LA LUZ DESDE LA PIEDRA
Poesía de RAÚL AMARAL
(XII: Rafael Barrett)
Ayer crecían pájaros
en su barba
y de vez en cuando
la noche.
Ha caminado mucho entre los árboles,
los trenes
y los puestos de flores artificiales
que perfuman el olvidado
cielo de Arcachon.
¡Hace tantos años
que es tan solo
un eco mineral,
una sombra
proyectándose sobre ese mar
insomne, frío, eterno,
comienzo de la espuma que en el lago
rescata
el oscuro pecho del trópico!
Las mariposas
vuelan de sus ojos
con su angustia viviente
y se asoma por ellas
un mensaje de ansiosa primavera
más allá de los pinares
que en edades cautivas, sin asombro,
inspiran
el desanclado viaje del viento,
la espiral que nutre el ala,
el fragor del insecto,
la desesperada siembra
del prójimo.
Alguien llegó esa tarde
ardida de lapachos,
lenta, rural, definitiva,
como quien vuelve
de una efusión de pandorgas,
vértigo de raíces,
mientras ciñe su voz
el humo antiguo
y sus ojos melancólicos
regresan a destrenzar el horizonte.
(Aquí, en Areguá,
el tiempo
anuncia su apocalipsis de chicharras,
el nostálgico reclamo del turú,
las olerías,
los trapiches
del arduo cañaveral
y las manos de los pobres
que caen –una vez más–
hacia la tierra.)
Ahora pueden llamarse muchos seres,
muchas cosas,
o apenas un cartílago de la vida,
amar a los que siempre
ven germinar el hambre, arder
la sepultura,
porque el canto
no es ya costumbre de todos
sino ese fantasma cruel
que se ha apoderado
de la Nada.
El sumergido busca,
palpa la caverna de su silencio,
su implacable
pulmón derrotado,
y desde su alerta
ve nacer la anárquica vislumbre,
su prosa
en sueños de justicia,
la esperanza.
Compañero de la nube,
del adiós trunco en sangre,
de la mañana nonata,
y que sin embargo
joven aún, altos los pasos,
firme la tristeza,
ha venido
para amar al huérfano del mundo
y sentarse
a la diestra de su ausencia.
Aquí, en el Paraguay,
paraíso que labra su ceniza,
en su errante destello
solitario,
cáliz de eternidad,
alguien
–campesino sin orillas,
canoero sin alba–
alcanzará su ternura,
la tibia piel del maíz,
la vara que trajo del templo,
la libertad que espera en los arenales
de Isla Valle,
y lo pondrá en camino
–no el de extranjera sal que separa–
como una clave de presagios,
de muertos cerrojos,
cuando banderas despiertas y sin límites
vuelvan con usted,
Don Rafael,
hombre libre,
junto al pueblo paraguayo
puesto de pie
con usted
junto a otros hombres
(1964)
(De: La sien sobre Areguá [1952-1972], 1983)
Documento Fuente:
ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA PARAGUAYA,
por TERESA MÉNDEZ-FAITH,
3ra. Edición,Editorial y Librería EL LECTOR,
Asunción-Paraguay, 2004
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