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CATALO BOGADO BORDÓN

  EL ESCRITOR, EL LIBRO Y GUTENBERG - Por CATALO BOGADO - Domingo, 24 de Enero de 2021


EL ESCRITOR, EL LIBRO Y GUTENBERG - Por CATALO BOGADO - Domingo, 24 de Enero de 2021

EL ESCRITOR, EL LIBRO Y GUTENBERG

 

Por CATALO BOGADO

 

catalobogado@gmail.com

De cómo Johannes Gutenberg (circa 1400-1468), en una época en la cual la lectura era un privilegio de pocos, permitió la producción masiva de copias impresas, expandió el ámbito de las ideas y cambió la historia del mundo poniendo los libros al alcance de todos.

24 de enero de 2021 - 01:00

El escritor, que es más antiguo que el libro, es quien inventa la escritura. Pero un solo manuscrito da lugar a un solo lector, y ante este hecho irrebatible surge la necesidad de realizar copias del mismo y de difundirlas. Así aparecen el libro y el negocio de los libros, que se conocía ya en Grecia y también en Roma en la época de Tito Pomponio Ático (109 a.C.-32 a.C.).

En ambos lugares existían ya los coleccionistas de libros, que pagaban por ellos grandes sumas, y también había bibliotecas. Pero fue en Roma donde mejor se organizó el comercio de los libros. Allí el autor vendía su obra a un editor, que se encargaba de reproducirla utilizando para este fin esclavos, que hacían el oficio de amanuenses o copistas. De algunos ejemplares se editaban hasta mil copias, y posiblemente el autor recibía ya derechos por ejemplares vendidos.

Más tarde vienen las grandes invasiones, y la «industria cultural» se refugia en los monasterios, permaneciendo como su patrimonio. Los monjes –especialmente los de la orden de san Benito– tenían como encargo especial el estudio y el trabajo de investigación, la traducción y copia de los antiguos textos.

Fue un trabajo arduo el de copista, amanuense o calígrafo, pues no estaba exento de complicaciones y requería paciencia y habilidad. Hacían falta esas cualidades para cortar, rayar y preparar el papel o el pergamino, marcar los márgenes y las columnas y, por último, escribir con escritura pulcra durante horas, días y meses, apoyándose en una tabla colocada sobre las rodillas o, más tarde, inclinándose sobre un pupitre o escritorio, el gran invento del monje italiano Casiodoro, quien reglamentó no solo el uso del pupitre, sino también el oficio de copista dentro de los monasterios.

En esta época empieza también el arte de la ilustración, que realiza meticulosamente el miniaturista o iluminador en los huecos que el copista dejaba para ese fin. Eran verdaderas obras de arte las miniaturas hechas en colores, en las que predominaban el rojo y el amarillo y para las que se utilizaba incluso el oro. También se ornamentaban las iniciales: así los códices miniados producían una impresión de riqueza y tenían una belleza que los realzaba notablemente.

Coexisten dentro de la ilustración de la época numerosos estilos: merovingio, bizantino, románico, etc. Cada uno de ellos aportaba algo nuevo y valioso, colores, adornos, características. De esta manera, los más variados elementos, como las ramas entrelazadas, los pájaros, las flores y animales reales o fabulosos entraron a formar parte de la decoración del libro. Lo mismo ocurría con las encuadernaciones que los completan; había de orfebrería ornamentada con piedras preciosas, de plata, de bronce, de madera tallada y de cuero repujado y cincelado.

¿Qué se hacía con estas obras tan trabajosamente elaboradas? Los monjes realizaban su trabajo de copistas para la biblioteca de la Orden; tal vez, en alguna ocasión, trabajaron para cumplir el encargo de algún rico bienhechor; pero el comercio del libro recién apareció al final de la Edad Media gracias al interés de los bibliófilos. Estos abundaban especialmente entre los humanistas, quienes para formar sus bibliotecas no vacilaban en buscar los libros donde pudieran encontrarlos, o en encargar copias de ellos, llegando a pagar sumas verdaderamente importantes para conseguirlos.

También facilitó el negocio de librero la creación de las Universidades. Las bibliotecas universitarias permitían la lectura de sus volúmenes, siempre que estos permanecieran atados con una cadena, y cuando excepcionalmente los prestaban era necesario dejar en prenda otro libro. Algunas dejaban copiar los libros mediante el pago de una determinada suma.

Hasta este momento, el libro seguía siendo algo increíblemente valioso, sumamente minoritario y ciertamente misterioso. Solo lo poseían y utilizaban unos cuantos, privilegiados de la fortuna, tanto por sus posibilidades económicas y sociales como intelectuales. Se suponía que la lectura tenía poderes míticos que encaminaban hacia el mal. En consecuencia, los libros se aceptaban o se rechazaban, se les temía o se les amaba, se difundían o se quemaban según su contenido y la mentalidad prevaleciente del momento.

Hacia los siglos XIV y XV, la burguesía de las ciudades alcanza una ventajosa posición socioeconómica, y las personas que la componen comienzan a interesarse por el libro y a formar sus propias bibliotecas. En ellas pueden verse muchas obras de carácter religioso, científico, de autores clásicos y de literatura o poesía. Ya es, sin embargo, un gran paso hacia la difusión del libro. Pero lo que contribuye definitivamente a esta es la invención de la imprenta por Juan Gutenberg en Maguncia.

Reproducción múltiple

En realidad, el sistema para reproducir varios ejemplares de un solo manuscrito se descubrió en China antes de nuestra era. Ellos grababan en relieve sobre papiros, seda, pergaminos o papel. A este sistema se le llama xilografía y es un antecedente importante de la imprenta. Realizar un molde xilográfico tenía sus dificultades, ya que era necesario ir quitando la madera para dejar en relieve letras o dibujos y, resultaba imprescindible disponer de varios de estos moldes si se quería imprimir con más de un color. También conocían los chinos los caracteres móviles –letras sueltas y movibles– de madera e incluso hechos en arcilla y sujetos con cola líquida sobre una plancha de hierro.

Se supone que el herrero Pi Cheng fue quien inventó este sistema en el siglo XI. Calentando las planchas de hierro las letras podían separarse y colocarse en otra disposición. Pero así como el papel llegó a Europa directamente de China, según unos, y de Egipto, a través de los musulmanes, según otros, nada nos hace pensar que ocurriera igual con el invento de Pi Cheng. Más bien es lógico suponer que distintos hombres trabajaron en diversos países para resolver una necesidad, un problema que estaba en el ambiente: reproducir los libros de una manera más rápida y menos trabajosa, y por lo tanto más eficaz y económica, que por el sistema de las copias hechas a mano.

De todas maneras, la xilografía proporcionaba ya una pauta, un camino a seguir. En Europa se utilizaba también este método, sobre todo en Alemania y en los Países Bajos. Ante el éxito logrado con el sistema xilográfico, es lógico que se estudiara y trabajara sobre él para perfeccionarlo, y como nada hay absolutamente nuevo, sino que las cosas surgen partiendo de otras, en Holanda, Francia y Alemania se hacen ensayos sobre sistemas de impresión y esto da lugar a que dichos países se atribuyan también la invención de la imprenta.

Gutenberg, invento y peripecia

Sin embargo, parece ser, y así es considerado universalmente, que Johannes Gensfleisch, Juan Gutenberg, fue quien, alrededor del año 1440, inventó el instrumento para fundir tipos, y, como consecuencia, la imprenta. Juan Gutenberg fue un orfebre, y su vida, como casi todas las de los creadores que deciden abrir nuevos caminos, no fue nada fácil. Estuvo asociado primero a tres hombres para dedicarse a un negocio de cuyo contenido Gutenberg guardaba celoso secreto. Pero uno de sus socios murió siendo Gutenberg su deudor, y sus herederos lo demandaron. A través de las actas del proceso se sabe que el negocio y la deuda tenían relación con la impresión, ya que en dichos documentos se habla de una prensa, matrices de plomo, etc.

Es fácil suponer lo mal que lo pasaría el inventor al ver entorpecido su trabajo por la demanda judicial y el pleito. Más tarde, Gutenberg consigue la ayuda de un rico comerciante llamado Johann Fust, con el que se asoció. Este le prestó un total de 1600 florines. Con este dinero es de suponer que adquirió las herramientas y los materiales necesarios para proseguir su trabajo. No es difícil adivinar que el impresor debió de sentirse acuciado en su empresa y agobiado por sus deudas. Solo una gran vocación, la inquietud de nuevos horizontes y un afán creador pudieron hacer que Gutenberg continuara con tesón, pues su lógico interés por lucrar ya se había frustrado, y otros y no él habrían de recoger los beneficios de sus esfuerzos y desvelos.

Otro pleito entre su banquero y su socio capitalista, Fust, y el impresor, hace que este tenga que pagar lo adeudado con parte de su material de impresión. Esto permite a Fust establecerse por su cuenta con Peter Schöffer, posiblemente discípulo de Gutenberg. Si bien es cierto que en esa imprenta se realizaron trabajos de mayor perfección y belleza que en la de Gutenberg, ello no puede quitarle a éste el mérito de haber sido él, de manera independiente y autónoma, el inventor del instrumento de fundición que permite la impresión tal y como la conocemos actualmente. Gutenberg, después de tantos desvelos y dificultades, obtuvo un empleo en la corte del conde Adolfo. Como reconocimiento a su aporte se le eximió de pagar impuestos. Murió pobre alrededor de 1468.


Fuente: Suplemento Cultural del diario ABC COLOR

Domingo, 24 de Enero de 2021

Página 4

www.abc.com.py

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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