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CATALO BOGADO BORDÓN

  ORTIZ GUERRERO - EL PILOTO DEL AMBIENTE, 2009 - Recopiladas por CATALO BOGADO BORDÓN


ORTIZ GUERRERO - EL PILOTO DEL AMBIENTE, 2009 - Recopiladas por CATALO BOGADO BORDÓN

ORTIZ GUERRERO

EL PILOTO DEL AMBIENTE Y OTRAS OBRAS INÉDITAS

Recopiladas por CATALO BOGADO BORDÓN

Arandurã Editorial, Asunción-Paraguay 2009

Ilustración de tapa: “Un hombre de éxito”, óleo. 1997

Autor: Alfredo Sosabravo, Cuba-1930

 

 

 

MANUSCRITOS ORIGINALES: CASA DE LA POESÍA - Presentación

Manuel Ortiz Guerrero nació en Villarrica el 16 de julio de 1894 y partió hacia la inmortalidad el 8 de mayo de 1933 en la ciudad de la Asunción. Su padre fue don Vicente Ortiz, miembro de una familia acomodada e influyente de la capital guaireña; y, su madre, quien falleció durante el parto, se llamaba Susana Guerrero, delicada joven oriunda de un barrio del distrito de la capital guaireña llamado Ita`yvu.

Conocer la vida de Ortiz Guerrero es beber en la fuente límpida y lozana que da fuerza y energía para enfrentar los embates de la lucha cotidiana, porque él enseñó con el ejemplo de su existencia estoica, lo que puede la voluntad en la militancia activa por la superación.

De niño, si bien es cierto que la abuela Florencia hizo todo lo posible para mitigar la ausencia del cariño vital de la madre, ya presintió los vendavales de la adversidad. Ortiz Guerrero vio el rostro de la soledad desde el instante mismo de su primer vagido, al perder a la joven madre; pero, paradigma de fortaleza espiritual, supo sobrellevar el sufrimiento con entereza, con dignidad y forjando sutiles versos que constituyen verdaderos cantos de esperanzas. Por eso, su pueblo que lo reconoce, lo ha tratado siempre con respeto y cariño.

Villarrica, la andariega ciudad guaireña, la de las casas floridas y patios solariegos, bordeada de encantadores cerros y de arroyos cantarines, dio a este hijo pródigo la prestancia de su historia y de su acervo para encontrar, tempranamente, su destino. Ya en la escuela primaria empezó a delinear lo que más tarde sería su robusta personalidad artística.

A Manú le gustaba la lectura de versos que aprendía de memoria para recitarlos luego con acento propio y con ademanes adecuados. En esa época ya había despertado el respeto de sus compañeros que, atraídos por sus solturas en el proscenio de la escuela, sentían por él admiración y cariño. Devoró todos los libros a su alcance. La literatura le atraía, la poesía le subyugaba..., un romanticismo humanista había empezado a bullir en su entraña. Así, se afirmó en las letras cantando a la vida, más que a las flores y al amor.

Apenas adolescente, en el Colegio Nacional de su ciudad natal, ya perfiló su figura de poeta consumado. Su verbo era una nueva música que se nutría de las cosas sencillas de la tierra, pero él, con genio de artífice, lo elevaba hasta las misteriosas estrellas. Mas pronto, como ya dijimos, empezaron a torturarle los problemas cotidianos de la vida; y en aquella quietud de valle serrano, donde el ambiente pesa sobre los espíritus para aferrarlos a las viejas costumbres, él, adolescente apenas, se alistó, detrás de su padre, para participar como soldado voluntario de una de las fracciones revolucionarias que convulsionaba al país.

Con el alma preñada de nobles ensoñaciones se elevó por encima de los intereses personales y se preocupó de los acontecimientos que se agitaban en su patria y en el mundo.

Al cumplir los veinte años se aleja de su ciudad natal para trasladarse a Asunción, dejando atrás blancas amistades que supo conquistar a golpe de poesías: el cariño de los compañeros que reconocían en él cualidades superiores y las frescas sonrisas de las jóvenes que solían agasajar su presencia en las fiestas, en las plazas, en las calles.

Asunción, la capital de la Conquista, lo recibió a inicio del año 1914. Había que superarse por el camino del estudio. El Colegio Nacional de la Capital le señalaría nuevos rumbos a sus inquietudes. En 1915, con las publicaciones de sus poemas LOCA, OFRENDARIA y AROMAS en la revista LETRAS le llega la nueva y definitiva consagración y, también, comienza sus largas vigilias en aras de su ideal.

Mientras, una enfermedad bíblica agazapada y oculta le había mordido la piel que imperceptiblemente, noche tras noche, empezaba a descamarse. Al vago desaliento que en un principio le produjo el mal, le opuso la indomable voluntad de no entregarse vencido; por el contrario, contemplándose a sí mismo en el espejo, creyó que cualquier destino, por más impío que fuese, podía ser modificado en la misma forma que el duro mármol se convierte en blanda arcilla bajo el genio del escultor, y exclamó: ¡No vencerá el dolor! Maravilloso gesto de un hombre que teniendo la certidumbre de la impiedad de su mal, no se rendía ante la intimación del dolor.

Había tanto que hacer por la patria para reencauzarla en la grandiosa personalidad de otrora, que su enfermedad no tenía por qué preocuparle ni agobiarle. Él tenía un mensaje para su pueblo y comenzó a desgranar versos tras versos, sin quejarse jamás de su suerte fatal, y olvidando su dolor, o, dicho con más propiedad, dominando su dolor, se asomó al balcón de la vida para cantar a cada nuevo día una nueva poesía, alada y honda.

Su rica sensibilidad le permitía captar los fenómenos de la vida de la gente del pueblo, ya alegre, doloroso o sentimental, que él convertía en motivo de sus trabajos; por eso se distinguen sus poemas, por su carácter nacional. Si en algunos de ellos se asomó tenue-mente la tristeza, podemos afirmar que no fue el trasunto de un estado anímico suyo, sino la aflicción o congoja del motivo exógeno al que cantaba.

Los escritores, poetas, músicos y pintores de su generación, así como los más jóvenes, han afirmado unánimemente que Ortiz Guerrero fue una conciencia sublevada y acusadora contra todos los que han retaceado el patrimonio nacional, contra los culpables del estancamiento de nuestro progreso material y cultural. Contra los que han dividido la familia paraguaya, los ha arrojado a otras playas y los mantiene en condición de parias en los obrajes, yerbales y haciendas. Despreciaba rotundamente a los hombres de letras que desde las posiciones gubernativas se dieron a la innoble tarea de coartar el pensamiento libre, la lucha de ideas que enaltece el régimen democrático.

Nunca perdonó a los mandones que perseguían, encarcelaban, confinaban o deportaban a periodistas, obreros y estudiantes. Retiró su amistad a los que rindieron loas a los tiranos, a los que traicionaron sus ideales de redención, a los pobres de espíritu que se arrastran... Y, quienes le asistieron en sus últimos años, supieron de sus congojas ante el exterminio de nuestra juventud en la guerra del Chaco. Tenía, sin embargo, la certidumbre de que nuestro pueblo despertara al "olor de la pólvora", pero mirando ya hacia adentro, en la porfía por la conquista de sus derechos soberanos y por el respeto a los valores nacionales. Ortiz Guerrero fue un patriota íntegro. Quería que el Paraguay recuperara su grandeza pasada, se remozase asimilando la técnica y las corrientes progresistas de cultura, sobre el firme pedestal de sus peculiares características nacionales, para avanzar al ritmo de las naciones democráticas hacia un mejor destino.

Cuando el "mal de Lázaro" se hizo visible en su rostro borrando la simetría de su natural belleza varonil, se encerró en su imprenta Zurucu'á, albergue saturado de los más nobles sentimientos, donde imprimió sus libros y el de los amigos; allí vieron la luz las revistas culturales como "LA ORBITA", "ZURUCU'Á"; "CANTIMPLORA", los talonarios de "recibos burgueses" y los combativos afiches y volantes de los obreros y estudiantes; así mismo, los primeros afiches reivindicadores de la figura del Mariscal Francisco Solano López y las primeras partituras de las guaranias de Flores.

Por lo tanto, lo de encerrarse es un simple decir, pues Ortiz Guerrero amaba la vida ciudadana en toda su plenitud, gustaba del placer noble en sus variadas manifestaciones. Así como fue amado, dio sin reatos su amistad y cosechó amigos que hasta el fin de sus días lo lloraron; se condolió del dolor ajeno y procuró mitigarlo; se acercó al desdichado y le dio aliento.

Predicó, como lo creía, la superación del hombre a través del esfuerzo personal. Buscó y amó a su prójimo, al que trató de comprender tomándolo siempre tal cual es, con sus lados positivos y sus facetas negativas. Aplaudió el coraje, la rebeldía consciente; el gesto heroico del luchador que haciéndose eco del sentir y del clamor de su pueblo se lanza a la brega con la tea levantada en la diestra. Criticó con acento de maestro comprensivo y generoso las fallas de sus amigos alentándolos a la corrección.

Tuvo las puertas de su casa (ubicada en la calle Antequera 528), siempre abiertas; su patio fue escuela, taller, hogar y amparo, donde, entre mate cocido y chipa, se discutía sobre arte, política y filosofía. El poeta, el músico, el dramaturgo y el pintor encontraba allí el clima necesario para sus inquietudes, porque este, acuciado por su excelso espíritu, amaba con delirio el arte en general. Así, su vida, vida dedicada íntegramente a la cultura, a la justicia, a la prosa y sobre todo a la amistad y a la poesía, a pesar de lo trágico, se convirtió en algo conmovedoramente bello y ejemplar.

Por otro lado, es bueno recordar que Ortiz Guerrero, en su segunda venida a la capital paraguaya (1920), a pesar de su enfermedad militó activamente en la agrupación político-cultural denominada Guarania. Esta agrupación, conformada por selectos jóvenes como Juan Natalicio González (en 1920 empezó a publicar su revista GUARANIA), Facundo Recalde, Leopoldo Ramos Giménez, Ortiz Guerrero, Pablo Max Insfrán, Arturo Alsina, José Concepción Ortiz, Darío Gómez Serrato, Manuel Cardoso, Félix Fernández, Fontao Meza, Hérib Campos Cervera y, más tarde, Herminio Giménez, José Asunción Flores y Julio Correa; todos ellos, amparados por el "paragua" justiciero del anarquismo de Delfín Chamorro y del aliento nacionalista de Juan O'Leary, se propuso los siguientes puntos: 1) Reivindicar la figura del Mcal. López; 2) Dignificar el idioma guaraní; 3) Llamar la atención sobre la situación de los mensúes en los yerbales; 4) Denunciar el crimen contra los nativos, quienes eran cazados como animales en el campo; 5) Sacar a la música paraguaya de su chatura.

Si hacemos un repaso sobre las producciones de los mencionados integrantes de aquella agrupación, encontraremos que cada uno aportó su "grano de arena" para la construcción de un nuevo Paraguay Cultural. De aquel grupo salieron las primeras obras de teatro de "denuncia"; los mejores poemas "sociales" y los mejores cantos para la figura del Mariscal López, en castellano y en guaraní. Había que recordar que en ese tiempo había muy pocos "lopistas". O'Leary y Pane eran repudiados por sus intentos de reivindicación.

Los viejos generales Escobar, Caballero, Duarte y Delgado, que habían sido oficiales del Mariscal, nunca le rindieron honores ni procuraron reivindicarlo. Jamás se habló, antes de la formación de este grupo, de abrogar la Ley que declaraba a López traidor a la Patria y fuera de las leyes.

Hoy, creemos entender que el Paraguay se ha quedado sin paradigma por aquella lamentable tendencia de sus hijos de idolatrar los foráneos y renegar de los buenos valores nacionales. Incluso aquellas instituciones oficiales, creadas para promover la "cultura nacional", más bien se han dedicado a menoscabar la figura de Ortiz Guerrero reproduciendo en los textos escolares opiniones ligeras de gentes extrañas, como la de Walter Wey. Sin embargo, Ortiz Guerrero, sin exégeta, a fuerza de su extraña presencia sacerdotal, vino ganándose el cariño y el respeto de renovadas generaciones para convertirse en una de las cifras más importantes dentro del patrimonio cultural nacional...

Es cierto, Ortiz Guerrero, de gozar de los favores de la vida nos hubiera dejado un legado más sólido y profundo aún. Más, también, es innegable que marcó una etapa en un periodo lleno de dificultades. Su lección de fortaleza abrió al futuro la esperanza de que otras voces habrán de venir un día a completar la obra que un tiempo y un destino la hicieron incumplida.

Lo innegable es que Ortiz Guerrero procuró, como nadie, una auténtica poesía paraguaya, en castellano y en guaraní, y que nadie como él despertó con su obra tanta simpatía en un gran sector del pueblo paraguayo. Ya no se debe dudar, Ortiz Guerrero es el Poeta Paraguayo; sólo un auténtico poeta pudo haber escrito un mensaje de tan perdurable belleza como lo son muchas de sus obras.

Pero, había una tarea pendiente: hacer conocer más sus obras. Con ese fin hemos recorrido polvorientos recovecos y hurgado en cientos de baúles del siglo pasa do; hemos organizado muestras y ofrecido conferencias para demostrar o desmentir, las muchas inexactitudes vertidas sobre su persona. Y, por tanto, aunque huelga decir, lo que afirmamos en esta presentación está respaldado por irrebatibles documentos.

Ahora, con el espíritu de justicia que nos infundió el mismo poeta, nos atrevemos a editar estas "obras inéditas" que él, su autor, seguramente para algún re toque posterior, dejó arbitrariamente "encajonadas".

Son producciones, como la mayoría de sus obras, de sus años juveniles; y justamente por eso, creemos, de gran valor testimonial. Pues, a través de ellas podemos apreciar las inquietudes iniciales de quien es, definitivamente: el más querido de los poetas paraguayos.

CATALO BOGADO BORDÓN.

Compilador Villarrica, julio de 2009

 

 

TEXTO DE ORTIZ MAYANS SOBRE EL "PILOTO DEL AMBIENTE"

Piloto del Ambiente era el más alto culto de todos. Fue bachiller en Ciencias y Letras. El excesivo trabajo intelectual, sin la debida reposición de energías, produjo sus efectos, el debilitamiento de su organismo.

No se sabía su nombre ni demás datos de su identidad. Se lo llamaba Piloto del Ambiente, y eso bastaba. De cutis moreno, era delgado y de estatura más que mediana.

Era el charlista popular, que hablaba sobre cualquier tema.

Extravagante en todo; en su lenguaje, en su estilo. No se ceñía a ningún patrón ni tenía un plan preconcebido. Su presentación era así: "Soy el Piloto del Ambiente de la vida trafalaria...".

Sus discursos disparatados eran interminables "regaderas", para usar el argot periodístico, y gustaban a su auditorio improvisado, reunido en las plazas, en las esquinas, en bares o cafés. El lugar era lo de menos. Lo importante es que se lo escuchaba con simpatía y hasta con respeto, pues nunca era interrumpido y su final, festejado y rubricado con aplausos entusiastas.

Dejó además, como creador, el vocablo "piloto" para significar, socarronamente, a todo aquel orador, cuya pieza oratoria fuese un "bla bla bla" incontenible, y su derivado "piloteado", "piloteada", al escrito o discurso difuso, ampuloso, sin mayor trascendencia.

Figura muy querida, tenía la gracia de la simpatía; tan querida era, que cuando se supo de la falsedad de la noticia de su fallecimiento parecían despejarse los nubarrones grises que ceñían las esquinas, las plazas de la ciudad, mientras una dulce sonrisa de alegría cubría todos los lugares frecuentados por el presuntamente desaparecido.

 

 

A los lectores –ORTIZ GUERRERO, Villarrica. 1929

He aquí un opúsculo, drama en que he puesto mi propio aliento y he sellado con mi propio corazón.

Al escribirlo no he cuidado de darle lugar ni época. Bien pudo haber sido en Montevideo, Asunción o en cualquier punto del globo. Tampoco tuve en cuenta ni el aplauso que pueda coronarlo, ni la crítica que intente desollarle. Si tiene fulgor propio, será un astro nuevo en la constelación de las letras, si es hueco y no resiste al moho pues vuelva conmigo al olvido, de donde nunca se podrá desenterrar.

No sé en qué fuente clara fui a beber, ni aroma de qué flor escondida aspiré antes de escribir esta irrepresentable obra; mas si huele y gusta a cosa ajena, ha de ser porque sin atención he hecho mío el ingenio de otro, porque a la verdad, a nadie tuve presente al escribirle, sino a mi escaso corazón por donde han pasado todos los puñales del mundo.

Los discursos del ilustre PILOTO DEL AMBIENTE han sido escritos con la misma espontaneidad del agua que corre sin saber por qué, pues así hablaba el Filósofo del Desastre a su público, diez veces muerto de risa al oír sus revelaciones de «genio pilotante».

Nadie puede ser más paraguayo que este ilustre personaje de mi drama.

Y nadie le habrá olvidado todavía entre los que le escucharon desbordarse en una perenne «elocuencia catastrófica». Era un simpático moreno delgado, de porte distinguido. Aquel mismo es el personaje de mi drama trasladado en otro plano.

¡Despierta! Le grité, y sacudió el Piloto la polvareda del olvido que le sepultó sin tiempo. Se levantó a mi llamado; le iluminé el rostro con mi amor y aquí está. ¡Habladle, oídle!

Este modesto trabajo no fue elaborado con pretensión a las tablas, fue simplemente un desborde, un caudaloso sentimiento que salió de madre. Por eso han de ser perdonables en él los desartificios de que padezca.

Con la mano aún nerviosa de los veintidós años, fruto de una juventud centellada de locuras infinitas, me senté a escribir la primera página sin cuidarme de los golpes escénicos ni de los desenlaces. Sólo me he cuidado de ser lo que soy con la pluma en la mano frente a la página intacta: el corazón estallando en rosas por sus cien heridas, en los labios la canción olorosa del amor y la esperanza como una enorme venda sobre la vida.

No obedecí más que al sentimiento al derramar el agua del bautismo sobre la bronceada frente del Piloto, hijo mío, carne mía. Una lluviosa noche de mayo, los codos sobre mi mesa de trabajo y la cabeza entre las manos, mientras pensaba en los que pasan por la vida sin nombres, sin gestos y sin huellas para esfumarse en la sutil neblina donde lo desconocido empieza, sin haber cogido de la pradera mundana sino las flores negras del pesar y de las sombras.

¡Cuántos sueños que no pueden madurar! ¡Cuántos rostros que desconocen a la luz! ¡El peso de las tinieblas, las ansiedades de la Aurora! ¡Oh dolor!

Y el Piloto iba en esta caravana, bajo la sombra, con su pañuelo blanco y su melena negra, mirándome como se debe mirar a última hora el amor más caro que vamos a abandonar.

Padecí diez minutos por él y por todos aquellos que pasan por la vida sin hallar un pincel, una nota, ni una palabra en qué vaciar las desventuras de su alma y caen después con sus sueños despedazados, sin una almohada, sin una flor siquiera en el último tumbo del camino.

¿Acaso ya no sea uno de aquellos...? Y en pocos días el poema fue..

Ofrezco una fruta de mi huerto a los que quieran morder técnicamente, ofrendo a los que rondan de noche mi cercado y me saludan de día, mirando de soslayo, la he arrancado para todos.

Es un presente humildísimo; gusta de él gordo usurero y tú también, cuervo de envidia.

Confieso que no ha de saber a miel, más bien puede que después de leerlo quede al paladar el sabor agrio del mundo, aunque el Piloto no habló nunca del dolor pero ha vivido en su torrente mismo.

 

 

ÍNDICE

MANUSCRITOS ORIGINALES: CASA DE LA POESÍA

TEXTO DE ORTIZ MAYANS SOBRE EL "PILOTO DEL AMBIENTE"

El ilustre Piloto del Ambiente (Burlería)

Payé (Opereta en un acto con un lapso)

Albino y el Comandante (Drama o comedia grotesca)

 BREVE COMENTARIO BIOGRÁFICO SOBRE ADOLFO RIQUELME Y ALBINO JARA

 

 

 

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