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ANDRÉS ROLÓN CARDOZO

  YA VIENE EL COLECTIVO - Por ANDRÉS ROLÓN CARDOZO


YA VIENE EL COLECTIVO - Por ANDRÉS ROLÓN CARDOZO

YA VIENE EL COLECTIVO


Por ANDRÉS ROLÓN CARDOZO

 

 

Un pueblo que se dice avanza hacia el desarrollo muestra su verdadera y triste esencia en el colectivo, y su “hacia” nos es precisamente el “desarrollo”. Pero en fin, han dado las 4,30 y un gentío hormiguea allí donde generalmente para el micro. Si este viene, no tan lleno, podrán subir y apretujados caber los elegidos por la selección natural. Chrarles Darwin sí que era sabio, quizá en su momento haya sonado un poco descabellado su argumento, pero en nada se alejaba de la realidad, de esa realidad que transciende siglos y sociedades.

La polvorienta e improvisada parada, donde a veces el colectivo no para, iluminada por un alumbrado público de amarillenta luz intermitente es la más segura de la zona en la que moto-chorros, asaltantes y peajeros jamás se aventurarían a realizar sus andanzas por miedo a la marea de gente que allí se agolpa y que con rabia los prendería y les mostraría lo pronta y barata que es la justicia cuando esta no anda ciega.

Ocurrió cierta vez con Chore’i, escuálido y macilento mitarusu’i, condenado por la pobreza y el crack a no estudiar ni a trabajar y a solamente vagar por ahí tomando lo ajeno a fin de acceder a su vicio que, en vida, lo estaba desmoronando. El barrio entero le tenía hambre, pero al mismo tiempo un poco de miedo y, hasta, respeto. Varias entradas a la cárcel tenía en su haber por hurtos menores, pero siendo un menor, después de unos días de tranquilidad para el barrio, lo soltaban a su libre albedrío. Pero cuando el barrio se reúne en la parada, pierde el miedo y el respeto. Chore’i se atrevió a alargar la mano hacia la carterita de una niña que con su madre esperaba el colectivo en la parada. Ante el alarido de la niña y de la madre pidiendo auxilio, el gentío de la parada se lanzó sobre el zagal, como un solo hombre, y lo que ocurrió después con él perfectamente lo describe esa canción religiosa que cantamos en la misa, por lo general durante el ofertorio, a veces durante la comunión… “un molino la vida nos tritura con dolor…”

Dicen que cuando vino la patrullera del 911 Chore’i tenía el aspecto de Cristo, Nuestro Señor, en el patíbulo y cuando las autoridades preguntaron sobre quién redujo así al pobre muchacho, al más puro estilo de Lope de Vega respondieron: “Fuenteovejuna…”

Chore’i fue ejemplar y, metafóricamente, su cabeza decapitada fue por siempre expuesta en la pica a fin de ahuyentar malvivientes.

Son la 4,40 y todas las miradas escrutan la oscura pendiente asfaltada, llena de baches por la que ha de deslizarse, en cualquier momento, a toda velocidad, el apocalíptico bondi en su no tan gloriosa pero sí esperadísima parusía. La fresca madrugada totalmente impregnada de rocío matinal invita a los de la parada a arroparse con abrigos ligeros. Esclavos de un horario que cumplir, dependientes de un sueldo del que es difícil depender; son ellos, los que la naturaleza ha de seleccionar: albañiles, guardias de seguridad, empleados de casas comerciales y supermercados, docentes, enfermeras, ancianos y niños, embarazadas y enfermos, y otras especies más.

Comentaba en una ocasión, uno de los especímenes que pueblan la parada, que le cupo la fortuna de viajar a Europa y de ver el trato humano a la hora de viajar. El andén limpio y ordenado de la estación de primer mundo, la fatalista puntualidad del espacioso tren en cuyas entrañas uno viaja siempre sentado, disfrutando de alegre música funcional. Los pasajeros bien vestidos, erguidos al caminar, deferentes en el trato, concediendo el turno o simplemente esperando el suyo con respeto y sin nunca codear ni avasallar a fin de usurpar el turno o el lugar de otro. La antítesis de esa tesis hegeliana el pobre la vivía todas las madrugadas aquí en la parada.  

Con contenida y resignada rabia, con tono, hasta si se quiere, jocoso, entre mates matinales, relataba la vez en que las circunstancias y los factores no le favorecieron a abordar el micro. Su salto hacia la estribera repleta de cuerpos apretujados, los generalizados insultos al chofer por reanudar la marcha sin atender la seguridad de nadie, el desesperado llanto de un niño que se vio solo en el bus porque su madre fue rechazada y expulsada por esa ley de la materia que dicta la imposibilidad que dos entes corpóreos ocupen el mismo lugar al mismo tiempo. Él, a un cierto punto, cedió a los desenfrenados pálpitos de los cuerpos y de los ánimos en la estribera y cayó aparatosamente –como cadáver vacuno, diríamos en guaraní-  en la polvorienta acera llena de pedregullos.

¡Qué forma más inconstitucional de vivir! Es que caer así antes de empezar el día acrecienta esa mezcla extraña de muchos sentimientos negativos que hicieron del ser paraguayo no una nacionalidad sino un estado de ánimo, y malo, a decir de un cantautor argentino. Y volviendo a la inconstitucional forma de vivir, desayunar polvo y piedritas antes de la hora del desayuno, vencido por el brusco movimiento del micro, tendido en el suelo, ridiculizado por el destino cruel, sin que nadie te pida disculpas por ello, ni que se compadezcan de ti, pues te hacen pensar que la vida digna pregonada por la carta magna sea simplemente eso “Carta”, “Papel”. Pero este espécimen de la parada, si bien conocedor de los efectos concretos de la constitución de un país primermundista, ignora la existencia de un super códex que tendría que super garantizar el trato digno de su persona.

4,45 y las luces que en la oscuridad abren sendos surcos refulgentes encegueciendo, de momento, a los de la parada, son de autos y sobre todo de motocicletas. La moto y el motoquero, o dicho en “paraguayo”: “motoqueiro”, es, lejos, el factor parapolítico que está eliminando la pobreza del país mediante el exterminio cotidiano de los pobres que, embretados por las circunstancias, cabalgan en ese pálido corcel que el Libro Santo, en su último libro, destina a la muerte. Niños, niñas, jóvenes y adultos, familias enteras, cuyo denominador común es la pobreza, son inducidos a montar el biciclo sin la más mínima noción de comportamiento vial.

Como alma que se lleva el diablo vienen disparados desafiando la oscura pendiente y al menor percance vuelan contra el pavimento donde brazos, piernas, cabezas, espaldas y otros miembros, destinados al desmembramiento, fungen de paragolpes. La semana pasada, por ejemplo, un motoqueiro’i, sin casco, sin luces, sin edad, sin licencia y muchos “sinses” más, se hizo, literalmente, de goma contra la parte posterior del bondi. Él y sus dos acompañantes transitaron, en el acto, hacia el más allá, y en la parada, más acá, se generó el atasco del tránsito y una conmoción general se apoderó de los ánimos de todos.

¡Qué final más trágico, y qué trágico también sería si en los próximos segundos no aparece la bestia de hojalata resoplando ruidosamente su aliento contaminante. ¡4,50 ya!  ¡Seguro que se descompuso otra vez! Farfulló en guaraní una muy preocupada señora, picaneada por su horario laboral y esas miles de cosas que, antes de ese horario, debe resolver. De su mano la hija, una escuelera, impecablemente uniformadita, se batía con el sueño que con tenacidad indoblegable le reclamaba su espacio, su momento, su turno.

La pobre señora no salía de su asombro rebosante de rabia e impotencia, estar allí desde las 4,25 ¡Y nada! Su incontenible angustia proyectaba el salvaje panorama del tráfico, monstruo inmundo cuya imbatible inercia convierte breves trechos de carretera en enormes distancias insalvables para la poca paciencia del tic, tac infernal. Si el destino lo permite y es seleccionada de forma natural pues le espera, más o menos, un hora y media de tormento, de pie, estrujada por cuerpos estrujados, luchando educada y maleducadamente a fin de  proteger la integridad de su retoño. Finalizada esta odisea le espera la escuela donde abandonará a su hija a la muy incierta suerte que ofrecen las instituciones públicas, intentará, antes, que la niña desayune algo, pero ¡Quién desayuna a las 6 y cuarto de la madrugada! ¡Quién a esa hora le hinca el diente a algo sin sentir náuseas!

En los rostros de todos se vislumbra el ritmo frenético de corazones puestos más allá de los límites de la paciencia y la tolerancia. Ojos encendidos, casi febriles, zapatean histéricos exigiendo la aparición del colectivo. Algunos, empujados por la premonición, casi certera, de que el bus no se detendrá en la parada, por la cantidad de gente allí reunida, emprenden un éxodo cuesta arriba desafiando la oscura calzada y los peligros propios de un país en el que el reinado de la Unión y la Igualdad es la quimera de una utopía envuelta en tenebrosa oscuridad llena de baches.    

Y de esta oscuridad llena de baches, irrumpe, de repente, como un espeluznante espectro de chatarra, con la diabólica velocidad que le proporciona la pronunciada pendiente, el bondi, hinchado de seres racionales convertidos en bestias. Los de la parada intuyen que esta vez no serán seleccionados de forma natural, dado que es imposible caber allí donde caben los que en realidad no tendrían que caber. El fresco soplo repentino, generado por el raudo paso del micro, golpea los rostros, sacude los ánimos, desoja las ramas frondosas de ese quebracho de estirpe que no tumba nadie.

Pero así son los de la parada, “Acostumbrados a los golpes que da la vida”, parafraseando a uno de los personajes preferidos de Don Roberto Gómez Bolaños.     

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

                                                                                                                        

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