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Miguela Vera (+)

  MERCADO PETTIROSSI, 1979 (DETALLE) - Xilografía de MIGUELA VERA


MERCADO PETTIROSSI, 1979 (DETALLE) - Xilografía de MIGUELA VERA

MERCADO PETTIROSSI, 1979  (DETALLE)

Xilografía de MIGUELA VERA

Santa Fe-Argentina 

De 79 cm. x 52 cm.

 

 

 

DOÑA MIGUELA VERA – IN MEMORIAM

(Diario ABC Color domingo 15 de mayo de 2005)

 

Más de cincuenta años dedicados al arte es toda una vida entregada a una causa, especialmente cuando, al final de esa vida, la artista observa que, para cumplir la misión que se ha propuesto, necesitaría muchísimos años más, que necesitaría otras vidas. El arte, claro, no se agota en una vida. Doña Miguela Vera, grabadora dotadísima, vivió la mayor parte de esos más de cincuenta años intensísimos en los que se entregó al arte fuera de su país dedicada a dar cuenta, en los distintos salones del norte argentino, de las distintas manifestaciones de la cultura popular paraguaya. Nos llegó, así, uno de los más importantes registros gráficos, no de nuestra reciente historia, sino de esa corriente subterránea que nutre la vida, de los pueblos y a la que don Miguel de Unamuno, en uno de sus tantos aciertos, denominara intrahistoria: la verdadera historia.

El valor de los trabajos de esta grabadora excepcional que acaba de desaparecer no se relaciona, sin embargo, solo con la memoria colectiva, ese tesoro compartido por cuantos vivimos y morimos en un determinado espacio del planeta al que denominamos nuestro país y lo sentimos como tal, ni con la transcripción artística de los gestos reiterados que constituyen nuestro ser histórico, sino con el registro de formas, perdidas o por perderse, de convivencia y cultura que han hecho del nuestro el país que actualmente es y, por cierto, con una mirada -la mirada de la artista que era- cargada de profunda humanidad. Como don Augusto Roa Bastos desde la literatura, doña Miguela Vera supo poner misericordia en su mirada y sentir el dolor y las alegrías de los otros como si fueran propios.

Esa mirada de la artista hace que su arte trascienda el estrecho marco del registro etnográfico o de la anécdota efímera para instalarse en la amplitud de lo humano, en la universidad del arte.

Doña Miguela Vera, nacida en Asunción en 1920, vino al final de su vida a morir en su país y en la ciudad que le viera nacer ochenta y cinco años antes. Desde que pisara por vez primera, como transterrada, tierras no paraguayas, se instaló con su familia en Santa Fe, Argentina, de cuya Escuela de Bellas Artes fue durante años, destacada profesora de grabado. Doña Miguela Vera fue, en efecto, una transterrada que vivió intensamente la experiencia del transtierro, término acuñado por el filósofo español José Gaos en México para explicar la especial situación de quienes, viviendo fuera de su tierra, sienten la nueva como propia sin sentirse en ella jamás extranjeros, pero que llevan la suya consigo y la viven a diario con la alegría y el dolor de quienes en ella habitan, como si jamás hubieran salido de ella.

Lo suyo fue el grabado y, especialmente, el grabado en madera -el xilograbado-adoxilogrolor que, aplicado a sus trabajos, la convertían en una consumada pintora, excelente dibujante y ojo atento a lo esencial, registró con su lápiz inquieto, buceando en su memoria, las imágenes que más le habían impactado cuando pasara los años de su infancia y primera juventud en ese Paraguay del que jamás estuvieron ausentes sus afectos. Después, con paciencia infinita y evidente amor por su trabajo, fue grabando con un magnífico estilo y con un rigor del que estaban siempre ausentes el sentimentalismo y la demagogia de plazuela lo que su lápiz había previamente copiado en su memoria, en su peregrinar por el transtierro argentino siempre llevó consigo las imágenes del Paraguay y, en especial, las de los más humildes.

En los trabajos de doña Miguela hay, registrados por igual, dolor y alegría y, con mucha frecuencia, añoranza, saudade, los paisajes, los tipos humanos, las escenas cotidianas y los ritos y costumbres registrados conforman una galería más o menos completa del país de su infancia y de sus amores perdidos al salir, junto a su esposo, hacia Argentina. No es casual que, como los personajes de algunas novelas de Casaccia, doña Miguela y su familia buscaran en el país vecino la proximidad al Paraguay y se instalaran en una ciudad del norte. Tampoco lo es que, llegada a cierta edad, volviera al país del que, si bien había salido, jamás había abandonado en su memoria. Hay salidas que consisten en estar cada vez más adentro del lugar que se ha dejado físicamente, que se ha abandonado. De ahí que todo el arte de Miguela Vera haya tenido como tema casi único el Paraguay que ella conociera antes de salir hacia Argentina.

Si Paraguay ocupa su memoria y su arte, son los humildes entre los humildes los que se asoman a sus imágenes más representadas. Quizá no se lo propusiera jamás doña Miguela, pero su mano firme, su trazo fuerte, su estilo carente de retórica y de excesos, sobrio en sí mismo, y la elección de los temas convierten sus grabados realistas en un catálogo de ensoòaciones magistrales cargadas de lirismo y de añoranza. Tal vez la artista se propusiera tan solo dejar constancia de lo que fuera del mundo que ella había conocido en su infancia y su primera juventud, pero ahí están los rostros y los gestos de los niños y mujeres de sus grabados para convertir los paisajes en los que se enmarcan en verdadera fantasía poética equivalentes en el arte del grabado a la igualmente realistas y, Doña Miguela con su hija Diana Estela a la vez, fantásticas escenas registradas por don Augusto Roa Bastos en las mejores páginas de Hijo de hombre o de El trueno entre las hojas. Ambos, contemporáneos, cargan consigo en otras tierras la memoria de lo que fueron y la esperanza de lo que el Paraguay podrá ser, y en esta conjunción de añoranza y de deseo descubren al hombre y a la mujer paraguayos trascendiendo los límites de su circunstancia vital: se descubren a sí mismos.

Doña Miguela nos dejó apenas unos días antes de que nos dejara don augusto. Ambos conocieron desde muy temprano en qué consistía ese vivir sin los paisajes, los rostros y las palabras con los que habían crecido y en los que se habían formado. Ambos volvieron al final de sus días al calor de sus recuerdos. Ambos fueron igualmente memoriosos y se identificaron con quienes cargaban sobre sí lo que Rafael Barrett llamara alguna vez "el dolor paraguayo". Ambos, desde espacios de creación distintos y complementarios, nos legaron su visión del Paraguay y enriquecieron la nuestra. Ambos merecen estar en nuestra memoria.

Doña Miguela Vera ha muerto, pero grabó para nosotros de manera realmente magistral lo que su memoria le dictaba cuando estaba lejos del Paraguay, y esos grabados es todo lo que nos ha dejado. En esos grabados está nuestra historia, la esencia misma de que somos y de lo que podemos ser. Su legado es enorme. -

VICKY TORRES, Asunción, 2005.

 

 

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DOÑA MIGUELA VERA EN EL RECUERDO,

(Catálogo) Asunción – Abril 2006

Centro Cultural de la República El Cabildo

y Asociación Cultural Comuneros

 

 

 

 

 

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