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NEIDA BONNET DE MENDONÇA

  LÍNEA DE FUGA - Cuento de NEIDA BONNET DE MENDONÇA


LÍNEA DE FUGA - Cuento de NEIDA BONNET DE MENDONÇA
LÍNEA DE FUGA
 
Cuento de
 
 
 

LÍNEA DE FUGA

 
Todo corazón que sobrevive a un gran amor
 
tiene mucho de urea funeraria
 
MARÍA ZAMBRANO
 

A pesar del jaleo que supone una mudanza, en ningún momento deje de pensar en ti, Marcela querida: hoy, veintinueve de abril, cumples treinta y cinco años; llevo yo diez años, tres meses y un día sin saber de ti; sin recibir una carta, una nota siquiera. Las que te escribí me fueron devueltas con un sello: Domicilio equivocado. ¿Te cambiaste de casa, de ciudad, de país? Recorro caminos más caminos en un andar sin término, ¿dónde estás?; se han hecho tan largos los abriles. ¡Por qué me has abandonado, hija!
.
Es cuestión de recomenzar, decía aliviada cuando llegaron el camión y su conductor, quien me saludó con un leve acento portugués. Casi todas mis pertenencias ya estaban en la calle, frente a la casucha que abandonaría en un rato más. ¿Eso es todo, Doña?, sorprendido me preguntó el camionero. Lo que podía ver era un cajón mediano lleno de libros cuidadosamente apilados, dos atados de ropa, tres cajas de cartón con una variedad de bártulos, mis tres gatos y dos perros sueltos, sin ataduras. ¡No, señor!, lo importante esta en el patio y tendrá usted que ayudarme... A grandes zancadas el chofer cruzo el único cuarto donde por meses había vivido, para dirigirse hacia el fondo. Era un hombre joven, bien parecido; sus pantalones ajustados dejaban entrever caderas, muslos, piernas, perfectos. Al sentirse examinado, una leve sonrisa asomo a su rostro. Pensé en Adriano...
 
¡Por Dios, está usted loca, Doña! El hombre se encontró frente a mis otros bienes; por un momento llegue a sospechar que rompería nuestro trato, aun cuando teníamos un inocente compromiso. Fueron solo unos minutos de duda, de temor, luego lo vi levantar de mala gana algunas chapas de color dorado, dos parachoques cromados, una puerta, un volante y sin poder cargar mas salió caminando con dificultad hacia el camión. Así vino y fue de la calle al patio, entre perros y gatos metidos entre sus piernas, acarreando el techo, la parrilla y otras partes de mi desvencijado automóvil, ahora sin ruedas ni motor (parece un descolado mueble viejo, pensé, pero de él no puedo desprenderme). Era un Mercedes, escuche decir al pasar. Oiga, señor, ¡es un Mercedes!... de mis tiempos de niña rica. Sin otro comentario, un impacientado camionero, renegando contra el calor y los fierros, me pregunto: ¡Donde están las jaulas para los animales? ¿Jaulas, dice?, como se le ocurre tamaña barbaridad. ¿No aprendió con los años de andar por tantos caminos que los cautivos no aman? La libertad es de todos, cada cual va donde quiere, cuando quiere, le espete disgustada. Sin esperar comentario, llamé a mis compañeros de andanzas: Lupita, Sole, Juan, Andrés... ¡Vengan aquí, los subiré al camión!, para bajarse tendrán tiempo. (Ah, el tiempo... En cualquier circunstancia aparece el tiempo, poderoso, indestructible, sonriente como un Buda diciéndonos: Soy la herida y el puñal).
 
¿Le falta algo, Doña?, ¿me escucha?, pregunta el joven recio. Sí, me faltan muchas cosas, por ejemplo aprender de una vez por todas cuan egoístas son los hombres, siempre pensando en someternos, en echarle llave a nuestros pensamientos. ¿Egoísta, yo? ¡Mujer malagradecida, ni siquiera, le cobro un Centavo! No, no me refiero a usted, sé que es una buena persona, me siento endeudada, encontraremos la forma de... Entonces ¡vámonos! Nos poníamos en marcha cuando levanté la vista y mirando el camino largo me repetí: es cuestión de recomenzar, nunca llegare al fin; y ordené cuidadosamente mis evocaciones.
 
Es inútil, Marcela, no puedo olvidar aquella tarde vagabunda en que tomadas de la mano paseábamos juntas por última vez, tan juntas nos encontrábamos entonces que nuestras sombras parecían una sola. ¿Recuerdas? ¿Nos ves? La ciudad estaba particularmente adorable, toda ella era un poema de Octavio Paz. Recorrimos de nuevo sus calles, sus plazas, nuestras plazas; terminamos embobadas, como tantas veces, frente a los murales de Rivera. Mis ojos, hipnotizados, habían quedado fijos en La llegada de Hernán Cortes a Veracruz; la naturaleza, destruida, los indígenas sometidos o colgando patéticamente de las ramas de un árbol, todo infinitamente triste (¿qué es la tristeza, de donde viene?). En voz baja te dije: Marcela, ¡extraño desesperadamente a los míos, a mi tierra!
 
Sin demora, apenas una semana después me despedías con un beso, un ligero abrazo, y me embarcabas en un avión con pasaje de ida, sin vuelta, sin dinero. Ese fue el principio del final (¿cuál será el verdadero significado de final entre madre e hija?). Así pasaron años más años sin que tú ni yo supiésemos si continuamos vivas. ¿Puede imaginarse incertidumbre tan sobrecogedora? ¿Tiene sentido un amor que se fuga desde un punto hasta el infinito sin destino alguno? ¡Qué horror! ¿Todo por qué? Por nada, es decir, por historias que no te pertenecen, que son parte de mi propia conciencia y a nadie, ni siquiera a ti, le reconozco el derecho de condicionarlas. Escucha: el pasado es inmodificable, el pasado no tiene acaso. ¿Todavía encuentras razones para desenterrar cuanto hay en él? Si así lo crees, hágase en mi lo que tu dardo indica. Querida, necesito verte antes de que sea tarde, tarde podría ser una tarde cualquiera.
 
Mírame hoy, aquí, sufriente, metida en este camión destartalado preguntándome que quieres, hasta donde me llevas, hasta donde me traes. Por Dios, consumida estoy por ausencias... Has comido de mi cuerpo, mi sangre has bebido, estoy fría de tanto haberte calentado. ¿Nada fue suficiente? Marcela retrae tu memoria, evoca las palabras que para ti inventaba, los soles y colores que a nuestra vida puse, a tu vida, hija. Recuerda: trame ilusiones, tejí historias, improvise cielos, te hice soñar despierta... Convertí tus fantasías en un volcán en erupción. Conmigo aprendiste que no solo de pan viven los seres humanos. Aun así te fui perdiendo, me fui perdiendo, nos fuimos perdiendo. ¡Ay, como duele! El gentil camionero baja el volumen de la radio, pregunta: ¿Con quién habla, Doña? Hablo sola... El chofer vuelve a levantar el volumen y escucho que alguien canta: ... esta tarde vi llover, vi gente correr y no estabas tú... Pensé en Adriano.
 
Mi compañero de ruta, en un acto espontaneo, toma el volante con la mano izquierda y diciéndome: ¡Acérquese!, pasa su brazo derecho sobre mis hombros, me atrae hacia sí. Siento la tibieza de su pecho fuerte, generoso y descanso toda yo sobre él. Los kilómetros pasan como pasan los años mientras una brisa suave entra por la ventanilla; miro hierbas de cambiantes colores regocijándose con el día, mis penas reciben un rayo de luz. ¿Quiere comer algo, Doña?, vuelve a preguntar el hombre. Los animales también tendrán hambre, agrega.
 
La parada se prolongo en una siesta... ¿de amor? Era un cuarto grande, fresco, con cálidos muebles campesinos. El joven varón se desvistió con absoluta naturalidad, sin prejuicio alguno; entre tanto yo, desde la cama, lo miraba hacer. ¡Qué bello eres!, dije, trayendo a mi memoria el cuerpo desnudo del Atleta de Antikythera, de bronce fundido, el griego; de anhelante piel, el otro. Los dos, extraviada la mirada en algún ensueño perdido. ¡Marcela, hija, es a ti a quien amo! Tú, en cambio, si pudieras me estarías hiriendo como clavo en la madera. Me aflige saber que nunca comprenderás el placer de...
 
Estamos por llegar, Doña, dígame donde la dejare... Sobre las barrancas del Paraná, debajo de árboles frondosos. ¡Ahora sí que está usted loca de remate! Escúcheme, soy una mujer condenada a la libertad; compréndame, por favor, amigo. Está bien, usted ordene, elija el lugar. Poco tardamos en encontrar las sombras y el río. Las aguas fluyen sin prisa como si una gran mano las empujara sin pausa. ¡Por fin tengo nuevo hogar!, digo, inspirando profundamente.
 
Un hombre taciturno, silencioso, baja del camión cada uno de los animales, luego se ocupa de mis cajas y por último de los restos del Mercedes. Toma una hamaca paraguaya, con cuidado la extiende entre dos árboles cuyas copas hacen una. Yo me recuesto en la gramilla, la acaricio, huelo su frescura y mi tierra me embriaga... ¿En qué piensa, Doña? No pienso, siento. ¿Qué siente?, insiste, afectuoso. ¡No sea preguntón!, si le sobran ganas hágame una copula dorada con las chapas que trajimos, ahí me cobijare del sol, de la lluvia, quizás de la vida. ¿Cúpula? De que me habla... ¡Arme una cueva, hombre! Cuando da por concluida su tarea el joven viene hacia mí, me besa y sin decir palabra se va, paso a paso se va.
 
Medio sol enrojecía el horizonte. Sobre las aguas del Paraná vi una canoa balanceándose cadenciosamente; no pude resistir la tentación de tomarla prestada. Baje el barranco, ya en la ribera solté amarras y subí al bote. Dándole un empujón con el remo nos alejamos lentamente de la orilla. Tendí mi cuerpo delgado sobre la húmeda madera del plan y, sin remar, la corriente me fue arrastrando, arrastrando. Pensé en Adriano.
 
 
 
 
Fuente:
POR SIEMPRE CUENTOS
TALLER CUENTO BREVE
Coordinación :
Editorial Arandurã ,
www.arandura.pyglobal.com
Asunción-Paraguay
Octubre 2005 (179 páginas)
 
 
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