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JUSTO PASTOR BENÍTEZ (+)

  LA SOCIOLOGÍA NACIONAL - BERTONI Y LA CIVILIZACIÓN GUARANÍ - Por JUSTO PASTOR BENÍTEZ


LA SOCIOLOGÍA NACIONAL - BERTONI Y LA CIVILIZACIÓN GUARANÍ - Por JUSTO PASTOR BENÍTEZ

LA SOCIOLOGÍA NACIONAL

BERTONI Y LA CIVILIZACIÓN GUARANÍ

Por JUSTO PASTOR BENÍTEZ

 

Moisés S. Bertoni puede ser considerado como el iniciador de un movimiento vindicatorio de la cultura guaranítica en nuestro país. Contratado para dirigir una escuela de agricultura, vivió los últimos años en el Alto Paraná consagrado al estudio. Verificó varias conquistas debidas a los guaraníes, sus aportaciones en el orden vegetal y animal y terminó dando a esas tribus un ámbito continental, que no es admitida hoy en toda su amplitud. Generalizó e idealizó esa rudimentaria cultura, atribuyéndole contextura científica y aportaciones no verificadas, como el quipus quéchua. Otra rectificación que se suele hacer es la inclusión de los aruacas y caribes en la cultura guaranítica. Valióse principalmente del criterio lingüístico de extensión del idioma. Falta comprobar la hipótesis con verificación de orden antropólogica y cultural, etnológica y cultural, en que diferían de los guaraníes, según autores como von den Stein, Herbert Baldas, Metraux, Estevão Pinto, Pablo Siso, etc.

Bertoni erigió un monumento a los guaraníes en sus numerosas obras. Los idealizó llevado por su simpatía. La inclusión de los caribes en el grupo tupí-guaraní, admitida por Martius, fue rectificada por von den Stein y Enreinch. Es imposible ya admitir a los aruacas como simple tribu guaraní-caraibe; esos grandes obreros y agricultores pertenecían a otro grupo. En la extensión que va de la Cordillera al Atlántico, del Plata a las Antillas se encuentran cuatro grandes familias lingüísticas, dice von den Stein, Tapuya, Tupi, Caraiba y Nu-Aruak.

La lengua hacaín, dice Agramonte por su parte, no es solamente un dialecto antiguo; es también un dialecto caribe puro y libre de componentes tupís de manera que es impropio incluir a los caribes antillanos en la misma familia o civilización tupí-guaraní. Diferían en lengua, en costumbres, en mitología (Gastão Cruls).

En materia religiosa los caribes diferían de los guaraníes. Los aruacas y los guaraníes se establecieron en tierra firme, en la actual Venezuela, regiones amazónicas y en las Antillas; los tupí-guaraníes han impregnado una gran parte de la América del Sud: Amazonia, Matto Grosso, Paraguay, Santa Cruz, Corrientes, y en los cimientos de la Paulicéia, pero en realidad su área tenía muchas islas de tribus no guaraníticas, como los Gé, etc.

Juan Ribeiro ha demostrado que la denominación de tupí, de las tribus que poblaban el Brasil, es relativamente moderna, pues anteriormente se denominaban tupinambás, tupiniquies, cariyós, etc.

En cuanto a los caribes que ocuparon el territorio de la actual Venezuela, un moderno sociólogo, Carlos Siso, da características de costumbres, lengua y antropológicas, que los diferencian grandemente de los guaraníes. Según Siso, tuvieron su asiento primitivo en las islas antillanas, de donde emigraron hacia las tierras del Orinoco y del Amazonas. Usaban flechas envenenadas. Su lema guerrero Hna Carine Rote (sólo los caribes son hombres) y Anumen paparo itoco (todos los demás son esclavos) no pertenecen a la lengua guaraní. Donde quiera que llegaban llevaban el exterminio, como ocurrió con los tainos de Cuba y los aruacas de tierra firme. «Eran feroces y crueles con los enemigos, con valor extraordinario, con inclinación a la conquista y a la piratería y un individualismo antisocial, cualidades que le difieren grandemente de los guaraníes. Los aruacas, p. e., guerreaban por necesidad, pero no por afán de exterminio, tenían un cierto sentido de solidaridad social, tribal y de raza y se habían fijado por la agricultura y la pesca. Los caribes eran trashumantes, marinos audaces y saqueadores de las tribus vecinas». El tupí fue también marino, pero el cario no debió serlo en grado eminente, pues, el río Paraguay estaba prácticamente dominado por los payaguáes, guaicurúes y agaces. La crueldad de los caribes, su antropofagia, dio origen a la palabra canibal. No tenían piedad con los vencidos; los sometían a crueles suplicios, les arrancaban los miembros, les atravesaban la lengua. Contrasta esa ferocidad con la índole de los carios. Además eran altos. «En ninguna parte, dice Humboldt, he visto entre los indios más altos y de estatura más colosal». Todos los observadores y estudiosos convienen con la estatura regular, más bien baja que alta, de los guaraníes. De manera que los caribes eran diferentes de los carios.

Refiriéndose a los aruacas, Agramonte, que los distingue fundamentalmente de los caribes, dice que fueron desalojados por estos últimos, hasta llegar a Cuba, donde moraban los cibonezes. Del choque de ambas culturas se produjo el predominio de los tainos, de cultura más avanzada. La cultura taina se proyectaba a otras islas. Taino quiere decir gente buena y noble. En materia agrícola, como los guaraníes estaban en el período de la yuca y del maíz, batata y ajíes, sistema colectivista de producción; anzuelo; palo con punta para sembrar (coa), con empleo de la canoa para navegar; alfarería con adornos y fetiches esculpidos, que no tenían los guaraníes. Tejían mantas y hamacas. Sus viviendas se llamaban bohíos.

La organizaciónera tribal; gobernada por caciques, designación que se generalizó en América para designar los jefes indígenas. La sociedad estaba clasificada en tres clases: tainos o nobles, a cuya cabeza estaba el cacique, con su corte y ceremonial; curanderos-magos (behiques y no payés) y los guerreros (baquias y no guarani), y finalmente los nahorias o labriegos. Esta estratificación no existía entre los guaraníes. La organización social era clásica y la mujer era el eje de la estructura doméstica (matronímica), fenómeno que no existe entre los guaraníes, que son patrilineales. La sucesión hereditaria entre los tainos es matrilineal.

En la parte espiritual, su concepción mágica es fetichista, lo cual no ocurre con los guaraníes; la creencia en genios tutelares, materializados en fetiches totémicos; el culto funeral, con sus enterratorios y adoratorios, sus procesiones a lugares culturales, donde las doncellas llevaban flores y pan de casabe, y sus areitos, cantos de tradiciones, fábulas, valores, etc.

Los guaraníes no dejaron un acervo de tradiciones histórico-literaria, como los quechuas o los muiscas de Colombia (vide E. López de Meza), así como otras culturas más avanzadas, como la de los mayas o aztecas. Es decir no se ha transmitido, como suele ocurrir con las epopeyas primitivas.

«Respecto a la psicología colectiva, dice Agramonte, eran sencillos, pacíficos, amorosos y altamente solidarios. Oviedo dice que las mujeres, recatadas con los nativos, se volvían bellacas con los españoles, deshonestas, libidinosas». En su rudimentario derecho penal figuran tres delitos fundamentales: el homicidio, el hurto y el incesto. Es evidente que los tainos tenían diferencias idiomáticas, de costumbres, de organización y religiosas de los guaraníes, y que no integraban la civilización guaraní, ni sus invasores, los caribes2 .

Además de las diferencias con los caribes, señala la de los aruacas, tribus pacíficas, más adelantadas en cerámica y tejidos. Gastão Cruls dice que donde se encuentra cualquier vestigio de civilización en la Amazonia se hallará entroncado con los aruacas. Así se verifica en el contacto de los chaná con los chiriguanos, en la región del Parapití, y la cerámica encontrada en las regiones platinas (v. Arredondo).

Los guaraníes eran inferiores en cerámica a los aruacas: «La gran familia aruaca, de índice cultural muy elevado, parece caber papel primordial en la fusión y perfeccionamiento de la técnica ceramista, no sólo en las Antillas, como en extensa área de la América del Sur. En la Amazonia a ella se deberá lo que hemos producido de mejor. Aruaka es la cerámica de Marajó, o de los aruakas recibían lozas los tupís, tucanes y panos; en el Xingú, la industria de los cacharros. Por su influencia, muchas tribus caraíbas pasaron a trabajar el barro con maestría. Por lo demás, no sólo como excelentes ceramistas, los aruakas sobrepasan a otros grupos del gran valle»3

Los carios eran atrasados en cerámica; los mejores elementos se encontraban en la región del Paraná, de influencia chaná. La costumbre de enterrar en urnas no era privativa de ellos. Tampoco dejaron un legado de

cerámica comparable al de la isla de Marajó (aruacas). Tuvieron noticias y recibieron por vía Chaco del Imperio Inca (Candirí), así como tejidos y posiblemente piezas de metal o en Alto Paraguay ocupado por itatines o en los contrafuertes andinos.

Los aruacas se extendían por las Antillas, hasta Florida y al sur por la actual Venezuela y norte del Brasil. Investigadores modernos han establecido sus diferencias de los tupí-guaraní, comenzando por el idioma. Karl von den Stein los llamó «las tribus oleras».

Ni los charrúas ni los querandíes, tampoco eran guaraníes. Éstos ocupaban algunas isletas del Delta del Paraná, pero propiamente no ocupaban la actual Santa Fe, Entre Ríos, ni el Chaco central. Según Arthur Ramos, las leyendas sobre el origen de la mandioca, el maíz, etc., revelan su conocimiento y su papel civilizador de difusión. Aruaca quiere decir comedor de harina de mandioca.

Los caribes eran feroces y antropófagos. Su área de extensión era enorme: al norte, las Antillas; al sur, las nacientes del río Xingú; al este, el planalto brasilero, y al oeste el Amazonas. «Su lengua era distinta de la de los guaraníes», según L. Adam y George. Rivet los clasificó en seis grupos y afirma que hay entre ellos la menor relación lingüística.

Los guaraníes, fijados en la mesopotamia por la agricultura, eran más avanzados «que los pueblos de cazadores sin perros, y pescadores sin anzuelo, que se volvieron agricultores sin azada», según Stein, que criticó la clasificación de Martius adoptada por Bertoni. Rodolfo García señaló la diferencia idiomática entre ambos grupos.

Bertoni no postulaba un indigenismo regresivo, ni sostuvo la tesis de que los españoles «viniesen a interrumpir el vigoroso florecimiento de la civilización guaraní», como dice Natalicio González. Elogió la plasticidad del indígena para incorporarse a las culturas superiores. «Los guaraníes, dice, no constituyeron un pueblo único, o simplemente una nación, sino una gran familia, compuesta de numerosas naciones que dominaban un territorio inmenso y muy variado». Había entre ellos tribus de cultura agrícola ya avanzada, y, otras retardadas en la selva. Entre las primeras. figuraban en primera línea los carios o carijós, como eran llamados los que habitaban las riberas atlánticas y la actual Porto Alegre (Hans Staden). Hacemos esta advertencia, porque otras tribus tuvieron distinta suerte. Los españoles buscaron vincularse a los guaraníes; preferían su amistad y colaboración a las de otras tribus.

Los payaguás fueron extinguiéndose; sus últimos restos vegetaban en las playas asuncenas en tolderías, hasta 1904; los agaces fueron empujados hacia el desierto. Los guaicurúes, bravíos, enemigos tradicionales de los guaraníes, terminaron confinados en el Alto Paraguay, o se incorporaron al Brasil, en Matto Grosso.

Los guaicurúes se convirtieron en temibles jinetes cuando robaron caballos de los españoles; hablaban un idioma que no era guaraní. Vivían para la guerra. El Fuerte de San Carlos fue contruido, entre otras razones, para detener sus incursiones. Azara vio a los guaraníes en la decadencia, a comienzos del siglo XVIII, después de haber perdido su espontaneidad y sufrido el impacto de la cultura europea. Elogia su belleza y su proporción corporal, las cualidades físicas, pero se equivocó sobre su falta de higiene y su valor guerrero. Los tupí-guaraníes se esparcieron desde el Amazonas hasta el Paraná, desde las costas atlánticas hasta las primeras estribaciones andinas pero no en área homogénea. Tenían competiciones deportivas y hasta duelos individuales; la cobardía era tacha. Como prueba se cita el reto a duelo que un cacique guaraní del río Uruguay hizo a Hernandarias hacia 1607, y del cual salió vencido por el caudillo asunceno. No puede ser exacto el juicio sobre un grupo, observado en período de declinación, como tampoco los formulados en base al testimonio de encomenderos y algunos catequistas que tenían interés en deprimir sus cualidades para justificarse, como ocurre, entre otros, con el P. Cardiel. Por algo los guaraníes fueron preferidos para las fundaciones jesuíticas. Eran plásticos y se mostraron accesibles a esa gran experiencia social.

El Dr. Francia tuvo que concertar un acuerdo con los mbayás. Víctimas de esa vida insociable, fueron extinguiéndose. Los mbayás, guaicurúes o caduveos, cautivaban prisioneros a quienes sometían a la servidumbre, estableciendo así una clase superior guerrera, lo cual no ocurría entre los guaraníes igualitarios.

D'Orbigny hizo grandes elogios de las cualidades de los guarayos, tribu guaranítica establecida en las estribaciones andinas. Eran hospitalarios y laboriosos. Se podría decir que conservaron una relativa pureza, al no sufrir el impacto de la dominación violenta del conquistador europeo. Los misioneros religiosos pudieron acercárselas con beneficio. El desierto les preservó de la esclavitud. Cuando los soldados paraguayos tuvieron contacto con los guarayos, durante la guerra del Chaco, se entendieron en guaraní; vieron en esos hombres de oriente unos primos remotos, Algunos oficiales verificaron que los guarayos contaban hasta 10. Su alimentación era la tradicional, en base a maíz, yuca, poroto, zapallo. Ya tenían aves de corral y ganado, adquiridos por contacto con el europeo.

 

II

 

La sociología como disciplina fue incluida en el plan de Estudios de la Facultad de Derecho a comienzos de siglo. Su expositor más autorizado fuéeun propagador del evolucionismo: Cecilio Báez (1862-1941).

El Dr. Báez corresponde a la etapa cultural positivista evolucionaria de Letelier en Chile, Enrique José Varona en Cuba y José Ingenieros en Argentina. Publicó para uso de los alumnos un resumen de cepa spenceriana y diversos estudios socio-jurídicos de igual contextura. Pero siempre se redujo al esquema. Fuera de la dictadura nunca enjuició fenómenos nacionales o apreció los factores sociales. Su esquicio lo llevó a veces a juicios depresivos para los valores nacionales. Pero abrió caminos, señaló rutas para el estudio sociológico.

Ejerció por un tiempo la cátedra el Dr. Eusebio Ayala que adoptó el texto de Giddins. Era también un positivista evolucionista imbuido de la filosofía del siglo XIX. Titular aunque no en ejercicio es el Dr. Justo Prieto, de formación moderna, de base positivista. Además de diversos ensayos y trabajos parciales, ha publicado una «Síntesis sociológica» que contiene la enunciación de los grandes sistemas básicos, y una obra propedéutica, de utilidad para la iniciación en la materia, reveladora de la sistematización de sus conocimientos. Una obra de mayor proyección titulada «Paraguay, la Provincia Gigante de las Indias» que contiene su tesis sobre la sociología nacional.

Ejerce la cátedra el Dr. Hipólito Sánchez Quell, autor de ensayos sobre «El período colonial», «La Política Internacional Paraguaya» y «Panorama de la Sociología Americana» que revelan su versación en la materia.

Como observadores de la realidad nacional, aunque sin sistema, podríamos citar a Manuel Domínguez, al peruano Carlos Rey de Castroqueestudió las clases rurales, al Dr. Rodolfo Ritter, a Alcides Codas Pappaluca, al Dr. Gustavo González, a Natalicio González, autor de un esquema cultural, a Rafael Barrett, pensador socio-literario, asociado a las corrientes de reforma social. Llevado por su temperamento enfermizo y su espíritu revolucionario, en el panorama no vio sino el dolor paraguayo, sin analizar las características del pueblo. Exageró la nota. Fustigó la esclavitud de los yerbales y alentó a las masas obreras para la defensa de sus derechos. Su libro «El dolor paraguayo», es pesimista, carece de aquella aureola mística que Domínguez sabía prestar a la colectividad para explicar la superación de tantas vicisitudes, virtud ausente en el esquemático Báez y en sus discípulos, excesivamente racionalistas, para enjuiciar un pueblo de fondo emocional.

Ignacio A. Pane fue el expositor mejor sistematizado de la sociología. Un erudito, si bien no llegó a formular un sistema explicativo propio. En 1903, actuó como secretario de la Legación en Santiago de Chile, donde se impregnó de las doctrinas de Valentín Letelier. Cultivaba también la filosofía y, con mayor disciplina la psicología, sobre todo las de Ribot y Sergi; escribió versos sin gran vuelo; fue periodista combativo, profesor virtuoso y parlamentario de relevante actuación. Al mismo tiempo ejercía la profesión. Se quemaba por ambas puntas, con abnegación ejemplar. A pesar de algunos ímpetus reformistas, era de un temperamento conservador-tradicionalista. En sociología se apegaba al esquema evolucionista, a pesar de su catolicidad. Pane fue un alto ejemplar del hombre que ha nacido para buscar, propagar y vivir la idea; un paladín de la cultura. Falleció a los 38 años.

Perteneció a la generación sociológica que vivía bajo el imperio de los sistemas generales, de explicación unilineal, buscando las leyes generales aplicables al desenvolvimiento de todos los pueblos. Publicó sus ensayos antes del florecimiento de los estudios etnológicos y antropogeográficos en América y del resurgimiento del historicismo, y de la aparición de sociologías especiales que abrieron nuevos horizontes para una interpretación del medio americano.Esa sociología esquemática del siglo XIX fue superada con las nuevas pesquisas sobre las razas aborígenes, del examen de las culturas precolombinas y las interpretaciones de la sociología americana, comenzando por la compilación de la «Smithsonian Institution» y los estudios de Metraux, Nordenskjöld Schmidl y Roquette Pinto, Arthur Ramos y Gilberto Freyre, en el Brasil; Fernando Ortiz y Roberto Agramonte, en Cuba; E. López de Meza, en Colombia; Imbelloni, en Argentina; Mac Lean y Valcárcel, en Perú; Paredes, en Ecuador; Gamio y José Vasconcelos, en México; Carlos Siso, en Venezuela, etc., que han permitido enfocar la vida americana con criterio más exacto. La sociología americana como aplicación se fue alejando del esquema, al cual todavía pertenecieron Báez y Pane. Es difícil filiar a este tratadista a una escuela; las citas se atropellan en su prosa irregular; las doctrinas son analizadas con vehemencia; desmenuza teorías Y proclama verdades a destajo. No había llegado aún su fértil inteligencia a la visión panorámica, o a las generalizaciones sistemáticas. Era erudito, pero no macizo. En una páginareconoce la importancia del factor económico, cuya influencia poderosa en la vida contemporánea y en los conflictos sociales de nuestros días negó en 1918, en el Parlamento, en un debate memorable. Sus sentimientos Humanitarios hacían de él un obrerista, pero no un socialista. Sus conclusiones coincidían con la fórmula ya vulgarizada de «el medio hace al hombre, pero el hombre rehace al medio», lo cual lo filiaría a la escuela de Vidal de la Blanche.

Sus trabajos más conocidos son la «Sociología», «Ensayos paraguayos», «El método de las ciencias sociales» y «El indio guaraní» inédito este último. Una cosa es que el marxismo, como materialismo dialéctico, no explique la totalidad del fenómeno social, y otra su influencia como fundamento de una tendencia que amenaza la civilización cristiana de Occidente. No por incompleta una doctrina es falsa. Es imposible negar su trascendencia en el mundo contemporáneo como doctrina y como acontecimiento. Es posible que el marxismo no pueda explicar las Cruzadas, pero no se le puede omitir en el proceso social, como una de las interpretaciones más audaces y macizas, aunque unilateral e incompleta, en la lucha por el salario justo que integra la democracia contemporánea y ha desalojado a segundo término ideologías puramente políticas, cambiando la tónica del tiempo. La sociología contemporánea no acepta el determinismo económico, pero tampoco puede desconocer su importancia. En ese lenguaje habla uno de los protagonistas en el diálogo antinómico de Occidente con Oricnte. Sostener que en el Paraguay no hay problemas sociales es dejarse llevar por el criterio décimonónico olvidando que el régimen de producción y la penuria económica constituyen resortes del desenvolvimiento social y del atraso lo mismo que la mediterraneidad, el clima y la desorganización del trabajo.

Pane apareció en una etapa defensiva del espíritu nacional. Se empeñó en vindicar al país en la historia y en su composición social. Defiende al indio, al mestizo, a las figuras históricas. Esa posición respondía a la reacción contra la «mentalidad de vencidos» que nos afectó casi medio siglo, a raíz de la derrota de 1870. Pero esa manera ultranacionalista de encarar la historia, su «egocentrismo» detuvo el desenvolvimiento de la inteligencia paraguaya, amarrándola al pasado yerto, en lugar de consagrarse a los modernos problemas que interesan a su progreso, sin perjuicio de hacer historia objetiva. Perteneció Pane a la escuela nacionalista, cuyo paladín fue Manuel Domínguez, y cuyo teórico literario es J. Natalicio González. Como fuente de información se inspira en Montoya, Techo y principalmente en Bertoni. Pregonaba con énfasis las excelencias de la civilización guaraní, que consideraba «más profunda y más extensa que la incásica», conclusión que es difícil aceptar, dado que los quechuas alcanzaron nivel superior a los guaraníes en conocimientos, en organización, en monumentos. Los incas superaron la etapa horticultora y de caza y pesca de los guaraníes. La cultura guaranítica no puede compararse con la de los aztecas y los mayas. Era de otro género. Hasta hoy no se han podido valorizar científicamente las inscripciones que se afirman existen en algunos cerros o cuevas, para constituir base de juicio, ni se han encontrado pruebas monumentales, que no se explican en pueblos que no han beneficiado los metales ni tenían construcciones en piedra.

Como dice Zamudio y Silva: «pueblos de la selva y del trópico, su cultura es puramente vegetal; ni la piedra, ni el hueso, ni la arcilla, materias primas de muchos de sus instrumentos, tiene el valor de la madera, que en las demás plantas preside y sella su vida».

Pane recapituló las opiniones favorables al país y su clima, a los factores mesológicos; proclamó como conclusión la favoribilidad del medio para servir de habitat a una nación, cuyo desenvolvimiento se encuentra trabado por factores socio-políticos. Tanto se ha repetido que el cielo cobijó a los helenos clásicos y a los griegos de la decadencia y a los turcos en el siglo XVIII y lo que se pone en duda es la capacidad de progreso y la inteligencia política de los paraguayos en pleno 1953, y no su clima ni la riqueza de sus tierras.

El afán de Pane se endereza al reconocimiento de los valores nacionales, actitud que suele degenerar en egocentrismo. Su ciencia, no experimental, sin trabajos de campo ni visita a los museos, era un poco libresca. No era un etnógrafo como Guido Boggiani, ni un historiador como F R. Moreno. Sus estudios se basaban en autores, muchos de los cuales han sido rectificados. Como Bertoni, da a la civilización guaraní una amplitud comprensiva de tribus no guaraníticas, como los aruacas y los caribes. El área guaranítica no era homogénea, sino interrumpida por islas culturales diferentes. Formuló tesis no verificadas, como la noción espiritual del Tupá y la de sacerdotisas guaraníes, similares a las ñustas incásicas, cuando se trataba en el primer caso de una identificación realizada por el misionero católico, y en el segundo, olvidando que las invocaciones y danzas religiosas entre los guaraníes se hacían con prescindencia de las mujeres. Los mitos guaraníes tienen un sentido de naturaleza tropical. Su religión, si es que pasa de mitológica, está dentro de la naturaleza y no accede a la etapa de concepción de seres espirituales, creadores del universo. Hay que hacer un gran esfuerzo para creer que esas tribus montaraces, que desconocían la astronomía, buscaran la explicación de un Dios creador del cosmos, aparte de una vaga noción del Mbaé-Moña, del cual procedían, con los gemelos clásicos, de los simples espíritus malos (Añá), a los cuales había que ahuyentar. Su religión carecía de moral. Las grandes  religiones vienen de Oriente y no está probado que los inmigrantes llegados a América por el estrecho de Bering, o a través de las islas oceánicas, o d la fabulosa Atlántica, trajesen esa religión del Ser Supremo. Los tejidos que menciona Pane encontrados en el Alto Paraguay, fueron posiblemente de procedencia incásica, pues los guaraníes no llegaron a esa perfección de urdimbre y trama, ni a la coloración. Su hilado, más que tejido, era a base del poyby, como se verifica por la hamaca, que era también usada en las Antillas por los tainos. No usaban poncho ni sombrero. Tenían una especie de aguja (yú), hecha de espinas. Algún ajóya (cubierta) para el frío, pero no el poncho.

Su organización familiar respondía a otros principios, que no son los que rigen en la sociedad cristiana.

La familia monógama es una culminación de la sociedad humana; el hombre limita sus impulsos sexuales por ética; el hogar es una creación moral. Hemos mencionado los elementos culturales con que contaban los guaraníes, así como la falta de otros instrumentos de trabajo y de animales auxiliares para alcanzar un mayor desenvolvimiento. No contaban, p. e., con el bisonte o la llama, ni con animales domesticables para la subsistencia. Carecían de instrumentos metálicos; desconocían las construcciones de piedra o de ladrillo. La poligamia no es índice de evolución familiar. Oga no es la casa, hogar, home, lar, sino una habitación colectiva. El autor del «Paraguay eterno» llega a justificar la antropofagia, atribuyéndole motivos religiosos para la transmisión del coraje, y la equipara a la eucaristía cristiana, como si recibir la hostia fuese lo mismo que saciarse con la pierna asada de un enemigo. El sacrificio de los niños nacidos endebles constituía una práctica cruel. El canibalismo no tiene defensa.

Llamamos civilización a la superación de esas prácticas inhumanas, es decir, a la dulcificación de la sensibilidad, a la incorporación de la tolerancia y de la piedad en las relaciones humanas. En ese sentido, el cristianismo, que suprimió en Europa las luchas del circo romano y abolió en América los sacrificios humanos y la antropofagia, unido a los principios liberales, contribuyó a la superación de la esclavitud, a la elevación del status de la mujer, a moderar el poder discrecional del pater familias y a la significación del hombre.

El Dr. Pane, con su exposición analítica y polémica, llegó a desconocer la importancia de los ríos en la civilización y a negar las ventajas de la posición marítima. Cita varias ciudades no fluviales y señala las enfermedades de las costas oceánicas, como obstáculos para el progreso. Sin detenernos a señalar los beneficios del acceso marítimo, ruta de las grandes civilizaciones como la mediterránea, de donde procede nuestra cultura, y la actual civilización atlántica a la cual pertenecemos, podemos aducir que los ríos fueron en América los fiadores de los núcleos indígenas y luego la ruta de la penetración civilizadora.

Los guaraníes se fijaron principalmente en las márgenes de los ríos Paraguay y Paraná, para salir del nomadismo y dedicarse a la agricultura. Otra rama, los tupís, remontando el Paranapanema, se dirigieron haca el Atlántico; los carijós hacia el Guayba, el actual Porto Alegre; otras ramas se fijaron en las riberas del Uruguay, Yacuí, Tacuarí, Tieté, Parahiba, Xingú, Tocanstin, Araguaya, Tapayós, Madeira hasta el Amazonas. Los ríos resultan casi condensadores frente a la dispersión que provoca la selva. En la evolución americana, el Plata es sede de una próspera civilización. El río San Francisco sirvió de camino de penetración al interior brasilero, y el Tieté como ruta de la expansión paulista.

La lucha entre las corrientes conquistadoras española y portuguesa, se sitúa en la zona de influencia de los ríos Paraguay, Paraná y Uruguay; llega a su clímax por la posesión de la Colonia del Sacramento, sobre el Río de la Plata. El interior norteamericano no alcanza prosperidad sino con la conquista de la navegación del Misissipi. La civilización canadiense tiene como espina dorsal el río San Lorenzo. El Amazonas, el Orinoco, fueron ejes de la conquista. El grande río aseguró al Brasil 2/3 de su territorio actual. En el Uruguay el río Negro es un condensador de poblaciones. Con razón algunos pueblos adoraban los ríos o se decían hijos suyos.

En el período de la conquista, la lucha es por la posesión de los ríos, y en el período independiente la pugna por la libre navegación constituye lo que podríamos llamas la urdimbre de la historia, dentro de la influencia geográfica. Por su posesión y dominio se libraron largas guerras. Los ríos sirven de ruta y de límite. Enriquecen y configuran. Para el Paraguay constituyen uno de sus pulmones. Los valles fluviales fueron el asiento de las grandes civilizaciones antiguas, como el Ganges para los hindúes. El Éufrates y el Tigris para los caldeoasirios, el Nilo para los egipcios. El Rin y el Danubio son fiadores en la Europa Central, como lo fueron el Po, el Sena y el Ródano. La biografía del río Paraguay podría constituir un capítulo de la historia patria. El Paraná, en cuyas cabeceras vivían muchas tribus guaraníes en el período anterior a la aparición del europeo, es la arteria de una zona de imprevisible futuro, por su clima y riqueza. Ha sido llamado el Danubio de América. El río Magdalena es la espina dorsal de la parte más próspera de Colombia, desde el período colonial.

Estaría de más recordar las ventajas de la costa marítima para el desarrollo de los pueblos. Basta evocar el Mediterráneo, manantial de la civilización occidental, que se prolonga en el Atlántico, y hoy se proyecta al Pacífico, en el proceso de universalización que rige la historia.

Una de las desventajas del Paraguay es su posición geográfica, su lejanía del mar. Podría señalarse como ejemplo las diferencias evolutivas entre el Paraguay y el Uruguay, ambos de fundación española, por ser marítimo el segundo, más accesible al comercio y a la inmigración europea, y fluvial y mediterráneo el otro, lo que le da distinto carácter, más introverso, aparte de la diversa composición social, principalmente europeo en el uno, mestizo en el otro.

Pane llegó a negar las ventajas de la extensión territorial, cuando el área condiciona las posibilidades de un pueblo. Repite con énfasis la opinión de Letourneau de que el porvenir es de las pequeñas repúblicas, en esta época en que priman las grandes vanidades económicas, las confederaciones y los imperios, monárquicos o republicanos. La pequeña república es la Hélade, es el Renacimiento. El siglo XIX fue el de las nacionalidades; el nuestro tiende a la primacía de las grandes configuraciones. Tal fue el pensamiento bolivariano para la América hispana. La premisa llevó a Pane afirmar que Chile con 700.000 kms. cuadrados era mejor organizado, política y socialmente, que el Brasil, con 8.500.000, y así llegó a sostener que el Paraguay se engrandeció y consolidó al perder territorios, desde las mutilaciones de 1617 hasta las de 1872 y 1876. La verdad es que la pérdida de las Misiones de la ribera izquierda del Paraná le significó privarse de un corredor de comunicación internacional; la pérdida del Chaco Central y la altiplanicie del Guairá le privaron de bases económicas y le sometieron, aún más, al determinismo geográfico platense.

A propósito de la importancia del área nacional, Francisco Ayala sintetiza la opinión de Oppenheimer: «Cuanto más numerosa sea la sociedad y cuanto más territorio abarque y domine como Estado, dispondrá de mayores cantidades de «energía libre», y ésta es la condición de todo progreso de la cultura y civilización.

«Cuanto más grande es la sociedad, cuanto más numerosos, son los grupos incluidos en ella, y por consiguiente los contactos, colisiones y conflictos de los individuos, tantos más estímulos llega a estos; cuanto más energía libre existe, tanto más fácil es el juego de la voluntad y del intelecto, cuando menos para las personalidades directivas, en el análisis de todo el mundo exterior, psíquico y social. Pequeños grupos aislados tienen que estancarse; las corrientes creadoras no se producen en el «vaso de agua», sino en el océano de los grandes grupos totales».

El pueblo expansivo de otro tiempo, heredero en parte de los guaraníes, también expansivos, se retrajo. La Provincia Gigante de las Indias se redujo en área, en un proceso de desmembramiento que necesariamente debió influir en su psique y en sus posibilidades. En ese sentido la Guerra del Chaco puede ser llamada la rectificadora de su historia, por haber detenido ese cercamiento.

Ni por su evolución mental, ni por la calidad de sus armas, el indio podía detener la expansión europea. Logró impregnarla pero el cuño de la transculturación, fue de procedencia española. Las fiestas de la Cruz (3 de mayo), no son supervivencias indígenas, sino cristianas. Así ocurre en otras dimensiones de la cultura. La india supervivió en su hijo mestizo, y, según Gilberto Freyre, ha influido más que el varón en la formación social del Nuevo Mundo. Fue la obrera biológica y económica de los días iniciales, con su remota rama ya casi diluida en sangre, europeizada. Pero hoy apenas se tiene noticias de alguna tatarabuela india.

Fulgencio R. Moreno es el escritor que ha estudiado con mayor espíritu comprensivo el proceso familiar del comportamiento del mestizo y el desenvolvimiento colonial hasta la Independencia, tomando en cuenta diversos factores y en especialidad los socio-ecológicos y los económicos. Su libro, «La Ciudad de la Asunción», es un jalón de la sociología regional; sus investigaciones sobre la expansión guaranítica son dignas de crédito. Estudió la habitación y la chacra, así como la subsistencia económica. Quizá pueda hacérsele el reparo de haber atribuido la primacía al factor económico en el proceso de la Independencia, de carácter más complejo. El 14 de mayo respondió a un movimiento sincrónico americano. En el Paraguay la lucha por alcanzarlo duró más en relación a la capital del virreinato que con la antigua metrópoli, cuyo poder fue batido en una noche por el pujante brazo del capitán Pedro Juan Cavallero. Las trabas comerciales que sufría la provincia procedían del régimen fiscal español, de sistema mercantilista, así como el estanco y el puerto preciso de Santa Fe. No eran creaciones virreinales. La provincia había llegado a constituirse, en tres siglos, las bases de una nación; lo económico fue factor concomitante, pero no exclusivo. Esa provincia alimentaba aspiraciones autonómicas. La clase criolla aspiraba a gobernar por el impulso de las generaciones, por la natural ambición. Era un deber ser, un «werden», que se proyectaba al futuro. Su independencia fue una temprana madurez y no un mero sacudimiento de gabelas.

Respondía al genius loci de los antiguos, al espíritu nacional, al poder absorbente del suelo, según Baldus, a cuya formación contribuyeron numerosos factores de orden natural, social e histórico, desde el paisaje mediterráneo hasta el mestizaje, el idioma guaraní y la preterición de los criollos frente al peninsular.

No es necesario advertir que en este ensayo no se trata del examen de escuelas o doctrinas sociológicas, sino de la interpretación de los fenómenos sociales paraguayos. Se trata del enfoque de la realidad nacional por escritores conspicuos y no de exégesis de sistemas. En este sentido, tres obras de palpitante actualidad son «El Paraguay, la Provincia Gigante de las Indias. Análisis espectral de un pequeño país mediterráneo», del doctor Justo Prieto; «El Paraguay, prisionero Geo-político», del Tte. Cnel. Luis J. González, y «Orígenes de la Nación Paraguaya», del doctor Efraím Cardozo. Estamos lejos de los esquemas basados en modelos extranjeros y de criterio puramente político pesimista como «Arado, Pluma y Espada», de G. Cardús Huerta. En los tres libros primeramente mencionados transitamos entre cosas paraguayas, nos codearnos con paraguayos estudiosos; confrontamos problemas locales.

El libro del doctor Prieto tiene un basamento científico. Su cultura es moderna; sus fuentes son copiosas, aunque no abundantes en lo nacional. El andamiaje es seguro. Revela su fidelidad a la doctrina que ha abrazado desde su juventud; no ha podido desprenderse del positivismo, del evolucionismo, que había expuesto con claridad en su primer libro de sociología. Estudia el medio, la raza, las influencias recíprocas, la mestización, el proceso histórico y el desenvolvimiento político con elevado criterio, aunque su aplicación se resiente a veces de un punto de vista excesivamente liberal, llevando casi al dogmatismo. Ha concedido poco valor a lo que se llama la sociología de la cultura; su examen ecológico es deficiente y ha dejado de apreciar elementos culturales de alcance sociológico como la habitación, el vestido, el alimento, las diversiones populares, etc. Es claro que estas omisiones no amenguan la solidez de la fábrica. El criterio político le induce a dar a la historia nacional un sentido unilateral de lucha por la libertad política, cuando existen otros motivos que no dicen relación con ella y sin embargo integran los factores de una nacionalidad en formación. Muchos pueblos han demostrado heroísmo en la defensa de su independencia nacional, pero poco celo por las libertades democráticas. Sin ánimo de desconocer el valor de esta obra, que es un punto de referencia en trabajos de esta índole, se podrían anotar otras pequeñas deficiencias, como la negación o la duda de la antropofagia de los guaraníes, comprobada por muchos documentos; el error en la fijación de las nacientes del río Paraguay, que no están en la laguna de los Xarayes; la imputación de la tiranía, oligarquía, etc., a Hernandarias, cifra y compendio del criollo paraguayo, así como cargarle como débito histórico el aislamiento del Paraguay. El gobernador criollo no podía pensar que la Provincia llegaría a. ser, tres siglos después una república independiente; era dominio de la misma corona, que se dividía administrativamente y no en vista a futuras repúblicas.

Efraím Cardozo ha probado que la propuesta de Hernandarias fue deturpada: el fundador de la ganadería en el Río de la Plata, propuso la creación de un gobierno para el Guairá, zona a la cual daba mucha importancia como camino por tierra al puerto atlántico de San Francisco. El Dr. Prieto proclama con justicia los méritos de Irala, el fundador. Su criterio estrictamente político le induce a una falsa interpretación del proceso de la Independencia, del cual quiere excluir al Dr. Francia, Cuyo papel fue reconocido por un testigo de la alcurnia de Mariano Antonio Molas. Todos los movimientos de la emancipación americana comenzaron proclamando la fidelidad a Fernando VII. En cuanto al criterio federativo enunciado por el Dr. Francia en la nota del 20 de julio, fue un paso político dado también por Artigas. No puede constituir delito histórico. Finalmente, antes de proseguir con el comentario de la obra del Dr. Prieto, hemos de señalar omisión de figuras representativas de la nacionalidad, como Bernardino Caballero y José Félix Estigarribia, que no pueden faltar, aunque se sea adverso, en el diagrama sociopolítico. Postula la neutralidad perpetua, lo cual constituye una fórmula internacional superada, como la enfiteusis en el derecho civil. El Paraguay dejaría de ser un protagonista de la historia. El libro del Dr. Prieto se caracteriza por la firmeza de sus puntos de apoyo, por la modernidad de sus tendencias, por su información científica y por el valor de la ernisión de los juicios. Si alguna observación se le pudiera hacer, es el sesgo político que da a sus aplicaciones al medio, con olvido de otros factores de la misma o mayor importancia. Sus conocimientos teóricos son amplios, pero al enjuiciar la realidad paraguaya se deja conducir principalmente por el criterio liberal-individualista del siglo XIX. Si Pane es conservador, Prieto resulta un liberal de derecha, menos comprensivo que el Dr. Báez. No ve en la formación paraguaya sino el proceso político, que llama «la lucha por la libertad». Pero existen aspectos profundos de la sociedad que no pertenecen a la política, como la mestización, la religión, la economía, la cultura, sobre todo en un pueblo de mucho fondo emocional y tradicionalista. El período colonial tiene algo de medievo-feudal por el régimen de la propiedad, la encomienda y la oligarquía blanca peninsular. El primer medio siglo de la independencia es una etapa de formación y de estructuración. De este período un poco oscuro surgen con estilo definido la nación y el paraguayo. No es posible enjuiciarlo con el esquema liberal inglés. Además, la dictadura no fue un fenómeno privativo del país: en ese mismo estadio todos los países hispanoamericanos sufrieron los males del despotismo o de la anarquía, con una ventaja para el Paraguay, como es la de haber gozado de 50 años de paz, mientras sus vecinos se dilaceraban en la guerra civil. Es claro que para un liberal individualista del siglo XIX, el orden es una simple condición y no el otro término de la ecuación del gobierno libre. Bolívar sería para ese criterio un reaccionario, por su amor al orden, como se verifica en sus discursos y en la Constitución de Bolivia. El proceso social, el económico y, aun el cultural no corren paralelos al democrático. Tanto es así que Hispanoamérica en 1954, sigue debatiéndose en lucha con los caudillos castrenses, o sujeta al arbitrio de los dictadores constructivos en lo material pero deformadores del carácter de los pueblos de su libre expansión espiritual.

La sociología paraguaya tiene algunas vagas características, pero debe ser ubicada en el cuadro general hispanoamericano: difiere de la de los países marítimos que recibieron una fuerte aportación africana y difiere también de los centros de dominio absoluto de una clase blanca oligárquica; así como del esquema político del uruguayo. El ethos paraguayo no es sólo una lucha por la libertad política sino por la autonomía, por la formación y el reconocimiento de una nación. Un autócrata puede ser en este período el intérprete de aspiraciones colectivas desde el punto de vista sociológico. Así lo reconoció D'Orbigny al referirse al Dr. Francia y su contribución a la formación del espíritu nacional. La misma tesis de neutralidad perpetua se postula en el libro de Luis J. González, corno una especie de aislamiento salvacionista. El país no es un prisionero geopolítico, sino mediterráneo y su política económica e internacional debe realizarse en función de su mediterraneidad. Los tratados de ámbito mundial y americano excluyen la posición de neutral; estipulan compromisos de asistencia recíproca, de ayuda mutua, que repugna a ese aislamiento. Es evidente que la posición geográfica del Paraguay ha influido en su historia tanto en el período colonial, en que le redujo a la estrechez económica, como en el período de la Independencia, en que lo obligó a aislarse, y mas aún como factor en la Guerra de la Triple Alianza, en que intentó intervenir en los negocios del Río de la Plata, de cuyo sistema forma parte. Por eso la libre navegación de los ríos es consubstancial con su independencia. En la era contemporánea le dificulta el acceso a los mercados, aunque no constituye un obstáculo insuperable, sobre todo con los medios modernos de comunicación. La geografía no es fatalidad, sino una condición; es el paraguayo el que debe hacer su historia. Y sus luchas no han sido en los tres primeros siglos meramente por adquirir la libertad política interna sino por fundar una nación. Es por ello que su historia reconoce etapas, períodos, estadios, que exigen interpretación de acuerdo con las coordenadas históricas: y tanto como aquélla tiene importancia para el sociólogo la cultura, la economía, la organización social, etc. El ethos paraguayo no es solamente político; es de una humanidad de carne, hueso y espíritu. Su proceso de formación require un criterio integral: sus fallas no han de ser imputadas exclusivamente a sus gobernantes, pero tampoco éstos han de recibir todas las honras. Es una obra colectiva, que rebasa el esfuerzo individual, aunque él se llame Irala. Lo mejor de nuestro pueblo es el pueblo mismo. Y cuando se defiende, se defiende como nación en armas, como ocurrió en la Guerra del Chaco.

Además, lo histórico no abarca todo lo sociológico, por lo cual no se puede interpretar al Paraguay con mero criterio historiográfico, ni político. Tanto como las instituciones de derecho público, tienen que interesarnos las costumbres, el fermentarlo, el paraguayo como hombre.

Lo que se anota en el período formativo es aún más nítido en el contemporáneo; ya no se lucha exclusivamente por los derechos individuales políticos, sino por un complejo de derechos; por la elevación de las condiciones de vida y no sólo por el mejoramiento del salario; por garantías sociales, por la educación y la salud; ya no se habla con énfasis de los derechos del hombre, sino de la concreción de los derechos del niño, de la mujer, del obrero, de la juventud y de la ancianidad. El estatuto personal ya no rige, pues los contratos son colectivos, o padronizados, en homenaje al orden social.

Este sentido de socialización, no precisamente socialista, es lo que no quieren comprender los acólitos del liberalismo décimonónico, que creyó hacer la felicidad del hombre eliminando obstáculos económicos para el libre  comercio, cuando en realidad arribó a la injusticia del contrato entre desiguales y a una hipertrofia del individualismo, en lugar de buscar el acuerdo entre derechos y deberes sociales, entre el débil y el fuerte, y pensó que la democracia se reduce al sufragio, cuando su libre desenvolvimiento supone cierta independencia económica en el individuo, con basamento educativo y cultural. El analfabetismo y la miseria no son propicios para el régimen del gobierno libre. La democracia suiza no reposa exclusivamente en posibilidades políticas, sino en una población apta para vivirla y ejercerla. Pero lo importante es resaltar la dificultad de hacer sociología paraguaya sin contemplar el sustrato mestizó, los factores emocionales y el residuo de tradiciones. En ese sentido, sin olvidar en ningún momento de estudiar al pueblo en sí, no se puede enjuiciar su historia prescindiendo de algunos conductores como Solano López, Bernardino Caballero y José Félix Estigarribia, aunque sin atribuirles el papel de guías salvadores que el Dr. Prieto atribuye exclusivamente al Dr. Eusebio Ayala.

La sociología de Prieto, más moderna que la de Pane, peca de esquemática; no se habla en ella de usos y costumbres, de fiestas y diversiones, de la organización económica, del fondo tradicionalista y religioso, de lo que podríamos llamar los ingredientes de la paraguayidad. En el sentido objetivomás criterio ecológico revelan Moreno y Cardozo, éste en «Los orígenes de la nacionalidad», aunque no en su interpretación providencialista de la historia nacional. Pero eso no obsta para reconocer en la obra del Dr. Prieto una aportación científica, que incita a la reflexión, a la polémica y al amor a la libertad, como ideal insustituible en la sociedad. La construcción sociológica de Prieto es firme y basada en las conclusiones generales de esa disciplina de nuestra época, pero peca a veces del «sentido imperialista» ultra comprensivo de la ciencia fundada por Comte, en lugar de concretarse a definir y a estudiar el fenómeno social, en su esencia y contenido, sin invadir las fronteras de la etnología, de la economía, de la psicología y de la historia, que son también autónomas. Su criterio está fuertemente impregnado de positivismo y evolucionismo unilineal, en lugar de las discriminaciones de las diversas culturas que hoy se ha impuesto. Así ha querido aplicar al Paraguay el esquema biológico, de infancia, adolescencia, juventud y madurez cuando la sociología no es una ciencia natural. La comparación resulta forzada, en lugar de haber buscado las constantes de su desarrollo, los fenómenos trascendentes y de enjuiciar a los personajes dentro del cuadro histórico. Es justo reconocer que Prieto tiene el valor de sus ideas, que éstas son por lo general modernas y progresistas, pero también que se apasiona por ellas como si fueran principios inconclusos. Le falta a su mente bien nutrida alguna flexibilidad más comprensiva. Por eso es más sociólogo de cátedra que un observador de la realidad paraguaya.

 

(I)      KARL VON DEN STEIN Entre los aborigenes do Brasil Central. S. Pablo, 1940, págs. 196 y 197 - AGRAMONTE, Sociología, 1946.

(2) GASTÃO CRULS, Amazonia.

(3)     METRAUX, Op cit., pág. 99.-P. ZEPPY NORDENSKJÖLD.

(4)     LUIS J. GONZÁLEZ, El Paraguay prisionero geo-político. Buenos Aires, 1948. -JUSTO PRIETO, El Paraguay. La provincia gigante de Indias. Buenos Aires, 1953.

 

Fuente: FORMACIÓN SOCIAL DEL PUEBLO PARAGUAYO. Por JUSTO PASTOR BENÍTEZ © Herederos de Justo Pastor Benítez. Editorial EL LECTOR. Colección Ciencias Sociales, 5. Tapa: Luis Alberto Boh. Asunción – Paraguay 1996 (220 páginas)

 


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