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GLADYS DÁVALOS

  CENIZAS Y SOMBRAS - Autora: GLADYS DÁVALOS G. - Año 2018


CENIZAS Y SOMBRAS - Autora: GLADYS DÁVALOS G. - Año 2018

CENIZAS Y SOMBRAS


Autora: GLADYS DÁVALOS G.


ISBN: 978-99967-48-92-9

Páginas: 166

Tamaño: 13,5 x 19,5 cm

Año: 2018

 

Presentación

La obra Cenizas y sombras de Gladys Dávalos constituye un aporte valioso para pensar, desde el rodeo de la ficción literaria, una de las épocas más trágicas de la historia del Paraguay: la correspondiente a la dictadura del general Alfredo Stroessner, especialmente en las fases extremas de un modelo represivo que se extendió a lo largo de los casi 35 años que duró su fatídico gobierno (entre 1954 y 1989).

Toda obra supone múltiples abordajes; me interesa encarar ésta a partir de lo que considero uno de sus contenidos decisivos: la memoria. La memoria, no comprendida en sentido sustantivo, como un repertorio fijo de recuerdos, sino como un locus disponible para diversos procesos de construcción, básicamente sociales. La autora busca recobrar momentos de la memoria desde el esfuerzo, doloroso, de los recuerdos. Es decir, desde un trabajo que implica convocar al presente hechos ya ocurridos pero no clausurados; esta apertura de su acontecer promueve que esos hechos sufran inevitables distorsiones, que no cambian su verdad, sino que la complejizan. Tales cambios resultan básicamente de cuatro situaciones, coincidentes en este libro. En primer lugar, los eventos emplazados por el recuerdo se encuentran vinculados con las zonas más íntimas y oscuras de la subjetividad (perturbada por su propio núcleo traumático). En segundo, son elaborados desde lugares y experiencias distintas. Por otra parte, se encuentran planteados en clave de literatura, cuyos desvíos deforman lo sucedido para intensificar sus sentidos. Por último, los sucesos relatados sufren transformaciones porque al ser traídos al presente, a otro tiempo, son revisados con la carga de la historia transcurrida y desde el enfoque de la actualidad.

Recordar es recortar: es desprender un momento del flujo enrevesado de la remembranza para poder elaborarlo mejor. Y la memoria traumática precisa especialmente un trabajo arduo de elaboración que incluye complicados dispositivos de duelo y operaciones restauradoras. La novela de Gladys Dávalos se ocupa de este trabajo; describe los hechos como antecedentes inevitables ‒demasiado brutales como para ser obviados‒ pero se detiene en las consecuencias que provoca el trauma y en la posibilidad de que éste sea procesado, simbólica e imaginariamente, para que la persona que lo padeció pueda reponerse como sujeto y recuperar el camino del sentido. Por eso, la novela aspira a cumplir un objetivo constructivo, aleccionador: espera que el registro de la desgracia sirva de ejemplo y estímulo para evitar su reincidencia. Esta historia no debe volver a ocurrir; y para evitarla debemos asumir el compromiso de conocer mejor sus causas, su desarrollo y sus consecuencias.

Procedimientos

La novela plantea la concurrencia de voces distintas (y la trama de una dimensión colectiva) a través de dos expedientes. Por una parte, se desenvuelve en un Hogar de Reposo de hombres de la tercera edad que han decidido pasar juntos sus últimos años; todos ellos han padecido la represión en distintos momentos y grados; todos deben subsanar las cicatrices o aun las heridas abiertas que han dejado los tormentos de la dictadura. Cada quien cuenta los hechos padecidos; las secuelas físicas, anímicas y existenciales que dejaron estos pesares y la forma particular de asumir el trauma: el intento de recuperar la dignidad y el sentido, de reinventar las ganas de seguir viviendo. Las historias se trenzan, coinciden en sus puntos más ominosos, conforman un tejido discursivo denso y diverso, demasiado apretado por momentos, entreabierto a súbitas luminosidades que marcan el lugar esquivo de la esperanza.

Por otra parte, la polifonía de esta obra se levanta a partir de un recurso poco común en la literatura: la escritora ha invitado a colegas suyas (Maribel Barreto, María Irma Betzel y Dirma Pardo de Carugati) a participar de este ejercicio de la memoria doliente, necesario para aventar fantasmas y avistar horizontes nuevos. Así, otras escritoras se suman a esta novela con capítulos independientes pero no autónomos, vinculados a través del tema y de las afinidades secretas que establece el común rechazo de las violaciones de los derechos humanos. Y, así, las posiciones de enunciación son distintas, tanto como son diferentes los hechos narrados, sus consecuencias y las posibilidades de reinscribirlos en proyectos de reafirmación subjetiva. Pero estas notas agudas o demasiado graves resuenan sobre el trasfondo de una misma situación límite.


Tiempo ético

La situación límite en la que convergen, o de la que parten, las distintas narraciones puede ser situada en un punto extremo: la tortura, tomada en su sentido más amplio. Una acepción que implica los tormentos físicos, psicológicos y existenciales a los que fueron sometidas las víctimas de la dictadura y que no se reducen a los padecimientos atroces de la carne, sino a un sistema articulado de terror y vejamen construido como estrategia represiva. El estar-presa-de-terror no significa solo padecer suplicio y espanto, sino vivir sin tiempo una cotidianidad constreñida por condiciones inhumanas, contiguas siempre al extravío y la muerte.

Aquel punto extremo define una dimensión ética donde se juegan los alcances de la condición humana. ¿Hasta dónde puede la persona resistir el intento de su conversión en cosa? ¿Hasta cuándo puede autorreconocerse el sujeto sometido a vejaciones desmedidas e insoportables dolores? ¿Puede sostenerse en el infierno la dignidad de una persona? Los tormentos socavan los principios de la propia identidad y comprometen el porvenir entero de quien los ha padecido tanto como marcan su entorno personal y social. La tortura significa “el dolor más fuerte que puede experimentar un ser humano”, según la autora del libro; lesiona de modo tal la memoria que sus sombras “permanecen siempre”. El libro se interroga acerca de cómo puede uno recuperar el tekoporã, el buen vivir, en términos guaraníes, después de haber sido perturbado en su médula por esa fractura aparentemente irreparable. Ese intento configura el desafío ético fundamental de quien intenta zafarse del puro lugar de la víctima; es decir de quien busca recuperar un rumbo plausible sin olvidar el fondo aterrador de su propia recuperación (de su rescate como persona que aspira a la cabalidad de un proyecto nuevo).

Pero detrás de aquel fondo aterrador hay otro que lo vuelve aun más siniestro. Los relatos de Gladys trabajan un lenguaje transparente y parten de situaciones calmas, escenas gratas que acentúan por contraste el horror que llegará después. El mundo de quien es arrancado de su hogar o su trabajo un día inesperado; ese mundo, idílico por momentos, se hace pedazos y ya no puede ser recuperado en su integridad. En el mejor de los casos, se logrará levantar un espacio nuevo, pero éste se encontrará siempre desplazado, hendido, marcado por las cenizas y las sombras de lo ominoso que asedia no solo en el modo del recuerdo obstinado, sino a través de presencias reales/espectrales: de pronto aparecen ex verdugos manchados por sus propias sombras, víctimas de los tormentos que ellos mismos infligieran. Ellos retornan como monstruos de la memoria involuntaria; aparecen para forzar el proceso del duelo y desafiar a quienes lo emprenden de modo penoso, desesperado tantas veces.

Del límite de las ficciones

Hasta ahora me he referido a esta obra como “novela”, quizá porque así la califica la autora. En verdad, una de las particularidades más destacadas de este escrito es su capacidad de moverse entre géneros distintos: la ficción literaria sí, pero también la crónica periodística, el registro documental, el cuento, la denuncia, el caso aleccionador, el testimonio, la narración libre y su apertura al diálogo con otras autoras.

Por una parte, la continuidad de determinadas figuras fuertes a lo largo de todo el texto otorga a éste un carácter secuencial, propiamente novelístico: la presencia de la protagonista (que más que como tal actúa como recopiladora de otros protagonismos) y la persistencia de la escena fundacional (el antro del suplicio), pero también la permanencia del espacio del Hogar de Reposo, así como la de los narradores de historias que reaparecen en distintos relatos. Este carácter continuo unifica el cuerpo del relato y lo dota de una discursividad que podría bien ser calificada como la de una novela (aunque la especificación del género literario no resulta necesaria).

Por otra parte, en esta obra, la ficción literaria se encuentra rondada por la referencia de situaciones ocurridas efectivamente. La realidad presiona el relato y, como sus hechos son tan crudos y potentes, este apremio permea el tabique de la escritura y permite que tales hechos irrumpan en el círculo de lo puramente representado contaminándolo con la oscuridad que ronda afuera. Esta situación crea una zona indecidible, otro momento importante de la obra: la fuerza de lo real impide la plena autonomía de la escena de la ficción, donde se cuelan personajes existentes, como Gladys Meilinger de Sannemann y Ananías Maidana. Las situaciones descritas son tan verídicas, tan ajustadas en sus descripciones, que cualquiera que haya pasado por Investigaciones, Emboscada u otro aciago lugar de reclusión mencionado, advierte un minucioso realismo en las referencias objetivas de los lugares, el comportamiento de los represores y, en general, la atmósfera de la reclusión represiva.

Por último, vinculada con esas situaciones, la obra también adquiere unidad por el hecho de que la propia autora activa la compulsión a la repetición, necesaria para la elaboración del trauma. No solo los personajes avanzan a cierta “cura” hablando de sus experiencias y compartiéndolas, sino que la propia autora (o las mismas autoras) recalcan este expediente reiterando, casi ritualmente, la descripción de los brutales núcleos traumáticos. Ante la imposibilidad de dar cuenta total de una experiencia desmesurada que no cabe en el lenguaje, éste insiste en bordear los límites de la narración esperando que se produzcan chispas, cortocircuitos en el orden simbólico, capaces de horadar por un instante la compacta oscuridad de lo innombrable. En ese punto se entreabre una breve y estrecha salida que debe ser de inmediato aprovechada.

Ticio Escobar

Noviembre 2017


 

 

Cenizas y sombras

Las cenizas suplen la anulación del ser humano; personas asesinadas, desaparecidas, otras, recogidas por sus familiares, purificadas o consumidas por el fuego atroz. Las sombras dejan vislumbrar los traumas de quienes fueron traspasados por el miedo y la impotencia. Cenizas y sombras engloba a los torturados que han quedado envueltos en un inconmensurable padecimiento, inermes ante el terror estampado por el poder omnímodo.

Las palabras que conforman esta novela, plasmaron los relatos de las distintas situaciones por las que atravesaron los personajes, durante el período de una prolongada dictadura en Paraguay. Las historias están latentes en la mayoría de los habitantes, sobre todo en las memorias de los afectados.

Algunos de ellos, con actitud doliente, relataron sus experiencias. En cada individuo que fue privado de su libertad, están presentes innumerables recuerdos, con la esencia que caracteriza a este tipo de conmociones por la profundidad con  que  hicieron mella y se volvieron traumáticos por la saña con que se perpetraron.

En estos relatos podrán leer distintos hechos, unos más fuertes que otros. La primera historia trata sobre la persecución de cierto grupo a Heriberto y a su familia, el recuerdo de los gritos desaforados y maltratos físicos que él jamás pudo olvidar; el impacto que sintió al enterarse de las muertes de su padre y de su hermano; también, de la desaparición de su madre. Sus evocaciones fueron más fuertes que sus ganas de seguir viviendo.

En el segundo capítulo, se leen las rememoraciones de Néstor, aún latentes a causa de que su brazo inerte y las cicatrices de  quemaduras en sus rodillas, entre otras cosas, le transportan a los episodios vividos durante aquellos días tenebrosos.

 Tanto Angelina como Zoraida y sus hijos, sufrieron los embates de esa época. Esto nos revela el capítulo tercero. La valiente decisión de ambas mujeres de viajar a otro país, fue lo que hizo que permanecieran con Lorenzo y Santiago, luchando contra los sucesos que nublaban sus mentes.

En la cuarta historia se destaca el remordimiento en la vida de Carmelo, quien realizó trabajos con el propósito de delatar a quienes vigilaba, la angustia estaba grabada en su ser, pues ciertas imágenes y hechos le perseguían; entre ellas el daño que le causó a Jacinto.

Jacinto, un renombrado futbolista, envuelto en un estado de gran tensión llegó a relatarnos lo que consiguió recordar en ese instante. A través de sus palabras sentimos esa intensa rabia e impotencia experimentada ante el trato que los policías tuvieron con su madre.

Carmelo vivió en prisión horas de infortunio, también al perder a su familia; fue  él quien delató a Jacinto, y el peso de su angustia lo aplastaba. A pesar de sus dudas y temores, logró exponer su asombrosa experiencia.

Orlando también tuvo su historia. El invitó a su hermana Josefa a compartir con nosotros los sucesos que le tocó vivir en tan cruel periodo de gobierno. Ella expresó en  corto tiempo, la impiedad de sus días en el encierro. Como no quiso seguir relatando su experiencia, nos obsequió la lectura de tres cuentos de distintas escritoras. Orlando decidió no expresar su  historia. Comprendimos el dolor, que aún los embarga.

Florencia, sobrina de un huésped del Hogar, en el sexto suceso, nos relata que la apresaron sin motivo. Su padre fue exiliado político por ayudar a los campesinos. Luego de lo sucedido, ella quedó con mucho sufrimiento y en esas circunstancias fue detenida; vivió en la prisión sofocada por la humillación de la que fue objeto y añorando a su familia. También su marido estuvo encerrado; lo vivido y los recuerdos escabrosos hicieron que caiga en una depresión profunda. No consiguió asumir la realidad.

La siguiente historia, plasmada en el capítulo séptimo señala que Roberto había culminado los seis años de la carrera de medicina. Durante mucho tiempo fue prisionero político, recibió todo tipo de torturas, las que jamás se imaginó. Sufrió lo indecible cuando le comunicaron que su madre había fallecido y en ese estado de intenso dolor en el que se encontraba fue torturado varios días, sin reparos. Al cuarto día vio a su madre en el patio, de pie, entre un grupo de mujeres y experimentó un odio infinito hacia los torturadores. Finalmente logró reunir las condiciones para ir mejorando y lo ha logrado, a pesar de que a veces le invadía el pesimismo.

En el penúltimo episodio, Evaristo, quien convivió mucho tiempo con su primo Genaro y sus amigos Ramón y Eugenio; comenta sus vivencias, afirmando que los recuerdos le siguen atormentando, tales, como su sueño de llegar a ser un destacado profesional, las injusticias con las que le envolvieron o el dolor  que sentía al recordar que su vecino era el que más le sometía a castigos físicos y sicológicos. Lamentaba que muchas cosas quedaron truncadas, pues no tenía posibilidades de cambiar su destino. Él vivió, como otros, días de angustias en la pesadumbre de sus días, especialmente, durante el tiempo que nada recordaba de su vida anterior, ni siquiera a sus padres.

Magda llegó a tener a su hijo, viviendo en el calvario de una prisión. Esto nos comenta ella en el capítulo final. Cuanta fortaleza la de esta mujer que fue apresada con su esposo; a ella la retuvieron durante ocho meses y diecinueve días. Su marido estuvo dos años en prisión y además, algunos miembros de su familia fueron retenidos. Ella también nos relató muchas de las barbaries que llevaban a cabo los torturadores.

Con las revelaciones de estos personajes, víctimas de un sistema perverso, concluyo que sus testimonios no deberían perderse en los recuerdos ni quedar engarzados en los pensamientos. Cabe grabarlos en la historia de nuestro país, para que los jóvenes lleguen a asumir esta realidad y que puedan reaccionar ante este tipo de situaciones, de modo que jamás vuelvan a presentarse casos similares en el Paraguay.

Gladys Dávalos G.

 

 


Contratapa

La obra Cenizas y sombras de Gladys Dávalos constituye un aporte valioso para pensar, desde el rodeo de la ficción literaria, una de las épocas más trágicas de la historia del Paraguay: la correspondiente a la dictadura del general Alfredo Stroessner, especialmente en las fases extremas de un modelo represivo que se extendió a lo largo de los casi 35 años que duró su fatídico gobierno (entre 1954 y 1989). (...)

Recordar es recortar: es desprender un momento del flujo enrevesado de la remembranza para poder elaborarlo mejor. Y la memoria traumática precisa especialmente un trabajo arduo de elaboración que incluye complicados dispositivos de duelo y operaciones restauradoras. La novela de Gladys Dávalos se ocupa de este trabajo; describe los hechos como antecedentes inevitables ‒demasiado brutales como para ser obviados‒ pero se detiene en las consecuencias que provoca el trauma y en la posibilidad de que éste sea procesado, simbólica e imaginariamente, para que la persona que lo padeció pueda reponerse como sujeto y recuperar el camino del sentido. Por eso, la novela aspira a cumplir un objetivo constructivo, aleccionador: espera que el registro de la desgracia sirva de ejemplo y estímulo para evitar su reincidencia. Esta historia no debe volver a ocurrir; y para evitarla debemos asumir el compromiso de conocer mejor sus causas, su desarrollo y sus consecuencias.

Fragmento, Presentación de Ticio Escobar

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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