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MONTSERRAT ÁLVAREZ

  CRÍMENES, AUTÓMATAS, AJEDREZ Y MÚSICA: ALGUNAS HUELLAS DE EDGAR ALLAN POE - Por MONTSERRAT ÁLVAREZ - Domingo, 24 de Enero de 2021


CRÍMENES, AUTÓMATAS, AJEDREZ Y MÚSICA: ALGUNAS HUELLAS DE EDGAR ALLAN POE - Por MONTSERRAT ÁLVAREZ - Domingo, 24 de Enero de 2021

CRÍMENES, AUTÓMATAS, AJEDREZ Y MÚSICA: ALGUNAS HUELLAS DE EDGAR ALLAN POE

 

Por MONTSERRAT ÁLVAREZ 

 

montserrat.alvarez@abc.com.py

El martes se cumplió otro aniversario de nacimiento del gran escritor estadounidense Edgar Allan Poe (Boston, 19 de enero de 1809-Baltimore, 7 de octubre de 1849). Lo recordamos con este artículo sobre algunas de sus huellas en la literatura detectivesca y en la música, y sus relaciones con el ajedrez.

En el mes de aniversario de nacimiento de Edgar Allan Poe celebramos el placer que nos brinda su rico legado abordando algunos aspectos del mismo, menos socorridos que otros en estas ocasiones: su influencia en el rock progresivo –a través del primer álbum de Alan Parsons, uno de los forjadores de esta corriente musical– y en la literatura detectivesca, y sus reflexiones sobre los autómatas, las matemáticas y el ajedrez.

Poe y el primer detective de la literatura moderna

La moderna literatura de detectives, por supuesto, no nace de la nada. Pensar en su historia es pensar, por ejemplo, en la aparición en Londres, en 1827, del primer volumen (son tres) de Scenes In The Life Of A Bow Street Runner, Drawn Up From His Private Memoranda (Escenas de la vida de un corredor de la calle Bow, extraídas de sus informes privados), firmado por «Richmond». El título de esa obra hoy olvidada merece una breve explicación: como el primer cuerpo de policía londinense (fundado en 1749 y disuelto en 1839) tenía su sede en la calle Bow, a sus miembros –que, se supone, corrían tras los delincuentes– se les llamaba popularmente «Bow Street Runners», «corredores de Bow Street».

El narrador en primera persona y supuesto autor de este libro «autobiográfico», Richmond, es un personaje picaresco del mundo marginal victoriano que decide dar un giro radical a su vida y se hace policía. Contribuyeron al fracaso de la obra tanto la desfavorable reseña de The Monthly Review como el clasismo de una época para la cual un protagonista de origen tan «bajo» –delincuente primero, policía después– que termina firmando un libro cual autor respetable y letrado debió, cabe especular, resultar chocante.

Pero el ladrón converso que se pasa al lado de la ley recorre la literatura moderna al menos desde esas ficticias aventuras de Richmond hasta la deserción vital e inserción social de unos ya debidamente uniformados drugos en A Clockwork Orange, de Anthony Burgess, y aun cabe remontar todo ese recorrido a una persona real, el criminal convertido en detective Eugène-François Vidocq (1775-1857), fundador de la Sûreté, la primera policía nacional francesa, que inspiró leyendas, películas, relatos… Como los Unpublished passages in the Life of Vidocq, the French Minister of Police (Pasajes inéditos de la vida de Vidocq, ministro francés de Policía), aparecidos en el estadounidense Burton’s Gentleman’s Magazine en 1828, o como el capítulo del Tesoro de la Juventud –maravillosa enciclopedia para niños y adolescentes editada en Argentina por W. M. Jackson en la década de 1920– titulado Vidocq, el criminal inteligente. Aquel capítulo lo leí yo en mi infancia en la vasta biblioteca de mi abuelo, como aquellos pasajes del Burton’s Gentleman’s Magazine bien pudo haberlos leído Poe, cuando era un jovenzuelo de 19 o 20 años, en su país natal.

Richmond y otros personajes similares pueden contarse entre los antepasados del moderno relato detectivesco. Tanto como, por otra rama, los investigadores amateurs, presentes, por ejemplo, en la novela Things as They Are; or The Adventures of Caleb Williams, de 1794, donde William Godwin los presenta como más diestros que las autoridades oficiales, o el cuento Das Fräulein von Scuderi, de 1819, donde E. T. A. Hoffmann retrata a una sagaz «mujer entrometida» cuya superior inteligencia le permite encontrar la clave que en vano buscan todos.

Pero cuando Los asesinatos de la rue Morgue fue publicado en 1841, ese doble homicidio en la ficticia calle parisina, en un cuarto cerrado por dentro e inaccesible por fuera, llenó de asombro al mundo literario. Pistas desconcertantes, testigos confundidos, policías perplejos y un mero aficionado que lee en el diario los detalles del crimen, lo resuelve y se convierte en el primer detective de la literatura moderna: el chevalier Charles Auguste Dupin. Que regresará en El misterio de Marie Rogêt y en La carta robada, haciendo de Poe el creador no solo de la moderna historia de detectives, sino también de las modernas series de relatos de crimen y misterio protagonizadas por un mismo detective.

En este tipo de relato, el interés no solo está en explicar un crimen misterioso, en descubrir sus circunstancias, sus móviles, sus perpetradores, sus cómplices, sino en explicar cómo se llegó a la explicación, en descubrir cómo se realizó el descubrimiento: este tipo de relato es en el fondo la crónica de un proceso intelectual. Por eso atrapa ya con el enigma previo a la crónica, tal como la incógnita sin despejar en una ecuación atrapa al matemático, con la irresistible seducción de un desafío. Por eso su héroe culto y sedentario tiene en su rareza –en su incapacidad de ver las cosas del modo que resulta natural para el resto y de pensar conforme al sentido común– su ventaja, ventaja que revolucionará la fantasía fascinándola con el poder del pensamiento de reducir a sus términos problemas que en apariencia lo exceden. Atrapar las pistas y relacionar los signos que están ahí sin que nadie los vea hasta revelar el texto en clave escrito en los hechos, el mensaje cifrado que les da sentido: esa es la gloria de estas aventuras. Conan Doyle sabía que su Sherlock no hubiera existido sin la criatura de Poe. Aunque el propio Holmes –que responde con desdén al piropo entusiasta del fiel Watson, cuando este lo compara con Dupin–, de más está decirlo, no pudiera saberlo.

Poe y el álbum que contribuyó a forjar el rock progresivo

Lanzado en 1976 e integrado por composiciones sobre poemas y relatos de Poe, Tales of Mystery and Imagination fue el álbum debut del grupo londinense de rock progresivo The Alan Parsons Project. El título del álbum es el del libro homónimo, publicado por primera vez en 1908 y reimpreso mil veces, que recoge varios de los más conocidos cuentos de Poe. Entre los músicos que intervienen, además del propio Alan Parsons y del pianista escocés Eric Woolfson, están el tecladista Francis Monkman, de Curved Air and Sky, los cantantes John Miles, Arthur Brown, de The Crazy World of Arthur Brown (en The Tell Tale Heart), y Terry Sylvester, de The Hollies (en To One In Paradise), y los miembros de las bandas Pilot, de Edimburgo, y Ambrosia, de Los Ángeles.

Como anuncio de que vamos a dejar el mundo cotidiano y entrar a otra dimensión, el álbum empieza con A Dream Within A Dream, sobre el poema publicado en 1849, y mediante una sucesión de sintetizadores, pianos e instrumentos de cuerda nos conduce al segundo track, The Raven, en el cual la voz principal es la del actor británico Leonard Whiting (el célebre Romeo del clásico de Zeffirelli de 1968), además de un coro de niños (de una escuela de Westminster) e intervenciones de Alan Parsons con un vocoder digital, detalle relevante, puesto que The Raven fue la primera canción de rock que incluyó uno. Esta fórmula de pasajes de poemas y cuentos de Poe leídos o cantados e imbricados con rock progresivo, experimental y sinfónico en una densa, inquietante atmósfera se mantiene en las siguientes canciones con la excepción de The Fall of the House of Usher, suite instrumental que dura algo más de 16 minutos y cuyo Preludio está inspirado en la ópera inconclusa de Claude Debussy La chute de la maison Usher.

La reacción de la crítica al primer álbum de Alan Parsons fue muy diversa desde el inicio. Para Billy Altman, de Rolling Stone, no hace justicia al suspenso y el horror que distinguen la obra de Poe; por otra parte, Classic Rock Magazine lo reconoció en el 2010 como uno de los «50 álbumes que forjaron el rock progresivo». De cualquier modo, en 1987 Parsons lo remezcló por completo, le sumó contundentes efectos de reverberación y le añadió nuevos pasajes de guitarra y de narración, estos en la voz de Orson Welles (muerto entonces hacía un par de años), que les había enviado una grabación poco después de que apareciera el álbum, en 1976. El primer pasaje con la voz de Orson Welles en el remix de 1987 está antes del primer track (A Dream Within a Dream) y procede de la Marginalia, título bajo el cual Poe reunió diversas reflexiones y anotaciones suyas; concretamente, esas primeras palabras en la voz de Orson del remix del 87 corresponden al fragmento XVI de la Marginalia, y el segundo pasaje en la voz de Welles, que entra antes de The Fall of the House of Usher, es una suerte de paráfrasis elaborada con los Poems of Youth de Poe. Este mes de aniversario del gran escritor nacido en enero de 1809 recomendamos, si se atreven, internarse cualquier noche en los oscuros paisajes intangibles de Tales of Mystery and Imagination, bosque sonoro cuyas melodías, ya siniestras, ya melancólicas, recrean a su manera una obra cara a muchos de nosotros, una excursión en medio de la cual nadie podrá permanecer indiferente al reconocer de pronto, en el ritmo de la batería, los escalofriantes latidos del Corazón Delator.

Poe y el autómata ajedrecista

Porque la luz de la razón proyecta sombras, el Siglo de las Luces fue el siglo de los autómatas, figuras encantadas en las que ya se atisban los misterios y oscuridades del Romanticismo, seres mecánicos lo más sospechosos posibles de esconder un alma. El suizo Pierre Jaquet-Droz, el alemán Friedrich von Knauss, el francés Jean Eugène Robert-Houdin, el húngaro Wolfgang Ritter von Kempelen los harán escritores, dibujantes, pianistas, magos, jugadores de ajedrez...

El Turco, ajedrecista de turbante, túnica y mirada fija, debutó en el palacio Schönbrunn de Viena en 1770 para fascinación de la corte y partió de gira por todo el continente. El Turco jugó contra Federico el Grande de Prusia, contra la emperatriz María Teresa de Austria, contra el rey Luis XVIII de Francia, contra Napoleón Bonaparte... Y luego cruzó el océano y se presentó en 1826 en el Hotel Nacional de Broadway, Nueva York. Volvió años más tarde en otra larga gira estadounidense, donde el público volvió a llenar las salas en cada una de sus actuaciones, alcanzando ciudades como Baltimore. Y Poe lo vio, y escribió el artículo «Mäelzels’s Chess Player» («El jugador de ajedrez de Mäelzel»), publicado en abril de 1836 en el Southern Literary Messenger, de Richmond, Virginia.

Poe supuso que era una persona oculta dentro del Turco quien jugaba al ajedrez, y enumeró en su artículo varias razones para suponerlo: que cuando la situación es difícil el Turco no movía la cabeza ni los ojos, ya que la persona oculta en su interior, al estar concentrada, se olvidaba de hacerlo; que los movimientos del Turco eran demasiado rígidos, para evitar que parecieran humanos; que si el Turco fuera una máquina, ganaría siempre… Y acertó: en el Turco se escondía William Schlumberger. Que otrora, en el parisino Café de la Regénce, jugó con Louis-Charles Mahé de La Bourdonnais, el mejor ajedrecista de su tiempo, y que tuvo a Pierre Charles Fournier de Saint-Amant por discípulo. Pero ahora cobraba cincuenta dólares al mes por esconderse dentro del Turco para jugar. Y lo siguió haciendo hasta que, en una gira por Cuba, contrajo fiebre amarilla y encontró la muerte en La Habana en 1838, a los 38 años de edad.

En su artículo, Poe, que tanto sabía de sombras, arroja luz sobre muchas cosas; entre ellas, el ajedrez. Que opone a las matemáticas: en ajedrez, explica, no cabe deducir de ninguna posición de las fichas en determinado momento su posición futura, mientras que en una ecuación, por el contrario, cada paso sigue de modo absolutamente necesario al anterior: solo puede ser ese, y no otro. El Turco podía jugar ajedrez porque no era una cosa, porque no era una máquina movida por algoritmos, por instrucciones sistematizadas para realizar operaciones a partir de unos datos iniciales en una secuencia perfecta y tan inalterable como el punto de partida, porque en el ajedrez, como en la vida, ninguna acción sigue a otra necesariamente, sino que a cada movimiento surge todo un abanico de posibles jugadas. Y así Poe descubrió el secreto del oculto ser humano que fingía ser un autómata que fingía ser humano.


Fuente: Suplemento Cultural del diario ABC COLOR

Domingo, 24 de Enero de 2021

Página 2 y 3

www.abc.com.py

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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