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CARMEN CÁCERES

  CUENTO DE NAVIDAD - Por CARMEN INÉS CÁCERES DE GIMÉNEZ - Año 2019


CUENTO DE NAVIDAD - Por CARMEN INÉS CÁCERES DE GIMÉNEZ - Año 2019

Escritora paraguaya.

Vida

Nació en la ciudad de Asunción, Paraguay, el 12 de octubre de 1959. Hija de Manuel María Cáceres Ruiz Díaz y de Adela Castillo Duarte. Está casada con Roberto Giménez Velázquez y es madre de Carmen Inés y Roberto Manuel. Actualmente vive en la ciudad de Fernando de la Mora, con su esposo e hijos.

Formación académica

Especialista en Didáctica Universitaria. Universidad Centro Médico Bautista (UCMB). Licenciada en Administración. Facultad de Ciencias Económicas, Administrativas y Contables de la Universidad Nacional de Asunción (UNA).

Obras

2016, 2017, 2018: Cuentos y poemas, edición colectiva.

Con el seudónimo Pilar del Castillo publicó tres novelas:

2008: Hija de nadie.

2013: Una maleta cargada de sueños.

2016: La casa de techo azul.

Otros datos de interés

– Académica asociada a la Academia Paraguaya de la Literatura Moderna (APLM).

– Embajadora de la Palabra, nombrada por el Museo de la Palabra de la Fundación César Egido Serrano (España).

– Socia de la Sociedad de Escritores del Paraguay (SEP).

– Socia de Escritoras Paraguayas Asociadas (EPA).

– Socia del Instituto Literario y Cultural Hispánico (ILCH).

– Miembro del Consejo Directivo de la Cámara de Farmacias del Paraguay (CAFAPAR).

 

 

 

CUENTO DE NAVIDAD


Por CARMEN INÉS CÁCERES DE GIMÉNEZ


Pytũmby (oscuridad), un pueblito atrapado en el medio del bosque, poseía habitantes gracias a la prodigiosa naturaleza que abastecía de abundante agua, frutas, animales silvestres y tierra fértil para los cultivos.

Y más allá de la vida, en la solitaria colina, descollaba entre los árboles el techo de un castillo abandonado. Ni el más viejo de los pobladores conocía la historia del edificio en ruina, tampoco su interior porque en la entrada se divisaba un gran letrero muy respetado por los adultos, no así por los niños.

El corroído cartel tenía una inscripción con pintura indeleble: “Prohibida la entrada a personas extrañas”. Sin embargo los niños no respetaban las señales y, siendo curiosos por naturaleza, lo prohibidoles resultaba más que encantador y aprovechaban las puertas carcomidas por las termitas para perderse, por largas horas, en las habitaciones llenas de telarañas.

En Pytũmby, nadie nacía ni moría ni cumplía años.

Los niños siempre eran niños, los adultos, adultos y los viejos, viejos… Más allá de la vida pareciera el tiempo detenido allí. Los habitantes vivían en la amargura por la extrema pobreza que les embargaba, siendo la tristeza y la desdicha sus eternas compañeras… Solo los atardeceres eran sagrados para todos y les brindaban pequeños momentos de olvido y esperanza por un mañana mejor.

Cada día, al caer el sol, todos se reunían alrededor de la lumbre para escuchar anécdotas narradas por algún miembro de la comunidad: un nido de pajarito que cayó, la gallina desaparecida que regresó con numerosos pollitos o un mono que robó la banana, dibujaban unas sonrisas en los rostros afligidos. También en los atardeceres sobraban las oraciones que imploraban por un mañana mejor.

Se acercaba otro nuevo año cargado de desaliento. La Navidad estaba a la puerta y no había dinero para comprar ropas ni zapatos nuevos, pues hacía tiempo que la lluvia se había olvidado de Pytũmby, la tierra se ha secado y con ella los cultivos se han ido. Hasta los pájaros dejaron de trinar y las cigarras simplemente no han nacido…

Pero todo cambió cuando, por fin, ¡llegó la bendita lluvia! Los niños y adultos permanecieron bajo las lágrimas del cielo varios días, cantando y bailando. Sin embargo, lo que al principio fue alegría, al prolongarse se convirtió en pesadilla. Durante tres semanas los vecinos permanecieron refugiados en sus casas; solo los adultos salían a las calles a recoger algún alimento.

Semana antes del nacimiento del Niño Jesús cesó la lluvia, salió el sol y las plantas se sacudieron para dar espacio a bellas flores; a su vez los niños corrieron por las calles para gastar tantas energías acumuladas… Y llegaron hasta el castillo y… ¡Oh, sorpresa!

¡Durante la intensa lluvia, el castillo había sido restaurado! ¡O tal vez tantas aguas derramadas lo habían limpiado dejando al descubierto su estructura de piedras! Con gran admiración los niños descubrieron las paredes de piedra de luna, el techo de lapislázuli y las puertas de ámbar… Y los balcones hechos con brillo del sol. A la velocidad de un rayo regresaron a sus casas para comunicar a los adultos la extraordinaria noticia.

Y en víspera de Navidad, en el verde vecindario, el majestuoso castillo se vistió con luces de colores. Los padres y abuelos, vestidos con sus mejores galas, acompañaron a los niños y, sigilosos, por primera vez en años de vida, se acercaron a la casa encantada, tratando de descubrir quiénes eran los afortunados habitantes.

El resplandor del castillo agrupó a todos los vecinos a su alrededor… Las ventanas abiertas de par en par permitieron contemplar su interior. El árbol de Navidad gigante, nunca antes visto, ocupaba gran parte de la sala y estaba decorado con guirnaldas verdes, rojas y doradas que resplandecían entremezcladas con los foquitos multicolores. Bajo el tupido ramaje resaltaban diferentes tamaños de centelleantes cajas que guardaban celosamente valiosos presentes… Tanta riqueza en un pueblo tan pobre era una bofetada a la vida.

En un rincón estaba puesta una larga mesa, con manteles negros, cubiertos dorados, copas de cristal y la rodeaba una docena de sillas.

Minutos antes de sonar las doce campanadas que anunciará el nacimiento del Niño Jesús, aparecieron poco a poco los misteriosos comensales:

El primero en aparecer fue la Tristeza que se acomodó en una de las cabeceras; inmediatamente llegó la Desconfianza y se sentó en el otro extremo. A su vez la Envidia entró armando tal alboroto porque quería sentarse también en la cabecera. Al instante llegó la Ira e hizo sentar a su lado a la Envidia. La Fobia entró con todo, anunciando que la tierra está temblando y el tiempo se acabará en minutos. El Rencor retiró una silla, se alejó de la mesa y se sentó en un rincón. El Odio no se hizo esperar y apagó todas las luces. Y la Maldad estaba en su mejor momento, disfrutando de cuanto sucedía a su alrededor. La Incomprensión se sentía tan incómoda, pues no podía comprender lo que estaba sucediendo y la Angustia se encerró en el baño sin poder contener el llanto. Por último, la Amargura hizo de la suya y armó tal alboroto que nadie quiso cenar… Y todos se quedaron en silencio, amordazados, sin palabras, atemorizados, cuando se hizo presente el Temor.

Ante tantos alborotos en la habitación hechizada, los vecinos quedaron impávidos e incapaces de reaccionar.

Las doce campanadas sacudieron el castillo y pedacitos de piedra de luna rodaron por las escaleras trayendo consigo el equilibrio y la paz mental.

Y grandes bloques de lapislázuli cayeron sobre el árbol de Navidad que en su derrumbe arruinó la mesa, los comensales huyeron despavoridos y se liberaron las emociones.

Lentamente el ámbar cedió su espacio, la Alegría fungió de anfitriona y los vecinos,seducidos por el villancico, traspasaron el umbral… Cada uno escogió un regalo y todos, con manos temblorosas, desataron los moños y abrieron las cajas una tras otra: de la primera salió el Amor, de la segunda, la Comprensión, luego la Amistad, la Solidaridad, la Caridad, la Armonía, el Buen Trato, la Gratitud, la Lealtad, el Respeto, la Honestidad, la Felicidad, la Alegría de Vivir, y por último, el Éxito junto a la Riqueza… Y entre todos rodearon la mesa y disfrutaron de deliciosos manjares.

 

 

 

 

 

Fuente:

Enlace interno al espacio de

 MUJERES EN SU PROPIA COMPAÑÍA

Páginas 67 al 74

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