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GLADYS CARMAGNOLA (+)

  TERRITORIO ESMERALDA, 1997 - Poemario de GLADYS CARMAGNOLA


TERRITORIO ESMERALDA, 1997 - Poemario de GLADYS CARMAGNOLA
TERRITORIO ESMERALDA

Poesías de GLADYS CARMAGNOLA

INTERCONTINENTAL EDITORA
 
Teléfs.: 496 991 - 449 738
 
Composición y armado: Gilberto Riveros
 
Diseño de Tapa: LUIS ALBERTO BOH
 
Edición al cuidado de la autora.
 
Impreso en: Ediciones y Arte S.R.L.
 
Asunción, Paraguay, 1997 (115 páginas)
 

 
Sucedió simplemente, una tarde: buscando estantes de pino o guatambú para ordenar los libros desparramados por toda la casa, en una de las tantas mueblerías sobre República de Colombia, al bajar un peldaño y acceder al depósito contiguo, quedé paralizada al ver ante mis ojos, bajo mis pies, ese piso blanco y negro. Sí. Ese era el corredor del que había sido nuestro primer hogar en Asunción, después de la casa quemada en 1947, cuando la huida y la persecución por el territorio esmeralda hacia el río, en agosto. Pude sobrellevar el abrupto retorno al pasado, mediante la cercanía de mi compañero de tantas jornadas. Logré atenuar después sus efectos -que habrían sido devastadores- merced a la palabra, la misma que aquí ha quedado impresa, y que entrego más que como testimonio de vida en la palabra, en carácter de ruego: de amor, de respeto, de comprensión, de solidaridad y paz entre todos nosotros, en el hogar, con nuestro prójimo... Sólo así será posible la convivencia que muchos anhelamos.

Viven en este poemario un tiempo y episodios estrictamente verídicos. Están aquí -vistos por una niña y dichos por una adulta- el antes, el durante y el después de la revolución de 1947, hecatombe que enfrentó como enemigos hasta a hermanos de sangre, y cuyo trágico saldo de barbarie y luto tiñe aún incontables vidas inocentes.
Creo honradamente que al antes debo mi amor a la Poesía, en el que ha tenido no poco que ver mi padre; al durante debo mi vocación grabada a fuego; y al después, mi perseverante, inclaudicable trajinar poético. Y ahora me es posible, afortunadamente, contestar con certeza cuando me preguntan cuál fue mi primera vez con la Poesía.
No es éste un libro histórico, ni es la historia en él la protagonista, ni siquiera el motivo o pretexto para contar la historia de un tiempo en una niña marcada de por vida hace ya ¡medio siglo!

Convencida desde siempre de que solamente los picaflores se sostienen por sí solos y alardean en el aire, sin asidero aparente, hermosos, delante de nuestra vista, entiendo lo que el pasado aporta a cada ser; lo que una civilización lega a la siguiente; lo que un hecho hasta fortuito que creemos inocuo muchas veces, incide en nuestra vida. De modo que sé que esta mujer que se enreda en su letra aquí, ahora, no habría estado seguramente hablando o escribiendo si aquella barbaridad del 47 no hubiera sido. (De veras suelo decir que hubiese preferido el silencio.) También por eso, el antes, el durante y el después de "LA CASA QUEMADA", protagonista del poemario, han quedado impresos aquí en varios textos. A pesar de mi intención de que fueran 50 poemas (uno por cada año desde entonces a hoy), apenas he arribado con esos 50 a setiembre, casi octubre de 1947, antes de trasponer ese umbral donde quedé como fulminada la tarde de abril de 1996, del retorno.

De ninguna manera he pretendido ofender o lastimar con estas letras. Si hay nombres aquí (y sí hay algunos) unidos a otros de muy dispar ralea, tal como ahora lo comprendo, es consecuencia lógica, para mí, de cómo invadieron las circunstancias que rodearon esos nombres los recuerdos de una niña que los albergaría hasta ahora. Aún hoy, y cada vez con mayor intensidad a medida que pasan los años, escuchar o decir Ruperto Ka'a Tai me suena muy distinto de escuchar o decir Volta Gaona, por ejemplo.

Pido disculpas por el trato informal dado a algunos episodios casi trágicos. ¿Qué sería de nosotros sin el sentido del humor, que nos ayuda a sobrellevar ofensas y desgracias?
¿Debo explicar, por fin, para quien lo ignore, que mi más entrañable anhelo se entronca en el amor a la vida? Aunque lo digo en unos pocos textos que ni siquiera se aproximan a los que en justicia yo llamaría poemas, todavía dudo -sabida como es la poca difusión de los poemarios- si no hubiera sido preferible escribir "¡Mentira!", "Por ninguna razón", "Nadie me lo ha contado", en volantes y afiches inmensos, como los de las asiduas propagandas que amenazan enterrarnos vivos o muertos.

Lo mío es la Poesía, y su resultado, el poema; inevitablemente; como éstos, incubados en mí hace medio siglo y que quizá habrían muerto conmigo de no haber salido una tarde, guiada por la mano de Dios, a buscar, con Julio, estantes de madera, donde, bien o mal, van acomodándose a sus anchas, aunque más ordenadamente, nuestros libros.

He aquí, pues, este poemario, escrito entre mayo y noviembre de 1996 en memoria de aquellos a quienes el tiempo que estas letras pretenden aprisionar, ha marcado más que a mí. Y no han podido decirlo. Gracias por compartirlo.

21 de diciembre de 1996

G. C.
.
 
a Julio, por antiguos motivos de amor,
 
que albergan a Cecilia y Alejandro

 

ÍNDICE

Dedicatoria

*. La viga/ De lejos y de antaño/ Vida/ El ave Fénix/ Territorio esmeralda/ Bajo la parralera/ Pecado/ Siesta de verano/ Donde nos amábamos/ Abuelita cuentera/ No por azar/ Don Antonio/ Mesa de vacaciones en Ñemby/ Polí Almada/ La cita es en la plaza/ Carretas a la fábrica/ Muy lindo tu pesebre/ Chocolate sobre el pozo/ Radio ¿El Espectador?/ En un abrazo/ Don Pedro Pablo y Doña Eufrosina/ La casa fue incendiada/ Mañana de agosto/ Sí, tengo un ángel triste/ Nombres/ A un alma en pena/ A la hora del ángelus/ Lo que murmura es el cañaveral/ Tortas de afrecho/ Bajo la Cruz del Sur/ Casa de Tía Angelita/ No pudo ser/ Testigos (I)/ ¡Mentira!/ Por ninguna razón/ Nadie me lo contó/ Mariposas y cañaverales/ Aquellas manos en porfiada huida/ ¿Planeta? ¡Estrella preferida!/ Rama seca/ La casa quemada/ Flores de papel/ Hasta el presente/ Juntas, de la mano/ Ykua Galpón/ Como en un sueño/ Misterio/ Desde entonces/ De profundis/ Cementerio de pájaros azules.
 
 
 

LA VIGA
 
Sola y mi alma yo ante los despojos
mientras alrededor la sangre derramada hiede;
mientras los cuerpos van, ya sin saberlo,
a la otra orilla, a lo que llaman muerte.
 
Sí. Comprendo, Señor, por qué este aire tibio
me susurra en las ramas tan dolorosamente;
por qué, la luz que cada atardecer
orientaba a los potros al poniente
hoy tarda tanto en regresar
como si hubiera sido mordida siete veces
por un yaguareté, por un león,
o picada por una o dos serpientes.
 
Todo está triste hoy (y ahora sé
que la Naturaleza jamás miente):
el pastizal desnudo, despojado
de su ropaje verde,
y el cielo desteñido
ni azul ni gris, ni blanco ni celeste.
 
Sí. Todo alrededor se ha puesto oscuro,
opaco, silencioso, de repente.
(Quizá
haber sido testigos los avergüence.)
 
Y no hay por qué: las llamas derrotadas
son apenas ceniza aún caliente
bajo mis pies; ceniza entre mis dedos
que acarician hambrientos las paredes...
ceniza ante mis ojos, que han grabado
la viga, intacta, allí, sobre mi frente;
la viga
enteramente viva para siempre.
 
Sola y mi alma yo, Señor, contigo...
Déjame que recuerde.
 
 

DE LEJOS Y DE ANTAÑO
a José-Luis Appleyard
 

Me viene de un ser muy antiguo
esta fuerza que impulsa, que arrasa,
esta luz que ilumina el camino
que me lleva de vuelta a la casa,
esta voz que me exige entender que no he sido
ni piedra, ni estiércol, ni alfalfa;
que a veces me obliga a romper claraboyas,
puertas y ventanas
para ir hasta el patio
a reír de júbilo con el rostro empapado de lágrimas
repitiendo
¡gracias!
mientras se me agitan los brazos
en gesto de adiós a la muerte que pasa.
 
Me viene de lejos el fuego que arde y no cesa de arder
-desde antiguo me atizan sus llamas
y me dan la certeza de que algo perdura al final
aunque se empecine en cubrirnos la nada-.
 
Me viene de lejos y es para siempre este Cristo exigente y travieso
que habita en mis venas y late en los pliegues de mi alma.
Este Cristo, habitante de lejos y antaño
que hace tanto tiempo me alberga en su casa.
 
 

VIDA
Forma de amor,
sabor,
olor de amor,
y gozo;
silencio y voz,
ceniza y llamarada.
 
Todo renace en mí
día tras día.
¿Por qué no este pesar,
esta alegría?
 
Las hojas secas
caen alrededor.
Caen.
Puedo verlas caer, todavía.
 
Gozo.
Dolor.
Amor.
Así, la vida.
 
 

EL AVE FÉNIX
Si no lo digo, nunca entenderás
por qué esta rosa de dolor y miedo
cobijó la orfandad y la hermosura
de sus pétalos
entre los cuatro puntos cardinales
que limitan el área de mis huesos.
 
Quizá aquel diminuto corazón
que habitaba en mi pecho
se contempló a sí mismo
y le dio alojamiento
en sus tiernos paisajes interiores
tiznados a destiempo,
y de entre las cenizas
arrebataron vida y alimento
hasta que un día cualquiera el ave Fénix
se elevó hacia la rosa de los vientos.
 
Sí. Sólo tuve que extender los brazos
y salirle al encuentro.
 
 

TERRITORIO ESMERALDA
 
a Elvio Romero
 

Verde a lo lejos, verde alrededor...
verde hasta donde llega el recuerdo en lontananza.
Y verde -para no ser menos-
desparramada
a derecha e izquierda
a sol y a sombra en los caminos, la verdolaga.
 
Haber vivido aquí.
Haber nacido en este territorio esmeralda,
con el susurro de cañaverales meciéndome la cuna,
modulando canciones que invaden aún hoy esta garganta
y van y vienen ahora,
como hace medio siglo, hacia el mañana.
 
Verde aquí, verde allá. Sí, todo verde.
Verde hasta donde alcanza
este hilito que se ata a la memoria
serpenteando, gateando, enredándose tierno en la nostalgia
y transmigrándose en el mundo
íntegramente verde, de la palabra.
 
Verde el del pastizal, el de las hojas todas
en las ramas.
Verde el del horizonte que se mece
en pétalos esbeltos -áspera, dulce caña-:
caña dulce que tornas y retornas y me abrazas
al amado territorio esmeralda
no para que tu verde
exorcice mis antiguos fantasmas,
sí para que su coro
me susurre que me amas.
 
Tenías razón, Señor, cuando elegiste
este rincón para ofrecernos de morada:
Quizá no exista en todo el universo
retazo similar a este territorio esmeralda.
 
 

BAJO LA PARRALERA
 
Nathalia Volpe:
 
por esto no pude acompañarte
 

Cuando a veces me acosa la nostalgia
y el universo y sus alrededores gimen de tristeza,
regreso a aquel lugar, allá en diciembre,
a aquella sombra verde y lila, jugosa, de la parralera
donde los ojos de una niña vuelven
conmigo a deleitarse en la belleza.
 
Quizá fuera diciembre, por las uvas,
aunque esos son detalles que, según me decías, no interesan.
 
Si más de medio siglo
perseveró tu apócrifa promesa
de alumbrar mi trajín por la hermosura
¿cómo no revivir esa mañana de acariciar tus manos la madera
en su dorado ir y venir fecundo
bajo la parralera?
 
Quizá mamá, afanosa, también se empecinaba
en dosis incontables de amor bien picaditas, con su larga
……… cuchara de madera.
 
En el marco de amor que me legaste
vive tu corazón, y en cada huella
que en él grabó tu mano, vives,
padre incomparable, compañía, presencia.
 
Quizá mi hermano jugaba a las bolitas
y mi hermana menor no podía llegar hasta la parralera.
 
Este sábado gris,
cuando el viento y la lluvia se acercan
como a desmoronarse y envolverme
en un lúgubre manto de tristeza,
huyo a las galerías interiores
para escarbar a solas la inacabable esencia,
allí donde es más fácil -más tiernamente doloroso-
aguardar que amanezca.
 
Gracias, papá:
Nadie pudo jamás haberme dado tal herencia.
 
El cuadro en la pared
resplandece con la perennidad de las estrellas.
 
 

PECADO
 
a Sabina
 

Pues sí.
Cuando me muera
más de uno indagará entre mis "virtudes".
(Era tan buena. Casi casi una santa.)
Y yo reviviré la lluvia temblorosa
iluminada
de miedo y de relámpagos
de esa hermosa mañana.
(Sagrado Corazón de Jesús, en Vos confío.
Y la lluvia caía como si nada.)
Los bueyes. El pan que me goteaba entre los dedos
-frágil papel de estraza-.
(Sagrado Corazón de Jesús...)
Más allá de los huesos, calada.
Mediodía. Verano ¿del 46? Permiso porque es ella,
Sabina, la monja, tan insistente, tan de confianza.
Cuidará a nuestra hija. ¡Seguro!
¡Que vaya!
¡Qué hermosas las estrellas
de madrugada!
 
(Sagrado Corazón de Jesús...)
Ya todo alrededor es agua.
Sí: recordaré aquella vez... la lluvia...
(¡Perdón, Señor!): la monja y yo pecamos. A veces pasa.
Ella lo hizo por mí. De un árbol del camino en patio ajeno.
Fue queriendo. ¡Palabra!
(Sagrado Corazón de Jesús, en Vos confío...)
La lluvia, sordomuda, empecinada.
 
Año tras año creí que habían sido
manzanas
(y ellas no crecían
en el valle esmeralda).
Quizá fueran naranjas...
¡Qué más da!: mandarinas, melones o granadas.
Corazón de Jesús, en Vos confío.
Yo las robé. Con estas manos. Lo confieso. Amargas
me fueron luego tantas veces,
calentita, en mi cama.
Sagrado Corazón de Jesús, en Vos confío.
Cae una lluvia mansa
y de pronto retornan a mis labios, deliciosas,
tiernas, jugosas, dulces. Ni las lágrimas
han de robarle ya jamás ese dulzor inigualable
al pecado primero de mi infancia.
 
Sagrado Corazón de Jesús, en Vos confío.
No. ¡Por favor! ¡que no me llamen santa!
 
 

SIESTA DE VERANO
 
a la memoria de "Mamá Dominga"
 

Aquel viejo verano
de pasos rojos en la polvareda,
espiabas, lagartija,
entre los matorrales y las piedras
mientras ardientes lanzas amarillas
perforaban el aire de la siesta.
 
El agua, siempre el agua,
cruza la alcantarilla, corre, suena
-clara melodía,
música perfecta-.
 
Los pies que luego calzarían sandalias
de irrenunciable lodo en las veredas,
arden de prisa y de emoción, de un fuego
que añade sangre y sol a la humareda.
 
Ya falta poco.
Se me calcinan los tobillos mientras
me encamino hacia enfrente de la fábrica,
de siesta.
 
Cerquita, allí, confundida entre el verde
de aquel cañaveral, a la derecha,
todo el frescor del universo aguarda
(y el tiempo arroja bocanadas llenas
de agua de alcantarilla
que no cesa).
 
Un pajarito clama alguna sombra
que, avara, no se entrega,
o unas poquitas gotas, esparcidas,
de las que van cantando entre la hierba.
Mientras tú, lagartija, empecinada,
curiosa incorregible, sinvergüenza,
me acompañas
en este transitar la polvareda
al son de aquella clara melodía
perfecta.
 
 

DONDE NOS AMÁBAMOS
 
Eran sólo tres piezas pequeñas:
cocina, corredor (y aquello tan útil que entonces llamábamos...)
 
¡Imposible, Señor!
¿Dónde cabía tanto?:
la mesa arrimada a la pared,
el caminero largo
¿era cremita?
¿blanco?;
las fotos color sepia en todos lados
-Gauguin, van Gogh, Picasso, la habrían envidiado
de haber podido contemplar tanta hermosura
pendiente de unos clavos-.
El espejo, grandote,
con el rincón derecho abajo casi todo empañado,
que duplica enterita -y sobra arriba espacio-
la imagen de una niña de seis años
embelesada, inmóvil, porque la tía ha dicho
¡Quieta! ¡Cuidado con las sillas de tu Tío Alejandro!
No. Ningún precio
será jamás demasiado alto
con tal de no ser nunca desalojada
de aquel palacio
lleno de tanta maravilla: el baúl,
los esquineros altos...
¡Cómo, Señor!,
cómo no recordarlos.
No eran cosas nomás. ¡Eran tesoros
que decoraban aquel lugar hermoso donde nos amábamos!
¿Dónde estarán? ¡Qué importa!
(Cada cual en el sitio donde lo habrá puesto quien se lo ha llevado.)
 
A veces, a medianoche o a la madrugada,
cuando el sueño prefiere pasear a quedarse a mi lado,
decido seguirlo: solita, sin miedo
desando mis pasos,
retorno a la casa,
empujo el portón que la Abuela ha dejado
entreabierto, por si acaso los nietos...
sólo por si acaso...
Me filtro, como antes de siesta, por la ventanita de atrás.
"¡Cuidado! ¡Bajáte despacio!"
Sí. Llego hasta el suelo de sobre el baúl.
Y allí está Carlucho, mi hermano mayor, mi hermano querido, esperando.
 
También él ha vuelto.
Aquí estamos los dos. Esperando.
 
Sí. A veces regreso, como hoy, a la casa.
A aquel sitio seguro y hermoso donde nos amábamos.
 
 

LO QUE MURMURA ES EL CAÑAVERAL
 
a Julio
 

Cruzando el arroyito, allí el cañaveral:
áspero, denso, verde inacabable,
amigo fiel, allí el cañaveral.
"Se tranca abajo el cerco, señora. Y el camino
nadie lo notará.
Es siempre más seguro
a la sombra de la oscuridad".
 
Sólo unos pocos metros, el arroyo,
y allí el cañaveral.
-Tengo miedo, Abuelita.
Yo me quiero quedar.
-No. Más seguro irse. Más seguro.
Es mejor prevenir que curar.
 
-Sigan la luz de la linterna. Vamos.
No se mojen las medias al cruzar.
-Me lastima la cara su aspereza.
¡No tan pronto, Mamá!
-¡Rápido! ¡Calladitos!
que alguien puede escuchar.
(Trajimos unas mantas, el azúcar,
la latita de yerba, el agua, el pan.)
¡Cuidado con la leche!
Un descuido y la pueden derramar.
 
-Carlucho, tengo miedo de las víboras
que me dijiste me iban a picar.
-Dame la mano y caminó ¡qué tonta!
Lo que murmura es el cañaveral.
-Sigan. Sigan. Caminen.
Sólo un poquito más.
 
¿Ven qué pronto llegamos? ¡La linterna!
Con esta lámpara nos bastará.
Todo está bien. Mil gracias. Muchas gracias.
A dormir, ya mañana jugarán.
 
Luna tras luna el roce de las cañas
fue beso familiar
y aquel techo seguro de la fábrica
un verdadero hogar.
 
Ahora que voy cruzando otros arroyos
hacia el Cañaveral,
sin temor a las víboras,
en plena luminosa oscuridad,
revive el beso aquel, y su aspereza
me nutre de una savia torrencial,
aunque a veces, como hoy, aún añoro
aquella tibia leche y aquel pan.
 
 

NADIE ME LO CONTÓ
Por si acaso preguntes
quién soy para pedírtelo;
quién, para hablar de amor o de hermandad,
para instarte a un "injusto pacifismo",
quién para osar siquiera atemorizar a nadie
con balances tremendos y horribles vaticinios...
 
Ah, sí... quieres saber quién me lo dijo.
Quién se lo comentó a quién; cómo lo supe, dónde lo habré leído.
La respuesta es muy simple:
Nadie me lo contó. Lo sé porque lo he visto.
Puedo decir "amor"
porque hace mucho tiempo lo práctico.
Puedo, de hermana a hermano
hablarte claro, con o sin testigos.
Y puedo, al fin, en nombre del amor
rogarte de rodillas -pues no puedo exigirlo-:
¡Por favor, nunca más! ¡No! ¡Nunca más!
Hermano mío,
después de algo así
nadie es el mismo.
 
A quien lo sabe bien
es mejor no atreverse jamás a discutirlo.
 
 

MARIPOSAS Y CAÑAVERALES
Nadie lo había visto:
ni aquellos que cruzando los turbios tajamares
venían a compartir el pan de la derrota
hundidos en el verde piadoso del paisaje;
ni aquellos obstinados moradores del odio
que habían cavado zanjas profundas en la tarde,
hediondando de pólvora los vientos del camino,
y enturbiado los puros manantiales, de sangre.
 
No se lo había visto
ni a la luz de la luna o del sol en los combates;
no se lo oyó en las notas de aquel clarín oscuro
anunciador de muerte, de lúgubre mensaje.
 
(Nadie ha escuchado o visto ni rastros del amor
si al contemplar su propio rostro no halla en él su semblante;
si al escuchar su voz
ignora su lenguaje.)
 
Durante mucho tiempo, nadie más vio al amor
sino las mariposas y los cañaverales.
 
 

LA CASA QUEMADA
 
a la que tantos recuerdos de amor debo
 

Jamás he vuelto a verla.
Y sin embargo en ella vivo y sueño.
Ella guarda los pasos y las risas,
los llantos y los juegos...
hormigas coloradas, caracoles,
escarabajos, grillos cancioneros,
ranas, guayabas, el fogón oscuro
con la olla de hierro
y una mamá que viene y va con leche,
con banana de oro, lomito y queso fresco.
 
Desde allí contemplaba la Cruz del Sur
y seguía el trajinar de los luceros.
Allí entendí las notas que la lluvia
repica en los aleros.
Allí aprendí a rezar, a conversar con Dios
no sólo recitando el Padrenuestro
y en ese sitio dije por primera vez
"te quiero".
Allí contraje, después del sarampión, antes de la viruela,
la recurrente enfermedad, incurable, que apenas se atenúa con
……………. los versos.
 
Allí me cobijé esa vez que perdí o me arrancaron
el velo blanco en el cementerio
cuando murió Tío Nicolás y comprendí (por experiencia)
lo que es llorar a quien amamos y a quien ya no veremos
sabiendo que además debía arreglármelas
con mis lágrimas, sin pañuelo.
 
Allí vivía el amor de tantas formas
que todavía hoy me resulta imposible creerlo.
 
Allí besaban mis ojos cada página
de los libros de cuentos
-cuidando no rozarlos demasiado
que no se despertara airado el genio-
balanceando las piernas en el borde
del alto corredor, o en la hamaca en las tardes de enero
o a la luz de la nueva "petromax"
zumbona, entibiante en invierno.
 
Si creí que Pinocho y Blancanieves
se habían quemado y muerto en el incendio
y que a Hansel y Gretel
nunca más los tendría de regreso,
muy pronto descubrí que Alí Babá anda vivo entre las hojas,
y más aún los 40 bandoleros
multiplicados, haciendo de las suyas, por desgracia,
cada vez más cerca, hasta hoy, sin remedio.
 
En fin, que al menos de los libros unos pocos personajes
sobrevivieron.
 
Sobrevivió el amor también
a aquel incendio
y el hogar trasplantó sus pertenencias
en sitio ajeno.
 
¡Ah, la casa quemada! Jamás he vuelto a verla.
Y sin embargo es ella mi lugar auténtico.
 
Hoy que ya sólo la mitad de quienes fuimos
a la hora del almuerzo
transitamos aún bajo este sol
que perfora el ozono por casi incontrolables agujeros,
a veces mi hermanita, ya sin capa celeste,
presta su voz, como mi padre entonces, a "En paz", de Amado Nervo
y un milagro derrumba totalmente
el implacable paredón del tiempo
y hallo otra vez en ese amado sitio
alojamiento:
 
Sí. Soy yo esa pequeña de trenzas que en el patio,
a plena carcajada, corre tras su perro.
 
 

COMO EN UN SUEÑO
a Luis Alberto Boh
 

Triste como la luz
frente a los ojos ciegos,
mi corazón escucha
el ritmo acompasado del silencio:
En el amplio escondite del pasado
se acurruca el misterio.
Y en mí se desmorona
el obstinado murallón del tiempo.
 
No son las manos de una calavera
estas letras que se alzan en medio de los muertos,
las que van enterrándolos uno por uno
como en un sueño
para que al fin reposen
definitivamente muertos.
 
 

CEMENTERIO DE PÁJAROS AZULES
 
a mis hermanas Selva Dolores (Chinota)
 
y Haydée (Negra)
 

Había seguramente picaflores
y bichitos de luz aquel octubre
de mariposas insubordinadas,
de pájaros azules,
de susurrantes cañas y colinas
verdes, iluminadas en la cúspide
por esa refulgente estrellería
de guiños -clara lumbre-
que permanece idéntica en mi patio
por amor y costumbre.
 
Quizá la Cruz del Sur, tras el visillo
de encabritadas, andariegas nubes
curioseaba, al abrirse los capullos
en belleza y perfume,
o ayudaba a nutrirse a las espigas
con esa generosa certidumbre
de quien jamás elude ancestrales pactos indisolubles.
 
Así vio el destrozado campanario
y a aquel cortejo fúnebre
salir de tras los vidrios empañados
de sostener en vano su quejumbre
y marchar en penumbra
al sembradío de cruces.
 
Afortunadamente para mí,
aprendí su lección, y aquel octubre
de bichitos de luz, de mariposas,
de nostalgia y perfumes,
mora detrás de esta colina, en este
cementerio de pájaros azules.
 
 

 
OTROS POEMARIOS DE LA AUTORA:
 
*. OJITOS NEGROS (Poemas a mi sobrino), poemario de amor dedicado a un niño, 1965.
 
*. NAVIDAD (para niños), 1966; 2a edición, 1980.
 
*. PIOLÍN (para niños), 1979; 2a edición, como Suplemento del Diario Noticias, 29, enero, 1985.
 
*. LAZO ESENCIAL, 1982; 2a edición, 1995.
 
*. A LA INTEMPERIE, 1984.
 
*. IGUAL QUE EN LAS CAPUERAS, 1989 (Premio Internacional de Poesía José María Heredia, de la Asociación de Críticos y Comentaristas de Arte de Miami, EE.UU., 1985).
 
*. DEPOSITARIA INFIEL, 1992 (Premio único de Poesía del Instituto Cultural Paraguayo-Alemán, 1992).
 
*. UN SORBO DE AGUA FRESCA, 1995 (Mención de Honor del Premio Nacional de Literatura, 1995, Premio El Lector de Poesía, 1995, y Premio Municipal de Literatura, 1996).
 
*. Varios otros, conmemorativos, editados en 1980, 1982 y 1989.

 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 

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