. TESTIMONIO I No sé: yo no podría nombrarlos de otro modo que enterrando en las venas sedientas de la pólvora sus simples iniciales de símbolos caídos. . Este que está a mi lado, redimido de luces, palpando espesos muros de abrumados silencios; o aquel en cuyos párpados se demoró el relámpago del plomo, no fueron al estrago, no acudieron al riesgo mortal, ni al alto duelo contra el nivel pesado del agua traicionada; no se echaron de bruces detrás de la pequeña frontera de sus huesos para vestir de mármoles y nubes la fragorosa arcilla combatiente de su dulce estatura. . No serviría de nada labrarles una máscara a quienes desde siempre nacieron y habitaron entre chispas de piedra. . No. Eran otros los rumbos que imantaban los pasos de estos inaccesibles guerrilleros del alba. No fueron al encuentro de una selva de bronce; no buscaron metales solemnes, no quisieron anchas investiduras, ni charangas, ni cantos. Simplemente bajaron a morir para dejarnos otro tiempo más limpio y otra tierra más clara; algún laurel más alto y un aire más sencillo; otra categoría de nubes y otra forma de dar un aposento, de nombrar una cosa; o acaso otra manera de abrir una ventana para llamar al Día del Hombre Venidero. . ¿Cómo escribir siquiera la cifra que llevaron sin lastimar el polvo de sus nombres? . No puedo hablar de lágrimas frente a esta primavera de espigas derrumbadas, porque ellas no besaron las márgenes del llanto en esos días inmensos en que el rayo buscaba nada más que la talla del Hombre para herirla. . Si hoy nosotros estamos de pie sobre este cieno, es porque el firme fuego de todo aquel calvario trabajó los cimientos de este cieno. . Si mañana tocamos la espada del rocío, es porque ellos tendieron un puente hasta el acero y nos dieron su trigo, sus hondos minerales y el Norte y la medida del camino. . II Porque yo les he visto sosteniendo sus hierros, en el trance total de estar doblados sobre el pétalo oscuro de la sangre. . Yo estaba en el costado de la furia, cuando ellos manejaban las aristas del trueno; los he visto poblando de centellas azules, las heladas esquinas de la noche. . Yo he visto el amarillo sendero que dejaba la bandera asediada; allí donde ella estaba el estambre infalible de mi pequeña brújula hallaba el brillo honrado del metal de una frente, buscando su trinchera o su mortaja. . III Y ahora, decidme, vosotros, taciturnos sobrevivientes del crucial torrente; piedras abandonadas en la huella caliente del combate; cal todavía sonriente sobre el alto paredón de la muerte: ¿de qué rocas del tiempo viene esta arena erguida que atraviesa los párpados del aire enfurecido? ¿De qué profundo sueño están viviendo estos ángeles claros que van hacia la lluvia, con sus rugientes números de filos justicieros? . ¿Y estos pájaros roncos que castigan las ventanas del día? . ¿De qué venas en llamas o a través de qué dulces dominios navegantes emergen estas aguas levantadas y alertas que, minuto a minuto, configuran el torso, las arterias pacientes y el rostro de diamantes de estos vertiginosos varones del castigo? . Yo pregunto; yo quiero que me digan el nombre del Capitán caído debajo del silencio de la piedra final y del madero en cruz. . Yo quiero que me nombren el número preciso de aquellas simples manos de labor derramadas, desde el Norte, de rayos torrenciales, hasta la desolada cintura de las islas. . Quiero que me denuncien la dignidad y el orden de esta desamparada cosecha interrumpida. . Necesito bajar hasta el obscuro nivel de la tormenta encadenada y hacer el inventario de esta lenta yacija: juntar las manos rotas; las frentes y los párpados; clasificar el vasto trabajo del osario; ver en qué forma suben las substancias terrestres por los acantilados de la cal deshojada. . Tengo que custodiar desde hoy y para siempre: los surcos y los hoyos y los túneles, donde la estalactita de los ojos yacentes y la pisoteada guitarra de estos labios esperan la llegada de una aurora invencible. . Yo soy el Designado: yo estoy en este duelo para marcar el hombro de los Ángeles Negros que humillaron sus alas bajando hasta el infierno de la sangre inocente. . Y aquí estaré por siglos -como un vigía de piedra-, gastando las aldabas de las puertas del día, hasta que una Bandera de olivos y palomas se yerga entre las manos de los muertos vengados. . REGRESARÁN UN DÍA... I Por los caídos por la libertad de mi pueblo y para los que viven para servirla, esta constancia. . ¿Veis esos marineros aún vestidos de pólvora; y esos duros obreros cuya sangre de fuego circula como un río de encendidas raíces bajo el denso quebracho de sus torsos? . ¿Y esas pequeñas madres, de tan leve estatura, que parecen hermanas de sus hijos? . ¿No visteis, no tocasteis el rostro fragoroso de esos adolescentes cubiertos de relámpagos; seres rotos, usados, gastados y deshechos en una mitológica tarea? . ¿Los veis? -Son los Soldados de una hora, de un día, de una vida: todos los Hijos obscuros de la misma ultrajada tierra, que es mía y es de todos los muertos de esta lucha. . ¿Veis esos ojos con dos rosas de lágrimas colgadas de sus órbitas azules? . ¿Veis todas esas bocas despojadas de labios; con trozos de guitarras colgados de sus bordes; todas deshilachadas, arrojadas de bruces sobre la inocencia triste del pasto y de la arena? . ¿Los veis allí, hacinados, bajo la misma luna de los enamorados; agrediendo la clara piedad de la mañana con su despedazada sonrisa? . ¿Veis todo ese tumulto de la sangre temprana; que camina de día, de noche, a todas horas hacia los más profundos niveles de la tierra, donde se están labrando los moldes transparentes de todos los Soldados de las luchas futuras? . Abiertos en canal, de Norte a Norte, -desde donde nacía la Semilla del Hombre-, hasta el caliente refugio del grito, yacen. . Miran las altas luces del alto día del duelo, mostrando los horóscopos helados de sus manos y sus frentes de piedra amanecida y la cal valerosa de sus huesos. . II No moriré de muerte amordazada. Yo tocaré los bordes de las brújulas que señalan los rumbos del Canto liberado. Yo llamaré a los Grandes Capitanes que manejan el Viento, la Paloma y el Fuego y frente a la segura latitud de sus nombres, mi pequeña garganta de niño desolado fatigará a la noche, gritando: . «¡Venid, hermanos nuestros! ¡Venid, inmensas voces de América y del Mundo; venid hasta nosotros y palpad el sudario de este jazmín talado de mi pueblo! . «¡Acércate a nosotros, Pablo Neruda, hermano, con tu presencia andina, con tu voz magallánica; con tus metales ciegos y tus hombros marítimos; acércate a la sombra de tu estrella despierta y contempla estas llagas ateridas! . «¡Ven, Nicolás Guillén, desde tu continente de tabaco y de azúcar, y con esa segura nostalgia de tus labios ponle un exacto nombre a esta agonía! . «¡Y tú, Rafael Alberti -marinero en desvelo, pastor de los olivos taciturnos de España, tú, que una vez cuidaste la sangre de los héroes que puso a tu costado mi patria guaraní-, dibújanos el mapa de estos desamparados litorales de muerte! . «¡Venid, hombres absortos; madres profundas; niños: buscadores de Dioses; pordioseros; máscaras evadidas y nocturnas del vicio; patentados jerarcas de la virtud de feria; venid a ver el rostro del martirio! . «Venid hasta el remanso de este dolor antiguo; simplemente venid: así, sin lámparas; sin avisos, sin lápices y sin fotografías y dejad, si podéis, en las riberas: la memoria, los ojos y las lágrimas. . «Tocad con vuestras manos estos lirios dormidos; tocad todos los rostros y todas las trincheras; la numerosa muerte de todos los caídos y el polvo que sostuvo esta batalla. . «Apartad con la punta de vuestros pies desnudos todos estos metales de nombres extranjeros; estos lentos escombros de torres agobiadas; esta antigua morada de la miel y la verde pradera de esta selva temprana de soldados». . Sí. Todas estas torres de acumuladas ruinas, son nuestras. Aquella sangre rota y estas manos deshechas, son nuestras: son nuestro honor de ayer y de mañana. . Yo lo proclamo ahora desde el hondo reverso de esta paz de cadáveres: todas estas banderas y estos huesos, abrumados de luchas, son el metal de nuestro riesgo; son el emplazamiento de nuestra artillería; nuestro muro blindado; nuestra razón de fe. . III Porque no está vencida la fe que no se rinde; ni el amor que defiende la redonda alegría de su pequeña lámpara, tras el pecho del Hombre. . Con estas simples manos y estas mismas gargantas, un día volveremos a levantar las torres del tiempo de la vida sin sonrojos. . Desde el fondo de todas las tumbas ultrajadas, crecerán las praderas del tiempo de soñar. . Aquí, cerca, en las márgenes de la tierra pesada; junto a la sal antigua del mar innumerable; en la madera espesa y el viento de los árboles, están creciendo ya. . Yo sé que en la mañana del tiempo señalado, todos los calendarios y campanas llamarán a los Hijos de este Día. . Y ellos vendrán, cantando, con su misma bandera; con su mismo fusil recuperado; vendrán con esa misma sonrisa transparente que no tuvieron tiempo de enterrar. . Vendrán la Sal y el Yodo y el Hierro que tuvieron; cada terrón de arcilla les tomará los ojos; la cal de su estatura se asomará a su cauce y alguna eterna Madre de un eterno Soldado los llevará en la noche caliente de su sangre. . Y en la hora y el día de un tiempo señalado, regresarán, cantando, y en la misma trinchera dirán, frente a la misma bandera de mil años: . «¡Presente, Capitana de la Gloria! ¡Aquí estamos de nuevo para cuidar tu rostro, tu ciudadela intacta; tu imperio invulnerable, Libertad!». . HUELLA DE HOMBRE Hachero I En memoria de los Hijos de la selva que agonizan y mueren en silencio en el vasto imperio del Quebracho. . Este es Benigno Rojas: hijo y nieto de hacheros y hachero él mismo. Viene de selvas torrenciales y está como de paso frente a mí, porque siempre camina hacia otras selvas cada vez más lejanas. . Lo veo marchar llevando sobre la cruz del hombro, el fulminante símbolo de su poder: el hacha; y siento que en su pulso rotundo le circula -como en perpetuo flujo-, la fuerza y el coraje. . Es el Hachero. Viene de selvas torrenciales. Su alzada poderosa recorta una silueta de aborigen, tallada sobre un friso de piedra. . El instinto certero de vientos y de lluvias le da esa taciturna sabiduría de anciano y aunque apenas levanta dos décadas de vida, sus experiencias llevan una herencia de siglos. . Es todo brazos. Tiene sobre el antiguo sitio de la sonrisa, un tajo que le madura el gesto; la frente toda: un amplio lugar de sufrimientos, donde vidas y muertes libraron su batalla. . Sellado de miseria, lleva un sombrero roto para cubrir el rudo tumulto de su pelo, un recuerdo de viejas altanerías le sube por el torrente ardido de la sangre, a los ojos. . II Esta es la Selva. En ella su existencia se expande hasta llenar sus densos dominios germinales. Respira el sostenido perfume de las hojas y en la solemne cúpula del aire mañanero va eligiendo los cantos de pájaros amigos que regirán la rítmica jornada de sus horas. . Y cuando en rojos círculos, los límites del día despuntan, el hachero, poderoso de orgullo, sacude la cabeza para alejar el sueño. . Cincuenta metros dentro de su reino, detiene sus pasos e investiga con cauteloso atisbo las invisibles huellas de las bestias nocturnas. . Cuando sus ojos cumplen la selección certera del tronco favorable, baja el hacha; se arranca los harapos del torso; lubrica con saliva las palmas de las manos y comienza su rito con taciturna furia. . Sube el hierro y de vuelta, su filo incandescente con impacto tremendo se incrusta en la corteza. Regresa diez, cien veces sobre la misma vértebra, hasta que la garganta desgarrada se rinde y entre un furor de gritos, se acuesta en la picada. . Luego vendrán, en lenta sucesión de torturas: el corte de los brazos -la dulce cabellera que en amistad de pájaros vivió quinientos años-, y la final injuria de ser oreado al viento su corazón sangrante, lampiño y desolado. . Después, lo que suceda ya no tendrá importancia: viajar, quedarse quieto o arder, será lo mismo. Ni las nubes del alba, ni pájaros, ni lluvias recostarán su vuelo sobre la cruz difunta. . La selva castigada, se duele de sus llagas petrificando el alma de sus hijos intactos. A izquierda y a derecha de sus heridas, yacen la sangre milenaria y el corazón constante, con las venas abiertas y el canto sofocado. . El humus -que ha labrado la columna tranquila del árbol y le ha dado su dulzura de sombras (y que nunca, en mil años, descansó en su tarea de levantar la lenta catedral de un quebracho)-, llora, junto a las rojas cicatrices y tiende sobre las venas rotas sus manos de substancias para que en los futuros milenios no perezcan los encendidos brotes que duermen bajo tierra. . III Tras la blindada puerta duerme el Oro encerrado. Lo guardan hombres duros, de corazón metálico, más fríos que las hojas del hacha y más tenaces que el músculo tenaz de los hacheros. . Infinitas planillas, con infinitos números, tamizan el trabajo del Hachero de Bronce. Drenan los calculistas la sangre peregrina, hasta dejar un pálido puñado de centavos. Abren, al fin, la puerta blindada y con sus garras de pájaros nocturnos -como quien da la vida-, su paga dan al hijo diurno de la Selva. . Después... Es el camino; los puertos; las nostalgias de amor y la guitarra y el cuchillo y la caña. Lento o precipitado rodaje hacia el agobio; siempre es igual: un día, de nuevo hacia la noria; el hacha compañera sobre la cruz del hombro y un infinito sueño colgado de los párpados. . Y así una vida entera. Los hijos: con anemia; la mujer: amarilla de pestes y fatigas y él, en perpetuos trances de enganches y despidos. . IV Y su final fue duro, como es duro el oficio; como también es dura la materia que amasa y es duro el hierro ciego del hacha compañera. . Ciertamente. Un domingo, en que iba de retorno -con la noche ya entera tapando los caminos-, vio cruzar un ardiente relámpago de acero. Desde el costado izquierdo bajó una catarata caliente y fragorosa buscando el nivelado descanso de la tierra. . Vieja ley de cuchillos lo llamó por su nombre, sin darle tiempo alguno para mirar el ceño del que lo ató a la tierra del canto y del gusano. Un eco, casi helado, de relinchos de potros le fatigó un instante los tímpanos dormidos y un silencio de tiempo sin voz le fue cayendo sobre el cristal velado de los ojos. . Cuando quiso la mano dolerse de sí misma y buscó asir el grito que se le estaba yendo, sintió que le pesaba más que el hacha: la vida, y que la cruz del hombro lloraba por marcharse. . Un sueño de guitarras, de puñales y música le completó la muerte que ya llevaba dentro, y entre la luz de sombras, de su fin reiterado, sus turbios ojos vieron levantarse, muy lejos, sobre un alto horizonte de oxidados contornos una cruz de quebracho de brazos encendidos -velando el firme sueño- y en ella, recostada, -sosteniendo el sombrero y en actitud de espera-, el hacha compañera de hazañoso recuerdo... . PALABRAS PARA NOMBRAR A LOS MÍOS El Hombre cae en la tierra, mas su tiempo cae en la Eternidad. Federico: te he visto, aquí, sentado, sobre una piedra negra, frente al mar que amansaba su furor en la playa, mientras el sol pulía tu perfil de gitano sobre el remolino limbo de la tarde dormida. . Te he visto así: sentado, con la camisa abierta calcinando tu pecho bruñido de marino; apagando las voces de tu guitarra ardiente con el opaco grito de un puñado de arena. . Verde gitano nuestro que maduró la muerte cuando pasen mil años, junto a esta misma piedra, la misma arena amarga que levantó tu mano aún estará llorando tu nombre amanecido. . Cuando te arrodillaste sobre la tierra tuya el mar, que oreó tu pecho con su aliento de yodo, calló... Las caracolas rumorosas de música apagaron de pronto sus milenarios cánticos. . Granos de terciopelo de la arena marítima; caminos de los vientos que se llevan los sueños; noches enloquecidas por júbilos de mundos; alas que traen y llevan su música encendida; todo: viento y arena; mundos y alas y noches lloran albas de sangre sobre tu nombre claro. . Federico: los años han secado tus carnes; en ellas han penetrado gusanos de la tierra; pero tu voz remota, poderosa de símbolos, como el mar, no está muerta... Entre un vuelo de albatros y un tumulto de estrellas, se volvió al infinito tu fiesta de canciones. . Cuando pasen mil años, junto a esta misma piedra que destacó tu estampa sobre el telón atlántico, aún estaré esperando que otra música análoga taladre el laberinto de cal de mis oídos. . SIMPLE RUEGO POR EL AUSENTE ESPERADO . Para el recuerdo de Andrés Campos Cervera -(Julián de la Herrería)-, que era de mi amistad y de mi sangre. . Yo te esperé: eras como un hermano cuya mano se busca, para oprimir los labios calientes de una herida. . Y faltaste, hermano: te quedaste sin voz cuando todos rogaban tu presencia. . Pero vino tu sombra: nada más que tu sombra, hermano ausente. . Abrió la boca antigua, todavía sellada, y dejó florecer sobre los labios duros esta solicitud de perdón por la ausencia: «...Ya he devuelto a la tierra lo que era de la tierra, pero os queda a vosotros lo que seré mañana. . »No me lloréis, hermanos: estoy entre vosotros. Ya no me lleva el tiempo con sus manos de leguas, ni me oprime los ojos la forma del espacio. . »Mi vestidura flota sobre el Alba y la Noche, más allá del recuerdo. Mis avatares buscan otro vaso más puro, para infundirme un cuerpo que regrese a vosotros». . Calló tu voz: sentimos que temblabas de frío, pensando en que podrías sufrir otra caída. . Como quien se defiende de una angustia indecible, murmuré, como un rezo, tu súplica inefable: . «Ya no me lleva el Tiempo con sus manos de leguas ni me oprime los ojos la forma del espacio...». Así sea. . DESVELO DE LOS ÁNGELES . Para Lidia y Augusto en la hora del tránsito del Hijo. «Escucharé en la noche tus palabras: ... niño, mi niño...». Pablo Neruda . I Sobre albas de maitines los Ángeles caminan. ¿Hacia qué territorios de música y laureles llevan su paz inmensa y transparente? ¿Junto a qué latitudes de transido desvelo van con el nardo intacto de su historia? . En espejos de nieve se miran y en perpetuo sosiego, nos recuerdan. . Pero no duermen nunca: arañan nuestra sangre llena de amargas heces; suben por nuestras duras primaveras de sueños, y en nuestra cal sonámbula y helada, sollozan... . Y un día están, de nuevo, con su ceguera triste de raíces oprimiendo el camino de las llagas. . II Los Ángeles son nuestros: son nuestras alas rotas; son las anclas dormidas sobre lechos de herrumbres, en la raíz penosa de la tierra. . Es nuestra voz de niebla y de distancia: -esa que no pudimos usar en el instante de elegir el camino marinero. . Los ojos de los Ángeles no duermen: están en nuestras órbitas salobres buscando el necesario reverso de la luz. . Y sus labios sumisamente eligen las palabras que nombran la morada del sueño. . Sus manos son jazmines sellados de silencio, junto a una cruz de nieve, eterna y pura. . III Los Ángeles navegan siempre... Un necesario acontecer los llama hacia seguras islas de recuerdo y nostalgia. Ardientes Rosas de los Vientos crecen sobre el pecho, librado de mármoles tempranos, y una remota música de brújulas les traza itinerarios sobre un atlas de nube, hacia dolientes rumbos de lunas desoladas. . Están entre archipiélagos de sombras, reinando sobre imperios de glaciales contornos. . Cruzan la absorta dimensión del aire, y el alba numerosa que los lleva se ilumina de pájaros azules. . Los Ángeles, sin rostro y sin memoria, navegan por los cauces nocturnos de la sangre. . Un cielo azul, invicto y despejado, cuida su paz de sueños sin fronteras. . PEQUEÑA LETANÍA EN VOZ BAJA . Para el recuerdo de Roque Molinari Laurin. -Donde estuviere. . Elegiré una Piedra. Y un árbol. . Y una Nube. Y gritaré tu nombre hasta que el aire ciego que te lleva me escuche. (En voz baja). . Golpearé la pequeña ventana del rocío; extenderé un cordaje de cáñamo y resinas; levantaré tu lino marinero hasta el Viento Primero de tu Signo, para que el Mar te nombre (En voz baja). . Te lloran: cuatro pájaros; un agobio de niños y de títeres; los jazmines nocturnos de un patio paraguayo. Y una guitarra coplera. (En voz baja). . Te llaman: todo lo que es humilde bajo el cielo; la inocencia de un pedazo de pan; el puñado de sal que se derrama sobre el mantel de un pobre; la mirada sumisa de un caballo, y un perro abandonado. Y una carta. (En voz baja). . Yo también te he llamado, en mi noche de altura y de azahares. (En voz baja). . Sólo tu soledad de ahora y siempre te llamará, en la noche y en el día. En voz alta. . Fuente: www.los-poetas.com , Registro: Julio 2010. . Visite la GALERÍA DE LETRAS del PORTALGUARANI.COM Amplio resumen de autores y obras de la Literatura Paraguaya. Poesía, Novela, Cuento, Ensayo, Teatro y mucho más.
.
Portal Guarani © 2024 Todos los derechos reservados, Asunción - Paraguay CEO Eduardo Pratt, Desarollador Ing. Gustavo Lezcano, Contenidos Lic.Rosanna López Vera