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MARTÍN VENIALGO

  TIERRA GUARANÍ - Cuento de MARTÍN VENIALGO


TIERRA GUARANÍ - Cuento de MARTÍN VENIALGO

TIERRA GUARANÍ

Cuento de MARTÍN VENIALGO


Camino de tierra roja, camino de libertad, yo me tragué tu polvo huyendo de la maldad.

El monstruo y sus sicarios de cruces sembrando están tus veras antes floridas hoy llenas de malezal.

MARCOS ÁLVAREZ PEREIRA


Ginebra tiene una brisa templada que llega del lago Leman en otoño; mientras las hojas de los plátanos cubren la ciudad, en otoño, Ginebra se convierte en una ciudad de leyendas.

Gustav Fontaine bajó del tren en la Plaza de Cornavin y se encaminó a su trabajo; al tomar la calle Varembé divisó un negocio que parecía ser de antigüedades; pese a que transitaba diariamente por allí, nunca se había percatado de su presencia. Sintiendo curiosidad se introdujo en él, lo recibió un anciano, su cabellera blanca y sus grandes bigotes le trajeron a la mente la figura de Albert Einstein, el guardapolvos que llevaba puesto lo asemejaba más a un luthier que a un vendedor.

-Buen día, ¿en qué puedo servirlo, señor?

-Buen día, no me había percatado de este negocio pese a que todo los días paso por aquí camino al trabajo.

-Estamos hace muchos años acá, es un negocio que viene de familia.

Gustav dio una rápida mirada al negocio, parecía estar en el siglo XIX; tenía las paredes recubiertas con roble de Eslovenia y la pulcritud era notable, en sus estantes había una gran cantidad de sombreros de variada procedencia.

-Veo que vende sombreros, aunque la mayoría parecen ser antiguos.

-En verdad, son todos sombreros que pertenecieron a personajes históricos y que la gente suele vender, son para coleccionistas, fíjese en este, por ejemplo.

El anciano bajó del estante un sombrero militar, lo cepilló y relató su procedencia:

-Este sombrero es de George Custer, comandante del 7º de Caballería en la batalla de Little Big Horn. Aquí en el borde se nota un corte producido por una flecha de los indios Cheyennes, me lo vendió una nieta del comandante.

-¡Que interesante!, ¿y ese sombrero negro?

-Es de Bob Dylan, lo usó durante la grabación de Mr. Tambourine Man, un joven que estaba en apuros me lo dio por diez dólares.

Por un instante Gustav se fijó detenidamente en los ojos del anciano, tenía un ojo de color verde y otro de color marrón, llevado por la curiosidad le consultó:

-Veo que tiene ojos de diferentes colores.

-Ah, sí, ocurre que mi familia procede de Lituania; allí hay una ciudad de nombre Kláipeda y durante siglos por algún misterio genético, hay mucha gente que tiene esa particularidad.

Gustav Fontaine siguió mirando los diferentes sombreros, su mirada se posó en un panamá, lo tomó y vio su entretejido perfecto de hojas de palmeras, a pesar de su uso, parecía estar en perfecto estado.

-Es un Montecristo auténtico, por la perfección de su hilado, tiene que ser original de la ciudad de Jipijapa en Ecuador, cuna de estos sombreros-dijo el anciano-,

-¿A quién perteneció?

-Es el único misterio que me queda por develar porque un día llegaron dos mujeres al negocio, con mucho apuro y me dijeron que querían venderlo o seguirían su camino a otro local.

-¿De dónde eran procedentes?

-No me dijeron; por su fisonomía eran de Sudamérica, entre ellas hablaban un dialecto incomprensible para mí. Eran obesas pero vestían a la moda, con ropas costosas, se notaba que eran personas pudientes.

-¿A qué se debía su apuro por vender el sombrero si eran personas pudientes?

-Solamente me comentaron que tenía una especie de hechizo, algo que en su región llaman Payé.

Gustav miró detenidamente el sombrero, era soberbio, nunca había visto un panamá tan bien elaborado.

-Señor, ¿no desea probárselo?, en el trasfondo hay un espejo de cuerpo entero donde podrá apreciar en toda su magnitud cómo le queda.

Se dirigió acompañado por el anciano al fondo del negocio, allí estaba el espejo.

-Pruébese tranquilo, señor, cualquier inquietud me llama, voy a estar en la parte delantera del negocio.

El sombrero le calzaba a la perfección y le daba un aire distinguido, se acercó más al espejo para cerciorarse de ello; hizo un movimiento con su mano derecha para acomodar el sombrero en forma oblicua y su mano rozó el espejo; por un momento le pareció que su mano penetró en él, volvió a tocar el espejo y su mano se metió en él, perplejo por ello fue al frente del negocio a buscar al anciano; no lo encontró por ningún lado y volvió al trasfondo. Se ubicó nuevamente y volvió a introducir su mano que traspuso sin esfuerzo, de pronto, como atraído por una fuerza desconocida, fue absorbido por el espejo. Se encontró en medio de una muchedumbre en un mercado, el olor a frituras y frutas inundaba el lugar; se vio vestido con un traje de lino y zapatos bicolores que hacían juego con el sombrero; una vendedora le acercaba un cocido con chipa:

-Doctor, la chipa está recién salida del tatacuá, como a usted le gusta.

Estuvo mirando detenidamente el lugar, los vendedores descargaban sus mercaderías de carros tirados por burros y algunos directamente usaban los asnos como medio de transporte y carga; de pronto, un chofer uniformado se le acercó y le dijo:

-Doctor, recuerde que lo espera la señora Dionisia Amarilla viuda de Orozco.

Subió al auto con patente oficial, lo precedían dos autos con custodias, tomaron la avenida Supremo Conductor y Benefactor de La Patria Mariscal Adolf Schwarz y llegaron a la mansión de doña Dionisia, que abarcaba diez hectáreas en pleno centro de la capital; los portones traídos de París se abrieron de par en par y la comitiva se introdujo en ella. Sintió una billetera en el bolsillo interno de su saco y la abrió con curiosidad, las tarjetas personales delataban: Arquímedes Alvarado Troncoso - Ministro del Interior.

El mayordomo chino le señaló el camino hasta el parque que contaba con una vegetación traída de todos los rincones del mundo, al final de la residencia se veía el río Paraná donde surcaban las jangadas de madera que provenían de los innumerables obrajes y haciendas de doña Dionisia.

-Doctor Alvarado Troncoso, es un gusto verlo nuevamente.

Doña Dionisia Amarilla fue cocinera de don Teodoro Orozco, el terrateniente más grande de la región; su carácter huraño le hacía poco comunicativo y seguramente en sus largas estadías solitarias en sus posesiones, la cocinera Dionisia Amarilla le habrá parecido una belleza similar a Marilyn Monroe, lo que le valió pasar del oficio de cocinera al status de la mujer más rica que haya existido por esos pagos.

-Es siempre un placer visitarla y ser su atento servidor.

-Quiero presentarle a mis dos hijas, que este fin de semana se presentan en sociedad en el Club Social.

Las chicas Orozco no eran nada agraciadas, enfundadas en unos vestidos Balenciaga que hacían ingentes esfuerzos por no descoserse debido a los voluminosos físicos logrados a base de mbeyú y chipa guazú, se podría decir que mantenían un perfecto 90/90/90, lo que las confundían con unos toneles. La mayor, con movimientos toscos, tratando de disimular sus más de cien kilogramos le pasó la mano y le dijo:

-Doctor, mi nombre es Margarita, mis padres me lo pusieron pues he nacido en el obraje Puerto Margarita.

La menor se acercó y extendió su mano llenas de joyas, lo que la asemejaba a una joyería ambulante:

-Mi nombre es Regina, Doctor, y me pusieron ese nombre pues he nacido en la estancia Santa Regina.

Por un momento, Alvarado Troncoso pensó en la suerte inconmensurable de aquellos paquidermos de no haber nacido en la estancia Mono Cuá.

Hecha la presentación, el valet sirvió el té a los presentes; la viuda se sacó los zapatos que tanto la incomodaban en un movimiento distractivo, añoraba aquellos días de machú, en que andaba descalza por los obrajes y las estancias; pero en mérito a ella había que decir que, contra todos los pronósticos, una vez que falleció don Orozco, la viuda dirigió los establecimientos con mano de hierro y acrecentó notablemente su fortuna; tanto es así, que la leyenda popular decía que de tan grandes que eran sus latifundios, no se le conocían vecinos.

-Doctor Alvarado Troncoso, quería hacerle un pedido y recurro a su buena voluntad.

-¿En qué puedo servirla, doña Dionisia?

-Sucede que tengo que escriturar el excedente de tierras que le compré al Instituto del Progreso Agrario y necesito el acuerdo del Congreso para ello, pero debido a la enfermedad del presidente del Congreso, el doctor Máximo Abyecto, éste hace más de cuatro años que no sesiona y todo tiene que salir por decretos del Mariscal y Benefactor de La Patria.

El excedente era de alrededor de dos millones de hectáreas y llegaba hasta el río Amazonas.

-Le comentaré eso al Mariscal en la reunión de hoy y estoy seguro que firmará en estos días.

-Desde ya le agradezco, aunque comprendo que el Mariscal esté preocupado en estos días, con todos los comentarios sobre un posible cierre de los créditos por parte de la Administración Kennedy. ¿Cómo el Presidente Kennedy puede hacernos eso?, con lo leales que somos con ellos.

-Lo que ocurre que dentro de la administración norteamericana hay mucha gente de izquierda que no entiende a gobiernos como el nuestro, que practican una democracia fuerte.

-Exactamente, también me tiene preocupada todo lo que se dice sobre el hijo del Mariscal, quien tiene que ser su sucesor; hay muchos amigos míos que ven con malos ojos lo que está pasando.

Doña Dionisia se refería al comentario generalizado del hijo del Mariscal, quien a los once años fue nombrado coronel del ejército pese a su edad y a que nunca pisó un cuartel. Su adicción a jugar a las muñecas desde chico y realizar orgías vestido de mujer, hacían que una parte del ejército viera con malos ojos que sea el sucesor.

-Le aseguro que son comentarios infundados, doña Dionisia, lo hacen circular los contreras al gobierno.

Al finalizar la tertulia, Alvarado Troncoso se despidió de doña Dionisia con toda la fanfarria acostumbrada. Una vez camino a la residencia presidencial, se puso a pensar y a maldecir su suerte, justo él, recibido en Princeton y admirador de las ideas del iluminismo francés, tenía que servir a un tirano de baja estofa, condición que tuvo que aceptar porque si no era así no tenía cabida en la sociedad; se sintió como vendiendo su alma al Diablo y para ello tuvo que volverse corrupto, lo que íntimamente le causaba un remordimiento debido a su formación acorde al fundamentalismo católico. Pero eso no era lo que más lo aquejaba, sino el de haber sufrido la humillación por el suicidio de su hermano. Cuando lo llamó a su despacho el Mariscal con las pruebas del tráfico de drogas de su hermano proporcionado por la DEA pidiéndole una solución rápida a la cuestión, la solución rápida fue el suicidio (de su hermano), quien no aguantó la presión, a partir de allí le quedó el mote de Caín.

En la entrada a la residencia presidencial, había un cartel gigante, émulo de los frontispicios griegos con la leyenda que revelaba un dogma guaraní:

EL MARISCAL ADOLF SCHWARZ Y DIOS VAN POR LA MISMA SENDA

Fue guiado hasta el jardín zoológico de la residencia por los guardias personales del Presidente, donde El Mariscal atesoraba los obsequios de otros mandatarios. Eludiendo el estiércol de los patos marruecos regalados por un tirano caníbal de Zambia y pasando junto a la jaula de un león africano enviado por El carnicero de Kampala Idi Amín, se encontró con el Mariscal enfundado en una robe de chambre. Sus piernas encorvadas estaban al aire y su bigote acicalado al estilo Chaplin, no faltando su gorro militar con la calavera y los huesos cruzados, insignia que adoptó debido a su admiración por las SS, al lado suyo estaba el único personaje que lo tuteaba, su loro barranquero Patroclo.

-Buenas tardes, ministro -gritó Patroclo.

Alvarado Troncoso hizo una reverencia hacia el Mariscal y luego hacia Patroclo sacándose el panamá.

-Doctor, estos americanos se están poniendo pesados, primero nos dicen que eliminemos contreras en aras de la guerra fría y después nos dicen que nos pasamos de la raya, ¿quién los entiende? Este carilindo irlandés Kennedy tendría que haber seguido contrabandeando whisky del Canadá y no meterse en lo que no conoce.

-Benemérito Mariscal y Conductor de nuestro pueblo, justamente quería hablar de ese tema, pues hoy me ha visitado el secretario de la Embajada americana y me ha aconsejado que demos alguna señal tendiente a una próxima elección donde participe la oposición porque corremos el peligro que nos corten todos los créditos.

-Dígame. ¿Cómo vamos a hacer para que participe la oposición si ya hemos matado a la mayoría de ellos?, y los pocos que quedan vivos los tenemos presos, salvo ese loquito de Matías Arambulo que se nos escapó y anda sacándose fotos con Fidel Castro y el Che Guevara, ¿se imagina el caos que puede venir en este país si nos gobierna este tilingo?

-Estimado Benefactor de la Patria, concuerdo con sus temores, pero estos americanos se ponen muy duros; hasta nuestro amigo de la CIA, el Coronel Thierry, quien nos enseño el arte de la tortura, me ha aconsejado que demos una señal, cambiar algo para que no cambie nada.

-Usted lo dice muy fácil, explíqueme como haría un cambio -gruñó El Benefactor.

-Le hice la siguiente proposición al secretario de la Embajada; los cambios los empezaríamos dentro del partido de gobierno, volveríamos a la práctica de internas para luego pasar a las generales, todo esto a resultas de la aprobación suya, por supuesto.

El Mariscal quedó pensativo, el alter ego Patroclo emitió su opinión:

-Parece que las ideas del ministro fluyen en situaciones límites.

-¿Cuándo se harían esas internas?

-Pensé que podíamos hacerlas en el Departamento de Caudillo y Benefactor Adolf Schwarz, allí usted mandó suspender las internas hace cinco años porque Estanislao Mendieta hizo un discurso pidiendo la vuelta al país de los exiliados de nuestro partido, creo que podríamos armar un buen escenario y serviría como propaganda para el mundo.

-Pero Estanislao anda furtivo por los montes del lugar, ¿qué pasaría si dicto una amnistía para él y sus acólitos y gana las internas?

-Considero que pese a que Estanislao tiene algunas ideas demasiadas demócratas, no podemos negar que es un buen correligionario y va a llevar el nombre suyo como presidente de la Junta de Gobierno de nuestro partido y por otro lado nos aseguraremos que con la maquinaria oficial, gane nuestro candidato, el intendente del lugar.

Mientras el Mariscal meditaba, el Doctor tuvo que espantar una cabra gallega obsequio del General Franco, por el temor a que le pegue un mordisco al panamá.

-Bueno, Doctor, dictaré una amnistía para Estanislao y sus seguidores, haremos las elecciones en quince días pero el resultado a favor de nuestro candidato debe ser aplastante, usted mismo va a preparar las internas y supervisar todo.

-Una cosa más, estimado Benefactor de La Patria, hoy estuve con nuestra amiga y correligionaria doña Dionisia Amarilla viuda de Orozco y me pidió si le podía firmar el decreto para la adquisición de tierras fiscales porque el Congreso está en receso.

-¿Sabe el mote que nos pusieron estos tilingos de la Alianza para el Progreso?

Alvarado Troncoso lo sabía perfectamente pero prefirió negarlo y mostrarse sorprendido.

-Nos dicen Flood Robin en vez de Robín Hood, porque Robin Hood robaba a los ricos para darle a los pobres y nosotros robamos a los pobres para darle a los ricos.

La intervención de Patroclo fue providencial:

-Pero doña Dionisia es nuestra amiga, y no te olvides que yo nací en los palmares de su estancia Rincón del Teyú, si no le damos a ella, ¿a quién le vamos a dar prebendas?

-Mándeme mañana el decreto que lo voy a firmar, otra cosa. ¿Por qué están muriéndose tan rápido los detenidos?, tenemos que sacarles más información antes que mueran. ¿Qué está pasando?

-Ocurre que las piletas electrificadas tienen una descarga muy alta y los mata al primer contacto.

-¿Y por qué diablos no lo regulan?

-Tengo que comentarle que escapa a mi autoridad; no se olvide que usted le dio la concesión de las piletas electrificadas a su yerno y me es muy difícil dar con él y cuando podemos ubicarlo no atiende nuestros requerimientos.

-¡Ese borracho de tu yerno! Deberías meterlo un rato en la pileta para ver si se le destapan las neuronas -balbuceó Patroclo.

El Mariscal esgrimió una sonrisa, en realidad, odiaba al inútil de su yerno y le gustaría verlo colgado en la plaza pública.

-Doctor, hoy le enviaré a mi yerno esposado y me lo detiene todo el fin de semana hasta que se le pase la borrachera y también a sus operarios para que solucionen ese problemita de las piletas.

El Doctor Alvarado Troncoso hizo una reverencia con su cabeza a modo de comprensión de las órdenes del Benefactor, a partir de ese instante y como corolario de la charla, el Mariscal comenzó con su rutina habitual; tomó un disco de vinilo, lo puso en una victrola del año de María Castaña y le dio manija para comenzar a escuchar la canción.

-Doctor, no hay como una canción de Tony Bennett para relajarnos de tantas ocupaciones en pro de la patria.

El sempiterno disco de Tony Bennett ya estaba totalmente rayado por su constante uso, la púa saltaba a diestra y siniestra y el audio que emanaba no podía distinguirse si era el de Tony Bennett ó La Banda Koguá, por lo que Patroclo dijo:

-Mariscal, esa voz distorsionada que sale de la vitrola nunca puede ser la de Tony Bennett.

-¿Cómo que no?, ¡es Tony Bennett!

-Si esa voz es la de Tony Bennett -prosiguió Patroclo-, la grabación fue hecha por él en el baño durante un ataque de diarrea.

Por primera vez El Benefactor perdió la compostura, se acercó a Patroclo y lo amenazó:

-¡Plumífero del diablo!, si seguís afirmando que no es Tony Bennett, te mando a la cacerola para que hagan un guiso contigo.

Patroclo, sabedor de la inmunidad que gozaba con el Mariscal, no se privó de hacer un último comentario lapidario:

-Mariscal, sólo me queda comentar lo siguiente escuchando esa disfonía musical... ¡está hecho puta Tony Bennett!

El Ministro del Interior pasó brevemente por su despacho, allí se presentaron los torturadores vestidos con sus inconfundibles trajes negros que hacían juego con el pelo azabache logrado a base de creolina, no faltando, por supuesto, la característica principal, los dientes de oro que relampagueaban cada vez que abrían la boca.

-Tengo orden expresa del Sublime Benefactor para que detengan al yerno y lo encarcelemos por todo el fin de semana, así que van volando a buscarlo.

Una orden de tamaña magnitud sorprendió a los asesinos, quienes por un momento parecieron no reaccionar a dicha directiva. El Ministro se dirigió al líder de sus sicarios, de apellido Riveros.

-No sé si fui claro, comisario Riveros, ¿entendió la orden que le di?

Los torturadores se cuadraron haciendo una venia, ahora si entendieron la directiva y salieron disparados como ratas por tirantes.

Alvarado Troncoso se tiró en el asiento trasero del automóvil oficial rumbo a su casa, seguramente aún faltaba lo peor de la jornada, algún reclamo de su esposa Nathaly Felicia Herrera Sepúlveda, conocida por todos por su apodo de Ninoska, dama de abolengo pero sin un cobre en el bolsillo hasta que su marido escaló en la jerarquía de aquella tierra guaraní; gracias a ese ascenso vertiginoso le fue concedido el contrabando de harina, lo que la hizo millonaria nuevamente. Al abrir la puerta de su residencia vio un puño dirigirse hacia su cara con la fuerza y destreza de un cross de Rocky Marciano, su humanidad dio por tierra y al tratar de levantarse el puntapié en la boca del estomago lo dejó sin aire por un momento, Ninoska lo agarró de los pelos y le gritó en la cara:

-¿Dónde puta estabas?, te llamé toda la tarde, ese hijo de mil putas de Ortellado, ese analfabeto que pusieron como jefe de Aduanas, se fue de joda y mis camiones quedaron varados en la frontera, así que lo ubicás ahora mismo y que se vaya corriendo a hacerlos pasar.

-Sí, querida, si, pero déjame levantarme.

Ninoska lo seguía sometiendo, en clara señal de quién llevaba los pantalones en la casa.

-¡Y cuando lo encuentres a ese negro de mierda de Ortellado, cuyo único mérito es que su hermana coge con el Benefactor, le dices de parte mía que no se cruce porque lo voy a mandar al carajo!

-Está bien, querida, ¡pero déjame levantarme para llamarlo!

Aún faltaba la parte más hiriente de la escena, Ninoska acercó su cara contra la cara de su esposo, el perfume francés que emanaba le hizo olvidar por un momento la afrenta, en tono esta vez suave y acompasado le dijo:

-Te doy un consejo a vos y a todos esos ministros chupaculos que rodean al tirano, si estos negros baratos de la calaña de Ortellado siguen escalando, dentro de poco este país va a ser gobernado por Matías Arámbulo y todos ustedes van a ser fusilados en la Plaza Mayor; yo tengo posibilidades de salvarme, porque como te dije miles de veces, pese a sus ideas revolucionarias, Matías procede de la alta sociedad de este país y como te explique mil veces más, ¡nadie me cogió mejor que Matías!

Ninoska se levantó lentamente, con la distinción de una dama de sociedad que por cuestiones de oportunidad, tenía que llevar aquella vida que imponía la tierra guaraní; cruzó la dependencia rumbo al jardín japonés de la mansión, al lado suyo, Vladimir, el galgo ruso, movía la cola en señal de complacencia por lo que había observado.

El todopoderoso Ministro del Interior se levantó a duras penas, siempre le quedó claro que en la jerarquía de mando estaba su mujer antes que el mismo Mariscal; subió las escaleras jadeando hacia el escritorio para llamarlo a Ortellado, al llegar al sitio le esperaba una última afrenta; el cuadro de Maximilien Robespierre estaba dado vuelta, sin dudas por su único hijo, Damien, quien curiosamente profesaba ideas libertarias, el mensaje era claro, mientras Robespierre implantó el terror en defensa de los ciudadanos, Alvarado Troncoso implantó el terror en contra de los ciudadanos.

El embajador norteamericano James Proust entró al despacho del Doctor Alvarado Troncoso con paso firme y malhumorado, sin pasarle la mano al ministro, fue directamente a la cuestión:

-Si ustedes creen que van a solucionar todos sus problemas matando gente, están muy equivocados, porque van a terminar matándose entre todos los integrantes de su gobierno.

-Embajador Proust, ¿a que se debe su malhumor?

-No sé en qué planeta vive usted, ministro, ¡poner una bomba en un avión de línea comercial matando inocentes para tratar de proteger a sus generales narcotraficantes!

-Pero, embajador, la información que tengo es que tuvo un cortocircuito y reventó en el aire.

Alvarado Troncoso trató de defender lo indefendible. Todo el mundo sabía que los generales corruptos de aquella tierra guaraní habían puesto una bomba en el avión que llevaba un agente del FBI con información clave del negocio del narcotráfico, el embajador lo miraba como quien escucha un cuento de hadas.

-Mire, ministro, no tengo mucho tiempo para perder con usted, tengo dos cosas que decirle, la primera es que el crédito del Banco Mundial para la construcción de la ruta 2 quedó suspendido hasta nuevo aviso y la segunda es para que les transmita a los interesados, tenemos copia de toda la información que estos sujetos creyeron haber destruido con el atentado al avión.

El embajador Proust se levantó intempestivamente para marcharse, el ministro le tendió la mano pero el embajador no respondió nuevamente, dejándolo como haciendo señas; antes de cruzar la puerta de salida se dirigió nuevamente al ministro:

-Me olvidaba de algo más, para las internas de su partido vamos a mandar un veedor internacional, el notable jurisconsulto británico Richard Owen, para cerciorarnos de que las cosas empiecen a tomarse en serio en este país.

El portazo dado por el embajador retumbó en todo el edificio. Alvarado Troncoso estaba petrificado, comenzaba a darse cuenta que el embajador Proust estaba en la misma línea de mando que su esposa Ninoska.

El ministro entró a su casa abrumado por las circunstancias, lo único que rogaba era que Ninoska no estuviese de mal humor, pero la encontró tranquila reposando en el jardín fumando un Benson & Hedges y tomando su correspondiente Viu de Cliquot. Alvarado Troncoso se dirigió hacia su asiento favorito, pero este estaba ocupado por Vladimir, quien le mostró sus dientes en una actitud de pocos amigos, el ministro optó prudentemente sentarse en otro sillón.

-¿Te vas mañana a hacerle ganar las elecciones a ese borracho de Sombrero Jhu? -disparó Ninoska.

Alquimino Cuaresma Restrepo, más conocido como Sombrero Jhu, era el hombre fuerte del departamento Caudillo y Benefactor Adolf Schwarz. Amigo de la infancia y conocedor de secretos del Mariscal y Benefactor de la Patria, cuyos méritos eran ser beodo empedernido, putañero, delator, prepotente y corrupto, cualidades que el Mariscal apreciaba en aquella tierra guaraní. El ministro acercó su sillón a la de Ninoska y en una especie de acto fallido, comenzó a hablar en voz baja, otra costumbre guaraní establecida por el régimen de terror.

-Ninoska, te pido que moderes tu tono de voz, sabes que las paredes oyen, ! esto está lleno de piragues!, ¡si te escuchan nos podemos ir al carajo!

-¡Me chupan un huevo si escuchan!, ¿o creés que no sé que nos podemos ir a la mierda en cualquier momento en este país de traidores?... Mirá, hoy estuve en el té que hizo la esposa del embajador americano, donde estuvieron todas las esposas de los generales, ministros de la Corte y demás chupamedias, y dijo bien clarito para que todas escuchen, la administración Kennedy está cansada de seguir apoyando a tiranos de cuarta que lo único que hacen es crearles más tipos como Fidel Castro en la región.

-¡Kennedy lo que tiene que hacer es cuidarse que no lo borren del mapa! -saltó Alvarado Troncoso, como un perro que se subleva al amo-, no te olvides que estamos en una guerra fría.

Ninoska se levantó elegantemente, el ministro esperó un cross que lo depositara en el piso, pero eso no sucedió; su esposa se acercó y se puso cara a cara y con tono suave le dijo:

-Te termino de contar para que estés informado. Al terminar la reunión con la señora embajadora, las arpías que estaban allí, esas mismas arpías que suelen ir al despacho del Mariscal sin bombachas, salieron disparando a contarles a sus maridos las malas nuevas, así que andá poniendo las barbas en remojo y te recomiendo que tomes más en cuenta al verdadero jefe de la región, ¡el embajador del Imperio!

Ninoska finalmente llenó su copa nuevamente de champagne, siempre con un poco de hielo, costumbre que adquirió de cuando era amante del playboy paulista Baby Pignatari.

-Una cosita más, te espero en la habitación para que cumplas con tus obligaciones maritales, o para que te quede más claro, ¡para coger! Te vuelvo a recordar que en esta casa se coge por lo menos dos veces a la semana y eso se hará estés o no presente.

Ninoska, la dama mas distinguida de aquella tierra guaraní, la envidia de las nuevas ricas del régimen de terror, que no sabían usar los cubiertos en las cenas de gala o iban con ruleros al Club Social, dio media vuelta y se dirigió a sus aposentos; el ministro se desplomó en su sillón, enfrente suyo, nuevamente mostrando sus dientes, esta vez en tono de soma, miraba sobradoramente el galgo ruso, Vladimir.

La comitiva del ministro se dirigió por tierra un par de días antes de las internas del partido gobernante, al llegar a un puente de palmas negras, divisoria del departamento, mandó hacer un alto para refrescarse. El comisario Riveras, debido a la alta temperatura, tenía manchado el cuello de la camisa por la creolina que sudaba de su cabellera. Un sicario fue mandado a traer agua del arroyo para calmar la sed. En medio de aquel paisaje agreste, unas indias guaraníes nadaban desnudas plácidamente.

A unos trescientos metros del lugar, una inmensa tropa de hacienda bovina cruzaba el camino. La comitiva tuvo que esperar un largo rato debido a eso, una vez encerrada la hacienda en unos gigantescos corrales al costado del camino, el ministro se acercó al lugar y se dirigió a pie a observar la hacienda encerrada, una persona, elegantemente vestida de paisano, se acercó al ministro y se presentó:

-Doctor Alvarado Troncoso, es un gusto tenerlo por estos pagos, soy Efraín Bermúdez, administrador general de doña Dionisia Amarilla viuda de Orozco en toda esta región.

-¡Qué cantidad inmensa de hacienda!, creo que debe haber más de diez mil cabezas encerradas aquí.

-O tal vez más, señor ministro, desde que estoy a cargo de la administración de estos latifundios, llevo marcados más de un millón y medio de terneros y todavía no pude conocer todas las tierras a mi cargo.

El ministro empezaba a dar veracidad a la leyenda popular de que doña Dionisia no tenía vecinos.

-Don Efraín, ¿hasta dónde llegan estas tierras?

-Puedo decirle por los comentarios de los antiguos peones, que a unos doscientos kilómetros de aquí empiezan unos yerbales, luego unas montañas y terminan en el océano Atlántico, pero no tengo las dimensiones exactas, son casi imposibles de calcular.

Alvarado Troncoso vio que los peones trincaban los portones con alambres y varios candados.

-¿Tiene temor que la hacienda se espante y se escape de los corrales?

-No es eso, señor ministro, la hacienda es bastante mansa, lo que tenemos temor es que aparezca el Pombero y haga alguna de sus trapisondas.

-¿El Pombero?, pero ese es un duende creado por la mitología guaraní, no existe, es una leyenda popular.

-Tal vez en otros lugares sea una leyenda, pero aquí, en la zona, es una realidad; venga, acompáñeme, le voy a mostrar algo.

Efraín Bermúdez y el ministro se subieron a los alambrados del corral de Ñandubay y el encargado señaló un toro cebú con la marca J que humeaba en el lomo del animal.

-Esa es la antigua marca de los curas jesuítas, los antiguos dueños de todas estas tierras, donde estaban asentadas sus misiones. Cuenta la leyenda de esta región que el Pombero fue atraído por la música que los jesuítas enseñaron a los indios guaraníes de las misiones; todas las tardes, los guaraníes ejecutaban una música maravillosa, según algunos, la más bella que se haya escuchado jamás; esto atrajo al Pombero, que se retiró de los montes y dejó de hacer sus bromas pesadas, se unió pacíficamente a las labores de los jesuítas, con la condición de escuchar esa música excelsa todas las tardes.

-Verdaderamente es de leyenda esa versión.

-Así es, pero la realidad es que el Pombero se domesticó y vivía feliz, hasta que la Corona Española expulsó a los jesuítas y destruyó toda la obra civilizadora que éstos hicieron; esto enfureció al Pombero y comenzó nuevamente con sus andanzas, esta vez dirigidos contra los españoles, en represalia por lo hecho a sus protectores, los curas jesuitas.

El ministro no podía dar crédito a lo que escuchaba, nuevamente preguntó a Bermúdez:

-¿El Pombero siempre les advierte que les va a hacer una broma pesada?

-Siempre, mediante algún tipo de señal, como esta que usted vio; nos quiere tener en vilo constantemente, ya sufrimos muchas bromas pesadas que nos costaron la pérdida de varios días de trabajo.

El ministro se acomodó el panamá, el calor empezaba a disiparse parcialmente con la llegada de la tardecita.

-Don Efraín, quiero pedirle un favor, necesitaría que mañana destruya el puente de palmas sobre el arroyo, luego de unos días yo lo mandaré a reconstruir.

-No se preocupe, señor ministro, lo haré mañana y también lo haré de nuevo cuando usted me lo comunique, hace años que somos nosotros los que arreglamos el camino, pues la vialidad nacional dejó de venir por estos pagos.

La comitiva siguió su marcha, aún faltaban algunos kilómetros para llegar a la ciudad.

Al llegar a la ciudad lo recibió el intendente Restrepo, más conocido con el mote de Sombrero Jhú, quien estaba custodiado por una veintena de capangas-, al saludarse, ambos se quitaron los sombreros que marcaban los diferentes estilos criminales de aquella tiranía. El panamá blanco significaba el refinamiento y el sombrero negro de fieltro recordaba al troglodismo. Luego de los saludos protocolares, acompañados por varios tiros al aire hechos por los capangas en señal de bienvenida, ambos se dirigen a discutir la estrategia electoral; el lugar elegido era el indicado para tan magna empresa, el prostíbulo de doña Mencia Quiñonez.

Doña Mencia personalmente los condujo a un sitio privilegiado del prostíbulo. El ministro pidió un whisky escocés mientras que Restrepo solicitó su consabida caña de máxima graduación. Las pupilas de doña Mencia hacían las veces de mozas y completaba la escena kafkiana un dúo de guitarristas, quienes en ese momento, más que cantar estaban asesinando la polca Vapor Cué.

-Ministro, quería comentar algunas cosas que están pasando. Creo que nos estamos poniendo blandos, estamos saliendo de la democracia fuerte y vamos cuesta abajo. La amnistía dictada por El Benefactor de la Patria para Estanislao Mendieta y sus seguidores es un precedente nefasto, estos tipos cuando tomen el poder nos van a mandar al paredón de fusilamiento; acá lo único que queda es endurecer la mano, ¡tenemos que llenarlos de plomo!

-Eso es imposible hoy, nos están cortando todos los créditos, no vamos a tener ni para comer.

-¿Usted cree que a estos avá les interesan los créditos?, si nos pasamos quinientos años de la caza y la pesca. Lo único que entiende nuestra gente es la fuerza bruta, ¿sabe lo que decían los curas jesuítas cuando andaban por acá?, ¡que dormían sobre lechos de cuñatai!; a un desprevenido superior de la orden en España se le ocurrió preguntar qué clase de madera era cuñatai, eso es lo que somos y con esa clase de gente es la que tenemos que lidiar.

-Mire Don Alquimino, esta todo correcto lo que usted dice, pero ya no están los jesuítas, ahora están los americanos, el poder inconmensurable del Imperio, que todo lo ve y te saca del escenario si no se sigue sus indicaciones, o si no fíjese lo que le pasó al Generalísimo Trujillo, lo asesinaron en su propia ciudad y le cortaron los testículos y se los pusieron en la boca, para que el mensaje sea claro.

La mención del caso de Trujillo hizo recapacitar momentáneamente a Sombrero Jhü, mientras tanto, los guitarristas seguían con la tortura musical.

-Lo que vamos a hacer mañana se lo voy a explicar -continuó el ministro-, usted ahora va a ir con todos sus capangas y mi guardia y me lo apresa a Mendieta y sus colaboradores. Yo traje un nuevo código electoral dictado por decreto por el Mariscal, ¡vamos a ganar las elecciones democráticamente!

Alvarado Troncoso fijó su vista en una de las pupilas de doña Mencia, tenía ese hechizo autóctono que había calmado la barbarie de los saqueadores españoles y que había hecho pecar a los disciplinados jesuítas. Después de todo, pensó, un ministro también tenía que degustar los placeres que brindaba la tierra guaraní.

A las tres de la tarde se cerraron los comicios. Los pasos preestablecidos se cumplieron rigurosamente.

El avión que traía al veedor Richard Owen simuló un desperfecto y aterrizó en el departamento contiguo al de las elecciones; el automóvil que alquiló de emergencia para llegar al lugar se descompuso, en el motor había signos de que fue echada tierra; cuando fue caminando a pedir auxilio, se encontró con el puente de palmas roto, cruzó el arroyo a nado y los peones de doña Dionisia le auxiliaron prestándole una mula para llegar a la ciudad. Cuando entró a dicho lugar, ya eran las cinco de la tarde. El ministro y todas las autoridades del lugar lo estaban esperando.

-Profesor Richard Owen, es un gusto tenerlo aquí -dijo Alvarado Troncoso.

-Tuve un viaje sospechosamente accidentado, hasta pusieron tierra en el motor del auto que me conducía.

-Sin dudas fue el Pombero, anda muy travieso últimamente.

-¿El Pombero? ¿Me está hablando en serio, señor ministro?

-Claro, en esta región es una realidad.

El profesor de Cambridge no quiso discutir sobre nimiedades, fue directamente al grano.

-En el camino, Estanislao Mendieta y su gente me dijeron que anoche los apresaron y tuvieron que votar encarcelados.

-Lo que ocurrió fue que ellos anoche hicieron disturbios en lo de doña Mencia Quiñonez y fueron detenidos por alterar el orden público en tiempo de elecciones, fíjese, aquí tengo el nuevo código electoral, figura en el artículo 20.341.

El voluminoso código, de proporciones nunca vistas, estaba frente a él y el ministro iba marcando los artículos referidos.

-No sabía que había un nuevo código, ¿Cuándo fue promulgado?

-Hace una semana, fue promulgado por decreto del Mariscal y Benefactor de la Patria, usted sabe que él tiene facultades extraordinarias pues el Congreso está en receso.

-También me dicen que el comicio fue cerrado a las tres de la tarde, pero su duración es hasta las seis de la tarde.

-Así es, salvo que haya votado el total del padrón electoral, entonces el comicio se cierra instantáneamente, es una medida de economía electoral, figura en el artículo 345.987.

-¿O sea que también votaron Estanislao Mendieta y sus seguidores?

-Exactamente, lo hicieron estando detenidos; el código les da esa oportunidad, figura en el artículo 823.938, pero sucede que el inciso Z de ese artículo, faculta al tribunal electoral a anular ese voto por estar en infracción.

-Esa es la razón por la cual el señor Restrepo figura con el ciento por ciento de los votos.

-Usted lo ha dicho, estimado Profesor Owen.

-Una última consulta, señor ministro. ¿Cuántos artículos tiene este nuevo código electoral?

-Exactamente 2.734.723 artículos. Créame Profesor, este código electoral es el más avanzado del mundo, prevé todo lo que pueda suceder en un comicio....y también lo que pueda no suceder.

El profesor Richard Owen se tomó un respiro, buscó en su saco su petaca de whisky, dio un sorbo, lo que dio una sana envidia a Restrepo; miró el paisaje, donde se dibujaba una tierra bendecida por la naturaleza pero no por su dirigencia. Pensó que si verdaderamente existía un Dios, tendría que barrer con ellos para terminar con aquello que esa tierra guaraní era el cementerio de las teorías.

-Señor ministro, voy a dar un informe benévolo para que este país no se muera de hambre, pero el verdadero castigo lo tendrán el día que sus hijos o sus nietos le pregunten por todas las cosas que sucedieron y tengan que contestarle con la verdad, en el cargo va a estar la penitencia.

Los embargos a las líneas de crédito dadas por la Administración Kennedy fueron levantados parcialmente. Eso se tomó como una gran victoria en aquella tierra guaraní. El propio Mariscal se comunicó con Alvarado Troncoso y le dijo que enviaría el tren presidencial para traerlo de vuelta a la capital, donde sería objeto de una bienvenida histórica por su aporte a aquella tiranía.

El ministro se acomodó en la suite presidencial de aquel vagón hecho por los ingleses en el siglo pasado, pero su ánimo se iba turbando a medida que marchaba la locomotora. Ya estaba hastiado del tirano, tendría que buscar la forma de eliminarlo y tomar el poder. Su próximo paso sería tratar de vender a los americanos la idea de reemplazar al tirano por él, con el argumento de echar el poder militar y reemplazarlo por la civilidad.

Al llegar a la estación, en el aquel enero ardiente, la temperatura estaba en cuarenta grados a la sombra. Una muchedumbre adicta al régimen, más toda la plana mayor de la tiranía, estaban esperándolo. Trató de identificar a Ninoska, pero ella no fue al encuentro, era imposible que su amada esposa se roce con aquella gentuza; en su representación, estaba Vladimir, el galgo ruso, con cara de total aburrimiento. Al bajar al andén, la banda militar interpretó la marcha Larga vida al Mariscal seguido por Los muchachos garroteros. El mismo Mariscal, enfundado en un uniforme similar al que usó Napoleón contra Los Mamelucos, fue a recibirlo y lo condujo para que se siente a su lado, junto a doña Dionisia y sus dos hijas, quienes sudaban a mares, hecho que también acontecía con todas las damas de aquel régimen del terror, jugándoles una mala pasada, pues toda las cremas y pinturas que tenían en el rostro, se evaporaron dejándoles un aspecto de espectros.

El locutor dio inicio a la ceremonia dándole la palabra al ministro de Educación, el Sargento de Zapadores Tiburcio Rivarola, más conocido como Lápiz Mby'ky, luego de más de hora de perorata, le siguió en el uso de la palabra el Presidente del Senado, el Doctor Máximo Abyecto, alias Seso-í, quien debido a su enfermedad sólo emitía sonidos guturales, situación que fue salvada por el siempre presto Patroclo, quien voló hacia el micrófono e iba traduciendo lo que el Doctor quería decir. Luego de más de cuatro horas de competencia de servilismo entre los ministros, el ambiente se tornaba insoportable debido a la alta temperatura, para colmo de males, al ministro Alvarado Troncoso se le introdujo una cucaracha por el pantalón y le picó uno de sus testículos, no pudiendo hacer nada pues tenía que seguir firme escuchando los discursos. Finalmente llegó el turno de Alvarado Troncoso, quien a esa altura ya había entrado en una especie de demencia pasajera. Se dirigió al micrófono con los ojos totalmente desorbitados, le llegó a la mente toda la historia del suicidio de su hermano, las palizas de Ninoska y el maltrato del Mariscal. Con un movimiento rápido tiró su sombrero Panamá hacia la multitud, que cayó en el regazo de doña Dionisia y gritó desaforadamente:

-¡Por favor, alguien puede llevarme al quilombo más cercano!

Gustav Fontaine se despertó intempestivamente; el tren había llegado a la Plaza de Cornavin. No sabía si lo que le había sucedido era ficción o realidad. Se encaminó apresuradamente por la calle Varembé en busca del negocios de venta de sombreros. Cuando llegó al sitio, lo encontró clausurado, como si hubiese pasado años cerrado y totalmente abandonado. Fijó su vista en un puesto de venta de flores en la vereda opuesta y fue a consultar:

-Señor, ¿no funcionaba un local de ventas de sombreros en aquel sitio?

-Eso fue hace muchos años -comentó el florista-. Mi padre me decía que allí se vendía sombreros de colección, pero yo no lo llegué a conocer.

Turbado por las circunstancias, Gustav Fontaine tomó apresto como para seguir a su trabajo, cuando notó que aquel joven tenía ojos de diferentes colores.

-Perdón, veo que tiene ojos de diferentes tonalidades, ¿es genético?

-Sí, sucede que mi familia es originaria de la ciudad búlgara de Pleven y allí hay muchas personas que por generaciones arrastran esa característica.

Ya a esa altura de los acontecimientos, Gustav Fontaine estaba totalmente turbado, viendo esto, el florista le dijo:

-Señor, le voy a hacer un obsequio para que se convierta en mi cliente, estas son unas violetas que van cambiando continuamente de colores; solamente se cultivan en la ribera del río Tutchenitsa, que pasa por Pleven, y son así porque están cultivados por los gitanos de la región; usted puede pasar todos los días por aquí, es el único lugar de Ginebra donde va a conseguir estas flores.

Gustav Fontaine agradeció el obsequio; las violetas iban cambiando de colores por alguna razón inexplicable de la naturaleza, pero ya no tenía ánimo de seguir consultando, simplemente siguió el camino a su trabajo. Una brisa templada llegaba desde el lago Leman y las hojas de los plátanos seguían cayendo, era otoño, y en otoño, Ginebra se convierte en una ciudad de leyendas.

 

 

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CUENTOS DE AQUÍ Y DE ALLÁ, 2014

Cuentos de MARTÍN VENIALGO

Arandurã Editorial.

Ilustración de tapa: RAQUE ROJAS PEÑA y GUSTAVO ANDINO.

Asunción – Paraguay.

Noviembre 2013 (356 páginas)



 

 

 

 

 

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