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ELLA DUARTE ARANDA

  LA MUJER QUE ESCRIBE - Autora: ELLA DUARTE ARANDA - Año 2016


 LA MUJER QUE ESCRIBE - Autora: ELLA DUARTE ARANDA - Año 2016

 LA MUJER QUE ESCRIBE

PREMIO DE NOVELA LIDIA GUANES 2016

 

Autora:  ELLA DUARTE ARANDA


 Editor: EDITORIAL SERVILIBRO

ISBN: 978-99953-0-997-8

Descripción: 247 páginas; 19 cm.

Año: 2016

 Asunción - Paraguay

 

Novela galardonada que tiene como protagonista una historiadora en el cual se narra la vida de doce mujeres que vivieron en Paraguay desde la  colonia hasta nuestros días. Historia destacada por la perspectiva femenina. 

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 LA MUJER QUE ESCRIBE

Ester se había casado muy joven con el hijo mayor de Yolanda, un bisoño poeta que había publicado sus primeros versos en la revista Juventud y a quien había conocido en una manifestación estudiantil, en aquellos años turbulentos posteriores a la revolución del año cuarenta y siete. Ester era alumna del Colegio Nacional de Niñas, el centro de formación de mujeres que aspiraban seguir alguna carrera no docente, creado apenas terminada la Gran Guerra, y Froilán estudiaba en el mismo curso que ella, en el Colegio Nacional de la Capital, adónde solo asistían varones. Yolanda nunca simpatizó con Ester porque, con su embarazo accidental, “¿quién me asegura que no fue intencionado?”, ella había obligado a Froilán a casarse muy joven y a abandonar sus estudios- él había empezado a estudiar Derecho – cuando estaba apenas en el primer año de la universidad.
Asunción era una ciudad convulsionada cuando Ester y Froilán se conocieron. La segunda Guerra Mundial había terminado con la derrota del fascismo en Europa. Aquella contienda tuvo sus repercusiones políticas en Paraguay donde la clase militar había instalado, al finalizar la guerra del Chaco, un sistema de gobierno basado en el modelo político de la Italia de Mussolini, aboliendo la Constitución y creando instituciones inspiradas en el corporativismo. El funcionamiento de los partidos políticos estaba prohibido desde mil novecientos treinta y siete. La clase empresarial tenía gran injerencia en el gobierno a través de sus gremios, controlando precios y cuotas de producción y asegurándose de que no ingresasen competidores en sus negocios oligopólicos. Los competidores no deseados habían sido obligados a emigrar. La Iglesia Católica era aliada del Estado y fiel sustento del Gobierno. Todos, absolutamente todos los sectores que aspiraban a alguna cuota de poder buscaban el apoyo del ejército, o por lo menos de algunas de sus armas. Así fue como se terminó gestando la Guerra Civil de mil novecientos cuarenta y siete que segó más vidas que la Guerra del Chaco, sembró luto y terror en los hogares y dejó heridas tan profundas que por décadas continuaron dividiendo a las familias. La Guerra civil fue un enfrentamiento entre armas del ejército, pero, detrás de cada arma, estaban infiltrados personeros de los partidos políticos proscriptos que pretendían llegar al poder por la vía del golpe. Al terminar el conflicto, el tradicional Parido Liberal quedó desarticulado y abandonado por su dirigencia; el Febrerista, de corte corporativo, terminó alejado del Gobierno y sustituido en los principales Ministerios por dirigentes del también tradicional partido Colorado, que había absorbido rápidamente los principios corporativistas y se había fortalecido durante la guerra civil al convertir a sus bases en milicianos. El Partido Colorado tomó el control del Poder y convocó a elecciones donde el candidato del partido resultó triunfante. Pero había un problema, la dirigencia de la también llamada Asociación Nacional Republicana era muy variopinta y distribuida en un abanico ideológico que iba desde el liberalismo a ultranza hasta el corporativismo cerrado, pasando por posturas de diverso grado de nacionalismo. Se sumaba a esto la manifiesta preferencia de sus dirigentes, según donde hubiesen pasado algún tiempo de exilio y según donde se hubiesen formado, hacia los gobiernos de Brasil o Argentina, siempre antagónicos entre sí y siempre procurando demostrar quién pisaba más fuerte en Paraguay. Y mientras el Partido Liberal se diluía en el exilio y el Febrerista se desintegraba por falta de cuadros, el Colorado se posicionaba en el poder a pesar de sus antagonismos internos que iba resolviendo mediante el recurso de golpes de Palacio para mover y remover mandatarios sin cambiar de partido. Al mismo tiempo, el partido Comunista, que había adquirido notoriedad manifiesta gracias a su manifiestos divulgados durante la Guerra Civil del cuarenta y siete, se popularizaba entre la juventud estudiantil y trabajadora y organizaba manifestaciones que desde el poder se contestaban con represión.
En ese ambiente de romántica e ingenua efervescencia política se habían conocido Froilán, el hijo mayor de Yolanda, y Ester, hija de madre de ascendencia alemana y de un viejo dirigente sindical afiliado al Partido Comunista. Y surgió el romance que se transformó muy pronto en un recién nacido en brazos de una estudiante apenas salida de la adolescencia con un padre sin profesión y sin trabajo, en un país convulsionado y demasiado estrecho para sus sueños de transformar el mundo. Y se fueron, los tres, a Buenos Aires, donde recibieron, gracias a los contactos del padre de Ester, el apoyo del comando central del Partido Comunista Paraguayo en el exilio que operaba sus estrategias desde la capital bonaerense.
Muy pronto, Froilán publicaba su primer libro y procuraba aumentar su clientela en su recién abierta tienda de compra venta de libros usados para la secundaria y para algunas carreras universitarias, entro los que también aparecían libros literarios y de historia. Muy pronto también, Ester se había vuelto, y de nuevo vuelto, a embarazar y antes de que se dieran cuenta tenían tres niños de cuatro, siete y diez años a quienes alimentar, vestir y enviar a la escuela y, muy pronto, al colegio. Eran pobres pero vivían en Buenos Aires, el mejor lugar para que sus hijos reciban educación y atención médica gratuita. El partido los apoyaba y hasta era posible que los chicos pudiesen ir becados a Moscú como lo habían logrado los hijos de otros militantes. ¿Por qué no?
Los últimos embarazos de Ester no tenían relación, como sí lo tuvo el primero, con el hecho de que no supiera cuidarse, sino con su íntimo deseo de tener una niña. Estaba satisfecha con sus tres varones, eran obedientes y trabajadores. Los había educado con esa disciplina germana que heredó de su madre y estaba segura de que nunca le faltarían. Pero deseaba una niña. Su comadre Luisa le había dicho una vez que los varones son el sostén de la madre. Que si una mujer soltera tenía hijos varones tendría el futuro asegurado, pero que si tenía una hija mujer obtendría un seguro para el matrimonio, porque una niña era siempre ‘la hija del padre’. “Si no quieres que tu marido te deje algún día, procura tener una hija”. “Las hijas son de cuidado,” le había dicho también Luisa, “por eso cuando una no se cuida vienen los varones y cuando te cuidas de no tener relaciones cuando estás ovulando, entonces vienen las mujeres”. Pero aunque Ester siguió sus consejos, siguieron llegando varones. Últimamente sin embargo, Ester ya no se preocupaba tanto de cuidarse sino de conseguir que el marido se interesase por tener sexo con ella, cada vez más absorbido como estaba por su negocio y por los gastos crecientes de la familia que se había vuelto numerosa o, en su poco tiempo libre, ocupado en sus poesías que escribía con la idea de publicar un nuevo libro.
Inesperadamente, algunos acontecimientos hicieron que las cosas cambiasen. Por aquella época numerosos jóvenes del partido fueron persuadidos y prácticamente conminados a participar de las columnas armadas rebeldes denominadas “Catorce de mayo” y “Mariscal López” que fueron enviadas al Paraguay a pelear contra la dictadura militar que gobernaba el país hacía ya casi una década. A Buenos Aires llegaron las noticias de que ambas columnas fueron derrotadas y que sus hombres fueron exterminados. Luego de caer prisioneros y ser torturados fueron arrojados vivos desde avionetas al río Paraná cuyas profundas y turbulentas aguas se encargaron de convertirlos en manjares de las pirañas. La cúpula del partido habló mucho del heroísmo de sus combatientes y de la crueldad del régimen dictatorial pero algunos militantes empezaron a sospechar que había algo raro en esas masacres colectivas de los mejores cuadros, hijos a su vez de connotados militantes del partido. A Buenos Aires llegaba mucha gente desde el Paraguay. Algunos estudiantes ilusionados de militar en la izquierda que se incorporaban a los cuadros del partido y eran probados para hacer algunos trabajos de inteligencia como introducir cartas y libros prohibidos al Paraguay coimeando a los vistas de aduana. También llegaban espías del gobierno, los llamados “pyragüé” en alusión al sigilo con que se infiltraban en la organización, como también había, y eran mayoría, simples ciudadanos exilados económicos que no tenían interés en formar parte del partido pero que se integraban a la colectividad paraguaya y empezaban a confraternizar con sus cuadros. Nunca se supo dónde ni cuándo empezó a sembrarse la sospecha que fue confirmándose cada vez más con relatos de los hechos, de que las dos columnas habían sido esperadas por la policía y el ejército del dictador con la lista completa de sus integrantes, información que sólo conocía la cerrada cúpula del partido. Empezó a crecer fuertemente la sospecha, que adquiría cada vez más la fisonomía de certeza, de que el operativo de las columnas habría sido simplemente una purga partidaria. La sospecha se reforzaba por el hecho de que no había realmente ningún plan de acción política previsto de lo que se haría en caso de que aquellas misiones militares tuviesen éxito. Muchos militantes había perdido hijos, hermanos o maridos en aquellas descabelladas misiones. Conchita era una de ellas, hija de un viejo militante, cuyo hermano menor, periodista, había muerto formando parte de la columna Mariscal López.
Froilán tenía treinta y ocho años. Había montado su librería en un pequeño local con un trascuarto y baño, sobre la calle Viamonte, cerca de la Universidad de Buenos Aires. Como su casa quedaba en Lomas de Zamora, tenía que viajar varias horas al día para ir y venir del trabajo y a veces se quedaba a dormir en el trascuarto donde había improvisado una cama de soltero. Frecuentaba las tertulias literarias que tenían lugar en el Tortoni y en otros bares de menor categoría, donde uno de los temas tratados “sotto vocce” entre los paraguayos del partido era la sospecha de que las columnas habían sido pura y llanamente una purga. A esas tertulias acudían también algunas mujeres. Así fue como conoció a Conchita. Froilán era impulsivo y, cuando la duda sobre la responsabilidad de los dirigentes del partido sobre aquellas muertes de camaradas se instaló en su conciencia, empezó a hablar y opinar sin percatarse de que algunos de sus escuchas eran en realidad informantes.
El descontento por lo que ya se consideraba una traición a las columnas combatientes fue creciendo y no se hicieron esperar las represalias a los disconformes. Froilán quiso publicar su segundo libro de poemas pero no encontraba editor. Fue hasta la imprenta donde habían editado su anterior libro y se excusaron con un argumento banal. Había caído en desgracia y estaba recibiendo señales de que debía olvidarse de sus pretensiones de llegar a ser un escritor reconocido. Coincidentemente, muchos clientes habituales dejaron de comprarle libros y sus ingresos empezaron a escasear. Esto le ponía de mal talante y cuando llegaba a su casa descargaba su enojo contra su mujer por cualquier motivo. “Tu partido es un nido de víboras” le dijo un día. “¿Y cuándo fue que dejó de ser tu partido? Porque yo siempre creí que navegábamos en el mismo barco” le respondió ella. Después de mucho insistir le sacó la información de lo que estaba pasando. Ester era hija de un viejo militante, ya fallecido, pero sus dos hermanos eran activos miembros de la organización. “Tu marido está fregado” le dijeron cuando indagó sobre la persecución de que aparentemente estaba siendo objeto su esposo. “Es muy influenciable y no sabe tener la bocota cerrada, anda calumniando a nuestro camarada Presidente diciendo que él mandó deliberadamente a la muerte a los combatientes de las columnas Catorce de Mayo y Mariscal López”.
Ester estaba nuevamente preñada. Hacía dos meses que estaba con retraso pero no encontraba ocasión para hablar con Froilán y eso le ponía nerviosa. Lo que acababa de escuchar era como una sentencia de cadena perpetua. No podía aceptar la idea de traer un cuarto hijo al mundo justo cuando el marido había caído en desgracia y quedado sin ingresos. Tenía que hacer algo para remediarlo. Decidió enfrentar directamente al camarada Presidente. Al fin y al cabo le conocía de toda la vida. Él era un asiduo visitante de la casa de su padre y en alguna época hasta la había pretendido.
El camarada Presidente le recibió con deferencia, le hizo sentar en un sofá doble que había en su oficina y se sentó a su lado a escuchar su relato, muy interesado. Apenas Ester empezó a hablar en confianza, el camarada Presidente le puso la mano sobre el muslo derecho y empezó a frotarlo. Ester hizo como si no se hubiera dado cuenta de nada y siguió su relato mientras la mano peluda bajaba hasta alcanzar el ruedo de su falda y volvía a subir por el muslo ahora dirigiéndose decididamente hacia su entrepierna hasta meter los dedos entre sus calzones y encontrar su sexo humedecido, tibio y tensionado. Metió el dedo anular con fuerza y violencia en su vagina. Ester pegó un aullido y calló.
- “¿Qué pasa? Seguí, contáme… ¿Tu marido no puede publicar su libro y se está quedando sin clientes? ¿Y vos creés que estás nuevamente embarazada? ¿Y vos creés que te puedo ayudar? Claro que te puedo ayudar.”
Ester seguía muda e inmóvil, sin atinar a reaccionar. El camarada presidente le arrancó la ropa interior, la empujó al sofá y la montó ahí mismo. Tras unos rápidos movimientos empezó a respirar ronco y tras unos espasmos la mojó de semen. La empujó en el sofá y se incorporó. Fue al baño y cuando regresó encontró a Ester apenas compuesta y poniéndose los calzones.
- “Decíle a tu marido que si quiere volver a publicar aprenda a cuidar su bocota. Le voy a hablar a Ortega, el de la imprenta, para que veas que soy generoso con la gente que como vos me es leal. Pero si quiere traicionarme de vuelta no habrá puta que le salve. Ahora te vas porque tengo cosas importantes que atender”.
El camarada presidente le obligó a levantarse y, al abrir la puerta, Ester se encontró frente a frente con un grupo de personas que aguardaba ser recibida por el líder. Bajó los ojos pero aun así pudo sentir en sus rostros el desprecio y la burla.
Froilán montó en cólera cuando Ester le habló de su nuevo embarazo. No podía entender cómo su mujer podía ser tan bruta y no haber aprendido a cuidarse después de haber tenido tres hijos.
- “Te expliqué que estamos en problemas, que tengo cada vez menos clientes y todo lo que haces para ayudarme es embarazarte, como una yegua…” Ester calló. No podía contarle lo que había hecho, o lo que le habían hecho, intentando ayudarle.
- “Estoy segura de que vas a publicar tu libro”, balbuceó.
Froilán la miró con cólera, con una expresión de quien dice “eres tan necia que no entiendes nada de la vida, solo sabes embarazarte”. Se levantó, recogió algunas ropas en un bolso de mano y salió dando un portazo. No volvió. Se instaló definitivamente en la trastienda de su negocio y se entregó casi con furia a la poesía. Escribía, tratando de entender lo que pasaba con su vida. Casi sin darse cuenta escribió un poema dedicado a Ester, que ella no leería hasta muchos años después cuando fue publicado en un libro ya desde Asunción, y otro para Conchita quien recibiría el suyo muy pronto.
Conchita, de unos treinta y dos años, ya no era una mujer joven. No se había casado ni había tenido hijos. Tampoco los deseaba. Era pequeña, morena y de pocas carnes, no era el prototipo de mujer por la que un hombre dejaría a su esposa. Pero Conchita tenía el don de la paciencia y el don de saber escuchar. Cuando se enteró del chisme que corría sobre la visita que Ester había hecho al Jefe del Partido para pedir clemencia por su esposo y de cómo el Jefe le había cobrado por adelantado el favor solicitado, supo que sólo era cuestión de esperar para que el poeta venido a menos empezase a buscar los brazos de una mujer comprensiva para olvidar sus penas. Sabía también que tenía que jugar muy bien sus cartas en este asunto, tal vez las últimas que la vida le ofrecería para dejar la soltería.
Froilán se sorprendió con la llamada de Ortega.
- “Vamos a publicar tu libro,” le dijo por teléfono, “no sabía que tu mujer tenía tanta ascendencia sobre el camarada Presidente. Pero así son las mujeres, tienen su propio poder y cuando lo usan son capaces de torcer la voluntad del más duro”, concluyó soltando una risotada. “Te espero mañana por la imprenta, para ver los detalles”, se despidió.
Froilán sintió que el estómago se le contraía y tuvo que sentarse y apoyarse en el escritorio para controlar la repentina sensación de vértigo. Esa misma tarde cayeron por su librería un par de clientes que hicieron muy buenas compras. Mientras les atendía, no pudo evitar sentir que le miraban y sonreían con sorna.
- “¿Cómo va el embarazo de tu esposa?”, indagó uno de ellos, “supimos que hay otro barco en camino.”
Todo estaba muy claro para Froilán. Su mujer le estaba poniendo los cuernos nada menos que con el camarada Presidente. Quién sabe desde hace cuánto tiempo. Seguro que el hijo anunciado era del desgraciado. Claro que sí, por eso ahora había dado orden de que los ayudasen, para que él se hiciese cargo del bastardillo. Estaba atrapado. Tenía que moverse con mucha cautela para poder salir de ésta. Les seguiría el juego a los hombres del partido. Primero, publicaría su libro, que de otra manera y sin la ayuda de los camaradas debería olvidarse de sus ambiciones de llegar a ser un escritor reconocido.
La vida de Ester y de sus hijos se convirtió en un suplicio. Cuando se dio cuenta que Froilán no volvería, se hizo un aborto clandestino. Decidió quedarse en Buenos Aires, asistía a todas las reuniones del partido, era la primera en anotarse para cualquier actividad que se plantease, iba con sus hijos a las marchas y manifestaciones, pero nada sirvió para borrar el hecho de que su marido se había convertido en un traidor. Froilán había regresado a Asunción y estaba viviendo con Conchita, otra traidora que acusaba al partido de la muerte de su hermano, manchando así la memoria de un héroe.
En Asunción, Froilán se sentía como pez fuera del agua. Su hermano menor tenía una empresa de construcciones y se había acomodado muy bien porque su mujer era hija de un conocido dirigente del partido del Gobierno. Con su ayuda, Froilán se estableció en Asunción y montó un negocio de compra y venta de libros usados. Empezó a relacionarse con algunos intelectuales simpatizantes de la izquierda pero al mismo tiempo vivió con el temor de que sus viejos amigos de Buenos Aires le traicionasen. Veía fantasmas por todas partes, incluso en su propia familia.
Con treinta y siete años, Ester había perdido el encanto de la juventud y con tres hijos que mantener no era un buen partido para nadie, menos para los camaradas que veían en ella un problema doble, por un lado, se trataba de la ex-mujer de un traidor, por otro, se sabía que el jefe le había poseído y quién sabe cómo reaccionaría contra quien quisiese mantener una relación con ella. Pronto entendió que, con tres hijos pequeños, sin marido y sin profesión tenía que conformarse con hacer cualquier cosa para sobrevivir. Y eso hizo, se dedicó a fabricar empanadas que sus hijos pequeños le ayudaban a vender casa por casa. Se esmeró tanto para lograr la mejor masa y el mejor relleno que con el correr del tiempo ya no necesitó que sus hijos salieran a vender porque la gente formaba fila en su casa esperando que las frituras estén listas. Se especializó en la preparación de las empanadas criollas, fritas, rellenas con carne molida, aceitunas, cebolla de verdeo y huevo duro; todo condimentado con ají molido, pimentón, comino, sal y pimienta. Su secreto, sin embargo, estaba en la masa a la que, además de los ingredientes tradicionales, harina, huevo y aceite, le agregaba jugo de naranja que las volvía crujientes y crocantes, siguiendo una recomendación que hacía mucho tiempo le había dado su abuela. Aunque Ester nunca se había destacado por sus habilidades para la cocina, la necesidad hizo que se inventara un talento.
Las empanadas alimentaron a los hijos de Ester y les pagaron el colegio ya que Froilán, argumentando que ninguno era suyo y que no estaba obligado a mantener bastardos se desentendió de su familia. Ella no podía quejarse de su éxito económico pero el despecho y la soledad echaron raíces en su alma y con el correr de los años en vez de olvidar y perdonar fueron aumentando su odio hacia Conchita. Cuando la senilidad le hacía olvidar dónde dejó las llaves o le impedía apagar a tiempo el fuego porque olvidaba que estaba cocinando, el vacío de recuerdos cercanos se llenaba de aquellos viejos dolores y crecía el rencor contra la ladrona de maridos ajenos que se le había cruzado en la vida.
Un día, el menor de sus hijos la encontró en el baño, tumbada de bruces en el piso y aferrando fuertemente su cepillo de dientes. La fuerza con que estaban apretados sus puños hacía suponer que sus últimos pensamientos fueron para Conchita.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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