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AUGUSTO OCAMPOS CABALLERO

  TESTIMONIOS DE UN PRESIDENTE - ENTREVISTA AL GRAL. HIGINIO MORÍNIGO - Por AUGUSTO OCAMPOS CABALLERO


TESTIMONIOS DE UN PRESIDENTE - ENTREVISTA AL GRAL. HIGINIO MORÍNIGO - Por AUGUSTO OCAMPOS CABALLERO

TESTIMONIOS DE UN PRESIDENTE

ENTREVISTA AL GRAL. HIGINIO MORÍNIGO

Por AUGUSTO OCAMPOS CABALLERO

Editorial EL LECTOR

Tapa: LUIS ALBRETO BOH

Asunción – Paraguay

Diciembre 1983 (258 páginas)





PRÓLOGO


         Trabajo valioso es el que nos presenta Augusto Ocampos Caballero. En el mismo revela su extraordinaria capacidad de investigador, que en largas jornadas de labor periodística consigue reunir los testimonios del protagonista principal de la historia política paraguaya en el lapso comprendido entre los años 1940 y 1948.

         Con total acierto se afirma que el autor de la más auténtica expresión de la personalidad de la nación es el pueblo llano, siendo éste el creador y recreador de los pensamientos, densos y profundos, a través de los cuales conocemos los anhelos, ensueños y reflexiones que componen el espíritu del país.

         El Paraguayo es un pueblo que desde sus orígenes constituyó un núcleo cultural, elaborador de las instituciones que la realidad le reclama para la satisfacción de sus necesidades de todo orden. Desde lejanos tiempos comienza a brotar suavemente lo que luego será la impetuosa corriente de la cultura paraguaya, sembradora de ideas que hacen historia y vertebran una línea de acción y pensamiento de sorprendente unidad a través del tiempo. Es esta línea nacional la que luego de protagonizar la revolución comunera, organiza en mayo de 1811 el Estado paraguayo, ser pluripersonal que tiene por misión la libertad y la protección del hombre paraguayo. Con Gaspar de Francia se inicia la consolidación de todas las obras materiales y espirituales; se afirman definitivamente los valores nacionales y se permite la obra extraordinaria de Don Carlos Antonio López, que culmina con actos de civilización y de progreso, para luego conocer el sacrificio sublime en aras de la dignidad de los valores históricos de toda la nacionalidad, en las serranías del Amambay.

         Luego del holocausto, los vencedores organizan un Estado para servir los intereses de los aliados. El desprecio hacia la línea nacional, la ignorancia de la realidad social e histórica del Paraguay por parte de la clase instaurada en el aparato político administrativo por los destructores del Paraguay, constituye el mayor de los males que tiene que enfrentar el pueblo paraguayo. Y el pensamiento legionario trata, en vano, de hacer abjurar al pueblo de sus creencias, mediante una sostenida e intensa campaña de desprestigio de todos los hombres símbolos del nacionalismo paraguayo.

         El General Don Higinio Morínigo M., personalidad de gravitante presencia en el escenario político nacional, nos relata en esta obra de Augusto Ocampos Caballero todo su amor hacia las campiñas paraguayas, hacia los héroes de la nacionalidad, hacia la rectitud y la honestidad que le inculcaron en la mente y en el corazón sus progenitores. Acusa a los que hicieron de la política un negocio y que no brindaron sus renuncias en pro de la grandeza y restauración de la Patria.

         El Gral. Morínigo tiene la suficiente autoridad moral para analizar distintos momentos de nuestra historia y cuestionar el comportamiento de muchos de nuestros compatriotas que no han sabido estar a la altura de las exigencias que requería la Patria, porque emerge de las filas del añoso y glorioso pueblo paraguayo, por cuya felicidad brindó sus mejores esfuerzos.

         Guerrero del Chaco, donde se acrecentó aún más su simpatía hacia el agricultor soldado, nos ilustra de la manera que tuvo que enfrentarse al enemigo en la Guerra del Chaco. Del abandono en que se encontraban nuestras fuerzas armadas y de cómo el coraje y el patriotismo de los combatientes pudo equilibrar la desproporción en hombres y armamento. Nos demuestra la debilidad espiritual de la diplomacia paraguaya que no estaba acorde con los esfuerzos y éxitos obtenidos en el campo de batalla.

         Al Gral. Morínigo no lo pueden valorar quienes hacen de la política una ciencia de abstracciones y ficciones y no la ciencia del bien común. Hay personajes que integrando de cuerpo las filas de la línea nacional, están de alma y de pensamiento en las huestes de los negadores de la nacionalidad.

         Condena, y con mucha razón, los desaciertos de los políticos que desprestigiaron con sus actos el nombre y el prestigio de sus partidos. Como afirma Efraín Cardozo en sus cartas polémicas con el Dr. Juan Francisco Recalde: "Muchas de estas disensiones, sino todas, estuvieron influenciadas por tendencias personales y algunas se definieron a costa de la sangre del pueblo". Es la verdad cauterizante respecto a las luchas internas y guerras civiles.

         El General Higinio Morínigo asume el compromiso de dar sus testimonios, y lo hace con sencillez, espontaneidad y veracidad y deja a la consideración pública, a través de este valioso trabajo periodístico, que Augusto Ocampos Caballero tuvo la paciencia de elaborar, y constituye un gran aporte para el conocimiento de la historia política paraguaya.

         Se trata de una obra de extraordinaria honestidad.


         Leandro Prieto Yegros





PREFACIO


         La presente obra es fruto de una labor periodística que demandó largas jornadas con el protagonista de una época de la historia política paraguaya. El general Higinio Morínigo M., presidente de la República del Paraguay, de 1940 a 1948, período difícil, no sólo por la Segunda Guerra Mundial sino también porque en él alcanzaron su auge las nuevas corrientes políticas surgidas en Europa a principios del siglo, se constituyó en el hombre que el Paraguay necesitaba para dirigir su propio destino.

         Motivado por tan singular personalidad, decidí precisar su perfil político, recurriendo, con los medios disponibles, a la fuente misma, ya que para entonces nuestro personaje estaba gozando sus 85 años de vida. Recurrí a la entrevista formal, elaborando un cuestionario pertinente, con el fin de lograr un testimonio auténtico, ordenado, verídico y vivencial, sin perder por ello el sabor de lo coloquial.

         En efecto, las palabras del ex-presidente de la República fueron grabadas, como testimonio viviente de quien tuvo en sus manos los destinos de la Nación en una de las épocas más críticas de la historia. Avalando sus declaraciones, el ilustre entrevistado me proveyó de testimonios fotográficos y documentales, lo cual constituirá, sin lugar a dudas, la fuente a la cual recurrirán los estudiosos de nuestra historia política, esperando que el presente reportaje cumpla con la misma finalidad.

         El general Morínigo se prestó gustoso al diálogo durante varios meses, reconociendo que como protagonista de una época de la historia política paraguaya nada tiene que ocultar, sino por el contrario, señaló que se sentía con el compromiso de dar sus testimonios como un aporte al conocimiento de la misma y en especial de su régimen nacionalista.

         Aspectos destacables del cuestionario fueron: facetas de su vida, recuerdos, anécdotas de su niñez y juventud, su carrera militar, su ascenso al poder, su gestión gubernativa, la conducción diplomática con relación a los países involucrados en el conflicto mundial, referencias a la guerra civil del 47, a la cual desembocó la nación en forma paradójica, después de haber inaugurado un período de amplia amnistía política, introduciendo al país en la senda de la democracia, siempre tan ponderada, pero de difícil afirmación.

         En los relatos del general Higinio Morínigo M. no hay diatriba ni aflora el rencor o la ofensa.

         El personaje, como cualquier mortal, tuvo sin duda alguna sus aciertos y sus errores. Pero que quede fuera de discusión su honestidad diáfana y su entrañable amor a la patria.


         A. O. C.



INDICE


I- Paraguarí: tierra con sabor a heroísmo, historia y paraguayidad        

II - Ingreso de Morínigo a la escuela militar

III - Los golpes de estado o las revoluciones liberales

IV - La guerra del Chaco

V - El movimiento revolucionario febrerista

VI - El retorno del liberalismo

VII - La asunción a la primera magistratura      

VIII - La revolución paraguaya nacionalista

IX - El plan trienal de gobierno

X - El plan quinquenal de gobierno

XI - La diplomacia nacionalista

XII - La normalización institucional del país

XIII - La guerra civil del 47   

XIV - El partido colorado al poder

XV - La nueva vida del ex-presidente de la república

XVI-La evaluación de las obras de un estadista

XVII - Los funerales del ex-presidente de la república

Apéndice documental

 

 

 



 

 


IV


LA GUERRA DEL CHACO


         Con relación a la Guerra del Chaco, le solicitamos que nos refiriese aspectos resaltantes de la contienda. Fuimos gratamente sorprendidos, pues su respuesta rebasó el plano estrictamente militar, incursionando en el campo político y diplomático. Enjuició la política de defensa del país en el pasado, cuestionó aspectos de la diplomacia paraguaya durante el armisticio y propuso orientaciones de carácter geopolítico para el futuro.



         Puedo señalar a 1932 como un año muy especial para mi vida: mi casamiento con la señorita Dolores Ferrari y la guerra. Aquella mujer con quien contraje matrimonio, es mi compañera de cincuenta años; ella estuvo inclusive conmigo en las primeras jornadas de la guerra. También fue al Chaco mi hijo de apenas ocho meses, quien sufrió una pequeña herida, al explotar una bomba de aviación muy cerca de donde estábamos. Por eso digo que mi hijo, hoy médico, es también ex-combatiente.

         Al estallar la guerra con Bolivia se creó la Escuela para la formáción de oficiales de reserva, entre los estudiantes, y fui nombrado director de esa institución. Se tuvo que hacer un verdadero milagro para lograr el objetivo: la formación rápida de oficiales. Tuve a mi cargo algo más de 400 aspirantes, que tenían que salir con el grado de teniente segundo, en un tiempo récord, porque así lo exigían las circunstancias. Salieron al cabo de tres meses, como pan caliente del horno 450 oficiales, y con el último contingente marché también al campo de batalla, vasto escenario de la contienda chaqueña. Los jóvenes oficiales partieron con gran espíritu, aunque con una enseñanza elemental de tres meses, cuando se necesitaban tres años para una formación integral, pero finalmente resultaron ser grandes combatientes.

         El 30 de enero de 1933, por orden general, fui trasladado al Estado Mayor del Segundo Cuerpo de Ejército. En abril de ese mismo año, Jefe de Estado Mayor del Primer Cuerpo de Ejército, cargo en el que actué en todas las batallas en las que tomó parte el cuerpo. En el mes de setiembre, fui nombrado Jefe del Estado Mayor General en carácter interino. El 13 de octubre pasé de nuevo a prestar servicios en el ejército en campaña, en carácter de Jefe de Estado Mayor del Primer Cuerpo de Ejército; luego fui nombrado Comandante del Destacamento compuesto por los regimientos Sauce, R.I. 12 Rubio Ñu y R.I. 15 Lomas Valentinas, actuando en la gran Batalla de Zenteno.

         El 13 de diciembre por orden del Comando en Jefe del Ejército en el Chaco, se me nombró Jefe de Estado Mayor del Primer Cuerpo de Ejército; el 20 de junio del 35, se me destinó a prestar servicios en el Estado Mayor del Comando en Jefe de las Fuerzas Armadas y luego pasé a ser Jefe del Estado Mayor del Comando en Jefe. Fui condecorado por el entonces presidente Eusebio Ayala, en el mismo campo de batalla.

         LA DEFENSA DEL PAIS. A propósito de la Guerra del Chaco, en un afán suicida, nuestros hombres públicos descuidaron la defensa del Chaco constituyendo ella preocupación de segundo orden. Los problemas internos con sus derivaciones en estériles querellas consumieron energías, hombres y riquezas que debimos acumular para la contienda que irremediablemente vimos acercarse.

         Y fuimos a la guerra con Bolivia sin la fuerza de que éramos capaces. Es necesario que el caso no se repita y hayamos aprendido la lección. Los hombres que llegan a las altas magistraturas deben pensar, observar y avizorar el porvenir más allá de las estrechas concepciones de los círculos partidarios; el ejército es arma de la defensa de la nación, y por tanto está al servicio de ella. Un adagio muy conocido y muy antiguo dice: "Si vis pacem para bellum", "Si quieres la paz, prepárate para la guerra", es decir, que si un país quiere vivir tranquilo y respetado, debe tener una fuerza capaz de defender con eficacia su patrimonio, y esta fuerza no puede ser otra que un ejército armado, organizado e instruido de acuerdo a los métodos modernos.

         En el caso especial de nuestro país con la solución definitiva del largo diferendo de límites con Bolivia, no termina la razón de ser del Ejército. Al contrario, desde ese momento han aumentado las obligaciones de éste, pues debe conservar lo reconquistado a costa de tanta sangre. Además, el Paraguay debe tener muy en cuenta su posición geográfica entre las dos grandes potencias, posibles contendoras, Argentina y Brasil. Para un caso de conflicto armado entre estos dos países, ¿qué actitud va a asumir? ¿Aliarse con uno de ellos o permanecer neutral? En cualquiera de los casos necesita contar con una fuerza suficiente que le dé la posibilidad de pesar en la balanza internacional de tal suerte que sea capaz de inclinarla a favor de su aliado o de su causa.

         La neutralidad exigirá sin duda el empleo de una fuerza armada respetable que obligue a los contendores a tomarla en consideración, por sus posibles proyecciones y consecuencias; pues bien sabido es que un país permanece neutral cuando puede y no por simple determinación. Así, pues, el Paraguay debe contar, si quiere ser respetado y tenido en cuenta como nación soberana, con una fuerza acorde con su posición geográfica y su extensión territorial.

         EL CONFLICTO. Ahora, hablando de la cuestión con Bolivia, antes y durante la guerra con este país, encontramos experiencias muy interesantes. Antes de la iniciación de las hostilidades, podemos decir con franqueza que prácticamente no disponíamos de una fuerza armada organizada que pudiera llamarse Ejército. Tampoco podemos decir que existía una diplomacia; vale decir, en vísperas de una guerra inevitable que se venía preparando desde medio siglo atrás, para la conquista de una parte de nuestro territorio, el Paraguay estaba con las manos vacías, es decir sin Fuerzas Armadas y sin diplomacia. Los dos únicos medios de acción de la política internacional, no existían. En estas condiciones se inició la guerra de 1932. Gracias a las virtudes incomparables de la raza, se improvisó, organizando un Ejército que fue creciendo durante la lucha, hasta llegar a ser potente e invencible, con el cual se libraron memorables batallas victoriosas. Sin embargo, en el campo político no se pudo operar el milagro de la improvisación y siguió durante toda la guerra la conducción débil y vacilante, hasta el punto de anular a veces la acción gloriosa de su propio ejército, en provecho del enemigo. Así vimos escamoteadas nuestras más resonantes victorias militares. En el terreno diplomático, jamás se tuvo en cuenta nuestras acciones militares, que, en manos de una diplomacia hábil y capaz, constituyen argumentos incontrastables. Sin embargo, nosotros no fuimos a la guerra para defender nuestro suelo de la conquista de un país que se consideraba fuerte; fuimos condenados nada menos que como agresores. Un sarcasmo sin paralelo.

 

        

         LA VICTORIA DE CAMPO VÍA


         En Campo Vía, el Ejército obtuvo la más grande y aplastante victoria. Unos días más de lucha, un poco más de esfuerzo e imponíamos nuestra voluntad al adversario. Pero la diplomacia paraguaya en vez de sacar partido de esta situación inmejorable, poniéndose a tono con el empuje avasallador de su Ejército, que puso en sus manos el argumento indiscutible e indiscutido de la victoria, despreció esta acción de fuerza heroica y se presentó con un idealismo romántico, fuera de la realidad del momento, atribuyendo el triunfo de nuestras fuerzas a una tal "consciencia jurídica" inexistente, y ofreció la famosa tregua de 15 días, tiempo que sin duda aprovechó el enemigo para salvar el resto de su Ejército y reorganizar otro con nuevos bríos para enfrentar nuevamente al nuestro durante dieciocho meses, a cuyo final se firmó el armisticio del 12 de junio de 1935, que en el fondo no fue sino una tregua.

         En esta forma poco hábil, nuestra diplomacia paró la fuerza espartana de nuestro Ejército, en el momento preciso en que debíamos darle mayor empuje, porque estoy seguro que con un poco más de esfuerzo y una explotación enérgica y continuada del éxito obtenido en Campo Vía, podíamos obtener la firma de la paz en condiciones convenientes ya que nuestro adversario deshecho y desmoralizado por la derrota, no estaría en la posición de imponer condiciones. Esta apreciación sobre un hecho de trascendental importancia no es nueva. Ha motivado críticas muy severas en nuestro medio, y el mismo enemigo se maravilló, sorprendido del triunfo obtenido por su diplomacia. La firma del armisticio, constituyó un fracaso rotundo de la diplomacia paraguaya.

         EL ARMISTICIO. Firmado el armisticio, o mejor dicho la tregua del 12 de junio, ambos ejércitos se retiraron a ocupar las líneas preestablecidas en el mismo protocolo. Nosotros, siguiendo nuestra tradicional imprevisión, no tomamos en cuenta o no comprendimos que el citado protocolo del 12 de junio no era la paz definitiva, sino una simple cesación de fuego con retiro y desmovilización de una parte de los ejércitos combatientes; pues la cuestión de límites quedaba en suspenso en todas sus partes y con todas sus posibles consecuencias.

         En estas condiciones, en vez de proceder a la desmovilización completa del Ejército en campaña, a la reducción de nuestro efectivo de paz a un mínimum que no respondía a la situación internacional del momento el buen sentido y la nueva situación creada nos aconsejaba la desmovilización paulatina y metódica, sin desorganizar las unidades, dejando en el teatro de las operaciones los cuadros con todos sus equipos, materiales y armamentos, depositados en condiciones de volver a encuadrar sus efectivos en el más breve tiempo y reanudar la lucha, si el caso así lo requiriese como lo hizo el enemigo con todo acierto.

         Como consecuencia lógica de este procedimiento, a todas luces equivocado, hemos llegado, en vísperas de la posible reanudación de las hostilidades a punto de volver a efectuar la organización improvisada de las unidades y repetir los hechos del año 1932, pero seguramente con otros resultados. Para nada tuvimos en cuenta la costosa experiencia recogida de aquél entonces, todo lo hemos olvidado, y nuestras atenciones e inquietudes fueron acaparadas por las cuestiones internas, y cuando las negociaciones diplomáticas llegaban a su punto álgido recién nos dimos cuenta del peligro de la posible reanudación de hostilidades.

         Siguiendo sobre el mismo tema, no quisiera pasar sin mencionar a grandes rasgos lo que pasaba en el lado enemigo, donde las cosas ocurrían a la inversa de nuestro caso, es decir, una política boliviana, sagaz y enérgica hizo triunfar su causa, a pesar de la situación militar. Consiguió anular el peso de nuestros triunfos militares, logró que fuésemos condenados como agresores por la Liga de las Naciones. Y pudo, igualmente, salvar el resto del Ejército con la tregua que generosamente le ofrecimos.

         En el curso de la contienda, el entonces canciller Guachalla, desde Carandayty lanzó una proclama al coronel Toro, Comandante de la caballería boliviana, que perseguía a nuestras tropas en retirada, anunciando que aquella horquilla -que si bien no se cerró- había mejorado mucho la posición de Bolivia ante los estrados ginebrinos. Cuál sería, pregunto, nuestra posición si hubiéramos estado en las malas. Después de estas aleccionadoras y dolorosas experiencias que costaron tanta sangre y lágrimas al pueblo paraguayo es monstruoso seguir pensando que las Fuerzas Armadas de un país son innecesarias en la paz. Esta idea ha hecho que todos nuestros gobernantes anteriores a la guerra con Bolivia descuidaran en absoluto nuestra preparación militar, causa por la cual fuimos arrastrados a un enfrentamiento bélico para el que no estuvimos preparados y que lo aceptamos y afrontamos con éxito, gracias al valor legendario y estoico del pueblo paraguayo.

         Todo se improvisó a costa de grandes sacrificios y enormes gastos, que con una mediana preparación durante la paz se hubiesen evitado, y nuestros éxitos militares hubieran sido mejor explotados.

 




V


EL MOVIMIENTO REVOLUCIONARIO FEBRERISTA


         El periodo de post-guerra es una etapa crítica en la vida de una nación. Consultado el Gral. Morínigo sobre la situación de nuestro país después de la contienda chaqueña, nuestro entrevistado puntualizó que las diferencias políticas habían sido superadas en aras de la unidad nacional, apareciendo como consecuencia el movimiento del 17 de febrero de 1936, cuyos efectos evaluó en forma objetiva.


         El regreso del Chaco, tras la finalización de la contienda con Bolivia fue emotivo, sobre todo por la reacción del pueblo al recibir a sus soldados, a los guerreros, que en medio de tantas privaciones e injusticias pudieron imponerse al invasor. Pero tras esa imagen, había otra faceta: regresábamos con otra mentalidad. En el campo de batalla se había unificado el pensamiento político, y las viejas diferencias partidarias fueron enterradas. Ahora venía el cuestionamiento de todo un régimen que imperaba desde varias décadas.

         Esta reacción era consecuencia del malestar que reinaba entre los jóvenes por la indefensión del país en lo referente a armas, preparación y organización militar, el armisticio de Campo Vía, la larga hegemonía del grupo gobernante, con injusticias y atropellos. Vale decir, que debemos reconocer que los sucesos del 17 de febrero de 1936, tuvieron sus raíces en las trincheras del Chaco. El partido liberal había amparado descaradamente a una claque privilegiada y a los "niños bien". A éstos últimos se los protegía para que no fueran al frente de batalla, mientras eran enviados a las primeras filas aquellos que no comulgaban con el ideario del sistema.

         Nuestro Ejército se pudo armar capturando material bélico del enemigo, pero para ello se tuvo que sacrificar a 39 mil paraguayos. Se traficó con la sangre de nuestro pueblo, y para más indignación, entraron en acción, durante la guerra, los tristemente famosos "mata-paraguayos", armas que estallaban en las manos de nuestros soldados. El hecho que aceleró la agitación contra el régimen libero-oligárquico fue el haberse frenado la guerra con Bolivia, en el momento menos indicado, cuando teníamos un ejército triunfante. Tendríamos que haber llegado primeramente a Villamontes, a la cordillera, y luego hablar de paz. Bolivia la solicitó porque veía una derrota inminente y total, y el gobierno paraguayo gustoso la aceptó. La revolución de febrero fue pues una reacción cívico-militar, no partidista, cuyo objetivo era primeramente derrocar al régimen liberal, al presidente Eusebio Ayala, al anquilosado e intolerable sistema. Ante el llamado de los dirigentes del movimiento, la reacción fue firme, decidida, porque la acción estaba dentro de cada excombatiente. Fue jefe del movimiento el Cnel. Federico W. Smith, quien conjuntamente con sus colaboradores llamó a Franco, quien estaba exiliado en Buenos Aires, para que regresara al país. Así lo hizo, al triunfar la revolución. Una vez en Asunción se le ofreció la presidencia; su asunción a la primera magistratura fue rápida, sin protocolos.

         El Cnel. Rafael Franco fue un hombre que tuvo buena estrella en la Guerra del Chaco, donde se distinguió como un buen combatiente, aunque se puede discutir su figura como conductor político. Porque una cosa es saber poner las piezas en su lugar, y otra, saber moverlas. Franco ha sido muy buen combatiente, correcto jefe, pero como conductor revolucionario dejó mucho que desear y lamentablemente el movimiento de febrero fracasó. El Movimiento fue de la juventud militar y civil, con una polaridad extraordinaria pero no anduvo. Se podría señalar como uno de los errores de Franco el haber formado su gabinete con elementos negativos. Gente resentida de otros partidos. Se hubiera apoyado en esa juventud de la post-guerra y no con dirigentes conservadores que ya carecían de ideales revolucionarios.

         Aquí figuraban los Freire Steves, los Caballero, etc. Así fue que fracasó esa hermosa revolución de febrero que quedó relegada al olvido permitiendo el regreso tranquilamente, del Partido Liberal.


         EL MCAL. LÓPEZ EN EL ALTAR DE LA PATRIA


         Durante el gobierno del Cnel. Rafael Franco, fui nombrado Comandante de la Guarnición de Concepción y ya en ese tiempo fue adquiriendo fuerza el movimiento revisionista que tenía por misión ensalzar a los grandes valores de la nacionalidad, que estaban ocultos bajo el peso del legionarismo. Yo me hallaba en aquella corriente, cuyo objetivo principal era poner al Mcal. Francisco Solano López en el pedestal de gloria que le correspondía. En primer término, había que rescatar sus restos, para que reposaran eternamente en el Altar de la Patria. El Panteón Nacional de los Héroes, que fue obra del Mariscal, y que quedara inconcluso por la Guerra, fue terminado de acuerdo al proyecto original, y ahí debía estar sus huesos.

         Para rescatar los restos del Mcal. López se formó una comisión especial, estando a mi cargo la honrosa misión de buscar, hallar y trasladar hasta Asunción los despojos mortales del gran Mariscal. Era el reconocimiento nacional hacia la figura de nuestro máximo Héroe y el desmoronamiento de la nefasta historia que escribieran los enemigos de la Patria. Teníamos la obligación de acrisolar la imagen ultrajada del Mariscal y la de nuestros héroes de la Guerra contra la Triple Alianza, que los legionarios y la escuela liberal se habían encargado de mancharlas.

         Presidí la expedición; por entonces tenía el grado de coronel, misión que fue un hecho histórico y la recuerdo con mucho orgullo y emoción.

         La peregrinación en busca de la tumba del Mariscal estuvo cargada de gran emotividad y patriotismo; teníamos que penetrar en el corazón mismo del Amambay, en el escenario de la tragedia, y así emprendimos la marcha hacia Cerro Corá. Para ubicar el sitio, sobre la margen izquierda del Aquidabán, contábamos con una importante documentación que obraba en poder del veterano de la Guerra Grande Bonifacio Obando. El ex-combatiente del 70 dio las referencias de la zona y la comisión comenzó el trabajo.

         Integraron el grupo a mi cargo los señores Romualdo Yrigoyen, Marcial Roig Bernal y los veteranos Bonifacio Obando y Genaro Giménez. El señor Yrigoyen que era de la zona del Amambay, prestó una valiosa colaboración para el éxito de la tarea, ya que suministró los baqueanos para penetrar en aquella inhóspita selva hasta llegar al Aquidabán.

         A fines de agosto de 1936 llegamos a Cerro Corá y acampamos a orillas del legendario río. Comenzamos así un estudio y reconocimiento del lugar, tomando como base las referencias del señor Obando. La exploración la realizamos con mucho entusiasmo, rastreando palmo a palmo aquel sagrado rincón de nuestra Patria, donde yacían los restos del coloso de Cerro Corá.

         El 2 de setiembre ubicamos unos arrecifes en el curso del río, desde donde abrimos una picada, penetramos echando el monte unos ochenta metros aproximadamente del Aquidabán, siguiendo las referencias del veterano del 70. Descubrimos así con gran emoción, el sitio exacto donde se encontraba la tumba del Mariscal y de su hijo, el Cnel. Panchito López. Ante este maravilloso hallazgo rendimos homenaje a la memoria de nuestro máximo héroe y de quienes sacrificaron sus vidas en aquel lejano santuario por la defensa de la heredad nacional.

         Profundamente emocionados y con lágrimas en los ojos procedimos luego a cavar las tumbas, de donde recogimos algunos huesos que quedaban de Solano López y Panchito. A menos de un metro ubicamos esos restos. Habíamos cumplido con nuestra misión, habíamos hecho justicia con la Patria, era un acto de paraguayidad, un deber que teníamos para con la historia. Los huesos los cargamos piadosamente y regresamos en peregrinación hacia Asunción, para depositarlos en el Panteón de los Héroes, para su veneración.


 

 


VII


LA ASUNCIÓN A LA PRIMERA MAGISTRATURA


         La muerte del presidente Estigarribia produjo un vacío de poder cuyas consecuencias podrían haber sido funestas para la nación, de no mediar la rápida intervención de los altos mandos civiles y militares. El Gral. Morínigo nos relató los entretelones palaciegos que condujeron a su nombramiento para ocupar el cargo de presidente de la República, aplicando la Constitución del 40. También nuestro entrevistado nos informó de los sucesos de carácter político que ocurrieron inmediatamente después de los funerales del Mcal. Estigarribia.

 


         Inmediatamente de conocerse la noticia de la trágica desaparición del jefe de Estado, se sucedieron las reuniones de los altos mandos militares, para tratar la situación, de donde habría surgido la idea de que el continuador del mandato de Estigarribia fuese un militar. En horas de la noche del 7 de setiembre se resolvió convocar a los miembros del Poder Ejecutivo en el Palacio de López, para deliberar sobre la sucesión del mando presidencial.

         De acuerdo con la Constitución de 1940, se estableció la vía a seguir en caso de renuncia, inhabilidad o muerte del presidente de la República y era el Consejo de Ministros el organismo encargado del nombramiento.

         El gabinete en pleno se reunió en el palacio, participando yo en mi carácter de ministro de Guerra y Marina. Éramos entonces dos los militares con carteras ministeriales; el otro era Eduardo Torreani Viera, ministro del Interior; ambos éramos generales de Brigada a la fecha. En dicha convocatoria se estableció que el cargo presidencial tenía que ser asumido por uno de los militares del gabinete.

         Para dar libertad de acción al Consejo de Ministros, ambos militares nos retiramos de la sala de deliberaciones. Era cerca de medianoche. Poco rato después, me comunicaron que había sido yo nombrado sucesor de Estigarribia. En realidad, se había adelantado uno de los participantes del encuentro, quien me dijo estas palabras "Opé nde rehé". También el gabinete en pleno trató sobre las medidas pertinentes a los funerales de Estigarribia, su esposa y el piloto.

         Sin mucho protocolo asumí la presidencia de la República pasada la medianoche. Habiéndome hecho cargo, en virtud del artículo 58 de la Constitución Nacional, como primera medida confirmé por Decreto al mismo gabinete y por otra disposición nombré al general de Brigada Paulino Antola, como reemplazante mío en la cartera de Guerra. En ese mismo acto, los miembros de mi gabinete me expresaron su adhesión y apoyo personal. Componían el gabinete las siguientes personas: Dr. Alejandro Marín Iglesias, ministro de Gobierno y Trabajo; Gral. Eduardo Torreani Viera, ministro del Interior; Dr. Tomás A. Salomoni, ministro de Relaciones Exteriores; Dr. Justo Pastor Benítez, ministro de Hacienda; Dr. Salvador Villagra Maffiodo, ministro de Justicia, Culto e Instrucción Pública; Dr. Francisco Esculies, ministro de Agricultura; Dr. Pablo Max Insfrán, ministro de Obras Públicas y Colonización; Gral. Paulino Antola, ministro de Guerra y Marina; Dr. Ricardo Odriosola, ministro de Salud Pública.

         Después de este acto, fui en compañía de mi edecán ante el féretro dispuesto en el Palacio, ya en mi carácter de presidente de la República. Inmediatamente después convoqué a los ministros, ante cuyo Consejo pedí el ascenso póstumo al grado de Mariscal, del general de Ejército Don José Félix Estigarribia, señalando, por Decreto, que las Fuerzas Armadas de la Nación, han tenido en el General de Ejército don José Félix Estigarribia al Jefe y conductor capacitado y la nación paraguaya, en él, al gobernante esclarecido, que supo acreditar las más altas dotes de ciudadanía, debiéndosele conferir la categoría y el grado que por sus méritos y servicios a la patria le corresponden, como un homenaje del pueblo paraguayo y de las instituciones armadas; por tanto se confiriera el grado de Mariscal de la Nación Paraguaya al Gral. de Ejército don José Félix Estigarribia.

         FUNERALES. En medio de una gran congoja por la trágica muerte del Mcal. Estigarribia, tuvo lugar el 9 de setiembre el funeral. Los restos del que en vida fuera jefe de Estado y conductor de la Guerra del Chaco, fueron trasladados desde el Palacio hasta el Panteón Nacional de los Héroes. Al ser bajados los féretros de Estigarribia y su señora esposa, a la cripta del Oratorio, leí una oración fúnebre. Luego, en medio de una gran tristeza, se escuchó vibrar el clarín, que daba el último adiós al Mariscal.

         CONSPIRACION. La misma noche que asumí la presidencia y al poco rato de la manifestación de lealtad por parte de los miembros de mi gabinete, sorprendí en una reunión a los ministros liberales, en una de las salas del Palacio, confabulándose contra mi persona. "Estos están conspirando", le dije a mi edecán, y no me equivoqué. Unos días después se presentó ante mí el General Paulino Antola y me dijo confidencialmente y como un aviso de camarada, que varios ministros le habían hablado en voz baja para sublevarse y destituirme y que le habían ofrecido la presidencia, a la vez que me aseguró que él había rechazado dicha proposición. Le advertí que ante esa situación, tenía que proceder inmediatamente. "Mire -le señalé- yo no puedo tolerar esto, les voy a pedir la renuncia a todos". A lo que el Gral. Antola me respondió que esa no era una medida acertada. Insistí acerca de la necesidad de proceder, ya que no podía tolerar esa deslealtad, esa falsedad y si se quiere traición, a pocos días de la manifestación de adhesión total a mi persona. "Gral. Antola -le indiqué- le agradezco su lealtad; convocaré al gabinete en pleno y solicitaré a cada uno de los miembros su renuncia, y usted no va a asistir, no venga, porque va a ser violento"; me escuchó y no estuvo cuando tomé la drástica determinación.

         Cité a los ministros y a medida que iban ingresando a mi despacho, pedía a cada uno la renuncia, indicándoles el motivo.

         Quisieron darme explicaciones, pero no les permití. "No tuvieron la más mínima delicadeza -les expresé- apenas asumí la presidencia y tras una falsa adhesión, conspiraron contra mí y esa es una felonía". Amparado por la Constitución, que facultaba al ejecutivo el nombramiento de ministros, formé el nuevo gabinete.

         Traje como colaboradores inmediatos a algunos de mis compañeros a quienes conocía desde tiempos de estudiante. Mi gabinete estuvo entonces conformado por gente independiente, sin banderías políticas. Quedó constituido el Poder Ejecutivo de la siguiente manera: Dr. Luis A. Argaña, ministro de Relaciones Exteriores; Gral. Eduardo Torreani Viera, Interior; Capitán de Fragata Ramón E. Martino, Obras Públicas y Colonización; Dr. Aníbal Delmás, Justicia, Culto e Instrucción Pública; Dr. Francisco Esculies, Agricultura; Cnel. Ramón L. Paredes, Trabajo; y Dr. Gerardo Buongermini, ministro de Salud Pública.

         TIEMPISTAS. Un grupo especial de aquel momento, entró a colaborar conmigo. Eran los llamados "tiempistas". Estuvieron inclusive en los ministerios. Eran personas que se manifestaban a través del periódico "El Tiempo" y sobresalían por su posición independiente y patriótica. Eran nacionalistas, muchachos puros, intelectuales, entre los cuales se destacaban los doctores Luis A. Argaña y Aníbal Delmás. De entre mis ex-compañeros llamé al Dr. Rogelio Espinoza y a otros importantes colaboradores como el Dr. Carlos A. Pedretti, de lucida actuación como presidente del Banco de la República y al Dr. Sigfrido Gross Brown, Dr. Francisco Esculies y a Carlos R. Andrada. Los tiempistas tuvieron cierta resistencia por parte de un sector militar, que venía principalmente de la caballería. En honor a la verdad, debo señalar que los tiempistas eran hombres capaces, patriotas y honrados. Merece mi admiración especial la figura del Dr. Argaña. No creo que se haya dado mayor capacidad que la de este hombre, en la conducción diplomática del país.




 





VIII


LA REVOLUCIÓN PARAGUAYA NACIONALISTA


         Para superar el caduco sistema liberal individualista, el presidente Morínigo instauró un Nuevo Orden denominado Revolución Paraguaya Nacionalista, cuyo objetivo era convertir al ciudadano paraguayo en dueño de su propio destino, dejando de ser el extranjero en su propia tierra. El mentor del movimiento reseñó en apretado síntesis los problemas básicos y las soluciones propuestas para dignificar al hombre de esta tierra.



         Como había señalado, mi acceso a la presidencia, fue una tarea pletórica de dificultades; mis primeros pasos como gobernante, erizados de obstáculos. Quienes mantenían la mentalidad legionaria veían en mí a un militar patriota y con escasa experiencia política, y yo veía en ellos a los políticos hábiles, pero sin ninguna honradez ni patriotismo.

         Ellos tenían en sus manos una Constitución Nacional, creada con el simple propósito de perpetuarse en el poder y ponerlos a salvo de las decisiones soberanas del pueblo, que los aborrecía. Tenían también en sus manos, un Partido político poderosamente enquistado en el poder. El famoso "aparato" como dijera alguien. Gozaban del apoyo de gran parte del Ejército como se comprobó después. Intereses creados de gran envergadura estaban en juego, poderosas influencias en la industria, en la banca y el comercio, cuya sed de lucro no conocía límite, siendo la indigencia del pueblo paraguayo, un parámetro que no revestía importancia alguna. Tenían, igualmente, a su favor, una doctrina profundamente enraizada en las capas sociales superiores, cuyos fieles devotos, con una formación cultural universitaria, pero vacíos de patriotismo, despreciaban todo lo auténticamente paraguayo, incluso nuestro dulce idioma guaraní.

         Frente a esa poderosa máquina social, montada con astucia y sagacidad durante 36 años de gobiernos absolutistas, yo solamente tenía como arma mi patriotismo sin dobleces, el apoyo leal de un pueblo oprimido e indefenso y la simpatía de unos cuantos camaradas que habían logrado salvar su fe en la Revolución Paraguaya después de la desastrosa experiencia del 17 de febrero de 1936. Rodeado de ese panorama de miseria moral y económica, de entreguismo legionario, y de un régimen poderosamente organizado, inicié mi tarea revolucionaria. A poco de andar, los restos del gabinete liberal, eran substituidos por otro apartidista, un verdadero gabinete de transición, con cuya colaboración me fue posible mirar con más confianza el porvenir. La administración pública fue depurada de viejos oligarcas, venales y fanáticos. Llevé al seno del pueblo tranquilidad y sosiego. La campiña paraguaya fue purificada de sátrapas en función de autoridades policiales; las famosas persecuciones en base a las cuales venía sosteniéndose el régimen depuesto, cesaron lenta y paulatinamente. Esta sencilla pero drástica medida reportó a mi Gobierno la colaboración y la simpatía de la ciudadanía honesta. El pueblo jamás se equivoca en sus decisiones espontáneas, y en esa decisión encontré siempre el aliento moral para sobrellevar los trances más difíciles planteados a mi Gobierno, por la reacción liberticida.

         La Revolución Paraguaya Nacionalista surgió en el escenario público como resultado inevitable de una necesidad largamente sentida y de un propósito noblemente inspirado, que durante varios años de opresión y de decadencia para la Patria, se había incubado en el espíritu de todos los buenos hijos de este solar dignificado a través de su azarosa existencia, en el crisol de tantos sacrificios. Fue, en efecto, el triste espectáculo que ofrecía nuestro país semi asfixiado, el móvil que decidió al gobierno nacionalista y a la ciudadanía honrada y patriota del Paraguay a alzarse contra los graves e innumerables errores del pasado, y en este sentido debo señalar que el sistema liberal individualista ha sido la causa principal del atraso de nuestro país, por cuya razón mi gobierno resolvió disolver el Partido Liberal.

         EXTRANJERO EN SU PATRIA. Había señalado ante mis camaradas la necesidad de realizar cambios profundos en nuestro país, y que ese sistema individualista y antipatriota imperante por entonces, había sido la causa de la anarquía política y la miseria económica en que se debatía el noble y heroico pueblo paraguayo.

         Duele decir, pero es necesario hacerlo. Expresé a mis camaradas de las Fuerzas Armadas que el paraguayo es el único extranjero en su propia tierra; para él no existen sino obligaciones y deberes fundamentales. En este aspecto me refiero especialmente a la masa campesina. En cambio, los extranjeros tienen más derechos con una mínima obligación y deber.

         En estas condiciones no nos debe extrañar el éxodo de nuestros compatriotas hacia tierras extranjeras en busca de su bienestar y de justicia que les era negada en el solar nativo. El otro lado de nuestras fronteras con Argentina y Brasil estaba repleto de paraguayos. El florecimiento de los pueblos y ciudades, del comercio y la industria en estos lugares, se debió exclusivamente al trabajo de nuestros compatriotas.

         También manifesté a los altos jefes militares que en nuestro país, el gringo ha llegado a ocupar un sitial privilegiado con respecto a los nacionales, hasta el punto de que en todas las empresas industriales y comerciales, aún en el caso de ser inferiores en capacidad, ocupaban los empleos directivos en su totalidad y los demás siempre en mayor proporción que nuestros compatriotas. Es increíble, expresé, que esta situación haya sido estimulada por los mismos ciudadanos paraguayos desde los puestos directivos de la nación, ya sea en forma activa o pasiva.

         Los hombres de gobierno parecieran estimular con su indiferencia esta anormalidad, sin tomar medida alguna tendiente a evitar este grave mal, que desprestigia en alto grado nuestra misma nacionalidad.

         Señalé que era necesario abrir los ojos, denunciando el monopolio de las empresas de cierta consideración por extranjeros, mientras los nacionales iban siendo desalojados o absorbidos paulatinamente por ellos en condiciones de inferioridad manifiesta. Los gobernantes de nuestro país, siempre han otorgado grandes facilidades y liberalidades a los colonos extranjeros. Es muy cierto que el Paraguay necesita inmigrantes, pues aún existen grandes áreas despobladas en nuestro territorio pero necesitamos gente capaz, agricultores que hagan producir nuestra tierra fértil y generosa, gente dispuesta a mezclarse e identificarse con el pueblo, mejorando nuestra raza. Por otra parte, una sabia medida de gobierno sería, ante todo, hacer que el agricultor paraguayo se sienta feliz en la tierra que lo vio nacer, para lo cual es necesario brindarle garantías y facilidades, de modo a poseer un pedazo de tierra propia para cultivarla y construir su hogar en ella, y que todos aquellos conciudadanos cuyo esfuerzo individual por superarse merezca estímulo, encuentren en su propio país, el Paraguay, el eco necesario para la promoción de su personalidad; en fin, que el Paraguay sea ante todo, de los paraguayos.

         EL LATIFUNDIO. Sobre este punto, advertí que un problema real que requiere solución es el latifundio, y que la división racional de la tierra es la solución adecuada. Debe sobrar tierra para el obrero, campos de pastoreo y montes suficientes, sin cuyos elementos no es posible el bienestar que anhelamos para los hijos de esta tierra.

         Signifiqué además a los jefes militares que el Paraguay debe ser, como dije antes, para los paraguayos y después para los nobles extranjeros que vengan con propósitos de colaborar a nuestra máxima y elevada aspiración: El Paraguay grande, fuerte, próspero y feliz. También les insté que nos uniéramos de una vez para siempre, como un haz de ideales comunes y así juntos emprender la marcha hacia la conquista de los días de grandeza, de prosperidad y de felicidad de nuestra heroica nación paraguaya.

         PERSONAL PARAGUAYO. Una de las primeras medidas de mi gobierno, fue precisamente enaltecer al trabajador paraguayo. En virtud de una de las primeras leyes sancionadas, se dispuso proteger la nacionalidad paraguaya del personal de empresas, establecimientos industriales, comerciales y bancarios. Todos saben que había en este sentido una desigualdad irritante, injusta e injustificable. El obrero paraguayo, el peón o el empleado paraguayo por el solo hecho de serlo, era postergado con relación a todo extranjero, a los efectos de la ocupación de un puesto, y también en cuanto al sueldo o salario que ganaba, aunque estuviera en igualdad de condiciones, o, lo que es peor, aunque el obrero o empleado paraguayo rindiese más, o mostrase aptitudes más genuinas en su ramo que el extranjero.

         No podía darse mayor anomalía, más absurdo contrasentido. La legislación respectiva vino a reparar este craso error, y estuvo fundada concienzudamente. Se estableció que el noventa por ciento del personal obrero y el 95 por ciento de empleados, ocupados en establecimientos industriales, comerciales y bancarios, fuera de nacionalidad paraguaya; esto se llama hacer nacionalismo práctico, nacionalismo de hecho y sin daño para nadie.

         FEBRERISTAS Y COLORADOS. Nunca intenté formar un partido político en torno a mi persona, porque estaba convencido de que una entidad más, entre tantos partidos, sería un rotundo fracaso. Como había mencionado, el tiempismo compartía conmigo la responsabilidad del gobierno pero carecía de masa ciudadana; no era un partido político sino una idea, una doctrina con base social-católica. Al carecer, pues, mi gobierno de una agrupación ciudadana organizada que me prestara su apoyo, llamé para colaborar con mi administración a los febreristas, quienes contaban por entonces con el soporte firme y decidido de un grupo de militares.

         Los primeros contactos con el febrerismo se hicieron a través de una delegación militar que envié a Montevideo para entrevistarse con el coronel Rafael Franco. El encuentro tuvo lugar el 21 de marzo de 1941 entre dicho militar y los miembros de la delegación, que integraban el Capitán de Fragata Pedro Morínigo Delgado y el Teniente Coronel Andrés Aguilera, Director General de la Marina y Director de la Escuela Militar respectivamente. La entrevista, tuvo lugar en la residencia del Cnel. Franco, de la calle Colla 2215, de la capital uruguaya. La misma tenía como objetivo básico: invitar a dicho militar, quien vivía fuera del país, para que regresara al Paraguay. Franco había señalado a mis enviados que encontraba buena el acta del 13 de marzo de 1941, como ratificación de la actitud antiliberal y anti-legionaria de las Fuerzas Armadas, y que, en ese sentido, guardaba perfecta consonancia con el Acta del Ejército del 17 de febrero de 1936, y otros aspectos de la nueva administración política bajo mi mando. Pero luego, Franco me puso condiciones: pedía por ejemplo, el relevo de varios ministros del gabinete; justamente se incluía en el pedido los nombres de los colaboradores que yo consideraba más capaces.

         Manifesté a los miembros de la misión, que en principio, yo invitaba a Franco a retornar al país y que si deseaba formar su partido, tendría toda la libertad y garantías necesarias para cumplir con ese cometido. Franco insistió ante mis enviados sobre las condiciones para su regreso; entonces expresé a los miembros de la delegación que dejaran el asunto.

         No obstante, ubiqué con el tiempo, en forma individual, a los febreristas en mi gobierno, obteniendo posiciones en diversos sectores públicos de importancia, como por ejemplo, el Consejo de Estado, organismo consultivo en la promulgación de las leyes. Este organismo estaba vigente, de acuerdo a la Constitución del 40. El arzobispo de Asunción, era uno de los miembros de este cuerpo.

         También los colorados tuvieron acceso a la administración pública; desde luego, el pueblo republicano colaboró siempre conmigo. Más aún, simpatizaba con el Movimiento Revolucionario Nacionalista. Muchos colorados se acercaron espontáneamente, ya que se sentían identificados con la línea nacionalista del gobierno. Algunos dirigentes mantenían cierta distancia, porque aspiraban prácticamente el poder, pero la juventud colorada sí se acercó incondicionalmente, como Ricardo Brugada Doldán, Volta Gaona, Frutos Pane, Garay, Natalicio González y otros. Las autoridades de la campaña, eran casi todas del partido Colorado, con el nombre de revolucionarios nacionalistas.

         Los febreristas trataron muchas veces de alterar la marcha de la revolución nacionalista, por eso al completar mi primer período de gobierno tuve que prescindir del concurso de los franquistas, aunque algunos hombres no obstante, siguieron ocupando cargos en la administración pública.

         PROBLEMAS CASTRENSES. Como consecuencia de varias denuncias de irregularidades en los Arsenales y en la Aviación, pocos meses después de mi asunción al mando, fueron separados de sus cargos el capitán Osnaghi y Urbieta Rojas, y también el Comandante en Jefe, general Delgado; éste último había ordenado los respectivos sumarios. La oficialidad joven de Campo Grande pidió la exclusión de los nombrados militares, como asimismo, de los ministros del Interior, de Guerra y de Trabajo. Fue en diciembre del 40. Dada la gravedad del momento, convoqué a los ministros, así, enterados de la presión de Campo Grande, el general Antola, ministro de Guerra, el general Torreani Viera, ministro del Interior y el coronel Paredes, ministro de Trabajo, presentaron renuncia a sus cargos, para no entorpecer la marcha de mi gobierno. Se nombró al Gral. Machuca como ministro del Interior y al coronel Núñez como ministro de Guerra y Comandante en Jefe, y como director de la Aviación al teniente coronel Migone.

         LABOR-ORIENTACION-ACCION. En setiembre de 1940, al asumir la Presidencia de la República, la situación interna del país se caracterizaba por la restricción impuesta a las libertades cívicas por los decretos sobre tregua política y reglamentación de la prensa, preparados y ejecutados por quienes después pretendieron inculparme de sus propios actos.

         El Congreso había decretado su propia autodisolución, para dar legalidad constitucional al régimen de hecho que encontró su estructura jurídica en una Carta Magna dictada para reforzar los poderes del Presidente de la República y organizar lo que sus autores llamaron entonces un "Estado Fuerte" y que luego denominaron Dictadura cuando mi gobierno prescindió de ellos. Numerosos Ciudadanos se encontraban perseguidos, confinados y desterrados, era enorme el malestar en todo el país y cundían el desconcierto y la disgregación en las Fuerzas Armadas de la Nación. En esas condiciones gobernaba el Partido Liberal cuando tuve que asumir las responsabilidades del Gobierno.

         REVOLUCION PARAGUAYA. Mi fervorosa adhesión, bien conocida, a la gran causa de la Revolución Paraguaya, alentó el afán conspiratorio de mis ocasionales colaboradores. En tan excepcionales circunstancias, a raíz de renovadas maquinaciones reaccionarias, hube de alejarlos del poder, para levantar las restricciones que pesaban sobre la ciudadanía revolucionaria, y, recurrir a la colaboración de aquellos compatriotas que por su patriotismo y por su amplitud espiritual pudieran constituir una garantía para el buen gobierno.

         Fiel a los fines permanentes de la Nación, me propuse anular el empeño de los conspiradores y practicar una política nacional eminentemente constructiva, hasta tanto las condiciones fuesen propicias para intentar la implantación de una verdadera democracia.

         Nadie puede negar que se me entregó la llamada "Dictadura" ya legalizada y organizada, que usé moderadamente de mis poderes constitucionales. Reiteré en muchas ocasiones, al iniciar mi gestión gubernativa, que "somos partidarios de la democracia auténtica, pero no de su mistificación. Nos repugna la mentira. Deseamos sinceramente acabar con ella. Propugnamos una democracia de verdad, en la que prime la voluntad del pueblo y no la de los caciques absorbentes que usurpan el poder y conservan sus predominios personales a base de engaño, de los favores bastardos y de la intriga. Dentro de un régimen semejante no es dable pensar en el reinado de la justicia y de la probidad administrativa".

         ORIENTACION. Conforme a tales postulados y a la vocación democrática de nuestro pueblo encausé firmemente nuestra política internacional hacia la colaboración sin reservas con las Naciones Unidas, contra las potencias del Eje. Además, no es posible desconocer que la diplomacia de mi gobierno ha logrado jerarquizar la posición internacional del Paraguay, como en lejanos días de nuestro pasado de esplendor. Había recuperado la posición digna y de respeto que conquistan las naciones, cuando en defensa de sus intereses no hacen abstracción de los grandes valores en que se funda nuestra civilización.

         Esta política de americanismo positivo y práctico, permitió resolver con ventajas todas las enojosas cuestiones de límites pendientes con nuestros vecinos.

         DEUDA DE GUERRA. Asimismo, mi gobierno ha liberado a la Nación del peso moral y material derivado de las deudas de guerra con el Brasil y la Argentina. Mediante mi gestión personal con los mandatarios de ambos países, en solemnes actos fueron extinguidas las deudas provenientes de la Guerra Grande.

         También mi gobierno ha suscripto una serie de acuerdos que posibilitaron amplios y generosos empréstitos; trajo una gran afluencia de técnicos, que con desinterés colaboraron en la obra de reconstrucción nacional, e igualmente mi gobierno ha promovido el envío de centenares de estudiantes y profesionales a los grandes centros científicos del continente.

         POLITICA INTERNA. En materia de política interna, desde el comienzo de mi gestión gubernativa realicé grandes esfuerzos para la pacificación espiritual de la República, logrando vencer innumerables dificultades para derogar la Ley de Prensa, levantar la tregua política, decretar la amnistía sin restricciones y preparar la completa normalización institucional de la democracia. Incomprensiones lamentables, sucesivas conspiraciones, calumnias de todo género, formaron un frente único para trabar mis empeños y provocar el fracaso y la caída de mi Gobierno. A dichos atentados respondía invariablemente exhortando a mis conciudadanos a la unión nacional, a la paz y al trabajo, en grandes concentraciones populares celebradas en todas las zonas importantes del país.

         Superando inmensos obstáculos, concentré los recursos nacionales para la ejecución de una política de realizaciones efectivas, que contrastaba abiertamente con la acción negativa de varias décadas de guerras civiles y persecuciones implacables.

         ACCION. El resultado de esa política fue la construcción de modernas carreteras que han vitalizado el campo hasta ayer abandonado; la nacionalización del Puerto Nuevo y la restitución regular de la deuda contraída para su financiamiento, prácticamente no amortizada durante los once años que duró la concesión; regularización del antiguo y célebre empréstito de Londres y pago puntual de los préstamos del Banco del Brasil y del Export Import Bank, contratados para costear vastos planes de inversiones económicas y de obras públicas; Reforma monetaria que ha dignificado nuestro primer instituto de crédito; incremento considerable de los préstamos a bajo interés de los Bancos del Estado, con el objeto de fomentar nuestra economía; Inspección bancaria iniciada en el país con la sanción de la Ley de Bancos; Construcción y compra de numerosos locales escolares, de hospitales en la capital y en muchos pueblos del interior del país, de numerosos edificios destinados a diversas reparticiones oficiales y de una penitenciaría moderna; Modernización de las Fuerzas Armadas, destinada a cuarteles y oficinas militares; suministro eficiente de equipos y alimentos a las tropas; y mejoramiento del nivel profesional y cultural de los jefes y oficiales; Ayuda a la Iglesia para reparar y edificar templos, en homenaje a la fe religiosa de nuestro pueblo; Compra de una primera partida de barcos, para iniciar los servicios regulares de la Flota Mercante del Estado, con miras a resolver el problema de los sofocantes fletes del monopolio; Ayuda efectiva al agricultor y al ganadero mediante la organización de la Corporación de Carnes, el incremento de préstamos con fines productivos, el establecimiento de precios mínimos razonables para sus productos y la compra de éstos por el Banco Agrícola en los casos necesarios, para evitar que la medida resultase ilusoria.

         También como resultado de esa política revolucionaria nacionalista de mi Gobierno, se ejecutó la creación de escuelas agropecuarias y de institutos experimentales para el mejoramiento de los métodos de nuestra producción agraria; El reparto de tierras a los productores y la organización de colonias agrícolas; Construcción del frigorífico para conservación de carnes, frutas y legumbres, así como varios silos y depósitos de frutos en distintos puntos de la República; Organización de la Corporación Paraguaya de Alcoholes; Política social que sólo buscaba el bien común, y que ha solucionado con equidad y justicia los conflictos entre el capital y el trabajo, inspirando la sanción de leyes ventajosas para los trabajadores, como la del salario mínimo, la reglamentación del trabajo de menores, y la que crea el Instituto de Previsión Social, de inmensos beneficios para las masas laborales, etc.

         El saludable efecto de esta política, que es contraria a la agitación y a la inocua propaganda disolvente, puse a la vista de la ciudadanía en los primeros momentos de mi gestión, dando cuenta asimismo de la iniciación de una actividad económica más intensa y el renacimiento de la fe en un mejor porvenir.

         FUERZAS ARMADAS. ACTA DE JURAMENTO. El Ejército es la fuerza sobre la que descansa la Ley, la Constitución, la soberanía del país, el orden de la sociedad y de las instituciones. Por esto, siempre ha sido mi preocupación elevar el nivel no sólo técnico del Ejército, sino su nivel moral. El Ejército debe mantenerse alejado de la política. Es un organismo profesional, y nada tiene que ver con los vaivenes de las luchas políticas. El Ejército no pertenece a un partido o a otro, el ejército es nacional. Es su garantía de paz. No puede ser su amenaza ni su verdugo. Precisa educación técnica intensiva, pero con espíritu pacifista, enamorado de la paz, porque los ejércitos deben ser los guardianes de la concordia y nunca los instrumentos de la guerra civil. El honor militar está en pugna con los arrebatos y ambiciones de la pasión política.

         Se jura por la bandera defender a la Patria, no ensangrentarla en atención a intereses personales. El Ejército debe ser nacional, la Policía debe ser nacional y la Justicia debe ser nacional; sobre esos tres pilares puede asentarse la democracia, porque con base partidista no puede haber equidad, imparcialidad, derecho. El Ejército embanderado en un partido político no puede ser garantía para una auténtica democracia, lo mismo que la administración de justicia; de lo contrario habrá siempre reclamos de uno de los sectores que se verá marginado; en cambio, si la dirección es nacional, aglutinará indefectiblemente a todos los sectores de la comunidad.

         LEALTAD. En el transcurso de un solemne acto que tuvo lugar el 13 de marzo de 1941, las Fuerzas Armadas la Nación juraron lealtad al Movimiento Nacionalista Revolucionario, que representaba a todo el pueblo y no a un determinado partido político. La ceremonia se realizó en el Palacio de Gobierno, donde se reunieron ante mí los señores jefes y oficiales del Ejército y de la Armada.

         Participaron también en este acontecimiento los ministros secretarios de Estado, Andrada, Argaña, Espinoza, Delmás, Machuca, Esculies, Martino y Buongermini; los miembros de la Corte Suprema de Justicia doctores Emilio Pérez, Horacio Chiriani y Miguel J. Bestard; los miembros natos del Consejo de Estado, el rector de la Universidad Nacional, Dr. Carlos A. Pedretti y el señor Obispo Aníbal Mena Porta, en representación de la Iglesia Paraguaya.

         En la ocasión los miembros de las Fuerzas Armadas declararon, entre otras cosas, que los políticos profesionales del régimen liberal deben ser reducidos a la impotencia para alejar la posibilidad de cualquier reacción que ponga en peligro la estabilidad del Nuevo Orden Nacionalista Revolucionario.

         "Que la Revolución Paraguaya, que tuvo su iniciación el 17 de febrero de 1936 y que ha sido reencarnada en la presente etapa, no es patrimonio exclusivo de ningún sector o grupo revolucionario, sino de todos los ciudadanos paraguayos que aspiran sinceramente a la liberación de nuestro pueblo de cuantas trabas se oponen a su progreso y bienestar; que la Revolución Nacional excluye todo personalismo, porque quiere instaurar una Nueva Política idealista y enarbola como único símbolo de unidad y acción revolucionarias, el pabellón de la Patria".

         "Que Orden, Disciplina y Jerarquía son fundamentos indestructibles sobre los cuales debe asentarse el Nuevo Estado Nacionalista Revolucionario; por nuestra fe de paraguayos y nuestro honor de soldados, invocando a Dios y a todo el pueblo de la República, JURAMOS defender fielmente la causa de la Revolución Paraguaya y sostener con entera lealtad y estricta disciplina el Gobierno del General don Higinio Morínigo, hasta el total cumplimiento de su plan trienal".

         Ese acontecimiento, desusado en nuestra época, adquirió, por lo mismo, una significación trascendental que trajo a los tiempos agitados que vivíamos el recuerdo de la edad caballeresca, en que jurar era ofrendar la vida anticipadamente en prenda de lo jurado. Por eso señalé en aquella oportunidad, y al término del acto del juramento de lealtad, que era propio de hombres comprometerse solemnemente como lo hicieron y que era privativo de militares valerosos tomar resoluciones inquebrantables como la adoptada. Esa actitud no fue sino la ratificación de la enorme responsabilidad que las Fuerzas Armadas habían tomado sobre sus hombros al gestar y mantener los ideales de la Revolución Paraguaya.

         Cerré el acto con estas palabras: "De ahora en adelante, injuriarán al honor del Ejército y la Armada los que intenten siquiera llamar a las puertas de vuestros cuarteles; de hoy en adelante pierden el tiempo lastimosamente quienes pretendan torcer la rectitud de nuestras conciencias o especular con vuestros nombres; Señores Jefes y Oficiales: ante Dios y la Patria, en ceremonia militar y religiosa, habéis pronunciado vuestro juramento. Que Dios y la Patria os ayuden para manteneros siempre dignos de él".

         DEPURACION. La puesta en marcha de la maquinaría administrativa del gobierno nacionalista constituyó arduo trabajo. No era para menos. Estábamos ante un Nuevo Orden y ajustar las piezas, hacer los cambios necesarios era una tarea difícil.

         En primer lugar, con el alejamiento del Partido Liberal, se inició la acción administrativa con la incorporación de hombres brillantes, tanto en el campo intelectual como moral; con esa gente selecta, conocida como "tiempistas" se abrió el proceso de la Revolución Nacional. El retiro de este grupo se debió a fuertes presiones de un sector del ejército y solapadamente, también de políticos profesionales que quedaron marginados ante la presencia de tan selecto plantel de intelectuales.

         Se debía sortear estos obstáculos y evitar en lo posible un enfrentamiento abierto. Habíamos jurado preservar la paz y la armonía entre los paraguayos; por lo tanto, se debía transigir.

         Se presentaron casos difíciles, como el surgido en 1941, cuando hubo de ser reemplazado el mayor Sosa Valdez, Comandante de la Caballería, quien, aunque era una persona excelente que siempre gozó de mi apoyo y simpatía tenía muchos opositores sobre todo en el Ejército, y en estas condiciones le era difícil desenvolverse. Por tanto, le pedí su renuncia y fue nombrado agregado militar en Buenos Aires, siendo puesto en su reemplazo el mayor Victoriano Benítez Vera.

         También, en 1941, hubo un intento de sublevación de parte del comandante de la división de Concepción, Alfredo Ramos, acto que fuera sofocado por el entonces mayor Marcial Samaniego.

         Igualmente irrumpieron en ese año los "abrilistas". Un día lluvioso y frío de abril, concurrieron a mi residencia, Mburuvichá-roga. Se trataba de un grupo integrado

por el coronel Báez Allende, jefe de Estado Mayor General; el coronel Bogado; el comandante Caballero Gatti; el capitán Javier Ayala; el capitán Heriberto Dos Santos, el teniente Echagüe y otros. Me hicieron una serie de planteamientos, comenzando con el pedido de destitución de algunos de mis colaboradores inmediatos, hasta mi propio alejamiento del gobierno. Ante semejante insubordinación, procedí rápidamente. Hubo además una reunión en el círculo Militar, en cuya asamblea se puso en evidencia las pretensiones de los "abrilistas" que sufrieron un tremendo bochorno ante sus propios camaradas, quienes rechazaron el motín. La puesta en marcha de la maquinaria del gobierno nacionalista, como expresara, costó mucho trabajo; el cambio fue muy brusco. Instaurar una nueva política idealista que enarbolaba como único símbolo de unidad y acción el pabellón sagrado de la Patria frente al sistema de perturbaciones donde el pueblo se desangraba en luchas estériles, no era cosa sencilla; pero habíamos asumido un compromiso con el país y estábamos dispuestos a realizar el gran desafío.





XIII


LA GUERRA CIVIL DEL 47


         El fracaso del Gobierno de Coalición constituyó el inicio de un desencuentro a nivel nacional que culminó con la guerra civil del 47. El Gral. Morínigo respondió al cuestionario que contemplaba los puntos más relevantes del conflicto. Esta es, pues, la versión de uno de sus protagonistas, que como partidario del orden, la disciplina y la jerarquía debió sofocar la rebelión de los insurgentes.


El General Morínigo con ropa de campaña. Durante la revolución del 47

se lo vió varias veces con este uniforme sencillo, dialogando con los pynandi.

 

         Un acto terrorista sin precedentes, y que presagiaba jornadas trágicas, tuvo lugar el 7 de marzo, antes del mediodía, contra el Cuartel Central de Policía. No esperábamos esa acción con características vandálicas, de ahí que el jefe de Policía, Rogelio Benítez no haya tomado precaución alguna. Ese día, la gente entraba y salía de la institución para realizar gestiones de documentación. Los atracadores irrumpieron en la Central de Policía, luego de descender de dos camiones, disparando sus armas sin importarles la presencia de numeroso público que nada tenía que ver con el caso. Posteriormente, un grupo se dirigió decididamente al despacho del entonces mayor Benítez, a quien le dispararon con fuegos cruzados de ametralladoras. Pudo salvar milagrosamente su vida, aunque como consecuencia de las heridas recibidas, perdió un brazo.

         Asimismo, fueron muertos en esa acción terrorista varios funcionarios policiales y algunos civiles. Esta había sido la respuesta a los buenos oficios del Gobierno para la ejecución de una política de tolerancia. La actitud bien intencionada del Gobierno había sido interpretada como un signo de debilidad, la cual fue aprovechada por los conspiradores agrupados en sectores anárquicos del liberalismo, franquistas y comunistas.


         ESCUELA MILITAR Y PALACIO


         Este fue un operativo perfectamente coordinado, ya que al producirse el asalto al Departamento de Policía otro grupo intentó apoderarse de la Escuela Militar. En esas circunstancias, fui avisado por mi secretario privado, que también se pretendía atacar el Palacio. De inmediato, hice reforzar la guardia presidencial y fueron ubicadas varias ametralladoras en los corredores; por supuesto, que si intentaban aproximarse no iban a pasar. Me informaron además, que los marinos se habían levantado contra el Gobierno y precisamente mi guardia era de la Marina. Para evitar, pues, derramamiento de sangre, fui personalmente a la Marina, entré allí con mi edecán en momentos que estaban reunidos los jefes, a quienes les hablé claro sobre la situación. Mediante ese encuentro se aplacaron los ánimos aunque quedaba esa desgracia en la Policía. Merced a mi gestión personal, en la Marina se pudo detener la reacción inmediata de esa institución, que tenía sus vinculaciones con Concepción. En consecuencia, no pudieron los revolucionarios coordinar la acción. Ese día hice un recorrido -en compañía del ministro del Interior, Víctor Morínigo, en el lugar donde se había cometido el atraco, retirándome luego a la residencia presidencial Mburuvichá roga donde prosiguieron las reuniones y se adoptaron diversas medidas con miras a evitar cualquier intento de alteración del orden público.


         CONCEPCIÓN


         Aún no habían pasado horas del atraco terrorista al Cuartel Central de Policía, cuando recibí la noticia de que la guarnición militar con asiento en Concepción se había sublevado. Allí estaba el mayor César Aguirre, quien había apresado a su jefe, el entonces coronel Miguel Ángel Yegros. Me causó sorpresa la actitud del mayor Aguirre, ya que siempre dio muestras de lealtad para con la Revolución Nacionalista y de simpatía hacia mi persona.

         En ocasión de una visita que había realizado a Concepción, el mencionado oficial me había dado la bienvenida, en su carácter de Comandante del Regimiento de Zapadores No. 2. Me impresionó en aquella oportunidad su oratoria. Destacó, entonces, el privilegio que le otorgaba el destino de presentar la bienvenida "pleno de simpatía y admiración al estar frente al jefe que simboliza y condensa todas las nobles aspiraciones y anhelos de superación del Paraguay de hoy". Aún el mayor Aguirre expresó, al darme la bienvenida, que muchos factores negativos que constituyeron antiguos males que azotaron nuestros cuarteles destruyendo ideales y cerrando los caminos de renovación se hallaban felizmente desterrados por el cumplimiento de nuestros ideales revolucionarios.

         Sin embargo, todos esos conceptos los echó luego por tierra. Yo creí sinceramente en sus palabras, confié en el mayor Aguirre; le tenía mucha confianza y estima, era un buen muchacho, al igual que su padre, un excelente hombre que también fue militar. Estimo que el que realmente levantó a la tropa fue un tal Bartolomé Araujo, y arrastró a otros, entre ellos, a Aguirre. El movimiento de Concepción se inició a la luz pública el 8 de marzo del 47; a los pocos días, igualmente contó con la adhesión de los rebeldes del Chaco. Estos también obraron de la misma manera que en Concepción, apresando al jefe militar de aquel sector occidental, el entonces coronel Augusto Guggiari. Apareció, además, en el escenario revolucionario el coronel Ramos. Se estableció de ese modo una coalición entre liberales, febreristas y comunistas, con el apoyo de una parte del Ejército.

         Para hacer frente a esa fuerza rebelde, movilicé a la gente del Partido Colorado, que desde luego me había prestado su apoyo desde el primer momento de la insurrección; sólo faltaba organizar debidamente la estrategia a seguir. Contaba asimismo con el respaldo de los ex combatientes de la Guerra del Chaco, que tenían mucha experiencia en la lucha; todos fueron voluntarios. Yo sabía con qué elementos y armamentos contaban los rebeldes, y medí las fuerzas. Tenía ventaja desde el principio por la cantidad y calidad de la gente que apoyaba nuestra causa.


         SOFOCAR LA REBELIÓN


         Agotados los procedimientos conciliatorios para la rendición de los jefes y oficiales sublevados de la II División de Infantería con asiento en Concepción, el Gobierno dispuso la iniciación de las operaciones militares para sofocar la rebelión. El 16 de marzo, el ministro del Interior, Víctor Morínigo, dio un comunicado al respecto. Como respuesta, ese mismo día, un grupo de enmascarados irrumpió pistola en mano en el local de lo Unión Oil Company, llevándose un aparato transmisor de radio.

         Otro comunicado de las Fuerzas Armadas fue emitido el 27 de marzo, por el flamante comandante en Jefe, coronel Federico W. Smith, dando cuenta de que el Ejército estaba listo para iniciar las operaciones militares encaminadas a sofocar la insurrección de las guarniciones del norte. De igual manera, a través del documento, se hacía un nuevo llamado a los rebeldes pertenecientes a las Fuerzas Armadas para que depusieran sus armas. Se dejó constancia de que no se trataba de una debilidad del Gobierno sino que era una exhortación patriótica para impedir que se produjera derramamiento de sangre entre hermanos.

         Los rebeldes no solo desoyeron el llamado, sino que hacían manifestaciones verbales a través de radioemisoras extranjeras, como "El Espectador" de Montevideo, hablando de un triunfo seguro sobre nuestras fuerzas. Para entonces, ya se habían concretado tres frentes rebeldes manejados por liberales, franquistas y comunistas. De nuestra parte, contábamos con la lealtad de destacados jefes y oficiales de las Fuerzas Armadas, ex combatientes de la Guerra del Chaco, los gloriosos pynandí y con jóvenes universitarios, que con el tiempo se convertirían en grandes dirigentes políticos.


         LAS OPERACIONES  


         Desde Mburuvichá-roga seguí el curso de los acontecimientos y la dirección de las operaciones. Una ventaja con la cual especulé acerca de los adversarios fue la disposición de los rebeldes en tres diferentes comandos. Aparentemente actuaban en forma conjunta; sin embargo, cada uno de estos sectores pretendía adelantarse al otro. Así pues, los rebeldes no tenían un comando único. El febrerismo dirigido por el coronel Rafael Franco, el liberalismo por el coronel Ramos y Obdulio Barthe, jefe del Partido Comunista paraguayo, que tenía mucho poder de decisión entre los insurrectos.

         Conocía perfectamente el terreno de la acción, ya que cuando era capitán estuve con la compañía de cadetes, con nuestro director, que entonces era Camilo Recalde. En aquella ocasión hicimos el trayecto Asunción-Concepción ida y vuelta a pié. Conocía muy bien el camino, las dificultades que tiene, las características de la zona, etc. Yo tenía tropas dispuestas en Ybapobó; contaba con barcos suficientes, aviación y gente experimentada.

         Nuestras patrullas hicieron sus primeros contactos con los rebeldes entre marzo y abril, sin que se produjeran choques de importancia, aunque en la propia capital tuvo lugar en ese momento el levantamiento de la Marina que tenía su conexión con el movimiento de Concepción. La conspiración en la Marina ya se había manifestado a principios de marzo y en ocasión de mi intervención personal calmé los ánimos y desarticulé momentáneamente los contactos con los otros grupos rebeldes. Pero finalmente, la Marina decidió plegarse, alentada seguramente por los dirigentes del franquismo, comunismo y liberalismo.

         Ante esta situación se emplazó a la Marina la entrega de los oficiales conjurados. El jefe de Policía, Dr. César Vasconcellos, el comandante de la División de Caballería, teniente coronel Enrique Giménez y el director de la Escuela Militar, teniente coronel Carlos Montanaro y otros jefes militares, acordaron proceder contra los oficiales conspiradores. La Marina salió a la calle y se enfrentó con la Caballería y las tropas de la Escuela Militar.

         En estas circunstancias, se produjo un acontecimiento insólito: el entonces comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas, coronel Smith, paró las hostilidades y fue personalmente a parlamentar con los jefes conjurados y mientras a través de terceros daba señales de que realizaba gestiones, Smith había cruzado la frontera, instalándose en Clorinda. Asumí pues el cargo de Comando en Jefe al producirse el abandono del mismo y dispuse la ejecución de acciones que llevaron al triunfo total de mi gobierno.

         Durante la marcha de la revolución, conté con un hombre de enlace; este fue el general Feliciano Morales, oficial de mi confianza, que tuvo la misión de recorrer todo el frente gubernista y a través de mapas, informarse de la situación.


         LAS CAÑONERAS


         Poco tiempo atrás, habíamos enviado los dos barcos, "Paraguay" y "Humaitá" para ser sometidos a reparación en los astilleros de Buenos Aires y estando en el puerto de aquella ciudad, un grupo de oficiales se plegó al movimiento de Concepción. Pero las cañoneras estaban desarmadas, las piezas de artillería estaban en los arsenales y el Gobierno argentino se negó a entregarlas a los insurrectos. El coronel Stroessner, que estaba con la Artillería en Humaitá, tomó de inmediato todas las disposiciones tendientes a impedir el paso por el río Paraguay.


         PROTESTA AL URUGUAY


         Mucho han especulado los rebeldes sobre la supuesta ayuda argentina a las fuerzas leales, pero tal cosa sólo existió en la imaginación y la propaganda de los conspiradores. Sin embargo, la ayuda del Gobierno uruguayo a los revolucionarios fue muy patente. Inclusive en Montevideo capotó un avión que se disponía a despegar del aeropuerto con armas y municiones para los rebeldes de Concepción. Además, los medios de comunicación del Uruguay estuvieron a disposición de los voceros rebeldes, que emitían programas favorables al movimiento revolucionario, y de desprestigio a mi gobierno.

         En junio del 47, mi gobierno, por intermedio de nuestro encargado de negocios en Montevideo presentó una formal protesta al Gobierno uruguayo. En el documento, se denunció la ayuda material y moral del Uruguay a las tropas rebeldes, que incluía provisión de material bélico, víveres y elementos de propaganda, los contactos permanentes de militares y técnicos uruguayos con los insurrectos de nuestro país, a la vista y con la tolerancia de las autoridades del Uruguay. Aún más, se cursó protesta por el hecho de que desde radioemisoras montevideanas se incitaba a actos de sabotaje y se daban informaciones e instrucciones de carácter militar a los rebeldes de Concepción. Las denuncias las hicimos basándonos en hechos concretos y no en especulaciones, como luego hicieron como contrapartida los rebeldes en torno a la supuesta ayuda argentina a las fuerzas leales.

         En julio, volvimos a insistir en nuestra posición ante el Gobierno uruguayo, destacando en nuestra nota oficial que mi gobierno afirmaba y ratificaba la veracidad de todos y cada uno de los hechos que habían motivado la protesta del Gobierno paraguayo.


         MEDIACIÓN BRASÍLEÑA


         Mi gobierno, llevado por el deseo de evitar más derramamiento de sangre entre hermanos y restablecer la armonía en el seno de la familia paraguaya, aceptó el ofrecimiento de mediación del Brasil en el conflicto por el cual atravesaba nuestro país. En atención a nuestra respuesta, el Gobierno brasileño destacó al Dr. Francisco Negrao de Lima, ex embajador en Asunción.

         En las entrevistas celebradas con el mediador brasileño, le señalé que mi gobierno estaba en condiciones de aplastar al movimiento y de sancionar a los culpables, pero que motivado por el anhelo de paz el gobierno estaba dispuesto a olvidar todos los agravios recibidos de los rebeldes. Le puse al tanto al diplomático que antes ya había tomado la iniciativa, enviando una comisión para dialogar con los jefes de la insurrección. En ese encuentro se invitó a los rebeldes a que desistieran de sus pretensiones, pero ellos nada quisieron saber. Es más, insultaron a mis enviados. Con esto se había cerrado el diálogo. Pero, aún así, estaba nuevamente en condiciones de aceptar una gestión de paz.

         Negrao de Lima conversó con los rebeldes y a su vuelta me trajo la condición que ponían en Concepción, vale decir, que quedaran las cosas como estaban antes, que no han pasado nada; que cada guarnición volvería con sus armamentos y los jefes a su lugar de origen con las tropas sublevadas. Dentro de la confianza que tenía con el Dr. Negrao de Lima, ya que era amigo personal, le hice la siguiente pregunta: "¿Ud. cree que se quedarán donde están y como están, sin reaccionar, sin fortalecerse?" Le doy la respuesta: "Creo que es un suicidio, si acepto. Me vendrán encima, téngalo por seguro".

         "Yo también tengo otra proposición", le dije. "Los militares que están en la conspiración quedarán con su grado y esperarán que se estudie su situación, pero previamente quiero que armen pabellones en los patios y me entreguen todas las armas que tienen en su poder; y entonces sí, el conflicto se acabó. Usted comprenderá, Embajador, esa es mi condición de paz. Le reitero que los rebeldes entreguen todas las armas; los militares no perderán la carrera, pero antes, a entregar las armas".

         El embajador brasileño volvió a Concepción para tratar con los rebeldes la nueva propuesta que yo le había formulado y luego de mantener un largo diálogo con los responsables del levantamiento, regresó a Asunción, entrevistándose nuevamente conmigo. Me indicó que los rebeldes no hacían cuestión por mi presencia en la primera magistratura pero que, sin embargo, debía anular el gabinete colorado y que los sublevados podrían retornar a sus cuarteles, conservando su estado militar. Por supuesto, rechacé categórica y definitivamente ese plan. De todas maneras, agradecí al Dr. Negrao de Lima la misión que había cumplido y se dio por finalizada la mediación. Los rebeldes ni remotamente pensaban en la paz; sólo querían ganar tiempo, prepararse mejor y lanzarse con más fuerza sobre mi gobierno y el pueblo colorado.


         MARCHA HACIA ASUNCIÓN


         Al fracasar definitivamente el plan pacificador, opté por atacarlos en Concepción. Cuando estaban prácticamente rodeados, los rebeldes escaparon y vinieron hacia Asunción por el río, utilizando barcos, lanchas y remolcadores, chatas, y cuantas embarcaciones habían sido capturadas al estallar el movimiento. De esta manera, intentaron un ataque por vía fluvial a la capital. Era al final del mes de julio, cuando organizaron esa maniobra.

         Prácticamente fue abandonada Concepción, que había sido hasta entonces la sede del comando revolucionario. Tuve conocimiento de que las embarcaciones rebeldes habían abandonado el puerto de Concepción el 30 de julio. Nos movilizamos para la defensa. Tuvimos tiempo, ya que hubo cierta demora en la maniobra revolucionaria; un factor favorable fue la rivalidad que existía entre los comandos rebeldes, pues cada uno tenía deseos de obtener para sí la victoria.

         La táctica para resistir al ataque por vía fluvial fue la siguiente: ordené que fueran llevados gran cantidad de barriles vacíos y que fueran dispuestos en Remanso Castillo, para simular que el lugar estaba minado. El objetivo era detener a los rebeldes, y efectivamente, el plan anduvo, ya que se dividieron al encontrarse ese paso cerrado. Fueron así obligados a desembarcar lejos de Asunción, en la zona de Arecutacuá. En ese ínterin, también entró en acción nuestra aviación, mandando a pique a varias chatas llenas de proyectiles, cañones y morteros, y sin estos elementos ya no tenían grandes posibilidades de llegar hasta la capital. Esta acción fue necesaria, porque la situación era seria y porque mbocaipe no marcha el asunto. Cuando los rebeldes llegaron a Remanso Castillo, antes de Emboscada y se produjo la división, Franco, que tenía mucho apuro por ganar, bajó a su gente, atropelló a la fuerza de la Escuela Militar que estaba en Arecutacuá y se desplazó hacia San Bernardino. Entretanto, otra fracción, bajó por Chaco-í y Villa Hayes; eran las tropas libero-comunistas. Les hicimos frente y a mediados de agosto se desarrollaron las acciones en la periferia de Asunción. Nuestras maniobras hicieron retroceder a los rebeldes, y luego fueron dispersados, desvaneciéndose así las pretensiones de los revolucionarios de llegar a Asunción y usurpar el poder.


         RESISTIR Y VENCER


         Yo estaba tranquilo en Asunción, porque sabía que los rebeldes fracasarían en su intentona de tomar la capital. Sin embargo, algunos dirigentes estaban intranquilos. En ese momento hubo mucha insistencia de parte de Federico Chaves y de un grupo de colorados para que abandonáramos Asunción y nos trasladáramos a Pilar. Yo les dije: "Todos ustedes váyanse, nuestra causa está ganada, váyanse adonde quieran". Muchos colorados chavistas ya se habían asilado y otros pasaron a Clorinda.

         Nuestro triunfo fue luego una realidad: en la zona de Villeta se cerró el capítulo. Los jefes rebeldes habían abandonado el país dejando a las tropas abandonadas. Estos conscriptos que habían sido arrastrados a la lucha por la ambición desmedida de algunos militares y políticos, fueron beneficiados por un decreto de amnistía. La sublevación fracasó, en primer término, por su impopularidad; en segundo lugar, por la incapacidad de sus jefes y promotores y luego, porque frente a ellos se alzaba grandioso el valor indómito de la raza. La defensa victoriosa de Asunción, se hizo con recursos ordinarios y los héroes de esa gran jornada fueron los campesinos voluntarios del Partido Colorado. Los pynandí, los obreros y los estudiantes, que se plantaron varonilmente al lado de las armas leales. Mi gobierno no ejercitó en aquella ocasión la venganza contra los culpables y complicados en crímenes, sino que fueron sometidos a los tribunales y a los que abandonaron el país como consecuencia de la derrota, se les ofreció el regreso a condición de dedicarse a actividades lícitas.


         PYNANDI


         Un papel fundamental cumplió en ese conflicto el pynandí. Yo le di esa denominación al campesino y como la gran masa colorada venía de la campaña y estaba dispuesta a luchar a favor de mi gobierno, me pareció mejor, antes de llamarle tropa colorada, decirle "pynandí", porque es un símbolo. Los pynandí con su sacrificio, lealtad y valentía vencieron a los insurrectos. Siempre sentí afecto por el campesino, porque soy y siempre me sentí campesino. Yo le sentí al pynandí desde el comienzo en mi alma y él inspiró todos los actos de mi gobierno nacionalista porque estaba identificado con él.



 



XVI


LA EVALUACIÓN DE LAS OBRAS DE UN ESTADISTA


         Al cerrar este reportaje solicitamos del entrevistado una evaluación de la obra realizada durante su gobierno. El Gral. Morínigo estimó que las generaciones futuras tendrán que juzgar su obra, sin que esto sea óbice para que en apretada síntesis puntualizara las realizaciones más importantes de la Revolución Paraguaya Nacionalista, culminando con una reflexión sobre la unidad de la Nación Paraguaya.



         Estoy tranquilo con la obra realizada durante mi gobierno de la Revolución Paraguaya Nacionalista, porque he puesto al servicio del Paraguay lo mejor de mi vida. Son las generaciones futuras las que tendrán que juzgar mi obra. Para mí, fue fundamental la honestidad en la administración pública y de ahí partimos para la ejecución de grandes programas, a través de un Plan. Muchas cosas que me propuse realizar no las pude hacer, por diversos factores, entre éstos, las conspiraciones, la guerra europea, y la revolución. Uno de los más emocionados e inolvidables recuerdos de mi gestión gubernativa será la comprensión, simpatía y solidaridad que siempre me brindaron los trabajadores. En las buenas y en las malas, frente al peligro y a la muerte, cuando todo parecía perdido, jamás flaqueó el coraje del soldado-trabajador, que llevaba en su pecho o en su birrete las insignias de la Organización Republicana Obrera.

         Al asumir el poder, encontré que ciertos servicios públicos estaban en manos de empresas privadas: el puerto, teléfonos, transporte, etc., y teníamos el deber de nacionalizarlos. También me preocupé por la construcción de caminos, y una mejor organización del ejército, institución que estaba desatendida en todo sentido. Cuarteles en malas condiciones, conscriptos que no disponían de cama, de atención médica e instrucción primaria. También fue mi inquietud la formación integral de los oficiales. Hice que muchos viajaran al exterior a perfeccionarse, logré la colaboración de misiones militares extranjeras en nuestro país. La obra de mi gobierno no se limitó solamente a la parte material de la vida de la Nación, cuyo progreso no podía marchar en desequilibrio con la vigencia de sus atributos morales. Me preocupé, asimismo, desde el principio de mi mandato, por exaltar los valores de la paraguayidad; nuestros héroes, nuestra música, nuestras costumbres, tradiciones, idioma, religión. Relaciono esta última parte con la inspiración que tuvo la Santa Sede para crear la Nunciatura Apostólica en nuestro país.

         Las reformas bancarias fueron establecidas por mi gobierno. Se creó en esta época el Banco del Paraguay, cuya sede fue construída en pleno corazón de Asunción. La obra demandó dos años de trabajo a un costo de 3 millones de guaraníes.

         Con los instrumentos legales de la reforma bancaria y el régimen monetario, se pudo instituir el "Guaraní", como unidad monetaria nacional, en reemplazo del "peso". Pudo de esta manera adquirir el Paraguay su soberanía monetaria. El nombre del signo monetario se adoptó en homenaje a la raza guaraní, y era a la vez un modo de exaltar permanentemente los valores de nuestra nacionalidad. El Banco se había iniciado con un capital de 6 millones de guaraníes.

         En el campo de la educación, mi gobierno creó 230 escuelas primarias; se establecieron: la Escuela Nacional de Comercio, Escuelas Profesionales, Escuela de Humanidades (Facultad de Filosofía). Escuela de Técnicos Industriales Nacionales, Academia Paraguaya de Arte Lírico, Academia Nacional de Artes Aplicadas Dirección General de Música, Instituto de Cultura Física, Escuela Nacional de Locutores; se realizaron, además, grandes inversiones para mejorar nuestra universidad.

         La Revolución Paraguaya Nacionalista, llevó adelante planes de cultivos mínimos obligatorios y racionalización agrícola, y el Estado defendió al agricultor con su política de precios mínimos, y concretando la construcción de la planta frigorífica y silos en Asunción e interior del país.

         Asimismo, se creó el Crédito Agrícola de Habilitación, que representó una mejora sobre el antiguo sistema de crédito agrícola simplemente bancario.

         Otro de los emprendimientos de mi gobierno fue la creación de la Corporación Paraguaya de Carne, con el propósito de regular el consumo; no se descuidó tampoco la posibilidad de que ella propendiese al fomento de la producción pecuaria.

         Fruto de un detenido y sagaz estudio de la industria, fue la creación de la Corporación Paraguaya de Alcoholes. Mediante esa iniciativa, nuestra caña y sus subproductos se convirtieron en generosos renglones de exportación.

         En cuanto a obras públicas, se puede mencionar la construcción de miles de kilómetros, rutas y caminos; Escuelas de Agricultura de Pilar, Media de Carapeguá, Loma Pytá, locales del Instituto de Previsión Social, la sede del Ministerio de Salud Pública, que aún se conserva, de COPACAR, de la Corporación Paraguaya de Alcoholes, silos, frigoríficos, mercados modelos, asfaltado de las calles céntricas, Museo Godoy, puentes, cuarteles, asiento del Estado Mayor General de las FF.AA., Hospitales en Asunción, San Lorenzo, Ypacaraí, Barrero Grande, del Barrio Obrero, de Encarnación, de Piribebuy, de Paraguarí, de San José, de Concepción, Alberdi, Guarambaré, Itauguá, Coronel Oviedo, Pilar, Villarrica, Sanatorio Bella Vista. Adquisición de Mburuvicha-roga para residencia de los presidentes del Paraguay.

         Por otro lado, mi gobierno nacionalizó la Compañía de Teléfonos; igual política se siguió con las instalaciones del Puerto, la C.A.L.T. (Compañía Americana de Luz y Tracción), hoy ANDE, y se realizaron los primeros trabajos sobre el proyecto de concesión de aguas corrientes. La gestión de mi gobierno resultó proficua en cuanto al mejoramiento técnico y moral del Ejército, los ruinosos e insalubres cuarteles del pasado, fueron sustituidos por otros más modernos. Se han enviado en misión de estudios y perfeccionamiento a los centros militares del extranjero a 230 becarios. Para orgullo de la institución castrense, se ha creado durante mi gobierno el Centro de Instrucción Militar y de Formación de Oficiales de Reserva (CIMEFOR).

         Cuando me hice cargo del poder, el país presentaba en toda su ancha extensión el más lamentable de los aspectos, pero ninguno como aquel que se refiere a la Salud Pública y a las leyes sociales de protección a la clase trabajadora. Fue entonces cuando concebimos la idea audaz para ese tiempo de crear el Instituto de Previsión Social (IPS). La iniciativa tenía que provocar la más empecinada resistencia en el seno de una clase dirigente de mentalidad liberal y de los hombres de empresa que estaban acostumbrados a dar más importancia a un perro que a la salud y seguridad del obrero que los mantenía en el lujo.

         Debo señalar, asimismo, que bajo mi gobierno nacionalista se creó la Flota Mercante del Estado, como entidad autárquica y al poco tiempo de su instalación se contrató la construcción de remolcadores, chatas y buques cargueros y tanques. Le cupo también a mi gobierno, concretar la adquisición del edificio para la sede de la Embajada del Paraguay en los Estados Unidos; la construcción de una moderna pista de cemento para el aeropuerto de Asunción; la creación del Instituto Geográfico Militar; la construcción del Cuartel de Inválidos de Guerra, en San Lorenzo; la creación de la Dirección de la Lucha contra el Cáncer; la creación del Instituto Nacional de Historia Natural; la creación del Ministerio de Industria y Comercio; del Consejo Nacional de Coordinación Económica-Financiera; la construcción de la Plaza de los Héroes, tras la demolición del viejo mercado central; la Escuela de Policía; la Escuela de Caballería; estaciones meteorológicas en diversos puntos del país; Imprenta Policial; Imprenta de Correos y de Obras Públicas; la construcción de ocho mercados modelos en la capital; la creación de la radioemisora del Estado Paraguayo; la restauración del escuadrón escolta "Acá-Carayá". De igual manera mi gobierno se preocupó de elevar el espíritu del pueblo paraguayo y despertar en él el fervoroso amor a la Patria. Se levantaron monumentos a los Héroes de la Guerra Grande y del Chaco, como en Lomas Valentinas, Luque, Itá, Villeta, y al Mcal. Estigarribia en San Juan Bautista de las Misiones. También se creó la Filmoteca Nacional; se realizaron expropiaciones de tierras para colonización. Mediante esta medida se establecieron cerca de 70 colonias. Entre otras obras, aún se pueden mencionar la Escuela Nacional de Ganadería; la Estación Experimental de Zootécnia y la Línea Aérea.


         REFLEXIÓN


         Estoy tranquilo con el trabajo realizado, aunque hubiera querido hacer mucho más. Si he invocado la tarea como estadista, no lo hago por jactancia, que jamás me sedujo, sino como una forma de hacer saber a las nuevas generaciones cuánto hemos dado, mis colaboradores civiles y militares y yo, por el bien del país, por el pueblo paraguayo, que tanto amé y cuya energía y capacidad siempre admiré. Di siempre singular importancia a la solidaridad, a la decencia, a la honradez. Me nutrí con la sabia de la paraguayidad, pero no por ello viví del pasado; por el contrario, procuré y logré la transformación del país. Soñé con una nación moderna, activa, feliz y trabajé incansablemente por su engrandecimiento. Tuve a mi lado hombres capaces que llevaron adelante conmigo la Revolución Nacionalista Paraguaya. Factor fundamental fue la elevación cultural del pueblo; asimismo, el desarrollo de las artes. Obré con lealtad hacia mi pueblo, porque tengo y tuve una profunda fe en mi gente, especialmente en el campesino paraguayo. Siempre estuve del lado del necesitado, del trabajador, del prójimo. Rendí culto a Dios, a la Patria y a mi hogar. Para que el pueblo crea en sus gobernantes, éstos deben dar el ejemplo de patriotismo, de honradez, de sinceridad.

         Pude haber cometido equivocaciones, pero jamás pretendí hacer daño a nadie. Si se tomaron algunas medidas durante mi gobierno, que en su momento no fueron comprendidas, se hicieron teniendo en cuenta el interés nacional sobre lo personal. El pueblo paraguayo fue testigo de la descomposición de grupos políticos sin arraigo y mi gobierno se ocupó de su salida del escenario público; era insoportable la actitud de sectores que daban la espalda al pueblo y estaban al servicio de intereses mezquinos, de la oligarquía. Esto no era una novedad para nadie y menos para el pueblo paraguayo, pero faltaba enfrentarlos y lo hice, aunque esto me costara la condena de quienes tomaban la política como un negocio y traficaban con el esfuerzo y sudor del pueblo. Estaba dispuesto a llevar adelante el plan de gobierno, pero antes, tuve que tomar medidas contra los grupos que pretendían frenar la Revolución Nacionalista. La acción no fue fácil. Hallé miles de obstáculos, los enemigos se valían de sabotajes y mentiras, pero había que salir adelante, teníamos un compromiso y estábamos dispuestos a cumplirlo.

         Nunca tuve en cuenta las recomendaciones; preferí mirar las manos callosas de los trabajadores; ellas eran la mejor carta de presentación y esto tampoco gustaba a los sectores oligárquicos; la dignificación del trabajador, de la alianza entre el pueblo y las Fuerzas Armadas. Las presiones fueron de dentro y del exterior; querían la caída del gobierno nacionalista, para regresar a la vieja escuela individualista, que veía en la cultura autóctona lo "bárbaro" y lo "civilizado", en todo lo extranjero. Esto, lejos de dañar el espíritu, lo enalteció.

         Yo deseé y deseo la unión de todos los paraguayos, debemos hablar un mismo idioma, ampararnos bajo una misma bandera, profesar la misma fe de concordia. La unión nacional se debe dar indefectiblemente, mucho espera nuestro querido pueblo de sus dirigentes, civiles y militares. A las Fuerzas Armadas les corresponderá siempre un papel fundamental para preservar la paz y el orden, garantizar la justicia y dar seguridad. Deseo fervientemente la unión de todos los paraguayos, de todos, sin excepción, para llevar adelante la gran empresa nacional.






XVII


LOS FUNERALES DEL EX PRESIDENTE DE LA REPÚBLICA


         Las honras fúnebres tributadas a una personalidad son testimonios de la valoración de sus realizaciones en los diversos campos de acción durante su vida. Dada la circunstancia del fallecimiento del ex presidente antes de la publicación de sus testimonios, consideramos pertinente adjuntar los documentos concernientes a este suceso.



         En la tarde del jueves 27 de enero de 1983, dejó de existir en Asunción, el ex Presidente de la República, Gral. de División don Higinio Morínigo M. Su deceso se produjo a los pocos días de haber cumplido 86 años de edad.

         Las honras fúnebres; la presencia del Jefe de Estado, Gral. de Ejército don Alfredo Stroessner, de los Ministros del Poder Ejecutivo, Generales y Almirantes, Jefes y Oficiales de las Fuerzas Armadas y otras autoridades nacionales, partidarias y de los veteranos de la Guerra del Chaco, en el sepelio de los restos del ex mandatario, como también las palabras de los oradores, ante el féretro, representan la ratificación póstuma del prestigio ganado por el Gral. Morínigo como militar y ciudadano.

         La capilla ardiente se levantó en la casa de la familia del extinto, ubicada en la calle Cordillera de Aguaragüe 1.021, en Trinidad, hasta que el féretro fue trasladado a la sede del Gobierno Nacional. En ambas partes, cadetes del Colegio Militar "Mcal. Francisco Solano López", montaron guardia permanente durante el velatorio, de acuerdo a las disposiciones correspondientes a su alta investidura.

         Asimismo, el Gobierno Nacional dispuso Duelo Oficial, a través del Decreto No. 37.700, de fecha: 27 de enero de 1983. La disposición señala cuanto sigue: Art. 1°. Declárase duelo oficial por el término de 3 días, a partir de la fecha del presente decreto, por el fallecimiento del señor General de División (S.R.) Higinio Morínigo M., ex Presidente Constitucional de la República del Paraguay. Art. 2o. El Pabellón Nacional deberá permanecer izado a media asta en los edificios públicos e Instituciones Militares y Buques de la Armada Nacional. Art. 3o. Ríndase al extinto los honores correspondientes prescriptos en la Ordenanza General del Ejército y Reglamentos vigentes. Art. 4o. El presente Decreto será refrendado por los señores Ministros del Interior, de Relaciones Exteriores y de Defensa Nacional. Art. 5o. Comuníquese, publíquese y dése al Registro Oficial. Firmado: ALFREDO STROESSNER; Sabino A. Montanaro; Alberto Nogués; Marcial Samaniego.

         Ante la capilla ardiente dispuesta en la planta alta del Palacio de López, pronunciaron sentidas oraciones fúnebres para rendir postrer tributo al Gral. Morínigo varias personalidades. El Ministro de Defensa Nacional, Gral. de Div. Marcial Samaniego, en representación del Gobierno Nacional; el doctor Saúl González, Ministro de Justicia y Trabajo, en nombre de la Junta de Gobierno de la Asociación Nacional Republicana, Partido Colorado; el General don César Machuca Vargas, en representación de las Fuerzas Armadas de la Nación, y el Cnel. (SR) Esteban López Martínez por el Consejo Ejecutivo Central de la Unión de Veteranos de la Guerra del Chaco.

         Al término de dicha ceremonia, el Presidente de la República, Gral. de Ejército don Alfredo Stroessner encabezó la caravana que acompañó al desaparecido estadista hasta su última morada.

         Al aproximarse el cortejo fúnebre al cementerio de la Recoleta, los restos del Gral. Morínigo fueron conducidos en una cureña tirada por cadetes del Colegio Militar hasta la entrada principal de la Necrópolis. Salvas de artillería anunciaron el momento de la despedida final.



El General Higinio Morínigo en un tanque de guerra, en el arsenal de Detroit, EE.UU.,

durante su visita a su país, en su carácter de

Presidente de la República, en 1943

 

 

 


 

 


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