la Batalla de Acosta Ñu, el 16 de agosto de 1969, el historiador y docente barrereño Andrés Aguirre escribió el poema en prosa Curuzú Infante en donde, a partir de la tradicional veneración popular a una cruz erigida en el lugar de la batalla, traza una semblanza acerca de lo que fue la épica gesta guerrera de los niños soldados.

Escrita con el estilo de glorificación nacionalista, que impuso el historiador Juan E. O'Leary, el texto aporta una visión de época sobre la Batalla de Acosta Ñu, que justifica su reproducción íntegra, a continuación:

Curuzu Infante, por Andrés Aguirre

Como una perla perdida en las faldas azulinas de los Altos, está Barrero Grande, hoy Eusebio Ayala, búcaro fragante de mujeres bellas y cuna gloriosa de hombres ilustres.

Reclinada muellemente, en un rincón de su floresta, Acosta Ñu duerme su sueño in-aeternum, la Meca del Patriotismo Paraguayo.

También Curuzú Infante, trozo emotivo de la batalla homérica, que lleva por epílogo Aquidabán.

Si todavía no podemos fundir en la carne gélida del bronce, el homenaje de nuestra consagración definitiva a los que ofrendaron sus vidas en lacedemonia inmolación por ideales sempiternos, como reclama nuestra gratitud, cuando menos la pluma no permita que las turbias aguas del Leteo sepulten en sus ondas el pedestal de oro del sublime pasado.

Curuzú Infante no vive olvidada, como el arpa simbólica de Bécquer. En caravana asisten los devotos a inspirarse en la tumba solitaria del Niño Soldado Desconocido, Mártir de la Independencia Nacional, y a renovar, ante el Sacro Madero, su fe inquebrantable al dulce Rabí de Galilea.

Los espíritus escépticos, que llevan el alma rota, acuden de tarde en cuando, a elevar unas plegarias de amor y esperanza.

La noche de la batalla

Lúgubre como el destino de la Raza, la noche de la batalla.

Acosta Ñu, cual pira inmensa, en llamaradas que suben a los cielos, dan al valle de la amargura un resplandor infernal.

Es la secuela de la nefanda guerra.

De súbito, y con voz de imperio, al colosal chisporroteo de proyectiles y pajares, hiende los aires el bélico acento de un clarín que, ora gime, ora solloza, ora desgarra el alma...

¡Llama a la carga...!

Lumínica la faz, un niño herido, desde una comejenera, destaca su perfil y, frenético, de un aliento toca la trompeta.

Se oye un estampido y enmudece aquel. Otro bravo ocupa el puesto del caído; así penetran ambos infantes, con la fama, en la posteridad.

De nuevo vibra el clarín, prolongado, agudo, lastimero cual una endecha.

¡Llama a la carga...!

¿A quién invoca, si no están los defensores?

Comandante Franco, de épicas hazañas, descansa entre susurros de laureles.

El Sexto Batallón de Veteranos del comandante Oviedo, abonó con su sangre generosa la clásica tierra del heroísmo.

Los niños duermen, con la cuchilla en la garganta, el sueño de la gloria.

Y las heroínas yacen con las manos crispadas en las lanzas.

¡Y una y otra vez, llama a la carga...!

Momento sublime:

Es la noche de Getsemaní. En el campo de la gloria inmortal, con sus lanzas y tercerolas, se incorporan las sombras augustas de los muertos y exclaman a una voz:

-¡Caballero, nuestro general, presente...!

Paraguay

En una patria, donde las auras mecen entre sus ondas, perfumes y armonías.

Donde su cielo límpido es eternamente azul, como el sueño alado del poeta.

Donde sus inflamadas selvas siguen redoblando el eco del paso de los últimos restos del Paraguay de hierro, hecho guiñapos pero jamás domeñado, que en su agonía "van prorrumpiendo en aclamaciones", en el acento de Víctor Hugo, al subir la parábola del sacrificio de Cerro Corá.

Donde sus ríos rimaron sonoros acordes de una nueva Eneida, con los Genes, Cabral y los Fariña.

Donde mutilados restos de sus Escuadras quedan al beso de las aguas, rendidos "cual gigantes que dormens", como diríase en el tierno estilo de Camoens.

En una Patria, donde sus mujeres donairosas llevan en el fulgor de sus lánguidas miradas un manojo delicado de poemas.

Donde se entona sobre las ruinas del pasado el himno de la fecunda Paz.

En una Patria de épicos anales, como la nuestra, habrá Iliada, bellezas... ¡habrá leyendas!

Acosta Ñu

Musa inspiradora, ayúdame a pulsar mi pobre lira.

Acosta Ñu, con sus niños legendarios, es página inmortal, rútila, gloria.

¡Oh, Paraguay, cuna de titanes! Sobre el osario de tus mártires, celebra a pulmón pleno la noble Marsellesa del Trabajo.

La Tierra Mater dará doradas mieses en los surcos, impregnados de sangre y lágrimas.

Una legión repentizada de guerreros, pétalos de sol de los tópicos, en sus trémulas manos tercerolas y lanzas, y en sus marchitos labios, estentóreos ¡Vivas a la Patria!, en torno a una bandera fragmentada, desteñida, compendio de luto, dolor, heroísmo y lágrimas.

Es Acosta Ñu, Epopeya de los Siglos.

Mientras Yukyry y Piribebuy preludian rumores y repiten en la gama estremecida de sus olas el clamor de los ayes.

Y Febo reluce como nunca su cuadriga flamígera, para acariciar por vez última a escuálidas figuras infantiles, en desorden por la doliente campiña de añil, que claman como Goethe, en su estertor: "Luz, más luz".

Los centauros

Igual que en torrente que desborda, emergen de la hacina de espectros, dos niños centauros, que con la moharra acerrada de su lanza vengadora, abren brechas en medio de alaridos en el turbión salvaje.

Visten morriones de cuero en la cabeza, chaqueta colorada, pantalones blancos de ao po'i hechos andrajos, tejidos por las hijas del infortunio, mujeres de la Residenta, mil veces santas.

Intimados a rendirse, no lo supieron hacer y tampoco impetrar el perdón del vencedor, los que llevan por heráldica su cuna, madre de héroes gigantes.

-¡Un niño de Acosta Ñu no se rinde! -fue la frase lapidaria con que apostrofó a sus verdugos.

Asorda un traquido y, envuelto en sangre, cae un Mártir.

Viacrucis

De entre las cenizas humeantes surgen dos sombras afligidas, que se reincorporan a la vida.

¿Quién es aquel, que como el pobre Nazareno, se desploma en su agonía, martirizado bajo el peso de una lanza?

¿Quién es aquel que remienda heridas con pedazos de su alma?

Es el mismo quien no supo someterse, es el valiente sobrino del Centauro de Ybycuí, único dato que recogió la historia, y los demás duermen en la noche sin aurora de los tiempos.

¿A dónde van...?

¿Quién pudiera explicarlo?

¿Acaso en búsqueda peregrina de sus progenitores, a recibir besos maternales?

Los héroes en marcha, selvas umbrías, para ellos lluvias de flores y también la prócera palma...

Y tras penoso viacrucis de dos leguas, por la alucinante poesía de paisajes, arriban a orillas de la villa barrereña los centinelas avanzados, que acaban de escribir el cantar de gesta del honor nacional.

En los ojos hundidos en sus órbitas, se adivinan desventuras y heroicidades.

Es el recio espíritu de la raza, que arrancó a la misma derrota, estrofas conmovidas de la gloria.

La muerte del héroe

Y como el águila busca la cumbre para morir, sorteó el paladín la sombra de un laurel, para caer.

Sangre purpurina, que mana sin cesar de sus heridas, lo empapa.

Su hermano en la desdicha está por abandonarlo, para seguir al Karai Guasu, por antonomasia el Mariscal de América, Francisco Solano López, rayo de la guerra, quien marcha arrogante al Aquidabán, a cumplir el lema que esplende en su espada de oro: Independencia o Muerte.

Solo el pincel de Durero, que en La Pasión se distingue por su realismo, puede penetrar el cuadro sublime de la gloria que agoniza.

En tanto, el viento alborota la larga melena del Niño, que aúlla quejas en su canción eterna.

Un desesperado abrazo, rubrica la comunión espiritual de dos almas, mientras gotas de lágrimas humectan sus pupilas.

Hermano... tú que puedes, ve a plegarte a los leales a la causa nacional. Si el dios de la guerra te ilumina y regresas con vida de esta vorágine, enseña a los paraguayos que bajo este añoso laurel yacen despojos de un Mártir de Acosta Ñu.

Y si el destino permite que tropieces con mi madre, en tu sendero, dile que he cumplido con mi deber, no me he humillado, y con mi lanza he vengado la muerte de la heroínas de Piribebuy.

Que no me llore. Por un patriota no se enjugan lágrimas, se entonan hosannas.

¡Qué momento pavoroso, de llanto amargo, ver la vida en fuga de las redes de la carne corrompida!

Y sentirse sereno, impávido ante la fatalidad.

Y el tierno despojo yacente en el suelo, musitando implora una gota de agua, en el nombre del Señor.

Y en supremo esfuerzo, al exhalar el aliento postrero de la vida, exclama sollozante:

-¡Madre...!

Y cerró sus ojos para siempre.

Su alma fue a acrecer el fulgor de alguna estrella lejana, al decir de un aedo francés.

Seres piadosos, como la sargenta de López, Josefa Rosa Quiñónez, padres y hermanos, le dieron cristiana sepultura, al pie del laurel secular y sobre el túmulo plantaron una cruz, la que desde entonces pasó a las tradiciones nacionales con el nombre consagratorio de Curuzú Infante.

Curuzú yeguá

En el Día de la Cruz, 3 de mayo, es digno de ver Curuzú Infante.

A los amables destellos del koẽju rory, afluyen los creyentes a exornarla.

Con su blanca estola (kurusu paño), encubierta cual novia entre tules, enguirnaldada de amambay, pacholí, resedá, niño azoté, de la que penden enhebrados collares de huevos de alondras, jilgueros y zorzales.

Ejemplo magnífico el de aquellas almas sencillas, libres de consideraciones utilitarias de nuestro siglo, remontan a la mística contemplación espiritual.


Una cruz silenciosa, levantada

sobre la tumba sacra del gigante

gota de luz que esplende en llamarada

gloria del Paraguay, Curuzú Infante.


Así como el cálido viento difunde el polen de las flores, generando nuevas vidas, Curuzú Infante, vivida historia paraguaya, llenará el orbe cuando plumas galanas y fluidas la canten.

ANDRÉS AGUIRRE

(En Barrero Grande, hoy Eusebio Ayala, en el Centenario de la Batalla de Acosta Ñu, 16 de agosto de 1969).



 

EL AUTOR

Andrés Colman Gutiérrez es periodista, escritor y guionista.

Realiza reportajes para el diario Ultima Hora en Asunción y es corresponsal en Paraguay de la organización Internacional Reporteros Sin Fronteras (RSF).

Nació en Yhú, departamento de Caaguazú, en 1961. Realizó cursos de periodismo en la Universidad Nacional de Asunción y en la Universidad de San Marcos de Lima, Perú. Ejerce la docencia en la Facultad de Ciencias Humanísticas y de la Comunicación, de la Universidad Autónoma de Asunción (UAA), donde desarrolla la asignatura Taller de Redacción Periodística II.  

Publicó las novelas El último vuelo del PÁJARO campana (El Lector, 1995, Premio de Narrativa El Lector 1995, reeditada en 2007 por Servilibro), El PAÍS en UNA plaza: LA novela del marzo paraguayo (El Lector, 2004), el álbum de cómic Mediodía en LA tierra de nadie (El asesinato del periodista Santiago Leguizamón) con dibujos de Enzo Pertile (Servilibro, 2006), el libro de cuentos El Principito EN LA Plaza Uruguaya (Servilibro, 2007; segunda edición 2010), el libro periodístico EPP: la verdadera historia (Ultima Hora, 2011) y el libro documental Tañarandy, la revolución del arte, con fotos de Rene González (Oniria/TBWA, Itaú 2012); el libro El Marzo Paraguayo, en la colección Guerras y Violencia Política en el Paraguay, de El Lector y ABC Color.

En audiovisuales realizó guiones para programas televisivos como Tiempo de Comunicación (Canal 9), El Ojo (Canal 13), Parlamento Juvenil (Canal 9), La Barra (Tevedós), Colegio de Señoritas (Canal 13). Es co-autor del guión del film Miss Ameriguá, de Luis Vera.  

Recibió el Premio Vladimir Herzog (Brasil, 1985), el Premio Nacional de Periodismo Santiago Leguizamón (Paraguay, 2000) y el Premio Periodista Amigo de la Niñez y la Adolescencia de la agencia Global Infancia (Paraguay 2010).


 

FUENTES CONSULTADAS

Aguirre, Andrés. 1979. Acosta Ñu: La epopeya de los siglos. Mu­nicipalidad de Eusebio Ayala. Asunción.

Boccia Romañach, Alfredo. 2000. Paraguay y Brasil. Crónica de sus conflictos. El Lector. Asunción.

Biblioteca Nacional del Uruguay. 2008. La Guerra del Paraguay en Fotografías, Montevideo.

Biblioteca Nacional de Rio de Janeiro. 2013. Revista de Historia da Biblioteca Nacional, Río de Janeiro, N° 97, octubre 2013

Bray, Arturo. 1984. Solano López, soldado de la gloria y el infortunio. Carlos Schaumann Editor. Asunción.         

Bormann, José Bernardino. 1987. Historia de Guerra do Para­guai. Curitiva.

Cardozo, Efraím. 1988. Paraguay Independiente. Carlos Schaumann Editor. Asunción.

Cardozo, Efraím. 1969. Hace 100 años: Crónicas de la Guerra. Carlos Schaumann Editor. Asunción.

Cardozo, Efraím. 1967. Efemérides de la Historia del Paraguay. Hoy en nuestra historia. Ediciones Nizza. Asunción y Buenos Aires.

Centurión, Juan Crisóstomo. 1987. Reminiscencias históricas so­bre la Guerra del Paraguay. El Lector. Asunción.

Chiavenatto, julio José. 1979. Genocidio Americano: A Guerra do Paraguai. Editora Brasiliense. São Paulo.

Doriatto, Francisco. 2004. Maldita guerra. Nueva historia de la Guerra del Paraguay. Emece. Buenos Aires.

O'Leary, Juan E. 1929. El Centauro de Ybycuí. Editorial Le Le­vre Libre. París.

López, Francisco Solano. 1969. Pensamiento político. Editorial Sudestada. Buenos Aires.

Mendoza, Hugo. La Guerra contra la Triple Alianza 1864-1870. Segunda parte. El Lector. Asunción.

Pertile, Enzo. 2011. Vencer o Morir. Guerra contra la Triple Alian­za. Colección Servicomics. Servilibro. Asunción.

Resquín, Francisco Isidoro. 1984. Datos históricos de la Guerra del Paraguay contra la Triple Alianza. Imprenta Militar. Asun­ción.

Riquelme, Manuel. 2008. Héroes: Compendio de la Guerra de la Triple Alianza. Servilibro. Asunción.

Tasso Fragoso, Augusto. 1934. A Tríplice Aliança e o Paraguai. Río de Janeiro.

Thompson, George. 1992. La Guerra del Paraguay. RP Edicio­nes. Asunción.

 



 

 

 

ARTÍCULOS PUBLICADOS EN EL DIARIO ABC COLOR SOBRE EL LIBRO

 

 

VEINTE MIL SOLDADOS CONTRA 3.500 NIÑOS

Las fuerzas aliadas, compuestas por 20.000 hombres, necesitaron casi doce horas para batir a los 4.500 paraguayos, casi todos niños, en la masacre de Acosta Ñu. Los pormenores de aquel holocausto infantil está narrado por Andrés Colmán Gutiérrez, en el libro de su autoría que aparece hoy con el ejemplar de nuestro diario.

 

Niños que participaron en una realización audiovisual sobre la batalla de Acosta Ñu,

en la que murieron unos 3.500 niños./ ABC Color

 

“Acosta Ñu” es el decimocuarto volumen de la Colección “A 150 años de la Guerra Grande”.

–¿Cuánto duró aquella batalla?

–Hay versiones distintas, pero todas coinciden en que el momento más fuerte de la batalla se consumó en un periodo de 6 a 8 horas.

–Pero en total duró más...

–El primer ataque contra la retaguardia, que lideraba el coronel Ángel Moreno, se produjo cerca de las ocho de la mañana, y hubo un último batallón que combatió hasta ser exterminado, poco después del crepúsculo. Hubo combates durante unas 12 horas.

–¿Una vez derrotado el ejército paraguayo, qué ocurrió?

–En Acosta Ñu hubo un exterminio casi total. Hay relatos muy terribles acerca de cómo el conde D’Eu hizo incendiar parte del campo, y muchos heridos murieron calcinados, entre gritos de dolor.

–¿Cuántos paraguayos murieron ahí?

–Según los datos más aproximados, en Acosta Ñu combatieron 4.500 paraguayos, de los cuales 3.500 eran niños, contra un ejército aliado de 20.000 hombres. En las filas paraguayas se produjeron más de 2.000 muertos, y 1.200 combatientes fueron tomados prisioneros. Del lado brasileño solo se reportaron oficialmente 46 muertos y 259 heridos, lo cual revela la tremenda desigualdad de la lucha.

–¿Y qué pasó con López?

–López, con el resto de su ejército, pudo llegar hasta Caraguatay, donde estableció una nueva capital, y erigió su campamento en Gasory. Desde allí seguiría replegándose hacia San Estanislao, en esa última larga marcha de espectros que iba a concluir en el último trágico acto de Cerro Corá.

–¿Qué papel cumplió aquel ejército de niños?

–El plan de López era mantener mínimamente la institucionalidad del territorio no ocupado, buscando dar la imagen de que aún gobernaba el Paraguay, frente a otro gobierno que los aliados instalaron en Asunción, un día antes de Acosta Ñu.

–Y utilizó a niños…

–Cuando cayó Piribebuy, López abandonó Azcurra y se retiró hacia el Norte. En esa huida, necesitaba un ejército que le cubriera las espaldas, aunque ese ejército tuviera que ser aniquilado. Como los niños y los ancianos eran los más descartables, los ubicó en la retaguardia, bajo el mando del general Caballero, y los sacrificó sin misericordia. Eso le permitió ganar tiempo, para seguir su marcha hasta llegar a Cerro Corá.

–¿Cuál era el objetivo de los aliados en la Campaña de las Cordilleras?

–Tras la gran derrota del ejército paraguayo en Itá Ybaté y Lomas Valentinas, en diciembre de 1868, y la ocupación de Asunción y luego de Luque, el comandante brasileño, Duque de Caxias, llegó a sostener que la guerra estaba terminada.

–Pero no era tan así...

–López había logrado huir y refugiarse en Pirayú y Azcurra, la región de las Cordilleras, donde tuvo tiempo de reorganizar su ejército, estableciendo una tercera capital en Piribebuy. Caxias fue apartado del mando aliado y lo reemplazó el yerno del emperador, el tristemente célebre conde D’Eu, quien se impuso capturar a López al precio que fuese. Así, se convirtió en criminal de guerra.

Publicado en fecha 8 de Diciembre del 2013

Fuente en Internet: www.abc.com.py


 

NIÑOS MURIERON PARA CUBRIR EL ESCAPE DE LÓPEZ

MAÑANA APARECE EL LIBRO DEDICADO A ACOSTA ÑU

Andrés Colmán Gutiérrez, autor del libro “Acosta Ñu”, que aparecerá mañana domingo con el ejemplar de nuestro diario, afirma que los aliados sabían bien que cargaban contra niños, y aun así lo hicieron con saña. El libro forma parte de la colección “A 150 años de la Guerra Grande”.

El autor habla sobre su obra y sobre aquella tragedia.

–¿Qué representa la batalla de Acosta Ñu en la memoria histórica paraguaya?

–Acosta Ñu es una de las heridas más sensibles y dolorosas en la memoria de nuestra patria. Es el momento del heroísmo máximo, probablemente aun mayor que la agonía final de Cerro Corá, porque aquí eran niños y adolescentes, además de ancianos y mujeres, los que entregaron sus vidas, para que el mariscal López y el resto de su ejército pudieran seguir escapando de los aliados.

–¿Por qué se envió a niños?

–Hay una percepción de que los niños, sacados a la fuerza de sus escuelas, fueron utilizados como “carne de cañón” para cubrir a un ejército en retirada. También hay testimonios de que muchos de esos infantes acudieron con una fuerte convicción patriótica. Varios de ellos incluso ya venían desarrollando una carrera militar desde otras batallas, y ya eran cabos o sargentos con edades de apenas 10 años.

–Usted dice que esa fecha (16 de agosto) no puede ser asociada al Día del Niño.

–El Día del Niño lo instituyó el presidente Felipe Molas López, en 1948, a instancias del historiador barrereño Andrés Aguirre, para rendir homenaje a los niños mártires. Un propósito loable, pero el mayor holocausto infantojuvenil de América es celebrado con una visión entre romántica y festiva, cuando debería ser una fecha reflexiva para condenar la utilización de los niños en las contiendas bélicas.

–Todavía hoy se los utiliza.

–Es una lamentable realidad que sigue vigente en muchas partes del mundo. Hasta hace poco, el enrolamiento de menores era una práctica corriente, aunque ilegal, dentro del sistema del servicio militar obligatorio en las Fuerzas Armadas del Paraguay.

–¿Sabían los aliados que sus oponentes eran principalmente niños en Acosta Ñu?

–Hay datos que indican que el Conde d’Eu tenía buenos informes de inteligencia acerca de cómo estaba conformado ese ejército de retaguardia comandado por Bernardino Caballero, tanto sobre las condiciones físicas de sus integrantes, como sobre el tipo de armas del que disponían.

–Había una diferencia atroz entre ambos ejércitos.

– Los aliados sabían que enfrentaban a niños y adolescentes, y aun así cargaron con toda su saña exterminadora. Eso es lo realmente terrible.

Publicado en fecha 7 de Diciembre del 2013

Fuente en Internet: www.abc.com.py

 



LA GRAN TRAGEDIA DE ACOSTA ÑU

CRÓNICA DE CUANDO LOS NIÑOS PUSIERON EL PECHO

El día 16 de agosto de 1869 está marcado en el calendario histórico del Paraguay como una fecha de esas que no se borrarán jamás de la memoria colectiva. Su mención nos lleva directamente al recuerdo de la masacre de niños en los campos de Acosta Ñu, en las cercanía de Eusebio Ayala.

 

El general Bernardino Caballero, en un cuadro de Pablo Alborno./ ABC Color

 

En una crónica llena de emotividad, Andrés Colmán Gutiérrez entrega un libro sobre este tema, en la colección “A 150 años de la Guerra Grande”, de ABC Color y la editorial El Lector: “Acosta Ñu”.

Esta obra llegará al público con el ejemplar de nuestro diario el domingo 8 de diciembre.

Al general Bernardino Caballero le tocó comandar lo que podría llamarse su “ejército”, para tentar detener la avanzada brasileña que quería cazar al mariscal López.

El continente de Caballero estaba formado por 4.500 hombres, casi el 80 por ciento de ellos niños, adolescentes y ancianos. Había solo un reducido batallón de veteranos del Sexto de Infantería, con seis cañones de muy poca potencia. Su caballería era escasa: unos pocos caballos, tanto o más esqueléticos que los soldados.

Del otro lado avanzaba un ejército con más de 20.000 hombres, con numerosas piezas de artillería y armamento de calidad. La noche de las Cordilleras era silenciosa, densa y oscura. No había ninguna chance de poder batir a aquellos aliados que habían sido cebados con la sangre en Piribebuy. Caballero se dispuso a pelear apenas amaneciera.

Colmán Gutiérrez, presto para contar lo sucedido, reflexiona: ¿Cómo narrar el heroísmo y el horror de una batalla tan épica, tan trágica, tan inabarcable…? ¿Será que alcanzan todos los muchos libros, los testimonios, los relatos populares, los poemas, las canciones, los documentos históricos… para poder aproximarse a la verdad de una de las epopeyas más emblemáticas del Paraguay, que un siglo y medio después de haber sucedido todavía vibra y duele en el alma y en la piel de cada uno de los habitantes de esta desgarrada y mediterránea geografía…? ¿Dónde acaba la historia y comienza la leyenda…? ¿Cómo narrar Acosta Ñu…?

Era un amanecer con olor a pólvora y presagios de muerte, el de ese día 16 de agosto de 1869, dice el autor. Tras una larga y penosa marcha durante toda la noche a través de los montes de Caacupé, el ejército casi espectral de niños, ancianos y mujeres, al mando del general Bernardino Caballero, llegaba hasta un gran descampado, en las afueras de Barrero Grande, conocido popularmente como Ñu Guazú, al que los militares e historiadores brasileños llamarán por su traducción del guaraní Campo Grande.

La zona desde el estero Ypucú hasta el arroyo Piribebuy era conocida con ese nombre, Ñu Guazú, y el sector desde el Piribebuy hasta el inicio de la selva en Caaguy Yurú se denominaba Acosta Ñu (el campo de Acosta), porque en tiempos de la colonia española la vasta propiedad había pertenecido a un ciudadano portugués llamado Juan Blas de Acosta Freyre, exregidor y alcalde provisional de la ciudad de Asunción.

En algunos libros, por equivocación, se menciona al lugar con el nombre de Rubio Ñu, pero se trata de otro lugar.

Publicado en fecha 6 de Diciembre del 2013

Fuente en Internet: www.abc.com.py

 



EN AGOSTO DE 1869 OCURRIERON LOS PEORES CRÍMENES DE LA GUERRA

Dos hechos fatídicos (aunque toda guerra es fatídica) ocurrieron en agosto de 1869, dos crímenes de lesa humanidad ordenados por el Conde D’Eu: el incendio del hospital de Piribebuy, con todos los heridos dentro, y la matanza de niños en Acosta Ñu, también con incendio incluido del campo y los agonizantes calcinándose vivos.

 

El conde D’Eu, tras haber ordenado el incendio del hospital de Piribebuy,

decidió la masacre en Acosta Ñu./ ABC Color

 

Aquellos trágicos episodios son crudamente descritos en el libro que aparecerá el domingo 8 de diciembre con el ejemplar de nuestro diario, “Acosta Ñu”, del periodista y escritor Andrés Colmán Gutiérrez. Este será el volumen número 14 de la Colección “A 150 años de la Guerra Grande”, publicada por ABC Color y la editorial El Lector.

Tras la batalla de Piribebuy, el 12 de agosto de 1869, a través de interrogatorios a pobladores, el mariscal brasileño Victoriano Carneiro Monteiro se enteró de que Francisco Solano López ya había pasado por allí, camino a Caraguatay. Rápidamente, envió una división de Caballería, al mando del general José Antonio Correia da Cámara, a perseguir al Mariscal. Pero el pelotón sería frenado al amanecer por el ejército del coronel paraguayo Pedro Hermosa, en las trincheras de Caaguy Yurú.

Esa misma noche, Carneiro Monteiro recibió nuevas instrucciones del conde D’Eu, artífice de lo que sería la matanza de niños en Acosta Ñu: la retaguardia del ejército de López, al mando del general Bernardino Caballero, había quedado aislada en un vasto campo entre Caacupé y Barrero Grande.

La orden fue que Carneiro les cortara la retirada con sus tropas, mientras varios cuerpos del ejército aliado los atacaran desde diversos frentes, en la mañana del día siguiente, 16 de agosto. Iba a ser una trampa perfecta, una encerrona total. Ni uno solo de los paraguayos iba a conseguir escapar.

Por su parte, en el lado paraguayo las horribles noticias de Piribebuy llenaron de horror a los soldados y a quienes los acompañaban en el campamento de Azcurra. Tras escuchar los relatos sobre el bárbaro aniquilamiento de los enfermos del hospital, López tomó la determinación de emprender la retirada hacia Caraguatay.

Las tropas enemigas avanzaban hacia el lugar desde dos direcciones. Desde Altos, al mando del general porteño Emilio Mitre, y desde Piribebuy, bajo el comando del brasileño José Antonio da Silva Guimaraes.

López organizó el éxodo, agrupando sus tropas en dos divisiones. Una de vanguardia, el Primer Cuerpo, bajo el liderazgo del general Francisco Isidoro Resquín, con 6.700 hombres, y otra en la retaguardia, el Segundo Cuerpo, bajo el mando del general Bernardino Caballero, con unos 4.000 hombres, en su mayor parte niños y ancianos.

Al caer Barrero Grande, y estar rodeados del ejército aliado, a Caballero y su ejército de casi fantasmas no le quedaba otra opción más que el enfrentamiento. Una verdadera masacre.

Publicado en fecha 5 de Diciembre del 2013

Fuente en Internet: www.abc.com.py

 



LIBRO RECUERDA A LOS MÁRTIRES DE AQUEL DÍA ACIAGO

EL MAYOR HOLOCAUSTO INFANTIL DE AMÉRICA

El 16 de agosto de 1869 ocurrió el mayor holocausto infantil que recuerda nuestro continente, cuando tropas aliadas atacaron a un contingente paraguayo formado por niños y adolescentes encargados de cubrir la retirada de las tropas del Mcal. López.

 

Monumento de los niños de Acosta Ñu, en Eusebio Ayala./ ABC Color

 

Aquella matanza es recordada en el libro escrito por Andrés Colmán Gutiérrez para la serie “A 150 años de la Guerra Grande”. La obra aparecerá el domingo 8 con el ejemplar de nuestro diario, como volumen número 14 de la valiosa colección historiográfica publicada semanalmente.

El libro trae como anexos una rica variedad de textos, desde decretos hasta poesías, que permitirán al lector comprender en su justa magnitud lo que fue la mal llamada batalla de Acosta Ñu y lo que la misma significó y significa en la conciencia colectiva de los paraguayos.

El autor de este libro nos permite recordar y comprender lo que pasó en los campos de Acosta Ñu, en las cercanías de la hoy ciudad de Eusebio Ayala, hace 144 años, cuando miles de niños enfrentaron a un enemigo feroz que los aniquiló en el campo de batalla, y que, para peor, demostró su inhumanidad al quemar dicho campo con los heridos aún tendidos en él.

Colmán Gutiérrez sostiene en su libro que más allá de cualquier apreciación crítica que se pueda hacer a la utilización de seres en plena infancia en la guerra, no se puede eludir la emoción patriótica ante el sacrificio del batallón de niños y ancianos que se batieron y se inmolaron en los campos de Acosta Ñu, “aquel fatídico y glorioso 16 de agosto de 1869, en lo que seguramente puede considerarse como el mayor holocausto infanto-juvenil en la historia de América”.

Hay que recordar que tras la destrucción casi total de Piribebuy, el 12 de agosto de 1869, Luis Filipe Gastão de Orleans, el conde d’Eu, ingresó al frente de las tropas en la ciudad de Caacupé, en la mañana del 15 de agosto, pensando que iba a encontrar al Mcal. Francisco Solano López, para lograr el final de la guerra. Pero D’Eu solo encontró un poblado fantasma. El fracaso lo puso de muy malhumor.

Las dilaciones de d’Eu y su aliado, el general porteño Emilio Mitre, en avanzar rápido y cortar el paso a López fueron un grave error, que permitieron el prolongamiento de la guerra por varios meses más, coinciden analistas desde el propio bando de los aliados.

A la noche, las tropas brasileñas llegaron a Barrero Grande y al día siguiente fue el enfrentamiento en Acosta Ñu.

Publicado en fecha 3 de Diciembre del 2013

Fuente en Internet: www.abc.com.py

 

 

 

 

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