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ARTÍCULOS CULTURALES

  AMISTAD EN TIEMPO DE GUERRA - Por Gral. (SR) LELÍN FERREIRA COSTA - Domingo, 27 de Septiembre de 2020


AMISTAD EN TIEMPO DE GUERRA - Por Gral. (SR) LELÍN FERREIRA COSTA - Domingo, 27 de Septiembre de 2020

AMISTAD EN TIEMPO DE GUERRA

 

Por Gral. (SR) LELÍN FERREIRA COSTA

 

 

El martes se cumple un nuevo aniversario de la batalla de Boquerón (29 de septiembre de 1932), la primera de la Guerra del Chaco.

Apenas unas seis décadas después de finalizada la cruenta guerra contra la Triple Alianza, Paraguay tuvo que afrontar una nueva prueba. La guerra del Chaco Boreal duró tres largos años. A las dificultades propias de cualquier guerra con su mensaje de llanto, destrucción y muerte se sumaba un escenario inhóspito, de clima tórrido, infernal, y aridez indescriptible, alternando periodos cálidos, lluviosos y de frío intenso mientras el monte bajo espinoso no ofrecía protección contra el sol del verano ni los rigores del invierno.

Lo lógico es que tan duras condiciones despierten en los contendientes odio y encono; sin embargo, no impidieron que en medio de ese infierno nacieran sentimientos que unen a los seres humanos aunque pertenezcan a bandos opuestos.

En el presente artículo queremos recordar una amistad nacida en el fragor de la lucha. Uno de sus protagonistas fue el teniente 1º Fernando Velázquez, joven oficial nacido el 30 de mayo de 1906 en la ciudad de Pirayú, valle del general José Eduvigis Díaz, valiente soldado y vencedor de Curupayty de la guerra anterior.

Por eso, procuró siempre prestar servicio en unidades que le recordaran a su compueblano. El destino le permitió hacerlo en el RI 4 Curupayty y en el RI 5 Gral. Díaz. Cuando, el 11 de agosto de 1928, egresó de la Escuela Militar con la jerarquía de teniente 2º de Infantería, fue destinado a servir en el RI 5 Gral. Díaz, asentado en la zona de Bahía Negra, y prestó servicio en el Chaco ininterrumpidamente hasta el inicio de la Guerra, logrando destacar como uno de los mejores conocedores de la regiones de Bahía Negra, Boquerón, Isla Poí.

Meses después, en diciembre de 1928, participó del incidente del fortín Vanguardia, donde fueron prisioneros una veintena de bolivianos, entre ellos el subteniente Tomás Manchego, con quien posteriormente forjaría indisolubles lazos de amistad. Los prisioneros quedaron bajo custodia del teniente Velázquez durante su cautiverio, que duró, aproximadamente, ocho meses.

A partir de ahí, los acontecimientos se desarrollaron aceleradamente, sumándose incidentes cada vez más graves entre las tropas de ambos países, hasta llegar al momento de la cumbre de Boquerón, que significó el inicio de la guerra.

Para entonces, el ya teniente 1º Velázquez había sido trasladado al RI 4 Curupayty, que recibió la misión de atacar Punta Brava, un nido de ametralladoras, dos pesadas y dos livianas entre bolsas de arena y otras cuatro, dos pesadas y dos livianas, encima. Mandaba en el baluarte el subteniente Inofuentes; lo apoyaba el capitán Manchego, aquel prisionero de Vanguardia.

En la primera jornada, el 9 de septiembre de 1932, los paraguayos se acercaron hasta menos de cincuenta metros de las trincheras bolivianas, sin poder avanzar debido a la intensidad de los disparos de la defensa. Entre los heridos en ese combate, yacía sin esperanzas en la tierra de nadie que se extendía entre las dos posiciones en pugna el teniente 1º Fernando Velázquez, quien había recibido heridas en la cabeza.

El cruel destino por un instante se disfrazó de humanidad para permitir que los bolivianos percibieran los quejidos lastimosos del herido y se adelantaran para rescatarlo.

«Camilleros del sector vecino recogen al teniente paraguayo Fernando Velázquez, que se debate entre los estertores de muerte. Un proyectil se le ha incrustado en la cabeza, a la altura de la sien derecha, otro tiro, también en el hombro derecho. Delira y tiene las heridas totalmente infectadas. Al enjugarle el rostro, el paraguayo extiende la mano. Da a entender que quiere obsequiarnos su anillo –seguramente– a condición de conservarle la vida. Como es natural, nadie acepta el regalo. En eso asoma Manchego y exclama: “Conozco a este pila, es un buen hombre, me custodió como prisionero en Media Luna el año 28, después del ataque a Vanguardia”. Toma su pañuelo y amarra la cabeza al herido. Velázquez repite el nombre de su hija. Encontramos en medio de su pecho unas fotografías y una pequeña imagen envuelta en un pedazo de tul blanco, probablemente del que vistiera su novia el día de sus nupcias. Este hombre, de casi dos metros de altura, nos consterna. Cada vez que podemos le visitamos en el “buraco” que le han cavado los camilleros. El mozo se va apagando, pero su agonía es larga. Sus ojos azules, fijos en los rayos de luz que dejan pasar los troncos del techo que le cobija, parecen escrutar el misterio de su destino», escribe el mayor boliviano Alberto Taborga en su libro Boquerón, diario de campaña, p. 74.

En ese momento, el capitán Manchego le pide al doctor Torrico, encargado de la sanidad, que le brinde las mejores atenciones, ya que él, cuando estuvo prisionero, había sido muy bien atendido por ese hombre.

Pese al esfuerzo boliviano por conservarle la vida, el teniente Velázquez fallece el 25 de setiembre de 1932, y es enterrado por el propio Manchego, quien pide a los presentes que, si él muere a su vez, lo entierren junto a su amigo paraguayo.

Ironías o coincidencias de la vida, Manchego es alcanzado por una esquirla en la cabeza. En su intento por salvarlo, al extraer la esquirla parte de la masa encefálica se desprende, y al atardecer del día 26 muere, despedido con lágrimas en los ojos por sus soldados, que lo querían como a un padre.

Fue la pérdida más sentida en el sector boliviano. El teniente coronel Marzana, comandante boliviano de Boquerón, ordenó que fuera enterrado en el interior del fortín, al lado de su amigo paraguayo fallecido la víspera.

Luego de los honores de reglamento, Manchego fue enterrado por sus camaradas y leales soldados, que lloraron, rodilla en tierra, frente al cuerpo inerte del guerrero.

Hasta hoy, con una rústica lápida que lleva la inscripción: «En esta tumba yacen el Cap. Tomás Manchego (Bol) y el Tte. 1º Fernando Velázquez (Par)» se encuentran los restos de ambos, como un símbolo de hermandad entre dos pueblos que la intolerancia humana había enfrentado. Leños en forma de cruz marcan la tumba de dos hombres que un día se conocieron en un incidente fronterizo en las lejanías del fortín Vanguardia. Cada uno de ellos se encontraba ahí como adelantado de su país, pero estaba escrito que ambos bajarían a la tumba cumpliendo una misma, antagónica misión: uno para que Paraguay avanzara; el otro, para que Bolivia conservara el fortín Boquerón. Deseamos que la inmolación de dos soldados que la guerra unió sea el faro que guíe a dos pueblos hermanos en un esfuerzo mancomunado por un destino mejor.


 

 

 

Portada del diario La Tribuna del viernes 30 de setiembre de 1932. Archivo de la Biblioteca Nacional del Paraguay.

 

 

 

Tren transportando soldados paraguayos desde Puerto Casado hasta el frente, durante la Guerra del Chaco.

 

 

 

Lápida con los nombres de Tomás Manchego y Fernando Velázquez en el Fortín Boquerón.

 


 

 

Fuente: Suplemento Cultural del diario ABC COLOR

Domingo, 27 de Septiembre de 2020

www.abc.com.py

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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